El Ayuntamiento de Valencia deja pasar otro aniversario de la II República para recordar el momento en que la ciudad ostentó la capitalidad oficial del Estado, al tiempo que sigue rindiendo tributo en calles y documentos oficiales a numerosas figuras franquistas
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Entre el 6 de noviembre de 1936 y el 31 de octubre de 1937, la capital del Estado español fue Valencia, propiciando a la ciudad el momento de mayor relevancia administrativa de su historia. Sin embargo, atendiendo al relato oficial de su pasado que emana de su administración local, o simplemente consultando su callejero, el ciudadano apenas puede encontrar un vestigio de que aquel hito realmente llegara a pasar.
"El olvido por parte del Ayuntamiento es total", señala José María Azkárraga. Coordinador del libro Valencia 1931-1939. Guía Urbana, editado con motivo 70 aniversario de esa capitalidad. Azkárraga es, sin embargo, responsable a título personal de que la memoria de aquella efeméride siga viva, pues periódicamente programa excursiones en las que ejerce de guía por algunos vestigios de aquellos intensos 12 meses de historia de la ciudad, la herencia republicana y las huellas de la Guerra Civil.
"Aquella fue una capitalidad forzada por las circunstancias de la guerra, pero no cabe duda de que esa situación, unida a sus prestaciones como ciudad de retaguardia, le proporcionó la mayor importancia que haya tenido", señala Azkárraga; gracias al cual, el pasado domingo 13 de abril, un centenar de personas pudieron imaginar cómo latía la calle de la Paz en julio de 1937 inundada de los militantes y artistas asistentes al 2º Congreso de Intelectuales antifascistas.
Eso sí, solo lo pudieron imaginar, porque en la vía, pese a su buena conservación arquitectónica, sólo figura una placa conmemorando aquel evento al que asistieron entre otros Pablo Neruda, Nicolás Guillén, Ernest Hemingway, Octavio Paz o André Malraux. Mientras, los antiguos cafés en los que Miguel Hernández compartió mesa con los corresponsales de la prensa internacional, se han convertido en tiendas de moda o de instrumentos después de años sin reivindicar su pasado.
Un olvido intencionado
Esa placa es excepcional y fue emplazada por el equipo municipal del alcalde socialista Ricard Pérez Casado en la celebración del cincuentenario del congreso, hace ya más de dos décadas. Al margen de ella, la ciudad carece de más señalítica en referencia a aquellos días y, como recuerda el concejal socialista Salvador Broseta, "el escaso ejercicio de memoria histórica" puesto en práctica -como una desapercibida declaración institucional en 2012 recordando el encuentro de intelectuales antifascistas- "responde a iniciativas de la oposición".
¿Pero es un olvido casual o intencionado?
Un suceso reciente ofrece la primera pista. Tras años solicitándose el reconocimiento por parte de la oposición, el presidente de España durante la II República, Manuel Azaña, recibió el pasado mes de marzo una calle en Valencia. Eso sí, la vía elegida para rendirle homenaje elegida por el equipo de Rita Barberá fue el callejón que da acceso a un centro comercial que tiene señalada su dirección comercial en una vía colindante. Nadie remitirá pues una carta a la calle Manuel Azaña de Valencia.
El presidente se sumaba así al particular trato que la alcaldía de Valencia viene deparando a los principales actores de la Valencia republicana desde que Rita Barberá accedió al poder. Guillermina Medrano, la primera mujer concejal del Ayuntamiento de la ciudad precisamente durante la II República, recibió su calle en la pequeña y aislada pedanía de Borbotó. El poeta García Lorca sí tiene una avenida, aunque sin salida y sin vida, emparedada entre el muro trasero de un colegio y la tupida red de vías del tren que atraviesa la ciudad. Josep Renau, el artista plástico valenciano más influyente de la historia y responsable de la salvación de los tesoros del Museo del Prado de los bombardeos fascistas, también recibió -tras numerosas peticiones de colectivos y personalidades del mundo de la cultura- un pequeño callejón sin salida en la pedanía de Borbotó. Cuatro más allá que la de Medrano.
Esta marginalidad en el callejero de los defensores de la legalidad contrasta con la permanencia en el mismo de no menos de una treintena de figuras franquistas, que todavía dan nombre a algunas de las principales vías de la que fuera capital de la II República. No hace más de un año y medio, la última moción del grupo municipal socialista solicitando su retirada recibió una sorprendente negativa. "Tiempo ha habido desde la primera etapa de los ayuntamientos democráticos en abril de 1979, con gobiernos socialistas y comunistas, para haber llevado a efecto tales acuerdos, y en ningún caso se plantearon", respondió el equipo de Barberá.
Para Matías Alonso, coordinador del Grupo para la Recuperación de la Memoria Histórica, ese argumento -al que adjuntan las "molestias" y el "coste" que el cambio de nomenclatura pudiera ocasionar a los vecinos y que la petición no fuera acompañada de una "mínima documentación acreditativa"- no es más que "una patraña". Y no le resulta difícil aportar argumentos a su conclusión: "También hemos pedido que se retiren del cuadro de honor de la ciudad numerosos honores a generales y destacadas figuras franquistas, lo que no generaría molestias ni costaría ni un euro, pero ahí siguen. ¿Hay que recordar quién fue Luis Carrero Blanco?".
Azkárraga y Alonso recuerdan, no obstante, que los franquistas que permanecen en el callejero son "desapercibidos falangistas", pues las principales figuras desaparecieron de la señalítica durante los primeros ayuntamientos socialistas. Sin embargo, aún es visible numerosa simbología franquista, que Azkárraga invita a no retirar, aunque con un matiz: "Mucha de la simbología franquista hoy en día ha perdido su significado, pero de no desaparecer, debería advertirse cual es, pues el hecho de que aún permanezca habla muy claramente de cómo ha sido la transición".
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Un patrimonio descuidado y abandonado
Frente a esa permanencia franquista, el deterioro del patrimonio de la Valencia de la II República aún se hace más relevante. "No existe ningún tipo de cuidado" apunta José María Azkárraga, que resume la actuación municipal sobre las instalaciones republicanas en el estado de abandono de los numerosos refugios antiaéreos de la ciudad. Una situación que contrasta con los ejemplos de Gandia, Alcoi, Almería o Barcelona, ciudades en las que algunos de estos refugios son visitables y reclamos del turismo histórico.
Rita Barberá y su equipo, en cambio, mantienen una actitud diametralmente opuesta. "Hace unos años intermediamos en la solicitud realizada por el Grupo de Recreación Histórica Línea XYZ, junto al escritor Jorge Vera, para la cesión de uno de los múltiples refugios de la ciudad con el fin de establecer en él un museo, pero Barberá convirtió la petición en un debate guerracivilista en el que no faltaron discursos de concejales populares criminalizando al Frente Popular. Y todo en el mismo hemiciclo en el que se reunieron las Cortes de la República durante aquella capitalidad", recuerda Alonso.
Y con esta desidia el patrimonio va despareciendo. En la actualidad, Azkárraga denuncia cómo el derribo de un edificio junto al refugio de la calle Serranos, está empeorando su frágil conservación -o abandono- "natural"; la que, en definitiva, sufren el resto de refugios de la ciudad. Del mismo modo, como denunció el grupo municipal de Compromís el pasado mes de enero, el palacete de Aben Al Abbar en el barrio de Algirós, que tiene el valor simbólico de haber sido el lugar donde hizo la última reunión el gobierno de la Segunda República Española antes de su exilio, se encuentra en un estado ruinoso y de extremo abandono, con el riesgo de colapso total de su estructura.
Y todo, mientras cada 14 de abril es obviado por la administración local como una oportunidad para reivindicar un episodio de indudable protagonismo, que permanece vivo en la memoria colectiva gracias al trabajo unilateral de entidades como la Universitat de Valencia, que sí realizaron en el 70 aniversario de esa capitalidad numerosos actos de recuperación de la memoria colectiva.
"Que Valencia fuera durante un año la capital de España, debería ser motivo de orgullo y reivindicación de todos, a menos que uno piense que la oficialidad en el 36 era la que proponían los golpistas", apunta Alonso, señalando una incongruencia en la que el equipo de gobierno de Rita Barberá se retrata año tras año.
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Entre el 6 de noviembre de 1936 y el 31 de octubre de 1937, la capital del Estado español fue Valencia, propiciando a la ciudad el momento de mayor relevancia administrativa de su historia. Sin embargo, atendiendo al relato oficial de su pasado que emana de su administración local, o simplemente consultando su callejero, el ciudadano apenas puede encontrar un vestigio de que aquel hito realmente llegara a pasar.
"El olvido por parte del Ayuntamiento es total", señala José María Azkárraga. Coordinador del libro Valencia 1931-1939. Guía Urbana, editado con motivo 70 aniversario de esa capitalidad. Azkárraga es, sin embargo, responsable a título personal de que la memoria de aquella efeméride siga viva, pues periódicamente programa excursiones en las que ejerce de guía por algunos vestigios de aquellos intensos 12 meses de historia de la ciudad, la herencia republicana y las huellas de la Guerra Civil.
"Aquella fue una capitalidad forzada por las circunstancias de la guerra, pero no cabe duda de que esa situación, unida a sus prestaciones como ciudad de retaguardia, le proporcionó la mayor importancia que haya tenido", señala Azkárraga; gracias al cual, el pasado domingo 13 de abril, un centenar de personas pudieron imaginar cómo latía la calle de la Paz en julio de 1937 inundada de los militantes y artistas asistentes al 2º Congreso de Intelectuales antifascistas.
Eso sí, solo lo pudieron imaginar, porque en la vía, pese a su buena conservación arquitectónica, sólo figura una placa conmemorando aquel evento al que asistieron entre otros Pablo Neruda, Nicolás Guillén, Ernest Hemingway, Octavio Paz o André Malraux. Mientras, los antiguos cafés en los que Miguel Hernández compartió mesa con los corresponsales de la prensa internacional, se han convertido en tiendas de moda o de instrumentos después de años sin reivindicar su pasado.
Un olvido intencionado
Esa placa es excepcional y fue emplazada por el equipo municipal del alcalde socialista Ricard Pérez Casado en la celebración del cincuentenario del congreso, hace ya más de dos décadas. Al margen de ella, la ciudad carece de más señalítica en referencia a aquellos días y, como recuerda el concejal socialista Salvador Broseta, "el escaso ejercicio de memoria histórica" puesto en práctica -como una desapercibida declaración institucional en 2012 recordando el encuentro de intelectuales antifascistas- "responde a iniciativas de la oposición".
¿Pero es un olvido casual o intencionado?
Un suceso reciente ofrece la primera pista. Tras años solicitándose el reconocimiento por parte de la oposición, el presidente de España durante la II República, Manuel Azaña, recibió el pasado mes de marzo una calle en Valencia. Eso sí, la vía elegida para rendirle homenaje elegida por el equipo de Rita Barberá fue el callejón que da acceso a un centro comercial que tiene señalada su dirección comercial en una vía colindante. Nadie remitirá pues una carta a la calle Manuel Azaña de Valencia.
El presidente se sumaba así al particular trato que la alcaldía de Valencia viene deparando a los principales actores de la Valencia republicana desde que Rita Barberá accedió al poder. Guillermina Medrano, la primera mujer concejal del Ayuntamiento de la ciudad precisamente durante la II República, recibió su calle en la pequeña y aislada pedanía de Borbotó. El poeta García Lorca sí tiene una avenida, aunque sin salida y sin vida, emparedada entre el muro trasero de un colegio y la tupida red de vías del tren que atraviesa la ciudad. Josep Renau, el artista plástico valenciano más influyente de la historia y responsable de la salvación de los tesoros del Museo del Prado de los bombardeos fascistas, también recibió -tras numerosas peticiones de colectivos y personalidades del mundo de la cultura- un pequeño callejón sin salida en la pedanía de Borbotó. Cuatro más allá que la de Medrano.
Esta marginalidad en el callejero de los defensores de la legalidad contrasta con la permanencia en el mismo de no menos de una treintena de figuras franquistas, que todavía dan nombre a algunas de las principales vías de la que fuera capital de la II República. No hace más de un año y medio, la última moción del grupo municipal socialista solicitando su retirada recibió una sorprendente negativa. "Tiempo ha habido desde la primera etapa de los ayuntamientos democráticos en abril de 1979, con gobiernos socialistas y comunistas, para haber llevado a efecto tales acuerdos, y en ningún caso se plantearon", respondió el equipo de Barberá.
Para Matías Alonso, coordinador del Grupo para la Recuperación de la Memoria Histórica, ese argumento -al que adjuntan las "molestias" y el "coste" que el cambio de nomenclatura pudiera ocasionar a los vecinos y que la petición no fuera acompañada de una "mínima documentación acreditativa"- no es más que "una patraña". Y no le resulta difícil aportar argumentos a su conclusión: "También hemos pedido que se retiren del cuadro de honor de la ciudad numerosos honores a generales y destacadas figuras franquistas, lo que no generaría molestias ni costaría ni un euro, pero ahí siguen. ¿Hay que recordar quién fue Luis Carrero Blanco?".
Azkárraga y Alonso recuerdan, no obstante, que los franquistas que permanecen en el callejero son "desapercibidos falangistas", pues las principales figuras desaparecieron de la señalítica durante los primeros ayuntamientos socialistas. Sin embargo, aún es visible numerosa simbología franquista, que Azkárraga invita a no retirar, aunque con un matiz: "Mucha de la simbología franquista hoy en día ha perdido su significado, pero de no desaparecer, debería advertirse cual es, pues el hecho de que aún permanezca habla muy claramente de cómo ha sido la transición".
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Un patrimonio descuidado y abandonado
Frente a esa permanencia franquista, el deterioro del patrimonio de la Valencia de la II República aún se hace más relevante. "No existe ningún tipo de cuidado" apunta José María Azkárraga, que resume la actuación municipal sobre las instalaciones republicanas en el estado de abandono de los numerosos refugios antiaéreos de la ciudad. Una situación que contrasta con los ejemplos de Gandia, Alcoi, Almería o Barcelona, ciudades en las que algunos de estos refugios son visitables y reclamos del turismo histórico.
Rita Barberá y su equipo, en cambio, mantienen una actitud diametralmente opuesta. "Hace unos años intermediamos en la solicitud realizada por el Grupo de Recreación Histórica Línea XYZ, junto al escritor Jorge Vera, para la cesión de uno de los múltiples refugios de la ciudad con el fin de establecer en él un museo, pero Barberá convirtió la petición en un debate guerracivilista en el que no faltaron discursos de concejales populares criminalizando al Frente Popular. Y todo en el mismo hemiciclo en el que se reunieron las Cortes de la República durante aquella capitalidad", recuerda Alonso.
Y con esta desidia el patrimonio va despareciendo. En la actualidad, Azkárraga denuncia cómo el derribo de un edificio junto al refugio de la calle Serranos, está empeorando su frágil conservación -o abandono- "natural"; la que, en definitiva, sufren el resto de refugios de la ciudad. Del mismo modo, como denunció el grupo municipal de Compromís el pasado mes de enero, el palacete de Aben Al Abbar en el barrio de Algirós, que tiene el valor simbólico de haber sido el lugar donde hizo la última reunión el gobierno de la Segunda República Española antes de su exilio, se encuentra en un estado ruinoso y de extremo abandono, con el riesgo de colapso total de su estructura.
Y todo, mientras cada 14 de abril es obviado por la administración local como una oportunidad para reivindicar un episodio de indudable protagonismo, que permanece vivo en la memoria colectiva gracias al trabajo unilateral de entidades como la Universitat de Valencia, que sí realizaron en el 70 aniversario de esa capitalidad numerosos actos de recuperación de la memoria colectiva.
"Que Valencia fuera durante un año la capital de España, debería ser motivo de orgullo y reivindicación de todos, a menos que uno piense que la oficialidad en el 36 era la que proponían los golpistas", apunta Alonso, señalando una incongruencia en la que el equipo de gobierno de Rita Barberá se retrata año tras año.