La guerra civil española y la segunda guerra mundial
artículo de Daniel Campione
publicado en La Haine en mayo de 2020
Si bien España no participó formalmente en la segunda guerra mundial, los vasos comunicantes entre los españoles y el conflicto fueron múltiples
La guerra civil española puede ser interpretada como el preámbulo del conflicto mundial. En el contexto de la guerra hispana, Alemania e Italia desarrollan por primera vez una acción militar en conjunto, expresada tanto en las fuerzas en el terreno (La Legión Cóndor y el cuerpo de tropas “voluntarias” italianas) como en la venta de armamento. Sobre todo el de mayor complejidad técnica y poder de fuego (aviones, artillería antiaérea, tanques, artillería pesada, ametralladoras). Se ha dicho con razón que la guerra civil fue el campo de pruebas para nuevo armamento e innovadoras tácticas de combate que tuvieron las potencias fascistas.
Frente a ellos, la Unión Soviética y la Internacional Comunista, la primera con venta de armas y aporte de “asesores militares”, pilotos y tanquistas. La segunda mediante el reclutamiento de decenas de miles de auténticos voluntarios de todo el mundo, muchos de ellos militantes comunistas, que integraron las Brigadas Internacionales, tropas de choque en momentos decisivos de la guerra, como la defensa de Madrid, el Jarama o Guadalajara. Terminada la guerra, los aliados de Franco continuaron por otras vías su colaboración con el régimen español. La policía política española, protagonista de las terribles persecuciones de la postguerra, fue organizada con el asesoramiento de Heinrich Himmler, el responsable de las SS hitlerianas.
Las “grandes democracias”, Francia y Gran Bretaña, tuvieron un rol vergonzoso. Su política de la época era “apaciguar” a Hitler mediante concesiones de todo tipo. La actitud en España respondió a esa lógica. Frente al involucramiento italiano y alemán en el escenario español, inventaron la “no intervención”, supuesto mecanismo de preservación de la neutralidad, que sólo sirvió para facilitar la asistencia a los militares sublevados.
Se negaron no ya a cualquier intervención a favor del gobierno legítimo, sino que rechazaron la venta de armas tanto por su parte como de otros países, obstaculizaron la llegada de los voluntarios internacionales, desoyeron los reclamos del gobierno español en la Sociedad de Naciones. Los intereses, sobre todo británicos, en la minería, las finanzas, el transporte y los servicios públicos españoles, se consideraban mejor protegidos por los militares fascistas que por el Frente Popular, y obraron en consecuencia. Similar orientación tuvo la política norteamericana, que dictó un “embargo” de armamentos para ambos bandos, mientras Texaco y otras empresas vendían petróleo a los “nacionales”.
Los militares golpistas portaban ideología y prácticas con un claro cariz fascista. El golpe y la guerra posterior fue para ellos una “cruzada” contra el bolchevismo. Si descontamos el compromiso católico del franquismo, ausente en los fascismos italiano y alemán; el anticomunismo radical, el nacionalismo exacerbado de vocación imperialista, la impugnación no sólo de las ideas socialistas sino a la democracia liberal y a toda la tradición de la ilustración; eran ideas comunes a todas las expresiones fascistas participantes en la guerra. Las prácticas de represión sanguinaria, de vocación genocida, colocar al adversario fuera de la comunidad nacional, de la sociedad “sana”, incluso su deshumanización, también fueron compartidas por los “nacionales” con sus aliados nazifascistas
La resistencia de obreros y campesinos armados al golpe de los generales derivó en un proceso revolucionario, expresado en colectivizaciones, en la conformación de órganos de autogobierno popular, en la formación de batallones identificados con organizaciones sindicales de orientación anticapitalista y de partidos políticos. Aplastar esa revolución fue una prioridad para los fascistas europeos, que empeñaron amplios recursos para conseguirlo y finalmente lo lograron. Lo que no pudieron anular fue la voluntad de lucha de los revolucionarios hispanos. España fue el primer episodio de lo que Hitler denominó “guerra de exterminio contra el bolchevismo”, que retomaría al invadir la Unión Soviética, en junio de 1941.
El régimen franquista quería participar en la guerra mundial, aunque fuera para subirse al carro de los vencedores (Franco estuvo convencido al menos hasta Stalingrado de que los fascismos ganaban la guerra). Constituye un mito la idea de que el Caudillo evitó con tino y habilidad el ingreso de España en la guerra. Incluso en la famosa conferencia con Hitler de octubre de 1940, si bien declinó la entrada inmediata en la contienda, se comprometió a hacerlo cuando hubiera mejores condiciones. España estaba devastada y los nazis no estaban dispuestos a prestar la cuantiosa ayuda en armas y en todo tipo de recursos que el español reclamaba para tomar parte en el conflicto, además de sus desmedidas reclamaciones territoriales y coloniales (Gibraltar, todo Marruecos, una parte de Argelia).
Salvo la participación abierta en el conflicto, la dictadura española prestó todo tipo de asistencia a las potencias del Eje. No adoptó la neutralidad sino la “no beligerancia”, mientras brindaba facilidades para el espionaje alemán, permitía repostar en los puertos españoles a los submarinos del Eje, convertía el enclave de Tánger, ocupado 'ad hoc', en una base para variadas actividades de apoyo bélico. Materias primas españolas, en particular minerales de valor estratégico, fueron exportados en grandes cantidades, sobre todo a Alemania. La prensa oficial y los discursos de los jerarcas de la “Nueva España” alentaban sin tapujos al bando del Eje.
Cuando se produjo la invasión de la Unión Soviética, se pergeñó la teoría de las “dos guerras”, de acuerdo a la cual España no se enfrentaba a las potencias occidentales pero sí estaba en guerra con la URSS, nueva cruzada antibolchevique que se plasmó en la División Azul, integrada por varios millares de voluntarios falangistas que formaron parte de la invasión y pelearon [sin pena ni gloria] en varias batallas en suelo soviético. En su momento los nazis retribuyeron atenciones remitiendo a España desde Francia a dirigentes republicanos, que fueron juzgados y ejecutados: Lluis Companys, Julian Zugazagoitía y Joan Peiró, entre los más destacados
Los vencidos en la guerra española no abandonaron la lucha. Los ex combatientes exiliados en Francia se sumaron por miles a la Resistencia, los que estaban en el norte de África se incorporaron a las tropas francesas que luchaban contra el nazismo desde allí. Así la hazaña de la 9, la agrupación de combatientes españoles que ingresó en París encabezada por sus tanques llamados “Teruel”, “Guadalajara” o “Don Quijote” y luego tomó parte en el asalto de los últimos reductos del régimen hitleriano. Los resistentes del interior de Francia llegaron a librar combates por su cuenta y hasta a vencer a los invasores nazis.
En 1944, ya recuperada Francia de manos de los alemanes, su objetivo viró al derrocamiento del fascismo español. Entraron en España por el Valle de Arán, una operación frustrada, pero reveladora de la inagotable voluntad de combate de quienes pelearon en dos guerras seguidas contra el fascismo. Pese al repliegue hacia territorio francés, no fueron pocos los combatientes que se infiltraron de todos modos en España, para proseguir la lucha en las guerrillas rurales o en la actividad política clandestina en las ciudades.
Muchos expatriados fueron recluidos en los campos nazis, sobre todo en Mauthausen. Aún en las espantosas condiciones del cautiverio, los trabajos forzados, las palizas de los guardianes, la vigilancia obsesiva de los SS, convirtieron a los recintos nazis en otros espacios de resistencia. Lograron salvar vidas y dejar testimonio valioso de la barbarie (en lugar destacado Francesc Boix, “el fotógrafo de Mauthausen”). Muchos murieron allí, atrapados en el infierno nazi, como parte de los millones de víctimas del exterminio hitleriano. Su memoria ha sido rescatada en años recientes.
Si bien España no participó formalmente en la segunda guerra mundial, los vasos comunicantes entre los españoles y el conflicto fueron, como se ha visto, múltiples y de sentido contrapuesto. Mientras el estado español conducido por Franco tuvo una actitud más que complaciente hacia la causa del nazifascismo, los que habían sido vencidos en la guerra siguieron brindando su espíritu de lucha y su sangre en los campos de batalla. Para ellos la guerra civil y el conflicto mundial fueron una continuidad, y tomaron parte de ambos, en pos de una misma causa.
artículo de Daniel Campione
publicado en La Haine en mayo de 2020
Si bien España no participó formalmente en la segunda guerra mundial, los vasos comunicantes entre los españoles y el conflicto fueron múltiples
La guerra civil española puede ser interpretada como el preámbulo del conflicto mundial. En el contexto de la guerra hispana, Alemania e Italia desarrollan por primera vez una acción militar en conjunto, expresada tanto en las fuerzas en el terreno (La Legión Cóndor y el cuerpo de tropas “voluntarias” italianas) como en la venta de armamento. Sobre todo el de mayor complejidad técnica y poder de fuego (aviones, artillería antiaérea, tanques, artillería pesada, ametralladoras). Se ha dicho con razón que la guerra civil fue el campo de pruebas para nuevo armamento e innovadoras tácticas de combate que tuvieron las potencias fascistas.
Frente a ellos, la Unión Soviética y la Internacional Comunista, la primera con venta de armas y aporte de “asesores militares”, pilotos y tanquistas. La segunda mediante el reclutamiento de decenas de miles de auténticos voluntarios de todo el mundo, muchos de ellos militantes comunistas, que integraron las Brigadas Internacionales, tropas de choque en momentos decisivos de la guerra, como la defensa de Madrid, el Jarama o Guadalajara. Terminada la guerra, los aliados de Franco continuaron por otras vías su colaboración con el régimen español. La policía política española, protagonista de las terribles persecuciones de la postguerra, fue organizada con el asesoramiento de Heinrich Himmler, el responsable de las SS hitlerianas.
Las “grandes democracias”, Francia y Gran Bretaña, tuvieron un rol vergonzoso. Su política de la época era “apaciguar” a Hitler mediante concesiones de todo tipo. La actitud en España respondió a esa lógica. Frente al involucramiento italiano y alemán en el escenario español, inventaron la “no intervención”, supuesto mecanismo de preservación de la neutralidad, que sólo sirvió para facilitar la asistencia a los militares sublevados.
Se negaron no ya a cualquier intervención a favor del gobierno legítimo, sino que rechazaron la venta de armas tanto por su parte como de otros países, obstaculizaron la llegada de los voluntarios internacionales, desoyeron los reclamos del gobierno español en la Sociedad de Naciones. Los intereses, sobre todo británicos, en la minería, las finanzas, el transporte y los servicios públicos españoles, se consideraban mejor protegidos por los militares fascistas que por el Frente Popular, y obraron en consecuencia. Similar orientación tuvo la política norteamericana, que dictó un “embargo” de armamentos para ambos bandos, mientras Texaco y otras empresas vendían petróleo a los “nacionales”.
Los militares golpistas portaban ideología y prácticas con un claro cariz fascista. El golpe y la guerra posterior fue para ellos una “cruzada” contra el bolchevismo. Si descontamos el compromiso católico del franquismo, ausente en los fascismos italiano y alemán; el anticomunismo radical, el nacionalismo exacerbado de vocación imperialista, la impugnación no sólo de las ideas socialistas sino a la democracia liberal y a toda la tradición de la ilustración; eran ideas comunes a todas las expresiones fascistas participantes en la guerra. Las prácticas de represión sanguinaria, de vocación genocida, colocar al adversario fuera de la comunidad nacional, de la sociedad “sana”, incluso su deshumanización, también fueron compartidas por los “nacionales” con sus aliados nazifascistas
La resistencia de obreros y campesinos armados al golpe de los generales derivó en un proceso revolucionario, expresado en colectivizaciones, en la conformación de órganos de autogobierno popular, en la formación de batallones identificados con organizaciones sindicales de orientación anticapitalista y de partidos políticos. Aplastar esa revolución fue una prioridad para los fascistas europeos, que empeñaron amplios recursos para conseguirlo y finalmente lo lograron. Lo que no pudieron anular fue la voluntad de lucha de los revolucionarios hispanos. España fue el primer episodio de lo que Hitler denominó “guerra de exterminio contra el bolchevismo”, que retomaría al invadir la Unión Soviética, en junio de 1941.
El régimen franquista quería participar en la guerra mundial, aunque fuera para subirse al carro de los vencedores (Franco estuvo convencido al menos hasta Stalingrado de que los fascismos ganaban la guerra). Constituye un mito la idea de que el Caudillo evitó con tino y habilidad el ingreso de España en la guerra. Incluso en la famosa conferencia con Hitler de octubre de 1940, si bien declinó la entrada inmediata en la contienda, se comprometió a hacerlo cuando hubiera mejores condiciones. España estaba devastada y los nazis no estaban dispuestos a prestar la cuantiosa ayuda en armas y en todo tipo de recursos que el español reclamaba para tomar parte en el conflicto, además de sus desmedidas reclamaciones territoriales y coloniales (Gibraltar, todo Marruecos, una parte de Argelia).
Salvo la participación abierta en el conflicto, la dictadura española prestó todo tipo de asistencia a las potencias del Eje. No adoptó la neutralidad sino la “no beligerancia”, mientras brindaba facilidades para el espionaje alemán, permitía repostar en los puertos españoles a los submarinos del Eje, convertía el enclave de Tánger, ocupado 'ad hoc', en una base para variadas actividades de apoyo bélico. Materias primas españolas, en particular minerales de valor estratégico, fueron exportados en grandes cantidades, sobre todo a Alemania. La prensa oficial y los discursos de los jerarcas de la “Nueva España” alentaban sin tapujos al bando del Eje.
Cuando se produjo la invasión de la Unión Soviética, se pergeñó la teoría de las “dos guerras”, de acuerdo a la cual España no se enfrentaba a las potencias occidentales pero sí estaba en guerra con la URSS, nueva cruzada antibolchevique que se plasmó en la División Azul, integrada por varios millares de voluntarios falangistas que formaron parte de la invasión y pelearon [sin pena ni gloria] en varias batallas en suelo soviético. En su momento los nazis retribuyeron atenciones remitiendo a España desde Francia a dirigentes republicanos, que fueron juzgados y ejecutados: Lluis Companys, Julian Zugazagoitía y Joan Peiró, entre los más destacados
Los vencidos en la guerra española no abandonaron la lucha. Los ex combatientes exiliados en Francia se sumaron por miles a la Resistencia, los que estaban en el norte de África se incorporaron a las tropas francesas que luchaban contra el nazismo desde allí. Así la hazaña de la 9, la agrupación de combatientes españoles que ingresó en París encabezada por sus tanques llamados “Teruel”, “Guadalajara” o “Don Quijote” y luego tomó parte en el asalto de los últimos reductos del régimen hitleriano. Los resistentes del interior de Francia llegaron a librar combates por su cuenta y hasta a vencer a los invasores nazis.
En 1944, ya recuperada Francia de manos de los alemanes, su objetivo viró al derrocamiento del fascismo español. Entraron en España por el Valle de Arán, una operación frustrada, pero reveladora de la inagotable voluntad de combate de quienes pelearon en dos guerras seguidas contra el fascismo. Pese al repliegue hacia territorio francés, no fueron pocos los combatientes que se infiltraron de todos modos en España, para proseguir la lucha en las guerrillas rurales o en la actividad política clandestina en las ciudades.
Muchos expatriados fueron recluidos en los campos nazis, sobre todo en Mauthausen. Aún en las espantosas condiciones del cautiverio, los trabajos forzados, las palizas de los guardianes, la vigilancia obsesiva de los SS, convirtieron a los recintos nazis en otros espacios de resistencia. Lograron salvar vidas y dejar testimonio valioso de la barbarie (en lugar destacado Francesc Boix, “el fotógrafo de Mauthausen”). Muchos murieron allí, atrapados en el infierno nazi, como parte de los millones de víctimas del exterminio hitleriano. Su memoria ha sido rescatada en años recientes.
Si bien España no participó formalmente en la segunda guerra mundial, los vasos comunicantes entre los españoles y el conflicto fueron, como se ha visto, múltiples y de sentido contrapuesto. Mientras el estado español conducido por Franco tuvo una actitud más que complaciente hacia la causa del nazifascismo, los que habían sido vencidos en la guerra siguieron brindando su espíritu de lucha y su sangre en los campos de batalla. Para ellos la guerra civil y el conflicto mundial fueron una continuidad, y tomaron parte de ambos, en pos de una misma causa.