La espiral de la vida, una interpretación marxista sobre el origen de los seres vivos
David R. García Colín Carrillo - septiembre 2020
—5 mensajes—
«En verdad, no es posible despreciar a la dialéctica con impunidad. Por grande que sea el desprecio hacia todo el pensamiento teórico, sin éste no se puede relacionar entre sí dos hechos naturales, ni entender el vínculo que existe entre ellos” - Federico Engels
El Origen de la Vida del químico soviético Alexander Ivanovich Oparin –publicado en 1938- es, desde hace mucho, un clásico indiscutible de la bioquímica y de la teoría de la evolución de los seres vivos, pero también lo es de la filosofía marxista que explícitamente se reivindica en ese maravilloso libro. Esto puede parecer chocante para el “marxismo” académico que opina –muy a la ligera- que el pensamiento dialéctico sólo opera –si acaso- en el estudio del capitalismo o, a lo sumo, puede ser útil en el estudio de la sociedad. Pero su aplicación a la naturaleza sería un exceso sólo atribuible a Engels. Esta opinión es totalmente infundada y no resiste la mínima crítica. Incluso en El Capital, Marx solía ejemplificar la dinámica dialéctica del sistema capitalista con casos tomados de la biología, la química y la naturaleza –ejemplos que Engels va a desarrollar y profundizar en Dialéctica de la naturaleza-; escribió, además, un texto matemático sobre la dialéctica del cálculo, demostrando que para él las leyes generales de la dialéctica operaban en amplios planos de la realidad y la ciencia. El punto era mostrarlo a partir de la ciencia misma, a partir del fenómeno que se considera. Baste un solo ejemplo tomado de El Capital: “Aquí–hablando de las transformación del maestro medieval en capitalista-, como en las ciencias naturales se confirma la exactitud de aquella ley descubierta por Hegel en su Lógica, según la cual, al llegar a cierto punto, los cambios puramente cuantitativos se truecan en diferencias cualitativas”.1 Es un hecho que Marx escribió parte del Antidühring, que conoció y aprobó el proyecto de Engels de “Dialéctica de la naturaleza” y no existía ninguna diferencia entre ellos en esta materia. El mito de un Engels febrilmente hegeliano en contra de un Marx “más centrado” sólo puede sostenerse frente a quienes sean completamente analfabetas en la lectura directa de Marx. Ni siquiera vale la pena detenerse más en esto.
Pero más allá de la posición de Marx ¿es posible abandonar campos fundamentales de la realidad a la filosofía burguesa, a los prejuicios de nuestro tiempo–como plantean, implícitamente, esos “marxistas” académicos-? Y a la inversa: ¿Es que la ciencia moderna no puede alimentar nuestra concepción del mundo? Quien entienda, aunque sea un poco el significado del método dialéctico no puede sino reírse de los intentos de mutilar la realidad y negarle al pensamiento la interpretación general de su entorno y de los nexos e interacciones que vinculan el mundo. El pensamiento dialéctico no es otra cosa que una visión dinámica en todos los niveles de la realidad: la naturaleza, el pensamiento y la sociedad. Pocas personas objetarían la utilidad lógica de la mayoría de las famosas categorías aristotélicas (cantidad, cualidad, lugar, tiempo, relación, acción, etc.) pues es evidente que cualquier objeto puede ser estudiado desde esos diferentes ángulos, que todo objeto tiene propiedades cuantitativas (las matemáticas y la física estudia esto todo el tiempo), cualitativas (¿qué sería de la química sin el estudio de las propiedades de los elementos y compuestos?); ciertas relaciones, se encuentra en cierto tiempo y lugar (qué sería de la física moderna sin las nociones de tiempo y espacio), etc. Y por más que el viejo Aristóteles estuviera equivocado en muchas cosas, si algunas de sus categorías son indispensables es sólo porque reflejan propiedades generales de la realidad. En este sentido esas categorías son la abstracción más general del contenido de lo que llamaríamos actualmente “materia” (Aristóteles la llamaba “sustancia”). El pensamiento dialéctico no hace sino poner esas categorías generales y abstractas en movimiento, establecer sus relaciones más generales, sus mutuas transformaciones; pues la realidad misma está en movimiento, transformación y en un mar de interacciones eternas. En este sentido el pensamiento dialéctico es la abstracción más general de los patrones de movimiento que se observan en la realidad, es una interpretación del movimiento y del cambio. Si las categorías lógicas son posibles y el movimiento y evolución de la realidad es incuestionable ¿Por qué resulta tan difícil concebir que también es posible entender esas categorías en su movimiento y mantener una concepción general del mundo de acuerdo a ello? Claro que para Marx esas leyes son una abstracción de la realidad material y no expresión del espíritu absoluto como sostenía Hegel. Marx era materialista y puso a Hegel sobre sus pies. Evidente de por sí es que esas abstracciones lógicas son apenas el comienzo –aunque ellas mismas sean un resultado histórico- pues de lo abstracto debemos ir a lo concreto. La aplicación del método dialéctico debe ser siempre concreto –primera ley de la dialéctica: la verdad es siempre concreta-, no basta repetir las leyes generales de la dialéctica, sino se trata de descubrirlas, extraerlas de la ciencia misma, del objeto de estudio, del movimiento real y determinado. Dialécticamente, el método es resultado histórico del conocimiento y también punto de partida para el estudio de la realidad, pues lo particular y lo universal son aspectos indisolubles. Marx aplicó conscientemente este método en el estudio de la sociedad capitalista, no había otra manera pues se trata de un fenómeno complejo, lleno de contradicciones, procesos y saltos cualitativos, imposible de entender con la vulgar lógica formal. El sentido común puede ser suficiente en la vida cotidiana, para amarrase las agujetas, subirse al camión y llegar al trabajo. Pero resulta peor que inútil en fenómenos de mayor complejidad y cuando se trata de descubrir leyes y patrones que subyacen debajo de los fenómenos inmediatos. Creemos que en el estudio de la vida y su origen –proceso complejo cual más- es igualmente necesario para entender el fenómeno en su conjunto y en su desarrollo histórico. Evidentemente no pretendemos, ni podemos, superar a un clásico y el libro de Oparin sigue siendo una fuente fundamental para los interesados en el tema. Nuestro texto tiene sólo la virtud, si acaso, de invitar a su lectura, subrayar más explícitamente la naturaleza dialéctica del origen de la vida, plantear algunas fases decisivas e incorporar alguna información adicional con la que Oparin no contaba, por ejemplo, la importancia de los ácidos nucleicos que desconocía y el debate sobre su posible origen.
Vida y materia
“Aunque no existe hombre alguno que pueda trazar una línea divisoria entre los confines del día y de la noche, aun así, la luz y la oscuridad son, en términos generales, tolerablemente distinguibles” - Edmund Burke
El 95% de la materia viva está compuesta de hidrógeno, carbón, nitrógeno y oxígeno, y aunque de éstos elementos el carbón representa el 9.5% (63% de hidrógeno, 25.5% de oxígeno y 1.4 % de nitrógeno) juega un papel fundamental en el surgimiento de la vida al permitir la formación de cadenas largas y pesadas de moléculas orgánicas indispensables para la vida: las proteínas, ácidos nucleicos, lípidos, azucares y carbohidratos. El humano más pretencioso y la bacteria intestinal están hechos de la misma sustancia, pues la vida tiene un origen común, ambos hechos de materia que se remonta al núcleo mismo de las estrellas. Esta es una de las confirmaciones más asombrosas del materialismo dialéctico. La idea de que todos los fenómenos del universo son producto de la evolución y transformación cualitativa de la materia, se confirma en el núcleo de las estrellas y en los átomos que nos componen.
En el siglo XIX el famoso químico sueco Jakob Berzelius contribuyó en la delimitación teórica de la materia orgánica y la inorgánica, esta separación era necesaria para el surgimiento de la bioquímica y el estudio de la especificidad de los ciclos presentes en los seres vivos. Propuso que la materia orgánica fuera aquélla que estuviera presente en los organismos vivos, e inorgánica la que existiera en la naturaleza independientemente de la vida. Pero su delimitación era rígida y contenía un grave error. Creía que entre la materia orgánica e inorgánica existía una frontera infranqueable, una muralla china impenetrable. La vida era producto de una misteriosa y mística fuerza vital, así el pensamiento mecánico en la ciencia se daba la mano con el oscurantismo religioso. Pero en 1827 un alumno de Berzelius, el químico alemán Federico Wöhler, calentó suavemente cianato de amonio -sustancia inorgánica- y obtuvo urea, una sustancia orgánica presente en la orina. Berzelius tuvo que reconocer lo equivocado de su idea anterior. Se demostró así que la materia orgánica podía surgir de la materia inorgánica, el comienzo del camino para comprender que las mismas leyes químicas generales de la naturaleza inorgánica funcionan para la materia orgánica, que la vida no era producto de una misteriosa “fuerza vital”, sino de los saltos dialécticos del movimiento de la materia. Engels escribió al respecto: “La preparación, por medios inorgánicos, de compuestos que hasta entonces sólo se producían en el organismo vivo, demostró que las leyes de la química tienen la misma validez para los cuerpos orgánicos que para los inorgánicos, y en gran medida franqueó el abismo que se abría entre la naturaleza inorgánica y la orgánica, un abismo que hasta el propio Kant consideraba insuperable para siempre”.2 ¡Quién iba a pensar que la vulgar orina nos pondría en camino correcto para descubrir el origen de la vida! Por cierto, la urea fue relevante en aquella sopa primitiva en la que se formó la vida -que algunos científicos opinan que debió haber sido parecido a un charco de orines- pues va a proporcionar el fosfato necesario para unir a los nucleótidos que, en conjunto con otros materiales orgánicos, van a originar el ADN y ARN. De hecho, ahora sabemos que la materia orgánica no sólo surge por los organismos vivos, sino tan pronto como es posible la formación de cadenas de carbono. Actualmente se consideran orgánicas a todas las moléculas basadas en estas cadenas y no sólo aquéllas producidas por seres vivos.
El carbono permite la formación de cadenas largas en infinidad de combinaciones, existen unos 10 millones de compuestos orgánicos cuyo esqueleto básico son las cadenas de carbono. Marx y Engels ya habían subrayado las propiedades dialécticas de las series homólogas químicas. “La teoría molecular, aplicada a la química moderna” –escribió Marx en una nota de El Capital- no descansa en otra ley que la transformación de la cantidad en cualidad”3. Efectivamente, las diferencias cualitativas entre las series de carbono no son otra cosa que la diferencia cuantitativa en el número de sus cadenas de hidratos de carbono, así, por ejemplo, los ácidos grasos y los alcoholes –con propiedades muy diferentes- difieren sólo por la cantidad.
La vida es una de las formas más complejas del movimiento de la materia, un fenómeno precioso, frágil, evanescente pero inevitable una vez que se dan las condiciones que permiten la complejidad creciente de la materia orgánica. El 93% de los átomos del universo son de hidrógeno, por la sencilla razón de que es el átomo más ligero y simple en el universo (sólo un protón en su núcleo). Pero después de convertir el hidrógeno en helio, la muerte de estrellas como nuestro sol genera la energía suficiente para fusionar átomos de carbón. En estrellas más masivas y en la explosión de supernovas se generan el resto de elementos de la tabla periódica -desde el fierro hasta el uranio-, incluidos aquéllos sin los cuales la formación de moléculas orgánicas y la vida misma serían imposibles. Las estrellas son los verdaderos alquimistas del universo, con el poder suficiente para convertir el hidrógeno en todos los elementos de la tabla periódica. “El nitrógeno de nuestro ADN, el calcio de nuestros dientes, el hierro de nuestra sangre, los carbonos de nuestras tartas de manzana se hicieron en los interiores de las estrellas en proceso de colapso. Estamos hechos, pues, de sustancia estelar”4.
David R. García Colín Carrillo - septiembre 2020
—5 mensajes—
«En verdad, no es posible despreciar a la dialéctica con impunidad. Por grande que sea el desprecio hacia todo el pensamiento teórico, sin éste no se puede relacionar entre sí dos hechos naturales, ni entender el vínculo que existe entre ellos” - Federico Engels
El Origen de la Vida del químico soviético Alexander Ivanovich Oparin –publicado en 1938- es, desde hace mucho, un clásico indiscutible de la bioquímica y de la teoría de la evolución de los seres vivos, pero también lo es de la filosofía marxista que explícitamente se reivindica en ese maravilloso libro. Esto puede parecer chocante para el “marxismo” académico que opina –muy a la ligera- que el pensamiento dialéctico sólo opera –si acaso- en el estudio del capitalismo o, a lo sumo, puede ser útil en el estudio de la sociedad. Pero su aplicación a la naturaleza sería un exceso sólo atribuible a Engels. Esta opinión es totalmente infundada y no resiste la mínima crítica. Incluso en El Capital, Marx solía ejemplificar la dinámica dialéctica del sistema capitalista con casos tomados de la biología, la química y la naturaleza –ejemplos que Engels va a desarrollar y profundizar en Dialéctica de la naturaleza-; escribió, además, un texto matemático sobre la dialéctica del cálculo, demostrando que para él las leyes generales de la dialéctica operaban en amplios planos de la realidad y la ciencia. El punto era mostrarlo a partir de la ciencia misma, a partir del fenómeno que se considera. Baste un solo ejemplo tomado de El Capital: “Aquí–hablando de las transformación del maestro medieval en capitalista-, como en las ciencias naturales se confirma la exactitud de aquella ley descubierta por Hegel en su Lógica, según la cual, al llegar a cierto punto, los cambios puramente cuantitativos se truecan en diferencias cualitativas”.1 Es un hecho que Marx escribió parte del Antidühring, que conoció y aprobó el proyecto de Engels de “Dialéctica de la naturaleza” y no existía ninguna diferencia entre ellos en esta materia. El mito de un Engels febrilmente hegeliano en contra de un Marx “más centrado” sólo puede sostenerse frente a quienes sean completamente analfabetas en la lectura directa de Marx. Ni siquiera vale la pena detenerse más en esto.
Pero más allá de la posición de Marx ¿es posible abandonar campos fundamentales de la realidad a la filosofía burguesa, a los prejuicios de nuestro tiempo–como plantean, implícitamente, esos “marxistas” académicos-? Y a la inversa: ¿Es que la ciencia moderna no puede alimentar nuestra concepción del mundo? Quien entienda, aunque sea un poco el significado del método dialéctico no puede sino reírse de los intentos de mutilar la realidad y negarle al pensamiento la interpretación general de su entorno y de los nexos e interacciones que vinculan el mundo. El pensamiento dialéctico no es otra cosa que una visión dinámica en todos los niveles de la realidad: la naturaleza, el pensamiento y la sociedad. Pocas personas objetarían la utilidad lógica de la mayoría de las famosas categorías aristotélicas (cantidad, cualidad, lugar, tiempo, relación, acción, etc.) pues es evidente que cualquier objeto puede ser estudiado desde esos diferentes ángulos, que todo objeto tiene propiedades cuantitativas (las matemáticas y la física estudia esto todo el tiempo), cualitativas (¿qué sería de la química sin el estudio de las propiedades de los elementos y compuestos?); ciertas relaciones, se encuentra en cierto tiempo y lugar (qué sería de la física moderna sin las nociones de tiempo y espacio), etc. Y por más que el viejo Aristóteles estuviera equivocado en muchas cosas, si algunas de sus categorías son indispensables es sólo porque reflejan propiedades generales de la realidad. En este sentido esas categorías son la abstracción más general del contenido de lo que llamaríamos actualmente “materia” (Aristóteles la llamaba “sustancia”). El pensamiento dialéctico no hace sino poner esas categorías generales y abstractas en movimiento, establecer sus relaciones más generales, sus mutuas transformaciones; pues la realidad misma está en movimiento, transformación y en un mar de interacciones eternas. En este sentido el pensamiento dialéctico es la abstracción más general de los patrones de movimiento que se observan en la realidad, es una interpretación del movimiento y del cambio. Si las categorías lógicas son posibles y el movimiento y evolución de la realidad es incuestionable ¿Por qué resulta tan difícil concebir que también es posible entender esas categorías en su movimiento y mantener una concepción general del mundo de acuerdo a ello? Claro que para Marx esas leyes son una abstracción de la realidad material y no expresión del espíritu absoluto como sostenía Hegel. Marx era materialista y puso a Hegel sobre sus pies. Evidente de por sí es que esas abstracciones lógicas son apenas el comienzo –aunque ellas mismas sean un resultado histórico- pues de lo abstracto debemos ir a lo concreto. La aplicación del método dialéctico debe ser siempre concreto –primera ley de la dialéctica: la verdad es siempre concreta-, no basta repetir las leyes generales de la dialéctica, sino se trata de descubrirlas, extraerlas de la ciencia misma, del objeto de estudio, del movimiento real y determinado. Dialécticamente, el método es resultado histórico del conocimiento y también punto de partida para el estudio de la realidad, pues lo particular y lo universal son aspectos indisolubles. Marx aplicó conscientemente este método en el estudio de la sociedad capitalista, no había otra manera pues se trata de un fenómeno complejo, lleno de contradicciones, procesos y saltos cualitativos, imposible de entender con la vulgar lógica formal. El sentido común puede ser suficiente en la vida cotidiana, para amarrase las agujetas, subirse al camión y llegar al trabajo. Pero resulta peor que inútil en fenómenos de mayor complejidad y cuando se trata de descubrir leyes y patrones que subyacen debajo de los fenómenos inmediatos. Creemos que en el estudio de la vida y su origen –proceso complejo cual más- es igualmente necesario para entender el fenómeno en su conjunto y en su desarrollo histórico. Evidentemente no pretendemos, ni podemos, superar a un clásico y el libro de Oparin sigue siendo una fuente fundamental para los interesados en el tema. Nuestro texto tiene sólo la virtud, si acaso, de invitar a su lectura, subrayar más explícitamente la naturaleza dialéctica del origen de la vida, plantear algunas fases decisivas e incorporar alguna información adicional con la que Oparin no contaba, por ejemplo, la importancia de los ácidos nucleicos que desconocía y el debate sobre su posible origen.
Vida y materia
“Aunque no existe hombre alguno que pueda trazar una línea divisoria entre los confines del día y de la noche, aun así, la luz y la oscuridad son, en términos generales, tolerablemente distinguibles” - Edmund Burke
El 95% de la materia viva está compuesta de hidrógeno, carbón, nitrógeno y oxígeno, y aunque de éstos elementos el carbón representa el 9.5% (63% de hidrógeno, 25.5% de oxígeno y 1.4 % de nitrógeno) juega un papel fundamental en el surgimiento de la vida al permitir la formación de cadenas largas y pesadas de moléculas orgánicas indispensables para la vida: las proteínas, ácidos nucleicos, lípidos, azucares y carbohidratos. El humano más pretencioso y la bacteria intestinal están hechos de la misma sustancia, pues la vida tiene un origen común, ambos hechos de materia que se remonta al núcleo mismo de las estrellas. Esta es una de las confirmaciones más asombrosas del materialismo dialéctico. La idea de que todos los fenómenos del universo son producto de la evolución y transformación cualitativa de la materia, se confirma en el núcleo de las estrellas y en los átomos que nos componen.
En el siglo XIX el famoso químico sueco Jakob Berzelius contribuyó en la delimitación teórica de la materia orgánica y la inorgánica, esta separación era necesaria para el surgimiento de la bioquímica y el estudio de la especificidad de los ciclos presentes en los seres vivos. Propuso que la materia orgánica fuera aquélla que estuviera presente en los organismos vivos, e inorgánica la que existiera en la naturaleza independientemente de la vida. Pero su delimitación era rígida y contenía un grave error. Creía que entre la materia orgánica e inorgánica existía una frontera infranqueable, una muralla china impenetrable. La vida era producto de una misteriosa y mística fuerza vital, así el pensamiento mecánico en la ciencia se daba la mano con el oscurantismo religioso. Pero en 1827 un alumno de Berzelius, el químico alemán Federico Wöhler, calentó suavemente cianato de amonio -sustancia inorgánica- y obtuvo urea, una sustancia orgánica presente en la orina. Berzelius tuvo que reconocer lo equivocado de su idea anterior. Se demostró así que la materia orgánica podía surgir de la materia inorgánica, el comienzo del camino para comprender que las mismas leyes químicas generales de la naturaleza inorgánica funcionan para la materia orgánica, que la vida no era producto de una misteriosa “fuerza vital”, sino de los saltos dialécticos del movimiento de la materia. Engels escribió al respecto: “La preparación, por medios inorgánicos, de compuestos que hasta entonces sólo se producían en el organismo vivo, demostró que las leyes de la química tienen la misma validez para los cuerpos orgánicos que para los inorgánicos, y en gran medida franqueó el abismo que se abría entre la naturaleza inorgánica y la orgánica, un abismo que hasta el propio Kant consideraba insuperable para siempre”.2 ¡Quién iba a pensar que la vulgar orina nos pondría en camino correcto para descubrir el origen de la vida! Por cierto, la urea fue relevante en aquella sopa primitiva en la que se formó la vida -que algunos científicos opinan que debió haber sido parecido a un charco de orines- pues va a proporcionar el fosfato necesario para unir a los nucleótidos que, en conjunto con otros materiales orgánicos, van a originar el ADN y ARN. De hecho, ahora sabemos que la materia orgánica no sólo surge por los organismos vivos, sino tan pronto como es posible la formación de cadenas de carbono. Actualmente se consideran orgánicas a todas las moléculas basadas en estas cadenas y no sólo aquéllas producidas por seres vivos.
El carbono permite la formación de cadenas largas en infinidad de combinaciones, existen unos 10 millones de compuestos orgánicos cuyo esqueleto básico son las cadenas de carbono. Marx y Engels ya habían subrayado las propiedades dialécticas de las series homólogas químicas. “La teoría molecular, aplicada a la química moderna” –escribió Marx en una nota de El Capital- no descansa en otra ley que la transformación de la cantidad en cualidad”3. Efectivamente, las diferencias cualitativas entre las series de carbono no son otra cosa que la diferencia cuantitativa en el número de sus cadenas de hidratos de carbono, así, por ejemplo, los ácidos grasos y los alcoholes –con propiedades muy diferentes- difieren sólo por la cantidad.
La vida es una de las formas más complejas del movimiento de la materia, un fenómeno precioso, frágil, evanescente pero inevitable una vez que se dan las condiciones que permiten la complejidad creciente de la materia orgánica. El 93% de los átomos del universo son de hidrógeno, por la sencilla razón de que es el átomo más ligero y simple en el universo (sólo un protón en su núcleo). Pero después de convertir el hidrógeno en helio, la muerte de estrellas como nuestro sol genera la energía suficiente para fusionar átomos de carbón. En estrellas más masivas y en la explosión de supernovas se generan el resto de elementos de la tabla periódica -desde el fierro hasta el uranio-, incluidos aquéllos sin los cuales la formación de moléculas orgánicas y la vida misma serían imposibles. Las estrellas son los verdaderos alquimistas del universo, con el poder suficiente para convertir el hidrógeno en todos los elementos de la tabla periódica. “El nitrógeno de nuestro ADN, el calcio de nuestros dientes, el hierro de nuestra sangre, los carbonos de nuestras tartas de manzana se hicieron en los interiores de las estrellas en proceso de colapso. Estamos hechos, pues, de sustancia estelar”4.
Última edición por lolagallego el Vie Nov 20, 2020 4:29 pm, editado 3 veces