Naturaleza y Revolución
Herbert Marcuse
publicado por El Sudamericano en enero de 2021
Extracto de 'Herbert Marcuse: Contrarrevolución y Revuelta'. (año 1972), pp. 70-90. Ed. Joaquín Mortiz, México, 1973
▬ 4 mensajes
I
El novedoso esquema histórico de la futura revolución quizás encuentra su mejor expresión en el papel que desempeña una nueva sensibilidad en el cambio radical del “estilo de la oposición”. He delineado esta nueva dimensión en Un ensayo sobre la liberación; aquí trataré de indicar qué es lo que está en juego, o sea, la nueva relación entre el hombre y la naturaleza –la suya propia y la naturaleza exterior. La transformación radical de la naturaleza es parte integrante de la transformación radical de la sociedad. Lejos de ser un fenómeno meramente “psicológico” que se produce en grupos o individuos, la nueva sensibilidad es el medio en el cual el cambio social se vuelve una necesidad individual, una conciliación entre la práctica política de “cambiar el mundo” y el impulso hacia la liberación personal.
Lo que está ocurriendo es un descubrimiento (más bien: redescubrimiento) de la naturaleza, como auxiliar en la lucha contra las sociedades explotadoras en que la violación de la naturaleza hace más grave la violación del hombre. El descubrimiento de las fuerzas liberadoras de la naturaleza y su vital papel en la construcción de una sociedad libre, se vuelve una fuerza del cambio social.
¿Qué implica la liberación de la naturaleza como vehículo para la liberación del hombre?
El concepto se refiere a (1) la naturaleza humana: los impulsos y sentidos primarios del hombre como fundamento de su racionalidad y experiencia, y (2) a la naturaleza externa: el medio existencial del hombre, la “lucha con la naturaleza” en que forma su sociedad. Debe subrayarse desde un principio que, en ambos sentidos, la naturaleza es una entidad histórica: el hombre se encuentra con la naturaleza tal como la transformó la sociedad, sujeta a una racionalidad específica que se convirtió más y más en una racionalidad tecnológica, instrumentalista, dócil a los requerimientos del capitalismo. Y esta racionalidad también vino a pesar sobre la propia naturaleza del hombre, sobre sus impulsos primarios. Mencionaré sólo dos formas contemporáneas características de la adaptación de impulsos primarios a las necesidades del sistema establecido: la canalización social de la agresividad mediante la transferencia del acto agresivo a los instrumentos tecnológicos, reduciendo así el sentimiento de culpa, y la conducción social de la sexualidad a través de la desublimación controlada, la industria de la belleza “plástica”, que lleva a la reducción del sentimiento de culpa y con ello promueve la satisfacción “legítima”.
La naturaleza es una parte de la historia, es un objeto de ella; por consiguiente, la “liberación de la naturaleza” no puede significar el retorno a un estado pretecnológico, sino un avance hacia el empleo de los adelantos de la civilización tecnológica para librar, al hombre y a la naturaleza, del abuso destructivo de la ciencia y la tecnología al servicio de la explotación. Así, algunas de las cualidades perdidas del trabajo artesanal podrían resurgir sobre una nueva base tecnológica.
En la sociedad establecida, la naturaleza misma, cada día más efectivamente controlada, se ha convertido a su vez en otra dimensión del control del hombre: el brazo extendido de la sociedad y su poder. La naturaleza comercializada, la naturaleza contaminada y la naturaleza militarizada, todo ello interfiere en el medio de vida del hombre, no sólo en sentido ecológico, sino asimismo en un sentido existencial; impide la cathexis (y la transformación) erótica de su alrededor: priva al hombre de encontrarse a sí mismo en la naturaleza, más allá y de este lado de la enajenación; también le impide reconocer a la naturaleza como un sujeto por su propio derecho, un sujeto con el cual vivir en un común universo humano. Y esta privación no se combate utilizando a la naturaleza para la diversión o la reunión masiva, espontánea u organizada, que no son sino demostraciones de frustración que sólo inciden en la violación de la naturaleza.
La liberación de la naturaleza es la recuperación de las fuerzas vivificantes que hay en ella, de las cualidades estéticas sensuales que son ajenas a una vida desperdiciada en actos competitivos sin fin: son fuerzas y cualidades que sugieren los nuevos rasgos de la libertad. No sorprende, por eso, que el “espíritu del capitalismo” rechace o ridiculice la idea de la naturaleza liberada, que la relegue a la imaginación poética. La naturaleza, cuando no se le deja en paz y se le protege como “reservación”, es tratada de una manera agresivamente científica: está allí para ser dominada, es algo que carece de valores, es material. Este concepto de la naturaleza es un a priori histórico que pertenece a una forma específica de sociedad. Pero, una sociedad libre, muy bien puede tener un a priori diferente y un objeto muy distinto; el desarrollo de los conceptos científicos puede estar cimentado en una experiencia de la naturaleza como totalidad de la vida, que debe ser protegida y “cultivada”, y la tecnología aplicaría esta ciencia a la reconstrucción del medio vital.
La dominación del hombre mediante la dominación de la naturaleza: la relación concreta entre la liberación del hombre y la de la naturaleza se manifiesta hoy en el papel que la preocupación ecológica desempeña en el movimiento radical. La contaminación del aire y el agua, la del ruido, la irrupción de la industria y el comercio en el espacio natural abierto, tienen, todas, el peso físico de la esclavitud, del encarcelamiento. La lucha contra ellas es una lucha política: es evidente el grado en que la violación de la naturaleza es inseparable de la economía capitalista. Al mismo tiempo, sin embargo, la función política de la ecología se “neutraliza” fácilmente y sirve para embellecer el establishment. No obstante, la contaminación que provoca el sistema debe combatirse aquí y ahora, lo mismo que la contaminación mental que genera. Llevar la ecología hasta el punto en que ya se vuelve incontenible en el marco capitalista, significa primero extender ese impulso dentro del marco capitalista.1
La relación entre la naturaleza y la libertad pocas veces se presenta explícita en la teoría social. La naturaleza, también en el marxismo, es predominantemente un objeto, el adversario del hombre en su “lucha con la naturaleza”, el campo para el desarrollo cada vez más racional de las fuerzas productivas.2
Pero, en esta forma, la naturaleza aparece como aquello que el capitalismo ha hecho de ella: materia, materias primas para la administración creciente y explotadora de los hombres y las cosas. Esta imagen de la naturaleza, ¿se conforma a la de una sociedad libre? La naturaleza, ¿es solamente una fuerza productiva, o también existe “por sí misma” y, si es así, existe para el hombre?
En el tratamiento de la naturaleza humana, el marxismo muestra una tendencia similar a minimizar el papel de la base natural del cambio social, lo cual contrasta notoriamente con los primeros escritos de Marx. En realidad, la “naturaleza humana” sería diferente en el socialismo, en la medida en que hombres y mujeres desarrollasen y satisfaciesen, por primera vez en la historia, sus propias necesidades y facultades, asociados los unos con los otros. Pero este cambio se producirá casi como un derivado de las nuevas instituciones socialistas. El énfasis marxista en el desarrollo de la conciencia política refleja poco interés en las raíces de la liberación en los individuos; por ejemplo, en las raíces de las relaciones sociales ahí donde los individuos experimentan más directa y profundamente a su mundo y a sí mismos: su sensibilidad sus necesidades instintivas.
En Un ensayo sobre la liberación sugería yo que, sin un cambio en esta dimensión, el viejo Adán se reproduciría en la nueva sociedad, y que la construcción de una sociedad libre presupone un rompimiento con la experiencia conocida del mundo, con la sensibilidad mutilada. Condicionada y “contenida” por la racionalidad del sistema establecido, la experiencia de los sentidos tiende a “inmunizar” al hombre contra la experiencia, muy poco familiar, de las posibilidades de la libertad humana. El desarrollo de una sensibilidad radical, no conformista, adquiere una importancia política vital en vista de la amplitud sin precedente del control social perfeccionado por el capitalismo avanzado, un control que llega hasta el nivel instintivo y psicológico de la existencia. A su vez, la resistencia y la rebelión tienden igualmente a activarse y a operar en este nivel.
“Sensibilidad radical”: el concepto enfatiza el papel activo constitutivo de los sentidos en la conformación de la razón; es decir, en la modelación de las categorías que ordenan, registran y cambian al mundo. Los sentidos no son nada más pasivos o receptivos: tienen sus propias “síntesis”, a las cuales someten los datos primarios de la experiencia. Y esas síntesis no son solamente las “formas de intuición” puras (espacio y tiempo) que Kant reconocía como un a priori inexorable que ordena los datos que señalan los sentidos. Hay quizás otras síntesis también, mucho más concretas, más “materiales”, que pueden constituir un a priori de la experiencia (por ejemplo, histórica). Nuestro mundo aparece no sólo en las formas puras del tiempo y del espacio, sino asimismo, y simultáneamente, como una totalidad de cualidades sensuales que no son objeto únicamente de la vista (sinopsis), sino de todoslos sentidos humanos (oído, olfato, tacto y gusto). Y es justamente esta constitución cualitativa, elemental, inconsciente –o más bien, preconsciente– del mundo de la experiencia, esta misma experiencia primaria, la que debe cambiar radicalmente si es que el cambio social ha de ser un cambio cualitativo radical.
II
El potencial subversivo de la sensibilidad, y la naturaleza como campo de la liberación, son temas centrales de los Manuscritos Económicos y Filosóficos de Marx. Han sido releídos y reinterpretados una y otra vez, pero estos temas han sido en gran parte descuidados. Los Manuscritos han servido recientemente para justificar el concepto de “socialismo humanista”, en oposición al modelo soviético burocrático-autoritario, y dieron un ímpetu poderoso a la lucha contra el stalinismo y el poststalinismo. Creo que, a pesar de su carácter “precientífico”, y no obstante la prevalencia del naturalismo filosófico de Feuerbach, estos escritos se asocian a la idea más radical e integral del socialismo, y que es precisamente en esta idea donde la “naturaleza” encuentra su sitio dentro de la teoría de la revolución.
Voy a repasar, brevemente, el concepto principal de los Manuscritos. Marx nos habla de la “completa emancipación de todos los sentidos y cualidades humanas”3 como característica del socialismo: sólo esta emancipación “trasciende la propiedad privada”. Esto implica la aparición de un nuevo tipo de hombre, diferente en su naturaleza misma, en su fisiología, del sujeto humano de la sociedad de clases: “los sentidos del hombre social son distintos de los del hombre no social”.4
La “emancipación de los sentidos” significa que éstos se vuelven “prácticos” en la reconstrucción de la sociedad, que generan nuevas relaciones (socialistas) entre hombre y hombre, entre el hombre y las cosas, entre el hombre y la naturaleza. Pero los sentidos también se convierten en “fuentes” de una nueva racionalidad (socialista), liberada de la explotación. Los sentidos emancipados repelerían la racionalidad instrumental del capitalismo, en tanto que preservarían y desarrollarían sus realizaciones. Esta meta se alcanzaría en dos formas: negativamente, en cuanto a que el ego, el otro y el mundo objetivo ya no serían registrados en el contexto de la adquisición agresiva, la competencia y la posesión defensiva; y positivamente, mediante la “apropiación humana de la naturaleza”, por ejemplo, por la transformación de ésta en un medio ambiente para el ser humano como “especie”, que sería libre de desarrollar facultades humanas específicas, facultades creativas y estéticas.
“La riqueza de la sensibilidad humana subjetiva (el oído musical, el ojo para la belleza de la forma, en breve: los sentidos capaces de proporcionar una satisfacción al hombre, que se afirman como poderes esenciales del hombre) sólo puede cultivarse o volverse realidad mediante el desenvolvimiento de la riqueza esencial del hombre.”5
Los sentidos emancipados, en conjunción con una ciencia natural que proceda en base a ellos, dirigirían la “apropiación humana” de la naturaleza. La naturaleza entonces habría “perdido su nueva utilidad”,6 aparecería no sólo como una cosa –materia orgánica o inorgánica– sino como una fuerza en sí misma, como sujeto-objeto;7 la lucha por la vida es la substancia común al hombre y la naturaleza. El hombre se constituiría así en un objeto vivo. Los sentidos “tendrían una relación con la cosa por la cosa misma…”,8 y esto sólo puede ocurrir en la medida en que la cosa misma sea un Verhalten humano objetificado [objetivado]: objetificación de las relaciones humanas, y se encuentre así, él mismo, relacionado humanamente con el hombre.9
Esta idea flagrantemente anticientífica y metafísica es una anticipación de la teoría materialista madura: enfoca el mundo de los objetos (cosas) como trabajo humano objetivado, modelado por el trabajo humano. Ahora bien: si esta actividad formativa del ser humano proporciona el medio técnico y natural de una sociedad adquisitiva y represiva, también producirá una naturaleza deshumanizada, y el cambio social radical involucrará una transformación también radical de la naturaleza.
¿Y de la ciencia de la naturaleza también? La naturaleza como manifestación de la subjetividad: la idea parece inseparable de la teleología –desde hace mucho un tabú en la ciencia occidental. La naturaleza como objeto per se encajó demasiado bien en el universo del tratamiento capitalista de la materia, como para permitir que se descartara el tabú, que pareció completamente justificado por el carácter más y más efectivo y útil del dominio de la naturaleza que se logró a la luz de este tabú.
¿Es verdad que el reconocimiento de la naturaleza como sujeto es una teleología metafísica incompatible con la objetividad científica? Tomemos el planteamiento de Jacques Monod sobre lo que significa la objetividad en la ciencia:
“Lo que he tratado de demostrar… es que la actitud científica implica lo que yo llamo el postulado de la objetividad; es decir, el postulado fundamental de que no hay un plan, de que no hay una intención en el universo.”10
El concepto de la liberación de la naturaleza no supone semejante plan o intención en el universo: la liberación es el posible plan o la intención de los seres humanos, que deberá actuar sobre la naturaleza. Sin embargo, esto implica que la naturaleza sea susceptible de semejante empresa y que existan, en la propia naturaleza, fuerzas distorsionadas y suprimidas, fuerzas que puedan sostener y alentar la liberación del hombre. Esta capacidad de la naturaleza podría llamarse “azar”, o “libertad ciega”, y puede conferir un significado importante al esfuerzo humano para remediar esta ceguera –según Adorno: ayudar a la naturaleza a “abrir los ojos”, ayudar a la “pobre tierra a volverse lo que tal vez le gustaría ser .”11
El concepto de la naturaleza como sujeto sin teleología, sin “plan” o “intención”, encaja bien en la “intención sin propósito” de Kant. Los conceptos más avanzados de la Tercera Crítica todavía no han sido explorados en su verdadero significado revolucionario. La forma estética en el arte tiene la forma estética de la naturaleza (das Naturschöne) como correlativa o, más bien, como desideratum. Si la idea de la belleza pertenece a la naturaleza tanto como al arte, ello no es meramente una analogía, o una idea humana que se impone a la naturaleza; es la noción de que la forma estética, como muestra de la libertad, es un modo (¿o momento?) de la existencia del universo, tanto humano como natural: es una cualidad objetiva. Así, Kant atribuye lo bello en la naturaleza a la capacidad de la misma “para formarse, en su libertad, también de una manera estéticamente intencionada, de conformidad con las leyes de la química…”12
La teoría marxista entiende a la naturaleza como un universo que se convierte en medio propicio para la satisfacción humana, en la medida en que las fuerzas y cualidades gratificantes de la propia naturaleza son recobradas y liberadas. En franco contraste con la explotación capitalista de la naturaleza, la “apropiación humana” no sería violenta ni destructiva, sino que estaría orientada hacia las cualidades vitalízadoras, sensuales y estéticas inherentes a la naturaleza.
Transformada, “humanizada” de esta manera, la naturaleza respondería a la lucha del hombre por su realización plena –más bien: esto último no sería posible sin lo primero. Las cosas tienen su “medida inherente” (inhärentes Mass);13 esta medida se encuentra en ellas, es el potencial que ellas encierran. Sólo el hombre puede liberarlo y, al hacerlo, liberar su propio potencial humano. El hombre es el único ser que puede “formar cosas de acuerdo con las leyes de la belleza”.14
Estética de la liberación, la belleza como una forma de la libertad: parece como si Marx se hubiese apartado de su concepción antropomórfica idealista. ¿O tal vez esta noción, aparentemente idealista, no es sino una ampliación de la base materialista? Pues “el hombre es directamente un ser natural; es un ser corpóreo, vivo, real, sensual, objetivo”, que tiene “objetos reales sensuales” como objetivos de su vida.15 Y sus sentidos (“como esos órganos que son directamente sociales en su forma”)16 son activos, prácticos, en la apropiación del mundo de los objetos; explican la existencia social del hombre, su “objetificación”. Ya no se trata aquí del “naturalismo” de Feuerbach, sino, por el contrario, de la extensión del materialismo histórico a una dimensión que habrá de desempeñar un papel vital en la liberación del hombre.
Herbert Marcuse
publicado por El Sudamericano en enero de 2021
Extracto de 'Herbert Marcuse: Contrarrevolución y Revuelta'. (año 1972), pp. 70-90. Ed. Joaquín Mortiz, México, 1973
▬ 4 mensajes
I
El novedoso esquema histórico de la futura revolución quizás encuentra su mejor expresión en el papel que desempeña una nueva sensibilidad en el cambio radical del “estilo de la oposición”. He delineado esta nueva dimensión en Un ensayo sobre la liberación; aquí trataré de indicar qué es lo que está en juego, o sea, la nueva relación entre el hombre y la naturaleza –la suya propia y la naturaleza exterior. La transformación radical de la naturaleza es parte integrante de la transformación radical de la sociedad. Lejos de ser un fenómeno meramente “psicológico” que se produce en grupos o individuos, la nueva sensibilidad es el medio en el cual el cambio social se vuelve una necesidad individual, una conciliación entre la práctica política de “cambiar el mundo” y el impulso hacia la liberación personal.
Lo que está ocurriendo es un descubrimiento (más bien: redescubrimiento) de la naturaleza, como auxiliar en la lucha contra las sociedades explotadoras en que la violación de la naturaleza hace más grave la violación del hombre. El descubrimiento de las fuerzas liberadoras de la naturaleza y su vital papel en la construcción de una sociedad libre, se vuelve una fuerza del cambio social.
¿Qué implica la liberación de la naturaleza como vehículo para la liberación del hombre?
El concepto se refiere a (1) la naturaleza humana: los impulsos y sentidos primarios del hombre como fundamento de su racionalidad y experiencia, y (2) a la naturaleza externa: el medio existencial del hombre, la “lucha con la naturaleza” en que forma su sociedad. Debe subrayarse desde un principio que, en ambos sentidos, la naturaleza es una entidad histórica: el hombre se encuentra con la naturaleza tal como la transformó la sociedad, sujeta a una racionalidad específica que se convirtió más y más en una racionalidad tecnológica, instrumentalista, dócil a los requerimientos del capitalismo. Y esta racionalidad también vino a pesar sobre la propia naturaleza del hombre, sobre sus impulsos primarios. Mencionaré sólo dos formas contemporáneas características de la adaptación de impulsos primarios a las necesidades del sistema establecido: la canalización social de la agresividad mediante la transferencia del acto agresivo a los instrumentos tecnológicos, reduciendo así el sentimiento de culpa, y la conducción social de la sexualidad a través de la desublimación controlada, la industria de la belleza “plástica”, que lleva a la reducción del sentimiento de culpa y con ello promueve la satisfacción “legítima”.
La naturaleza es una parte de la historia, es un objeto de ella; por consiguiente, la “liberación de la naturaleza” no puede significar el retorno a un estado pretecnológico, sino un avance hacia el empleo de los adelantos de la civilización tecnológica para librar, al hombre y a la naturaleza, del abuso destructivo de la ciencia y la tecnología al servicio de la explotación. Así, algunas de las cualidades perdidas del trabajo artesanal podrían resurgir sobre una nueva base tecnológica.
En la sociedad establecida, la naturaleza misma, cada día más efectivamente controlada, se ha convertido a su vez en otra dimensión del control del hombre: el brazo extendido de la sociedad y su poder. La naturaleza comercializada, la naturaleza contaminada y la naturaleza militarizada, todo ello interfiere en el medio de vida del hombre, no sólo en sentido ecológico, sino asimismo en un sentido existencial; impide la cathexis (y la transformación) erótica de su alrededor: priva al hombre de encontrarse a sí mismo en la naturaleza, más allá y de este lado de la enajenación; también le impide reconocer a la naturaleza como un sujeto por su propio derecho, un sujeto con el cual vivir en un común universo humano. Y esta privación no se combate utilizando a la naturaleza para la diversión o la reunión masiva, espontánea u organizada, que no son sino demostraciones de frustración que sólo inciden en la violación de la naturaleza.
La liberación de la naturaleza es la recuperación de las fuerzas vivificantes que hay en ella, de las cualidades estéticas sensuales que son ajenas a una vida desperdiciada en actos competitivos sin fin: son fuerzas y cualidades que sugieren los nuevos rasgos de la libertad. No sorprende, por eso, que el “espíritu del capitalismo” rechace o ridiculice la idea de la naturaleza liberada, que la relegue a la imaginación poética. La naturaleza, cuando no se le deja en paz y se le protege como “reservación”, es tratada de una manera agresivamente científica: está allí para ser dominada, es algo que carece de valores, es material. Este concepto de la naturaleza es un a priori histórico que pertenece a una forma específica de sociedad. Pero, una sociedad libre, muy bien puede tener un a priori diferente y un objeto muy distinto; el desarrollo de los conceptos científicos puede estar cimentado en una experiencia de la naturaleza como totalidad de la vida, que debe ser protegida y “cultivada”, y la tecnología aplicaría esta ciencia a la reconstrucción del medio vital.
La dominación del hombre mediante la dominación de la naturaleza: la relación concreta entre la liberación del hombre y la de la naturaleza se manifiesta hoy en el papel que la preocupación ecológica desempeña en el movimiento radical. La contaminación del aire y el agua, la del ruido, la irrupción de la industria y el comercio en el espacio natural abierto, tienen, todas, el peso físico de la esclavitud, del encarcelamiento. La lucha contra ellas es una lucha política: es evidente el grado en que la violación de la naturaleza es inseparable de la economía capitalista. Al mismo tiempo, sin embargo, la función política de la ecología se “neutraliza” fácilmente y sirve para embellecer el establishment. No obstante, la contaminación que provoca el sistema debe combatirse aquí y ahora, lo mismo que la contaminación mental que genera. Llevar la ecología hasta el punto en que ya se vuelve incontenible en el marco capitalista, significa primero extender ese impulso dentro del marco capitalista.1
La relación entre la naturaleza y la libertad pocas veces se presenta explícita en la teoría social. La naturaleza, también en el marxismo, es predominantemente un objeto, el adversario del hombre en su “lucha con la naturaleza”, el campo para el desarrollo cada vez más racional de las fuerzas productivas.2
Pero, en esta forma, la naturaleza aparece como aquello que el capitalismo ha hecho de ella: materia, materias primas para la administración creciente y explotadora de los hombres y las cosas. Esta imagen de la naturaleza, ¿se conforma a la de una sociedad libre? La naturaleza, ¿es solamente una fuerza productiva, o también existe “por sí misma” y, si es así, existe para el hombre?
En el tratamiento de la naturaleza humana, el marxismo muestra una tendencia similar a minimizar el papel de la base natural del cambio social, lo cual contrasta notoriamente con los primeros escritos de Marx. En realidad, la “naturaleza humana” sería diferente en el socialismo, en la medida en que hombres y mujeres desarrollasen y satisfaciesen, por primera vez en la historia, sus propias necesidades y facultades, asociados los unos con los otros. Pero este cambio se producirá casi como un derivado de las nuevas instituciones socialistas. El énfasis marxista en el desarrollo de la conciencia política refleja poco interés en las raíces de la liberación en los individuos; por ejemplo, en las raíces de las relaciones sociales ahí donde los individuos experimentan más directa y profundamente a su mundo y a sí mismos: su sensibilidad sus necesidades instintivas.
En Un ensayo sobre la liberación sugería yo que, sin un cambio en esta dimensión, el viejo Adán se reproduciría en la nueva sociedad, y que la construcción de una sociedad libre presupone un rompimiento con la experiencia conocida del mundo, con la sensibilidad mutilada. Condicionada y “contenida” por la racionalidad del sistema establecido, la experiencia de los sentidos tiende a “inmunizar” al hombre contra la experiencia, muy poco familiar, de las posibilidades de la libertad humana. El desarrollo de una sensibilidad radical, no conformista, adquiere una importancia política vital en vista de la amplitud sin precedente del control social perfeccionado por el capitalismo avanzado, un control que llega hasta el nivel instintivo y psicológico de la existencia. A su vez, la resistencia y la rebelión tienden igualmente a activarse y a operar en este nivel.
“Sensibilidad radical”: el concepto enfatiza el papel activo constitutivo de los sentidos en la conformación de la razón; es decir, en la modelación de las categorías que ordenan, registran y cambian al mundo. Los sentidos no son nada más pasivos o receptivos: tienen sus propias “síntesis”, a las cuales someten los datos primarios de la experiencia. Y esas síntesis no son solamente las “formas de intuición” puras (espacio y tiempo) que Kant reconocía como un a priori inexorable que ordena los datos que señalan los sentidos. Hay quizás otras síntesis también, mucho más concretas, más “materiales”, que pueden constituir un a priori de la experiencia (por ejemplo, histórica). Nuestro mundo aparece no sólo en las formas puras del tiempo y del espacio, sino asimismo, y simultáneamente, como una totalidad de cualidades sensuales que no son objeto únicamente de la vista (sinopsis), sino de todoslos sentidos humanos (oído, olfato, tacto y gusto). Y es justamente esta constitución cualitativa, elemental, inconsciente –o más bien, preconsciente– del mundo de la experiencia, esta misma experiencia primaria, la que debe cambiar radicalmente si es que el cambio social ha de ser un cambio cualitativo radical.
II
El potencial subversivo de la sensibilidad, y la naturaleza como campo de la liberación, son temas centrales de los Manuscritos Económicos y Filosóficos de Marx. Han sido releídos y reinterpretados una y otra vez, pero estos temas han sido en gran parte descuidados. Los Manuscritos han servido recientemente para justificar el concepto de “socialismo humanista”, en oposición al modelo soviético burocrático-autoritario, y dieron un ímpetu poderoso a la lucha contra el stalinismo y el poststalinismo. Creo que, a pesar de su carácter “precientífico”, y no obstante la prevalencia del naturalismo filosófico de Feuerbach, estos escritos se asocian a la idea más radical e integral del socialismo, y que es precisamente en esta idea donde la “naturaleza” encuentra su sitio dentro de la teoría de la revolución.
Voy a repasar, brevemente, el concepto principal de los Manuscritos. Marx nos habla de la “completa emancipación de todos los sentidos y cualidades humanas”3 como característica del socialismo: sólo esta emancipación “trasciende la propiedad privada”. Esto implica la aparición de un nuevo tipo de hombre, diferente en su naturaleza misma, en su fisiología, del sujeto humano de la sociedad de clases: “los sentidos del hombre social son distintos de los del hombre no social”.4
La “emancipación de los sentidos” significa que éstos se vuelven “prácticos” en la reconstrucción de la sociedad, que generan nuevas relaciones (socialistas) entre hombre y hombre, entre el hombre y las cosas, entre el hombre y la naturaleza. Pero los sentidos también se convierten en “fuentes” de una nueva racionalidad (socialista), liberada de la explotación. Los sentidos emancipados repelerían la racionalidad instrumental del capitalismo, en tanto que preservarían y desarrollarían sus realizaciones. Esta meta se alcanzaría en dos formas: negativamente, en cuanto a que el ego, el otro y el mundo objetivo ya no serían registrados en el contexto de la adquisición agresiva, la competencia y la posesión defensiva; y positivamente, mediante la “apropiación humana de la naturaleza”, por ejemplo, por la transformación de ésta en un medio ambiente para el ser humano como “especie”, que sería libre de desarrollar facultades humanas específicas, facultades creativas y estéticas.
“La riqueza de la sensibilidad humana subjetiva (el oído musical, el ojo para la belleza de la forma, en breve: los sentidos capaces de proporcionar una satisfacción al hombre, que se afirman como poderes esenciales del hombre) sólo puede cultivarse o volverse realidad mediante el desenvolvimiento de la riqueza esencial del hombre.”5
Los sentidos emancipados, en conjunción con una ciencia natural que proceda en base a ellos, dirigirían la “apropiación humana” de la naturaleza. La naturaleza entonces habría “perdido su nueva utilidad”,6 aparecería no sólo como una cosa –materia orgánica o inorgánica– sino como una fuerza en sí misma, como sujeto-objeto;7 la lucha por la vida es la substancia común al hombre y la naturaleza. El hombre se constituiría así en un objeto vivo. Los sentidos “tendrían una relación con la cosa por la cosa misma…”,8 y esto sólo puede ocurrir en la medida en que la cosa misma sea un Verhalten humano objetificado [objetivado]: objetificación de las relaciones humanas, y se encuentre así, él mismo, relacionado humanamente con el hombre.9
Esta idea flagrantemente anticientífica y metafísica es una anticipación de la teoría materialista madura: enfoca el mundo de los objetos (cosas) como trabajo humano objetivado, modelado por el trabajo humano. Ahora bien: si esta actividad formativa del ser humano proporciona el medio técnico y natural de una sociedad adquisitiva y represiva, también producirá una naturaleza deshumanizada, y el cambio social radical involucrará una transformación también radical de la naturaleza.
¿Y de la ciencia de la naturaleza también? La naturaleza como manifestación de la subjetividad: la idea parece inseparable de la teleología –desde hace mucho un tabú en la ciencia occidental. La naturaleza como objeto per se encajó demasiado bien en el universo del tratamiento capitalista de la materia, como para permitir que se descartara el tabú, que pareció completamente justificado por el carácter más y más efectivo y útil del dominio de la naturaleza que se logró a la luz de este tabú.
¿Es verdad que el reconocimiento de la naturaleza como sujeto es una teleología metafísica incompatible con la objetividad científica? Tomemos el planteamiento de Jacques Monod sobre lo que significa la objetividad en la ciencia:
“Lo que he tratado de demostrar… es que la actitud científica implica lo que yo llamo el postulado de la objetividad; es decir, el postulado fundamental de que no hay un plan, de que no hay una intención en el universo.”10
El concepto de la liberación de la naturaleza no supone semejante plan o intención en el universo: la liberación es el posible plan o la intención de los seres humanos, que deberá actuar sobre la naturaleza. Sin embargo, esto implica que la naturaleza sea susceptible de semejante empresa y que existan, en la propia naturaleza, fuerzas distorsionadas y suprimidas, fuerzas que puedan sostener y alentar la liberación del hombre. Esta capacidad de la naturaleza podría llamarse “azar”, o “libertad ciega”, y puede conferir un significado importante al esfuerzo humano para remediar esta ceguera –según Adorno: ayudar a la naturaleza a “abrir los ojos”, ayudar a la “pobre tierra a volverse lo que tal vez le gustaría ser .”11
El concepto de la naturaleza como sujeto sin teleología, sin “plan” o “intención”, encaja bien en la “intención sin propósito” de Kant. Los conceptos más avanzados de la Tercera Crítica todavía no han sido explorados en su verdadero significado revolucionario. La forma estética en el arte tiene la forma estética de la naturaleza (das Naturschöne) como correlativa o, más bien, como desideratum. Si la idea de la belleza pertenece a la naturaleza tanto como al arte, ello no es meramente una analogía, o una idea humana que se impone a la naturaleza; es la noción de que la forma estética, como muestra de la libertad, es un modo (¿o momento?) de la existencia del universo, tanto humano como natural: es una cualidad objetiva. Así, Kant atribuye lo bello en la naturaleza a la capacidad de la misma “para formarse, en su libertad, también de una manera estéticamente intencionada, de conformidad con las leyes de la química…”12
La teoría marxista entiende a la naturaleza como un universo que se convierte en medio propicio para la satisfacción humana, en la medida en que las fuerzas y cualidades gratificantes de la propia naturaleza son recobradas y liberadas. En franco contraste con la explotación capitalista de la naturaleza, la “apropiación humana” no sería violenta ni destructiva, sino que estaría orientada hacia las cualidades vitalízadoras, sensuales y estéticas inherentes a la naturaleza.
Transformada, “humanizada” de esta manera, la naturaleza respondería a la lucha del hombre por su realización plena –más bien: esto último no sería posible sin lo primero. Las cosas tienen su “medida inherente” (inhärentes Mass);13 esta medida se encuentra en ellas, es el potencial que ellas encierran. Sólo el hombre puede liberarlo y, al hacerlo, liberar su propio potencial humano. El hombre es el único ser que puede “formar cosas de acuerdo con las leyes de la belleza”.14
Estética de la liberación, la belleza como una forma de la libertad: parece como si Marx se hubiese apartado de su concepción antropomórfica idealista. ¿O tal vez esta noción, aparentemente idealista, no es sino una ampliación de la base materialista? Pues “el hombre es directamente un ser natural; es un ser corpóreo, vivo, real, sensual, objetivo”, que tiene “objetos reales sensuales” como objetivos de su vida.15 Y sus sentidos (“como esos órganos que son directamente sociales en su forma”)16 son activos, prácticos, en la apropiación del mundo de los objetos; explican la existencia social del hombre, su “objetificación”. Ya no se trata aquí del “naturalismo” de Feuerbach, sino, por el contrario, de la extensión del materialismo histórico a una dimensión que habrá de desempeñar un papel vital en la liberación del hombre.
Última edición por lolagallego el Mar Ene 19, 2021 3:38 pm, editado 1 vez