La última batalla de Lenin (contiene El último discurso de Lenin de noviembre de 1922)
David García Colín Carrillo
publicado en abril de 2020 por El Sudamericano
en el Foro en: 5 mensajes (el discurso de Lenin en el último mensaje)
Lenin no sólo fue el arquitecto de la Revolución rusa, en el sentido de que fue el forjador de una generación de cuadros revolucionarios, el principal impulsor del Partido Bolchevique; fue –por añadidura– un estratega y táctico genial que pudo conectar la teoría marxistas de forma concreta a la realidad rusa, para impulsar la revolución más radical de la historia.
A la luz de este hecho cobra sentido la observación de Trotsky:
“Marx es el profeta de las tablas de la ley y Lenin el más grande ejecutor del testamento, que no sólo dirigía a la élite proletaria como lo hizo Marx, sino que dirigía clases y pueblos en las ejecuciones de la ley, en las situaciones más difíciles que actuó, maniobró y venció”.[1]
Pero Lenin –además– fue uno de los primeros en combatir el proceso de degeneración y burocratización que sufrió la revolución que él encabezó. Lenin no tuvo reparos en hablar con franqueza de la enfermedad que la Revolución rusa comenzó a sufrir a comienzos de la década de 1920 y proponer vías para luchar contra ella. Ante todo será apelando a la intervención directa de los trabajadores y la revolución mundial que Lenin intentará cortar las bases de la burocracia en ascenso. Fue ésta la última batalla de Lenin, una guerra sin cuartel contra la burocracia y su caudillo, Stalin –un oscuro burócrata del partido que trepará por el cuerpo de la organización bolchevique, apoyándose en burócratas agradecidos-. Aunque el destino dejará a Trotsky la tarea de profundizar teóricamente sobre la naturaleza de la ‘degeneración’ de la revolución, fue Lenin el que, junto con aquél, comenzará la batalla que ocupará sus últimos días. Y aunque la burocracia aplastará al Partido leninista y convertirá a Lenin en una momia, el colapso de la URSS y la reconversión de los stalinistas en empresarios capitalistas demostraron que el stalinismo no tenía nada de revolucionario. Es necesario recuperar la historia de la última batalla de Lenin –una guerra contra Stalin– y lo antagónico que resulta el verdadero leninismo de su negación burocrática.
Las raíces del problema
Marx creía que la revolución socialista comenzaría en Francia, Inglaterra y Alemania –en ese orden–. La perspectiva de Marx se basaba en que en aquellos países el desarrollo capitalista había alcanzado su nivel más alto y, por ende, las condiciones materiales para la revolución socialista también. No previó que la cadena capitalista comenzaría a romperse por sus eslabones más débiles. Los mencheviques, como hemos visto, extraían de las perspectivas de Marx la conclusión de que era imposible una revolución socialista en Rusia y que por lo tanto en la revolución por venir la burguesía debía tener la dirección política a la que se tenían que someter los trabajadores. Los bolcheviques sostenían que la burguesía liberal no podía dirigir ninguna revolución por sus vínculos políticos y económicos con los terratenientes y con las grandes potencias y, por tanto, los trabajadores debían confiar en sus propias fuerzas y llevar adelante la revolución por sí mismos, desde una perspectiva internacionalista.
Marx escribió que el Estado obrero tendería a extinguirse a sí mismo con la liquidación de las clases sociales –y Lenin desarrolló esta misma idea de “El Estado y la revolución”- pero el Estado soviético, creado en un marco de aislamiento, y atraso material y cultural, no sólo no tendió nunca a extinguirse
El pesado Estado soviético ya estaba compuesto de más de cinco millones de personas en fechas tan tempranas como 1920. 30 mil oficiales zaristas fueron reclutados en la guerra civil dada la falta de cuadros militares. Con la desmovilización del Ejército Rojo miles de personas fueron reubicadas en puestos burocráticos. Aunque el Ejército Rojo triunfó en contra de todos los vaticinios, la terrible guerra civil cobró la vida, de unas cinco millones de personas (incluidas las bajas de la guerra mundial), lo que resultó en un colapso virtual de la clase obrera. El declive numérico y moral del proletariado explica que de 1918 y 1922 el Congreso de los Soviets –que en teoría es el verdadero poder estatal- apenas se reuniera una vez cada año. En la realidad el poder tendía a concentrarse más y más en el Partido Comunista –especialmente en el CC. y su órgano operativo, el politburó– pues no existía ya otra instancia real mediante la cual el proletariado –su vanguardia política– pudiera ejercer su poder.
Las subsecuentes derrotas en 1923 de la Revolución alemana y de la Revolución china en 1926 –que se agregan a los fracasos de los intentos del periodo 1918-1921– dieron estocadas mortales a la moral de las capas más avanzadas del pueblo ruso. Miles de cuadros de la revolución murieron durante la guerra civil y otros fueron absorbidos por los hábitos y maneras del burócrata. El partido renovó, después de 1923, entre el 75-80% de su militancia. Mientras que durante la revolución y la guerra civil integrarse al Partido sólo significaba sacrificios, el periodo de la NEP va a ser atractivo para arribistas en búsqueda de confort, la mayoría de los cuales estuvo del otro lado de la barricada en octubre de 1917. Estos millones de burócratas, apoyados en el ambiente pequeñoburgués, creado con la NEP que crecía en proporción directa al retroceso de las masas, suministraron el caldo de cultivo para el ascenso de intereses contrarios a los ideales bolcheviques originales. Se estaba formando una casta burocrática a la que Lenin se va a enfrentar en la última batalla de su vida.
Lenin contra la burocracia
En repetidas ocasiones Lenin choca contra un aparato burocrático que se manifiesta, inicialmente, con métodos de desdén y negligencia para con el trabajador y campesino común. Así, por ejemplo en enero de 1919, en pleno Comunismo de Guerra, Lenin se entera que el Comité de Abastecimiento de Simbirsk cierra sus oficinas a las cuatro de la tarde y los campesinos que van a entregar trigo, de acuerdo a la política de requisa, deben permanecer en la calle hasta el día siguiente en un frío glacial. Lenin envía furioso una carta.
“Tienen el deber de recibir el trigo de los campesinos, de día y de noche. Si se confirma que pasadas las cuatro de la tarde se han negado a recibir el trigo y han obligado a los campesinos a esperar hasta la mañana serán fusilados”.[2]
Pero las órdenes de Lenin no son obedecidas por la burocracia y-por supuesto- nadie es fusilado (en aquéllas fechas Lenin llama, ritualmente, a fusilar sin que esto sea, necesariamente, literal). Sin embargo, aún estamos ante manifestaciones burocráticas formales –largas filas y atención negligente- que no hacen sino revelar una enfermedad que se está desarrollando. Esto es apenas el inicio y el proceso cruzará varios puntos de inflexión. Seis meses después de escribir “La enfermedad infantil…” Lenin afirma:
“hay que tener el valor de mirar de frente la amarga verdad: el partido está enfermo. ¿Y el Estado? […] un estado obrero con una deformación burocrática”.[3]
Precisamente para combatir a la burocracia enquistada en el Partido se crea el 24 de enero de 1920, a propuesta de Lenin, una comisión llamada “Inspección Obrera y Campesina” (Rabkrin) encargada de eliminar la corrupción y la ineficacia, fiscalizando el funcionamiento de toda la maquinaria estatal, incluyendo el control de todos los comisarios del pueblo. Se suponía que bajo la dirección de esa comisión grupos de obreros y campesinos podrían entrar a cualquier oficina de gobierno para supervisar su funcionamiento. Lenin quiere luchar contra la burocracia a través de la intervención directa de los trabajadores organizados. Pero a falta de obreros, esa comisión no hará sino reproducir a la burocracia que pretendía erradicar.
Stalin, miembro del Politburó, el Orgburó (encargado de organizar al personal del Partido) y comisario de las nacionalidades, es elegido, a propuesta de Zinoviev, para presidir esa comisión. Lenin apoyó esta idea pues veía a Stalin como un organizador eficaz y fuerte que podría hacer un buen papel bajo el control del CC. Pero Stalin, abusando de su puesto, utilizó esa comisión para promover a sus compinches e ir tejiendo calladamente una camarilla de gente agradecida. Así, por ejemplo, su amigo Kaganovich fue puesto a cargo del Departamento Organizativo del Partido (Orgotdel). Inicialmente Lenin defiende la función de Stalin frente a aquéllos que, como Trotsky, desconfían de su buen funcionamiento: “…no podemos prescindir en este momento de esta [comisión]”.[4]
Adicionalmente, se crea por el X° Congreso del Partido, una Comisión de Control encargada de depurar al partido de arribistas y burócratas. Inicialmente las “purgas” no tienen nada que ver con las purgas sangrientas de los años 30’s.
“Las purgas –dice Deutcher- no estaban bajo la jurisdicción del aparto judicial. Eran conducidas por las comisiones locales de control del Partido ante un foro abierto de ciudadanos, al que tenían libre acceso tanto bolcheviques como los no bolcheviques. La conducta de todo miembro del Partido, desde los más influyentes hasta los más modestos, era sometida al severo escrutinio público. Cualquier hombre o mujer entre el público podía servir como testigo. El bolchevique cuya hoja de servicios resultara insatisfactoria recibía una reprimenda y, en casos extremos, era expulsado del Partido. La Comisión de Control no podía imponer otras sanciones”.[5]
Por este medio se expulsan a unos 200 mil miembros del Partido, un tercio de la militancia. Estas medidas administrativas podían liberar al Partido de un poco de “veneno” pero había ya una enfermedad burocrática que reproducía la toxina constantemente. Stalin usará esa comisión para convertirla en una herramienta en manos del burócrata.
Desde el verano de 1921 los dolores de cabeza de Lenin, quien apenas tiene cincuenta y dos años, se vuelven insoportables.
“A ratos tenía que sujetarse la cabeza y permanecer así, inmóvil durante varios minutos. Sufría de insomnios progresivamente acusados […] A comienzos del año siguiente empezó a sufrir mareos, que le obligaban a sujetarse a lo que tuviese a mano para no caer al suelo”.[6]
Debe irse –por orden del CC– a varios descansos, el 4 de junio como el 9 de agosto y todo un mes (desde el 7 de diciembre) a la finca en Gorki. Pensando en un envenenamiento por plomo, el 23 de abril de 1922 el cirujano Julius Borchardt le extrae, en el hospital Soldatenkov, la bala que estaba alojada en el cuello desde el atentado de 1918.
La enfermedad de Lenin
Robert Service, biógrafo liberal de Lenin, por no menos de siete páginas de su superficial y frívola biografía, se hace el tonto especulando sobre la salud mental de Lenin y sobre una presunta sífilis –palabra que aparece más veces que “Lenin”–. Pero Service sabe perfectamente bien que la prueba que Wasserman le hizo a Lenin dio negativo para sífilis y sabe aún mejor que la lucidez mental de Lenin permaneció intacta –fue Stalin el que tratará de escabullirse de la última voluntad de Lenin afirmando que éste “estaba afectado”. Es verdad que los médicos sospecharon de sífilis –pues en aquélla época cualquier enfermedad cerebral de origen desconocido solía achacarse a esa causa– pero la autopsia y la historia familiar apuntan a otra dirección. En realidad Lenin sufría de arteriosclerosis que, aunada a una labor incansable bajo presiones colosales, va a agrandar su corazón, aumentando la presión arterial en un sistema circulatorio comprometido por la bala del atentado de 1918. Esa enfermedad provocará los tres infartos cerebrales finales y explica los pequeños infartos anteriores que lo martirizan. Service sabe, además, que la historia familiar muestra una tendencia genética a sufrir ese tipo de padecimientos:
“El padre de Lenin parecía haber muerto de ella [arteriosclerosis cerebral] en 1886 y podría muy bien haber transmitido la afección a su hijo. La historia posterior de los Ulianov habría de apuntar en esa misma dirección. Anna Ilinichna atravesó de incógnito la frontera de Lituania camino de un sanatorio y murió allí en 1935 tras un ataque de apoplejía seguido de parálisis crónica; dos años después María Ilinichna no consiguió sobrevivir a un ataque al corazón y Dimitri Ilich murió en 1943 de estenocardia”.[7]
Pero Service, fiel a su estilo de chismografía, encontrará más “ilustrativo” dedicar más tiempo a las aventuras amorosas de Trotsky –en la pésima “biografía”, además de la de Lenin, que escribe de aquél- que a sus ideas. Aunado a lo anterior Service se indigna de los honorarios pagados al equipo de dos médicos que vela por la salud de Lenin –unos 20 mil marcos para los médicos Georg Klemperer y Julius Borchardt–. A decir verdad, la única coincidencia que es posible encontrar entre Service y Lenin es que éste ¡también consideró los honorarios de sus médicos excesivos![8] Pero la dirección del Partido no tiene el derecho a escatimar esfuerzos para salvar la vida de Lenin. De todas formas el único médico de confianza de Lenin es Alexandrovich Guetier, un amigo íntimo desde los tiempos más difíciles de la revolución. Este médico desmintió por adelantado las pérfidas insinuaciones sobre la lucidez mental de Lenin. Le dice a Trotsky:
“La fatiga [de Lenin] se acentuará, no volverá a tener la antigua claridad para el trabajo, pero el virtuoso seguirá siendo virtuoso”.[9]
Es claro que un infarto cerebral no tiene relación alguna con la demencia. Pero para un burgués no hay nada más demencial que una revolución socialista. La animadversión política de la burguesía no tiene nada que ver con la salud de Lenin.
David García Colín Carrillo
publicado en abril de 2020 por El Sudamericano
en el Foro en: 5 mensajes (el discurso de Lenin en el último mensaje)
Lenin no sólo fue el arquitecto de la Revolución rusa, en el sentido de que fue el forjador de una generación de cuadros revolucionarios, el principal impulsor del Partido Bolchevique; fue –por añadidura– un estratega y táctico genial que pudo conectar la teoría marxistas de forma concreta a la realidad rusa, para impulsar la revolución más radical de la historia.
A la luz de este hecho cobra sentido la observación de Trotsky:
“Marx es el profeta de las tablas de la ley y Lenin el más grande ejecutor del testamento, que no sólo dirigía a la élite proletaria como lo hizo Marx, sino que dirigía clases y pueblos en las ejecuciones de la ley, en las situaciones más difíciles que actuó, maniobró y venció”.[1]
Pero Lenin –además– fue uno de los primeros en combatir el proceso de degeneración y burocratización que sufrió la revolución que él encabezó. Lenin no tuvo reparos en hablar con franqueza de la enfermedad que la Revolución rusa comenzó a sufrir a comienzos de la década de 1920 y proponer vías para luchar contra ella. Ante todo será apelando a la intervención directa de los trabajadores y la revolución mundial que Lenin intentará cortar las bases de la burocracia en ascenso. Fue ésta la última batalla de Lenin, una guerra sin cuartel contra la burocracia y su caudillo, Stalin –un oscuro burócrata del partido que trepará por el cuerpo de la organización bolchevique, apoyándose en burócratas agradecidos-. Aunque el destino dejará a Trotsky la tarea de profundizar teóricamente sobre la naturaleza de la ‘degeneración’ de la revolución, fue Lenin el que, junto con aquél, comenzará la batalla que ocupará sus últimos días. Y aunque la burocracia aplastará al Partido leninista y convertirá a Lenin en una momia, el colapso de la URSS y la reconversión de los stalinistas en empresarios capitalistas demostraron que el stalinismo no tenía nada de revolucionario. Es necesario recuperar la historia de la última batalla de Lenin –una guerra contra Stalin– y lo antagónico que resulta el verdadero leninismo de su negación burocrática.
Las raíces del problema
Marx creía que la revolución socialista comenzaría en Francia, Inglaterra y Alemania –en ese orden–. La perspectiva de Marx se basaba en que en aquellos países el desarrollo capitalista había alcanzado su nivel más alto y, por ende, las condiciones materiales para la revolución socialista también. No previó que la cadena capitalista comenzaría a romperse por sus eslabones más débiles. Los mencheviques, como hemos visto, extraían de las perspectivas de Marx la conclusión de que era imposible una revolución socialista en Rusia y que por lo tanto en la revolución por venir la burguesía debía tener la dirección política a la que se tenían que someter los trabajadores. Los bolcheviques sostenían que la burguesía liberal no podía dirigir ninguna revolución por sus vínculos políticos y económicos con los terratenientes y con las grandes potencias y, por tanto, los trabajadores debían confiar en sus propias fuerzas y llevar adelante la revolución por sí mismos, desde una perspectiva internacionalista.
Marx escribió que el Estado obrero tendería a extinguirse a sí mismo con la liquidación de las clases sociales –y Lenin desarrolló esta misma idea de “El Estado y la revolución”- pero el Estado soviético, creado en un marco de aislamiento, y atraso material y cultural, no sólo no tendió nunca a extinguirse
El pesado Estado soviético ya estaba compuesto de más de cinco millones de personas en fechas tan tempranas como 1920. 30 mil oficiales zaristas fueron reclutados en la guerra civil dada la falta de cuadros militares. Con la desmovilización del Ejército Rojo miles de personas fueron reubicadas en puestos burocráticos. Aunque el Ejército Rojo triunfó en contra de todos los vaticinios, la terrible guerra civil cobró la vida, de unas cinco millones de personas (incluidas las bajas de la guerra mundial), lo que resultó en un colapso virtual de la clase obrera. El declive numérico y moral del proletariado explica que de 1918 y 1922 el Congreso de los Soviets –que en teoría es el verdadero poder estatal- apenas se reuniera una vez cada año. En la realidad el poder tendía a concentrarse más y más en el Partido Comunista –especialmente en el CC. y su órgano operativo, el politburó– pues no existía ya otra instancia real mediante la cual el proletariado –su vanguardia política– pudiera ejercer su poder.
Las subsecuentes derrotas en 1923 de la Revolución alemana y de la Revolución china en 1926 –que se agregan a los fracasos de los intentos del periodo 1918-1921– dieron estocadas mortales a la moral de las capas más avanzadas del pueblo ruso. Miles de cuadros de la revolución murieron durante la guerra civil y otros fueron absorbidos por los hábitos y maneras del burócrata. El partido renovó, después de 1923, entre el 75-80% de su militancia. Mientras que durante la revolución y la guerra civil integrarse al Partido sólo significaba sacrificios, el periodo de la NEP va a ser atractivo para arribistas en búsqueda de confort, la mayoría de los cuales estuvo del otro lado de la barricada en octubre de 1917. Estos millones de burócratas, apoyados en el ambiente pequeñoburgués, creado con la NEP que crecía en proporción directa al retroceso de las masas, suministraron el caldo de cultivo para el ascenso de intereses contrarios a los ideales bolcheviques originales. Se estaba formando una casta burocrática a la que Lenin se va a enfrentar en la última batalla de su vida.
Lenin contra la burocracia
En repetidas ocasiones Lenin choca contra un aparato burocrático que se manifiesta, inicialmente, con métodos de desdén y negligencia para con el trabajador y campesino común. Así, por ejemplo en enero de 1919, en pleno Comunismo de Guerra, Lenin se entera que el Comité de Abastecimiento de Simbirsk cierra sus oficinas a las cuatro de la tarde y los campesinos que van a entregar trigo, de acuerdo a la política de requisa, deben permanecer en la calle hasta el día siguiente en un frío glacial. Lenin envía furioso una carta.
“Tienen el deber de recibir el trigo de los campesinos, de día y de noche. Si se confirma que pasadas las cuatro de la tarde se han negado a recibir el trigo y han obligado a los campesinos a esperar hasta la mañana serán fusilados”.[2]
Pero las órdenes de Lenin no son obedecidas por la burocracia y-por supuesto- nadie es fusilado (en aquéllas fechas Lenin llama, ritualmente, a fusilar sin que esto sea, necesariamente, literal). Sin embargo, aún estamos ante manifestaciones burocráticas formales –largas filas y atención negligente- que no hacen sino revelar una enfermedad que se está desarrollando. Esto es apenas el inicio y el proceso cruzará varios puntos de inflexión. Seis meses después de escribir “La enfermedad infantil…” Lenin afirma:
“hay que tener el valor de mirar de frente la amarga verdad: el partido está enfermo. ¿Y el Estado? […] un estado obrero con una deformación burocrática”.[3]
Precisamente para combatir a la burocracia enquistada en el Partido se crea el 24 de enero de 1920, a propuesta de Lenin, una comisión llamada “Inspección Obrera y Campesina” (Rabkrin) encargada de eliminar la corrupción y la ineficacia, fiscalizando el funcionamiento de toda la maquinaria estatal, incluyendo el control de todos los comisarios del pueblo. Se suponía que bajo la dirección de esa comisión grupos de obreros y campesinos podrían entrar a cualquier oficina de gobierno para supervisar su funcionamiento. Lenin quiere luchar contra la burocracia a través de la intervención directa de los trabajadores organizados. Pero a falta de obreros, esa comisión no hará sino reproducir a la burocracia que pretendía erradicar.
Stalin, miembro del Politburó, el Orgburó (encargado de organizar al personal del Partido) y comisario de las nacionalidades, es elegido, a propuesta de Zinoviev, para presidir esa comisión. Lenin apoyó esta idea pues veía a Stalin como un organizador eficaz y fuerte que podría hacer un buen papel bajo el control del CC. Pero Stalin, abusando de su puesto, utilizó esa comisión para promover a sus compinches e ir tejiendo calladamente una camarilla de gente agradecida. Así, por ejemplo, su amigo Kaganovich fue puesto a cargo del Departamento Organizativo del Partido (Orgotdel). Inicialmente Lenin defiende la función de Stalin frente a aquéllos que, como Trotsky, desconfían de su buen funcionamiento: “…no podemos prescindir en este momento de esta [comisión]”.[4]
Adicionalmente, se crea por el X° Congreso del Partido, una Comisión de Control encargada de depurar al partido de arribistas y burócratas. Inicialmente las “purgas” no tienen nada que ver con las purgas sangrientas de los años 30’s.
“Las purgas –dice Deutcher- no estaban bajo la jurisdicción del aparto judicial. Eran conducidas por las comisiones locales de control del Partido ante un foro abierto de ciudadanos, al que tenían libre acceso tanto bolcheviques como los no bolcheviques. La conducta de todo miembro del Partido, desde los más influyentes hasta los más modestos, era sometida al severo escrutinio público. Cualquier hombre o mujer entre el público podía servir como testigo. El bolchevique cuya hoja de servicios resultara insatisfactoria recibía una reprimenda y, en casos extremos, era expulsado del Partido. La Comisión de Control no podía imponer otras sanciones”.[5]
Por este medio se expulsan a unos 200 mil miembros del Partido, un tercio de la militancia. Estas medidas administrativas podían liberar al Partido de un poco de “veneno” pero había ya una enfermedad burocrática que reproducía la toxina constantemente. Stalin usará esa comisión para convertirla en una herramienta en manos del burócrata.
Desde el verano de 1921 los dolores de cabeza de Lenin, quien apenas tiene cincuenta y dos años, se vuelven insoportables.
“A ratos tenía que sujetarse la cabeza y permanecer así, inmóvil durante varios minutos. Sufría de insomnios progresivamente acusados […] A comienzos del año siguiente empezó a sufrir mareos, que le obligaban a sujetarse a lo que tuviese a mano para no caer al suelo”.[6]
Debe irse –por orden del CC– a varios descansos, el 4 de junio como el 9 de agosto y todo un mes (desde el 7 de diciembre) a la finca en Gorki. Pensando en un envenenamiento por plomo, el 23 de abril de 1922 el cirujano Julius Borchardt le extrae, en el hospital Soldatenkov, la bala que estaba alojada en el cuello desde el atentado de 1918.
La enfermedad de Lenin
Robert Service, biógrafo liberal de Lenin, por no menos de siete páginas de su superficial y frívola biografía, se hace el tonto especulando sobre la salud mental de Lenin y sobre una presunta sífilis –palabra que aparece más veces que “Lenin”–. Pero Service sabe perfectamente bien que la prueba que Wasserman le hizo a Lenin dio negativo para sífilis y sabe aún mejor que la lucidez mental de Lenin permaneció intacta –fue Stalin el que tratará de escabullirse de la última voluntad de Lenin afirmando que éste “estaba afectado”. Es verdad que los médicos sospecharon de sífilis –pues en aquélla época cualquier enfermedad cerebral de origen desconocido solía achacarse a esa causa– pero la autopsia y la historia familiar apuntan a otra dirección. En realidad Lenin sufría de arteriosclerosis que, aunada a una labor incansable bajo presiones colosales, va a agrandar su corazón, aumentando la presión arterial en un sistema circulatorio comprometido por la bala del atentado de 1918. Esa enfermedad provocará los tres infartos cerebrales finales y explica los pequeños infartos anteriores que lo martirizan. Service sabe, además, que la historia familiar muestra una tendencia genética a sufrir ese tipo de padecimientos:
“El padre de Lenin parecía haber muerto de ella [arteriosclerosis cerebral] en 1886 y podría muy bien haber transmitido la afección a su hijo. La historia posterior de los Ulianov habría de apuntar en esa misma dirección. Anna Ilinichna atravesó de incógnito la frontera de Lituania camino de un sanatorio y murió allí en 1935 tras un ataque de apoplejía seguido de parálisis crónica; dos años después María Ilinichna no consiguió sobrevivir a un ataque al corazón y Dimitri Ilich murió en 1943 de estenocardia”.[7]
Pero Service, fiel a su estilo de chismografía, encontrará más “ilustrativo” dedicar más tiempo a las aventuras amorosas de Trotsky –en la pésima “biografía”, además de la de Lenin, que escribe de aquél- que a sus ideas. Aunado a lo anterior Service se indigna de los honorarios pagados al equipo de dos médicos que vela por la salud de Lenin –unos 20 mil marcos para los médicos Georg Klemperer y Julius Borchardt–. A decir verdad, la única coincidencia que es posible encontrar entre Service y Lenin es que éste ¡también consideró los honorarios de sus médicos excesivos![8] Pero la dirección del Partido no tiene el derecho a escatimar esfuerzos para salvar la vida de Lenin. De todas formas el único médico de confianza de Lenin es Alexandrovich Guetier, un amigo íntimo desde los tiempos más difíciles de la revolución. Este médico desmintió por adelantado las pérfidas insinuaciones sobre la lucidez mental de Lenin. Le dice a Trotsky:
“La fatiga [de Lenin] se acentuará, no volverá a tener la antigua claridad para el trabajo, pero el virtuoso seguirá siendo virtuoso”.[9]
Es claro que un infarto cerebral no tiene relación alguna con la demencia. Pero para un burgués no hay nada más demencial que una revolución socialista. La animadversión política de la burguesía no tiene nada que ver con la salud de Lenin.
Última edición por RioLena el Sáb Abr 25, 2020 11:36 am, editado 1 vez