Sobre la relevancia sociológica del concepto marxista de clase social - Massimo Modonesi - noviembre 2020
publicado por El Sudamericano
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El arquitrabe del pensamiento marxista sobre la historia y de la dinámica social que la mueve se encuentra en su expresión más característica, distintiva y altisonante: lucha de clases. En efecto, así como podemos reconocer en el marxismo una lógica del capital, es necesario no perder de vista la presencia de una perspectiva anclada en la lógica de la lucha de clases, a decir de muchos velada por y subordinada a la primera en la obras de Marx (Dardot y Laval, 2012: 219).
La perspectiva teórica que se desprende de este engranaje conceptual tuvo una influencia tan vasta que dio la sensación de volverse hegemónica conforme avanzaba el siglo XX, para posteriormente decaer y ser considerada obsoleta hacia el final del mismo siglo. En nuestros días como diagnostica acertadamente Goran Therborn:
“La reciente filosofía de la lucha sin clases se corresponde con la sociología de las clases sin lucha” (Therborn, 2014: 157).
A continuación, verteré unas breves reflexiones sobre algunas coordenadas que permiten sostener una reivindicación de esta formulación y de sus implicaciones teóricas desde la perspectiva de la sociología política y no –como es más frecuente– desde la crítica de la economía política, la estrategia política, la historia o la filosofía tal como aparece, por ejemplo, en un libro de Domenico Losurdo titulado La lucha de clases (2013).
No podré desagregar aquí con la debida profundidad el conjunto de preguntas e hipótesis que se desprenden de cada uno de los conceptos y, sobre todo, de la relación entre ambos. Valgan las siguientes consideraciones como ejercicio de problematización conceptual e invitación al debate.
I
Entendemos por clase social no un concepto aislado y estático sino dinámico y relacional, inserto en la fórmula lucha de clases.
La hipótesis central que desarrollé en un libro reciente1 es que identificar, describir, analizar, explicar e interpretar las luchas, las clases, las formas y circunstancias del cruce que implica asumir que las luchas son de clase y que las clases luchan, constituye el núcleo duro y el meollo de la agenda marxista en el terreno de una teoría de la acción política, una teoría centrada en el principio antagonista.
Aun cuando existe cierto consenso en torno a la idea de que entre la conformación de la subjetividad y la acción que la forja y la expresa, existe simultaneidad y sincronía, el debate marxista se dislocó y no pocas veces polarizó entre los defensores de la primacía de una u otra, de la estructura y la acción, de la importancia de la clase en sí o de la clase para sí, primacía e importancia que se traducían en distintas lógicas secuenciales.
La opción por la lucha se manifiesta por ejemplo de forma clara y explícita en las apuestas analíticas de E. P. Thompson, el obrerismo italiano y el open marxism que reseñamos en este libro.2 Valga este posicionamiento de E. P. Thompson como botón de muestra de un debate intenso y fecundo, no exento divergencias substanciales y de tonos polémicos:
[…] se ha prestado una atención teórica excesiva (gran parte de la misma claramente ahistórica) a “clase” y demasiado poca a “lucha de clases”. En realidad, lucha de clases es un concepto previo así como mucho más universal. Para expresarlo claramente: las clases no existen como entidades separadas, que miran en derredor, encuentran una clase enemiga y empiezan luego a luchar. Por el contrario, las gentes se encuentran en una sociedad estructurada en modos determinados (crucialmente, pero no exclusivamente, en relaciones de producción), experimentan la explotación (o la necesidad de mantener el poder sobre los explotados), identifican puntos de interés antagónico, comienzan a luchar por estas cuestiones y en el proceso de lucha se descubren como clase, y llegan a conocer este descubrimiento como conciencia de clase. La clase y la conciencia de clase son siempre las últimas, no las primeras, fases del proceso real histórico. Pero, si empleamos la categoría estática de clase, o si obtenemos nuestro concepto del modelo teórico previo de una totalidad estructural, no lo creeremos así: creeremos que la clase está instantáneamente presente (derivada, como una proyección geométrica, de las relaciones de producción) y de ello la lucha de clases (1984: 37-38).
Sin duda, como lo señalábamos, la noción de lucha permite abrir el abanico de preguntas relacionadas con la acción, con la dimensión de lo que en el debate sociológico se conoce como agencia: quiénes, son y cómo se organizan y entran en conflicto sujeto y actores. Es, en este sentido, lucha es el sustantivo dinámico y procesual de la fórmula lucha de clases.
Por otra parte, en lo que respecta a la temporalidad, en el debate marxista la noción de lucha abarcó y permite abarcar tanto el proceso como el acontecimiento, e invita a asumir el problema de la distinción entre ambos, que no es sólo una cuestión cuantitativa como corto, mediano o largo plazo, sino cualitativa; una cuestión que permite resaltar tiempos continuos y acumulativos, con discontinuidades y rupturas, sobresaltos de la historia.3
Finalmente, el concepto de lucha coloca la cuestión estratégica, en la cual la confrontación entre clases se torna política y aflora la dimensión subjetiva del antagonismo. La lucha es social en tanto se libra en el terreno de la sociedad, y es política en tanto es una disputa por el poder. Así, la construcción interna de la clase se realiza en función de la lucha, y la lucha entre las clases es el campo de batalla, el contexto conflictual propio de las sociedades capitalistas. En la lucha se forjan lo colectivo y lo subjetivo, colocados social y políticamente en situación clasista; la confrontación es mucho más que un efecto de estructura o la simple condición o situación de clase.
En este sentido, el marxismo apunta a una forma específica de acción colectiva, a una acción política que es acción clasista y acción antagonista. En esta pendiente, se opera un recorte y se establece una lógica de análisis de los fenómenos de movilización; éstos son luchas surgidas en el marco de campos de clase y que tienden a politizarse.
II
Por su parte, la noción de clase, en tanto contiene un elemento determinante de materialidad socioeconómica, es un poderoso antídoto contra el culturalismo, el politicismo y el subjetivismo posmodernos que atraviesan los enfoques dominantes en el campo de los estudios de los movimientos sociales.
Al mismo tiempo, en su vertiente sociopolítica el concepto de clase así como fue desobjetivado y desfetichizado por los marxismos críticos, conlleva una apuesta a pensar lo político desde la agregación y la acción colectiva en un plano pre y sin excluir un posterior desarrollo en este terreno. Así que clase es (también) un concepto de la teoría política. En su seno anidan algunas tensiones y posibles hipótesis de articulación. En efecto, la noción de clase es, en términos marxistas, una síntesis de la relación dialéctica entre determinación material socioeconómica y subjetivación sociopolítica, una noción que tiene un pie en la estructura y otro en la agencia, siendo al mismo tiempo clase en sí y clase para sí.
Por ello, en la búsqueda de un encuentro entre el marxismo y las nuevas sociologías críticas (en particular la de Bourdieu), Philippe Corcuff y Daniel Bensaid ponen el acento en el terreno del constructivismo, que, en el caso del marxismo, se traduce en concebir la clase, al sujeto o al actor en general como constructores y constructos, lo cual también es un claro intento de evitar la polaridad y el dualismo objetivo-subjetivo (Corcuff, 2001: 18, 20; Bensaid, 2005: 32).
En otro plano, concebir la clase como un campo o un universo de clase permite reconocer y analizar una serie de procesos de agregación sociopolítica4 sin caer en el esencialismo propio de cierta tradición obrerista y de una época marcada por la centralidad de la figura del obrero industrial –o sin buscar nuevas centralidades inmateriales–, pero sin obviar, no obstante, que la realidad social contemporánea sigue siendo marcada por la lógica del capital, la propiedad privada de los medios de producción, por la explotación de los trabajadores y por la desposesión de los bienes comunes. En este sentido, no existe “la” clase como entidad sociopolítica; hay un campo de clase y luchas de clases donde surgen y se forjan subjetividades y actores. En este contexto, como sostiene Colin Barker, los movimientos sociales son mediaciones de la lucha de clase (Barker, 2013: 47).
En efecto, no hay que perderlo de vista, que más allá del carácter subjetivamente anticapitalista de las luchas, su carácter de clase coloca a nivel objetivo la cuestión de la lucha en el contexto del capitalismo. La noción de clase obliga a entender el conflicto a partir de ciertas claves de lectura que lo sitúan en el marco de la relación capital-trabajo, entendida ésta como una matriz que, si bien no resume todas las causas y los propósitos de las luchas, constituye un punto ineludible de partida.5 Una mirada clasista de las sociedades capitalistas y de los fenómenos sociopolíticos no impide reconocer otras contradicciones o antagonismos relacionados con cuestiones como la opresión de género, la liberación nacional, la cuestión étnica, etcétera. Por el contrario, sólo una perspectiva clasista permite reconocer las imbricaciones y tensiones que articulan, anudan, fragmentan o disocian distintos clivajes sociales, políticos y culturales.
La alternativa, es decir, la negación de la dimensión clasista en relación con los fenómenos de movilización, significa negar que la posición estructural y la objetivación material cumplen un papel social. El principio clasista de análisis evita tanto corrimientos explicativos culturalistas como una deriva hacia el mero estudio simplemente de las formas de los movimientos sociales, y vuelve a colocar el problema del contenido o, si se quiere, de fondo.
En esta dirección, Burawoy y Wright sostienen que el concepto de explotación y el análisis clasista de las relaciones sociales de producción en las sociedades capitalistas, forman el núcleo conceptual del marxismo sociológico. Al mismo tiempo reconocen que, como contraparte, los explotados retienen cierto poder de resistencia frente a la explotación, lo cual constituye un desafío para la reproducción social del capitalismo (Burawoy-Wright, 2000). En este sentido, Mezzadra reconoce en Marx una “desmesura subjetiva”, es decir, la “excedencia del sujeto respecto de la condiciones de sujetamiento” (Mezzadra, 2014: 131) lo mismo que). Raymond Williams lo formula claramente de esta manera:
“Lo que realmente debe decirse, como modo de definir los elementos importantes, o lo residual y lo emergente, y como un modo de comprender el carácter de lo dominante, es que ningún modo de producción y por lo tanto ningún orden social dominante y por lo tanto ninguna cultura dominante verdaderamente incluye o agota toda la práctica humana, toda la energía humana y toda la intención humana.” (Williams, 1988: 141).
En este sentido, la clase como subjetividad política se va delineando en su centralidad, de la mano del principio de la praxis, en un punto de intersección entre el ser y la conciencia.
“Las clases surgen porque los hombres y las mujeres, bajo determinadas relaciones de producción, identifican sus intereses antagónicos y son llevados a luchar, a pensar y a valorar en términos clasistas; de modo que el proceso de formación de clase consiste en hacerse a sí mismo, si bien bajo condiciones que vienen “dadas”.” (Thompson, 1981: 167).
Como señala la recién fallecida historiadora Ellen M. Wood, recuperando estas intuiciones de Thompson, la noción de clase es más fértil cuando es concebida históricamente como relación, como proceso y, agregaríamos, como crisol de movimientos sociales y políticos (Wood, 2013: 90-126). Entre experiencia y práctica, conciencia y espontaneidad, la subjetividad clasista surge como “disposición a actuar”.6
III
Es sabido que uno de los elementos problemáticos, y por lo tanto fecundos, del debate marxista, es el tema de la conciencia de clase. Sin el afán de sintetizarlo aquí, me permito señalar algunos elementos que pueden ser considerados convencionales, es decir, relativamente aceptados y por lo tanto constitutivos de una posible definición general. Conciencia corresponde, en el marxismo, a lo que ahora se conoce en sociología de la cultura como identidad, salvo que no se reduce a la dimensión cultural sino que remite directa y explícitamente al substrato concreto de la clase como referente social y material y se traduce directamente en actitud y comportamiento políticos. Esta conexión no implica plena equivalencia, ya que no tiene que borrar la especificidad política y ni la tensión-articulación entre el ser social y la conciencia, la cual no se resuelve simplemente en la autorrepresentación del sujeto. Recuperando algunos elementos avanzados por Thompson, conciencia de clase sería la percepción, –entendida como identificación y reconocimiento,– de la experiencia de explotación y dominación, en una relación externa de diferenciación y confrontación con los antagonistas de clase, y en vínculo interno como articulación y solidaridad grupal, así como en representación colectiva y visión del mundo o, dicho en otras palabras, es decir, en ideología.
El tema de la conciencia se conecta, vía espíritu de escisión, con la cuestión de la autonomía pensada como ruptura respecto de la dominación, como principio de independencia y de autodeterminación de clase, lo que remite también, en el plano subjetivo y cultural, a la capacidad de autorrepresentación (Bihr, 2012: 102). En efecto, en el debate marxista, el concepto de autonomía es además sinónimo de organización independiente, de independencia de clase en el sentido operativo y político. Histórica y teóricamente, la clase es un campo social pero también un campo político, en el cual se tejen redes, se construyen trayectorias militantes, se edifican organizaciones sindicales y partidos. En este sentido, en el terreno de la clase surgen y brotan movimientos sociales.7 El militante, y no el obrero, es el átomo o la unidad de análisis de la clase entendida y pensada como ámbito de movimientos sociopolíticos, de movimientos antagonistas.
El tema de la organización en el seno de la clase remite a la cuestión del partido político, en la bisagra entre partido efímero, entendido como organización específica, y como partido histórico, concebido como movimiento general (Marx, 1860), remite a una serie de cualidades y funciones políticas indispensables para dar cohesión y proyección a la clase, en concreto a sus fracciones movilizadas. En efecto, por partido político –al margen de las degeneraciones burocráticas y partidocráticas pasadas y presentes– el marxismo crítico ha entendido una instancia fundamental de politización, de condensación colectiva, de impulso a la solidaridad y la cooperación social entre diferentes expresiones de la clase trabajadora; una instancia de acumulación de experiencia y de memoria histórica, de educación política, de dirección y orientación político-estratégica. Al mismo tiempo, pero en otro plano, no hay que olvidar las críticas que desde el propio marxismo, –luxemburguista, consejista y autonomista,– se formularon hacia la instancia partidaria como ámbito propicio a degeneraciones, en particular a la burocratización y el autoritarismo enmascarados en el llamado “centralismo democrático”.
Desde la perspectiva del partido o los partidos de clase, la cuestión de los movimientos sociales, entendidos como pluralidad y diversidad, deja abiertas una serie de preocupaciones políticas. Por ejemplo, para Daniel Bensaid es indispensable mantener unidas “pluralidad y autonomía relativa de los movimientos sociales”, de los campos, los capitales y las dominaciones con una “unificación relativa” en función estratégica (Bensaid, 2005: 4). Y es justamente la noción de clase la que permite pensar, en clave marxista, los pasajes de la particularidad a la generalidad que atraviesan tanto el campo político como el cultural, así como la tensión entre pluralismo y unidad, y entre diferencia y universalidad. La clase, como concepto vertebral de una sociología política marxista, se coloca como marco general de los procesos de politización, de transcendencia política y de universalización de las luchas.
Al mismo tiempo, como clave de interpretación sociológica, la noción de lucha de clases debe ser capaz de desagregarse en el análisis de movimientos políticos concretos. Ya que; por cuanto la lucha de clases refiere a un punto de partida desde el cual analizar los movimientos en el capitalismo, es necesario preguntarse cómo articular esta propuesta en la singularidad de los movimientos y de las distintas formas de acción planteadas por las clases –por sus fracciones concretas– en su accionar sociopolítico cotidiano. Es decir, en la senda de los análisis históricos realizados por el propio Marx, lucha de clases en un momento y en un lugar determinados, quiere decir específicas pugnas inter e intraclasistas que se manifiestan en diferentes alianzas inter e intraclasistas que dan lugar a distintas configuraciones sociopolíticas y, por ello, a varias identidades colectivas y a múltiples escenarios de confrontación.
En conclusión, la combinación de lucha y clase, de acción y sujeto propios de la narrativa marxista, configura una fórmula sintética que permite escapar dialécticamente del dualismo estructuralismo-subjetivismo sin perder de vista la centralidad dinámica del antagonismo, de la subjetivación antagonista como el detonador de los procesos de transformación, más allá de sus desenlaces, movidos por anhelos y pulsiones emancipadores. La noción de antagonismo puede ser entonces concebida como un arquitrabe teórico –específicamente marxista– que expresa la relación constitutiva entre lucha y clase, en la relación donde la lucha forma a la clase y la clase se manifiesta como subjetividad política por medio de la lucha.
publicado por El Sudamericano
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El arquitrabe del pensamiento marxista sobre la historia y de la dinámica social que la mueve se encuentra en su expresión más característica, distintiva y altisonante: lucha de clases. En efecto, así como podemos reconocer en el marxismo una lógica del capital, es necesario no perder de vista la presencia de una perspectiva anclada en la lógica de la lucha de clases, a decir de muchos velada por y subordinada a la primera en la obras de Marx (Dardot y Laval, 2012: 219).
La perspectiva teórica que se desprende de este engranaje conceptual tuvo una influencia tan vasta que dio la sensación de volverse hegemónica conforme avanzaba el siglo XX, para posteriormente decaer y ser considerada obsoleta hacia el final del mismo siglo. En nuestros días como diagnostica acertadamente Goran Therborn:
“La reciente filosofía de la lucha sin clases se corresponde con la sociología de las clases sin lucha” (Therborn, 2014: 157).
A continuación, verteré unas breves reflexiones sobre algunas coordenadas que permiten sostener una reivindicación de esta formulación y de sus implicaciones teóricas desde la perspectiva de la sociología política y no –como es más frecuente– desde la crítica de la economía política, la estrategia política, la historia o la filosofía tal como aparece, por ejemplo, en un libro de Domenico Losurdo titulado La lucha de clases (2013).
No podré desagregar aquí con la debida profundidad el conjunto de preguntas e hipótesis que se desprenden de cada uno de los conceptos y, sobre todo, de la relación entre ambos. Valgan las siguientes consideraciones como ejercicio de problematización conceptual e invitación al debate.
I
Entendemos por clase social no un concepto aislado y estático sino dinámico y relacional, inserto en la fórmula lucha de clases.
La hipótesis central que desarrollé en un libro reciente1 es que identificar, describir, analizar, explicar e interpretar las luchas, las clases, las formas y circunstancias del cruce que implica asumir que las luchas son de clase y que las clases luchan, constituye el núcleo duro y el meollo de la agenda marxista en el terreno de una teoría de la acción política, una teoría centrada en el principio antagonista.
Aun cuando existe cierto consenso en torno a la idea de que entre la conformación de la subjetividad y la acción que la forja y la expresa, existe simultaneidad y sincronía, el debate marxista se dislocó y no pocas veces polarizó entre los defensores de la primacía de una u otra, de la estructura y la acción, de la importancia de la clase en sí o de la clase para sí, primacía e importancia que se traducían en distintas lógicas secuenciales.
La opción por la lucha se manifiesta por ejemplo de forma clara y explícita en las apuestas analíticas de E. P. Thompson, el obrerismo italiano y el open marxism que reseñamos en este libro.2 Valga este posicionamiento de E. P. Thompson como botón de muestra de un debate intenso y fecundo, no exento divergencias substanciales y de tonos polémicos:
[…] se ha prestado una atención teórica excesiva (gran parte de la misma claramente ahistórica) a “clase” y demasiado poca a “lucha de clases”. En realidad, lucha de clases es un concepto previo así como mucho más universal. Para expresarlo claramente: las clases no existen como entidades separadas, que miran en derredor, encuentran una clase enemiga y empiezan luego a luchar. Por el contrario, las gentes se encuentran en una sociedad estructurada en modos determinados (crucialmente, pero no exclusivamente, en relaciones de producción), experimentan la explotación (o la necesidad de mantener el poder sobre los explotados), identifican puntos de interés antagónico, comienzan a luchar por estas cuestiones y en el proceso de lucha se descubren como clase, y llegan a conocer este descubrimiento como conciencia de clase. La clase y la conciencia de clase son siempre las últimas, no las primeras, fases del proceso real histórico. Pero, si empleamos la categoría estática de clase, o si obtenemos nuestro concepto del modelo teórico previo de una totalidad estructural, no lo creeremos así: creeremos que la clase está instantáneamente presente (derivada, como una proyección geométrica, de las relaciones de producción) y de ello la lucha de clases (1984: 37-38).
Sin duda, como lo señalábamos, la noción de lucha permite abrir el abanico de preguntas relacionadas con la acción, con la dimensión de lo que en el debate sociológico se conoce como agencia: quiénes, son y cómo se organizan y entran en conflicto sujeto y actores. Es, en este sentido, lucha es el sustantivo dinámico y procesual de la fórmula lucha de clases.
Por otra parte, en lo que respecta a la temporalidad, en el debate marxista la noción de lucha abarcó y permite abarcar tanto el proceso como el acontecimiento, e invita a asumir el problema de la distinción entre ambos, que no es sólo una cuestión cuantitativa como corto, mediano o largo plazo, sino cualitativa; una cuestión que permite resaltar tiempos continuos y acumulativos, con discontinuidades y rupturas, sobresaltos de la historia.3
Finalmente, el concepto de lucha coloca la cuestión estratégica, en la cual la confrontación entre clases se torna política y aflora la dimensión subjetiva del antagonismo. La lucha es social en tanto se libra en el terreno de la sociedad, y es política en tanto es una disputa por el poder. Así, la construcción interna de la clase se realiza en función de la lucha, y la lucha entre las clases es el campo de batalla, el contexto conflictual propio de las sociedades capitalistas. En la lucha se forjan lo colectivo y lo subjetivo, colocados social y políticamente en situación clasista; la confrontación es mucho más que un efecto de estructura o la simple condición o situación de clase.
En este sentido, el marxismo apunta a una forma específica de acción colectiva, a una acción política que es acción clasista y acción antagonista. En esta pendiente, se opera un recorte y se establece una lógica de análisis de los fenómenos de movilización; éstos son luchas surgidas en el marco de campos de clase y que tienden a politizarse.
II
Por su parte, la noción de clase, en tanto contiene un elemento determinante de materialidad socioeconómica, es un poderoso antídoto contra el culturalismo, el politicismo y el subjetivismo posmodernos que atraviesan los enfoques dominantes en el campo de los estudios de los movimientos sociales.
Al mismo tiempo, en su vertiente sociopolítica el concepto de clase así como fue desobjetivado y desfetichizado por los marxismos críticos, conlleva una apuesta a pensar lo político desde la agregación y la acción colectiva en un plano pre y sin excluir un posterior desarrollo en este terreno. Así que clase es (también) un concepto de la teoría política. En su seno anidan algunas tensiones y posibles hipótesis de articulación. En efecto, la noción de clase es, en términos marxistas, una síntesis de la relación dialéctica entre determinación material socioeconómica y subjetivación sociopolítica, una noción que tiene un pie en la estructura y otro en la agencia, siendo al mismo tiempo clase en sí y clase para sí.
Por ello, en la búsqueda de un encuentro entre el marxismo y las nuevas sociologías críticas (en particular la de Bourdieu), Philippe Corcuff y Daniel Bensaid ponen el acento en el terreno del constructivismo, que, en el caso del marxismo, se traduce en concebir la clase, al sujeto o al actor en general como constructores y constructos, lo cual también es un claro intento de evitar la polaridad y el dualismo objetivo-subjetivo (Corcuff, 2001: 18, 20; Bensaid, 2005: 32).
En otro plano, concebir la clase como un campo o un universo de clase permite reconocer y analizar una serie de procesos de agregación sociopolítica4 sin caer en el esencialismo propio de cierta tradición obrerista y de una época marcada por la centralidad de la figura del obrero industrial –o sin buscar nuevas centralidades inmateriales–, pero sin obviar, no obstante, que la realidad social contemporánea sigue siendo marcada por la lógica del capital, la propiedad privada de los medios de producción, por la explotación de los trabajadores y por la desposesión de los bienes comunes. En este sentido, no existe “la” clase como entidad sociopolítica; hay un campo de clase y luchas de clases donde surgen y se forjan subjetividades y actores. En este contexto, como sostiene Colin Barker, los movimientos sociales son mediaciones de la lucha de clase (Barker, 2013: 47).
En efecto, no hay que perderlo de vista, que más allá del carácter subjetivamente anticapitalista de las luchas, su carácter de clase coloca a nivel objetivo la cuestión de la lucha en el contexto del capitalismo. La noción de clase obliga a entender el conflicto a partir de ciertas claves de lectura que lo sitúan en el marco de la relación capital-trabajo, entendida ésta como una matriz que, si bien no resume todas las causas y los propósitos de las luchas, constituye un punto ineludible de partida.5 Una mirada clasista de las sociedades capitalistas y de los fenómenos sociopolíticos no impide reconocer otras contradicciones o antagonismos relacionados con cuestiones como la opresión de género, la liberación nacional, la cuestión étnica, etcétera. Por el contrario, sólo una perspectiva clasista permite reconocer las imbricaciones y tensiones que articulan, anudan, fragmentan o disocian distintos clivajes sociales, políticos y culturales.
La alternativa, es decir, la negación de la dimensión clasista en relación con los fenómenos de movilización, significa negar que la posición estructural y la objetivación material cumplen un papel social. El principio clasista de análisis evita tanto corrimientos explicativos culturalistas como una deriva hacia el mero estudio simplemente de las formas de los movimientos sociales, y vuelve a colocar el problema del contenido o, si se quiere, de fondo.
En esta dirección, Burawoy y Wright sostienen que el concepto de explotación y el análisis clasista de las relaciones sociales de producción en las sociedades capitalistas, forman el núcleo conceptual del marxismo sociológico. Al mismo tiempo reconocen que, como contraparte, los explotados retienen cierto poder de resistencia frente a la explotación, lo cual constituye un desafío para la reproducción social del capitalismo (Burawoy-Wright, 2000). En este sentido, Mezzadra reconoce en Marx una “desmesura subjetiva”, es decir, la “excedencia del sujeto respecto de la condiciones de sujetamiento” (Mezzadra, 2014: 131) lo mismo que). Raymond Williams lo formula claramente de esta manera:
“Lo que realmente debe decirse, como modo de definir los elementos importantes, o lo residual y lo emergente, y como un modo de comprender el carácter de lo dominante, es que ningún modo de producción y por lo tanto ningún orden social dominante y por lo tanto ninguna cultura dominante verdaderamente incluye o agota toda la práctica humana, toda la energía humana y toda la intención humana.” (Williams, 1988: 141).
En este sentido, la clase como subjetividad política se va delineando en su centralidad, de la mano del principio de la praxis, en un punto de intersección entre el ser y la conciencia.
“Las clases surgen porque los hombres y las mujeres, bajo determinadas relaciones de producción, identifican sus intereses antagónicos y son llevados a luchar, a pensar y a valorar en términos clasistas; de modo que el proceso de formación de clase consiste en hacerse a sí mismo, si bien bajo condiciones que vienen “dadas”.” (Thompson, 1981: 167).
Como señala la recién fallecida historiadora Ellen M. Wood, recuperando estas intuiciones de Thompson, la noción de clase es más fértil cuando es concebida históricamente como relación, como proceso y, agregaríamos, como crisol de movimientos sociales y políticos (Wood, 2013: 90-126). Entre experiencia y práctica, conciencia y espontaneidad, la subjetividad clasista surge como “disposición a actuar”.6
III
Es sabido que uno de los elementos problemáticos, y por lo tanto fecundos, del debate marxista, es el tema de la conciencia de clase. Sin el afán de sintetizarlo aquí, me permito señalar algunos elementos que pueden ser considerados convencionales, es decir, relativamente aceptados y por lo tanto constitutivos de una posible definición general. Conciencia corresponde, en el marxismo, a lo que ahora se conoce en sociología de la cultura como identidad, salvo que no se reduce a la dimensión cultural sino que remite directa y explícitamente al substrato concreto de la clase como referente social y material y se traduce directamente en actitud y comportamiento políticos. Esta conexión no implica plena equivalencia, ya que no tiene que borrar la especificidad política y ni la tensión-articulación entre el ser social y la conciencia, la cual no se resuelve simplemente en la autorrepresentación del sujeto. Recuperando algunos elementos avanzados por Thompson, conciencia de clase sería la percepción, –entendida como identificación y reconocimiento,– de la experiencia de explotación y dominación, en una relación externa de diferenciación y confrontación con los antagonistas de clase, y en vínculo interno como articulación y solidaridad grupal, así como en representación colectiva y visión del mundo o, dicho en otras palabras, es decir, en ideología.
El tema de la conciencia se conecta, vía espíritu de escisión, con la cuestión de la autonomía pensada como ruptura respecto de la dominación, como principio de independencia y de autodeterminación de clase, lo que remite también, en el plano subjetivo y cultural, a la capacidad de autorrepresentación (Bihr, 2012: 102). En efecto, en el debate marxista, el concepto de autonomía es además sinónimo de organización independiente, de independencia de clase en el sentido operativo y político. Histórica y teóricamente, la clase es un campo social pero también un campo político, en el cual se tejen redes, se construyen trayectorias militantes, se edifican organizaciones sindicales y partidos. En este sentido, en el terreno de la clase surgen y brotan movimientos sociales.7 El militante, y no el obrero, es el átomo o la unidad de análisis de la clase entendida y pensada como ámbito de movimientos sociopolíticos, de movimientos antagonistas.
El tema de la organización en el seno de la clase remite a la cuestión del partido político, en la bisagra entre partido efímero, entendido como organización específica, y como partido histórico, concebido como movimiento general (Marx, 1860), remite a una serie de cualidades y funciones políticas indispensables para dar cohesión y proyección a la clase, en concreto a sus fracciones movilizadas. En efecto, por partido político –al margen de las degeneraciones burocráticas y partidocráticas pasadas y presentes– el marxismo crítico ha entendido una instancia fundamental de politización, de condensación colectiva, de impulso a la solidaridad y la cooperación social entre diferentes expresiones de la clase trabajadora; una instancia de acumulación de experiencia y de memoria histórica, de educación política, de dirección y orientación político-estratégica. Al mismo tiempo, pero en otro plano, no hay que olvidar las críticas que desde el propio marxismo, –luxemburguista, consejista y autonomista,– se formularon hacia la instancia partidaria como ámbito propicio a degeneraciones, en particular a la burocratización y el autoritarismo enmascarados en el llamado “centralismo democrático”.
Desde la perspectiva del partido o los partidos de clase, la cuestión de los movimientos sociales, entendidos como pluralidad y diversidad, deja abiertas una serie de preocupaciones políticas. Por ejemplo, para Daniel Bensaid es indispensable mantener unidas “pluralidad y autonomía relativa de los movimientos sociales”, de los campos, los capitales y las dominaciones con una “unificación relativa” en función estratégica (Bensaid, 2005: 4). Y es justamente la noción de clase la que permite pensar, en clave marxista, los pasajes de la particularidad a la generalidad que atraviesan tanto el campo político como el cultural, así como la tensión entre pluralismo y unidad, y entre diferencia y universalidad. La clase, como concepto vertebral de una sociología política marxista, se coloca como marco general de los procesos de politización, de transcendencia política y de universalización de las luchas.
Al mismo tiempo, como clave de interpretación sociológica, la noción de lucha de clases debe ser capaz de desagregarse en el análisis de movimientos políticos concretos. Ya que; por cuanto la lucha de clases refiere a un punto de partida desde el cual analizar los movimientos en el capitalismo, es necesario preguntarse cómo articular esta propuesta en la singularidad de los movimientos y de las distintas formas de acción planteadas por las clases –por sus fracciones concretas– en su accionar sociopolítico cotidiano. Es decir, en la senda de los análisis históricos realizados por el propio Marx, lucha de clases en un momento y en un lugar determinados, quiere decir específicas pugnas inter e intraclasistas que se manifiestan en diferentes alianzas inter e intraclasistas que dan lugar a distintas configuraciones sociopolíticas y, por ello, a varias identidades colectivas y a múltiples escenarios de confrontación.
En conclusión, la combinación de lucha y clase, de acción y sujeto propios de la narrativa marxista, configura una fórmula sintética que permite escapar dialécticamente del dualismo estructuralismo-subjetivismo sin perder de vista la centralidad dinámica del antagonismo, de la subjetivación antagonista como el detonador de los procesos de transformación, más allá de sus desenlaces, movidos por anhelos y pulsiones emancipadores. La noción de antagonismo puede ser entonces concebida como un arquitrabe teórico –específicamente marxista– que expresa la relación constitutiva entre lucha y clase, en la relación donde la lucha forma a la clase y la clase se manifiesta como subjetividad política por medio de la lucha.