El Marxismo frente a la teoría Queer
Yola Kipcak
publicado en la revista Lucha de clases en febrero de 2020
▬ 5 mensajes
Este artículo fue publicado primeramente en alemán por los camaradas de Der Funke, la sección austríaca de la Corriente Marxista Internacional. Aquí presentamos la traducción al castellano sobre esta importante cuestión que es la teoría queer. ¿Es esta teoría compatible con el marxismo? ¿Puede existir algo así como el marxismo queer? Yola Kipcak, de Viena, responde de forma negativa a esta pregunta, y explica por qué.
La opresión y la discriminación son partes integrantes del sistema dominante bajo el que vivimos, que incluye la persecución sistemática y la estigmatización de sexualidades e identidades que no se ajustan a la “norma”. Como marxistas, luchamos de forma resuelta contra cualquier forma de sexismo, discriminación y opresión. Sin embargo, también tenemos que analizar seriamente la cuestión de cómo superar las bárbaras condiciones presentes y cómo garantizar la libre expresión de todos los seres humanos, lo que implica examinar las teorías y métodos para alcanzar estos objetivos.
En este artículo abordaremos una vertiente particular de la teoría feminista/gay, que ganó popularidad específicamente durante la década de los 90. Desde entonces ha logrado cierta influencia, especialmente en las universidades, pero también sobre ciertas capas de organizaciones obreras que han adoptado las “ideas queer”. Por lo tanto, haremos un examen detallado de aquello que yace bajo la llamada teoría queer, y de cuál debería ser la posición marxista ante la misma.
¿Qué es la teoría queer?
La teoría queer surgió principalmente en los Estados Unidos en los años 90, entre círculos académicos, particularmente los ocupados con los estudios de la cuestión homosexual, en relación con el activismo gay en torno a la crisis del HIV/Sida. Originalmente, era un término ofensivo hacia los homosexuales [queer en inglés significa “marica”, raro”, Nota de LdC], pero finalmente el movimiento gay aceptó el término “queer” y le dio un giro positivo. La teoría queer usa ese término y se ocupa de lo que concibe como rupturas en la conexión entre el sexo biológico, la identidad de género y el deseo sexual –por ejemplo, transgénero, homo/bisexualidad, fetichismos, etc.– en pocas palabras, identidades o inclinaciones sexuales que son vistas como “divergentes de la regla”.
La teoría queer se centra en la cuestión de la identidad individual, en particular la identidad sexual, el género y la orientación sexual. La sexualidad es considerada como crucial para comprender al conjunto de la sociedad. La crítica literaria queer, Eve Kosofsky Sedgwick, va incluso más lejos al escribir: “una comprensión de prácticamente cualquier aspecto de la cultura occidental moderna debe ser, no tan sólo incompleta, sino errada en su contenido fundamental, en la medida en que no incorpora un análisis crítico de la definición homo/heterosexual moderna.” (Epistemología del closet, p. 1). En sus propias palabras, la teoría queer explora “cómo la sexualidad está siendo regulada y cómo también influye en, y estructura, otras áreas sociales tales como las políticas estatales y las formas culturales. Su interés principal es despojar a la sexualidad de su aparente naturalidad y hacerla visible en tanto como un producto cultural totalmente permeado por relaciones de poder” (Jagose, p. 11, traducido del alemán).
Sin embargo, la teoría queer no es una teoría realmente unificada y coherente, en tanto es mantenida deliberadamente extremadamente vaga y “diversa”, y no reivindica tener definiciones comunes. Esto tiene el efecto secundario práctico de silenciar cualquier crítica con el argumento: “Yo, por mi parte, veo esto de una forma totalmente distinta” –lo que Annamarie Jagose, una académica feminista que escribió un renombrado libro de introducción a la teoría queer, admite ella misma. Sobre el término “queer” escribe: “Su vaguedad protege a la (teoría) queer de críticas tales como la acusación de que “lesbiana” o “gay” sean tendencias excluyentes, en tanto categorías identitarias” (Jagose, p. 100).
No obstante, sería erróneo asumir que no hay puntos comunes en las posiciones de los partidarios de la teoría queer. La teoría queer se construye sobre ciertas premisas filosóficas que necesariamente conducen a una cierta forma de comprender el mundo en que vivimos, y de comprender la forma o incluso la posibilidad o no de cambiarlo.
Las premisas principales de la teoría queer, que examinaremos más detenidamente abajo, son las siguientes: nuestra identidad o género no son sino una ficción. Por consiguiente, la heterosexualidad y la homosexualidad son también una ficción cultural. Esta ficción es producida por los discursos de poder en la sociedad. Debemos descubrir cómo funcionan estos discursos y parodiarlos (ridiculizarlos, mostrar sus contradicciones, “desplazarlos”).
Crisis de identidad
No es casual que la teoría queer creciera en popularidad en los años 90. Dos décadas antes, en torno al agitado año de 1968 y a partir de entonces, el mundo vio muchos movimientos revolucionarios, como la huelga general de mayo de 1968 en Francia, el “otoño caliente” de 1969 en Italia, la Primavera de Praga en Checoslovaquia, el movimiento por los derechos civiles en varios países y muchos más.
Con la nueva oleada de lucha de clases, el movimiento de las mujeres también experimentó un nuevo auge. Sin duda muchos de los grupos radicales, feministas y gay que surgieron en ese momento, se veían a sí mismos como socialistas, o al menos vinculados a la lucha de clases. Por ejemplo, el Grupo de Mujeres Independientes (AUF, por sus siglas en alemán) fundado en 1972 en Austria, declaró en el primer número de su periódico: “El movimiento de mujeres allana el camino para una revolución sexual y cultural. Sin embargo, esto sólo puede concebirse en conexión con una revolución económica.” (AUF, Eine Frauenzeitschrift, Number 1, 1974)
Empero, luego de las traiciones a dichos movimientos revolucionarios y oleadas huelguísticas, la perspectiva de una revolución dirigida por la clase obrera comenzó a ser vista como inverosímil o imposible, por muchos activistas de izquierda desmoralizados. Sin el elemento vinculante de luchas sociales masivas que unificaban a la clase trabajadora, el final de la década de los 70 vio al movimiento gay y de mujeres desviarse hacia la política identitaria y virar de metas radicales o revolucionarias, hacia círculos pequeños, locales. Su activismo estaba ahora centrado en el intercambio de experiencias, proyectos culturales y artísticos, y en la administración de conquistadas ya alcanzadas, como los refugios para mujeres o las líneas telefónicas de emergencia. La institucionalización gradual del movimiento de mujeres a nivel del Estado –dentro de los partidos reformistas, a través de la creación de ministerios de mujeres y de cátedras y becas en las universidades-, condujeron a un fortalecimiento de las ideas pequeñoburguesas dentro del movimiento de las mujeres hacia finales de la década de los 70 y durante la década de los 80.
Las teorías feministas que retratan la lucha de clases como secundaria ante la lucha cultural contra el patriarcado, o que niegan la lucha de clases totalmente, ganaron influencia. Ya no se trataba de luchar contra la sociedad de clases y la opresión de la mujer que está enraizada en ella, sino de luchar contra el “patriarcado transhistórico” (i.e., que ha permanecido igual a lo largo de diferentes formas de sociedad). El sujeto revolucionario ya no era la clase trabajadora sino las mujeres oprimidas por los hombres. Bajo esta premisa fueron presentadas una abundancia de textos y discusiones que lidiaron con la cuestión de la esencia del patriarcado y de cómo la “mujer”, que se había convertido en el principal sujeto de análisis, podía ser definida. La idea de diferenciar entre el sexo biológico y el género, socialmente adquirido, adquirió importancia. Esta idea está expresada en la cita emblemática de Simone de Beauvoir:
«No se nace mujer: se llega a serlo. Ningún destino biológico, físico o económico define la figura que reviste en el seno de la sociedad la hembra humana; la civilización en conjunto es quien elabora ese producto intermedio entre el macho y el castrado al que se califica como femenino. Sólo la mediación de un ajeno puede constituir a un individuo como un Otro.» (El segundo sexo, p. 330).
Aquí, vemos ya las raíces de lo que luego se convertirán en las ideas centrales de la teoría queer: 1) la “mujer” como tal no existe. 2) Es moldeada y educada para convertirse en una por parte de la sociedad.
Pero si “mujer” (que ya no debe ser definida más de forma estricta por la biología) no existe – ¿quién es este sujeto que debe luchar por su emancipación? La búsqueda de la verdadera identidad femenina, del nuevo sujeto revolucionario, ocupó a los profesores y escritores de ese momento. En su búsqueda de la “esencia femenina”, algunos descubrieron la quema de brujas y vieron a la brujería y el chamanismo como una manifestación oprimida de la feminidad. Otros vieron a la “mujeridad” (womanness) escondida dentro de las esferas de la irracionalidad de la emoción o de la poesía; aun otros encontraron que sólo las lesbianas podían realmente luchar por la emancipación femenina en tanto rechazan las relaciones heteronormativas con hombres, etc. Ahora bien, la cuestión se planteó en la forma de: ¿quién debería tener el derecho de representar a las mujeres? En consecuencia, durante un período de decaimiento de la lucha de clases, la política identitaria se hundió en una crisis mucho más profunda.
La crisis fue exacerbada aún más por la disolución de la Unión Soviética. Para muchos, la creencia de que una alternativa al capitalismo era posible, se desvaneció. El júbilo malintencionado de la burguesía, que proclamaba el “fin de la historia”, tuvo como reflejo un estado de ánimo depresivo que atrapó a la izquierda, en condiciones en las que las fuerzas del marxismo eran muy débiles para presentar una alternativa visible.
Fue en este contexto que las ideas del postmodernismo –que rechaza sistemas complejos y procesos generales, niega la existencia de la realidad objetiva y en cambio construye sobre la base de pequeñas “narrativas” subjetivas– ganó popularidad. Una de sus características más comunes, es la importancia extraordinaria que los postmodernistas atribuyen al lenguaje. “¿Quién dice que hay tal cosa como la realidad detrás del lenguaje? ¡El lenguaje es la realidad!”, esta es la consigna de estos profesores postmodernos que obtienen cátedras, posiciones en la universidad y contratos de publicación de libros gracias a sus ejercicios intelectuales acrobáticos. La teoría queer, cuyas influencias principales incluyen el postestructuralismo de Foucault, el psicoanálisis de Lacan y el deconstructivismo de Derrida, están entre esas ideas.
El libro más conocido adscrito a la teoría queer es El Género en Disputa: Feminismo y la Subversión de la Identidad (1990), de Judith Butler. Nacida en 1956, profesora de filosofía con una especialización en literatura comparada, Judith Butler coincide con el medio social típico y el contexto teórico de la teoría queer. En sus primeras oraciones, ella contextualiza su libro dentro de la crisis de la política identitaria:
“En su mayoría, la teoría feminista ha asumido que existe cierta identidad, entendida mediante la categoría de las mujeres, que no sólo introduce los intereses y los objetivos feministas dentro del discurso, sino que se convierte el sujeto para el cual se procura la representación política”. Sin embargo: “Hay muy poco acuerdo acerca de qué es, o debería ser, la categoría de las mujeres”. (El género en disputa, p. 45-46)
El punto focal de la teoría queer es el individuo, el sujeto que ha caído en crisis. Su identidad es incierta y contradictoria, tal como el mundo en el que vive –está atrapado en una red de relaciones de poder y opresión-. Estos elementos centrales de la teoría queer parecieron dar voz finalmente a aquello que mucha gente sentía: la ansiedad permanente de tratar de cumplir con las exigencias del sistema. Uno debería trabajar duro, ser productivo, un hombre fuerte y bueno, una buena y comprensiva madre, una mujer profesional, saludable física y mentalmente, siempre alcanzando las estrellas. La alienación de uno mismo y el sentimiento de estar solo en un mundo, en el que cada expresión de sí mismo apenas parece ser una caricatura, finalmente fue gritada en voz alta. La cuestión fue planteada incluso en la forma de quién puede ser uno, si uno existe troquelado y presionado por la sociedad, al igual que una moneda con un valor de cambio.
La psicología de la individualización y de la necesidad vaga de resistencia en ausencia de un movimiento de masas, fueron elementos importantes de las décadas del 90 y del 2000. Lo que quizás hace a la teoría queer atractiva para algunos es el hecho de que ofrece un lenguaje que valida al sujeto, que se construye sobre el punto de vista único de sí mismo, y que describe la consciencia de uno mismo.
Las bases filosóficas de la cuestión de género
El principal argumento de la teoría queer, así como de Judith Butler, es que el problema de la política de identidad reside en su afán por hallar una “auténtica identidad” femenina. Después de todo, toda mujer es única y diferente, ¿cómo podemos determinar una definición siempre válida de “mujer” que no haya sido aún distorsionada e influida por los prejuicios de la sociedad? Toda representación de “mujer” es por lo tanto incompleta y excluye a algunas mujeres. “Mujer”, dice Butler, no existe – no es más que una proyección de prejuicios y opiniones de cuerpos humanos. No exista la mujer antes de que haya sido convertida en una por las estructuras de poder en la sociedad. No obstante, como veremos más tarde, la teoría queer no ve de ningún modo como tarea suya entender aquello que llama “estructuras de poder”, mucho menos acabar con ellas.
Aquí es necesario hacer una excursión filosófica y examinar cómo Butler llega a su razonamiento de que “mujer” (o mejor dicho “géneros”) no existen, y lo que subyace detrás de este planteamiento. Porque en la historia de la filosofía, sus afirmaciones no son nuevas ni originales. La única diferencia es que ella aplica modelos filosóficos antiguos exclusivamente a la cuestión de género. De hecho, los marxistas respondimos exhaustivamente hace más de 100 años a estos mismos argumentos que hoy están siendo repetidos por la teoría queer. Particularmente, la excelente obra de Lenin, Materialismo y empiriocriticismo, puede leerse como una refutación específica de ésta.
Como punto de partida de su razonamiento, Butler toma el dualismo entre sexo biológico y género social descritos más arriba, el cual critica. Este dualismo representa de hecho la relación entre materia e idea. ¿Cuál es el origen de “mujer” – es la naturaleza, biología, el hecho de que pueda dar a luz, o es la noción cultural de feminidad – y cuál es la relación entre estos dos aspectos?
Tras este asunto de sexo biológico y rol de género reside la cuestión de sobre qué bases filosóficas construimos nuestra visión del mundo: idealismo o materialismo – puesto que la teoría queer percibe el mundo, ante todo, a través de la lente de la cuestión de género. Friedrich Engels describió los dos enfoques opuestos de la siguiente manera:
“[…] el problema de saber qué es lo primario, si el espíritu o la naturaleza, este problema revestía, frente a la Iglesia, la forma agudizada siguiente: ¿el mundo fue creado por Dios, o existe desde toda una eternidad?
Los filósofos se dividían en dos grandes campos, según la contestación que diesen a esta pregunta. Los que afirmaban el carácter primario del espíritu frente a la naturaleza, y por tanto admitían, en última instancia, una creación del mundo bajo una u otra forma (y en muchos filósofos, por ejemplo en Hegel, la génesis es bastante más embrollada e imposible que en la religión cristiana), formaban en el campo del idealismo. Los otros, los que reputaban la naturaleza como lo primario, figuran en las diversas escuelas del materialismo”. (Engels, Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana)
Las bases filosóficas de cualquier teoría son cualquier cosa menos pedantes. Dependiendo de si vemos las ideas o la materia como fundamento del mundo, nuestra respuesta a cómo, o si, el mundo puede ser cambiado fundamentalmente, es diferente. ¿Podemos erradicar la opresión de las mujeres con ideas (por ejemplo, lenguaje, educación) o a través de cambios materiales (a través de la lucha de clases, cambiando la forma en que producimos)?
En última instancia nadie puede evadir la elección entre idealismo y materialismo. Esto no significa que muchos filósofos no hayan tratado de hacerlo. En su libro Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana, Engels menciona a los que él define como “agnósticos”, los cuales se mantienen aparte de los idealistas y los materialistas. Él se refiere a aquellos que tratan de evadir la cuestión sobre si el pensamiento o la materia es lo primario tratando éstos como dos esferas separadas.
Este agnosticismo alcanzó su máximo exponente con Immanuel Kant (1724-1804), quien asumió que la realidad material existe (a la que llamó “cosa en sí”), pero que esta realidad no puede ser realmente conocida, porque de forma predeterminada impondríamos nuestras categorías preconcebidas sobre el mundo y, por ello, la “interpretaríamos” sin ser capaces de determinar si nuestra interpretación es realmente acertada. El dualismo entre sexo y género es precisamente uno de estos agnosticismos: el cuerpo de una mujer es una cosa, los prejuicios culturales sobre las mujeres son otra cosa completamente diferente. La relación entre estos dos elementos deviene así misteriosa y desconocida.
Pero ni siquiera el genio de Kant podía eludir la cuestión de si el pensamiento o la naturaleza son lo primario. Si los humanos percibimos el mundo a través de categorías y sentidos, ¿de dónde provienen estas categorías con las que pensamos? ¿El cerebro humano y la ciencia deducen por su naturaleza o provienen de un mundo inmaterial y espiritual, en otras palabras, de un Dios? El mismo Kant responde a esta pregunta de la última manera y, a pesar de ser un genio como científico y filósofo, no dejaba de ser un idealista.
Por el contrario, el marxismo está del lado del materialismo: la materia es lo primario; nuestras ideas son funciones de nuestro cerebro, nuestros sentidos son la conexión de nuestros cuerpos (materiales) con el mundo material, nuestra cultura es una expresión de los humanos en su interacción con la naturaleza, de la que forman parte.
“La eliminación idealista del “dualismo del espíritu y del cuerpo” (es decir, el monismo idealista) consiste en que el espíritu no es función del cuerpo, que el espíritu es, por consiguiente, lo primario, que el “medio” y el “Yo” existen sólo en una conexión indisoluble de los mismos “complejos de elementos”. Fuera de esas dos formas, diametralmente opuestas, de eliminar el “dualismo del espíritu y del cuerpo”, no puede haber otra forma más que el eclecticismo, es decir, esa mezcla incoherente del materialismo con el idealismo.” (Lenin: Materialismo y empiriocriticismo, capítulo 1, sección 5: ¿Piensa el hombre con el cerebro?)
Yola Kipcak
publicado en la revista Lucha de clases en febrero de 2020
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Este artículo fue publicado primeramente en alemán por los camaradas de Der Funke, la sección austríaca de la Corriente Marxista Internacional. Aquí presentamos la traducción al castellano sobre esta importante cuestión que es la teoría queer. ¿Es esta teoría compatible con el marxismo? ¿Puede existir algo así como el marxismo queer? Yola Kipcak, de Viena, responde de forma negativa a esta pregunta, y explica por qué.
La opresión y la discriminación son partes integrantes del sistema dominante bajo el que vivimos, que incluye la persecución sistemática y la estigmatización de sexualidades e identidades que no se ajustan a la “norma”. Como marxistas, luchamos de forma resuelta contra cualquier forma de sexismo, discriminación y opresión. Sin embargo, también tenemos que analizar seriamente la cuestión de cómo superar las bárbaras condiciones presentes y cómo garantizar la libre expresión de todos los seres humanos, lo que implica examinar las teorías y métodos para alcanzar estos objetivos.
En este artículo abordaremos una vertiente particular de la teoría feminista/gay, que ganó popularidad específicamente durante la década de los 90. Desde entonces ha logrado cierta influencia, especialmente en las universidades, pero también sobre ciertas capas de organizaciones obreras que han adoptado las “ideas queer”. Por lo tanto, haremos un examen detallado de aquello que yace bajo la llamada teoría queer, y de cuál debería ser la posición marxista ante la misma.
¿Qué es la teoría queer?
La teoría queer surgió principalmente en los Estados Unidos en los años 90, entre círculos académicos, particularmente los ocupados con los estudios de la cuestión homosexual, en relación con el activismo gay en torno a la crisis del HIV/Sida. Originalmente, era un término ofensivo hacia los homosexuales [queer en inglés significa “marica”, raro”, Nota de LdC], pero finalmente el movimiento gay aceptó el término “queer” y le dio un giro positivo. La teoría queer usa ese término y se ocupa de lo que concibe como rupturas en la conexión entre el sexo biológico, la identidad de género y el deseo sexual –por ejemplo, transgénero, homo/bisexualidad, fetichismos, etc.– en pocas palabras, identidades o inclinaciones sexuales que son vistas como “divergentes de la regla”.
La teoría queer se centra en la cuestión de la identidad individual, en particular la identidad sexual, el género y la orientación sexual. La sexualidad es considerada como crucial para comprender al conjunto de la sociedad. La crítica literaria queer, Eve Kosofsky Sedgwick, va incluso más lejos al escribir: “una comprensión de prácticamente cualquier aspecto de la cultura occidental moderna debe ser, no tan sólo incompleta, sino errada en su contenido fundamental, en la medida en que no incorpora un análisis crítico de la definición homo/heterosexual moderna.” (Epistemología del closet, p. 1). En sus propias palabras, la teoría queer explora “cómo la sexualidad está siendo regulada y cómo también influye en, y estructura, otras áreas sociales tales como las políticas estatales y las formas culturales. Su interés principal es despojar a la sexualidad de su aparente naturalidad y hacerla visible en tanto como un producto cultural totalmente permeado por relaciones de poder” (Jagose, p. 11, traducido del alemán).
Sin embargo, la teoría queer no es una teoría realmente unificada y coherente, en tanto es mantenida deliberadamente extremadamente vaga y “diversa”, y no reivindica tener definiciones comunes. Esto tiene el efecto secundario práctico de silenciar cualquier crítica con el argumento: “Yo, por mi parte, veo esto de una forma totalmente distinta” –lo que Annamarie Jagose, una académica feminista que escribió un renombrado libro de introducción a la teoría queer, admite ella misma. Sobre el término “queer” escribe: “Su vaguedad protege a la (teoría) queer de críticas tales como la acusación de que “lesbiana” o “gay” sean tendencias excluyentes, en tanto categorías identitarias” (Jagose, p. 100).
No obstante, sería erróneo asumir que no hay puntos comunes en las posiciones de los partidarios de la teoría queer. La teoría queer se construye sobre ciertas premisas filosóficas que necesariamente conducen a una cierta forma de comprender el mundo en que vivimos, y de comprender la forma o incluso la posibilidad o no de cambiarlo.
Las premisas principales de la teoría queer, que examinaremos más detenidamente abajo, son las siguientes: nuestra identidad o género no son sino una ficción. Por consiguiente, la heterosexualidad y la homosexualidad son también una ficción cultural. Esta ficción es producida por los discursos de poder en la sociedad. Debemos descubrir cómo funcionan estos discursos y parodiarlos (ridiculizarlos, mostrar sus contradicciones, “desplazarlos”).
Crisis de identidad
No es casual que la teoría queer creciera en popularidad en los años 90. Dos décadas antes, en torno al agitado año de 1968 y a partir de entonces, el mundo vio muchos movimientos revolucionarios, como la huelga general de mayo de 1968 en Francia, el “otoño caliente” de 1969 en Italia, la Primavera de Praga en Checoslovaquia, el movimiento por los derechos civiles en varios países y muchos más.
Con la nueva oleada de lucha de clases, el movimiento de las mujeres también experimentó un nuevo auge. Sin duda muchos de los grupos radicales, feministas y gay que surgieron en ese momento, se veían a sí mismos como socialistas, o al menos vinculados a la lucha de clases. Por ejemplo, el Grupo de Mujeres Independientes (AUF, por sus siglas en alemán) fundado en 1972 en Austria, declaró en el primer número de su periódico: “El movimiento de mujeres allana el camino para una revolución sexual y cultural. Sin embargo, esto sólo puede concebirse en conexión con una revolución económica.” (AUF, Eine Frauenzeitschrift, Number 1, 1974)
Empero, luego de las traiciones a dichos movimientos revolucionarios y oleadas huelguísticas, la perspectiva de una revolución dirigida por la clase obrera comenzó a ser vista como inverosímil o imposible, por muchos activistas de izquierda desmoralizados. Sin el elemento vinculante de luchas sociales masivas que unificaban a la clase trabajadora, el final de la década de los 70 vio al movimiento gay y de mujeres desviarse hacia la política identitaria y virar de metas radicales o revolucionarias, hacia círculos pequeños, locales. Su activismo estaba ahora centrado en el intercambio de experiencias, proyectos culturales y artísticos, y en la administración de conquistadas ya alcanzadas, como los refugios para mujeres o las líneas telefónicas de emergencia. La institucionalización gradual del movimiento de mujeres a nivel del Estado –dentro de los partidos reformistas, a través de la creación de ministerios de mujeres y de cátedras y becas en las universidades-, condujeron a un fortalecimiento de las ideas pequeñoburguesas dentro del movimiento de las mujeres hacia finales de la década de los 70 y durante la década de los 80.
Las teorías feministas que retratan la lucha de clases como secundaria ante la lucha cultural contra el patriarcado, o que niegan la lucha de clases totalmente, ganaron influencia. Ya no se trataba de luchar contra la sociedad de clases y la opresión de la mujer que está enraizada en ella, sino de luchar contra el “patriarcado transhistórico” (i.e., que ha permanecido igual a lo largo de diferentes formas de sociedad). El sujeto revolucionario ya no era la clase trabajadora sino las mujeres oprimidas por los hombres. Bajo esta premisa fueron presentadas una abundancia de textos y discusiones que lidiaron con la cuestión de la esencia del patriarcado y de cómo la “mujer”, que se había convertido en el principal sujeto de análisis, podía ser definida. La idea de diferenciar entre el sexo biológico y el género, socialmente adquirido, adquirió importancia. Esta idea está expresada en la cita emblemática de Simone de Beauvoir:
«No se nace mujer: se llega a serlo. Ningún destino biológico, físico o económico define la figura que reviste en el seno de la sociedad la hembra humana; la civilización en conjunto es quien elabora ese producto intermedio entre el macho y el castrado al que se califica como femenino. Sólo la mediación de un ajeno puede constituir a un individuo como un Otro.» (El segundo sexo, p. 330).
Aquí, vemos ya las raíces de lo que luego se convertirán en las ideas centrales de la teoría queer: 1) la “mujer” como tal no existe. 2) Es moldeada y educada para convertirse en una por parte de la sociedad.
Pero si “mujer” (que ya no debe ser definida más de forma estricta por la biología) no existe – ¿quién es este sujeto que debe luchar por su emancipación? La búsqueda de la verdadera identidad femenina, del nuevo sujeto revolucionario, ocupó a los profesores y escritores de ese momento. En su búsqueda de la “esencia femenina”, algunos descubrieron la quema de brujas y vieron a la brujería y el chamanismo como una manifestación oprimida de la feminidad. Otros vieron a la “mujeridad” (womanness) escondida dentro de las esferas de la irracionalidad de la emoción o de la poesía; aun otros encontraron que sólo las lesbianas podían realmente luchar por la emancipación femenina en tanto rechazan las relaciones heteronormativas con hombres, etc. Ahora bien, la cuestión se planteó en la forma de: ¿quién debería tener el derecho de representar a las mujeres? En consecuencia, durante un período de decaimiento de la lucha de clases, la política identitaria se hundió en una crisis mucho más profunda.
La crisis fue exacerbada aún más por la disolución de la Unión Soviética. Para muchos, la creencia de que una alternativa al capitalismo era posible, se desvaneció. El júbilo malintencionado de la burguesía, que proclamaba el “fin de la historia”, tuvo como reflejo un estado de ánimo depresivo que atrapó a la izquierda, en condiciones en las que las fuerzas del marxismo eran muy débiles para presentar una alternativa visible.
Fue en este contexto que las ideas del postmodernismo –que rechaza sistemas complejos y procesos generales, niega la existencia de la realidad objetiva y en cambio construye sobre la base de pequeñas “narrativas” subjetivas– ganó popularidad. Una de sus características más comunes, es la importancia extraordinaria que los postmodernistas atribuyen al lenguaje. “¿Quién dice que hay tal cosa como la realidad detrás del lenguaje? ¡El lenguaje es la realidad!”, esta es la consigna de estos profesores postmodernos que obtienen cátedras, posiciones en la universidad y contratos de publicación de libros gracias a sus ejercicios intelectuales acrobáticos. La teoría queer, cuyas influencias principales incluyen el postestructuralismo de Foucault, el psicoanálisis de Lacan y el deconstructivismo de Derrida, están entre esas ideas.
El libro más conocido adscrito a la teoría queer es El Género en Disputa: Feminismo y la Subversión de la Identidad (1990), de Judith Butler. Nacida en 1956, profesora de filosofía con una especialización en literatura comparada, Judith Butler coincide con el medio social típico y el contexto teórico de la teoría queer. En sus primeras oraciones, ella contextualiza su libro dentro de la crisis de la política identitaria:
“En su mayoría, la teoría feminista ha asumido que existe cierta identidad, entendida mediante la categoría de las mujeres, que no sólo introduce los intereses y los objetivos feministas dentro del discurso, sino que se convierte el sujeto para el cual se procura la representación política”. Sin embargo: “Hay muy poco acuerdo acerca de qué es, o debería ser, la categoría de las mujeres”. (El género en disputa, p. 45-46)
El punto focal de la teoría queer es el individuo, el sujeto que ha caído en crisis. Su identidad es incierta y contradictoria, tal como el mundo en el que vive –está atrapado en una red de relaciones de poder y opresión-. Estos elementos centrales de la teoría queer parecieron dar voz finalmente a aquello que mucha gente sentía: la ansiedad permanente de tratar de cumplir con las exigencias del sistema. Uno debería trabajar duro, ser productivo, un hombre fuerte y bueno, una buena y comprensiva madre, una mujer profesional, saludable física y mentalmente, siempre alcanzando las estrellas. La alienación de uno mismo y el sentimiento de estar solo en un mundo, en el que cada expresión de sí mismo apenas parece ser una caricatura, finalmente fue gritada en voz alta. La cuestión fue planteada incluso en la forma de quién puede ser uno, si uno existe troquelado y presionado por la sociedad, al igual que una moneda con un valor de cambio.
La psicología de la individualización y de la necesidad vaga de resistencia en ausencia de un movimiento de masas, fueron elementos importantes de las décadas del 90 y del 2000. Lo que quizás hace a la teoría queer atractiva para algunos es el hecho de que ofrece un lenguaje que valida al sujeto, que se construye sobre el punto de vista único de sí mismo, y que describe la consciencia de uno mismo.
Las bases filosóficas de la cuestión de género
El principal argumento de la teoría queer, así como de Judith Butler, es que el problema de la política de identidad reside en su afán por hallar una “auténtica identidad” femenina. Después de todo, toda mujer es única y diferente, ¿cómo podemos determinar una definición siempre válida de “mujer” que no haya sido aún distorsionada e influida por los prejuicios de la sociedad? Toda representación de “mujer” es por lo tanto incompleta y excluye a algunas mujeres. “Mujer”, dice Butler, no existe – no es más que una proyección de prejuicios y opiniones de cuerpos humanos. No exista la mujer antes de que haya sido convertida en una por las estructuras de poder en la sociedad. No obstante, como veremos más tarde, la teoría queer no ve de ningún modo como tarea suya entender aquello que llama “estructuras de poder”, mucho menos acabar con ellas.
Aquí es necesario hacer una excursión filosófica y examinar cómo Butler llega a su razonamiento de que “mujer” (o mejor dicho “géneros”) no existen, y lo que subyace detrás de este planteamiento. Porque en la historia de la filosofía, sus afirmaciones no son nuevas ni originales. La única diferencia es que ella aplica modelos filosóficos antiguos exclusivamente a la cuestión de género. De hecho, los marxistas respondimos exhaustivamente hace más de 100 años a estos mismos argumentos que hoy están siendo repetidos por la teoría queer. Particularmente, la excelente obra de Lenin, Materialismo y empiriocriticismo, puede leerse como una refutación específica de ésta.
Como punto de partida de su razonamiento, Butler toma el dualismo entre sexo biológico y género social descritos más arriba, el cual critica. Este dualismo representa de hecho la relación entre materia e idea. ¿Cuál es el origen de “mujer” – es la naturaleza, biología, el hecho de que pueda dar a luz, o es la noción cultural de feminidad – y cuál es la relación entre estos dos aspectos?
Tras este asunto de sexo biológico y rol de género reside la cuestión de sobre qué bases filosóficas construimos nuestra visión del mundo: idealismo o materialismo – puesto que la teoría queer percibe el mundo, ante todo, a través de la lente de la cuestión de género. Friedrich Engels describió los dos enfoques opuestos de la siguiente manera:
“[…] el problema de saber qué es lo primario, si el espíritu o la naturaleza, este problema revestía, frente a la Iglesia, la forma agudizada siguiente: ¿el mundo fue creado por Dios, o existe desde toda una eternidad?
Los filósofos se dividían en dos grandes campos, según la contestación que diesen a esta pregunta. Los que afirmaban el carácter primario del espíritu frente a la naturaleza, y por tanto admitían, en última instancia, una creación del mundo bajo una u otra forma (y en muchos filósofos, por ejemplo en Hegel, la génesis es bastante más embrollada e imposible que en la religión cristiana), formaban en el campo del idealismo. Los otros, los que reputaban la naturaleza como lo primario, figuran en las diversas escuelas del materialismo”. (Engels, Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana)
Las bases filosóficas de cualquier teoría son cualquier cosa menos pedantes. Dependiendo de si vemos las ideas o la materia como fundamento del mundo, nuestra respuesta a cómo, o si, el mundo puede ser cambiado fundamentalmente, es diferente. ¿Podemos erradicar la opresión de las mujeres con ideas (por ejemplo, lenguaje, educación) o a través de cambios materiales (a través de la lucha de clases, cambiando la forma en que producimos)?
En última instancia nadie puede evadir la elección entre idealismo y materialismo. Esto no significa que muchos filósofos no hayan tratado de hacerlo. En su libro Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana, Engels menciona a los que él define como “agnósticos”, los cuales se mantienen aparte de los idealistas y los materialistas. Él se refiere a aquellos que tratan de evadir la cuestión sobre si el pensamiento o la materia es lo primario tratando éstos como dos esferas separadas.
Este agnosticismo alcanzó su máximo exponente con Immanuel Kant (1724-1804), quien asumió que la realidad material existe (a la que llamó “cosa en sí”), pero que esta realidad no puede ser realmente conocida, porque de forma predeterminada impondríamos nuestras categorías preconcebidas sobre el mundo y, por ello, la “interpretaríamos” sin ser capaces de determinar si nuestra interpretación es realmente acertada. El dualismo entre sexo y género es precisamente uno de estos agnosticismos: el cuerpo de una mujer es una cosa, los prejuicios culturales sobre las mujeres son otra cosa completamente diferente. La relación entre estos dos elementos deviene así misteriosa y desconocida.
Pero ni siquiera el genio de Kant podía eludir la cuestión de si el pensamiento o la naturaleza son lo primario. Si los humanos percibimos el mundo a través de categorías y sentidos, ¿de dónde provienen estas categorías con las que pensamos? ¿El cerebro humano y la ciencia deducen por su naturaleza o provienen de un mundo inmaterial y espiritual, en otras palabras, de un Dios? El mismo Kant responde a esta pregunta de la última manera y, a pesar de ser un genio como científico y filósofo, no dejaba de ser un idealista.
Por el contrario, el marxismo está del lado del materialismo: la materia es lo primario; nuestras ideas son funciones de nuestro cerebro, nuestros sentidos son la conexión de nuestros cuerpos (materiales) con el mundo material, nuestra cultura es una expresión de los humanos en su interacción con la naturaleza, de la que forman parte.
“La eliminación idealista del “dualismo del espíritu y del cuerpo” (es decir, el monismo idealista) consiste en que el espíritu no es función del cuerpo, que el espíritu es, por consiguiente, lo primario, que el “medio” y el “Yo” existen sólo en una conexión indisoluble de los mismos “complejos de elementos”. Fuera de esas dos formas, diametralmente opuestas, de eliminar el “dualismo del espíritu y del cuerpo”, no puede haber otra forma más que el eclecticismo, es decir, esa mezcla incoherente del materialismo con el idealismo.” (Lenin: Materialismo y empiriocriticismo, capítulo 1, sección 5: ¿Piensa el hombre con el cerebro?)
Última edición por lolagallego el Vie Ene 22, 2021 10:56 pm, editado 1 vez