Una ciudad de la España cristiana hace mil años (Estampas de la vida en León hace mil años)
Claudio Sánchez-Albornoz - año 1926
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Tenía razón el buen abad. León era un solo y gran cenobio: en cada corte se levantaba un claustro y en cada calle cuatro templos. Y aun ignoraba el huésped de don Arias que muy poco después, apenas comenzado el siglo XI, se consagrarían diversos y nuevos monasterios: a San Julián, en el corazón de la ciudad; a Santa Leocadia, en la carrera que iba de la Puerta del Obispo a la Cauriense; a San Vicente, junto a Santa María; a San Pedro, cerca de la Puerta del Conde; a San Román, en las inmediaciones de la Cauriense; a San Juan Bautista, en la corte de Aldoara, apoyada en el Archo de Rege; a San Félix y a Santa Marina, también dentro de la cerca murada, y la iglesia de San Martín, en el mercado.
Con la enumeración del último cenobio se terminan los lomos en adobo y surge entonces un humeante y oloroso guisado de ánade y de gallina, servido en un mensorio dorado y de gran peso. Con un trulione o cucharón ebúrneo o de marfil y con unas tenacillas o tenaces, pasa cada comensal a su scala o escudilla argéntea los trozos de guisado que le agradan; y trasiégalos luego de la scala a la boca con el intermedio de la oportuna cocleare o cuchara de plata y con frecuencia de los dedos.
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Tenía razón el buen abad. León era un solo y gran cenobio: en cada corte se levantaba un claustro y en cada calle cuatro templos. Y aun ignoraba el huésped de don Arias que muy poco después, apenas comenzado el siglo XI, se consagrarían diversos y nuevos monasterios: a San Julián, en el corazón de la ciudad; a Santa Leocadia, en la carrera que iba de la Puerta del Obispo a la Cauriense; a San Vicente, junto a Santa María; a San Pedro, cerca de la Puerta del Conde; a San Román, en las inmediaciones de la Cauriense; a San Juan Bautista, en la corte de Aldoara, apoyada en el Archo de Rege; a San Félix y a Santa Marina, también dentro de la cerca murada, y la iglesia de San Martín, en el mercado.
Con la enumeración del último cenobio se terminan los lomos en adobo y surge entonces un humeante y oloroso guisado de ánade y de gallina, servido en un mensorio dorado y de gran peso. Con un trulione o cucharón ebúrneo o de marfil y con unas tenacillas o tenaces, pasa cada comensal a su scala o escudilla argéntea los trozos de guisado que le agradan; y trasiégalos luego de la scala a la boca con el intermedio de la oportuna cocleare o cuchara de plata y con frecuencia de los dedos.