De la familia primitiva a la familia monogámica, un análisis marxista
David R. García Colín Carrillo - agosto 2020
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“En su origen la palabra familia […] Famulus quiere decir esclavo doméstico, y la familia designa el conjunto de esclavos pertenecientes a un mismo hombre” (F. Engels)
Muchos antropólogos consideran que la familia nuclear –compuesta por la unión de un hombre una mujer y su descendencia- es la forma básica y universal de toda estructura familiar “Ralph Linton sostenía el punto de vista de que la fórmula padre-madre-hijos es el sustrato de todas las demás estructuras familiares”,[1]Sin embargo, la estructura familiar de los pueblos preestatales actuales, en conjunto con las evidencias arqueológicas del paleolítico, cuentan una historia muy diferente. Como veremos, en estas sociedades la estructura familiar no es la estructura nuclear; el clan o gen entero es una unidad de lazos consanguíneos, los clanes o gens son las células que constituyen la tribu (entre los iroqueses y entre las tribus griega, ateniense, romana, celta y germana había estructuras intermedias entre la gens y la tribu llamadas fatrias y en el caso de los iroqueses confederaciones de tribus).
Esta estructura de familia en muchos sentidos es opuesta a la familia monográfica; la confusión de muchos comentaristas proviene de identificar automáticamente la existencia de relaciones de pareja de cierta duración con la existencia de familia nuclear. Los lazos familiares clánicos, haciendo abstracción momentánea de otros elementos, forman patrones de conducta, de expectativas, patrones solidarios que no encontramos en la familia nuclear. Por ejemplo, entre los pigmeos Efe un estudio realizado en 1987 encontró que “con frecuencia la madre no era la primera en cuidar a su hijo y que a menudo otras mujeres cuidaban al niño durante su infancia. Los niños de cuatro meses sólo pasaban un 40% del tiempo con sus madres siendo transferidos frecuentemente a otros cuidadores 8,3 veces cada hora por término medio. Muchos individuos contribuían a la crianza: un promedio de 14,2 personas distintas cuidaron de un niño durante un periodo de observación de ocho horas”.[2]Este patrón de cuidado de los niños no es un caso aislado de los pigmeos Efe, parece ser un patrón en los pueblos cazadores recolectores; entre los Agta, por ejemplo “El niño es pasado ansiosamente de una persona a otra hasta que todos han tenido oportunidad de apretar, acurrucar, oler y admirar al recién nacido […] por consiguiente la primera experiencia del niño implica a una comunidad de parientes y amigos. Luego será constantemente mimado, llevado de un lado a otro, querido, olisqueado y estimulado genitalmente”.[3]Esto significa que la crianza de los niños no se da en la familia nuclear – en realidad no existe familia nuclear sino emparejamientos de cierta duración – la crianza de los niños es una cuestión social que involucra a todo el clan, es por tanto incorrecto ver familias nucleares donde hay emparejamientos-. Además, en muchos de los pueblos actuales que basan su subsistencia en la caza y la recolección –y en las tribus prehistóricas de los atenienses, griegos, romanos, celtas y germanos- los matrimonios son exógamos (es decir: el hombre y la mujer deben buscar pareja fuera de su propia gen), esto hace que los emparejamientos (de fácil disolución) no puedan se la base de la sociedad pues la mujer y el hombre pertenecen a gens o clanes distintos; al respecto señala Engels que:
Bajo la constitución de la gens, la familia (nuclear) nunca pudo ser ni fue una unidad orgánica, porque el marido y la mujer pertenecían por necesidad a dos gentes diferentes. La gens entraba por completo en la fatria, y la fatria en la tribu; la familia entraba a medias en la gens del marido, a medias en el de la mujer […] y sin embargo todos los trabajos históricos hechos hasta el presente parten del absurdo principio, que ha llegado a ser sagrado, sobre todo en el siglo XVIII, de que la familia monogámica, apenas más antigua que la civilización, es el núcleo alrededor del cual cristalizaron poco a poco la sociedad y el Estado”.[4]
Más de un siglo después de que Engels escribiera estas líneas la mayoría de los estudios antropológicos siguen partiendo del absurdo de suponer que la familia monogámica es eterna.
Durante la segunda mitad del siglo XIX se comenzó a estudiar a la familia desde un punto de vista evolutivo. El filósofo suizo de tendencia idealista Johann J. Bachofen fue el primero que propuso un esquema evolutivo de la estructura familiar comenzando con el matriarcado, siendo sustituido por el patriarcado. Bachofen atribuía la causa de esta transición al cambio de las ideas religiosas dominantes, es aquí donde cobra relieve la base idealista de su teoría. El mérito de Bachofen, sin embargo, fue el de haber señalado que la familia patriarcal no era universal ni inmutable y que en tiempos antiguos la sociedad había trascurrido por una etapa donde la mujer tenía un estatus muy diferente al actual. Lewis H. Morgan fue el primer antropólogo que explicó, desde un punto de vista predominantemente materialista y con datos empíricos, la evolución de las estructuras familiares proponiendo una serie de estadios evolutivos más complejos que la visión simple de Bachofen. Engels, desde el punto de vista del materialismo histórico, retomó esa clasificación asociando diversas estructuras familiares y terminologías de parentesco con diversas fases del desarrollo de las fuerzas productivas.
De acuerdo a este esquema evolutivo la estructura familiar tiende a sucederse en una serie de etapas históricas que van desde el intercambio sexual sin trabas, la familia consanguínea (en la que se convierte en tabú las relaciones sexuales entre padres e hijos), la familia punalúa (se convierte en tabú las relaciones sexuales entre hermanos y más tarde primos cercanos y lejanos), la familia siandíasmica (parejas de fácil disolución, conviviendo en una “casa grande” bajo el liderazgo de una matriarca o un patriarca); y finalmente, la familia monogámica como expresión de la división de la sociedad en clases; en cada una de estas etapas sucesivas el círculo de conyugues comunes (propios del matrimonio por grupos) se va estrechando hasta que, finalmente, con el surgimiento de la propiedad privada, se origina la familia nuclear.
En lugar de la terminología morgiana los antropólogos usan otros conceptos en los cuales se clasifican los tipos de familia sin que se establezca un nexo evolutivo e histórico entre estas formas y, en la mayoría de los casos, sin que se señale un nexo entre las formas de vida y de producción con la existencia de dichas formas; además se presupone que en todas ellas la familia nuclear es el sustrato de la estructura familiar. Los antropólogos hablan de clanes matrilineales (en los cuales la descendencia se cuenta por línea femenina) y matrilocales (en los cuales el hombre se va a vivir al clan de su mujer), ovunculocales (en los cuales la pareja se va a vivir a la esfera doméstica del hermano de la madre de la novia); clanes patrilineales (en los cuales la descendencia se establece por línea paterna); clanes patrilocales (en los cuales la mujer va a vivir al clan del hombre); clanes ambilineales (la descendencia se cuenta por ambas líneas a la vez). Esta clasificación puramente descriptiva es totalmente compatible con la visión evolutiva de Engels y explicable desde un punto de vista marxista. En contraste con la mayoría de los antropólogos, Marvin Harris, el padre del llamado “materialismo cultural”, ha tratado de explicar estas estructuras familiares desde un punto de vista materialista aunque de manera divergente a la interpretación de Morgan y a la interpretación marxista clásica. Si bien Harris señala el nexo con la forma de vida y producción de estas formas no señala claramente la existencia de un nexo evolutivo e histórico entre éstas, debatiremos la tesis de Harris.
Es necesario advertir al lector contra posibles malas interpretaciones: no pretendemos afirmar que todas las sociedades hayan atravesado las diversas formas familiares que estudiaremos u obedeciendo rígidamente un orden preestablecido; nuestra intención, por el contrario, es mostrar que existen ciertas tendencias históricas que se manifiestan de manera estadística y no de forma mecánica o unidireccional. Por ejemplo: las sociedades cazadoras, horticultoras y tribales suelen organizarse en clanes, los clanes tienden a vincularse por medio de la exogamia cuando necesitan aliarse para fines productivos, de intercambio o bélicos; las personas suelen gozar de una amplia libertad sexual en las sociedades cazadoras recolectoras; los clanes tienden a presentar divisiones internas cuando se requiere el cuidado de huertos y animales de granja; la mujer suele tener alta consideración social cuando juega un papel productivo mientras que suele ser denigrada allí donde la propiedad privada y la guerra son socialmente relevantes; es más probable que una sociedad horticultora sea matrilineal que una sociedad pastora, que suele ser patriarcal, etc. Esto no es lo mismo que afirmar que todas las sociedades horticultoras son matrilineales, afirmación que sería falsa y estaría infectada de pensamiento mecánico. Si bien las simplificaciones son peligrosas, las tendencias históricas que abordaremos –que constituyen simplificaciones necesarias – nos ayudarán a explicar cómo la humanidad pasó de vivir de forma generalizada en clanes –hace apenas unos 11 mil años- a la familia monogámica que domina en gran parte del mundo “civilizado” de nuestros días.
La interpretación marxista de la familia ha caído en desuso, entre otras razones, porque para sostenerla es necesario considerar periodos muy largos de tiempo y formas de sociedad que ya no existen o existen muy modificadas en la actualidad. La dificultad radica en que la mayoría de las estructuras familiares del esquema de Morgan se refieren al paleolítico inferior, medio y superior, es decir, a periodos históricos que comenzaron hace 2 millones de años y que concluyeron hace 10 mil o 12 mil años. Lamentablemente las estructuras familiares, por sí mismas, no dejan huellas directas en el registro arqueológico. Desde un punto de vista estrechamente empírico podemos afirmar muy poco con respecto a las formas de familia existentes durante el paleolítico; sin embargo la tarea de la ciencia es encontrar leyes generales a través del estudio de lo particular. La ciencia funciona con abstracciones que pretenden reproducir en condiciones “puras” las leyes subyacentes a los fenómenos. En el terreno de la sociedad y la historia descubrir esos patrones es infinitamente más difícil que en la física porque en la sociedad humana el determinismo no es unilineal, se trata de uno de los fenómenos más complejos que conocemos; sin embargo, no es una tarea imposible. Es cierto que en este terreno hay que caminar con muchas reservas, pero elementos de la antropología física (por ejemplo el menor dimorfismo sexual entre el macho y la hembra humanas), la arqueología (las características de los campamentos paleolíticos), el modo de producción propio de los cazadores recolectores del paleolítico; el modo de vida y la estructura familiar de cazadores recolectores contemporáneos, vestigios literarios y religiosos de formas de familia ya desaparecidas, son elementos muy valiosos para deducir algunas cuestiones muy generales de carácter hipotético con respecto a la evolución de la estructura familiar. El estudio del genoma está abriendo una puerta para estudiar este tema, se ha descubierto, por ejemplo, que los Neandertales –al menos un grupo de bandas relacionadas que vivieron en El Sidrón- eran patrilocales, intercambiaban mujeres entre bandas distintas; estos estudios pueden responder preguntas que de otra forma parecen irresolubles. Pasemos pues a analizar estos elementos a la luz de la teoría marxista.
Las hordas Australopithecinas
Engels señalaba que no es posible trazar paralelismos mecánicos entre las formas de organización social del reino animal, de nuestros primos los antropoides, con la estructura familiar de los seres humanos; los seres humanos no somos animales (al menos no en el sentido de estar determinados solamente por la biología) y nuestras formas de socializar no responden a simples impulsos instintivos sino a la evolución histórica y cultural. Además, en el reino animal podemos encontrar toda clase de emparejamientos que van desde la monogamia a la poligamia pasando por la poliandria (Engels menciona el caso de la Tenia solium gusano que se reproduce copulando consigo mismo), incluso en el caso de nuestros primos los póngidos Engels sostenía que debíamos tener reservas con trazar paralelismos pues eran pocos los estudios acerca de las relaciones sociales entre ellos. No obstante actualmente contamos con más información acerca de la forma de vida de nuestros primos cercanos que son pertinentes porque el Australophithecus estaba lejos de haber salido del reino animal y su modo de vida pudo haber sido similar al de algunos póngidos.
Dentro del orden de los primates (orden al que pertenece el ser humano) podemos encontrar toda clase de formas de estructura social y modos de relación entre hembras y machos; relaciones que van desde lo que podríamos llamar matriarcado, poliandria, poliginia, dominio del macho e, incluso, monogamia.[5]Entre nuestros primos más lejanos (los Prosimii) encontramos variantes de una especie de matriarcado; en los Prosimii lemuriformes“[…] las hembras dominan a menudo a los machos, concretamente en el acceso al alimento […][6]”; entre los Prosimii lorisiformes Galaginae encontramos algo parecido a la “ginecocracia” pues “las hembras, sobre todo las madres e hijas adultas jóvenes, viven juntas en pequeños grupos, en tanto que los machos viven dispersos[7]”; mientras que en los Prosimii tarsiformes encontramos lo más parecido a la monogamia: grupos familiares de una pareja y sus crías. También en el suborden de los Antropoidea (suborden al que pertenece el Homo sapiens) nos encontramos con toda clase de formas de relación; entre los macacos y mandriles, por ejemplo, el núcleo de la banda está formado por hembras estrechamente relacionadas entre sí mientras que los Gibones y Siamangs viven en grupos formados una hembra y un macho emparejados de por vida en la que se expulsa del núcleo familiar a los jóvenes maduros; entre los Póngidos (familia más cercana a los homínidos) nos encontramos tanto con el dominio total del macho como con bandas en las que no es muy claro el dominio de algún género en particular. Los Orangutanes son la excepción entre los primates superiores al ser los únicos que viven solos; los Gorilas por su parte presentan un pronunciado dimorfismo sexual (el macho puede pesar alrededor de los 200 kilos mientras la hembra pesa la mitad); la banda está regida por un macho dominante (espalda plateada), que utiliza su fuerza bruta para aparearse con todas las hembras del grupo. Los chimpancés viven en bandas en las que, a pesar de todos los estudios, no es del todo clara su organización social pero existe dimorfismo sexual entre machos y se ha visto que los machos usan a menudo su fuerza superior para forzar a la hembra a aparearse.
Un caso interesante de socialización entre hembras y machos, quizá pertinente para imaginar las interacciones australopithecinas, es el de los chimpancés pigmeos del Congo (bonobos). Esta especie apenas se descubrió en la selva del Congo en 1929. Su caso es especial porque, a diferencia de los chimpancés comunes, los machos y hembras pueden copular durante todo el año, aquéllos muestran una gran tolerancia para con otros machos que también copulan con las hembras. Los miembros de la horda bonobo tienen sexo de manera indiscriminada: machos con hembras, machos con machos, hembras con hembras, ancianos con jóvenes, adultos con niños, sexo grupal, etc. Las hembras suelen frotar sus vulvas mutuamente, mientras que los machos suelen colgarse de los árboles frente a frente frotando sus penes, una pareja puede copular mientras el macho realiza sexo oral a otro individuo, etc. Además de los seres humanos, estos primates son los únicos que no están sujetos a los periodos de celo (aunque las hembras pueden quedar preñadas cada 6 meses, mantienen relaciones sexuales todo el año). De manera permanente la hembra chimpancé pigmeo presenta una ligera inflamación en la zona perineal que muestra a los machos su disponibilidad permanente para el sexo. ¡Son los únicos primates que han sido observados teniendo sexo cara a cara, “beso francés” y sexo oral! El sexo, para los bonobos como para los humanos, no es sólo reproductivo sino que tiene un contenido social, sirve para estrechar los lazos, intercambiar favores, descargar energía, interactuar, reconciliarse, etc. Este caso es relevante para el estudio de nuestros antepasados porque estos chimpancés muestran comportamientos sociales más estrechos que el chimpancé común. La horda permanece junta durante periodos más largos, las bandas no se dispersan en tropas más pequeñas de hembras o machos solos, suelen compartir su alimento con mayor frecuencia, las hordas suelen fusionarse con otras o dividirse de manera similar a la unión-fusión de los clanes cazadores recolectores humanos. En correlación con lo anterior, el sexo parece ser una manifestación de los fuertes vínculos sociales entre los bonobos. Esto nos provee elementos para especular sobre las formas de organización sexual de los Australopithecus porque éstos eran poco más que chimpancés erectos. Su sobrevivencia exigía que su comportamiento fuera mucho más social que el de sus ancestros no homínidos, sus interacciones se parecían probablemente al de los chimpancés pigmeos con los cuales estamos emparentados genéticamente en un 98%. ¿No es este el “intercambio sexual sin trabas” del que hablaba Engels para describir la primera etapa de la familia primitiva?
¿Intercambio sexual sin trabas?
Con el surgimiento del género Homo los factores culturales en el emparejamiento empiezan a cobrar preeminencia progresiva sobre las consideraciones puramente biológicas. Sabemos por sus fósiles y por su tecnología que eran más sociales que ningún otro animal anterior a él y que presentaban menor dimorfismo sexual, lo que demuestra un cambio en sus patrones sociales (específicamente la relación entre machos y hembras) con relación a los Australopithecus. El periodo que abarca el paleolítico inferior o fase inferior del salvajismo es la etapa en la que nos encontramos con homínidos carroñeros y eventuales cazadores que se encontraban al borde de la extinción; es probable que en su punto álgido la población de Homo habilis en el mundo no superara los 250,000 individuos, mientras que la población mundial de erectus no debieron pasar del millón de individuos.
Observamos a una población desperdigada en hordas de unas pocas decenas de miembros. Estos pequeños grupos debían realizar grandes desplazamientos que implicaban que las oportunidades de contacto sexual entre diferentes bandas de los primeros homínidos eran muy reducidas, la reproducción tenía que darse al interno de dichas bandas. El proceso social de reparto de la carne a los niños, mujeres embarazadas y ancianos determinaba que en el seno de estas bandas los lazos fueran muy estrechos y que la banda fuera una unidad social de supervivencia, económica y reproductiva. En este contexto, para optimizar las posibilidades de sobrevivencia, no podían existir limitaciones biológicas en torno al intercambio sexual (la terminología de parentesco carecía por completo de sentido). Si la población estaba al borde de la extinción –y si la hordas se componían de una docena de miembros- no podían existir barreras culturales entre la reproducción entre sujetos en edad reproductiva, la supervivencia exigía que no existieran tales prejuicios, o mejor dicho, la falta de trabas biológicas al libre intercambio sexual implica ya un triunfo de la cultura sobre la naturaleza.
El estudio genético de un hueso de falange neandertal encontrado en 2010 en una cueva de Denisova Siberia revela que al menos esta banda neandertal no discriminaba entre parientes consanguíneos al momento de reproducirse. El co-director del proyecto internacional “genoma neandertal” Montgomery Slatkin reveló que el individuo neandertal era producto de una unión consanguínea: “Hicimos simulaciones de varios escenarios de endogamia y descubrimos que los padres de este individuo Neandertal eran medio hermanos de una misma madre, o dobles primos carnales, o tío y sobrina, tía y sobrino, abuelo y nieta, o abuela y nieto[8]” para el neandertal no debió haber nada de incestuoso en el asunto dado que tales clasificaciones familiares simplemente no existían. Aunque esta banda neandertal practicaba la endogamia o una suerte de intercambio sexual sin trabas, los estudios de otra banda sepultada en una cueva española han revelado que el neandertal practicaba la exogamia, intercambiando mujeres entre bandas, probablemente ahí donde debía establecer alianzas entre grupos para la caza de grandes presas.
Como ya hemos señalado, la hembra humana, además de la hembra chimpancé pigmeo, es la única dentro del orden de los primates que puede tener relaciones sexuales en cualquier época del año, el sexo en los humanos no responde a una función puramente reproductiva sino un medio de reforzamiento de los lazos sociales, una posible prueba del carácter originalmente polígamo de nuestra especie. El intercambio sexual primitivo podría ser un indicador del grado en que los primeros homínidos se separaban del reino animal a favor de pautas culturales de apareamiento.
En el paleolítico inferior (etapa inferior del salvajismo) el posible intercambio sexual sin trabas pudo implicar, desde el punto de vista de la terminología moderna, no existía la división cultural entre padres e hijos (ni mucho menos primos, tíos, sobrinos, etc.) como elemento inhibidor del intercambio sexual; todos los hombre y mujeres en edad reproductiva podían establecer contacto sexual; como explica Engels:
La tolerancia recíproca entre machos adultos, la falta de celos, eran las condiciones necesarias para la formación de esos grupos extensos y duraderos en el seno de los cuales únicamente es donde ha podido realizarse la evolución de la animalidad hacia la humanidad […] el matrimonio por grupos, la forma en que grupos enteros de hombres y grupos enteros de mujeres se poseen recíprocamente, es forma que deja poquísimo lugar a los celos […] y que, por tanto, es desconocida entre los animales.[9]
El menor dimorfismo sexual -menor en la medida en que ascendemos en la genealogía humana- tanto como la existencia de la familia por grupos (clanes en los cuales todos los hombres y mujeres de un clan son conyuges potenciales de otros hombres y mujeres de otro clan) común en las sociedades preestatales sugieren la existencia de dicha etapa. Todavía hoy, las sociedades clánicas viven en casas comunales en las cuales no existe la noción de privacidad o espacio privado, las parejas suelen tener relaciones sexuales sin preocuparse por ser observados y nadie se escandaliza por ello. Tampoco existe vergüenza ante la desnudez propia o ajena. Por ejemplo: “La [mujer] papú de Nueva Guinea no se avergüenza de su desnudez, pero […] enrojece, presa de infinita turbación, si alguien la ve sin el trozo de tela que pende de la cabeza de cada una de las habitantes de la aldea que observe las conveniencias. Habitantes de diversas tribus africanas y sudamericanas que se pasean dignamente completamente desnudos, se avergüenzan enormemente si alguien los ve comiendo [quizá porque el acto de comer es algo que debe hacerse en colectivo]”.[10]
Si bien los campamentos que se han encontrado de este periodo no nos dicen automáticamente qué forma de familia los ocupó, lo que parece claro es que no corresponden con una estructura monogámica. Uno de los campamentos es el del yacimiento de Terra Amata en Francia: se trata de una cabaña de aproximadamente 9×5 metros[11]un espacio bastante amplio si pensamos que en estas estructuras habitaban parejas aisladas. Si bien es cierto la situación está muy lejos de clara puesto que los campamentos base han sido interpretados, también, como lugares de despiece de animales más que como viviendas.
David R. García Colín Carrillo - agosto 2020
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“En su origen la palabra familia […] Famulus quiere decir esclavo doméstico, y la familia designa el conjunto de esclavos pertenecientes a un mismo hombre” (F. Engels)
Muchos antropólogos consideran que la familia nuclear –compuesta por la unión de un hombre una mujer y su descendencia- es la forma básica y universal de toda estructura familiar “Ralph Linton sostenía el punto de vista de que la fórmula padre-madre-hijos es el sustrato de todas las demás estructuras familiares”,[1]Sin embargo, la estructura familiar de los pueblos preestatales actuales, en conjunto con las evidencias arqueológicas del paleolítico, cuentan una historia muy diferente. Como veremos, en estas sociedades la estructura familiar no es la estructura nuclear; el clan o gen entero es una unidad de lazos consanguíneos, los clanes o gens son las células que constituyen la tribu (entre los iroqueses y entre las tribus griega, ateniense, romana, celta y germana había estructuras intermedias entre la gens y la tribu llamadas fatrias y en el caso de los iroqueses confederaciones de tribus).
Esta estructura de familia en muchos sentidos es opuesta a la familia monográfica; la confusión de muchos comentaristas proviene de identificar automáticamente la existencia de relaciones de pareja de cierta duración con la existencia de familia nuclear. Los lazos familiares clánicos, haciendo abstracción momentánea de otros elementos, forman patrones de conducta, de expectativas, patrones solidarios que no encontramos en la familia nuclear. Por ejemplo, entre los pigmeos Efe un estudio realizado en 1987 encontró que “con frecuencia la madre no era la primera en cuidar a su hijo y que a menudo otras mujeres cuidaban al niño durante su infancia. Los niños de cuatro meses sólo pasaban un 40% del tiempo con sus madres siendo transferidos frecuentemente a otros cuidadores 8,3 veces cada hora por término medio. Muchos individuos contribuían a la crianza: un promedio de 14,2 personas distintas cuidaron de un niño durante un periodo de observación de ocho horas”.[2]Este patrón de cuidado de los niños no es un caso aislado de los pigmeos Efe, parece ser un patrón en los pueblos cazadores recolectores; entre los Agta, por ejemplo “El niño es pasado ansiosamente de una persona a otra hasta que todos han tenido oportunidad de apretar, acurrucar, oler y admirar al recién nacido […] por consiguiente la primera experiencia del niño implica a una comunidad de parientes y amigos. Luego será constantemente mimado, llevado de un lado a otro, querido, olisqueado y estimulado genitalmente”.[3]Esto significa que la crianza de los niños no se da en la familia nuclear – en realidad no existe familia nuclear sino emparejamientos de cierta duración – la crianza de los niños es una cuestión social que involucra a todo el clan, es por tanto incorrecto ver familias nucleares donde hay emparejamientos-. Además, en muchos de los pueblos actuales que basan su subsistencia en la caza y la recolección –y en las tribus prehistóricas de los atenienses, griegos, romanos, celtas y germanos- los matrimonios son exógamos (es decir: el hombre y la mujer deben buscar pareja fuera de su propia gen), esto hace que los emparejamientos (de fácil disolución) no puedan se la base de la sociedad pues la mujer y el hombre pertenecen a gens o clanes distintos; al respecto señala Engels que:
Bajo la constitución de la gens, la familia (nuclear) nunca pudo ser ni fue una unidad orgánica, porque el marido y la mujer pertenecían por necesidad a dos gentes diferentes. La gens entraba por completo en la fatria, y la fatria en la tribu; la familia entraba a medias en la gens del marido, a medias en el de la mujer […] y sin embargo todos los trabajos históricos hechos hasta el presente parten del absurdo principio, que ha llegado a ser sagrado, sobre todo en el siglo XVIII, de que la familia monogámica, apenas más antigua que la civilización, es el núcleo alrededor del cual cristalizaron poco a poco la sociedad y el Estado”.[4]
Más de un siglo después de que Engels escribiera estas líneas la mayoría de los estudios antropológicos siguen partiendo del absurdo de suponer que la familia monogámica es eterna.
Durante la segunda mitad del siglo XIX se comenzó a estudiar a la familia desde un punto de vista evolutivo. El filósofo suizo de tendencia idealista Johann J. Bachofen fue el primero que propuso un esquema evolutivo de la estructura familiar comenzando con el matriarcado, siendo sustituido por el patriarcado. Bachofen atribuía la causa de esta transición al cambio de las ideas religiosas dominantes, es aquí donde cobra relieve la base idealista de su teoría. El mérito de Bachofen, sin embargo, fue el de haber señalado que la familia patriarcal no era universal ni inmutable y que en tiempos antiguos la sociedad había trascurrido por una etapa donde la mujer tenía un estatus muy diferente al actual. Lewis H. Morgan fue el primer antropólogo que explicó, desde un punto de vista predominantemente materialista y con datos empíricos, la evolución de las estructuras familiares proponiendo una serie de estadios evolutivos más complejos que la visión simple de Bachofen. Engels, desde el punto de vista del materialismo histórico, retomó esa clasificación asociando diversas estructuras familiares y terminologías de parentesco con diversas fases del desarrollo de las fuerzas productivas.
De acuerdo a este esquema evolutivo la estructura familiar tiende a sucederse en una serie de etapas históricas que van desde el intercambio sexual sin trabas, la familia consanguínea (en la que se convierte en tabú las relaciones sexuales entre padres e hijos), la familia punalúa (se convierte en tabú las relaciones sexuales entre hermanos y más tarde primos cercanos y lejanos), la familia siandíasmica (parejas de fácil disolución, conviviendo en una “casa grande” bajo el liderazgo de una matriarca o un patriarca); y finalmente, la familia monogámica como expresión de la división de la sociedad en clases; en cada una de estas etapas sucesivas el círculo de conyugues comunes (propios del matrimonio por grupos) se va estrechando hasta que, finalmente, con el surgimiento de la propiedad privada, se origina la familia nuclear.
En lugar de la terminología morgiana los antropólogos usan otros conceptos en los cuales se clasifican los tipos de familia sin que se establezca un nexo evolutivo e histórico entre estas formas y, en la mayoría de los casos, sin que se señale un nexo entre las formas de vida y de producción con la existencia de dichas formas; además se presupone que en todas ellas la familia nuclear es el sustrato de la estructura familiar. Los antropólogos hablan de clanes matrilineales (en los cuales la descendencia se cuenta por línea femenina) y matrilocales (en los cuales el hombre se va a vivir al clan de su mujer), ovunculocales (en los cuales la pareja se va a vivir a la esfera doméstica del hermano de la madre de la novia); clanes patrilineales (en los cuales la descendencia se establece por línea paterna); clanes patrilocales (en los cuales la mujer va a vivir al clan del hombre); clanes ambilineales (la descendencia se cuenta por ambas líneas a la vez). Esta clasificación puramente descriptiva es totalmente compatible con la visión evolutiva de Engels y explicable desde un punto de vista marxista. En contraste con la mayoría de los antropólogos, Marvin Harris, el padre del llamado “materialismo cultural”, ha tratado de explicar estas estructuras familiares desde un punto de vista materialista aunque de manera divergente a la interpretación de Morgan y a la interpretación marxista clásica. Si bien Harris señala el nexo con la forma de vida y producción de estas formas no señala claramente la existencia de un nexo evolutivo e histórico entre éstas, debatiremos la tesis de Harris.
Es necesario advertir al lector contra posibles malas interpretaciones: no pretendemos afirmar que todas las sociedades hayan atravesado las diversas formas familiares que estudiaremos u obedeciendo rígidamente un orden preestablecido; nuestra intención, por el contrario, es mostrar que existen ciertas tendencias históricas que se manifiestan de manera estadística y no de forma mecánica o unidireccional. Por ejemplo: las sociedades cazadoras, horticultoras y tribales suelen organizarse en clanes, los clanes tienden a vincularse por medio de la exogamia cuando necesitan aliarse para fines productivos, de intercambio o bélicos; las personas suelen gozar de una amplia libertad sexual en las sociedades cazadoras recolectoras; los clanes tienden a presentar divisiones internas cuando se requiere el cuidado de huertos y animales de granja; la mujer suele tener alta consideración social cuando juega un papel productivo mientras que suele ser denigrada allí donde la propiedad privada y la guerra son socialmente relevantes; es más probable que una sociedad horticultora sea matrilineal que una sociedad pastora, que suele ser patriarcal, etc. Esto no es lo mismo que afirmar que todas las sociedades horticultoras son matrilineales, afirmación que sería falsa y estaría infectada de pensamiento mecánico. Si bien las simplificaciones son peligrosas, las tendencias históricas que abordaremos –que constituyen simplificaciones necesarias – nos ayudarán a explicar cómo la humanidad pasó de vivir de forma generalizada en clanes –hace apenas unos 11 mil años- a la familia monogámica que domina en gran parte del mundo “civilizado” de nuestros días.
La interpretación marxista de la familia ha caído en desuso, entre otras razones, porque para sostenerla es necesario considerar periodos muy largos de tiempo y formas de sociedad que ya no existen o existen muy modificadas en la actualidad. La dificultad radica en que la mayoría de las estructuras familiares del esquema de Morgan se refieren al paleolítico inferior, medio y superior, es decir, a periodos históricos que comenzaron hace 2 millones de años y que concluyeron hace 10 mil o 12 mil años. Lamentablemente las estructuras familiares, por sí mismas, no dejan huellas directas en el registro arqueológico. Desde un punto de vista estrechamente empírico podemos afirmar muy poco con respecto a las formas de familia existentes durante el paleolítico; sin embargo la tarea de la ciencia es encontrar leyes generales a través del estudio de lo particular. La ciencia funciona con abstracciones que pretenden reproducir en condiciones “puras” las leyes subyacentes a los fenómenos. En el terreno de la sociedad y la historia descubrir esos patrones es infinitamente más difícil que en la física porque en la sociedad humana el determinismo no es unilineal, se trata de uno de los fenómenos más complejos que conocemos; sin embargo, no es una tarea imposible. Es cierto que en este terreno hay que caminar con muchas reservas, pero elementos de la antropología física (por ejemplo el menor dimorfismo sexual entre el macho y la hembra humanas), la arqueología (las características de los campamentos paleolíticos), el modo de producción propio de los cazadores recolectores del paleolítico; el modo de vida y la estructura familiar de cazadores recolectores contemporáneos, vestigios literarios y religiosos de formas de familia ya desaparecidas, son elementos muy valiosos para deducir algunas cuestiones muy generales de carácter hipotético con respecto a la evolución de la estructura familiar. El estudio del genoma está abriendo una puerta para estudiar este tema, se ha descubierto, por ejemplo, que los Neandertales –al menos un grupo de bandas relacionadas que vivieron en El Sidrón- eran patrilocales, intercambiaban mujeres entre bandas distintas; estos estudios pueden responder preguntas que de otra forma parecen irresolubles. Pasemos pues a analizar estos elementos a la luz de la teoría marxista.
Las hordas Australopithecinas
Engels señalaba que no es posible trazar paralelismos mecánicos entre las formas de organización social del reino animal, de nuestros primos los antropoides, con la estructura familiar de los seres humanos; los seres humanos no somos animales (al menos no en el sentido de estar determinados solamente por la biología) y nuestras formas de socializar no responden a simples impulsos instintivos sino a la evolución histórica y cultural. Además, en el reino animal podemos encontrar toda clase de emparejamientos que van desde la monogamia a la poligamia pasando por la poliandria (Engels menciona el caso de la Tenia solium gusano que se reproduce copulando consigo mismo), incluso en el caso de nuestros primos los póngidos Engels sostenía que debíamos tener reservas con trazar paralelismos pues eran pocos los estudios acerca de las relaciones sociales entre ellos. No obstante actualmente contamos con más información acerca de la forma de vida de nuestros primos cercanos que son pertinentes porque el Australophithecus estaba lejos de haber salido del reino animal y su modo de vida pudo haber sido similar al de algunos póngidos.
Dentro del orden de los primates (orden al que pertenece el ser humano) podemos encontrar toda clase de formas de estructura social y modos de relación entre hembras y machos; relaciones que van desde lo que podríamos llamar matriarcado, poliandria, poliginia, dominio del macho e, incluso, monogamia.[5]Entre nuestros primos más lejanos (los Prosimii) encontramos variantes de una especie de matriarcado; en los Prosimii lemuriformes“[…] las hembras dominan a menudo a los machos, concretamente en el acceso al alimento […][6]”; entre los Prosimii lorisiformes Galaginae encontramos algo parecido a la “ginecocracia” pues “las hembras, sobre todo las madres e hijas adultas jóvenes, viven juntas en pequeños grupos, en tanto que los machos viven dispersos[7]”; mientras que en los Prosimii tarsiformes encontramos lo más parecido a la monogamia: grupos familiares de una pareja y sus crías. También en el suborden de los Antropoidea (suborden al que pertenece el Homo sapiens) nos encontramos con toda clase de formas de relación; entre los macacos y mandriles, por ejemplo, el núcleo de la banda está formado por hembras estrechamente relacionadas entre sí mientras que los Gibones y Siamangs viven en grupos formados una hembra y un macho emparejados de por vida en la que se expulsa del núcleo familiar a los jóvenes maduros; entre los Póngidos (familia más cercana a los homínidos) nos encontramos tanto con el dominio total del macho como con bandas en las que no es muy claro el dominio de algún género en particular. Los Orangutanes son la excepción entre los primates superiores al ser los únicos que viven solos; los Gorilas por su parte presentan un pronunciado dimorfismo sexual (el macho puede pesar alrededor de los 200 kilos mientras la hembra pesa la mitad); la banda está regida por un macho dominante (espalda plateada), que utiliza su fuerza bruta para aparearse con todas las hembras del grupo. Los chimpancés viven en bandas en las que, a pesar de todos los estudios, no es del todo clara su organización social pero existe dimorfismo sexual entre machos y se ha visto que los machos usan a menudo su fuerza superior para forzar a la hembra a aparearse.
Un caso interesante de socialización entre hembras y machos, quizá pertinente para imaginar las interacciones australopithecinas, es el de los chimpancés pigmeos del Congo (bonobos). Esta especie apenas se descubrió en la selva del Congo en 1929. Su caso es especial porque, a diferencia de los chimpancés comunes, los machos y hembras pueden copular durante todo el año, aquéllos muestran una gran tolerancia para con otros machos que también copulan con las hembras. Los miembros de la horda bonobo tienen sexo de manera indiscriminada: machos con hembras, machos con machos, hembras con hembras, ancianos con jóvenes, adultos con niños, sexo grupal, etc. Las hembras suelen frotar sus vulvas mutuamente, mientras que los machos suelen colgarse de los árboles frente a frente frotando sus penes, una pareja puede copular mientras el macho realiza sexo oral a otro individuo, etc. Además de los seres humanos, estos primates son los únicos que no están sujetos a los periodos de celo (aunque las hembras pueden quedar preñadas cada 6 meses, mantienen relaciones sexuales todo el año). De manera permanente la hembra chimpancé pigmeo presenta una ligera inflamación en la zona perineal que muestra a los machos su disponibilidad permanente para el sexo. ¡Son los únicos primates que han sido observados teniendo sexo cara a cara, “beso francés” y sexo oral! El sexo, para los bonobos como para los humanos, no es sólo reproductivo sino que tiene un contenido social, sirve para estrechar los lazos, intercambiar favores, descargar energía, interactuar, reconciliarse, etc. Este caso es relevante para el estudio de nuestros antepasados porque estos chimpancés muestran comportamientos sociales más estrechos que el chimpancé común. La horda permanece junta durante periodos más largos, las bandas no se dispersan en tropas más pequeñas de hembras o machos solos, suelen compartir su alimento con mayor frecuencia, las hordas suelen fusionarse con otras o dividirse de manera similar a la unión-fusión de los clanes cazadores recolectores humanos. En correlación con lo anterior, el sexo parece ser una manifestación de los fuertes vínculos sociales entre los bonobos. Esto nos provee elementos para especular sobre las formas de organización sexual de los Australopithecus porque éstos eran poco más que chimpancés erectos. Su sobrevivencia exigía que su comportamiento fuera mucho más social que el de sus ancestros no homínidos, sus interacciones se parecían probablemente al de los chimpancés pigmeos con los cuales estamos emparentados genéticamente en un 98%. ¿No es este el “intercambio sexual sin trabas” del que hablaba Engels para describir la primera etapa de la familia primitiva?
¿Intercambio sexual sin trabas?
Con el surgimiento del género Homo los factores culturales en el emparejamiento empiezan a cobrar preeminencia progresiva sobre las consideraciones puramente biológicas. Sabemos por sus fósiles y por su tecnología que eran más sociales que ningún otro animal anterior a él y que presentaban menor dimorfismo sexual, lo que demuestra un cambio en sus patrones sociales (específicamente la relación entre machos y hembras) con relación a los Australopithecus. El periodo que abarca el paleolítico inferior o fase inferior del salvajismo es la etapa en la que nos encontramos con homínidos carroñeros y eventuales cazadores que se encontraban al borde de la extinción; es probable que en su punto álgido la población de Homo habilis en el mundo no superara los 250,000 individuos, mientras que la población mundial de erectus no debieron pasar del millón de individuos.
Observamos a una población desperdigada en hordas de unas pocas decenas de miembros. Estos pequeños grupos debían realizar grandes desplazamientos que implicaban que las oportunidades de contacto sexual entre diferentes bandas de los primeros homínidos eran muy reducidas, la reproducción tenía que darse al interno de dichas bandas. El proceso social de reparto de la carne a los niños, mujeres embarazadas y ancianos determinaba que en el seno de estas bandas los lazos fueran muy estrechos y que la banda fuera una unidad social de supervivencia, económica y reproductiva. En este contexto, para optimizar las posibilidades de sobrevivencia, no podían existir limitaciones biológicas en torno al intercambio sexual (la terminología de parentesco carecía por completo de sentido). Si la población estaba al borde de la extinción –y si la hordas se componían de una docena de miembros- no podían existir barreras culturales entre la reproducción entre sujetos en edad reproductiva, la supervivencia exigía que no existieran tales prejuicios, o mejor dicho, la falta de trabas biológicas al libre intercambio sexual implica ya un triunfo de la cultura sobre la naturaleza.
El estudio genético de un hueso de falange neandertal encontrado en 2010 en una cueva de Denisova Siberia revela que al menos esta banda neandertal no discriminaba entre parientes consanguíneos al momento de reproducirse. El co-director del proyecto internacional “genoma neandertal” Montgomery Slatkin reveló que el individuo neandertal era producto de una unión consanguínea: “Hicimos simulaciones de varios escenarios de endogamia y descubrimos que los padres de este individuo Neandertal eran medio hermanos de una misma madre, o dobles primos carnales, o tío y sobrina, tía y sobrino, abuelo y nieta, o abuela y nieto[8]” para el neandertal no debió haber nada de incestuoso en el asunto dado que tales clasificaciones familiares simplemente no existían. Aunque esta banda neandertal practicaba la endogamia o una suerte de intercambio sexual sin trabas, los estudios de otra banda sepultada en una cueva española han revelado que el neandertal practicaba la exogamia, intercambiando mujeres entre bandas, probablemente ahí donde debía establecer alianzas entre grupos para la caza de grandes presas.
Como ya hemos señalado, la hembra humana, además de la hembra chimpancé pigmeo, es la única dentro del orden de los primates que puede tener relaciones sexuales en cualquier época del año, el sexo en los humanos no responde a una función puramente reproductiva sino un medio de reforzamiento de los lazos sociales, una posible prueba del carácter originalmente polígamo de nuestra especie. El intercambio sexual primitivo podría ser un indicador del grado en que los primeros homínidos se separaban del reino animal a favor de pautas culturales de apareamiento.
En el paleolítico inferior (etapa inferior del salvajismo) el posible intercambio sexual sin trabas pudo implicar, desde el punto de vista de la terminología moderna, no existía la división cultural entre padres e hijos (ni mucho menos primos, tíos, sobrinos, etc.) como elemento inhibidor del intercambio sexual; todos los hombre y mujeres en edad reproductiva podían establecer contacto sexual; como explica Engels:
La tolerancia recíproca entre machos adultos, la falta de celos, eran las condiciones necesarias para la formación de esos grupos extensos y duraderos en el seno de los cuales únicamente es donde ha podido realizarse la evolución de la animalidad hacia la humanidad […] el matrimonio por grupos, la forma en que grupos enteros de hombres y grupos enteros de mujeres se poseen recíprocamente, es forma que deja poquísimo lugar a los celos […] y que, por tanto, es desconocida entre los animales.[9]
El menor dimorfismo sexual -menor en la medida en que ascendemos en la genealogía humana- tanto como la existencia de la familia por grupos (clanes en los cuales todos los hombres y mujeres de un clan son conyuges potenciales de otros hombres y mujeres de otro clan) común en las sociedades preestatales sugieren la existencia de dicha etapa. Todavía hoy, las sociedades clánicas viven en casas comunales en las cuales no existe la noción de privacidad o espacio privado, las parejas suelen tener relaciones sexuales sin preocuparse por ser observados y nadie se escandaliza por ello. Tampoco existe vergüenza ante la desnudez propia o ajena. Por ejemplo: “La [mujer] papú de Nueva Guinea no se avergüenza de su desnudez, pero […] enrojece, presa de infinita turbación, si alguien la ve sin el trozo de tela que pende de la cabeza de cada una de las habitantes de la aldea que observe las conveniencias. Habitantes de diversas tribus africanas y sudamericanas que se pasean dignamente completamente desnudos, se avergüenzan enormemente si alguien los ve comiendo [quizá porque el acto de comer es algo que debe hacerse en colectivo]”.[10]
Si bien los campamentos que se han encontrado de este periodo no nos dicen automáticamente qué forma de familia los ocupó, lo que parece claro es que no corresponden con una estructura monogámica. Uno de los campamentos es el del yacimiento de Terra Amata en Francia: se trata de una cabaña de aproximadamente 9×5 metros[11]un espacio bastante amplio si pensamos que en estas estructuras habitaban parejas aisladas. Si bien es cierto la situación está muy lejos de clara puesto que los campamentos base han sido interpretados, también, como lugares de despiece de animales más que como viviendas.
Última edición por lolagallego el Vie Nov 20, 2020 7:01 pm, editado 1 vez