El papel revolucionario de los sindicatos
Anton Pannekoek
Extraído de El Socialista, nº 1127, 1128 y 1129, septiembre/octubre 1909
Publicado en enero de 2018 por El Salariado
—2 mensajes—
El objeto del movimiento sindicalista[1] es, como se sabe, mejorar las condiciones de existencia de los trabajadores, particularmente por medio de la elevación de los salarios y la reducción de las horas de trabajo. Pero ¿termina ahí, mejor dicho, el papel de los Sindicatos concluye ahí?
Hay otras instituciones que se proponen como objeto disminuir las crudezas de la vida del proletario; por ejemplo, las Cooperativas de consumo pueden, excluyendo loe intermediarios, aumentar sensiblemente su salario efectivo, es decir, la cantidad de medios de existencia que aquél puede comprar con su salario. Desde este punto de vista pudiera también mencionarse las Cajas de socorro para enfermos y otras instituciones que, basadas en el seguro mutuo, ayudan al trabajador a pasar los momentos difíciles de su vida.
Pero pocos atribuyen a estas instituciones, incluso a las Cooperativas, una importancia semejante a la de los Sindicatos. Cuando se dice, por consiguiente, que los Sindicatos son útiles para la gran lucha por la emancipación de la clase obrera, porque al mejorar sus condiciones de existencia acrecen su valor de combate, se dice verdad, pero sólo una parte de la verdad. Si, por otra parte, la miseria lenta, la degeneración corporal e intelectual causada por el exceso de trabajo, por las pésimas condiciones de viviendas y de alimentación, hacen con frecuencia a las capas más oprimidas del proletariado totalmente incapaces para la lucha; a la inversa también, una situación más elevada no da siempre un buen combatiente. Porque no es el nivel elevado del salario en sí mismo, es ante todo la manera como ha sido conquistado, y el riesgo que corre esa conquista, si no está constantemente defendida, lo que determina el valor para la lucha. He ahí por qué la importancia de los Sindicatos para la emancipación obrera no puede consistir sólo, o principalmente, en lo que mejoren las condiciones de existencia de los trabajadores.
Una prueba de que los Sindicatos desempeñan en la historia del Socialismo un papel mucho más importante del que desempeñarían instituciones que sirviesen exclusivamente para elevar la situación económica del proletariado, es que en el movimiento obrero hay una tendencia y grupos numerosos de trabajadores militantes que consideran los Sindicatos como instrumento exclusivo de la lucha revolucionaria.
La concepción que desdeña la lucha política como superflua y aun, por sus pretendidos efectos corruptores, como nociva; que no quiere sostener la batalla de emancipación de los trabajadores sino por el movimiento sindicalista, ha sido primero defendida por los anarquistas y ha encontrado mucho eco sobre todo en los países latinos, y más tarde se ha presentado como reacción contra la práctica política de inteligencia con la burguesía que representaban los revisionistas en Francia y en Italia, como la expresión de un sentimiento primitivo de clase, bajo el nombre de «sindicalismo revolucionario». En sus principios se podrá reconocer, aunque bajo una forma estrecha y exagerada, la importancia del movimiento sindicalista con relación a otros medios de acción.
Esa concepción inexacta tiene algo de justo: el error no es, en efecto, sino una verdad parcial, que su carácter incompleto impide reconocer. El hecho exacto de donde proviene el sindicalismo es que la organización sindical es la forma inmediata, natural, que surge de la situación de clase del proletariado, para la concentración de los trabajadores. Siendo la condición mísera del obrero la causa y la razón de su rebeldía contra el orden social actual, la forma primera, natural, elemental de dicha rebeldía es también la lucha por el mejoramiento de esa condición. Y como la clase explotadora se le aparece inmediatamente bajo la forma de su patrono, la lucha es dirigida contra éste, su explotador inmediato.
La organización que surge naturalmente de la condición social de los trabajadores y se adapta a ella es, pues, la organización en Sindicatos. Es también la primera cuya utilidad y necesidad se imponen a los trabajadores aun no educados. La idea de que la lucha debe mantenerse contra la clase capitalista entera y contra el Estado en el terreno político, no puede ser sino el fruto de una experiencia más larga, o la consecuencia de una opresión política particularmente dura, por la cual el Estado pone trabas a la libertad de acción de os trabajadores.
La organización es el arma del trabajador; pero un arma no basta por sí sola para el combate; es menester saberla dirigir. Para dirigir bien la lucha de emancipación, los trabajadores deben disponer de conocimientos, de datos acerca de las condiciones sociales, fuerza y medios de combate de su adversario, y, por consiguiente, de ideas políticas. La idea fundamental de la oposición aguda entre explotadores y explotados, que entraña la acción sindical, no basta. La creencia de que toda política es solamente un medio para la burguesía de extraviar a la clase obrera por métodos hábiles, y que es, por lo tanto, un error del que no se debe participar, no puede pasar por una educación política suficiente. Sólo la participación real en la lucha política puede dar a la clase obrera la madurez política que necesita para colocarse en situación de triunfar del poder del Estado, y por ende de la clase capitalista. Mientras que la práctica de sus luchas obliga cada vez más a los Sindicatos a ocuparse de política, el error del sindicalismo puro que no quiere entrar en la lucha revolucionaria en favor del Socialismo sino por el Sindicato, consiste en desconocer la importancia de la lucha política.
Sea de ello lo que quiera, habría necesidad de preocuparse de la teoría, si la práctica fuese buena. Si un Sindicato está bien armado para su tarea práctica de todos los días, no hay gran mal en dejar que al lado de eso se abandone a la ilusión de una misión revolucionaria ulterior. Pero ordinariamente no ocurre así. El hecho de hacer surgir una presunta labor revolucionaria del movimiento sindicalista conduce fácilmente a hacerla menos apta para alcanzar su fin inmediato, que es el mejoramiento de la suerte de los trabajadores.
Ambas tareas suponen condiciones diferentes, a las cuales se trata de unir, pero que, en la práctica, se excluyen mutuamente una a otra.
Si se piensa que las organizaciones sindicales deben consagrarse al fin revolucionario de la transformación social, lo esencial es que sus miembros estén penetrados de una intensa convicción revolucionaria; esto lleva fácilmente a que el esfuerzo pese menos sobre la gran masa, a la cual dicha convicción no puede inculcársele sino muy difícilmente por la propaganda sola, y a considerarse más bien como cuadros para acciones de masas futuras.
Esto lleva igualmente a hacer que el peso principal de la lucha diaria gravite sobre la solidaridad, sobre el entusiasmo, de suerte que el cuidado prosaico de armarse por medio de fuertes cajas de resistencia es considerado como nocivo para el espíritu revolucionario. Mientras que el sindicalismo burgués considera la lucha de los obreros como un puro «negocio», que no puede conducirse sino con diplomacia, el puro sindicalismo «revolucionario» cae en el exceso contrario, desechando completamente la reflexión reposada y práctica. El resultado será que a despecho de todos los sacrificios y de toda energía, las luchas para la conquista de ventajas determinadas serán infecundas; en vez de comunicar a los combatientes nuevo ardor y fortalecer sus filas, los desanimarán.
Falta el atractivo del éxito; las masas permanecen alejadas o, después de algunas tentativas semejantes, se retiran, y los Sindicatos, en vez de ser organizaciones de masas, se tornan pequeños clubs, que discuten y disputan entre si acerca de la Revolución. Tal ha sido la suerte de los antiguos Sindicatos anarquistas.
Si entre la mayor parte de los obreros persiste la convicción de que en nuestra lucha de clase, los Sindicatos tienen una importancia mayor aún que la misión de elevar momentáneamente sus condiciones de existencia, esa importancia no hay que buscarla en la idea de que se les atribuye una misión futura distinta, que puede estar en contradicción con su labor inmediata. Aquélla debe consistir en que, precisamente al perseguir su labor inmediata, los Sindicatos persiguen un efecto revolucionario
En la lucha entre las clases por la dominación de la sociedad, el resultado depende de los medios de acción de que disponga cada una de las partes combatientes.
Por esto es por lo que todos nuestros pasos, todos nuestros actos, no tienen hoy importancia para la lucha decisiva y final sino en tanto que aumentan nuestra fuerza y nuestros medios de acción. La toma de posesión del Poder político por una clase hasta ahora oprimida, o dicho de otro modo, una revolución, no es jamás un acto aislado, sino siempre un período más o menos largo o corto de lucha, en la cual la fuerzas de la clase oprimida se desarrollan con ímpetu de tormenta, hasta el punto de que llega a ser finalmente la única potestad posible. En este sentido, nuestra lucha periódica constituye una porción necesaria de la lucha revolucionaria decisiva; aquí las fuerzas del proletariado se forman más lentamente, hasta el punto de ponerle en situación de combatir eficazmente con los poderosos medios de acción de las clases dominantes.
La burguesía se ha rodeado por doquiera, en el Estado, de una organización fuerte y sólida que, por su gran autoridad, porque dispone de un ejército muy disciplinado y de un numeroso cuerpo de funcionarios, constituye un adversario difícil de vencer. Frente a ella, el proletariado no puede hallar fuerza suficiente sino dándose a sí mismo una fuerte organización interior y adquiriendo la idea política de aplicar sistemáticamente dicha organización a la lucha.
Para esta obra precisa que el movimiento político y el sindical concurran juntamente: cada uno de estos contribuye, de un modo peculiar, a que la organización sea más fuerte y más perfecta. Si se quisiera explicar su diferente papel mediante una fórmula que las opone de un modo exagerado y simplicista, podría decirse que la lucha sindical contribuye más a la organización, la lucha política más a la educación: la primera crea las armas de combate; la segunda, la capacidad de emplearlas para asestar el golpe decisivo.
Anton Pannekoek
Extraído de El Socialista, nº 1127, 1128 y 1129, septiembre/octubre 1909
Publicado en enero de 2018 por El Salariado
—2 mensajes—
El objeto del movimiento sindicalista[1] es, como se sabe, mejorar las condiciones de existencia de los trabajadores, particularmente por medio de la elevación de los salarios y la reducción de las horas de trabajo. Pero ¿termina ahí, mejor dicho, el papel de los Sindicatos concluye ahí?
Hay otras instituciones que se proponen como objeto disminuir las crudezas de la vida del proletario; por ejemplo, las Cooperativas de consumo pueden, excluyendo loe intermediarios, aumentar sensiblemente su salario efectivo, es decir, la cantidad de medios de existencia que aquél puede comprar con su salario. Desde este punto de vista pudiera también mencionarse las Cajas de socorro para enfermos y otras instituciones que, basadas en el seguro mutuo, ayudan al trabajador a pasar los momentos difíciles de su vida.
Pero pocos atribuyen a estas instituciones, incluso a las Cooperativas, una importancia semejante a la de los Sindicatos. Cuando se dice, por consiguiente, que los Sindicatos son útiles para la gran lucha por la emancipación de la clase obrera, porque al mejorar sus condiciones de existencia acrecen su valor de combate, se dice verdad, pero sólo una parte de la verdad. Si, por otra parte, la miseria lenta, la degeneración corporal e intelectual causada por el exceso de trabajo, por las pésimas condiciones de viviendas y de alimentación, hacen con frecuencia a las capas más oprimidas del proletariado totalmente incapaces para la lucha; a la inversa también, una situación más elevada no da siempre un buen combatiente. Porque no es el nivel elevado del salario en sí mismo, es ante todo la manera como ha sido conquistado, y el riesgo que corre esa conquista, si no está constantemente defendida, lo que determina el valor para la lucha. He ahí por qué la importancia de los Sindicatos para la emancipación obrera no puede consistir sólo, o principalmente, en lo que mejoren las condiciones de existencia de los trabajadores.
Una prueba de que los Sindicatos desempeñan en la historia del Socialismo un papel mucho más importante del que desempeñarían instituciones que sirviesen exclusivamente para elevar la situación económica del proletariado, es que en el movimiento obrero hay una tendencia y grupos numerosos de trabajadores militantes que consideran los Sindicatos como instrumento exclusivo de la lucha revolucionaria.
La concepción que desdeña la lucha política como superflua y aun, por sus pretendidos efectos corruptores, como nociva; que no quiere sostener la batalla de emancipación de los trabajadores sino por el movimiento sindicalista, ha sido primero defendida por los anarquistas y ha encontrado mucho eco sobre todo en los países latinos, y más tarde se ha presentado como reacción contra la práctica política de inteligencia con la burguesía que representaban los revisionistas en Francia y en Italia, como la expresión de un sentimiento primitivo de clase, bajo el nombre de «sindicalismo revolucionario». En sus principios se podrá reconocer, aunque bajo una forma estrecha y exagerada, la importancia del movimiento sindicalista con relación a otros medios de acción.
Esa concepción inexacta tiene algo de justo: el error no es, en efecto, sino una verdad parcial, que su carácter incompleto impide reconocer. El hecho exacto de donde proviene el sindicalismo es que la organización sindical es la forma inmediata, natural, que surge de la situación de clase del proletariado, para la concentración de los trabajadores. Siendo la condición mísera del obrero la causa y la razón de su rebeldía contra el orden social actual, la forma primera, natural, elemental de dicha rebeldía es también la lucha por el mejoramiento de esa condición. Y como la clase explotadora se le aparece inmediatamente bajo la forma de su patrono, la lucha es dirigida contra éste, su explotador inmediato.
La organización que surge naturalmente de la condición social de los trabajadores y se adapta a ella es, pues, la organización en Sindicatos. Es también la primera cuya utilidad y necesidad se imponen a los trabajadores aun no educados. La idea de que la lucha debe mantenerse contra la clase capitalista entera y contra el Estado en el terreno político, no puede ser sino el fruto de una experiencia más larga, o la consecuencia de una opresión política particularmente dura, por la cual el Estado pone trabas a la libertad de acción de os trabajadores.
La organización es el arma del trabajador; pero un arma no basta por sí sola para el combate; es menester saberla dirigir. Para dirigir bien la lucha de emancipación, los trabajadores deben disponer de conocimientos, de datos acerca de las condiciones sociales, fuerza y medios de combate de su adversario, y, por consiguiente, de ideas políticas. La idea fundamental de la oposición aguda entre explotadores y explotados, que entraña la acción sindical, no basta. La creencia de que toda política es solamente un medio para la burguesía de extraviar a la clase obrera por métodos hábiles, y que es, por lo tanto, un error del que no se debe participar, no puede pasar por una educación política suficiente. Sólo la participación real en la lucha política puede dar a la clase obrera la madurez política que necesita para colocarse en situación de triunfar del poder del Estado, y por ende de la clase capitalista. Mientras que la práctica de sus luchas obliga cada vez más a los Sindicatos a ocuparse de política, el error del sindicalismo puro que no quiere entrar en la lucha revolucionaria en favor del Socialismo sino por el Sindicato, consiste en desconocer la importancia de la lucha política.
Sea de ello lo que quiera, habría necesidad de preocuparse de la teoría, si la práctica fuese buena. Si un Sindicato está bien armado para su tarea práctica de todos los días, no hay gran mal en dejar que al lado de eso se abandone a la ilusión de una misión revolucionaria ulterior. Pero ordinariamente no ocurre así. El hecho de hacer surgir una presunta labor revolucionaria del movimiento sindicalista conduce fácilmente a hacerla menos apta para alcanzar su fin inmediato, que es el mejoramiento de la suerte de los trabajadores.
Ambas tareas suponen condiciones diferentes, a las cuales se trata de unir, pero que, en la práctica, se excluyen mutuamente una a otra.
Si se piensa que las organizaciones sindicales deben consagrarse al fin revolucionario de la transformación social, lo esencial es que sus miembros estén penetrados de una intensa convicción revolucionaria; esto lleva fácilmente a que el esfuerzo pese menos sobre la gran masa, a la cual dicha convicción no puede inculcársele sino muy difícilmente por la propaganda sola, y a considerarse más bien como cuadros para acciones de masas futuras.
Esto lleva igualmente a hacer que el peso principal de la lucha diaria gravite sobre la solidaridad, sobre el entusiasmo, de suerte que el cuidado prosaico de armarse por medio de fuertes cajas de resistencia es considerado como nocivo para el espíritu revolucionario. Mientras que el sindicalismo burgués considera la lucha de los obreros como un puro «negocio», que no puede conducirse sino con diplomacia, el puro sindicalismo «revolucionario» cae en el exceso contrario, desechando completamente la reflexión reposada y práctica. El resultado será que a despecho de todos los sacrificios y de toda energía, las luchas para la conquista de ventajas determinadas serán infecundas; en vez de comunicar a los combatientes nuevo ardor y fortalecer sus filas, los desanimarán.
Falta el atractivo del éxito; las masas permanecen alejadas o, después de algunas tentativas semejantes, se retiran, y los Sindicatos, en vez de ser organizaciones de masas, se tornan pequeños clubs, que discuten y disputan entre si acerca de la Revolución. Tal ha sido la suerte de los antiguos Sindicatos anarquistas.
Si entre la mayor parte de los obreros persiste la convicción de que en nuestra lucha de clase, los Sindicatos tienen una importancia mayor aún que la misión de elevar momentáneamente sus condiciones de existencia, esa importancia no hay que buscarla en la idea de que se les atribuye una misión futura distinta, que puede estar en contradicción con su labor inmediata. Aquélla debe consistir en que, precisamente al perseguir su labor inmediata, los Sindicatos persiguen un efecto revolucionario
En la lucha entre las clases por la dominación de la sociedad, el resultado depende de los medios de acción de que disponga cada una de las partes combatientes.
Por esto es por lo que todos nuestros pasos, todos nuestros actos, no tienen hoy importancia para la lucha decisiva y final sino en tanto que aumentan nuestra fuerza y nuestros medios de acción. La toma de posesión del Poder político por una clase hasta ahora oprimida, o dicho de otro modo, una revolución, no es jamás un acto aislado, sino siempre un período más o menos largo o corto de lucha, en la cual la fuerzas de la clase oprimida se desarrollan con ímpetu de tormenta, hasta el punto de que llega a ser finalmente la única potestad posible. En este sentido, nuestra lucha periódica constituye una porción necesaria de la lucha revolucionaria decisiva; aquí las fuerzas del proletariado se forman más lentamente, hasta el punto de ponerle en situación de combatir eficazmente con los poderosos medios de acción de las clases dominantes.
La burguesía se ha rodeado por doquiera, en el Estado, de una organización fuerte y sólida que, por su gran autoridad, porque dispone de un ejército muy disciplinado y de un numeroso cuerpo de funcionarios, constituye un adversario difícil de vencer. Frente a ella, el proletariado no puede hallar fuerza suficiente sino dándose a sí mismo una fuerte organización interior y adquiriendo la idea política de aplicar sistemáticamente dicha organización a la lucha.
Para esta obra precisa que el movimiento político y el sindical concurran juntamente: cada uno de estos contribuye, de un modo peculiar, a que la organización sea más fuerte y más perfecta. Si se quisiera explicar su diferente papel mediante una fórmula que las opone de un modo exagerado y simplicista, podría decirse que la lucha sindical contribuye más a la organización, la lucha política más a la educación: la primera crea las armas de combate; la segunda, la capacidad de emplearlas para asestar el golpe decisivo.