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    El Rubius y la esencia del capitalismo: preguntas y respuestas - artículo en tres entregas publicado en el blog Communia (diario de Emancipación) sobre los paraísos fiscales - enero de 2021

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    Mensaje por lolagallego Dom Ene 24, 2021 8:16 pm

    El Rubius y la esencia del capitalismo: preguntas y respuestas

    serie de tres entregas publicadas en el blog Communia (diario de Emancipación) sobre los paraísos fiscales, impuestos, riqueza...

    enero de 2021

    ▬ 4  mensajes


    El Rubius y la esencia del capitalismo: preguntas y respuestas - entrega #1
     
    Saltó de Twitch a las redes sociales y de ahí al Telediario y la prensa internacional: un youtuber famoso, el Rubius, decía querer marchar a Andorra para pagar menos impuestos. Gran descubrimiento: más de un tercio de la población residente en el pequeño estado pirenaico son españoles y buena parte de ellos se autodefinen como exiliados fiscales. A partir de ahí, una cascada de falsos debates. ¿Esos que se van son creadores de riqueza? ¿Los impuestos redistribuyen riqueza? ¿Por su culpa tenemos menos atención médica o peores escuelas? ¿Si se cobraran más impuestos el sistema sería mejor?

    ¿Qué es la riqueza?

    En sociedades anteriores a la capitalista la riqueza se medía y se acumulaba en formas distintas a las de hoy. En la Antigüedad y la alta Edad Media las clases dirigentes acumulaban riqueza tesaurizádola, es decir, haciendo tesoros, acumulaciones físicas de objetos de lujo, y metales preciosos. Muchos han llegado hasta los arqueólogos de hoy porque las enterraban como forma de conservación. En no pocas sociedades agrarias clánicas, como los maoríes, la riqueza se medía hasta la llegada del capitalismo en fetiches, objetos concretos, diferenciados entre sí y a los que se atribuía un espíritu característico.

    Es decir, qué es la riqueza, en qué consiste, cómo se acumula y para qué sirve, está determinado por el modo en que cada sociedad se organiza para producir. Y hoy, el modo de producción social bajo el que vive la Humanidad es el capitalismo.

    En el capitalismo la riqueza es un acúmulo de valor. Pero ni valor significa la misma cosa que en otras formaciones históricas ni se acumula del mismo modo ni para los mismos fines. Empecemos:

    Obviamente, el valor no es una propiedad física de las cosas. No es eso que el trabajo aporta a las materias primas. Es una propiedad social que sirve de indicador de la cantidad de trabajo socialmente necesario para producir algo. Esa cantidad de valor se mide en dinero. Y cuando el valor/dinero se acumula en este sistema, el resultado no es un tesoro, sino un capital.

    ¿En qué consiste acumular valor? Es un proceso social. Y así tenemos que entenderlo, no partiendo de la suma de acumulaciones individuales por empresas, individuos o grupos de inversores, sino al revés: entendiendo como totalidad para poder entender cómo y por qué acumula cada parte, cada masa de dinero invertido.

    En conjunto se trata de un ciclo que se desarrolla permanentemente en el conjunto de la sociedad: explotar trabajo para producir mercancías, venderlas por un valor incrementado al empleado en producirlas, distribuir las ganancias del conjunto de sistema a través del mercado de capitales y, finalmente, reincorporar las ganancias a la producción social como valor incrementado, como capital ampliado.

    Visto así, entendemos cuál es la esencia del dinero, que no tiene nada que ver con la moneda: la moneda es básicamente una herramienta de intercambio, el dinero es ese valor que se reproduce y aumenta. Y por lo mismo podemos entender qué es el valor desde una nueva perspectiva, como la medida de la capacidad de cada propiedad para dirigir y apropiar el trabajo ajeno. Y también lo que el capital es para cada inversor o capitalista individual: un derecho para organizar y explotar cierta cantidad de recursos sociales y fuerza de trabajo.

    Ni la moneda se convierte en dinero de manera espontánea ni el capital aparece de modo natural. Dinero y capital son formas que solo son posibles dentro de un sistema de explotación muy particular: el capitalismo, que asegura que aquellas aplicaciones que más aportan al incremento de trabajo impago global dispongan una proporción mayor de recursos y trabajo a explotar en cada ciclo.

    Así que no, el capital no es simplemente un acúmulo de cosas, da igual las que sean. Un edificio histórico que no se puede vender ni utilizar comercialmente, no es capital. Tampoco es algo tan simple como tener euros o dólares. Los salarios que cobramos no son capital. Un buen salario, aunque haga una vida relativamente cómoda, no permite acumular capital. Disponer de capital es disponer de dinero en una escala suficiente y en un contexto que permite disponer de recursos sociales y fuerza de trabajo para producir ganancias y ampliarlas en cada ciclo.

    La acumulación de capital es la fuerza social que organiza el incremento de la producción y la riqueza en cada ciclo de producción. Es la forma en que, en esta sociedad y en este momento histórico, se crea riqueza a través de la explotación del trabajo humano.

    Así que, finalmente, ¿qué es la riqueza? El producto, acumulado y acumulable, del trabajo apropiado por la clase explotadora o por su estado.

    ¿Los empresarios crean riqueza?

    Todas las clases explotadoras de la historia se explicaron a sí mismas -y se justificaron frente a la población que explotaban- como necesarias para crear riqueza. El argumento de fondo es el mismo para los esclavistas antiguos, el Inca, los mandarines de la era Ming, la nobleza feudal o los burócratas, directivos corporativos y capitalistas individuales de hoy: ellos organizan la producción y garantizan el orden social, sin ellos nada existiría, sin su voluntad y sus valores la sociedad se desmoronaría, y por tanto, sin ellos no habría producción ni riqueza, sino caos.

    No hace falta una crítica profunda de la historia de los modos de producción y las ideologías (alienantes) con que se justificaron para darse cuenta de su carácter mágico. La clase que organiza la producción -en su beneficio- equipara el trabajo social a su forma de organización, es decir, la producción a la forma particular de explotación que ejerce.

    Pero el carácter mágico de las clases explotadoras llega a un nuevo nivel en la burguesía y su religión más profunda: la religión de la mercancía. Según el discurso omnipresente de la libertad y la igualdad, una sociedad libre garantiza que todas las personas puedan intercambiar libremente mercancias gracias a un estado que asegura la igualdad legal de condiciones en el intercambio. Dadas esas condiciones de libertad e igualdad, la circulación del dinero -azuzada por la genialidad de unos emprendedores dotados de un genio singular- aumentaría el valor, generaría riqueza mágicamente en una especie de milagro continuo y eterno de los panes y los peces.

    La realidad no puede ser sorprendente. Lo que se llama aumento de riqueza es el aumento del producto del trabajo explotado. Lo que se llama libre intercambio es, para la gran mayoría que forma la clase trabajadora mundial, la venta forzada de su fuerza de trabajo ante la imposibilidad de vender cualquier otra cosa. La igualdad que provee el mercado, la reducción de las propias capacidades a mercancía que se vende a precio de coste, como si fuera cualquier objeto inanimado.

    Obviamente estamos en el terreno del fetichismo de la mercancía: la religión burguesa presenta las relaciones entre humanos divididos en clases como si fueran relaciones entre cosas (mercancías) mediadas por dinero.

    Obviamente, no es el dinero que crea valor al multiplicarse los intercambios de iguales, es la explotación del trabajo de una clase por otra. Una clase, la burguesía, se queda con parte de lo producido y lo atribuye a la magia del intercambio. - definición de RELIGIÓN en el diccionario de Communis

    A poco que tomemos distancia, no hay muchas complicaciones: la riqueza es el trabajo social apropiado por la clase dirigente en su explotación de la fuerza de trabajo. ¿Quién crea la riqueza? Los explotados.

    ¿Los youtubers, cantantes, deportistas y demás crean riqueza?

    Por definición, la masa de salarios que paga el capital, es decir, el mercado que crea, no puede comprar el total de la producción. El producto del trabajo apropiado por la burguesía debe ser colocado a otros. En un principio los compradores faltantes estuvieron dentro de las propias fronteras de los países donde el capitalismo se desarrolló: campesinos independientes que vendían parte de su producción en el mercado, artesanos y grupos gremiales, etc. Pero, conforme el capitalismo fue expandiéndose a más y más ramas de la producción, la mayor parte de los campesinos se convirtieron en jornaleros y los artesanos en obreros.

    El capitalismo sufrió una violenta y súbita llamada a la aventura: el mundo debía ser explorado, los mercados no capitalistas, abiertos. Así se expandió el sistema. Pero, cuando atracaba en un puerto, inmediatamente empezaba a penetrar y finalmente transformar las formas de producción locales. El déficit de mercados no capitalistas dejó de ser, relativamente pronto, un problema de los países donde el capitalismo había nacido y se globalizó con él. Especialmente cuando el globo se fue cerrando y fueron quedando menos y menos masas humanas fuera del dominio capitalista.

    El capitalismo entró entonces en una fase que llamamos Imperialismo, que desembocó en unas décadas en una verdadera crisis de civilización. El capitalismo había entrado en decadencia. No tiene sentido ahora entrar en todo lo que este periodo histórico, el nuestro, significa para la propia composición del capital y sus manifestaciones -por ejemplo el capitalismo de estado– y para la táctica de los comunistas en ámbitos tan importantes como la liberación nacional, convertida en reaccionaria, o los sindicatos, absorbidos por el estado.

    Lo importante ahora, para entender por qué existen youtubers que facturan cientos de miles de euros, es señalar que la falta de mercados comprime al capital como un todo. En los estados aparece el militarismo como expresión de esa agresividad creciente necesaria para arañar mercados a los rivales. En las empresas, el capital intenta superar a su modo el carácter desesperado de la competencia creando monopolios y oligopolios que restringen la competencia para aumentar su rentabilidad. Pero aun así, incluso entre los oligopolios, el mercado nunca crece tanto como para que la empresa absorba en su capital -con ganancia- las propias ganancias que genera. Aparece todo un nuevo sector: la publicidad. Y conforme la competencia por rentabilizar más capitales se hace más aguda sector por sector y país por país, la publicidad -ese militarismo de las empresas– recoge más recursos, supone más gasto de los anunciantes solo para mantener las cuotas que ya tienen en un mercado global que crece más lentamente de lo que las empresas necesitarían.

    Décadas después de empezar el proceso, esa desesperación por llegar a nuevos segmentos, por ganar al público joven, etc., unida a ciertas características con las que el propio capital ha dado forma a Internet -básicamente centralización, concentración y monopolio- llevaron a que unas cuantas personas que se grababan mientras jugaban videojuegos se convirtieran en tremendamente valiosas para algunas empresas.

    ¿Por qué eran valiosas? No porque crearan valor, es decir, no porque explotaran directamente a nadie; sino porque los que sí lo hacen -los anunciantes- estaban dispuestos a sacrificar una parte de su ganancia, ínfima respecto al total pero inmensa comparada con un salario, con tal de poder llamar la atención de unos cuantos cientos de miles de consumidores potenciales.

    Tres cuartos de lo mismo, con distintas escalas, cabe decir de deportistas, cantantes, famosos varios o actores. Para muchas empresas son valiosos en la medida en que la industria del entretenimiento y la opinión hace que mucha gente les preste atención.

    ¿Hay otros youtubers que no consiguieron hacerse tan valiosos a las empresas porque no consiguieron tanta atención? Por supuesto. Siguiendo las leyes potenciales que el propio capital pone a funcionar en todo lo que organiza, unos cuantos acumularon la mayor parte de los seguidores. Las diferencias de simpatía, capacidad para generar polémicas o la mera calidad técnica pudieron ser los determinantes del éxito en seguidores bajo esas reglas. Pero eso no les convierte en genios creadores de riqueza. Si pueden recaudar ciertas sumas de los anunciantes no es porque aporten gran cosa a la producción o al sistema, sino porque en la batalla estéril entre competidores son un pequeño gasto más, una guinda de color en la inmensidad de los costes que les genera competir entre sí. Son parte de los recursos que el sistema en su conjunto emplea en autoconsumirse.

    Próximamente: En la continuación de este artículo responderemos a preguntas sobre el significado de los impuestos, el gasto social, las funciones del estado y la existencia de paraísos fiscales como Andorra.
     
     


    Última edición por lolagallego el Dom Ene 24, 2021 8:38 pm, editado 3 veces
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    Mensaje por lolagallego Dom Ene 24, 2021 8:24 pm

    Los antagonistas del Rubius: estado, redistribución, gasto social e impuestos - entrega #2

    Seguimos en el debate sobre los youtubers y Andorra. En la primera parte de este artículo demolimos el discurso que hace de los propietarios de capital y organizadores de la explotación del trabajo, creadores de riqueza. Al desmontar la ideología sobre el valor, el capital y la riqueza, pudimos acabar viendo a los youtubers profesionales como lo que son: un subproducto menor de un capitalismo ya antihistórico. Sus ingresos aparecen como el resultado de una competencia deformada por la insuficiencia relativa de mercados. Insuficiencia relativa que lastra sistemáticamente la producción de ineficiencias obligando a restar recursos a la producción en sí para dedicarlos a la lucha por ganar cuotas a todos los niveles: desde el militarismo entre capitales nacionales a la publicidad en la competencia entre empresas oligopólicas.

    En esta segunda parte, criticaremos la ideología usada por los detractores del Rubius. Según afirman, eludir impuestos sería insolidario porque el gasto social depende de la recaudación impositiva y porque, además, los impuestos permiten una redistribución de riqueza capaz de domeñar la tendencia hacia la concentración de rentas en el capital.

    ¿Para qué está el estado?

    El estado es una forma social relativamente nueva en la historia de nuestra especie. Durante cientos de miles de años, la Humanidad vivió sin ella, organizada bajo un modo de producción que llamamos comunismo primitivo que llegó a organizar a grandes cantidades de personas en territorios extensos y construir ciudades para miles de ellas. Hoy la arqueología nos demuestra que el estado no nació de la agricultura y las primeras ciudades, sino de la fractura de esa sociedad comunitaria y clánica en clases sociales enfrentadas hace apenas unos 8.000 años. Es el resultado de la lucha de clases desde sus orígenes. Es una institución cuyo objetivo es constreñir las contradicciones de la sociedad de clases apuntalando el mantenimiento del sistema de explotación y el poder de la clase dominante en cada época.

    Cuando un modo de producción entra en crisis histórica el estado tiende a hipertrofiarse para dar respuesta al nivel creciente de contradicciones y conflictos que un sistema ya anti-histórico produce en la sociedad.

    Es característico en esos periodos de crisis de civilización, el aumento del control social y la cantidad de recursos dedicados a la preparación bélica, la concentración de poder y la reorganización de la clase dominante en y alrededor del estado. La decadencia imperial romana en el esclavismo, el estado moderno y el absolutista en la feudalidad y el capitalismo de estado en la decadencia del sistema actual, lo muestran bien.

    No, ni ahora ni nunca la función del estado ha sido garantizar el bienestar ni el bien común. Es un aparato que intenta mantener el sistema en marcha asegurando por distintos medios la cohesión de la clase dominante, el desarrollo de sus intereses y la aceptación social -vestida de interés general- de su dominación sobre el conjunto de la sociedad. Resulta extraño tener que recordarlo en un momento en el que el estado demuestra cada día que pone los intereses de las inversiones por encima de las vidas humanas dando vía libre a sucesivas oleadas de matanza pandémica.

    ¿Qué es el gasto social?

    Conforme el capitalismo fue encontrando límites objetivos a su libre crecimiento y cerrando por tanto la época en que era progresivo para la Humanidad, las contradicciones implícitas al sistema comenzaron a manifestarse con creciente violencia. Tendemos a poner el foco en las consecuencias del imperialismo para la competencia entre capitales nacionales. Tiene lógica: propiciaron el reparto colonial, dos guerras mundiales, una guerra fría y siguen bien presentes hoy amenazando a la Humanidad con nuevas guerras. Pero dentro de cada capital nacional no fueron menos dramáticas.

    Desde los primeros momentos de la que entonces era una fase histórica nueva, los capitales industriales y comerciales comenzaron a fusionarse en y a través de los bancos. Nacía el capital financiero como lo conocemos hoy. Los distintos intentos de planificación monopolista, el desarrollo del militarismo y la guerra, la necesidad de reforzar el control y la represión social, impulsaron una relación cada vez más estrecha con la burocracia estatal. Aparecieron distintas formas de fusión y coordinación entre las distintas capas burguesas en las primeras décadas del siglo XX, cada vez más necesitadas del estado para mantener el sistema en marcha. El resultado fue la extensión bajo distintos modelos -desde el stalinista al liberal estadounidense- del capitalismo de estado. Hoy, esta estatalización de la dirección del capital y de la clase dirigente es la forma universal de organización de capital y la burguesía.

    Una de las características de todo este movimiento gigantesco de concentración y centralización del capital en torno al estado ha sido la homogeneización de las condiciones de explotación y la mutualización de una parte de sus costes. Fijando las condiciones de explotación del trabajo, el estado respondía a varias necesidades. Por un lado reducía la competencia entre capitales e igualaba las condiciones de las distintas aplicaciones de capital, facilitando que el capital se moviera con más fluidez hacia las más eficientes desde el punto de vista de la generación de ganancias. Por otro, le permitía absorber definitivamente a los sindicatos como un monopolio más, vendiendo la racionalización de sus reglas de juego como conquistas sociales.

    El origen de la jugada y que no tienen nada que ver con conquistas obreras, queda clara cuando comprobamos que los grandes sistemas de protección social fueron impuestos tras catastróficas derrotas de los trabajadores: en España, nada más y nada menos que por el franquismo; en Europa tras dos guerras mundiales y el aplastamiento de los movimientos revolucionarios de los trabajadores; en EEUU el New Deal no fue la respuesta a un movimiento emergente de clase, sino la expresión de su impotencia durante la crisis del 29, impotencia que se proyectó durante los movimientos huelguísticos de los años de guerra permitiendo al capital estadounidense orillar a los mismos sindicatos con los que había contado en el New Deal, para crear su propio modelo de bienestar en la posguerra.

    La extensión e imposición legal de los convenios de aplicación general en un sector o un país, las protecciones contractuales de los trabajadores, el desarrollo de la legislación de riesgos laborales, etc. expresaban por su lado formas de racionalización y reducción de una competencia que se había vuelto demasiado caótica y contraproducente. Parte del mismo movimiento racionalizador fue la implantación de sistemas sanitarios tendentes a la universalización, la obligatoriedad de la enseñanza, la seguridad social… todo lo que pomposamente llamaron justicia social. ¿Pero qué era en realidad? La mutualización en el estado, de los costes generales de explotación del trabajo.

    Si volvemos a elevar la vista y entendemos que el capitalismo es fundamentalmente un sistema de explotación de una clase -la clase trabajadora- por otra que posee o gestiona el capital, el gasto social no es más que una parte del coste de la fuerza de trabajo total para el capital como un todo. La parte que provee a través del estado o en un marco fuertemente controlado por éste.

    Al hacerse cargo colectivamente de esos costes generales de explotación a través del estado, el capital nacional intenta asegurar que las condiciones para la explotación eficiente de la fuerza de trabajo se den de manera homogénea facilitando la colocación de capitales y una competencia eficiente entre ellos. Dejarlo en manos de las empresas y el mercado tendría un coste mayor. Lo vemos en el paraíso liberal estadounidense, que optó por formas relativamente más laxas que las europeas. La degradación de la enseñanza pública desde los 80 es la causa generalmente citada para explicar los problemas y costes que para el capital norteamericano supone la descualificación de una parte significativa de la fuerza de trabajo. Y sobre el sistema sanitario, ni hablemos: si el impacto del Covid ha sido más desestabilizador para las empresas estadounidenses que para las europeas ha sido precisamente por la ausencia de un sistema hospitalario suficientemente universal y asequible.

    No es casual que Biden haya llegado a la presidencia con un programa centrado en acercarse al modelo social europeo: sindicatos, extensión del sistema sanitario, mejora del nivel de la enseñanza pública… medidas con las que espera fortalecer al capital nacional y que al contrario de lo que dice la propaganda están muy lejos de suponer una mejora de las condiciones de vida y trabajo de los trabajadores en aquel país.

    ¿Los impuestos redistribuyen la producción hacia los trabajadores?
     
     
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    Participación de los salarios en la renta española desde 1978 (incluyendo participaciones de beneficios disfrazadas de salarios). La participación del trabajo solo crece cuando el capital sufre un crack y este aún no ha tenido tiempo de atacar aun más a los salarios, el gasto en mantenimiento de las condiciones generales de explotación del trabajo y las condiciones laborales.
     
     
    La idea de que son los impuestos los que permiten pagar el gasto social y que toda mejora o mantenimiento de la atención sanitaria o la escuela pública requiere aumentar los impuestos es una herencia de las ideologías de la austeridad. El no se puede gastar lo que no se tiene de los Merkel y los Rajoy, fue una herramienta ideológica para imponer recortes en los costes generales de explotación del trabajo. Dicho de otro modo, para transferir rentas del trabajo al capital.

    Es obvio que el llamado gasto social representa solo entre un 20 y un 30% de los presupuestos estatales, pero eso no es lo importante. No vale con decir que el estado podría aumentar el gasto social a costa del gasto militar o las subvenciones y ayudas a la banca o la industria por ejemplo. Desde el punto de vista del capital, todos esos gastos, el presupuesto estatal prácticamente entero, también es parte de los gastos generales necesarios para mantener la acumulación en pie y competir con sus rivales sin que sus contradicciones internas se radicalicen al punto de poner en peligro la acumulación.

    Lo importante es entender de dónde salen esos recursos que el estado emplea. Y en realidad solo pueden salir de las rentas del capital o de las del trabajo. Como vemos en el gráfico de arriba, el pedazo de la producción total que los trabajadores percibieron a través de su trabajo ha disminuido desde los años setenta. Antes del golpe actual de la crisis, había disminuido un 20%. Dicho de otra manera, el pedazo de la producción que el capital se apropia como dividendos creció un 20%. La disminución es casi constante y solo se transforma momentáneamente durante los primeros momentos de las grandes crisis y recesiones cuando el estado todavía no ha reaccionado y las empresas quiebran o tienen pérdidas pero las condiciones laborales del período anterior permanecen.

    Ahora comparémoslo con la presión fiscal, es decir, el porcentaje de la producción total que fue dedicado a impuestos.
     
     
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    Lo que vemos es que en la década de los Pactos de la Moncloa y la gran reconversión (78-88) la presión fiscal sube sin parar -son los años en que se va implantando el IRPF y el sistema fiscal actual- mientras en paralelo cae el porcentaje de la producción que llega a los trabajadores. Una nueva crisis, que tiene su punto álgido en el 92, lleva al gobierno de González a una bajada de impuestos moderada que acompaña a una pérdida del poder de compra del trabajo acelerada. Luego, la presión impositiva vuelve a subir durante los gobiernos de Aznar y Zapatero mientras los ingresos de los trabajadores siguen perdiendo participación en la producción. Nueva crisis en 2009, bajada espectacular de recaudación y en paralelo bajada también de las rentas relativas del trabajo.

    Pero para poder sacar conclusiones nos hace falta al menos un elemento más. El balance entre impuestos directos -progresivos- como el IRPF y los impuestos indirectos -regresivos- como el IVA.
     
     


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    Mensaje por lolagallego Dom Ene 24, 2021 8:29 pm

    continuación de la entrega #2
     
     
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    A lo largo del período, tanto la recaudación como el número de declaraciones de IRPF ha subido casi constantemente. Lo que el monto recaudado representó del PIB osciló entre el 4,2% y el 7,9%. Se ve el efecto recaudatorio de las distintas políticas fiscales -con Aznar llegó a bajar hasta el 6,3% del PIB.

    En conjunto, los ingresos tributarios han seguido más o menos al PIB, pero hay ciertas variaciones, con efectos puntuales sobre el reparto capital-trabajo, en la relación entre impuestos directos e indirectos, y en el peso del impuesto de Sociedades, que se cobra sobre el beneficio de las empresas.
     
     
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    No solo se debe a las caídas de beneficios -y consumo- durante las crisis. En general, como vemos en el siguiente gráfico, los estados europeos han tendido a reducir el porcentaje que cobran en impuestos a las empresas para dar aliento a la acumulación ante las crisis.
     
     
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    Resumiendo: los impuestos no han modificado la tendencia del reparto de la tarta de la producción entre capital y trabajo. El trabajo pierde porcentaje. La lógica de la acumulación no se corrige con impuestos. Eso sí, los cambios impositivos -más IVA, menos Sociedades- han servido en las épocas de crisis como desfibrilador para el capital: sirven para recuperar la tendencia, interrumpida por la crisis, poniendo en marcha la transferencia de rentas del trabajo al capital y por tanto ayudando a las inversiones a recuperar rentabilidad a corto plazo a costa de los trabajadores. Algo parecido ha ocurrido con la austeridad, es decir, con la reducción forzosa del gasto que el capital realiza, a través del estado, en las condiciones generales de explotación.

    ¿Es verdad que el nivel de gasto social depende de la recaudación fiscal?

    No, claro que no. Como podemos deducir fácilmente de los gráficos anteriores, la recuperación de la capacidad recaudatoria del estado tras las recesiones no se ha traducido en incrementos sostenidos del gasto público en servicios sociales, educación o sanidad.

    Para el capital y su estado, el gasto social, es una parte fundamental de esos costes generales necesarios para la explotación del trabajo. Y en una fase histórica como la que vivimos, en la que la tendencia a la crisis está presente de forma permanente, aspira continuamente a reducirlos en la medida de lo posible para aumentar su rentabilidad global. No hay tregua.
     
     
    Continuará…
     
       


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    Mensaje por lolagallego Dom Ene 24, 2021 8:36 pm

    Los youtubers que amaban Andorra - entrega #3

    En las dos partes anteriores de este artículo desmontamos el discurso que presenta a empresarios y youtubers que se mudan a Andorra como creadores de riqueza cuya marcha empobrece a los residentes en sus países de origen, y el de sus detractores que argumentan que los impuestos redistribuyen rentas del capital al trabajo compensando el empobrecimiento relativo de los trabajadores y venden el gasto social como una defensa de los trabajadores frente al capital y no como lo que es: una mutualización en el estado de los costes generales de explotación del trabajo. En esta entrega final, desmontaremos los argumentos de uno y otro lado sobre los llamados paraísos fiscales.

    ¿Los paraísos fiscales son productos de la opresión fiscal?

    Nos hablan de los paraísos fiscales como una especie de pequeños estados parasitarios que roban ingresos impositivos a los grandes estados erosionando su capacidad recaudatoria y sus políticas sociales. Nada puede resultar más falso. Los paraísos fiscales se constituyeron como tales como resultado de políticas deliberadas de grandes estados, Alemania, Francia, Gran Bretaña, EEUU… y España, cuya relación con Andorra y Gibraltar se inscribe en ese patrón general.
       
     
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    Como contábamos en la entrega anterior, la hipertrofia estatal aparece históricamente en todos los modos de producción cuando empiezan a entrar en contradicción con las fuerzas productivas que hasta entonces habían desarrollado y se convierten en una traba al desarollo de la Humanidad en su conjunto. En el capitalismo la historia de este proceso es la historia de la configuración del capitalismo de estado. Como vemos en el gráfico de arriba, que describe la evolución histórica de la presión fiscal en Suiza, Francia, EEUU y Gran Bretaña, se dio en paralelo en prácticamente todos los estados y en un periodo relativamente breve de tiempo entre la primera guerra mundial y los años cincuenta del siglo pasado.

    Las diferencias en la cantidad y el concepto de los impuestos provocaron inmediatamente distorsiones en el mercado de capitales es decir, volvieron súbitamente atractivo colocar las ganancias en algunas lugares que no habían sido especialmente atractivos antes.

    El primero de ellos fue el cantón de Zuch en Suiza en 1920, una comarca especialmente pobre que atrajo capitales simplemente facilitando la creación de empresas instrumentales y considerando secreto comercial la propiedad de las cuentas bancarias. Le siguieron, con aun mayor éxito, el vecino Zurich y el cercano Principado de Liechtenstein, que siendo formalmente un estado independiente podía dar aun más garantías a los capitales alemanes. En Liechtenstein -que adoptó el franco suizo como moneda- se creaba una nueva forma social privilegiada que todavía usan algunas de las grandes consultoras. Esta forma se equipara a una fundación sin ánimo de lucro cuyo objetivo fuera conservar y acrecentar un capital original. La nueva forma consagraba lo que los suizos ya hacían burocrática pero no legalmente: garantizar la anonimidad de los socios con independencia de su nacionalidad.

    Los dueños de los grandes grupos industriales alemanes, temerosos de la revolución en Alemania, fueron en realidad los grandes impulsores de estas innovaciones. En menos de una década, la frontera alemana desde Luxemburgo a Liechtenstein se convirtió en una gran caja de caudales para una cantidad cada vez mayor de capitales alemanes y franceses que no encontraban un destino productivo y buscaban resguardo tanto de los avances de la lucha de clases como de los mordiscos de la crisis.

    Suiza se transformó y se convirtió en lo que conocemos hoy. Los cantones alemanes, hasta entonces en un segundo plano, pasaron a tener un papel cada vez más determinante, los banqueros se convirtieron en el sector dirigente de la clase dominante local. Servir de cuarto del pánico a la burguesía alemana se exaltó como destino nacional convirtiendo la idea de neutralidad en una misión histórica que acabaría dando identidad hasta a las tipografías.

    Y finalmente, la Ley de secreto bancario de 1938, que convirtió en delito penal investigar la propiedad de cuentas y depósitos, dio carácter constitucional a la nueva misión de los capitales nacionales montañeses. En la época en que el imperialismo alemán levantaba la bandera de la unificación final, preparando la anexión de Austria, los Sudetes, Danzig (=Gdansk) y cualquier territorio con minorías germanófonas ni el más nacionalista de los nazis soñó por un momento con anexionar los cantones germanófonos.

    Suiza, el primer paraíso fiscal, demostró durante la guerra una nueva utilidad para este tipo de estructuras: hacer de interfaz en las relaciones e intercambios entre los capitales alemanes y sus antagonistas bélicos en los negocios comunes que se mantuvieron durante la matanza. Gracias a la banca Suiza, las inversiones cruzadas se mantuvieron y con ellas el pago de dividendos a inversores enemigos. Mientras, servía además para limpiar buena parte del botín de guerra rapiñado en toda Europa incorporándolo legalmente al circuito del capital internacional. El papel de Suiza durante la segunda guerra dejó una lección duradera: los paraísos fiscales nacen y existen por el interés de un capital nacional, pero en la medida en que el capital global forma una única red mundial, sirven al sistema en su conjunto. Son garantes de que ni siquiera una guerra mundial romperá el circuito global del capital.

    Después de la guerra, el capital británico tenía muy claras estas lecciones. El imperio se estaba desmantelando, la carga de la deuda de guerra se hacía asfixiante y los EEUU acaparaban las ganancias del triunfo bélico sin dejar de empujar a sus aliados a abandonar cuanto antes sus colonias más provechosas. Los capitales internacionales ya no fluían con tanta facilidad y la City de Londres, un estado dentro del estado, había dejado de ser la principal plaza financiera mundial.

    Entre las estrategias de respuesta -que incluyeron varias guerras-, la burguesía británica diseñó una especialmente ingeniosa. Una serie de precedentes legales de los años 20 y 30 consideraban que las actividades e intercambios realizados más allá de sus orillas (off shore) por dos empresas que no realizaran actividades comerciales en Reino Unido no debían ser gravadas en territorio británico. Así que desarrollaron una fórmula de residencia virtual para que la banca londinense pudiera mediar en ese tipo de transacciones libres de impuestos. Acto seguido, los propios banqueros y administradores imperiales británicos impulsaron, por todo el rosario de enclaves coloniales, legislaciones que imponían distintas formas de secreto bancario e introducían formas jurídicas de fácil constitución con accionariado anónimo. Nacía, con centro en Londres, la primera red global de paraísos fiscales, lo que un famoso documental ha llamado el segundo imperio británico.

    La red británica tuvo inmediatamente sus réplicas. Luxemburgo pasó a ser el paraíso oficial de lo que años más tarde se convertiría en la UE, mientras Francia repetía el esquema británico en alguna excolonia; Holanda creó sus propios paraísos en sus plazas antillanas e instrumentos para canalizar capital hacia la metrópolis (el famoso sándwich holandés); EEUU, cuyos estados de New Jersey y Delaware habían sido pioneros en la creación de legislaciones regionales para la constitución rápida de empresas (easy incorporation) convirtió a Delaware en un Luxemburgo americano que no cobra impuestos a las empresas por sus inmateriales y pretende captar capitales a la fuga de toda Sudamérica, una política seguida luego parcialmente por Florida… todo sin dejar de garantizar paraísos en el Caribe y alimentar el desarrollo de Panamá como puerto seguro para capitales necesitados de lavado antes de ser incorporados a los mercados estadounidenses. Incluso Irlanda acabó entrando en la competencia por captar capitales a base de conectarse a la red y reformar su legislación para facilitar técnicas de elusión fiscal como el doble irlandés.

    ¿Luchan los estados contra los paraísos fiscales?
     
     
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    Mapa de paraísos fiscales de la UE. En verde «los buenos y cumplidores» según Bruselas.
     
     
    Como hemos visto, los paraísos fiscales no nacen como una respuesta a la supuesta opresión fiscal que los estados ejercen sobre los supuestos creadores de riqueza. Son un producto deliberado creado y amparado por esos mismos estados para servir de refugio a una parte de sus propios capitales nacionales, ofrecer una conexión segura con el resto y servir de vía de captación de flujos de capital para sus propios mercados financieros.

    Esta última dimensión, la competencia para atraer capitales, es la que a veces incluye el lavado de dinero de industrias criminales y ofrece refugio a los evasores fiscales de todo el mundo. Su papel es marginal en el conjunto, pero es contra ella contra la que se dirigen las famosas campañas y acuerdos internacionales contra los paraísos.

    Si no lo consiguen y solo avanzan a duras penas, es porque es muy difícil hacerlo sin que el resto de objetivos se vea puesto en cuestión. Por eso, al final, la famosa lista de la UE no nombra a Luxemburgo ni a Gibraltar, bendice a Suiza, Bermudas, Jersey y las Caimán y se muestra preocupadísima por Marruecos que, obviamente, no parece el hub financiero más temible de esa lista.

    ¿Andorra compite por ricos con España?

    La historia de la banca andorrana es muy reveladora. Andorra comienza a recibir ciertos volúmenes de capital durante la Revolución española. Se refugian entonces en el minúsculo semi-estado pirenaico pequeños capitales catalanes. La Andorra de la segunda mitad de los 30 y los 40 no es Suiza. Tampoco el capital de la pequeña burguesía catalana es el de los industriales alemanes. La ciutat solo cuenta con un par de casas de cambio y el negocio bancario es monopolio legal de una caja rural.

    El panorama no cambia hasta los cincuenta, cuando la rama catalana de la burguesía española está empleándose a fondo para orientar a Franco hacia lo que luego será el Plan de Estabilización de 1959, hacer la peseta convertible y abrir el capital español a los mercados globales integrándose en el bloque estadounidense con todas las consecuencias.

    En ese marco, en 1951, con la aquiescencia de los ministerios de hacienda español y francés y el impulso de una serie de pequeños capitales catalanes, en parte ligados al exilio de ERC, la legislación andorrana se modifica para abolir el monopolio bancario. Desde un principio la Caixa, entonces una caja local limitada en su ámbito a Barcelona, es la nueva entidad elegida para operar en el país. La elección da una medida de la modestia de las perspectivas de entonces. Pero sobre todo, se organiza la creación de un pequeño negocio de banca privada para convertir el país en un refugio del pequeño capital industrial ante las inestabilidades que se esperan.

    A partir de ahí, Andorra florece como pequeño paraíso fiscal en el siempre difícil equilibrio de intereses entre los dos estados vecinos, el Vaticano y los enjuagues de la pequeña burguesía industrial catalana. Con la transición española y la Constitución del 78, la pequeña burguesía catalana y sus expresiones políticas -que cuentan ya con un gobierno regional- se hacen más presentes. A finales de los ochenta y principios de los noventa el gobierno González se alinea cada vez con más frecuencia con Francia en la UE. Se abre el camino para la normalización política de Andorra, que acabará entrando en la ONU en 1994.

    Andorra se consolida entonces como un paraíso fiscal de pequeñas dimensiones, útil para la medida de las necesidades de la pequeña burguesía catalana y las redes del pujolismo, se populariza entre la burguesía corporativa española y abre oficinas en Madrid. Pero sigue siendo demasiado pequeño para servir servir a los grandes circuitos de capital internacional de un modo relevante. Para hacernos una idea, el total de recursos gestionados por la banca privada andorrana es hoy equivalente a los activos de CajaMar, la cooperativa de crédito rural española que sirve a los pequeños agricultores almerienses y murcianos. Los intentos de superar este marco provinciano durante los 90 y 2000 y acceder a nuevos fondos que gestionar (y lavar), llevarán a una crisis existencial al negocio andorrano.

    Las nuevas condiciones impuestas por EEUU tras el 11S para desmantelar las redes de financiación del jihadismo acaban en campaña contra la opacidad. La banca andorrana se pone de perfil mientras los gobiernos españoles echan una mano en la búsqueda de mercados alternativos y empiezan a llevar al gobierno andorrano a sus redes internacionales, como las Cumbres iberoamericanas, a las que se incorpora en 2004.

    Pero Francia está en otro juego imperialista y en 2009 Sarkozy presiona a la banca andorrana para regularizarse amenazando con dimitir como copríncipe. Finalmente, tras no pocos tiras y aflojas, en 2015 bajo dirección del departamento del tesoro estadounidense, España interviene uno de los principales bancos andorranos… el que había cubierto durante años la red de corrupciones y comisiones del partido y la familia del presidente de la Generalitat, Jordi Pujol. Andorra se disciplina, pasa a cumplir los requerimientos UE y se convierte en un punto verde en el mapa de la Comisión. España sigue paseando al gobierno de los pequeños banqueros montañeses por toda Sudamérica y hasta le ha dado este año la sede de la Cumbre Iberoamericana.

    Pensar que Andorra, con casi un tercio de sus residentes con nacionalidad española y esta gloriosa historia es más independiente de España que lo que Gibraltar es de Reino Unido, es una broma o un ejercicio de desinformación. Mudarse a Andorra no es irse al extranjero como refugiado fiscal, es mudarse a una región española con ventajas fiscales como Canarias, Melilla o Ceuta, sin tener que salir de la península.
     
     
    ►fin del artículo
     
     

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