La verdad sobre la Segunda Guerra Mundial
Alan Woods - julio de 2004
—6 mensajes—
El presente artículo fue escrito por el autor en el de contexto del 60 aniversario del llamado «Día D», bajo el título: «60º Aniversario del Día D. La verdad sobre la Segunda Guerra Mundial». En este se hace un análisis sobre el final de la Segunda Guerra Mundial, sobre el papel del imperialismo, el stalinismo y la derrota del fascismo por parte del Ejército Rojo.
El pasado mes de junio se cumplieron sesenta años del día que, en una mañana desapacible de tormenta, las tropas aliadas desembarcaron en las playas de Normandía. Este fue el Día D, la tan largamente aplazada invasión de Europa. Una semana después de las celebraciones oficiales visité Normandía con algunos amigos y compañeros. Hoy las mismas playas están plácidas y tranquilas. Paseando por las playas durante un brillante y soleado día de junio era difícil imaginar las terribles escenas de caos y carnicería que se vivieron hace sesenta años, cuando ni siquiera la mitad de los hombres consiguieron salir de la playa de Omaha porque antes fueron derribados por el fuego mortal de las armas alemanas.
La historia del Día D se ha contado en muchas ocasiones. A la opinión pública ha llegado una impresión conmovedora a través de películas como El día más largo y, más recientemente, Salvar al soldado Ryan. Las recientes celebraciones, acompañadas por toda una serie de documentales de televisión, han reavivado las historias sobre la heroica invasión de Francia, el terrible coste de vidas humanas, el sacrificio y el valor. Todo esto es cierto, pero no nos cuenta toda la historia.
Los cementerios militares, con sus interminables hileras de cruces, proporcionan una información detallada pero no pueden decir todo lo ocurrido. El cementerio estadounidense es como un jardín maravillosamente cuidado, con música de fondo de campanas que tocan melodías como El himno de batalla de la República y ancianos engalanados con medallas que lloran por los compañeros y la juventud que perdieron.
Hay una cosa curiosa que me llamó la atención. Las cruces del cementerio norteamericano sólo ponen la fecha de la muerte. No hay fecha de nacimiento. Parece que los soldados nunca nacieron, sólo murieron. Para que fuera ésta su única función en la vida. Murieron para que los demás puedan vivir en paz y democracia. En cualquier caso esa es la leyenda oficial. La verdad sobre la guerra es algo diferente. Pero en aniversarios como éste, lo último que se busca es la verdad.
Las celebraciones oficiales del Día D fueron como una elaborada pieza teatral. Como en el teatro, todo estuvo cuidadosamente ensayado y orquestado. Este año el papel de empresario lo jugó habilidosamente Jacques Chirac y el gobierno francés. Como se podría esperar lo hicieron con gran brillantez. Los pueblos y las ciudades estaban todos cubiertos con banderas de los aliados y placas con frases como: «Bienvenidos libertadores» y «Gracias». Todo muy conmovedor.
Sí, conmovedor, pero también un poco sorprendente. Después de todo se trataba del sesenta aniversario. En el cincuenta aniversario, que es una fecha más lógica para las celebraciones, el escenario fue bastante diferente. Las celebraciones entonces fueron a una escala mucho menor. Las celebraciones oficiales prácticamente se limitaron a un puñado de dignatarios. Muchos de ellos fueron acordonados para separarles del público.
¿Cuál es la diferencia en esta ocasión? Claramente está más en juego que la memoria histórica. Tiene más que ver con nuestros propios tiempos y el hecho de que, después del enfrentamiento entre Europa y EEUU con relación a Iraq, los gobiernos europeos, y Francia en primer lugar, estaban ansiosos por reparar los puentes rotos. Molesto por las críticas norteamericanas de «ingratitud», el gobierno francés está intentando demostrar su compromiso sincero con la Alianza del Atlántico Norte. El aniversario del Día D fue la excusa perfecta.
Muchos antiguos soldados estadounidenses que visitaron Francia durante las últimas semanas sin duda quedaron sinceramente conmovidos ante la bienvenida que recibieron de la población francesa normal, que a su vez era sincera en su deseo de prestar un tributo a los soldados que arriesgaron todo luchando en una guerra sangrienta contra el fascismo. Cuando los hombres y mujeres corrientes hablaban de su deseo de vivir en paz y libertad, sin duda eran sinceros. Pero las palabras y los hechos de la población corriente es una cosa y los de sus gobiernos y clases dominantes es otra bien distinta.
La debilidad de Alemania
La invasión a través del Canal en el verano de 1944 fue sin duda una hazaña inmensa de planificación militar, que necesitó de unos recursos y mano de obra colosales. Los alemanes habían fortificado la línea costera con búnkeres y artillería, un enorme sistema defensivo conocido como Muro Atlántico. A pesar de los duros bombardeos las fuerzas alemanas mantenían una fuerza considerable. Me sorprendió ver que, incluso hoy, varios búnkeres alemanes (con algunas armas dentro aún) se mantienen en pie, desafiando el tiempo como si fueran grotescos castillos arruinados rodeados de los cráteres provocados por las bombas.
Pero la historia de la guerra demuestra que las murallas y los búnkeres son poco útiles si no hay fuerzas serias para defenderlos. En 1940 Francia se sentía segura detrás de las defensas supuestamente inquebrantables de la Línea Maginot, hasta que el ejército alemán las rodeó. El comandante alemán Rundstedt se quejó a sus colegas más cercanos de que la muralla no era otra cosa que una gigantesca mentira, un «muro propagandístico». Creía que se debía atacar duramente a los invasores mientras que éstos aún estaban en las playas y empujarlos al mar. Esto requería blindados móviles y no unas defensas estáticas. Desgraciadamente, Rundstedt sabía que sus fuerzas eran reducidas y en general de pobre calidad:
«La mayoría de las tropas estacionadas en Francia eran chicos desentrenados o alemanes de la etnia Volksdeutscheg procedente de Europa del Este. Incluso había prisioneros de guerra soviéticos, armenios, georgianos, cosacos y otros grupos que odiaban a los rusos y querían ver libre su patria de comunismo. El armamento de las divisiones costeras era también de segunda fila, la mayoría fabricado en el extranjero y obsoleto» (M. Veranov, The Third Reich at War, pág. 490).
Alarmado ante la perspectiva de una invasión aliada de Francia, Hitler envió a su general más famoso, el legendario mariscal Erwin Rommel, antiguo comandante del Afrika Korps, para asegurar las defensas costeras. El alto mando alemán esperaba beneficiarse de la experiencia de Rommel y de su sólido conocimiento técnico, también esperaba que su presencia calmaría a la opinión pública alemana y preocuparía a los aliados. Pero Rommel se quedó conmocionado al ver la relativa debilidad de las defensas alemanas y particularmente por la ausencia de fuerzas efectivas de lucha.
«Rommel se quedó consternado ante lo que encontró. Quedó conmocionado por la ausencia de un plan estratégico global. Al principio descartó la idea de la Muralla Atlántica catalogándola de producto de la imaginación de Hitler, la llamó Babia (Wolkenkucksheim). Inspeccionó las tropas y vio que apenas eran las adecuadas. Desechó a la Armada y la fuerza aérea por ser casi inútiles: la Luftwaffe podría reunir a no más de 300 aviones de combate útiles frente a los miles de aviones británicos y estadounidenses que se esperaba surcaran los cielos cuando empezara la invasión de las playas, la Armada sólo tenía un puñado de barcos.
Dada la manifiesta debilidad de las fuerzas alemanas, Rommel no encontró otra alternativa que centrar las fuerzas en detener a los invasores al borde del agua. Por su experiencia en el norte de África, estaba convencido de que los aviones de combate y bombarderos aliados descartarían cualquier movimiento a gran escala de las tropas alemanas, ya que esperarían contraatacar contra una cabeza de playa establecida» (Ibíd., pág. 490).
La única posibilidad para los alemanes era detener la invasión en las playas. Como demuestran las líneas anteriores, esta táctica estaba determinada por la debilidad y no por la fortaleza. Los alemanes concentraron sus mejores fuerzas para este propósito, con resultados letales. Cerca de Saint Laurent, todavía se puede ver dentro de un búnker un poderoso cañón antitanque de 88 milímetros. Desde esta posición estratégica, con un alcance que abarcaba toda la playa de Omaha, es fácil imaginar el efecto devastador de estas armas, combinado con el fuego incesante de las ametralladoras apuntando hacia la orilla, destruyendo los tanques y matando a un montón de soldados.
Era tal la intensidad del fuego alemán que un comandante naval desembarcó prematuramente 29 tanques Sherman, supuestamente anfibios, demasiado lejos de las aguas en calma y cerca de la playa, 27 de estos tanques fueron directamente al fondo del mar con todas sus tripulaciones. Esto dejó a los hombres del Regimiento 116 sin los tanques vitales para cubrirles cuando estuvieran en la playa. Sólo el primer día murieron, desaparecieron o cayeron heridos más de 2.000 soldados estadounidenses y británicos.
A pesar de las enormes pérdidas sufridas en las playas de Normandía una vez desembarcaron las fuerzas británicas y estadounidenses el resultado era una conclusión inevitable. Las fuerzas alemanas eran demasiado débiles para ofrecer una resistencia efectiva. La razón de esta lamentable situación está clara. Hitler había estado agotando las reservas estacionadas en Francia para hacer frente a las enorme pérdidas que había tenido en el frente ruso.
Alan Woods - julio de 2004
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El presente artículo fue escrito por el autor en el de contexto del 60 aniversario del llamado «Día D», bajo el título: «60º Aniversario del Día D. La verdad sobre la Segunda Guerra Mundial». En este se hace un análisis sobre el final de la Segunda Guerra Mundial, sobre el papel del imperialismo, el stalinismo y la derrota del fascismo por parte del Ejército Rojo.
El pasado mes de junio se cumplieron sesenta años del día que, en una mañana desapacible de tormenta, las tropas aliadas desembarcaron en las playas de Normandía. Este fue el Día D, la tan largamente aplazada invasión de Europa. Una semana después de las celebraciones oficiales visité Normandía con algunos amigos y compañeros. Hoy las mismas playas están plácidas y tranquilas. Paseando por las playas durante un brillante y soleado día de junio era difícil imaginar las terribles escenas de caos y carnicería que se vivieron hace sesenta años, cuando ni siquiera la mitad de los hombres consiguieron salir de la playa de Omaha porque antes fueron derribados por el fuego mortal de las armas alemanas.
La historia del Día D se ha contado en muchas ocasiones. A la opinión pública ha llegado una impresión conmovedora a través de películas como El día más largo y, más recientemente, Salvar al soldado Ryan. Las recientes celebraciones, acompañadas por toda una serie de documentales de televisión, han reavivado las historias sobre la heroica invasión de Francia, el terrible coste de vidas humanas, el sacrificio y el valor. Todo esto es cierto, pero no nos cuenta toda la historia.
Los cementerios militares, con sus interminables hileras de cruces, proporcionan una información detallada pero no pueden decir todo lo ocurrido. El cementerio estadounidense es como un jardín maravillosamente cuidado, con música de fondo de campanas que tocan melodías como El himno de batalla de la República y ancianos engalanados con medallas que lloran por los compañeros y la juventud que perdieron.
Hay una cosa curiosa que me llamó la atención. Las cruces del cementerio norteamericano sólo ponen la fecha de la muerte. No hay fecha de nacimiento. Parece que los soldados nunca nacieron, sólo murieron. Para que fuera ésta su única función en la vida. Murieron para que los demás puedan vivir en paz y democracia. En cualquier caso esa es la leyenda oficial. La verdad sobre la guerra es algo diferente. Pero en aniversarios como éste, lo último que se busca es la verdad.
Las celebraciones oficiales del Día D fueron como una elaborada pieza teatral. Como en el teatro, todo estuvo cuidadosamente ensayado y orquestado. Este año el papel de empresario lo jugó habilidosamente Jacques Chirac y el gobierno francés. Como se podría esperar lo hicieron con gran brillantez. Los pueblos y las ciudades estaban todos cubiertos con banderas de los aliados y placas con frases como: «Bienvenidos libertadores» y «Gracias». Todo muy conmovedor.
Sí, conmovedor, pero también un poco sorprendente. Después de todo se trataba del sesenta aniversario. En el cincuenta aniversario, que es una fecha más lógica para las celebraciones, el escenario fue bastante diferente. Las celebraciones entonces fueron a una escala mucho menor. Las celebraciones oficiales prácticamente se limitaron a un puñado de dignatarios. Muchos de ellos fueron acordonados para separarles del público.
¿Cuál es la diferencia en esta ocasión? Claramente está más en juego que la memoria histórica. Tiene más que ver con nuestros propios tiempos y el hecho de que, después del enfrentamiento entre Europa y EEUU con relación a Iraq, los gobiernos europeos, y Francia en primer lugar, estaban ansiosos por reparar los puentes rotos. Molesto por las críticas norteamericanas de «ingratitud», el gobierno francés está intentando demostrar su compromiso sincero con la Alianza del Atlántico Norte. El aniversario del Día D fue la excusa perfecta.
Muchos antiguos soldados estadounidenses que visitaron Francia durante las últimas semanas sin duda quedaron sinceramente conmovidos ante la bienvenida que recibieron de la población francesa normal, que a su vez era sincera en su deseo de prestar un tributo a los soldados que arriesgaron todo luchando en una guerra sangrienta contra el fascismo. Cuando los hombres y mujeres corrientes hablaban de su deseo de vivir en paz y libertad, sin duda eran sinceros. Pero las palabras y los hechos de la población corriente es una cosa y los de sus gobiernos y clases dominantes es otra bien distinta.
La debilidad de Alemania
La invasión a través del Canal en el verano de 1944 fue sin duda una hazaña inmensa de planificación militar, que necesitó de unos recursos y mano de obra colosales. Los alemanes habían fortificado la línea costera con búnkeres y artillería, un enorme sistema defensivo conocido como Muro Atlántico. A pesar de los duros bombardeos las fuerzas alemanas mantenían una fuerza considerable. Me sorprendió ver que, incluso hoy, varios búnkeres alemanes (con algunas armas dentro aún) se mantienen en pie, desafiando el tiempo como si fueran grotescos castillos arruinados rodeados de los cráteres provocados por las bombas.
Pero la historia de la guerra demuestra que las murallas y los búnkeres son poco útiles si no hay fuerzas serias para defenderlos. En 1940 Francia se sentía segura detrás de las defensas supuestamente inquebrantables de la Línea Maginot, hasta que el ejército alemán las rodeó. El comandante alemán Rundstedt se quejó a sus colegas más cercanos de que la muralla no era otra cosa que una gigantesca mentira, un «muro propagandístico». Creía que se debía atacar duramente a los invasores mientras que éstos aún estaban en las playas y empujarlos al mar. Esto requería blindados móviles y no unas defensas estáticas. Desgraciadamente, Rundstedt sabía que sus fuerzas eran reducidas y en general de pobre calidad:
«La mayoría de las tropas estacionadas en Francia eran chicos desentrenados o alemanes de la etnia Volksdeutscheg procedente de Europa del Este. Incluso había prisioneros de guerra soviéticos, armenios, georgianos, cosacos y otros grupos que odiaban a los rusos y querían ver libre su patria de comunismo. El armamento de las divisiones costeras era también de segunda fila, la mayoría fabricado en el extranjero y obsoleto» (M. Veranov, The Third Reich at War, pág. 490).
Alarmado ante la perspectiva de una invasión aliada de Francia, Hitler envió a su general más famoso, el legendario mariscal Erwin Rommel, antiguo comandante del Afrika Korps, para asegurar las defensas costeras. El alto mando alemán esperaba beneficiarse de la experiencia de Rommel y de su sólido conocimiento técnico, también esperaba que su presencia calmaría a la opinión pública alemana y preocuparía a los aliados. Pero Rommel se quedó conmocionado al ver la relativa debilidad de las defensas alemanas y particularmente por la ausencia de fuerzas efectivas de lucha.
«Rommel se quedó consternado ante lo que encontró. Quedó conmocionado por la ausencia de un plan estratégico global. Al principio descartó la idea de la Muralla Atlántica catalogándola de producto de la imaginación de Hitler, la llamó Babia (Wolkenkucksheim). Inspeccionó las tropas y vio que apenas eran las adecuadas. Desechó a la Armada y la fuerza aérea por ser casi inútiles: la Luftwaffe podría reunir a no más de 300 aviones de combate útiles frente a los miles de aviones británicos y estadounidenses que se esperaba surcaran los cielos cuando empezara la invasión de las playas, la Armada sólo tenía un puñado de barcos.
Dada la manifiesta debilidad de las fuerzas alemanas, Rommel no encontró otra alternativa que centrar las fuerzas en detener a los invasores al borde del agua. Por su experiencia en el norte de África, estaba convencido de que los aviones de combate y bombarderos aliados descartarían cualquier movimiento a gran escala de las tropas alemanas, ya que esperarían contraatacar contra una cabeza de playa establecida» (Ibíd., pág. 490).
La única posibilidad para los alemanes era detener la invasión en las playas. Como demuestran las líneas anteriores, esta táctica estaba determinada por la debilidad y no por la fortaleza. Los alemanes concentraron sus mejores fuerzas para este propósito, con resultados letales. Cerca de Saint Laurent, todavía se puede ver dentro de un búnker un poderoso cañón antitanque de 88 milímetros. Desde esta posición estratégica, con un alcance que abarcaba toda la playa de Omaha, es fácil imaginar el efecto devastador de estas armas, combinado con el fuego incesante de las ametralladoras apuntando hacia la orilla, destruyendo los tanques y matando a un montón de soldados.
Era tal la intensidad del fuego alemán que un comandante naval desembarcó prematuramente 29 tanques Sherman, supuestamente anfibios, demasiado lejos de las aguas en calma y cerca de la playa, 27 de estos tanques fueron directamente al fondo del mar con todas sus tripulaciones. Esto dejó a los hombres del Regimiento 116 sin los tanques vitales para cubrirles cuando estuvieran en la playa. Sólo el primer día murieron, desaparecieron o cayeron heridos más de 2.000 soldados estadounidenses y británicos.
A pesar de las enormes pérdidas sufridas en las playas de Normandía una vez desembarcaron las fuerzas británicas y estadounidenses el resultado era una conclusión inevitable. Las fuerzas alemanas eran demasiado débiles para ofrecer una resistencia efectiva. La razón de esta lamentable situación está clara. Hitler había estado agotando las reservas estacionadas en Francia para hacer frente a las enorme pérdidas que había tenido en el frente ruso.
Última edición por lolagallego el Vie Nov 20, 2020 7:22 pm, editado 2 veces