¿Por qué Colón no fue chino? El capitalismo y la dominación colonial
David García Colín Carrillo - octubre de 2020
—en dos mensajes—
En la primera parte de este artículo intentaremos explicar el desarrollo peculiar que dio origen a la llamada “cultura occidental” y cómo la gestación capitalista impulsó la invasión, conquista y destrucción de las grandes civilizaciones del llamado Nuevo Mundo. Pero necesitamos explicar la otra cara de la moneda: en la segunda parte intentaremos explicar por qué fueron precisamente los europeos –y no, por ejemplo, los chinos- los que capturaron a los soberanos de Tenochtitlán y del Imperio incaico, y no éstos los que invadieron Europa e impusieron tributos a los reyes europeos (a fin de cuentas las del Nuevo Mundo eran civilizaciones tributarias). Veremos cómo diferentes condiciones materiales, sociales, tecnológicas, geográficas e históricas determinaron el resultado final del brutal choque entre “dos mundos”.
Si bien durante el auge del modo de producción esclavista el mundo occidental tomó un protagonismo que nunca había tenido –que había estado reservado a las grandes civilizaciones de la antigüedad oriental-, también es cierto que con el colapso del Imperio romano el mundo occidental se hundió en las tinieblas, mientras el centro de la cultura en el Viejo Mundo se trasladó de nuevo a Oriente: Constantinopla, China, la India y el mundo islámico. Mientras Europa occidental retrocedía unos mil años en la historia, en Constantinopla se construía la iglesia más hermosa del mundo (Santa Sofía), los chinos inventaban la imprenta, los indios desarrollaban los números, en Bagdad se desarrollaba el álgebra, en la India descubrían el valor de Pi… y el Nuevo Mundo experimentó, entre otras cosas, el brillante siglo maya y teotihuacano.
Para los chinos, los europeos atrasados no eran más que “extranjeros de color” y para los árabes musulmanes, los europeos no eran más que brutos. Mas-Udi –un geógrafo árabe- escribió que aquellas gentes: “carecen del sentido del humor […] su entendimiento, escaso; y sus lenguas, toscas…Cuanto más al norte se encuentran más estúpidos, groseros y brutos son”.1 Pero la superioridad del mundo oriental no se debía-como creía Udi (o como lo creen los “sabios” occidentales de hoy con respecto a la sociedad en la que viven)- a una cuestión racial, sino a que el flujo del comercio-la ruta de la seda y las especias- se trasladó de Roma hacia Oriente: Bagdad, Toledo, Córdoba, la India y China, por lo que el mundo intelectual amenazado por el fundamentalismo cristiano se refugió y nutrió en estas ciudades relativamente tolerantes y muchas veces pluriétnicas, en cuyas venas comerciales viajaba la cultura y, entre otras cosas, el budismo (la Constantinopla cristiana, por lo general, fue fanática aún cuando floreció con el comercio). Si el viejo mundo griego se nutrió gracias a Oriente, el mundo occidental moderno renació absorbiendo lo que se preservó en las civilizaciones orientales –resistentes por conservar un modo de producción más o menos tributario- que florecían mientras “Londres y París eran unos villorrios desvencijados, con calles de barro y chozas de madera”.2 Como dijo alguna vez Heráclito: “el principio y el fin de la circunferencia es el mismo”.
¿Por qué, entonces, no fueron los chinos los que “descubrieron” América si sus barcos, sus inventos y su riqueza llevaban la delantera? Si la llamada cultura occidental de los griegos y romanos colapsó con ellos, ¿cómo fue que renació de nuevo en la atrasada Europa occidental? Los chinos podían haber realizado tantos inventos como se quiera, incluso aquéllos que en occidente revolucionaron la sociedad (la imprenta, la pólvora, la brújula, el estribo, etc.) y tener los barcos más asombrosos de su época, pero sus relaciones sociales no favorecían el comercio ni la acumulación de capital; esto fue decisivo. Lo que les faltó a los chinos no fue conocimiento –que tenían de sobra- sino motivación. Incluso si la hipótesis sumamente especulativa sobre supuestas excursiones de los chinos o cartagineses en América resultaran ciertas, el hecho de que dichos contactos no hayan tenido más repercusiones que la que tuvo el contacto vikingo demuestra nuestro punto: ni las relaciones sociales de los chinos, fenicios o de los vikingos impulsaban impactos de relevancia.
Paradójicamente, la parte occidental del Imperio romano colapsó tras una oleada de invasiones germánicas –que precipitaron la inevitable caída de un imperio en decadencia- precisamente porque en esa parte la civilización había echado raíces menos firmes, mientras que el Imperio romano de oriente (Constantinopla) sobrevivió y aún pudo florecer gracias al comercio con civilizaciones del lejano oriente mucho más resistentes. Pero, al presentarse una serie de condiciones materiales e históricas, la rueda de la historia giró y las debilidades se convirtieron en fortalezas y éstas en desventajas. Pero ¿cómo fue que los polos se invirtieron? ¿Cómo fue que el mundo sería puesto de cabeza?
La primera mitad del siglo IX en Europa occidental fue el punto más bajo y oscuro de la Alta Edad Media –dominado por reyezuelos y papas que eran tan insignificantes como ambiciosos e ignorantes-, pero gracias a la introducción desde oriente (desde China) del pesado “arado de vertedera” que era tirado por caballos con colleras revolucionarias y con herraduras (también invento chino), desde mediados del siglo IX, la producción y el comercio se recuperaron relativamente y la población creció –sobre todo en territorios francos y normandos que contaban con mejores tierras-, proporcionando –dentro de los márgenes medievales- el excedente necesario para mantener a una caballería pesada vestida con armaduras de acero y reyes occidentales más poderosos (aunque, por lo general, siguieron siendo ignorantes); abriendo el periodo conocido como Baja Edad Media.3
Si el arado tirado por caballos no fue introducido en tiempos romanos fue, seguramente, debido a que a los esclavos les valía un “pepino” la producción y la clase dominante se preocupaba menos por la productividad de unos esclavos que se cazaban en masa y a los que no se les podía confiar un animal tan delicado y costoso –de la misma forma en que nosotros no solemos confiar nuestra computadora a un niño pequeño-. En contraste, los siervos estaban más interesados en sus propios cultivos, no sólo porque –por lo general- trabajaban con instrumentos propios, sino porque de ello dependía -deducido el tributo debido al señor feudal- el alimento que llevaban a la mesa.
La nueva caballería medieval pudo hacer frente a las invasiones bárbaras (no olvidemos, no obstante, que esos “caballeros” eran descendientes de los mismos “bárbaros” que precipitaron la caída del Imperio romano) y, durante las Cruzadas, fue posible disputar al mundo musulmán las rutas de comercio. Constantinopla -un imperio medio feudal, medio esclavista, medio despótico, medio occidental y medio oriental- fue perdiendo el monopolio comercial que le había garantizado su supremacía cultural en Europa –fue la ciudad más majestuosa de sus tiempos-, y ese poder se fue concentrando en otras ciudades menos sujetas al poder del emperador bizantino: Génova, Venecia, Florencia y Milán- ciudades que habían sido satélites de Constantinopla-. La concentración de poder en manos del monarca y los intereses terratenientes en la gran Constantinopla bloquearon que el comercio revolucionara la sociedad como sucederá en las pequeñas e independientes ciudades italianas, inicialmente unas semicolonias de Oriente. Éstas mostraban el poder emergente de una nueva clase de comerciantes y una nueva clase de ciudades burguesas (burgos) naciendo de las entrañas feudales, desplazando el equilibrio de poder de oriente a occidente – y se moverá aún más hacia occidente-.
Así, la propiedad privada de la tierra (que favoreció el proceso de acumulación privada), el comercio privado, la industria textil del norte de Europa y el crecimiento de las ciudades promoverá el Renacimiento europeo. Marco Polo redescubrirá China utilizando la vieja ruta de la seda que para los musulmanes no era ningún secreto. El posterior saqueo de África y el Nuevo Mundo alimentará la acumulación originará de un sistema revolucionario, un sistema que dominará el orbe por primera vez en la historia y al que debemos la falsa creencia en la superioridad de occidente.
En otros términos, aunque los europeos occidentales estaban inicialmente rezagados –tanto que la historia, tras la caída de Roma, pareció retrocedió mil años, a un nivel de subsistencia-, la existencia en occidente de grandes comerciantes privados, de gremios más o menos independientes (en comparación con los artesanos del mundo oriental e, incluso, en relación a Constantinopla –ella misma heredera del Imperio romano-), la existencia de propiedad privada de la tierra, la relativa descentralización feudal que permitió el surgimiento de burgos o ciudades; fueron factores que facilitaron la reconversión de las tierras de cultivo en tierras de pastoreo, impulsando la industria textil, la manufactura y el comercio privados. Con esto último el polo de poder se traslada aún más hacia occidente, rumbo al Atlántico, desde Italia a emergentes potencias imperialistas como Portugal, Holanda, Inglaterra, Francia (España desperdició lo saqueado construyendo inútiles catedrales en vez de convertir el oro robado en capital). Bernal explica el cambio en el equilibrio de poder: “La apertura de la nueva ruta marítima africana asestó un golpe tremendo al comercio tradicional a través de territorios árabes –del cual se habían beneficiado los propios árabes como los turcos- y, a la vez, produjo inmensas ganancias a los portugueses y arruinó a los venecianos”.4
Evidentemente, el proceso de gestación capitalista no fue puramente económico, encontró en la política su comadrona en la forma de patrocinio de monarquías ilustradas, el despojo de tierras a los pequeños propietarios y posteriores revoluciones antifeudales –comenzando por La Reforma- que irán creando a los estados nación modernos.
Bastaban una serie de accidentes históricos para desencadenar el proceso latente de acumulación capitalista: la peste negra que asoló Europa durante los siglos XIV y XV y el bloqueo temporal de las rutas de oriente por los bárbaros de Tamerlán y por la posterior conquista turca de Constantinopla pudieron ser esa serie de accidentes. La peste contribuyó a una mayor demanda de mano de obra y a la migración del campo hacia unos burgos en crecimiento-que habían comenzado a crecer lentamente a mediados del siglo IX-. El bloqueo de las rutas comerciales, por otra parte, impulsó la conquista de África y América. Los portugueses conquistaron África tratando de circunnavegarla para encontrar una nueva ruta hacia oriente pero el comercio de esclavos fue más lucrativo que el viejo comercio con las “Indias orientales”.
Era cuestión de tiempo para que otras potencias, celosas del éxito portugués, trataran de encontrar nuevas rutas cruzando el Atlántico, demostrando que el Mar Mediterráneo –escenario principal del mundo antiguo- no era más que un chapoteadero. Así se explica que los conquistadores europeos estuvieran afectados de una “enfermedad” que no padecieron las civilizaciones tributarias y que sólo se podía aliviar con oro y rutas comerciales, esa “enfermedad” –llamada acumulación originaria de capital-los llevará a conquistar África, América, Asia y Oceanía; esclavizando, saqueando y destruyendo las culturas nativas. Los conquistadores ansiaban los metales preciosos en la misma medida en que la economía capitalista en formación requería medios de cambio y acumulación, esta necesidad frenética no era menos poderosa que la heroína para un adicto incurable, pero esta “adicción” tuvo mayores consecuencias que una sobredosis. El Primer Mundo se nutrió de la sangre, sudor y lágrimas del mundo colonial.
David García Colín Carrillo - octubre de 2020
—en dos mensajes—
En la primera parte de este artículo intentaremos explicar el desarrollo peculiar que dio origen a la llamada “cultura occidental” y cómo la gestación capitalista impulsó la invasión, conquista y destrucción de las grandes civilizaciones del llamado Nuevo Mundo. Pero necesitamos explicar la otra cara de la moneda: en la segunda parte intentaremos explicar por qué fueron precisamente los europeos –y no, por ejemplo, los chinos- los que capturaron a los soberanos de Tenochtitlán y del Imperio incaico, y no éstos los que invadieron Europa e impusieron tributos a los reyes europeos (a fin de cuentas las del Nuevo Mundo eran civilizaciones tributarias). Veremos cómo diferentes condiciones materiales, sociales, tecnológicas, geográficas e históricas determinaron el resultado final del brutal choque entre “dos mundos”.
Si bien durante el auge del modo de producción esclavista el mundo occidental tomó un protagonismo que nunca había tenido –que había estado reservado a las grandes civilizaciones de la antigüedad oriental-, también es cierto que con el colapso del Imperio romano el mundo occidental se hundió en las tinieblas, mientras el centro de la cultura en el Viejo Mundo se trasladó de nuevo a Oriente: Constantinopla, China, la India y el mundo islámico. Mientras Europa occidental retrocedía unos mil años en la historia, en Constantinopla se construía la iglesia más hermosa del mundo (Santa Sofía), los chinos inventaban la imprenta, los indios desarrollaban los números, en Bagdad se desarrollaba el álgebra, en la India descubrían el valor de Pi… y el Nuevo Mundo experimentó, entre otras cosas, el brillante siglo maya y teotihuacano.
Para los chinos, los europeos atrasados no eran más que “extranjeros de color” y para los árabes musulmanes, los europeos no eran más que brutos. Mas-Udi –un geógrafo árabe- escribió que aquellas gentes: “carecen del sentido del humor […] su entendimiento, escaso; y sus lenguas, toscas…Cuanto más al norte se encuentran más estúpidos, groseros y brutos son”.1 Pero la superioridad del mundo oriental no se debía-como creía Udi (o como lo creen los “sabios” occidentales de hoy con respecto a la sociedad en la que viven)- a una cuestión racial, sino a que el flujo del comercio-la ruta de la seda y las especias- se trasladó de Roma hacia Oriente: Bagdad, Toledo, Córdoba, la India y China, por lo que el mundo intelectual amenazado por el fundamentalismo cristiano se refugió y nutrió en estas ciudades relativamente tolerantes y muchas veces pluriétnicas, en cuyas venas comerciales viajaba la cultura y, entre otras cosas, el budismo (la Constantinopla cristiana, por lo general, fue fanática aún cuando floreció con el comercio). Si el viejo mundo griego se nutrió gracias a Oriente, el mundo occidental moderno renació absorbiendo lo que se preservó en las civilizaciones orientales –resistentes por conservar un modo de producción más o menos tributario- que florecían mientras “Londres y París eran unos villorrios desvencijados, con calles de barro y chozas de madera”.2 Como dijo alguna vez Heráclito: “el principio y el fin de la circunferencia es el mismo”.
¿Por qué, entonces, no fueron los chinos los que “descubrieron” América si sus barcos, sus inventos y su riqueza llevaban la delantera? Si la llamada cultura occidental de los griegos y romanos colapsó con ellos, ¿cómo fue que renació de nuevo en la atrasada Europa occidental? Los chinos podían haber realizado tantos inventos como se quiera, incluso aquéllos que en occidente revolucionaron la sociedad (la imprenta, la pólvora, la brújula, el estribo, etc.) y tener los barcos más asombrosos de su época, pero sus relaciones sociales no favorecían el comercio ni la acumulación de capital; esto fue decisivo. Lo que les faltó a los chinos no fue conocimiento –que tenían de sobra- sino motivación. Incluso si la hipótesis sumamente especulativa sobre supuestas excursiones de los chinos o cartagineses en América resultaran ciertas, el hecho de que dichos contactos no hayan tenido más repercusiones que la que tuvo el contacto vikingo demuestra nuestro punto: ni las relaciones sociales de los chinos, fenicios o de los vikingos impulsaban impactos de relevancia.
Paradójicamente, la parte occidental del Imperio romano colapsó tras una oleada de invasiones germánicas –que precipitaron la inevitable caída de un imperio en decadencia- precisamente porque en esa parte la civilización había echado raíces menos firmes, mientras que el Imperio romano de oriente (Constantinopla) sobrevivió y aún pudo florecer gracias al comercio con civilizaciones del lejano oriente mucho más resistentes. Pero, al presentarse una serie de condiciones materiales e históricas, la rueda de la historia giró y las debilidades se convirtieron en fortalezas y éstas en desventajas. Pero ¿cómo fue que los polos se invirtieron? ¿Cómo fue que el mundo sería puesto de cabeza?
La primera mitad del siglo IX en Europa occidental fue el punto más bajo y oscuro de la Alta Edad Media –dominado por reyezuelos y papas que eran tan insignificantes como ambiciosos e ignorantes-, pero gracias a la introducción desde oriente (desde China) del pesado “arado de vertedera” que era tirado por caballos con colleras revolucionarias y con herraduras (también invento chino), desde mediados del siglo IX, la producción y el comercio se recuperaron relativamente y la población creció –sobre todo en territorios francos y normandos que contaban con mejores tierras-, proporcionando –dentro de los márgenes medievales- el excedente necesario para mantener a una caballería pesada vestida con armaduras de acero y reyes occidentales más poderosos (aunque, por lo general, siguieron siendo ignorantes); abriendo el periodo conocido como Baja Edad Media.3
Si el arado tirado por caballos no fue introducido en tiempos romanos fue, seguramente, debido a que a los esclavos les valía un “pepino” la producción y la clase dominante se preocupaba menos por la productividad de unos esclavos que se cazaban en masa y a los que no se les podía confiar un animal tan delicado y costoso –de la misma forma en que nosotros no solemos confiar nuestra computadora a un niño pequeño-. En contraste, los siervos estaban más interesados en sus propios cultivos, no sólo porque –por lo general- trabajaban con instrumentos propios, sino porque de ello dependía -deducido el tributo debido al señor feudal- el alimento que llevaban a la mesa.
La nueva caballería medieval pudo hacer frente a las invasiones bárbaras (no olvidemos, no obstante, que esos “caballeros” eran descendientes de los mismos “bárbaros” que precipitaron la caída del Imperio romano) y, durante las Cruzadas, fue posible disputar al mundo musulmán las rutas de comercio. Constantinopla -un imperio medio feudal, medio esclavista, medio despótico, medio occidental y medio oriental- fue perdiendo el monopolio comercial que le había garantizado su supremacía cultural en Europa –fue la ciudad más majestuosa de sus tiempos-, y ese poder se fue concentrando en otras ciudades menos sujetas al poder del emperador bizantino: Génova, Venecia, Florencia y Milán- ciudades que habían sido satélites de Constantinopla-. La concentración de poder en manos del monarca y los intereses terratenientes en la gran Constantinopla bloquearon que el comercio revolucionara la sociedad como sucederá en las pequeñas e independientes ciudades italianas, inicialmente unas semicolonias de Oriente. Éstas mostraban el poder emergente de una nueva clase de comerciantes y una nueva clase de ciudades burguesas (burgos) naciendo de las entrañas feudales, desplazando el equilibrio de poder de oriente a occidente – y se moverá aún más hacia occidente-.
Así, la propiedad privada de la tierra (que favoreció el proceso de acumulación privada), el comercio privado, la industria textil del norte de Europa y el crecimiento de las ciudades promoverá el Renacimiento europeo. Marco Polo redescubrirá China utilizando la vieja ruta de la seda que para los musulmanes no era ningún secreto. El posterior saqueo de África y el Nuevo Mundo alimentará la acumulación originará de un sistema revolucionario, un sistema que dominará el orbe por primera vez en la historia y al que debemos la falsa creencia en la superioridad de occidente.
En otros términos, aunque los europeos occidentales estaban inicialmente rezagados –tanto que la historia, tras la caída de Roma, pareció retrocedió mil años, a un nivel de subsistencia-, la existencia en occidente de grandes comerciantes privados, de gremios más o menos independientes (en comparación con los artesanos del mundo oriental e, incluso, en relación a Constantinopla –ella misma heredera del Imperio romano-), la existencia de propiedad privada de la tierra, la relativa descentralización feudal que permitió el surgimiento de burgos o ciudades; fueron factores que facilitaron la reconversión de las tierras de cultivo en tierras de pastoreo, impulsando la industria textil, la manufactura y el comercio privados. Con esto último el polo de poder se traslada aún más hacia occidente, rumbo al Atlántico, desde Italia a emergentes potencias imperialistas como Portugal, Holanda, Inglaterra, Francia (España desperdició lo saqueado construyendo inútiles catedrales en vez de convertir el oro robado en capital). Bernal explica el cambio en el equilibrio de poder: “La apertura de la nueva ruta marítima africana asestó un golpe tremendo al comercio tradicional a través de territorios árabes –del cual se habían beneficiado los propios árabes como los turcos- y, a la vez, produjo inmensas ganancias a los portugueses y arruinó a los venecianos”.4
Evidentemente, el proceso de gestación capitalista no fue puramente económico, encontró en la política su comadrona en la forma de patrocinio de monarquías ilustradas, el despojo de tierras a los pequeños propietarios y posteriores revoluciones antifeudales –comenzando por La Reforma- que irán creando a los estados nación modernos.
Bastaban una serie de accidentes históricos para desencadenar el proceso latente de acumulación capitalista: la peste negra que asoló Europa durante los siglos XIV y XV y el bloqueo temporal de las rutas de oriente por los bárbaros de Tamerlán y por la posterior conquista turca de Constantinopla pudieron ser esa serie de accidentes. La peste contribuyó a una mayor demanda de mano de obra y a la migración del campo hacia unos burgos en crecimiento-que habían comenzado a crecer lentamente a mediados del siglo IX-. El bloqueo de las rutas comerciales, por otra parte, impulsó la conquista de África y América. Los portugueses conquistaron África tratando de circunnavegarla para encontrar una nueva ruta hacia oriente pero el comercio de esclavos fue más lucrativo que el viejo comercio con las “Indias orientales”.
Era cuestión de tiempo para que otras potencias, celosas del éxito portugués, trataran de encontrar nuevas rutas cruzando el Atlántico, demostrando que el Mar Mediterráneo –escenario principal del mundo antiguo- no era más que un chapoteadero. Así se explica que los conquistadores europeos estuvieran afectados de una “enfermedad” que no padecieron las civilizaciones tributarias y que sólo se podía aliviar con oro y rutas comerciales, esa “enfermedad” –llamada acumulación originaria de capital-los llevará a conquistar África, América, Asia y Oceanía; esclavizando, saqueando y destruyendo las culturas nativas. Los conquistadores ansiaban los metales preciosos en la misma medida en que la economía capitalista en formación requería medios de cambio y acumulación, esta necesidad frenética no era menos poderosa que la heroína para un adicto incurable, pero esta “adicción” tuvo mayores consecuencias que una sobredosis. El Primer Mundo se nutrió de la sangre, sudor y lágrimas del mundo colonial.
Última edición por lolagallego el Jue Nov 19, 2020 8:56 pm, editado 1 vez