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    Vigencia de la revolución bolchevique en el siglo XXI - Carlos Alarcón Aliaga - publicado en noviembre de 2020 por Instituto Marx Engels

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    Mensaje por lolagallego Lun Ene 11, 2021 12:21 pm

    Vigencia de la revolución bolchevique en el siglo XXI

    Carlos Alarcón Aliaga


    publicado en noviembre de 2020 por Instituto Marx Engels

    —2 mensajes—


    El 7 de noviembre de 1917 en nuestro calendario, o el 25 de octubre en el antiguo calendario ruso, la Revolución Rusa iluminó al mundo con la antorcha socialista y comunista. Se inauguró una nueva época para la humanidad y empezó a ser realidad la emancipación de los trabajadores del yugo explotador capitalista. Tan luminosa que no ha podido ser apagada, aun con la caída de  la Unión Soviética y los embates y calumnias del imperialismo. No cesaremos de decirlo a viva voz que constituye la esperanza viva de todos los oprimidos del mundo y que tanto espanta al gran capital que no cesa en calumniarlo y de perseguirlo en cualquier atisbo de socialismo que asome en el planeta. Por eso, el legado del proletariado ruso y de su líder Vladimir Ilich Lenin mantiene toda su vigencia y sus lecciones, sin calco ni copia, continuarán indicando el camino a las revoluciones del siglo XXI.

    La revolución rusa demuestra que sí se puede construir el socialismo

    La revolución proletaria rusa demostró que, si se puede construir el cielo cristiano en la tierra, que los pobres del mundo no deben esperar morirse para alcanzar la gloria, que el bienestar y la felicidad material y espiritual pueden construirse en la tierra, por lo que murió Jesucristo. La llama bolchevique se esparció en el mundo entero por la conquista de los derechos de los desposeídos, de la liberación de los pueblos del yugo colonial y semi colonial y del combate a toda forma de discriminación social. Desde los primeros años de la Revolución se establecieron derechos democráticos, sociales y culturales; muchos de los cuales aún se discuten en espera de su implementación en gran número de países capitalistas. Así se consagró como derechos universales el trabajo, la salud, la educación, la vivienda, etc. garantizados por el Estado, en forma integral y gratuita. Se hizo realidad la jornada de 8 horas, la pensión por desempleo, por la niñez, y frente a la discapacidad para trabajar, etc.; la igualdad de género, el derecho al voto de las mujeres, la preservación del empleo en el periodo de embarazo, el derecho al aborto voluntario y seguro, etc. Derechos que solamente pueden garantizarse cuando la economía está al servicio del pueblo. El bienestar material y espiritual de los trabajadores fue reconocido en todo el mundo.

    El antagonismo del capitalismo imperialista con la Unión Soviética marcó todo el siglo XX, como expresión de la contradicción capital-trabajo en proceso de universalización planetaria. No puede entenderse este siglo sin esta contradicción. La lucha de la burguesía por liquidar el naciente socialismo no escatimó ningún medio, desde el boicot y sabotaje, la mentira y la calumnia, hasta la guerra contrarrevolucionaria. La guerra civil desde 1918 hasta 1922, no fue simplemente un enfrentamiento con la aristocracia zarista sino con los ejércitos ingleses, franceses y japoneses, apoyados por Estados Unidos. Derrotados en esta primera intentona y ahogados en sus propias contradicciones que los llevaron a la crisis mundial de 1929, cifraron sus esperanzas en que el ejército nazi liquidara al Estado soviético en la segunda guerra mundial.

    El triunfo soviético contra los nazis es el triunfo del proletariado socialista

    La invasión hitleriana a la Unión Soviética no comenzó con la “Operación Barbarroja” en junio de 1941, esta se inició varios años atrás con la feroz campaña de desprestigio del régimen soviético para desmoralizar a su pueblo trabajador, en tanto que sus ejércitos tomaban posesión en Austria, Rumanía e invadía Checoslovaquia y Polonia; mientras que Inglaterra y Francia se negaban a formar alianza con la Unión Soviética. El centro de la batalla en la Segunda Guerra Mundial fue siempre el territorio soviético, Francia prácticamente se entregó a los alemanes sin resistencia y los bombardeos a Londres no eran más que una táctica de distracción mientras terminaban los preparativos para la “Operación Barbarroja”, pues Hitler no tenía intención de invadir las islas británica porque carecía de una fuerza naval suficiente. Es así, todo el poderío militar nazi se avocó a destruir al primer Estado Socialista y los llamados del gobierno soviético a sus nuevos aliados (Inglaterra, Estados Unidos y Francia) a que abrieran un segundo frente de guerra era desoída y aplazada con pretextos múltiples. Solamente cuando el Ejército Rojo traspasaba sus fronteras expulsando al ejército Nazi se inició el segundo frente de guerra con la Invasión de Normandía en junio de 1944.

    El triunfo de la Unión Soviética frente al más poderoso ejército imperialista de los 40 es el triunfo del proletariado socialista ruso. No puede entenderse el triunfo soviético sin la voluntad de entrega de los trabajadores del campo y de la ciudad para defender la patria socialista. La abnegación de entrega y el espíritu de sacrificio que sólo da la convicción de ideales supremos pueden explicar el heroísmo de un pueblo que sale en defensa de su revolución. Esas décadas de lucha por transformar el mundo, por construir el cielo en la tierra, es generalmente soslayado por los críticos de la Unión Soviética, desde la derecha y la izquierda “anti estalinista”, sentenciando esta gran experiencia al campo del olvido, diciendo ambos críticos, nunca más una revolución proletaria como la Unión Soviética. La sentencia pre juzgada de estalinista se ha convertido en la justificación para evitar estudiar la primera experiencia de construcción socialista, cerrar los ojos ante quienes se atrevieron a iniciar el camino al comunismo, a hacer el camino al andar, sin libros ni manuales que les dijeran como hacerlo. Sólo tenían la meta final que los padres del socialismo lo indicaron y se atrevieron a caminarla con férrea voluntad, con heroísmo, con sacrificio y tuvieron grandiosos éxitos que marcaron todo un siglo y los que seguirán.

    No hubiera existido “Estado bienestar” sin la revolución bolchevique

    Después de la guerra, la Unión Soviética victoriosa, sin ayuda de nadie, reconstruyó rápidamente su país hasta convertirse en la segunda potencia económica y militar del mundo. Sobresalía sobre el mundo capitalista con bienestar social nunca antes vista y lo desafiaba para ver si era capaz de alcanzarla.

    Sin los éxitos del socialismo soviético no puede entenderse porque la burguesía tuvo que aceptar el Estado Bienestar de las décadas del 50 al 80 del siglo pasado. El capital europeo arruinado después de la Segunda Guerra Mundial y temeroso de que los trabajadores siguieran el ejemplo bolchevique acepto convivir con los sindicatos, reducir la jornada laboral, incorporar la seguridad social, reconocer derechos democráticos y aceptó controles y la intervención estatal en la economía. Pero, una vez liberados de la amenaza soviética a partir de 1990, dieron rienda suelta a la voracidad capitalista contenida e impusieron el neoliberalismo, suprimieron controles estatales y acometieron contra los derechos laborales y sociales de sus trabajadores, convirtiéndolo todo en un sucio negocio. La educación, la salud, la vivienda, etc. de derechos universales a cargo del Estado se convirtieron en suculentos negocios, solo para los que más dinero tienen.

    La desbocada carrera neoliberal por las ganancias ha llevado a los países capitalistas de crisis en crisis hasta la primera gran crisis capitalista del siglo XXI y antes que lograra salir de este fango, volvía a anunciar una recaída, con la que lo encontró la pandemia del COVID-19. Esta nueva situación desnuda el egoísmo capitalista, haciendo volar hasta la última hoja de parra que aún le quedaba. Los países capitalistas, sin la capacidad pública sanitaria, ya nos han dado más de 48 millones de personas infectadas y más de un millón 200 mil personas muertas en el mundo por COVID-19, todos ellos personas del campo popular. Tal es el egoísmo que han preferido dar prioridad a los negocios y ahora Europa se enfrenta a un recrudecimiento de los contagios y de las muertes y para ocultar su perversión nos dice que se trata de una segunda ola, como si se tratara de un sunami que va y viene; ¿Cómo va a ser una segunda ola si no habían vencido al COVID-19 de la primera ola cuando reabrieron los negocios? Reapertura de los negocios que se han hecho subsidiando al gran capital mientras al pueblo se le negaba su derecho al bono universal mientras dure la cuarentena. Con todo ello la crisis económica se ha profundizado en el mundo y como siempre sacrificando a los trabajadores, con millones de despedidos y pérdida de salarios y derechos laborales elementales. Son los países socialistas como China, Cuba y Vietnam los que mejor han respondido en defensa de la vida.

    Rescatar la revolución bolchevique es rescatar a Lenin

    La Revolución bolchevique demostró que sí es posible la revolución social en los países de capitalismo atrasado, semi coloniales y coloniales; demostró que el proletariado en alianza con el campesinado, sectores oprimidos y fuerzas patrióticas nacionalistas son los únicos que pueden conquistar la independencia y un desarrollo integral y armonioso que traiga bienestar, dignidad y seguridad al pueblo. Esta es la idea fundamental que guió a los bolcheviques para hacer la revolución en su patria, idea que nació en Lenin en el primer quinquenio del siglo XX y que enriqueciéndose al calor de la lucha por el socialismo hasta los últimos días de su vida. Y esta idea es la que impulsó la ola de construcción de los partidos proletarios por la faz de la tierra; así tenemos que en 1920 se funda el Partido Comunista Chino, que ahora, su “socialismo con características propias para China” asombra al mundo por su desarrollo sin parangón en la historia; como también estuvo el nacimiento del Partido Socialista de José Carlos Mariátegui, que adhiriéndose al marxismo-leninismo, proclamara la construcción del socialismo peruano como “creación heroica, sin calco ni copia”.

    Lenin no sólo fue el guía estratégico y programático de los bolchevique, sino que, además; defendió la necesidad de la organización de los trabajadores en un partido revolucionario, tal como lo hiciera Marx y Federico Engels. Pero no sólo defendió su necesidad, sino sobre todo su capacidad de moverse en diferentes formas de lucha, de actuar en diferentes circunstancias que se generan en cada situación política. Un partido con capacidad de hacer la revolución. Por eso se ha criticado la disciplina de los militantes y la defensa del centralismo democrático. Pero las críticas parten de la burguesía que quieren impedir la revolución, también las hay de quienes quieren tomar las riendas del poder burgués y creen con sinceridad, como Salvador Allende, que pueden hacer la transformación desde este Estado y la burguesía se cruzará de brazos, y luego el pueblo es el que paga muy caro el intento. Pero las críticas también vienen de quienes se llaman socialistas para convivir con la burguesía compartiendo los puestos del Estado burgués y por tanto lo único que se le exige al militante es su voto electoral. Para estas circunstancias no se necesita un partido revolucionario, antes bien es un peligro para sus ambiciones.

    Después de la caída de la Unión Soviética el marxismo internacional cayo también en una crisis profunda, fácil presa, de la ofensiva ideológica del capital imperialista y muchos se pasaron al bando capitalista. Con las crisis económicas, especialmente la del 2007 y 2008, salió a flote el carácter real del capitalismo, entonces en el mundo académico se puso de moda el “volver a Marx” y se volvió a dar conferencias y hasta cursos de marxismo, porque no se encontraba otra forma de explicar lo que había sucedido. En unos casos aparecieron y en otros reaparecieron corrientes marxistas que ensalzan a Marx sin Lenin, por lo mismo reniegan del leninismo por ser base del estalinismo totalitario, frase acuñada por la burguesía. Pero, lo más gracioso, por decir lo menos, Ernest Kohan trata de rescatar a Lenin y para ello descubre a dos Lenin: uno anterior a 1914 y otro posterior. El anterior es un Lenin determinista, engelsiano y materialista, y, el otro posterior, es un Lenin Hegeliano porque leyó a Hegel y cambio su concepción de las cosas, que si no se hubiese dado este cambio, Lenin jamás habría tomado el poder. Total, cualquier cosa vale con tal de quitar el filo revolucionario de Marx y Lenin, y en especial de su concepción de partido.
     
     
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    Mensaje por lolagallego Lun Ene 11, 2021 12:23 pm

    La responsabilidad de los socialistas del Perú

    Ahora, los socialistas dispersos en diferentes organizaciones o independientes, tenemos la oportunidad y la obligación de reencontrar la senda revolucionaria. La tarea no es ni será fácil, pues se trata de una nueva “creación heroica”. Para ello debemos cohesionarnos ideológicamente en el marxismo – leninismo; la experiencia ha demostrado que la ausencia de ideología y de programa revolucionario lleva a la dispersión, a la incoherencia, a la pérdida de voluntad política y por tanto a la desconfianza del pueblo. Una organización sin ideología ni programa revolucionario solamente facilita el interés egoísta individual, del que se nutre el oportunismo.

    Debemos reconstruir la teoría de la revolución peruana. En estas últimas décadas, el capitalismo no ha derribado las causas que producen la pobreza, porque es él el que lo genera y lo reproduce y las cifras que presenta de reducción de la pobreza son irreales porque los calcula sobre límites monetarios ficticios. El capitalismo es incapaz de incorporar al trabajo a los miles y miles de compatriotas que se han proletarizado y se ven obligados a refugiarse en negocios precarios de subsistencia. El pueblo peruano sabe cuán difícil se ha convertido conseguir un empleo digno, de allí su gran afán por calificarse en las universidades y en los institutos que se han convertido en un gran negocio del gran capital. Un capitalismo controlado por grupos de poder que han reafirmado su alianza con el gran capital imperialista y que manejan los hilos del poder político para su enriquecimiento.

    Tenemos un capitalismo sustentado en el avasallamiento de la clase trabajadora, a quien se les quita los derechos más elementos, y especialmente su capacidad organizativa, para impedir que pueda liderar al movimiento popular y ponga en jaque el poder de la gran burguesía como lo hizo en los años 70 y 80.

    Hay pues cambios importantes en la composición social de nuestro país, por eso, con los instrumentos marxistas tenemos la tarea ineludible de reconstruir la teoría de la revolución peruana y dotarnos de un programa revolucionario que dé solución a los problemas estructurales del Perú, que sirva de guía a las luchas de la clase trabajadora, organizada en un partido revolucionario. Sin estos instrumentos la participación electoral no tiene rumbo, porque primará el interés individual de asegurarse candidaturas y puestos en el poder estatal, que hacen inviable un frente de izquierda y popular sólido y resistente al divisionismo y al boicot, que, de llegar al Gobierno, traerían otra gran frustración a los trabajadores y pueblo peruano.



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