¿Nación o clase? Las respuestas del marxismo a la cuestión nacional
Guillem Boix, miembro de En lluita y de las CUP
Publicado en AraInfo en 2013
—2 mensajes—
El actual contexto de crisis va más allá de la crisis económica. Se trata de una crisis sistémica de escala internacional que además de la esfera económica se traslada también a la esfera política e institucional. En el Estado español, con el elemento central de la crisis de la deuda soberana, se está traduciendo en una profunda crisis de legitimidad del régimen forjado durante la transición. Un régimen basado en el neoliberalismo en la esfera económica y social y en la negación del derecho de autodeterminación de las naciones oprimidas dentro del Estado en la esfera política y democrática.
El auge del Movimiento Independentista (MI) en Catalunya, ha vuelto a poner sobre la mesa el debate sobre la cuestión nacional.
CiU intenta surfear la ola independentista para esconder su proyecto neoliberal y aun así esto no significa que el MI sea un movimiento instigado y motivado por la burguesía. De hecho, se trata de un movimiento popular transversal: “El MI no es un movimiento conservador ni puramente nacionalista. Es cierto que estas dos dimensiones existen dentro del MI, pero por el hecho de actuar en un marco tan amplio como es el movimiento de emancipación nacional quedan en constante colisión y pulsión con diferentes intereses de clase y procesos sociales”.
Nos encontramos ante la redefinición del bloque social progresista en Catalunya que por primera vez se posiciona de forma mayoritaria claramente a favor de la independencia.
Nación: Entre el mito y la realidad
El concepto de nación un concepto relativamente moderno y que va ligado al desarrollo del capitalismo. Aunque los diferentes nacionalismos intentan siempre construir un relato nacional arraigado en una lectura mitificadora de un pasado ancestral, los nacionalismos parten de una cultura e identidad previas a las que dan forma, no obstante, la realidad cultural y lingüística de las sociedades pre-capitalistas dista mucho de las realidades nacionales unificadas (con estado o sin él) que se desarrollarían con el triunfo de las revoluciones burguesas.
Esto es así porque el surgimiento del nacionalismo, como cualquier otra ideología, se basa en unas condiciones históricas y materiales concretas que permiten su nacimiento. En palabras de Marx, “no es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia”. La nación moderna responde a unas necesidades concretas en el plano económico y en el proceso concreto del desarrollo del capitalismo.
Estado nación: Superestructura del capitalismo
El continente europeo había salido de la primera crisis del feudalismo a finales del siglo XV con la formación de estados dominados aún por el modo de producción feudal. Estos estados, con el auge del absolutismo se centralizan y aun así no encontramos entre su población un sentimiento de pertenencia a una comunidad lingüística o a una entidad territorial fijada de la que la población se sienta parte.
Los estados feudales van adaptándose a ciertos elementos de un capitalismo incipiente. Como apunta Davidson, “la importancia del desarrollo capitalista estaba menos en el campo de la producción y más en el de la circulación”, así con el avance del mercado se crean de forma espontánea redes de comercio que se van convirtiendo en redes lingüísticas. Los primeros mercados internos y primeras sociedades de consumo facilitaron un proceso de unificación política y territorial en donde las personas y las mercancías pudieran circular libremente.
El éxito en trasladar a la esfera política la nueva conciencia nacional naciente, especialmente en las zonas donde primero se desarrolla el capitalismo y estallan, en el siglo XVII, las primeras revoluciones burguesas (Holanda e Inglaterra), ofrece un modelo que será seguido (o impuesto) a lo largo del planeta, asentando el Estado-nación moderno como “el modelo” y el nacionalismo como ideología política que permite una identificación con el proyecto estatal, no sólo por las clases dominantes, sino también para el conjunto de la población.
La perspectiva marxista sobre la cuestión nacional
Marx y Engels formaron parte de la ola revolucionaria de la década de los años 40 del siglo XIX, en un contexto marcado por la lucha por la construcción de los grandes estados capitalistas europeos, que representaban un progreso respecto a los viejos estados feudales. Este contexto es el que inicialmente les lleva a “menospreciar las aspiraciones de las nacionalidades,..., que se encuentran dentro de los estados”.
Tomaron de la filosofía hegeliana la idea de unas “naciones con historia” y otras “naciones sin historia” estas últimas condenadas a ser absorbidas por las primeras. En el Manifiesto Comunista escribieron: “Ya el propio desarrollo de la burguesía, el librecambio, el mercado mundial, la uniformidad reinante en la producción industrial, con las condiciones de vida que engendra, se encargan de borrar más y más las diferencias y antagonismos nacionales”. Pronto quedaría patente que en lugar de ser cosas opuestas, el capitalismo y la identidad nacional iban juntas. Y que poco tenían que ver los movimientos nacionales que ellos condenaban con los modernos movimientos nacionales.
A partir de 1860, empieza un viraje en la posición sobre la cuestión nacional. La libertad de separación de Irlanda que para Marx había sido siempre imposible pasaba ahora a ser inevitable. Porque mientras la clase obrera inglesa se alinease con su burguesía contra el pueblo irlandés seguiría atada a ella e incapaz de hacerle frente. De las lecciones sobre la cuestión irlandesa se desprende en Marx y Engels la distinción entre el papel del nacionalismo de la nación opresora y de la nación oprimida, como apunta Chris Harman “el nacionalismo de los trabajadores y trabajadoras pertenecientes a una nación opresora les une a sus gobernantes y sólo les hace daño a sí mismos, mientras que el nacionalismo de una nación oprimida puede llevar a luchar contra esos gobernantes”.
El auge del imperialismo volvió a poner en el centro del debate la cuestión nacional a finales del siglo XIX. La escuela austro-marxista con Karl Renner y Otto Bauer como máximos exponentes tiene un impacto destacado. Especialmente después de la publicación de “La cuestión de las nacionalidades y la socialdemocracia (1907)” de Bauer. En la obra, Bauer construye un nuevo enfoque sobre el nacionalismo y el mismo origen de las naciones. En su propuesta nación es la “comunidad de carácter” nacida de la “comunidad de destino”.
En el contexto del imperio austrohúngaro, de carácter multinacional, Bauer ataca con firmeza al internacionalismo “cosmopolita” que consideraba las naciones como un episodio anecdótico destinada a desparecer con el desarrollo del capitalismo. Según Bauer, el socialismo no solo no acabaría con las naciones, sino que sería precisamente en la nueva sociedad sin clases dónde las naciones podrían florecer con su máximo esplendor. Para Bauer, los socialistas debían abrazar el nacionalismo cultural, para evitar que las tensiones nacionales rompieran los grandes estados en formación porque estos eran necesarios, desde su punto de vista, para el desarrollo económico del capitalismo, hecho que permitiría el desarrollo de la clase trabajadora, única capaz de acabar con la sociedad de clases.
La visión de la nación de Bauer, que descarta la territorialidad en su concepción, llevará al socialismo austriaco a defender la “autonomía cultural” de las naciones que formaban el imperio. De acuerdo con el programa de la socialdemocracia, el respeto a los derechos nacionales del conjunto de pueblos sería garantizado por el propio estado una vez reformado y convertido en un estado plurinacional.
El problema con el planteamiento de Bauer es que no tiene en cuenta el vínculo del surgimiento de las naciones en el marco general de la lucha de clases. La defensa de los derechos de las minorías nacionales no depende de un programa o una constitución que los incluya sino sobre todo de la correlación de fuerzas que se da. Relegar al Estado central la defensa de los derechos nacionales no es ninguna garantía.
Por otro lado, la apuesta por la autonomía cultural acrecentó las tensiones nacionales dentro de las organizaciones obreras en el imperio austrohúngaro, esto llevó a la escisión, primero, del partido y, luego, de los sindicatos. La fórmula de la autonomía cultural significó la separación entre las filas obreras. Como denunció el revolucionario catalán Andreu Nin, “en oponerse a la disgregación del imperio austrohúngaro,..., defendían objetivamente los intereses de la burguesía austro-alemana”.
Este enfoque sobre el surgimiento de las naciones no encontrará en el marxismo una explicación alternativa comparable. Lo que se ofreció en oposición directa a Bauer no fue una contra-explicación sino una contra-definición, la escrita por Stalin y que desafortunadamente sigue siendo referencia para parte de la izquierda. En 1913 Stalin definió la nación cómo “una comunidad humana estable, históricamente formada y surgida sobre la base de la comunidad de idioma, de territorio, de vida económica y de psicología, manifestada ésta en la comunidad de cultura”. Stalin añade que si falta alguno de esos rasgos ya no podemos hablar de nación, esta definición tan rígida chocaba evidentemente con la realidad nacional de Estados Unidos (por poner un ejemplo) que según la definición no sería una nación.
Aun así la primera crítica a los planteamientos de Bauer la desarrolló el socialista checo Karl Kautsky. El planteamiento de Kautsky, fue adjetivado por Lenin como “histórica-economicista”. A pesar de hacer un esfuerzo para entender el surgimiento de los antagonismos nacionales desde una perspectiva del desarrollo económico del capitalismo Kautsky consideraba también que el propio desarrollo del capitalismo llevaría a la desaparición de las naciones menos dinámicas. Kautsky que formalmente defendía el derecho de las naciones a la autodeterminación lo hacía con la convicción de que la independencia era un extremo exagerado.
Guillem Boix, miembro de En lluita y de las CUP
Publicado en AraInfo en 2013
—2 mensajes—
El actual contexto de crisis va más allá de la crisis económica. Se trata de una crisis sistémica de escala internacional que además de la esfera económica se traslada también a la esfera política e institucional. En el Estado español, con el elemento central de la crisis de la deuda soberana, se está traduciendo en una profunda crisis de legitimidad del régimen forjado durante la transición. Un régimen basado en el neoliberalismo en la esfera económica y social y en la negación del derecho de autodeterminación de las naciones oprimidas dentro del Estado en la esfera política y democrática.
El auge del Movimiento Independentista (MI) en Catalunya, ha vuelto a poner sobre la mesa el debate sobre la cuestión nacional.
CiU intenta surfear la ola independentista para esconder su proyecto neoliberal y aun así esto no significa que el MI sea un movimiento instigado y motivado por la burguesía. De hecho, se trata de un movimiento popular transversal: “El MI no es un movimiento conservador ni puramente nacionalista. Es cierto que estas dos dimensiones existen dentro del MI, pero por el hecho de actuar en un marco tan amplio como es el movimiento de emancipación nacional quedan en constante colisión y pulsión con diferentes intereses de clase y procesos sociales”.
Nos encontramos ante la redefinición del bloque social progresista en Catalunya que por primera vez se posiciona de forma mayoritaria claramente a favor de la independencia.
Nación: Entre el mito y la realidad
El concepto de nación un concepto relativamente moderno y que va ligado al desarrollo del capitalismo. Aunque los diferentes nacionalismos intentan siempre construir un relato nacional arraigado en una lectura mitificadora de un pasado ancestral, los nacionalismos parten de una cultura e identidad previas a las que dan forma, no obstante, la realidad cultural y lingüística de las sociedades pre-capitalistas dista mucho de las realidades nacionales unificadas (con estado o sin él) que se desarrollarían con el triunfo de las revoluciones burguesas.
Esto es así porque el surgimiento del nacionalismo, como cualquier otra ideología, se basa en unas condiciones históricas y materiales concretas que permiten su nacimiento. En palabras de Marx, “no es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia”. La nación moderna responde a unas necesidades concretas en el plano económico y en el proceso concreto del desarrollo del capitalismo.
Estado nación: Superestructura del capitalismo
El continente europeo había salido de la primera crisis del feudalismo a finales del siglo XV con la formación de estados dominados aún por el modo de producción feudal. Estos estados, con el auge del absolutismo se centralizan y aun así no encontramos entre su población un sentimiento de pertenencia a una comunidad lingüística o a una entidad territorial fijada de la que la población se sienta parte.
Los estados feudales van adaptándose a ciertos elementos de un capitalismo incipiente. Como apunta Davidson, “la importancia del desarrollo capitalista estaba menos en el campo de la producción y más en el de la circulación”, así con el avance del mercado se crean de forma espontánea redes de comercio que se van convirtiendo en redes lingüísticas. Los primeros mercados internos y primeras sociedades de consumo facilitaron un proceso de unificación política y territorial en donde las personas y las mercancías pudieran circular libremente.
El éxito en trasladar a la esfera política la nueva conciencia nacional naciente, especialmente en las zonas donde primero se desarrolla el capitalismo y estallan, en el siglo XVII, las primeras revoluciones burguesas (Holanda e Inglaterra), ofrece un modelo que será seguido (o impuesto) a lo largo del planeta, asentando el Estado-nación moderno como “el modelo” y el nacionalismo como ideología política que permite una identificación con el proyecto estatal, no sólo por las clases dominantes, sino también para el conjunto de la población.
La perspectiva marxista sobre la cuestión nacional
Marx y Engels formaron parte de la ola revolucionaria de la década de los años 40 del siglo XIX, en un contexto marcado por la lucha por la construcción de los grandes estados capitalistas europeos, que representaban un progreso respecto a los viejos estados feudales. Este contexto es el que inicialmente les lleva a “menospreciar las aspiraciones de las nacionalidades,..., que se encuentran dentro de los estados”.
Tomaron de la filosofía hegeliana la idea de unas “naciones con historia” y otras “naciones sin historia” estas últimas condenadas a ser absorbidas por las primeras. En el Manifiesto Comunista escribieron: “Ya el propio desarrollo de la burguesía, el librecambio, el mercado mundial, la uniformidad reinante en la producción industrial, con las condiciones de vida que engendra, se encargan de borrar más y más las diferencias y antagonismos nacionales”. Pronto quedaría patente que en lugar de ser cosas opuestas, el capitalismo y la identidad nacional iban juntas. Y que poco tenían que ver los movimientos nacionales que ellos condenaban con los modernos movimientos nacionales.
A partir de 1860, empieza un viraje en la posición sobre la cuestión nacional. La libertad de separación de Irlanda que para Marx había sido siempre imposible pasaba ahora a ser inevitable. Porque mientras la clase obrera inglesa se alinease con su burguesía contra el pueblo irlandés seguiría atada a ella e incapaz de hacerle frente. De las lecciones sobre la cuestión irlandesa se desprende en Marx y Engels la distinción entre el papel del nacionalismo de la nación opresora y de la nación oprimida, como apunta Chris Harman “el nacionalismo de los trabajadores y trabajadoras pertenecientes a una nación opresora les une a sus gobernantes y sólo les hace daño a sí mismos, mientras que el nacionalismo de una nación oprimida puede llevar a luchar contra esos gobernantes”.
El auge del imperialismo volvió a poner en el centro del debate la cuestión nacional a finales del siglo XIX. La escuela austro-marxista con Karl Renner y Otto Bauer como máximos exponentes tiene un impacto destacado. Especialmente después de la publicación de “La cuestión de las nacionalidades y la socialdemocracia (1907)” de Bauer. En la obra, Bauer construye un nuevo enfoque sobre el nacionalismo y el mismo origen de las naciones. En su propuesta nación es la “comunidad de carácter” nacida de la “comunidad de destino”.
En el contexto del imperio austrohúngaro, de carácter multinacional, Bauer ataca con firmeza al internacionalismo “cosmopolita” que consideraba las naciones como un episodio anecdótico destinada a desparecer con el desarrollo del capitalismo. Según Bauer, el socialismo no solo no acabaría con las naciones, sino que sería precisamente en la nueva sociedad sin clases dónde las naciones podrían florecer con su máximo esplendor. Para Bauer, los socialistas debían abrazar el nacionalismo cultural, para evitar que las tensiones nacionales rompieran los grandes estados en formación porque estos eran necesarios, desde su punto de vista, para el desarrollo económico del capitalismo, hecho que permitiría el desarrollo de la clase trabajadora, única capaz de acabar con la sociedad de clases.
La visión de la nación de Bauer, que descarta la territorialidad en su concepción, llevará al socialismo austriaco a defender la “autonomía cultural” de las naciones que formaban el imperio. De acuerdo con el programa de la socialdemocracia, el respeto a los derechos nacionales del conjunto de pueblos sería garantizado por el propio estado una vez reformado y convertido en un estado plurinacional.
El problema con el planteamiento de Bauer es que no tiene en cuenta el vínculo del surgimiento de las naciones en el marco general de la lucha de clases. La defensa de los derechos de las minorías nacionales no depende de un programa o una constitución que los incluya sino sobre todo de la correlación de fuerzas que se da. Relegar al Estado central la defensa de los derechos nacionales no es ninguna garantía.
Por otro lado, la apuesta por la autonomía cultural acrecentó las tensiones nacionales dentro de las organizaciones obreras en el imperio austrohúngaro, esto llevó a la escisión, primero, del partido y, luego, de los sindicatos. La fórmula de la autonomía cultural significó la separación entre las filas obreras. Como denunció el revolucionario catalán Andreu Nin, “en oponerse a la disgregación del imperio austrohúngaro,..., defendían objetivamente los intereses de la burguesía austro-alemana”.
Este enfoque sobre el surgimiento de las naciones no encontrará en el marxismo una explicación alternativa comparable. Lo que se ofreció en oposición directa a Bauer no fue una contra-explicación sino una contra-definición, la escrita por Stalin y que desafortunadamente sigue siendo referencia para parte de la izquierda. En 1913 Stalin definió la nación cómo “una comunidad humana estable, históricamente formada y surgida sobre la base de la comunidad de idioma, de territorio, de vida económica y de psicología, manifestada ésta en la comunidad de cultura”. Stalin añade que si falta alguno de esos rasgos ya no podemos hablar de nación, esta definición tan rígida chocaba evidentemente con la realidad nacional de Estados Unidos (por poner un ejemplo) que según la definición no sería una nación.
Aun así la primera crítica a los planteamientos de Bauer la desarrolló el socialista checo Karl Kautsky. El planteamiento de Kautsky, fue adjetivado por Lenin como “histórica-economicista”. A pesar de hacer un esfuerzo para entender el surgimiento de los antagonismos nacionales desde una perspectiva del desarrollo económico del capitalismo Kautsky consideraba también que el propio desarrollo del capitalismo llevaría a la desaparición de las naciones menos dinámicas. Kautsky que formalmente defendía el derecho de las naciones a la autodeterminación lo hacía con la convicción de que la independencia era un extremo exagerado.