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    El 9 de mayo, el Día de la Victoria - Vitalia Shauro - publicado en almarusa.es - mayo de 2020

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    RioLena
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    Mensaje por RioLena Sáb Mayo 09, 2020 12:21 pm

    El 9 de mayo, el Día de la Victoria

    Vitalia Shauro


    publicado en almarusa.es - traducción: Fernando Otero Macías

    Si queremos conocer a los rusos, no podemos eludir el tema de la Gran Guerra Patria. El recuerdo emocional de esta guerra sigue muy vivo entre la gente. Personalmente, no solo recuerdo la guerra a través de los libros y las películas. También por los relatos de mis dos abuelos, que combatieron entonces (mis padres nacieron después de la guerra). La generación de quienes están ahora en la cuarentena o en la cincuentena años está formada por los nietos de quienes vivieron la guerra. Por ahora los rusos han sido capaces de preservar ese recuerdo emocional, a pesar de que ya van quedando pocas personas que vivieron esa experiencia.

    Vamos a olvidarnos de todo el trasfondo político de esos acontecimientos. Cuando los rusos recuerdan la guerra, no piensan en política, no se acuerdan de Stalin. Al recordar la guerra, los rusos piensan en los muertos (26,6 millones), en los corazones lacerados y en las lágrimas de quienes perdieron en esa guerra a sus hijos, sus maridos, sus padres, sus hijas y sus madres. Deteneos un momento a pensar y probad a haceros a la idea: ¡26,6 millones de vidas! Es una herida de todo un pueblo, que nunca se ha cerrado del todo, y que ha dejado una inmensa cicatriz en la memoria genética del pueblo. Cantan los rusos, recordando la victoria: «Es la alegría, pero con lágrimas en los ojos».

    Y aún siguen llorando cada vez que recuerdan aquella Gran Victoria. Porque han pasado ya más de 70 años, pero nosotros seguimos llorando al recordarla.

    Por eso mismo, la fiesta del 9 de mayo es una de las dos principales fiestas nacionales en Rusia. Es un día que no guarda relación con la política, es un día muy emotivo, muy delicado, un día muy sentido. En este día nos hacemos un poquitín mejores, un poquitín más sensibles. Al evocar la Victoria, inmediatamente recordamos el precio que tuvieron que pagar por ella los rusos: la victoria y el coste que supuso están inseparablemente unidos en nuestros corazones. Por ese motivo, alegría siempre, «pero con lágrimas en los ojos».

    Para el mundo entero, el desfile del 9 de mayo en la Plaza Roja es una exhibición del poderío de Rusia. En cambio, para nosotros, para los rusos, este desfile es como un ritual sagrado en conmemoración de aquella guerra. Conviene fijarse en los asientos reservados a las personalidades, donde se sitúan los veteranos de guerra. Son ya tan pocos los que quedan vivos que desde hace tiempo todos ellos caben en la tribuna de la Plaza Roja.

    En recuerdo de sus proezas, en recuerdo de mis dos abuelos que combatieron pero volvieron del frente, no queremos interrumpir esta memoria. Y queremos transmitírsela a nuestros hijos. Los rusos seguiremos recordando la guerra.

    La guerra

    Fue una guerra realmente terrible. Una hazaña humana diaria, durante cuatro largos años. Hazañas en el frente y en la retaguardia del enemigo. Los que sobrevivieron sabían de sobra que, sencillamente, habían tenido mucha suerte.

    Si alguien quiere trabar amistad con personas rusas, o hacer negocios con ellas, ha de saber que no debe herir, aunque sea por un descuido, sin querer, algo que para un ruso es sagrado. No debe uno bromear con los rusos a propósito de este asunto si no quiere perder su confianza. El tema de la Segunda Guerra Mundial, conocida en Rusia como la Gran Guerra Patriótica, es sagrado.

    Si es posible ofender sin querer a un ruso en muchos sentidos es porque la actitud en relación con esa guerra, así como la propia historia de la guerra, se enseña en los colegios de Europa y de América de un modo muy distinto a como se enseña en Rusia. Es algo comprensible, pues el recuerdo de la guerra se transmite entre los rusos no solo a través de los libros de texto, sino por medio de los relatos familiares, de padres a hijos. No se trata de que en tal o cual libro de texto aparezca algo que no sea cierto. Ocurre, sencillamente, que en los libros europeos y americanos se omiten muchas de las cosas que sucedieron. Son muchos los hechos relativos a esa guerra que cualquier ruso se sabe «de carrerilla», pero que ignora el europeo o el americano medio, salvo que esté especialmente interesado en el tema de la guerra. Lo cual no quiere decir que se haya distorsionado la historia. Pero, cuando se hace hincapié en determinados acontecimientos y no se mencionan otros, el resultado es que la historia se ve de un modo muy distinto.

    Sin presumir de un profundo conocimiento de la historia, me voy a limitar aquí a exponer lo que sabe cualquier ruso de la guerra basándose en los relatos de sus familiares y en los programas escolares. (Me he limitado a verificar en las fuentes algunos datos concretos).

    En junio de 1941 la Alemania nazi atacó la Unión Soviética. Para entonces toda Europa, con la excepción de Gran Bretaña, estaba en manos de Hitler o era su aliada. La resistencia más prolongada la habían presentado Polonia y Francia: habían resistido poco más de un mes. El norte de África también estaba ocupado. Los Estados Unidos todavía eran neutrales y vendían armas a ambos bandos. Preguntad a cualquier ruso cuándo invadieron los nazis la Unión Soviética y os dirá la fecha exacta: el 22 de junio de 1941. Hasta el día de hoy hemos venido recordando ese día como el día de la Memoria y el Dolor.

    Sin embargo, la Unión Soviética no estaba preparada bajo ningún concepto para esta invasión. Eso se hizo evidente durante los primeros meses de guerra: los rusos sufrieron enormes pérdidas, los nazis avanzaban con una rapidez insólita en tres direcciones. Hitler había atacado la Unión Soviética con tres colosales ejércitos: uno en el norte, en dirección a San Petersburgo; otro en el centro, hacia Moscú pasando por Bielorrusia; y el tercero en el sur, a través de Ucrania, en dirección al Volga.

    Los rusos se movilizaron apresuradamente. Pero no tenían experiencia, ni tiempo para organizarse, ni munición, tampoco había armas suficientes. En esencia, en los primeros cinco meses de guerra el único elemento de oposición a los nazis fueron las personas. La gente se inmolaba en la hoguera de la guerra. E iban llegando nuevos soldados al frente. Sin orden ni concierto. Los soldados hacían frente a los tanques hasta su último aliento, no se daban un paso atrás, simplemente servían de escudos humanos. Perecían, y otros venían a sustituirlos. Hasta muchachos de diecisiete años fueron enviados al frente.

    Se libraron batallas crueles, los rusos combatían por cada kilómetro de su tierra, pero sufrieron una derrota tras otra, y para diciembre de 1941 los alemanes ya habían ocupado en su totalidad Bielorrusia, Ucrania y Moldavia, casi todo el Báltico, y habían cercado Leningrado (San Petersburgo). Si observamos el mapa a comienzos del invierno de 1941, el territorio ocupado tenía una extensión tres veces mayor que la de España.

    En todo este tiempo la Unión Soviética se enfrentó al monstruo fascista en solitario. Los Estados Unidos aún no habían entrado en guerra. Gran Bretaña tampoco entabló ninguna batalla terrestre contra los nazis.
    Hitler se acercaba a Moscú a grandes pasos. La ciudad sufría bombardeos a diario. Moscú fue evacuada urgentemente. Se levantaron unos decorados de camuflaje alrededor del Kremlin para confundir a los aviones del enemigo. Cundió el terror ante aquella fuerza colosal e invencible que avanzaba hacia Moscú como una enorme ballena despiadada, aplastando todo a su paso. Los soldados hacían lo imposible en su intento de frenar al agresor. La gente tenía miedo, muchísimo miedo. El 7 de noviembre de 1941 se celebró un memorable desfile en la Plaza Roja. Hitler estaba ya a tan solo unas decenas de kilómetros de Moscú. Desde el desfile, los soldados y los tanques marcharon directamente al frente, a defender Moscú. Aquel desfile levantó los ánimos de mucha gente, que se sacudió el temor y la sensación de desconcierto; mantener elevados los ánimos: esa era la única fe de la gente, la única que podía salvarlos. Después de los heroicos combates que se habían sucedido a diario en el mes de octubre, en noviembre de 1941 fue posible detener al enemigo a las puertas de Moscú, pagando un precio casi 1 millón de vidas.

    De ese modo, en el invierno de 1941 a 1942 da comienzo una nueva etapa en la guerra. Después de haber sufrido pérdidas terribles, los rusos disponen por fin de una dirección estratégica de los ejércitos, los soldados se convierten poco a poco en combatientes profesionales, toda la economía del país está trabajando ya al servicio de la guerra.

    Mientras el ejército entabla despiadadas batallas y trata de cambiar el curso de la guerra, gran parte del territorio de la Unión Soviética sufre la ocupación a lo largo de dos o tres años. La población combate en la guerrilla. En la retaguardia, los nazis montan campos de exterminio, envían a muchas personas a trabajar a Alemania; el menor acto de insubordinación, colaborar con la guerrilla, ayudar a los judíos o a los gitanos se castiga con fusilamientos, ejecuciones, torturas.

    Desde septiembre de 1941 Leningrado (San Petersburgo) se encuentra bloqueado. La ración diaria de alimentos se limita a 125 gramos de pan, nada más. En cuatro años de bloqueo fallecieron, según las distintas fuentes, entre 600.000 y 1,5 millones de personas civiles: eso es más que la suma de los infiernos de Hamburgo, Dresde, Hiroshima y Nagasaki juntos.

    En todo este tiempo los rusos siguen combatiendo solos en el frente. Sus aliados limitan su ayuda a los productos alimenticios, mientras continúan con sus acciones de guerra naval.

    Después del invierno, vuelven la primavera y el verano. En verano de 1942, los nazis, que tenían ocupado todo el sur del país, han llegado hasta el Volga, donde tiene lugar la histórica batalla de Volgogrado (Stalingrado), que durará 143 días. Los ejércitos aliados de EE.UU. e Inglaterra esperan aún la oportunidad para abrir un Segundo Frente en el oeste. Para los rusos, ese segundo frente habría sido como un balón de oxígeno, pues habría obligado a los nazis a retirar parte de sus fuerzas de Stalingrado. Pero los rusos vencieron en solitario en aquella terrible batalla, pagando un precio de medio millón de vidas, y la moral del ejército nazi sufrió una profunda crisis. A raíz de la batalla de Stalingrado cunde un estado de abatimiento en el cuartel general de Hitler y se pierde la fe en la victoria. Y, a pesar de que el ejército nazi es aún muy poderoso, su moral se ha quebrado, mientras que la moral de los rusos, por el contrario, ha salido reforzada. A partir del final del invierno los alemanes empiezan a ser expulsados del territorio de la Unión Soviética, y con la llegada, nuevamente, de la primavera y el verano su suerte no mejoró. En otoño del 43 tiene lugar otro episodio histórico: la batalla de Kursk, tras la cual a Hitler ya no le quedarán ni fuerzas ni moral. Los rusos avanzan con firmeza hacia el oeste, haciendo retroceder al enemigo. En la primavera de 1943 liberan Crimea y Ucrania y penetran en Rumanía, mientras por el norte levantan el bloqueo de Leningrado.

    Y solo entonces, cuando falta menos de un año para el final de la guerra y gran parte del ejército de Hitler ha perecido y la moral de los fascistas está por los suelos, solo entonces, por fin, los americanos desembarcan en Normandía y abren el Segundo Frente, en verano de 1944. Los integrantes del ejército americano son tan novatos como lo eran los rusos al empezar la guerra. Sufren numerosas bajas, en gran medida por su falta de experiencia. Pero, gracias a Dios, la guerra se libra ahora en dos frentes: el Primer Frente, el oriental, el ruso, y el Segundo Frente, el occidental, el de los ejércitos aliados. Mientras los americanos liberan Francia y Bélgica, los rusos, en el este, liberan Polonia –y en particular el famoso campo de exterminio de Auschwitz – Checoslovaquia, Hungría, Noruega, Rumanía, Bulgaria.

    A finales de abril de 1945 se encontraron los dos frentes, el occidental y el oriental, en el río Elba, en Alemania. No es difícil comparar la extensión de los territorios liberados por los rusos y por las tropas americanas, basta con echar un vistazo al mapa de Europa. Solo hay que comparar la distancia de Francia a Alemania, y la distancia de Stalingrado a Alemania. El 80 % de las fuerzas nazis habían sido destruidas por la Unión Soviética.

    Por fin, el 1 de mayo de 1945 unos soldados rusos plantaron su bandera en el Reichstag. Y el 8 de mayo se firmó el acta de rendición incondicional de Alemania.

    Los primeros trenes con soldados que volvían del frente después de la victoria fueron recibidos en la estación de Bielorrusia, en Moscú. Flores, alegría y lágrimas sin fin. A recibir los trenes que regresaban del frente acudieron también aquellos que ya no tenían a quién recibir. Aquellas lágrimas siguen vivas cada vez que vemos una película sobre la guerra y la victoria, cada vez que escuchamos una canción sobre la guerra y la victoria, cada vez que leemos un libro. Mientras en los corazones de los rusos sigan viviendo esas lágrimas, nosotros viviremos, respiraremos, no habremos muerto.


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