Yo creo que lo que se puede aprender de Julio Anguita es que el futuro de la clase trabajadora está en las manos de la clase trabajadora.
Es decir, que si todos los que, para sobrevivir, le tienen que vender a un capitalista su propia fuerza de trabajo, física y mental, se deciden a dejar de ser esclavos, a formarse, estudiar y actuar unidos, organizados y con disciplina, serán capaces de crear un orden social, nuevo y duradero, donde la vida humana, digna, libre, culta y solidaria sea la prioridad y el primer valor social.
Y mientras no sea así, mientras entre la clase trabajadora el individualismo sea la mentalidad dominante, y el trabajador se limite a lamentar su mala suerte, lo poco que le pagan, lo precario de su contrato, y, en definitiva, lo mal que vive y lo negro que ve su futuro, el trabajador no dejará de ser un pelele en manos del capital.
Supongo que por eso Anguita fue tan admirado como incómodo, porque no ofrecía compasión ni proponía limosnas, sino que nos llamaba a la acción, a la lucha, a crear unidos y con nuestras propias manos, una sociedad mejor. “No os quejéis, ¡luchad!.”, “no os quejéis, ¡uníos!”, “no os quejéis, ¡estudiad!” eran sus ideas fundamentales.
A la clase obrera española, en su mayoría rendida, sometida, perezosa para el estudio y cobarde para la lucha, le decía “¡ten dignidad, ponte en pie, lucha por lo que es tuyo!”. Esa actitud irreductible y combativa le convirtió en el peor enemigo de la podrida casta política, financiera y mediática que se apropió de nuestro país como de un cortijo, primero bajo la dictadura de Franco y luego con el neoliberalismo a sangre y fuego de los gemelos PSOE y PP.
Anguita se pasó toda la vida apelando al orgullo de la clase trabajadora, a su capacidad de combate, de conquista y de construcción de un país mejor, de una sociedad mejor, donde los trabajadores decidan y realicen su propio futuro. Y a defender una España digna y soberana, que dejara de ser la criadita fiel y sufridora de la OTAN y de la Unión Europea.
Ha sido una figura irrepetible y a día de hoy, no hay ningún dirigente político a la altura de su ímpetu, su inteligencia, su coherencia y su cultura.
Nunca le gustó que, por sus admiradores, se le considerara un santo al que poner velas, porque creía, no por falsa modestia, sino porque es una verdad política básica, que la salvación de la clase obrera no está en un líder genial, sino en la lucha colectiva.
Así que yo creo que su última mensaje sería el de que le lloremos lo justo, pero que, sobre todo, estudiemos, luchemos, pensemos por nosotros mismos, y nunca nos conformemos con ser los esclavos de nadie.
Él nunca quiso seguidores, quiso compañeros en la misma causa de rebeldía y de dignidad que comparten todos los hombres y mujeres que hacen que todavía se pueda creer en el ser humano.
¡Honor y gloria al camarada Julio Anguita González! ¡Hasta la victoria siempre!
Es decir, que si todos los que, para sobrevivir, le tienen que vender a un capitalista su propia fuerza de trabajo, física y mental, se deciden a dejar de ser esclavos, a formarse, estudiar y actuar unidos, organizados y con disciplina, serán capaces de crear un orden social, nuevo y duradero, donde la vida humana, digna, libre, culta y solidaria sea la prioridad y el primer valor social.
Y mientras no sea así, mientras entre la clase trabajadora el individualismo sea la mentalidad dominante, y el trabajador se limite a lamentar su mala suerte, lo poco que le pagan, lo precario de su contrato, y, en definitiva, lo mal que vive y lo negro que ve su futuro, el trabajador no dejará de ser un pelele en manos del capital.
Supongo que por eso Anguita fue tan admirado como incómodo, porque no ofrecía compasión ni proponía limosnas, sino que nos llamaba a la acción, a la lucha, a crear unidos y con nuestras propias manos, una sociedad mejor. “No os quejéis, ¡luchad!.”, “no os quejéis, ¡uníos!”, “no os quejéis, ¡estudiad!” eran sus ideas fundamentales.
A la clase obrera española, en su mayoría rendida, sometida, perezosa para el estudio y cobarde para la lucha, le decía “¡ten dignidad, ponte en pie, lucha por lo que es tuyo!”. Esa actitud irreductible y combativa le convirtió en el peor enemigo de la podrida casta política, financiera y mediática que se apropió de nuestro país como de un cortijo, primero bajo la dictadura de Franco y luego con el neoliberalismo a sangre y fuego de los gemelos PSOE y PP.
Anguita se pasó toda la vida apelando al orgullo de la clase trabajadora, a su capacidad de combate, de conquista y de construcción de un país mejor, de una sociedad mejor, donde los trabajadores decidan y realicen su propio futuro. Y a defender una España digna y soberana, que dejara de ser la criadita fiel y sufridora de la OTAN y de la Unión Europea.
Ha sido una figura irrepetible y a día de hoy, no hay ningún dirigente político a la altura de su ímpetu, su inteligencia, su coherencia y su cultura.
Nunca le gustó que, por sus admiradores, se le considerara un santo al que poner velas, porque creía, no por falsa modestia, sino porque es una verdad política básica, que la salvación de la clase obrera no está en un líder genial, sino en la lucha colectiva.
Así que yo creo que su última mensaje sería el de que le lloremos lo justo, pero que, sobre todo, estudiemos, luchemos, pensemos por nosotros mismos, y nunca nos conformemos con ser los esclavos de nadie.
Él nunca quiso seguidores, quiso compañeros en la misma causa de rebeldía y de dignidad que comparten todos los hombres y mujeres que hacen que todavía se pueda creer en el ser humano.
¡Honor y gloria al camarada Julio Anguita González! ¡Hasta la victoria siempre!