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    «Anti-Gramsci», o ¡Vamos, Antonio, sal a bailar, que tú lo haces fenomenal! - texto de Ángel Rojo publicado en el blog El Salariado en mayo de 2020

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    Mensaje por lolagallego Jue Dic 31, 2020 5:59 pm

    «Anti-Gramsci», o ¡Vamos, Antonio, sal a bailar, que tú lo haces fenomenal!

    texto de Ángel Rojo publicado en el blog El Salariado en mayo de 2020

    —5 mensajes—


    El aniversario de la muerte de Gramsci se ha celebrado un año más en la prensa izquierdista con la correspondiente ristra de artículos y panegíricos, loas y cumplidos. Gramsci nunca pasa de moda. Bien es cierto que el corte gramsciano se adapta a todas las temporadas y estilos, y que por su parte la izquierda radical, siempre más preocupada por las apariencias que por el fondo, nunca pierde la oportunidad de cubrir sus vergüenzas con los ropajes más horteras, siempre que sea para dar el pego. Como se suele decir, aquí se junta el hambre con las ganas de comer.

    Como toda buena mercancía moderna, la obra y el pensamiento de Gramsci se prepara al gusto del consumidor, que siempre tiene razón. De esta forma, bajo la sombra del árbol gramsciano se puede reunir, en las fiestas de guardar, la gran familia del izquierdismo. Ocurre que la sombra es escasa, pues el árbol nunca fue muy frondoso, y la familia es numerosa, reuniendo a tres generaciones de impostores (a saber: los abuelos estalinistas, los hijos eurocomunistas y los nietos podemitas). Pero ya saben, familia que reza unida permanece unida cual «bloque histórico». Unos agarran su estampita de Gramsci marxista-leninista, fundador y bolchevizador del PCdI. Otros prefieren encomendarse al Gramsci «trotskista», crítico con Stalin. El Gramsci antifascista causa mucha devoción, por supuesto. Y la imagen de Gramsci consejista hay quien asegura que quita el dolor de muelas. A las jóvenes generaciones, por su parte, les encanta disfrazarse con el hábito de «intelectual orgánico» para predicar la «guerra cultural».

    Sea como fuere, la fama intelectual de Antonio Gramsci (1891-1937) proviene principalmente de sus obras escritas en la cárcel durante sus últimos años de vida, tras su detención en noviembre de 1926. Evidentemente, sus Cartas y Cuadernos de la cárcel no podían ser otra cosa que la reflexión resultante de su experiencia y aprendizaje político como militante socialista y comunista, entre 1913 y 1926. Pero, por desgracia, tanto la práctica previa como la reflexión teórica posterior adolecen de una completa falta de solidez y sustancia, si medimos éstas, eso sí, según los parámetros del marxismo revolucionario, pues todo depende del color del cristal con que se mire.

    Para comprender mejor la figura y el pensamiento de este genio disidente y apreciar el significado histórico de esta lumbrera del comunismo, tenemos que hacer un breve repaso por su vida y milagros.

    LOS AÑOS DE MILITANCIA SOCIALISTA DE GRAMSCI

    Gramsci, nacido en Cerdeña, dio sus primeros pasos en el movimiento socialista siendo estudiante en la industrial y proletaria ciudad de Turín. En aquella época la situación política italiana era peliaguda, o como diría un gramsciano, muy compleja. La guerra de Libia entre Italia y Turquía (1911-1913), que fue respondida por el movimiento obrero con una huelga general, había provocado una buena sacudida en el Partido Socialista Italiano, dominado por el típico sector reformista, parlamentarista y colaboracionista. En este partido, sin embargo, empezaba a despuntar un ala izquierda, llamada Fracción Intransigente, que capitaneada por Mussolini había logrado expulsar del PSI a los reformistas más recalcitrantes y a los masones, que en Italia (como en España) dominaban la política parlamentaria de izquierdas.

    En este contexto, en el invierno de 1913-1914, casi en vísperas de la Gran Guerra, Gramsci se inscribe en el PSI. En aquella época, según cuenta él mismo, padecía «un tipo de anemia cerebral que me quita la memoria, me devasta el cerebro». Ya fuera a causa de los daños cerebrales o de su formación crociana, más que socialista o marxista, el caso es que la actividad de Gramsci durante sus años de militancia socialista no se caracterizó por su claridad de ideas, como vamos a ver.

    Dos acontecimientos vinieron a establecer claras fronteras políticas de clase entre los campos proletario y burgués: la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa. ¿Cómo respondió el maltrecho caletre de Gramsci a tan graves sucesos?

    Es sabido que el estallido de la Gran Guerra en el verano de 1914 supuso la bancarrota de la Segunda Internacional, cuyos partidos, carcomidos durante las previas décadas por el reformismo, el parlamentarismo y el nacionalismo, no dudaron en votar los créditos necesarios para que los Estados capitalistas pusieran en marcha toda maquinaria de guerra. El PSI no salió del todo malparado de aquel trance, pronunciándose ambiguamente a favor de la neutralidad («ni adherirse ni sabotear» la guerra, fue la consigna). Sin embargo, dentro del partido no tardó en desarrollarse una corriente favorable a la intervención contra Austria y la «bárbara» Alemania, que se manifestó sobre todo en las páginas del periódico Avanti!, dirigido por Mussolini, quien a la sazón era el líder del ala izquierda del partido, como se ha dicho. En octubre de 1914 Mussolini publicó el polémico artículo titulado «De la neutralidad absoluta a la neutralidad activa y operante», defendiendo abiertamente la intervención, lo cual le valió la expulsión del PSI. Ya conocemos la historia: con dinero procedente, entre otros, de socialistas franceses y de los servicios secretos británicos, fundó el periódico Il Popolo d’Italia y posteriormente el movimiento fascista, que llegaría al gobierno en 1922.

    Gramsci, pues, apenas iniciada su militancia socialista, aparte de enfrentarse a los exámenes y las jaquecas tuvo que vérselas con esta grave crisis en el partido. Entre tanta confusión, o como diría hoy un gramsciano, como la realidad era compleja, el sardo debió pensar que si el intransigente Mussolini abogaba por la «neutralidad activa y operante», sus razones debía tener el buen hombre. Además, aquel eslogan sonaba bastante bien. Así que el novicio Gramsci, tan activo y operante él, decidió escribir un artículo con ese mismo título en El Grito del Pueblo, el 31 de octubre.

    Verdad es que la propia fórmula de «neutralidad» del PSI invitaba a la confusión y la ambigüedad. ¿Neutralidad de quién? ¿Del Estado italiano en la guerra o del proletariado en la lucha de clases? Pero Gramsci, lejos de aclarar las cosas, las enredó aún más. Leyendo hoy el artículo «Neutralidad activa y operante», lo cierto es que uno no encuentra entre tan engorrosa palabrería ninguna referencia explícita a la intervención en la guerra. Gramsci ciertamente defendía la consigna mussoliniana y alababa el «concretismo realista» del futuro fascista, pero parecía entender la «neutralidad activa y operante» como una apuesta por la lucha de clases. Da la impresión de que Gramsci no estaba muy al tanto de lo que se ventilaba en toda aquella polémica. Pero en todo caso, el artículo otorgó a su autor una reputación de intervencionista que le acompañaría durante todos sus años de militancia socialista.

    Nuestro inexperto revolucionario, por tanto, no salió muy airoso de esta primera prueba, pero al menos no siguió a Mussolini y permaneció en el PSI. No le juzguemos por este traspié juvenil y sigámosle en estos años terribles. Por el momento la teoría socialista no era su fuerte. En cambio, en la redacción de sus artículos periodísticos hacía gala de un estilo prometedor y nada prosaico, que le colocaba, eso sí, más que en la estela de Marx, en la de Julián Sanz del Rio. Como buen estudiante de letras, los temas relacionados con la cultura empezaron a hacerle tilín. El concepto de «hegemonía» aún no había echado raíces en su cerebro, pero éste daba muestras de una fecundidad desbordante, capaz de los mayores desatinos y de fenomenales jeroglíficos como estos, extraídos de su artículo «Socialismo y cultura», publicado en El Grito del Pueblo (29/1/1916):

    «La cultura es […] organización, disciplina del yo interior, apoderamiento de la personalidad propia, conquista de superior conciencia por la cual se llega a comprender el valor histórico que uno tiene, su función en la vida, sus derechos y sus deberes. […] El hombre es sobre todo espíritu, o sea, creación histórica, y no naturaleza. De otro modo no se explicaría por qué, habiendo habido siempre explotados y explotadores, creadores de riqueza y egoístas consumidores de ella, no se ha realizado todavía el socialismo. […] Y esa conciencia no se ha formado bajo el brutal estímulo de las necesidades fisiológicas, sino por la reflexión inteligente de algunos, primero, y luego de toda una clase sobre las razones de ciertos hechos y sobre los medios mejores para convertirlos, de ocasión que eran de vasallaje, en signo de rebelión y de reconstrucción social. Eso quiere decir que toda revolución ha sido precedida por un intenso trabajo de crítica, de penetración cultural, de permeabilidad de ideas a través de agregados humanos».

    Como se puede apreciar, Gramsci aún no estaba muy al tanto de qué era eso del materialismo. Aunque se esforzaba por asimilar el ABC del marxismo, la cosa no era fácil: «En aquel tiempo el concepto de unidad de teoría y práctica, de filosofía y política, no me resultaba claro y yo era por tendencia crociano». Ya se sabe que la universidad, más que enseñar, le vuelve a uno medio bobo. ¡Pobre Gramsci!… Sigamos.

    Italia finalmente intervino en el conflicto bélico en mayo de  1915. La guerra seguía su curso. Pero el proletariado europeo empezaba a pensar que la broma ya había durado bastante. Y en esto llegó la revolución de febrero de 1917 en Rusia. Ese mismo mes, Gramsci publicó él solito una revista llamada La Ciudad Futura, de la que saldría un único número y donde dejó constancia de su opinión sobre Croce como «el más grande pensador de Europa en este momento». Algún lector malpensado dirá que eso de que un militante socialista muestre tanta estima por un filósofo idealista y liberal de izquierdas, como era Croce, es algo contradictorio. ¡Allá cada cual con sus envidias!

    El ambiente obrero en Italia también estaba caldeado, si bien no tanto como en Rusia. En agosto de 1917 estalló una revuelta en Turín a causa del hambre y la guerra, que fue sofocada con plomo, metralla y cárcel. Los líderes socialistas regionales fueron arrestados en masa, lo que permitió a Gramsci entrar en el comité directivo de la sección turinesa del partido y quedarse como único redactor de El Grito del Pueblo. Esto último le vino de perlas, pues estaba empezando a cogerle el gusto a eso del periodismo y su prosa «krausista» mejoraba cada día.

    Dentro del PSI, las divisiones internas causadas por la guerra, la orientación política y la actividad de la organización, estaban provocando la polarización el partido en distintas fracciones. Gramsci, posicionándose en la pelea, estuvo presente en la reunión clandestina de la Fracción Intransigente Revolucionaria del PSI que se celebró en noviembre de 1917 en Florencia. Esta fracción agrupaba a sectores heterogéneos del partido que se oponían a la unión sagrada y la defensa del territorio nacional, propugnadas por los socialistas reformistas del PSI (o social-patriotas) tras la derrota militar italiana en Caporetto.

    Por aquellas mismas fechas la Revolución de Octubre acababa de triunfar, atrayendo las simpatías de las diversas corrientes políticas que coexistían dentro del movimiento obrero. Gramsci no pudo resistir la tentación de escribir unos parrafillos acerca de tan importante acontecimiento, y en noviembre apareció en El Grito del Pueblo su artículo titulado «La revolución contra El Capital». Al cándido Gramsci no se le ocurrió nada mejor que describir a los bolcheviques del siguiente modo: «No son “marxistas”, y eso es todo. No han levantado sobre las obras del maestro una exterior doctrina de afirmaciones dogmáticas e indiscutibles. Viven el pensamiento marxista, el que nunca muere, que es la continuación del pensamiento idealista italiano y alemán, y que en Marx se había contaminado con incrustaciones positivistas y naturalistas». Por si fuera poco, añadía: «[La Revolución de Octubre] Es la Revolución contra El Capital, de Carlos Marx. El Capital de Marx, era en Rusia el libro de los burgueses más que el de los proletarios». ¿Cómo te quedas, Lenin? Es verdad que por aquel entonces Ulianov y el bolchevismo eran prácticamente desconocidos fuera de Rusia. Corramos un tupido velo.
     
     


    Última edición por lolagallego el Jue Dic 31, 2020 6:07 pm, editado 1 vez
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    Mensaje por lolagallego Jue Dic 31, 2020 6:01 pm

    El Grito del Pueblo dejó de publicarse en octubre de 1918. Pero Antonio era culo de mal asiento y no se quedó de brazos cruzados. Como le gustaba escribir más que a un tonto un lapicero, en mayo de 1919 comenzó a publicar L’Ordine Nuovo, una revista turinesa de cultura (of course!) socialista, junto a sus amigos Togliatti, Tasca y Terracini.

    En fin, Gramsci pasó por las pruebas de la guerra y la Revolución Rusa con más pena que gloria. Parecía algo duro de mollera, pero el caso es que, consciente o inconscientemente, por voluntad firme o afortunada casualidad, se situaba en el ala izquierda del PSI y apoyaba la revolución proletaria en Rusia. ¡Pelillos a la mar! Hagamos la vista gorda, démosle un voto de confianza y, para ponernos en contexto, veamos cuál era la situación del movimiento proletario y socialista en Europa en general, y en Italia en particular, en la época en que Gramsci y sus amigos empezaron a publicar L’Ordine Nuovo.

    La Revolución de Octubre de 1917 dio comienzo a un periodo de agudización de la lucha de clases que en gran parte de Europa adquirió un carácter revolucionario. Su consecuencia más inmediata fue el cese de la guerra, pero la cosa no quedó ahí: revolución alemana (1918-1919), trienio bolchevique en España (1918-1920), bienio rojo en Italia (1919-1920)… Nunca antes la victoria de la revolución proletaria estuvo tan cerca. La incapacidad de los partidos socialistas para encauzar el impulso proletario por la vía revolucionaria, su colaboración con la burguesía, e incluso su papel represivo y criminal (recordemos a Noske y el asesinato de Liebknecht y Luxemburg), provocó en el seno de estos partidos la emergencia de una serie de corrientes, grupos y fracciones que no tardarían en escindirse para fundar los distintos partidos comunistas.

    En Italia concretamente, el Partido Socialista celebró en octubre de 1919 un Congreso en Bolonia, donde entre otras cosas se planteó la cuestión de la adhesión del PSI a la III Internacional. En este congreso el partido apareció dividido en varias corrientes, entre las que cabe mencionar a los «ordinovistas» (de L’Ordine Nuovo) de Gramsci, reducidos a Turín, y a otra fracción más importante y sólida (aunque también minoritaria) que con el nombre de Fracción Comunista Abstencionista iba extendiéndose a nivel nacional y había empezado a publicar en diciembre de 1918 el periódico Il Soviet. En el Congreso de Bolonia la Fracción Abstencionista defendió la expulsión de los reformistas del PSI y la orientación del partido hacia la preparación revolucionaria, en lugar de hacia las elecciones parlamentarias (de ahí el nombre de «abstencionistas», pues pensaban que en una situación revolucionaria el partido no debía presentarse a las elecciones, sino preparar la revolución). Derrotada en el congreso, esta fracción minoritaria empezó a fraguar la escisión del PSI para fundar el Partido Comunista de Italia. Gramsci y los ordinovistas, por su parte, votaron en el congreso a favor de la moción propuesta por la Fracción Comunista Eleccionista, encabezada por el ambiguo Serrati, que a pesar de defender la adhesión del PSI a la Internacional Comunista, era partidario de mantener la unidad dentro del partido, eludiendo la necesaria expulsión de los reformistas, que obstaculizaban la actividad revolucionaria del PSI. La moción de Serrati salió vencedora en las votaciones, y por tanto el PSI estuvo presente en el II Congreso de la III Internacional, celebrado en julio de 1920.

    Entre tanto, la lucha del proletariado italiano iba adquiriendo efectivamente un carácter revolucionario, particularmente en Turín, donde precisamente se hallaban los ordinovistas de Gramsci y compañía. En abril de 1920, una huelga en la fábrica de la FIAT en Turín desencadenó un movimiento de solidaridad que terminó generalizando la lucha a todo el sector metalúrgico de esta ciudad industrial, formándose consejos obreros en las fábricas. El movimiento, aislado en Turín, terminó disolviéndose, pero reapareció con más fuerza en septiembre, esta vez extendiéndose por buena parte de Italia. Finalmente fue derrotado gracias a la pasividad del PSI y del sindicato CGL, más que a la represión gubernamental.

    Los acontecimientos de 1920 fueron la gota que colmó el vaso de las divergencias internas del Partido Socialista, que por otra parte ya venían de lejos. El verbalismo revolucionario de los dirigentes serratianos del PSI había demostrado su carencia de contenido. Los ordinovistas cambiaron de orientación y se acercaron a los abstencionistas. Aunque el 18 de octubre de 1919 Gramsci había publicado un artículo («La unidad del partido») rechazando toda posibilidad de escisión dentro del PSI, pocos meses después, viendo cómo estaba el percal, acudió como invitado a una conferencia de los abstencionistas, en mayo de 1920. ¡Rectificar es de sabios! En octubre, ordinovistas, abstencionistas y otros grupos socialistas de izquierda crearon el Comité provisional de la Fracción Comunista del PSI, formado por 7 miembros, entre los cuales estaba el propio Gramsci. En la Conferencia de Imola, celebrada en noviembre, esta Fracción empezó a planear conjuntamente la escisión, que se produjo finalmente en enero de 1921, durante el Congreso del PSI en Livorno. Los partidarios de la moción de la Fracción Comunista, de nuevo derrotada en el congreso, abandonaron la reunión cantando La Internacional, y acto seguido fundaron el Partido Comunista de Italia, en cuyo Comité Central entraron dos ordinovistas: Gramsci y Terracini.

    ¡Bueno! Pues aunque no había sido lo que se dice fácil, Gramsci y los ordinovistas finalmente habían logrado entrar a formar parte de la vanguardia revolucionaria italiana y mundial. Y si decimos que no fue fácil, es porque en la primavera de 1919 L’Ordine Nuovo no era más que «el producto de un intelectualismo mediocre que buscaba a tientas un punto de apoyo ideal y una vía para la acción», como decía el propio Gramsci en «El programa de L’Ordine Nuovo» (14-28/8/1920). «El único sentimiento que nos unía en aquellas reuniones era el provocado por una vaga pasión por una vaga cultura proletaria. Queríamos hacer, hacer, hacer, nos sentíamos angustiados, sin una orientación, hastiados en la ardiente vida de aquellos meses después del armisticio». Pasar de ahí a fundar el partido revolucionario en Italia en apenas dos años no es moco de pavo. Es cierto que los ordinovistas se sumaron a última hora a los esfuerzos escisionistas encaminados hacia la fundación del partido comunista. Lo hicieron durante los meses previos al Congreso de Livorno, cuando la ola revolucionaria acababa de estrellarse contra el dique capitalista y empezaba el reflujo. Es cierto también que Gramsci no dijo ni «mú» durante el congreso de la escisión. Es cierto que el nombre de Gramsci se convirtió durante las sesiones en «sinónimo de intervencionismo» (según el historiador programsciano Paolo Spriano). Y también es cierto que Amadeo Bordiga, líder de los abstencionistas y principal conductor de la escisión comunista, tuvo que salir en su defensa: «Puede que entre nosotros haya debilidades, incapacidades, lagunas, puede que haya disensiones. Gramsci puede equivocarse […] pero todos luchamos igualmente por la última meta». Pue sí, Gramsci se había equivocado, Gramsci tenía lagunas (y no pequeñas precisamente), pero ahí estaba el tío. Para la historia queda que fue uno de los fundadores del PC de Italia y que entró a formar parte del Comité Central del partido, siguiendo y asumiendo, eso sí, el liderazgo de la Fracción Abstencionista y de Bordiga («sin Bordiga no se hace el partido comunista, es necesario aceptar su dirección», pensaban los ordinovistas). A pesar de sus profundas discrepancias políticas, Gramsci y Bordiga terminaron entablando una sólida y duradera amistad.

    Así pues, a comienzos de 1921 Gramsci ya era comunista, o al menos eso decía su carné de militante. Pero, ¿hasta qué punto habían evolucionado las ideas de Gramsci durante los últimos años, al calor de la revolución rusa y la ofensiva proletaria? Veamos.

    En 1918, siendo aún redactor de El Grito del Pueblo, Gramsci exponía así su concepto del régimen democrático italiano: «La democracia italiana aún es “demagogia”, pues no se ha constituido en una organización jerárquica, ya que no obedece a una disciplina ideal procedente de un programa al que adherirse libremente» (El Grito del Pueblo, 7/9/1918). Cristalino como agua pura.

    Esta noción del carácter incompleto de la revolución burguesa en Italia, Gramsci la remataba concluyendo que el proletariado italiano aún no estaba preparado para la revolución, pues debido al débil desarrollo del capitalismo en Italia, la clase obrera se hallaba culturalmente atrasada y sin suficiente capacidad revolucionaria: «El movimiento socialista se desarrolla, reagrupa multitudes cuyos miembros individuales están preparados en diversos grados para la acción consciente […]. Esta preparación es más débil entre nosotros, pues Italia no ha pasado por la experiencia liberal, ha conocido pocas libertades y el analfabetismo está más extendido de lo que afirman las estadísticas» (El Grito del Pueblo, 31/8/1918).

    Sin embargo, como hemos visto, a los obreros italianos, sobre todo a los de Turín, les dio por demostrar en 1920 que no por ser analfabetos eran menos revolucionarios. A pesar de este fallo en sus previsiones, Gramsci no se desanimó. Al fin y al cabo la realidad es muy compleja, ya se sabe. Como dijimos, en mayo de 1919 empezó a publicar L’Ordine Nuovo con sus colegas de la Universidad de Turín. «Angustiados», «desorientados», «hastiados» y queriendo «hacer, hacer, hacer» (casi como activistas de Lavapiés), unidos por «una vaga pasión por una vaga cultura proletaria», empezaron a escribir, escribir y escribir. Y con eso de escribir mucho y pensar poco de vez en cuando surgía alguna polémica sin importancia.

    Pero Gramsci no era un pelanas, y no le achantaban los duelos retóricos. El 20 de marzo de 1920, por ejemplo, se defendía así en su revista de unas críticas malintencionadas: «[un camarada de Bolonia] se ha escandalizado seriamente al leer en L’Ordine Nuovo la siguiente opinión: “si un monje, un cura o un religioso efectúan cualquier trabajo de utilidad social, y por tanto son trabajadores, hay que tratarles como al resto de trabajadores”, y cree oportuno preguntar a los camaradas de L’Ordine Nuovo si, escribiendo así, no dan razones para pensar que lo que propugnan es el nuevo orden [referencia irónica a Ordine Nuovo] de los curas, monjes y religiosos socialistas […] ¿Qué actitud cree [el camarada de Bolonia] que debería adoptar el poder de los soviets italianos respecto a Bérgamo, si la clase obrera de Bérgamo elige como representantes a curas, monjes y religiosos?». La pregunta, desde luego, tenía miga. Gramsci proseguía así: «¿Acaso tendríamos que arrasar Bérgamo a sangre y fuego? […] ¿Acaso los obreros comunistas, no contentos con enfrentarse a la ruina económica que el capitalismo dejará en herencia al Estado obrero […], deberían también iniciar en Italia una guerra de religión, aparte de la guerra civil? […] En Italia, en Roma, están el Vaticano y el Papa, pues el Estado liberal se ha visto obligado a buscar un equilibrio con el poder espiritual de la Iglesia. El Estado proletario también deberá encontrar ese equilibrio». Hacer un hueco al Papa y a los curas en el Estado proletario no era ningún pecado para un marxista heterodoxo como era el bueno de Gramsci. ¡Sin dogma no hay herejía!

    En L’Ordine Nuovo el tema de la cultura era muy importante. Recuerden que se trataba de una revista de cultura socialista que había surgido por iniciativa de un grupo de militantes vagamente apasionados por una vaga cultura proletaria. «Nosotros no imponemos ningún programa», decían el 17 de julio de 1910 sobre la formación de «grupos de amigos de L’Ordine Nuovo», «la palabra “cultura” tiene un significado suficientemente amplio, apto para justificar cualquier libertad de espíritu, pero además tiene un contenido preciso, en el que sólo cabe una actividad que en sí misma es capaz de darse una disciplina. Nosotros jamás nos hemos apartado de la búsqueda de este objetivo, la cultura, pero esta búsqueda nos ha llevado a desarrollar un programa preciso. Para nosotros, cultura significa seriedad en las actitudes mentales y en la vida, y nuestros “amigos” seguramente hallaran en estos conceptos una base adecuada para la constitución de grupos homogéneos». Quienes no hayan ido a la universidad, puede que tengan dificultades para entender estas sencillas sentencias. Yo con mucho gusto las explicaría, pero aún nos quedan muchas hazañas de Gramsci por relatar, y no quiero extenderme demasiado. Basta de momento con señalar que el interés que mostraban los ordinovistas por la cultura se correspondía con el papel que según ellos debían tener los comunistas y el partido, como «educadores que se proponen poner a las masas en condiciones de actuar por sí mismas». Las masas obreras necesitaban cultura y los comunistas eran sus educadores.

    No podemos terminar este repaso por la evolución del pensamiento gramsciano durante los años anteriores a la fundación del Partido Comunista sin mencionar la conocida polémica que se ventiló en las páginas de L’Ordine Nuovo e Il Soviet (órgano de la Fracción Abstencionista) sobre los consejos de fábrica, a lo largo de 1920. Una polémica que reflejaba las grandes divergencias teóricas que separaban a ordinovistas y abstencionistas, a pesar de su acercamiento y colaboración en la escisión del PSI y la fundación del PCdI.

    Recordemos que, sin comerlo ni beberlo, los ordinovistas se vieron en medio de las batallas obreras del año 1920, cuyo foco de propagación fue precisamente Turín. El surgimiento del movimiento de los consejos de fábrica era, sin duda, prometedor, y reflejaba la madurez revolucionaria del proletariado italiano. Los ordinovistas, que tenían orejas, ya habían oído algo de los consejos obreros de Rusia, Alemania y Hungría, y rápidamente se entusiasmaron con los consejos de fábrica italianos, a los que otorgaron cualidades maravillosas, tanto en el plano económico como político. Para conocer un poco cómo concebían los ordinovistas los consejos de fábrica y qué función les otorgaban dentro del proceso revolucionario, no hay más remedio que echar un ojo a sus escritos y declaraciones, lo sentimos.

    En su intervención durante la Conferencia de Milán del PSI (1919), Gramsci se expresó así: «Para que la revolución se transforme, de simple hecho fisiológico y material, en acto político que dé comienzo a una nueva era, debe encarnarse en un poder ya existente, cuyo desarrollo el viejo orden, a través de sus instituciones, obstaculiza y comprime. Este poder proletario debe ser emanación directa, disciplinada y sistemática de las masas trabajadoras obreras y campesinas. Es pues necesario elaborar una forma de organización que discipline a las masas obreras constantemente. Los elementos de esta organización hay que buscarlos en las comisiones internas de las fábricas, conforme a las experiencias de la revolución rusa y húngara y a las experiencias pre-revolucionarias de las masas trabajadoras inglesas y americanas».

    En el artículo «Democracia obrera», publicado en L’Ordine Nuovo (21/6/1919), escribía: «El Estado socialista existe ya en las instituciones de la vida social características de la clase trabajadora explotada. […] Las comisiones internas son órganos de democracia obrera que hay que liberar de las limitaciones impuestas por los empresarios y a los que hay que infundir vida nueva y energía. Hoy las comisiones internas limitan el poder del capitalista en la fábrica y cumplen funciones de arbitraje y disciplina. Desarrolladas y enriquecidas, tendrán que ser mañana los órganos del poder proletario que sustituirá al capitalista en todas sus funciones útiles de dirección y de administración».
     
     
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    Mensaje por lolagallego Jue Dic 31, 2020 6:02 pm

    En «A los comisarios de sección de los talleres FIAT-centro y patentes», L’Ordine Nuevo (13/9/1919): «La masa obrera tiene que prepararse efectivamente para conseguir el pleno dominio de sí misma, y el primer paso por ese camino consiste en disciplinarse lo más sólidamente en la fábrica, de modo autónomo, espontáneo y libre. No puede negarse tampoco que la disciplina que se instaurará con el nuevo sistema llevará a una mejora de la producción; pero eso no es sino la verificación de una de las tesis del socialismo […]. Y a los que objetan que de este modo se acaba por colaborar con nuestros adversarios, con los propietarios de las industrias, contestamos que ése es, por el contrario, el único modo de hacerles sentir concretamente que el final de su dominio está cercano». ¡Chúpate esa!

    En «Sindicatos y consejos» (11/10/1019): «La dictadura proletaria puede encarnarse en un tipo de organización que sea específica de la actividad propia de los productores y no de los asalariados, esclavos del capital. El consejo de fábrica es la primera célula de esta organización. Puesto que en el consejo todos los sectores del trabajo están representados proporcionalmente a la contribución que cada oficio y cada sector de trabajo da a la elaboración del objeto que la fábrica produce para la colectividad, la institución es de clase, es social. Su razón de ser está en el trabajo, está en la producción industrial, en un hecho permanente y no ya en el salario, en la división de clases, es decir, en un hecho transitorio y que precisamente se quiere superar. Por eso el consejo realiza la unidad de la clase trabajadora, da a las masas una cohesión y una forma que tienen la misma naturaleza de la cohesión y de la forma que la masa asume en la organización general de la sociedad. El consejo de fábrica es el modelo del Estado proletario».

    En «El programa de L’Ordine Nuovo» (14-28/8/1920): «¿Existe en Italia algo que se pueda comparar con el soviet, que participe de su naturaleza, como institución de la clase obrera? […] Sí, existe en Italia, en Turín, un germen de gobierno obrero, un germen de soviet: es la comisión interna [en las fábricas]».

    En «Los grupos comunistas», L’Ordine Nuovo (17/8/1920): «Como el Estado obrero es un momento del proceso de desarrollo de la sociedad humana que tiende a identificar las relaciones de su convivencia política con las relaciones técnicas de la producción industrial, el Estado obrero no se funda en circunscripciones territoriales, sino en las formaciones orgánicas de la producción: las fábricas, los astilleros, los arsenales, las minas, las factorías».

    Aunque no es fácil sacar algo en limpio de estos extractos, el lector habrá podido comprobar que hay unas ideas que se repiten: «El Estado socialista existe ya», dentro del régimen burgués, en forma de «un germen de gobierno obrero, un germen de soviet»: los consejos de fábrica, «primera célula» de la dictadura proletaria, «modelo del Estado proletario», «órganos del poder proletario que sustituirá al capitalista en todas sus funciones útiles de dirección y de administración». Eso sí, mientras el régimen burgués siga vivito y coleando, los consejos de fábrica no podrán evitar «colaborar con nuestros adversarios, con los propietarios de las industrias», pues el desarrollo de la disciplina obrera a través de la organización irremediablemente «llevará a una mejora de la producción».

    Los ordinovistas confundían los consejos de fábrica italianos con los soviets rusos, el poder político revolucionario con la gestión económica, y la gestión obrera de la economía socialista con la gestión obrera del capitalismo. Es cierto que en Rusia los consejos de fábrica también tuvieron un importante papel en el proceso revolucionario, pero el poder del Estado proletario ruso se basaba en consejos obreros territoriales, no de fábrica. Estos consejos obreros territoriales, por su parte, nunca tuvieron carácter revolucionario en sí mismos, sino en la medida que fueron conquistados por la influencia y la dirección de los bolcheviques, entre febrero y octubre de 1917. Por lo tanto, los consejos no pueden ser considerados «un germen de gobierno obrero» en sí mismos, ni siquiera «órganos del poder proletario». Bajo influencia socialdemócrata, por ejemplo, un consejo de fábrica o un soviet podía convertirse perfectamente en un órgano de poder burgués. Según la perspectiva marxista revolucionaria, mientras se mantenga en pie el régimen burgués, los consejos de fábrica (y en general la organización obrera en los centros de trabajo) no pueden ser más que órganos para la lucha de clases, y no deben convertirse en órganos de gestión económica del capitalismo, pues eso evidentemente supone cierto grado de colaboración entre empresarios y trabajadores. Esta función de gestión económica sólo la pueden adquirir una vez derribado el poder político de la burguesía, triunfante la revolución. La concepción ordinovista, en cambio, consideraba los consejos de fábrica como órganos de gestión económica dentro del capitalismo, lo cual forzosamente tenía que convertirlos en organismos de colaboración de clases.

    Después de este atracón de textos gramscianos, si al lector aún le queda fuerza para más, podemos empezar a pasar revista a la época comunista de Gramsci. ¿Quién dice que segundas partes nunca fueron buenas?

    LA MILITANCIA COMUNISTA DE GRAMSCI HASTA SU DETENCIÓN

    Los ordinovistas, como se ha comentado, una vez fundado el PCdI, aceptaron el liderazgo de los abstencionistas en el partido. Tampoco les quedaba más remedio, pues la antigua Fracción Abstencionista estaba mucho mejor organizada a nivel nacional y su capacidad teórica era mucho mayor que la del grupo de Gramsci, cuya organización se reducía prácticamente a la ciudad de Turín. Durante los años 1921 y 1922, pues, Gramsci, Togliatti y compañía, aunque formaban parte de la dirección del partido, practicaron una política de seguidismo al liderazgo de Bordiga y los suyos, a quienes a partir de ahora denominaremos sencillamente Izquierda Comunista italiana.

    Ocurrió que, a lo largo de estos años (1921-1922), comenzaron a surgir discrepancias políticas entre el PCdI y la Internacional Comunista, primero en torno a cuestiones puramente tácticas, que más tarde fueron extendiéndose a cuestiones de principio y de programa. Estas divergencias políticas se hicieron patentes en el III Congreso de la Internacional Comunista (verano de 1921) y el IV Congreso (otoño de 1922), así como en el II Congreso del PCdI, celebrado en marzo de 1922 en Roma. En este Congreso de Roma, Gramsci y sus viejos compañeros votaron a favor de unas tesis sobre la táctica que, redactadas por Bordiga y Terracini (un ordinovista), entraban en contradicción con las directrices tácticas emanadas de la Internacional. Allí Gramsci fue elegido además delegado del partido en el Comité Ejecutivo de la Internacional, y se trasladó a Moscú.

    ¿Cuál era la causa de estas divergencias políticas entre el Partido Comunista de Italia y la III Internacional? El periodo de auge revolucionario había pasado y había que establecer una táctica común para los distintos partidos de cara al periodo de reflujo de la lucha, que estaba en curso. La Internacional optó por la táctica que dio en llamar «de frente único». En lo que respecta a Italia, la IC resolvió que el PCdI debía fusionarse de nuevo con el PSI, a pesar de la reciente escisión. La dirección del PCdI (Izquierda italiana y exordinovistas), aunque se oponía a esta decisión, terminó aceptándola por disciplina. Gramsci fue elegido miembro de la comisión encargada de negociar la fusión de ambos partidos, que finalmente no se llevaría a cabo a causa del rechazo de los propios socialistas. El giro derechista de la Internacional durante estos años se manifestó también, entre otras cosas, a través la consigna del «gobierno obrero», que los dirigentes moscovitas entendían como una coalición entre los partidos comunistas y socialistas en el Parlamento y en las elecciones para lograr una mayoría que les aupara al gobierno. El PCdI, como no podía ser de otra forma, se opuso a esta confusa consigna, argumentando que no hay más gobierno obrero que la dictadura de proletariado, y que denominar «gobierno obrero» a una coalición parlamentaria era engañar y confundir a las masas trabajadoras.

    Aunque en sus dos primeros años de vida el PCdI fue un partido bastante homogéneo políticamente, las discrepancias con la Internacional provocaron el surgimiento de una minoritaria ala derecha dirigida por Angelo Tasca, antiguo ordinovista y colega de Gramsci, que en la polémica entre el partido italiano y la Internacional se posicionaba del lado de ésta. A finales de 1922, en el IV Congreso de la IC, las divergencias entre el partido italiano y la Internacional llegaron al borde de la ruptura. Los dirigentes comunistas italianos plantearon su dimisión a la Internacional, para que el PCdI pasara a ser dirigido por la minoría de derecha, fiel a Moscú. En ese mismo Congreso, los dirigentes de la Internacional, para solucionar las divergencias con el PCdI, ofrecieron a Gramsci la dirección del partido italiano, como cuenta él mismo: «El Pingüino [Rakosi], con la delicadeza diplomática que le caracteriza, me asaltó para ofrecerme nuevamente hacerme jefe del partido, eliminando a Amadeo [Bordiga], que sería además excluido de la Komintern si continuaba en su línea. Yo respondí que haría todo lo posible por ayudar al Ejecutivo de la Internacional a resolver la cuestión italiana, pero que no creía que se pudiese de ninguna manera (y mucho menos con mi persona) sustituir a Amadeo sin un previo trabajo de orientación en el partido. Para sustituir a Amadeo en la situación italiana era necesario, por otra parte, disponer de más de un elemento, porque Amadeo, efectivamente, en lo que atañe a su capacidad general y de trabajo, vale por lo menos por tres, suponiendo que pueda sustituirse de tal modo a un hombre de su valía».

    A partir de ese momento empezó a producirse una división dentro del grupo mayoritario del PCdI, que se desarrollaría a lo largo del año 1923 y desembocaría en 1924 en la ruptura entre la Izquierda italiana de Bordiga y los exordinovistas de Gramsci, quien llevó además la iniciativa en esta división del grupo dirigente del partido.

    Todo esto sucedía en el contexto del avance del fascismo en Italia. Mussolini llegó al poder en octubre de 1922. En febrero de 1923 fueron detenidos varios dirigentes comunistas (entre ellos Bordiga). Togliatti se convirtió a raíz de estas detenciones en el máximo dirigente en funciones del partido dentro de Italia. Con Bordiga en la cárcel, Gramsci se trasladó de Moscú a Viena y empezó a maniobrar para ganarse el apoyo de sus viejos compañeros ordinovistas y hacerse con la dirección del partido. Aunque hasta entonces Gramsci también se había mostrado crítico con las decisiones de la Internacional, no estaba de acuerdo en ceder la dirección del partido a la minoría derechista de Tasca.

    En junio de 1923, en el III Ejecutivo Ampliado de la Internacional, Gramsci reconoció algunos errores, pero defendió públicamente las posiciones de la mayoría del partido italiano, alertando a la IC de los peligros que suponía fusionar el PCdI y el PSI: «Ha habido errores en el Partido Comunista, nosotros somos los primeros en reconocerlo, cosa que no hace por su parte […] la minoría del Partido Comunista y la fracción fusionista del Partido Socialista. […] nosotros declaramos que estamos plenamente dispuestos a luchar para salvaguardar en Italia las tradiciones, la base sana del Partido Comunista, porque consideramos que es el destino de la revolución en Italia lo que está en juego cuando se sientan las bases constituyentes de la organización del partido». En esta misma reunión del Ejecutivo Ampliado se reorganizó el Comité Ejecutivo del partido italiano, que pasaría a estar formado por 2 miembros de la minoría de Tasca y 3 miembros de una mayoría cada vez menos cohesionada (de estos tres, dos eran antiguos ordinovistas: Togliatti y Scoccimarro).

    Pero aquellas declaraciones públicas de Gramsci en junio ocultaban los planes que ya por aquel entonces rondaban su diáfana cabeza. En efecto, en su carta a Togliatti fechada el 18 de mayo de 1923, un mes antes del III Ejecutivo Ampliado, confesaba: «La cuestión fundamental hoy es esta: […] es necesario crear en el partido un núcleo de camaradas, que no sea una fracción, pero que tenga la máxima homogeneidad ideológica para poder imprimir a la acción práctica la máxima unidad directiva. […] Creo que nosotros, nuestro grupo, debemos permanecer en la dirección del partido, porque estamos realmente en la línea del desarrollo histórico y porque, a pesar de todos nuestros errores, hemos trabajado positivamente y hemos creado algo».

    En mayo de 1923, pues, Gramsci ya estaba planeando separarse del grupo de Bordiga, desplazarle y hacerse con la dirección del partido. Y para ello esperaba contar con el apoyo de los viejos ordinovistas («nuestro grupo»), a quienes no obstante aún tenía que convencer, pues no tenían las cosas tan claras como él.

    Bordiga y los comunistas detenidos en febrero fueron absueltos y liberados en octubre. Gramsci intensificó su campaña, escribiendo desde Viena a sus viejos camaradas para convencerles de que abandonasen la línea seguida por Bordiga y la Izquierda italiana:

    «Nosotros […] demostramos con los hechos que estamos en el terreno de la Internacional Comunista, de la que aceptamos y aplicamos los principios y la táctica. No nos petrificamos en una actitud de permanente oposición, sino que sabemos cambiar nuestras posiciones a medida que cambia la correlación de fuerzas y que los problemas a resolver se plantean sobre una base distinta […]». (Carta a Terracini, 12/1/1924)

    «Podemos constituir el centro de una fracción que tiene todas las posibilidades de convertirse en el partido entero. […] me parece que en el partido se está formando tres corrientes, una de izquierda, otra de centro y otra de derecha. […] La cuestión más grave para nosotros es indudablemente la de distinguirnos de la derecha, pero no me parece que sea insuperable y creo que en gran parte es cuestión de personas» (Carta a Scoccimarro y Togliatti, 1/3/1924).

    Para entendernos: Gramsci no quería abandonar la dirección del partido, pero para ello tenía que aceptar las directrices de la Internacional, a las cuales hasta entonces se había opuesto. Y como ya existía en el PCdI un pequeño grupo que aceptaba esas directrices de la IC (la derecha de Tasca), la jugada de Gramsci debía consistir en diferenciarse de esa derecha para conservar la dirección del partido, aunque ambos defendían prácticamente lo mismo. Por eso decía que «en gran parte es cuestión de personas».

    ¿Pero por qué Gramsci decidió romper con la mayoría en ese momento, si hasta entonces, en el III Congreso de la IC, en el II Congreso del PCdI y en el IV Congreso de la IC no había mostrado ninguna discrepancia con la dirección del Partido Comunista de Italia, dirección de la que él mismo era corresponsable como miembro del Comité Central? Esto lo explica él mismo en su Carta a Scoccimarro del 5 de enero de 1924: «Hoy precisamente, hoy que se ha decidido llevar la discusión a las masas, hay que adoptar una posición definitiva y perfilarla exactamente. Mientras las discusiones discurrían en un círculo reducidísimo y se trataba de organizar a cinco, seis o diez personas en un organismo homogéneo, era todavía posible (aunque ni siquiera entonces fuera totalmente justo) llegar a compromisos individuales y descuidar ciertas cuestiones que no tenían actualidad inmediata».

    Puede que esta actitud consistente en callar en petit comité y mostrarse discrepante en el momento de hacer públicas las discusiones no sea muy loable. Pero hay que reconocer que Gramsci, él solito desde Viena, se las apañó para salirse con la suya. En su estratagema, eso sí, contó en todo momento con el apoyo de la IC, como reveló Humbert-Droz, delegado de la Internacional en Italia, en sus memorias publicadas en 1969: «Mi misión era introducir una diferenciación en la mayoría extremista del Partido Comunista de Italia y desgajar de Bordiga el grupo de Gramsci, para confiarle la dirección del partido». Así pues, la ruptura dentro de la mayoría del PCdI se hizo oficial en el invierno de 1923-1924.

    En las elecciones de abril de 1924 Gramsci salió elegido diputado, lo cual le permitió volver a Italia con ciertas garantías de inmunidad frente a la represión fascista. En mayo de 1924 se celebró una Conferencia clandestina del PCdI en Como, en la que se manifestó por primera vez la división del partido en tres tendencias. En las votaciones de las distintas mociones presentadas en la Conferencia, la Izquierda obtuvo 41 votos, la derecha 10 y el grupo de Centro recién creado por Gramsci obtuvo solo 8 votos. Los cuadros intermedios del partido italiano, que apenas estaban al corriente de las luchas intestinas ocurridas en los últimos meses, seguían apoyando mayoritariamente a la Izquierda comunista.
     
     
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    «Anti-Gramsci», o ¡Vamos, Antonio, sal a bailar, que tú lo haces fenomenal! - texto de Ángel Rojo publicado en el blog El Salariado en mayo de 2020 Empty Re: «Anti-Gramsci», o ¡Vamos, Antonio, sal a bailar, que tú lo haces fenomenal! - texto de Ángel Rojo publicado en el blog El Salariado en mayo de 2020

    Mensaje por lolagallego Jue Dic 31, 2020 6:04 pm

    La Conferencia de Como demostró que, a pesar de haber aumentado su presencia en los órganos directivos del partido gracias al apoyo de la Internacional, el grupo de Centro acaudillado por Gramsci estaba aún muy lejos de controlar realmente la organización. ¿Qué podían hacer al respecto Gramsci y sus colegas? Una de dos: o bien debatir y clarificar las distintas posturas públicamente entre la militancia, para que ésta se pronunciara a favor de una u otra, o bien recurrir a la censura, la manipulación y la represión interna para someter a la Izquierda italiana, es decir, emplear todos los medios para situar en los cuadros intermedios del partido a militantes adeptos al grupo de Centro. La primera opción era más honrosa, pero llevaba más tiempo. Además, en la Rusia soviética estaba empezando a surgir una tradición de censura, manipulación y represión interna que prometía mucho. Gramsci, que había estado en Moscú, se unió a la moda y tiró por la vía de la derecha.

    A principios de 1924 la Izquierda italiana había empezado a publicar un órgano de prensa mensual, llamado Prometeo. En el nº 2, Grieco, que posteriormente se uniría al grupo gramsciano, comparaba de esta forma a Gramsci con Bordiga, en su artículo titulado «Gramsci»: «Pero en Gramsci el proceso de generación de la idea síntesis es lento. Ya dije que en otro lugar que Bordiga es, por su temperamento, propenso a la síntesis, en oposición al Gramsci analista. Diré, ahora, que el procedimiento analítico de Gramsci es lento y laborioso». Aunque era poco propenso a la síntesis y lento y laborioso en el análisis, Gramsci sabía cómo resolver las discrepancias internas: la dirección del PCdI prohibió la publicación de Prometeo, cuyo último número salió a principios del verano de 1924.

    Por esas mismas fechas, entre junio y julio de 1924, se celebró el V Congreso de la IC. Gramsci no viajó a Rusia, pues prefirió quedarse en Italia para poder intervenir en la crisis política que se desencadenó tras el asesinato por los fascistas del diputado socialista Matteotti. En el V Congreso de la IC se reorganizó de nuevo la dirección del PCdI. La Izquierda se quedó sin ningún miembro en el Comité Central: se negaba a participar en los órganos de dirección del partido debido a las discrepancias políticas que mantenía con la Internacional. A pesar de constituir aún la corriente mayoritaria dentro del partido, la Izquierda pensaba que era más coherente dejar la dirección a un grupo minoritario que siguiera las directrices de la Internacional por convicción, no por disciplina. ¡Cosa insólita, nunca vista en política! En esta reorganización de la dirección del PCdI impuesta por la Internacional, al grupo de Gramsci (recién creado y minoritario dentro del partido, como se había demostrado en la Conferencia de Como apenas un mes antes) le correspondió la mayoría del Comité Central (9 de los 17 miembros), así como 2 de los 4 miembros del Comité Ejecutivo. Gramsci, miembro tanto del Comité Central como del Ejecutivo, fue elegido dos meses más tarde secretario general del partido, cargo hasta entonces inexistente. Su gran amigo Palmiro Togliatti fue elegido miembro del Comité Ejecutivo de la Internacional, se fue a Moscú y le cogió el gustillo a aquel ambiente. Gramsci y a los suyos, pues, pasaron a dominar la dirección del partido. ¿Qué podía salir mal?

    La crisis política que se produjo en Italia a raíz del asesinato de Matteotti por los fascistas, en el verano de 1924, dio a Gramsci la oportunidad de demostrar de qué pasta están hechos los líderes comunistas. Con la dirección del partido en sus manos, podía desplegar todas sus dotes de estratega. ¿Qué hacer? ¿Quizá una guerra de movimientos? ¿O mejor una guerra de posiciones? ¿Tal vez un gambito de rey, un 4-3-3? ¡¿Qué carajo hizo Gramsci?! Veámoslo.

    El 12 de junio fue asesinado Matteotti. El día 14, toda la oposición, incluidos los 19 diputados comunistas con Gramsci a la cabeza, abandonó el Parlamento y formó un comité al que se dio el nombre de Aventino. El hecho de que el PCdI fuera de la mano, no ya sólo con el Partido Socialista, sino con partidos claramente burgueses, desde luego era una novedad, que el bueno de Antonio justificó de esta manera: «En junio, inmediatamente después del delito Matteotti, el golpe sufrido por el régimen fue tan fuerte que una intervención decidida de una fuerza revolucionaria lo habría puesto en peligro. La intervención no fue posible porque la mayoría de las masas eran incapaces de moverse o estaban bajo la influencia de los demócratas y los socialdemócratas». El PCdI convocó una huelga general para el 27 de junio, que se saldó con un absoluto fracaso. Viendo que los obreros no hacían demasiado caso, Gramsci decidió continuar con las maniobras políticas parlamentarias, librando la batalla en terreno plenamente burgués. En octubre, el Comité Central del PCdI aprobó la táctica del Antiparlamento, que no halló eco en el resto de partidos antifascistas. Sin saber bien cómo proseguir, la dirección del partido terminó accediendo a las peticiones de la Izquierda y de las bases, que exigían que se abandonara el frente común con los partidos burgueses (auténtica anticipación del nefando Frente Popular de Stalin) y que los diputados comunistas volvieran al Parlamento, pues el momento era inmejorable para desplegar esa táctica que se llama «parlamentarismo revolucionario» y que a Gramsci le sonaba un poco a chino. En el Congreso de la Federación napolitana del partido, celebrado clandestinamente en octubre de 1924, Gramsci y Bordiga se tiraron discutiendo 14 horas. Días después, el 12 de noviembre, Luigi Repossi, diputado comunista y militante de la Izquierda italiana, acudió solo al Parlamento, donde espetó estas lindezas a los fascistas en plena cara: «Fuera el gobierno de los asesinos y vividores del pueblo. Desarme de los Camisas Negras. Armamento del proletariado. Instauración de un gobierno de obreros y campesinos. Los comités obreros y campesinos serán la base de este gobierno y de la dictadura de la clase obrera». Como curiosidad, hay que señalar que pocos días antes de pronunciarse estas declaraciones en el Parlamento italiano, el 7 de noviembre, Mussolini fue invitado por la embajada soviética a la celebración del aniversario de la Revolución de Octubre. ¡Cosas de la política! ¡Compleja realidad!

    Finalmente, el 3 de enero de 1925 Mussolini asumió toda la responsabilidad de lo ocurrido: «Si el fascismo es una asociación de delincuentes, ¡yo soy el jefe de esa asociación de delincuentes!». Y terminada la crisis Matteotti con la derrota de la oposición antifascista, el grupo de diputados comunistas se reintegró por completo en el Parlamento. La actividad política legal de los partidos de la oposición empezaba a ser cada vez más difícil, y la represión fascista empujaba a una clandestinidad para la que no todos estaban bien preparados.

    Gramsci, pues, la había cagado (de nuevo), esta vez en su estreno como jefe revolucionario. Las críticas empezaban a escocer un poco su epidermis, pero tenía pendiente una tarea importante (el control del partido) y no podía perder tiempo. Para empezar a comer terreno a la Izquierda dentro del PCdI, pensaron que era buena idea repartir carnés del partido a diestro y siniestro. Entre mayo y diciembre de 1924 el número de militantes pasó de 12.000 a 30.000, y según Togliatti: «En la gran masa de militantes, el sentido de la disciplina hacia los órganos dirigentes nacionales e internacionales es muy fuerte, por el contrario el grado de madurez y de capacidad política es bastante bajo». Los novicios eran poco entendidos, pero fieles. ¡Punto para Gramsci!

    Pero la cosa no quedó en abrir las puertas del partido a todo quisque. En el V Ejecutivo Ampliado de la IC, reunido en marzo de 1925, se aprobaron las llamadas «Tesis sobre la bolchevización de los partidos comunistas», que pretendían endurecer la disciplina y la centralización en los distintos partidos nacionales. A los ordinovistas gramscianos esto les venía como anillo al dedo. La bolchevización, además, implicaba una remodelación de la estructura partido, que debía pasar de organizarse territorialmente a hacerlo sobre la base de células de militantes comunistas en las fábricas. Aunque aparentemente esto daba un toque obrerista al partido, en realidad suponía un incremento del control de la organización por parte del grupo de funcionarios dirigentes, en su gran mayoría intelectuales.

    La nueva dirección gramsciana del PCdI, pues, no vaciló a la hora de emplear la bolchevización como excusa y herramienta en su lucha contra la Izquierda, que aún seguía siendo muy popular entre la base militante. El dominio del grupo gramsciano sobre el Partido Comunista debía formalizarse en un congreso nacional, pero para lograr la victoria en el congreso había que preparar muy bien el terreno. ¡A bolchevizar se ha dicho! En primer lugar, se limitó la libertad de expresión de los militantes de Izquierda en la prensa del partido. Ya hemos mencionado la supresión del periódico Prometeo en el verano de 1924. Sin un órgano de prensa propio, la Izquierda sólo podía expresarse en los periódicos controlados por la camarilla gramsciana. Los artículos escritos por los militantes de Izquierda, o bien no se publicaban, o bien se publicaban con retraso, o fuera de contexto, o acompañados de comentarios o apostillas difamatorias. Otra de las marrullerías empleadas consistió en convocar congresos federales para sondear la opinión de los militantes. Si parecía que la opinión general era favorable a la dirección, se proponía la votación de resoluciones. Y si no, el carácter del congreso federal se restringía al meramente informativo y no se votaba nada. ¡Otro punto para Gramsci!

    En 1925, la cuestión Trotsky y las críticas al trotskismo empezaron a estar muy en boga en Rusia. Gramsci y los suyos tampoco desaprovecharon la oportunidad de meter a la disidencia bordiguista en el mismo saco que la trotskista, para matar dos pájaros de un tiro: «La actitud de Bordiga, como la de Trotsky, tiene repercusiones desastrosas: cuando un camarada de la valía de Bordiga se aparta, surge en los obreros una desconfianza en el partido», opinaba Gramsci durante una reunión del Comité Central del partido en febrero de 1925. ¡No daba puntada sin hilo, el mozo!

    Con tanta trampa y tejemaneje, el cerebro de Gramsci echaba humo. Así, en la reunión del Comité Central celebrada el 11 y 12 de mayo de 1925, los dirigentes del partido tuvieron el privilegio de ver a Gramsci parir su concepto de hegemonía, que tanto tinta ha hecho correr desde entonces: «Los dos principios políticos que caracterizan el bolchevismo son: la alianza entre obreros y campesinos y la hegemonía del proletariado en el movimiento obrero revolucionario anticapitalista». Verdad es que sin predominio del proletariado en un movimiento, éste no puede ser ni obrero, ni revolucionario ni realmente anticapitalista. Pero dejando de lado estas sutilezas, debió ser una maravilla escuchar a Gramsci hablar por primera vez de la hegemonía del proletariado. En medio de semejante jolgorio y regocijo, se aprovechó para anunciar que próximamente se celebraría el III Congreso del PCdI, que finalmente se aplazó a enero de 1926 y se hizo no en Italia, sino en Lyon.

    ¿Por qué en Lyon? Porque celebrar el congreso en el extranjero, a pesar de que se podía celebrar clandestinamente en Italia, permitía a la dirección gramsciana filtrar a su antojo los delegados que debían viajar a Francia. Por si esto no bastaba, decidieron echarle imaginación a la hora de elaborar el método de recuento de votos en el congreso: los votos de los delegados ausentes y de aquellos que se abstuviesen contarían como votos favorables a las tesis de la dirección. ¡Cómo te las gastas, Gramsci!

    En el Congreso de Lyon Gramsci se tiró hablando 4 horas, y Bordiga otras 7. Y al final, claro, ganó el primero con el 90% de los votos favorables a sus tesis. En apenas 18 meses Gramsci, Togliatti y compañía habían logrado hacerse completamente con el control del partido. Lo hicieron de manera poco elegante, hay que reconocerlo. Pero oye, quien quiere el fin también quiere los medios. El congreso ratificó a Gramsci como secretario general del partido, pero la alegría, como veremos, le duraría poco.

    Tras el apabullante triunfo del sector gramsciano en el Congreso de Lyon, algunos dirigentes quisieron aprovechar la situación para empezar a expulsar del partido a los más destacados militantes de la Izquierda. En honor a Gramsci hay que decir que esta vez se opuso a esta barrabasada.

    En octubre de 1926 la carrera política de Gramsci estaba a punto de acabar, pero aún había tiempo para poner a ésta su broche de oro. Por aquella época las divisiones en la vieja guardia bolchevique, que comenzaron tras la muerte de Lenin, se habían profundizado bastante. Zinoviev y Kamenev se habían unido a Trotsky, formando la Oposición Unificada para enfrentarse al dominio de Stalin en el partido, quien con la colaboración de Bujarin estaba ya desplegando su teoría del «socialismo en un solo país». Gramsci, alarmado por los peligros que podía entrañar esta división, decidió escribir una carta al Comité Central del PCUS, la cual ha quedado para la posteridad como testimonio de la aguda visión política del genio comunista que era Gramsci. Sin embargo, curiosamente, en esta carta el sardo no hacía sino recoger los argumentos que la Izquierda del PCdI, Bordiga particularmente, llevaba ya años desarrollando en su polémica contra la Internacional y el grupo gramsciano. Veámoslo.

    Gramsci escribió al PCUS que «nos parece que la actitud actual del bloque de oposición y la virulencia de las polémicas del PC de la URSS exigen la intervención de los partidos hermanos». Es decir, Gramsci exigía la intervención de los distintos partidos comunistas en la resolución de los problemas internos del PCUS. A Stalin esta ocurrencia no le terminaba de hacer gracia. ¿Acaso era una idea nueva? En el VI Ejecutivo Ampliado de la Internacional, celebrado en febrero de 1926, Bordiga había defendido la necesidad de que fuera la Internacional la que decidiera la política interna de Rusia, en lugar de ser el PC ruso el que decidiera la política de la Internacional. En un entrevista con Stalin, Bordiga incluso había formulado esta pregunta: «¿Cree el camarada Stalin que a la hora de determinar la política del partido ruso es necesaria la colaboración del resto de los partidos comunistas, que representan la vanguardia del proletariado revolucionario?». Este interés de Bordiga por defender la colaboración de todos los partidos de la Internacional a la hora de definir la política del partido ruso se debía a que este partido había prohibido expresamente debatir las cuestiones internas rusas en aquella reunión del Ejecutivo Ampliado. Bordiga lo tenía claro: «El problema de la política rusa no puede resolverse únicamente en los estrechos límites del movimiento ruso, es necesaria la colaboración directa de toda la Internacional Comunista». Gramsci, pues, coreaba los argumentos de Bordiga en este aspecto.

    En su carta al PCUS, Gramsci también afirmaba que «la unidad y la disciplina no pueden ser en este caso mecánicas y obligadas; tienen que ser leales y de convicción, no las de una tropa enemiga prisionera o cercada que piensa en la evasión o en la salida por sorpresa». Y aquí, de nuevo, no hacía sino repetir en términos parecidos las palabras pronunciadas por Bordiga en el mencionado Ejecutivo Ampliado: «la disciplina es un resultado, no un punto de partida, no es una especie de plataforma inquebrantable. […] Por eso, instaurar una especie de código penal en el partido no es solución ante frecuentes casos de falta de disciplina». Y es que Bordiga y la Izquierda llevaban ya dos años soportando las medidas disciplinarias impuestas precisamente por Gramsci y compañía desde la dirección del partido, con el apoyo de Moscú. Gramsci, pues, estaba criticando al PCUS lo que él mismo había estado haciendo hasta entonces: tratar de resolver las divergencias políticas internas mediante amenazas y sanciones. Además de pecar de cinismo, pues, pecaba de falta de originalidad.

    Al recoger en su carta al PCUS los argumentos de la Izquierda italiana, ¿acaso Gramsci estaba dando testimonio de su arrepentimiento por su pasado comportamiento? ¿Se estaba alejando de los dirigentes moscovitas después de haberse convertido en su hombre de confianza en Italia? Jamás lo sabremos con certeza. Gramsci envió la carta a Togliatti, delegado en Moscú, pero éste jamás la entregó al Comité Central del PCUS, pues según él en ella se hablaba «indiferentemente de todos los compañeros dirigentes, sin hacer, en definitiva, ninguna distinción entre los compañeros que están al frente del comité central y los jefes de la oposición […] se considera que todos son responsables y que todos deben ser llamados al orden» (Carta a Gramsci del 18/10/1926). Para Togliatti, la carta era un «error político», y se limitó a enseñársela a Bujarin. Gramsci, para aclarar su fidelidad, contestó a Togliatti: «Lamento sinceramente que nuestra carta no haya sido comprendida, […] toda nuestra carta era una requisitoria contra las oposiciones, pero su redacción no estaba hecha en términos demagógicos y precisamente por eso era más eficaz y más seria».

    Días después, a raíz de un atentado contra Mussolini, se promulgaron unas leyes excepcionales que ilegalizaron los partidos contrarios al régimen. El 8 de noviembre de 1926 los dirigentes del PCdI fueron detenidos en masa, entre ellos Gramsci y Bordiga. Ambos coincidieron durante unas semanas en Ustica, y allí organizaron una escuela del partido en la que Gramsci se dedicaba a exponer las ideas de Bordiga, y éste las de Gramsci. A pesar de todo, ambos seguían siendo amigos, demostrando que ni lo personal es político, ni lo político es personal.

    En otoño de 1926, pues, terminó la actividad política de Gramsci como dirigente comunista. Durante el juicio que le condenó a 20 años de prisión, las argucias empleadas por el fiscal y el Estado para encerrar al gran secretario del PCdI quedaron al descubierto: «hay que impedir que este cerebro funcione durante los próximos 20 años», dijo el fiscal. ¡Fascistas! Bien sabían ellos que el cerebro de Gramsci llevaba años sin funcionar, ¿qué razones tenían para suponer que este oxidado órgano iba a empezar a carburar de súbito? Estaba claro que le querían en prisión, sí o sí.

    En fin, ¿qué habría pasado si Gramsci no hubiera sido detenido? ¿Habría seguido a Togliatti, convirtiéndose en perro fiel de Stalin, o se habría trasformado en un comunista disidente? Imposible saberlo, pues ya no abandonaría la cárcel hasta prácticamente su muerte.

    Aunque durante su encarcelamiento estuvo muy enfermo, no dejó de aprovechar el mucho tiempo del que disponía. Retomó su mayor placer: escribir sin ton ni son. Y hete aquí que todas sus notas fueron posteriormente reunidas y publicadas como Cuadernos de la cárcel, que comúnmente se consideran una especie de testamento político de Gramsci.

    Aquí acaba necesariamente, pues, nuestro repaso por la vida y milagros de Antonio Gramsci. En lo que respecta a su militancia política, ¿cuáles fueron sus méritos? Escasos.  Se sumó al carro de la fundación del PCdI, sin llevar nunca las riendas. En 1923 empezó a conspirar para hacerse con la dirección del partido, la cual conquistó únicamente gracias al apoyo de la Internacional. Y una vez en la dirección, su único éxito, la victoria en el Congreso de Lyon, fue logrado mediante la trampa y el engaño. El papel histórico de Gramsci en el movimiento comunista de Italia, pues, es de adalid de la línea política de la Internacional Comunista, es decir, paladín del naciente estalinismo.

    ¿Y qué hay de sus elaboraciones teóricas, que tanto encandilan a la izquierda radical? Podríamos plantear la pregunta de otra manera: ¿Con semejante currículum político, podría tener algún valor la obra teórica de Gramsci? Desde luego sería una gran sorpresa que semejante nulidad política fuera capaz de escribir algo que sirviera para algo más que limpiarse el culo. Los mejores teóricos revolucionarios suelen ser también los mejores ejecutores de una política revolucionaria. Pero los forofos de Gramsci siempre pueden argumentar que sus escritos más valiosos fueron redactados en la cárcel, una vez su arresto puso fin a su actividad política, y que estas obras suponen cierta ruptura con el pasado y una especie de redención política. Lamentablemente, ni la «hegemonía», ni la «guerra de posiciones», ni el «bloque histórico», ni los «intelectuales orgánicos» sirven tampoco más que para dar que hablar a la masa de charlatanes que salen de la universidad aspirando a convertirse en intelectuales con nombre propio o políticos sin vergüenza.

    Sería perder el tiempo tratar de estudiar todos estos conceptos partiendo de aquello que escribió Gramsci sobre ellos, pues como hemos podido ver a lo largo de estos párrafos, la claridad expositiva no era una de las cualidades de Antonio. Por otra parte, la gracia de estos conceptos está precisamente en su elasticidad y vacuidad. Cualquiera puede cogerlos y llenarlos con lo primero que se le pase por la cabeza. Son lo que Laclau, ese gran fan de Gramsci, llama «significantes vacíos», dentro de los cuales los intelectuales pueden vaciar el bacín de sus cabezas huecas.

    Lo que sí tiene mérito en Gramsci es haberse convertido en un referente del marxismo y de la política con tan pocas cualidades y sustancia. Es cierto que esto constituye, más que un elogio de Gramsci, un descrédito de sus seguidores, pero así son las cosas.

    En la lista de discípulos de Gramsci, sinceros o interesados, el primer lugar lo ocupa Palmiro Togliatti, o «Palmi», como cariñosamente le llamaba Gramsci en sus cartas. Togliatti ascendió a secretario general del partido tras la detención de Gramsci, y el muy tunante terminó convirtiéndose en ojito derecho de Stalin. En 1935, en plenas purgas estalinistas, ya era uno de los máximos dirigentes de la Internacional, y tras el inicio de la guerra civil española fue designado (a dedo, se entiende) máximo responsable de la Internacional en España. Fue, por tanto, cómplice o artífice de todos los crímenes cometidos por los estalinistas contra el movimiento proletario durante la guerra. Antes de empezar la lucha contra el fascismo en España, no obstante, debió pensar que era lo suyo dirigirse a los fascistas italianos y decirles un par de cosas bien dichas. Así que en agosto de 1936 les lanzó este llamamiento, titulado «Por la salvación de Italia, reconciliación del pueblo italiano» y publicado en Lo Stato Operaio nº 8: «¡Pueblo italiano, fascistas de la vieja guardia, jóvenes fascistas!, los comunistas hacemos nuestro vuestro programa fascista de 1919, que es un programa de paz, de libertad y de defensa de los intereses de los trabajadores. Nosotros os decimos: luchemos todos unidos por realizar este programa».

    Los gramscianos de hoy, siguiendo a Togliatti, también hacen suyo el programa fascista de 1919, aunque son menos valientes que Palmi y se guardan mucho de decirlo. En fin, ¡hay que conservar las buenas tradiciones familiares!
     
     
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    Mensaje por lolagallego Jue Dic 31, 2020 6:07 pm

    Las citas están extraídas de:

    Militancia y pensamiento político de Amadeo Bordiga, Agustín Guillamón. Volúmen I y Volúmen II.

    “Gramsci, L’Ordine Nuovo et Il Soviet“, Programme Communiste nº 71 (sept. 1976), nº 72 (dic. 1976) y nº 74 (sept. 1977).

    Y también de la web argentina «Antonio Gramsci»
     
     

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