Sobre las condiciones históricas de la violencia racista
artículo de Sebastián León
publicado por Instituto Marx Engels en junio de 2020
En los últimos días, la noticia del asesinato de George Floyd a manos de un policía en Estados Unidos y de las masivas revueltas que ha generado en dicho país han dado la vuelta al mundo, poniéndose en el centro de la atención internacional y obteniendo un apoyo masivo.
Entre los que comentan estos acontecimientos, se viene insistiendo mucho (y ciertamente, hay que en insistir en ello) en el hecho de que el asesinato de Floyd no es meramente un acto de odio racista aislado: se reconoce que la violencia racista es una cuestión *sistémica o estructural*[1].
No obstante, es muy importante aclarar lo que eso significa. ¿Cuál es ese sistema o esa estructura en la que se enmarca la violencia racial (dentro y fuera de Estados Unidos)? Si no se explica eso, señalar la estructuralidad de la violencia racista permanece en un nivel de generalidad en el que, sin dejar de ser cierta, acaba siendo un poco banal.
Por supuesto, aquí no pretendo brindar un análisis ni una respuesta exhaustivos. Quisiera insistir, sin embargo, en que es crucial para dicha explicación comprender que, como todos los fenómenos en nuestra sociedad, el racismo es un fenómeno histórico, y uno específicamente moderno[2].
Es un error creer que ha estado presente exactamente igual a cómo lo conocemos en todas las sociedades; sí, siempre ha habido una diferencia entre el grupo propio y los extranjeros, junto a una jerarquía de valor entre “ellos” (bárbaros) y “nosotros” (civilizados), que puede incluir diferencias basadas en rasgos físicos o fenotípicos.
No obstante, el racismo, la idea de que existe una fatalidad natural, la raza, mucho más profundamente arraigada en el ser de los individuos que cualquier casta arcaica, y que conlleva un estado de inferioridad moral, cultural e intelectual y una condición servil innatos, es un legado del colonialismo moderno y del sistema de esclavitud que inaugura[3].
Hay que entender también que, contrariamente a lo que muchos liberales defensores de occidente mantienen, la esclavitud no era una herencia “premoderna”. La esclavitud en Europa había sido abolida en el siglo XIII, y en el mundo islámico incluso antes.
La esclavitud resurge en pleno siglo XVI, cuando está más claro que el agua para el conjunto de la sociedad que es algo aberrante, y en una forma mucho más degradante que en cualquier otro momento de la historia (un esclavo en la edad media o el mundo antiguo no heredaba su condición por el color de su piel, y tenía muchas más posibilidades de comprar su libertad para él o su familia, e incluso de ascender socialmente), a causa de los intereses de la nueva clase comerciante que entonces empezaba a surgir (es decir: por la necesidad económica de una mano de obra barata)[4].
El racismo no precede a la esclavitud: el racismo surge tras décadas de servidumbre forzada, sujeta a la necesidad de lucro de la nueva clase capitalista, a su necesidad de apropiarse de tierras y de seres humanos para generar riqueza sin sobrecostos. Es la justificación cuasi natural de la situación de opresión inherente a un sistema de expropiación y explotación.
La historia del racismo y del colonialismo modernos van de la mano de la historia del capitalismo: son una misma historia. Por eso es un error pensar que el capitalismo es meramente “un sistema económico”. El capitalismo es, ante todo, un sistema de dominación basado en la expropiación y la explotación.
Y es por eso también que, si bien es correcto celebrar la toma de conciencia de las masas que, ejerciendo su legítimo derecho a la desobediencia, desatan su indignación y protesta furibundas[5], no debemos quedarnos en la celebración de la revuelta (que sin organización y sin una ruta estratégica clara, se termina apagando siempre).
Eliminar la violencia estructural racista, superar la opresión de los pueblos de origen colonial y de la mano de obra explotada en todo el mundo, exige pensar en una reorganización radical del sistema económico y político que llamamos capitalismo (pensar, sin miedo, en su contrario). Hay que pensar y hablar sin miedo de socialismo, y pensar y hablar sin miedo de cómo debemos organizarnos para derrocar a quienes se benefician hasta hoy de la más salvaje injusticia.
En lo que respecta a esa reflexión, considero que la larga experiencia práctica y teórica del marxismo puede aportar mucho.
artículo de Sebastián León
publicado por Instituto Marx Engels en junio de 2020
En los últimos días, la noticia del asesinato de George Floyd a manos de un policía en Estados Unidos y de las masivas revueltas que ha generado en dicho país han dado la vuelta al mundo, poniéndose en el centro de la atención internacional y obteniendo un apoyo masivo.
Entre los que comentan estos acontecimientos, se viene insistiendo mucho (y ciertamente, hay que en insistir en ello) en el hecho de que el asesinato de Floyd no es meramente un acto de odio racista aislado: se reconoce que la violencia racista es una cuestión *sistémica o estructural*[1].
No obstante, es muy importante aclarar lo que eso significa. ¿Cuál es ese sistema o esa estructura en la que se enmarca la violencia racial (dentro y fuera de Estados Unidos)? Si no se explica eso, señalar la estructuralidad de la violencia racista permanece en un nivel de generalidad en el que, sin dejar de ser cierta, acaba siendo un poco banal.
Por supuesto, aquí no pretendo brindar un análisis ni una respuesta exhaustivos. Quisiera insistir, sin embargo, en que es crucial para dicha explicación comprender que, como todos los fenómenos en nuestra sociedad, el racismo es un fenómeno histórico, y uno específicamente moderno[2].
Es un error creer que ha estado presente exactamente igual a cómo lo conocemos en todas las sociedades; sí, siempre ha habido una diferencia entre el grupo propio y los extranjeros, junto a una jerarquía de valor entre “ellos” (bárbaros) y “nosotros” (civilizados), que puede incluir diferencias basadas en rasgos físicos o fenotípicos.
No obstante, el racismo, la idea de que existe una fatalidad natural, la raza, mucho más profundamente arraigada en el ser de los individuos que cualquier casta arcaica, y que conlleva un estado de inferioridad moral, cultural e intelectual y una condición servil innatos, es un legado del colonialismo moderno y del sistema de esclavitud que inaugura[3].
Hay que entender también que, contrariamente a lo que muchos liberales defensores de occidente mantienen, la esclavitud no era una herencia “premoderna”. La esclavitud en Europa había sido abolida en el siglo XIII, y en el mundo islámico incluso antes.
La esclavitud resurge en pleno siglo XVI, cuando está más claro que el agua para el conjunto de la sociedad que es algo aberrante, y en una forma mucho más degradante que en cualquier otro momento de la historia (un esclavo en la edad media o el mundo antiguo no heredaba su condición por el color de su piel, y tenía muchas más posibilidades de comprar su libertad para él o su familia, e incluso de ascender socialmente), a causa de los intereses de la nueva clase comerciante que entonces empezaba a surgir (es decir: por la necesidad económica de una mano de obra barata)[4].
El racismo no precede a la esclavitud: el racismo surge tras décadas de servidumbre forzada, sujeta a la necesidad de lucro de la nueva clase capitalista, a su necesidad de apropiarse de tierras y de seres humanos para generar riqueza sin sobrecostos. Es la justificación cuasi natural de la situación de opresión inherente a un sistema de expropiación y explotación.
La historia del racismo y del colonialismo modernos van de la mano de la historia del capitalismo: son una misma historia. Por eso es un error pensar que el capitalismo es meramente “un sistema económico”. El capitalismo es, ante todo, un sistema de dominación basado en la expropiación y la explotación.
Y es por eso también que, si bien es correcto celebrar la toma de conciencia de las masas que, ejerciendo su legítimo derecho a la desobediencia, desatan su indignación y protesta furibundas[5], no debemos quedarnos en la celebración de la revuelta (que sin organización y sin una ruta estratégica clara, se termina apagando siempre).
Eliminar la violencia estructural racista, superar la opresión de los pueblos de origen colonial y de la mano de obra explotada en todo el mundo, exige pensar en una reorganización radical del sistema económico y político que llamamos capitalismo (pensar, sin miedo, en su contrario). Hay que pensar y hablar sin miedo de socialismo, y pensar y hablar sin miedo de cómo debemos organizarnos para derrocar a quienes se benefician hasta hoy de la más salvaje injusticia.
En lo que respecta a esa reflexión, considero que la larga experiencia práctica y teórica del marxismo puede aportar mucho.
Última edición por lolagallego el Lun Ene 11, 2021 9:18 pm, editado 1 vez