La naturalización de la violación sexual. La otra cara de Pablo Neruda
publicado en el blog del viejo topo en octubre de 2015 - firmado por @VigneVT
Hablamos de explotación, opresión, dominación... Pero a menudo los hombres, tienden a olvidar el plus de explotación, opresión y dominación que sufren las mujeres por el hecho de ser mujeres.
El Pablo Neruda mítico
Pablo Neruda está considerado como uno de los grandes poetas del siglo XX. En 1965 recibió el Doctorado Honoris Causa por la Universidad de Oxford. Desde 1969 se convirtió en miembro honorario de la Academia Chilena de la Lengua y en 1971 recibía el reconocimiento internacional al resultar merecedor del Premio Nobel de Literatura. Apenas son algunos de los galardones y distinciones recibidos por Neruda.
Para la izquierda política, tanto chilena como internacional, la figura de Pablo Neruda ha estado revestida de una aureola muy especial. Defensor de la causa de la República Española, Neruda fue un antifascista y un comunista declarado y destacado, miembro del Partido Comunista de Chile a cuyo Comité Central perteneció. Para las elecciones presidenciales chilenas de 1969, el Partido Comunista lo designó como candidato, aunque posteriormente renunció para que Salvador Allende encabezase la candidatura unitaria de la Unidad Popular.
El recuerdo de Pablo Neruda habita sobre el pedestal que tanto la Literatura como la izquierda política ha levantado en su honor. Personalmente destaco mi predilección por su Canto General, poemario también muy conocido por la versión musical del griego Mikis Theodorakis (¿quién no recuerda la excepcional voz de Maria Farantouri en la versión musicada?).
Para la izquierda política, si hay un tipo de personajes que nos gusta elevar especialmente a lo más alto, quizás sean los poetas comunistas. Vemos y escuchamos en ellos la voz del Pueblo, de la revolución, el anhelo de la nueva sociedad que deseamos construir, sin explotadores ni explotados, sin dominantes ni dominados, de hombres y mujeres libres. Pablo Neruda ocupa, sin duda, un lugar destacado en ese parnaso rojo.
Una de las obras más conocidas de Neruda es su autobiografía, publicada en 1974 con el título Confieso que he vivido. Son las memorias del poeta chileno. Nunca he llegado a leer la obra, salvo algunos fragmentos. Es el clásico libro que a lo largo de nuestra vida siempre ha figurado en esa lista de lecturas pendientes, y que van pasando los años y siguen estando pendientes.
El Pablo Neruda violador
Hoy, a través de una compañera de Twitter, tuve conocimiento del contenido de un capítulo de estas memorias de Neruda, cuyo efecto fue el de provocarme una tremenda decepción, un rechazo visceral por alguien a quien había colocado sobre un pedestal. He leído con atención ese pasaje que es de carácter sexual, pero también otros en los que el poeta chileno da rienda suelta a un insoportable machismo al alardear como un gallito de corral de las mujeres que pasaban por su cama. Lo que llamamos un baboso.
En 1927, Neruda es nombrado cónsul de Chile en Ceilán (el actual Sri Lanka). Cuando al final de su vida publica Confieso que he vivido (1974), el poeta chileno describe con toda naturalidad cómo durante su estancia en Ceilán violó a una joven sirviente, a la que previamente había intentado seducir con regalos sin conseguirlo. El hecho está recogido en el capítulo que dedica a su vida en Ceilán (páginas 40 a 46). En la página 44 escribe Neruda:
Mi solitario y aislado bungalow estaba lejos de toda urbanización. Cuando yo lo alquilé traté de saber en dónde se hallaba el excusado que no se veía por ninguna parte. En efecto, quedaba muy lejos de la ducha; hacia el fondo de la casa. Lo examiné con curiosidad. Era una caja de madera con un agujero al centro, muy similar al artefacto que conocí en mi infancia campesina, en mi país. Pero los nuestros se situaban sobre un pozo profundo o sobre una corriente de agua. Aquí el depósito era un simple cubo de metal bajo el agujero redondo. El cubo amanecía limpio cada día sin que yo me diera cuenta de cómo desaparecía su contenido.
Una mañana me había levantado más temprano que de costumbre. Me quedé asombrado mirando lo que pasaba. Entró por el fondo de la casa, como una estatua oscura que caminara, la mujer más bella que había visto hasta entonces en Ceilán, de la raza tamil, de la casta de los parias. Iba vestida con un sari rojo y dorado, de la tela más burda. En los pies descalzos llevaba pesadas ajorcas. A cada lado de la nariz le brillaban dos puntitos rojos. Serían vidrios ordinarios, pero en ella parecían rubíes.
Se dirigió con paso solemne hacia el retrete, sin mirarme siquiera, sin darse por aludida de mi existencia, y desapareció con el sórdido receptáculo sobre la cabeza, alejándose con su paso de diosa.
Era tan bella que a pesar de su humilde oficio me dejó preocupado. Como si se tratara de un animal huraño, llegado de la jungla, pertenecía a otra existencia, a un mundo separado. La llamé sin resultado.
Después alguna vez le dejé en su camino algún regalo, seda o fruta. Ella pasaba sin oír ni mirar. Aquel trayecto miserable había sido convertido por su oscura belleza en la obligatoria ceremonia de una reina indiferente.
Una mañana, decidido a todo, la tomé fuertemente de la muñeca y la miré cara a cara. No había idioma alguno en que pudiera hablarle. Se dejó conducir por mí sin una sonrisa y pronto estuvo desnuda sobre mi cama. Su delgadísima cintura, sus plenas caderas, las desbordantes copas de sus senos, la hacían igual a las milenarias esculturas del sur de la India. El encuentro fue el de un hombre con una estatua. Permaneció todo el tiempo con sus ojos abiertos, impasible. Hacía bien en despreciarme. No se repitió la experiencia.
La joven a la que se refiere Neruda era de etnia tamil. El pueblo tamil habita en su mayor parte en el estado indio de Tamil Nadu, pero otra parte está asentado en el N. y NE. de Sri Lanka. Los tamiles cingaleses, opuestos al sistema de castas, mantuvieron una guerra durante 26 años (de 1983 a 2009) contra el gobierno de Sri Lanka, para tratar de conseguir su independencia. Salvo en las zonas liberadas donde durante los años de guerra existió un gobierno tamil, los tamiles siempre han sido una especie de lumpen en Sri Lanka, ocupando los peldaños más bajos de la sociedad, los trabajos más duros y peor pagados y a menudo trabajando para los cingaleses como "criados", recibiendo un trato inhumano y despótico y siendo víctimas de abusos de todo tipo. En la época a la que se refiere Neruda, la situación de los tamiles era todavía mucho más marginal, en especial la situación de las mujeres que trabajaban como "criadas".
Neruda se nos revela, a través de este pasaje de sus memorias, como un vulgar y cabrón señorito que ejerce el derecho de pernada sobre una sirviente tamil, lo mismo que -por ejemplo- los señoritos españoles hacían con sus "criadas" antiguamente en muchas partes de España. Lo que Neruda llevó a cabo fue una violación sexual, aprovechándose de la superioridad de su status. Una violación que, además, dado el contexto social, estaba llamada a permanecer impune. El silencio de la joven estaba garantizado, pero aunque ella no hubiese guardado silencio Neruda habría salido impune y hasta es más que posible que ella hubiese sido víctimas de represalias.
Naturalizar una violación es lo mismo que su normalización social. La ética y el compromiso del artista
Si la violación sexual es un hecho abominable sin paliativos posibles, la naturalización de la misma viene a legitimar y justificar socialmente la lacra. ¿Qué debemos entender por naturalización de la violencia sexual?
Naturalizamos una conducta cuando la presentamos como algo "natural", valga la redundancia. En el contexto de la dicotomía antropológica Naturaleza/Cultura, supone que tal conducta es presentada como algo inherentemente humano e inevitable, y por tanto comprensible, asumible, objeto de justificación. En otras palabras, naturalizar la violencia sexual supone normalizarla, dotarla de aceptabilidad social. El discurso machista sobre la violencia sexual está cargado de componentes que naturalizan/normalizan la lacra; cuando escuchamos tópicos nauseabundos como "ella lo buscó", "estaba provocando", "decía no, pero en el fondo quería decir sí", etc., se está normalizando este tipo de hechos (por tanto, se están naturalizando).
Neruda naturaliza en sus memorias la violación sexual que llevó a cabo. Al hacerlo, el crimen pasa a ser doble: crimen por el hecho en sí, y crimen por su normalización. El artista, el poeta... debe ser un ejemplo ético para la sociedad. En este sentido, Neruda se nos muestra como un miserable machista, como un señorito que ejerce de violador. Nada más repugnante. La víctima es sometida a una doble violación: la que tiene lugar durante el acto sexual, y la que violación social que supone tener que vivir en silencio su impotencia y renunciar a cualquier forma de justicia.
Más allá del hecho en sí, también resulta especialmente grave que se trate de un episodio que casi nadie ha considerado relevante mencionar. Un silencio que viene a reforzar esa naturalización/normalización de la violencia sexual ejercida sobre la mujer, su aceptación social o al menos la aplicación de atenuantes para favorecer al verdugo y machacar a la víctima.
Este episodio está recogido también por la artista Carla Moreno en su blog carlabms.wordpress.com En él aparece un comentario masculino que me parece muy sintomático, al pretender justificar y quitar importancia al tema. Reproduzco algunos fragmentos especialmente miserables:
[De Kenneth Ledger]. En su “relectura” de un fragmento de “Confieso que he vivido”, la artista Carla Moreno ha querido denunciar de modo satírico a Neruda, poeta-cónsul, como violador de una sirviente paria tamil en Colombo, Ceylán, hace más de 80 años (...). Es sabido que por esa época, un abrumado Neruda había roto con su difícil amante birmana Jossie Bliss, que lo celaba y amenazaba (...). También reconocía, a la sazón, estar agobiado por deudas, aislado y hastiado del clima, aficionarse al alcohol y al opio, inclusive. Desencantado de sus lejanas amadas chilenas era, entonces, promiscuo con las locales (...). Pero, no saquemos conclusiones apresuradas. Neruda asevera al inicio de sus remembranzas: ”Tal vez no viví en mí mismo; tal vez viví la vida de los otros”. David Schidlowsky ha opinado: ”Las memorias del poeta escritas cerca de treinta años más tarde, parecen mezclar los hechos reales con la ficción literaria (“Neruda y su tiempo 1904 – 1949”)”. Y aunque se creyese el relato como fidedigno sin atisbo de invención, no se aprecia allí, por ejemplo, voluntad de la víctima plenamente forzada, ausencia de discernimiento o resistencia ante el ataque. Faltan los “sucios” detalles, los testimonios, denuncias y documentos que permitan certezas.
¡Pobre Neruda!, viene a decirnos este señor llamado Kenneth Ledger. El pobre Neruda andaba deprimido y agobiado... ¡y claro!, ya se sabe, en tales circunstancias violar a una mujer es una cosilla que debemos entender y no darle importancia. Además ya pasaron 80 años y a quién le importa lo que sucedió hace tanto tiempo. ¿Y además, cómo sabemos que fue verdad? Encima no se aprecia "resistencia ante el ataque. Y los sucios detalles, testimonios, denuncias, documentos... ¿dónde están?, no existen, no hay pruebas... Es lo que viene a decirnos el autor del post.
Personalmente considero que hay que ser un miserable machista para escribir semejante comentario, que viene a justificar la violación sexual contra una mujer. En el colmo de su cínico machismo, Kenneth Ledger utiliza como argumento exculpatorio final el hecho de que Neruda de adolescente había "sufrido abuso sexual por parte de una mujer casada". Sin duda vomitivo argumentario, ya que esta relación a la que se refiere el comentarista sí fue una relación consentida y deseada, y equiparar la lógica timidez inicial del muchacho que se inicia en el sexo con el "abuso" es todo un ejercicio de cinismo y manipulación, sobre todo porque ese falso abuso lo utiliza como motivo exculpatorio de la violación sexual que Neruda comete años más tarde, ya de adulto.
La bipolaridad axiológica en la izquierda
No hace muchos años (en 2010), todos nos rasgamos las vestiduras cuando el facha y machista de Sánchez Dragó presumió de haber tenido sexo con dos niñas japonesas de 13 años. En la página 164 del libro que Sánchez Dragó escribió con Albert Boadella, Dios los cría...: y ellos hablan de sexo, drogas, España, corrupción, confesaba Dragó:
"En Tokio, un día, me topé con unas lolitas, pero no eran unas lolitas cualesquiera, sino de esas que se visten como zorritas, con los labios pintados, carmín, rímel, tacones, minifalda... Tendrían unos trece años. Subí con ellas y las muy putas se pusieron a turnarse. Mientras una se iba al váter, la otra se me trajinaba".
Ante el escándalo que se originó, Sánchez Dragó salió por la tangente, intentando rectificar, apelando a que la narración estaba "literaturizada" y otras pamplinas que no le colaron. El caso es que toda la izquierda en aquel momento se le echó encima y con toda la razón.
Me pregunto hasta qué punto la parte más farisea de esa izquierda (mayoritariamente hombres), está dispuesta a aplicarle a Neruda el mismo juicio sumario. ¿O será que Pablo Neruda, por haber sido comunista y haber sido quien fue, merece un trato especial? ¿Debemos mirar para otro lado simplemente porque fue uno de los nuestros? Reconozcamos que entre el izquierdismo abunda la bipolaridad axiológica y, en función de quién se trate, aplicamos un trato diferente.
La violencia de todo tipo que sufre la mujer en el mundo en el que vivimos, que viene a incrementar la violencia sufrida en función de la clase social y raza, (Angela Davis, Mujeres, raza y clase), otorga actualidad a este tenebroso pasaje de la vida de Neruda. La violación de la joven tamil en 1927 adquiere una significación actual, un valor de presente. Como actual y presente es el machismo desde el cual se relativiza y naturaliza la violencia sexual. Si justificas o defiendes a un violador, te conviertes en cómplice. Luchar por la emancipación de la clase obrera y no luchar al mismo tiempo por la emancipación de la mujer, supone raquitismo político y moral, y a menudo un ejercicio de hipocresía masculina.
Aquella joven tamil, cuyo nombre tan siquiera se preocupó en conocer Neruda (sin nombre, equiparada a la condición de no-persona) es un símbolo atemporal de la mujer oprimida, explotada y violentada en cualquier rincón del mundo. Oprimida, explotada y violentada por su clase, por su raza... y por su género.
Pablo Neruda: yo te acuso y te condeno a mi desprecio. Confieso sentirme decepcionado.
publicado en el blog del viejo topo en octubre de 2015 - firmado por @VigneVT
Hablamos de explotación, opresión, dominación... Pero a menudo los hombres, tienden a olvidar el plus de explotación, opresión y dominación que sufren las mujeres por el hecho de ser mujeres.
El Pablo Neruda mítico
Pablo Neruda está considerado como uno de los grandes poetas del siglo XX. En 1965 recibió el Doctorado Honoris Causa por la Universidad de Oxford. Desde 1969 se convirtió en miembro honorario de la Academia Chilena de la Lengua y en 1971 recibía el reconocimiento internacional al resultar merecedor del Premio Nobel de Literatura. Apenas son algunos de los galardones y distinciones recibidos por Neruda.
Para la izquierda política, tanto chilena como internacional, la figura de Pablo Neruda ha estado revestida de una aureola muy especial. Defensor de la causa de la República Española, Neruda fue un antifascista y un comunista declarado y destacado, miembro del Partido Comunista de Chile a cuyo Comité Central perteneció. Para las elecciones presidenciales chilenas de 1969, el Partido Comunista lo designó como candidato, aunque posteriormente renunció para que Salvador Allende encabezase la candidatura unitaria de la Unidad Popular.
El recuerdo de Pablo Neruda habita sobre el pedestal que tanto la Literatura como la izquierda política ha levantado en su honor. Personalmente destaco mi predilección por su Canto General, poemario también muy conocido por la versión musical del griego Mikis Theodorakis (¿quién no recuerda la excepcional voz de Maria Farantouri en la versión musicada?).
Para la izquierda política, si hay un tipo de personajes que nos gusta elevar especialmente a lo más alto, quizás sean los poetas comunistas. Vemos y escuchamos en ellos la voz del Pueblo, de la revolución, el anhelo de la nueva sociedad que deseamos construir, sin explotadores ni explotados, sin dominantes ni dominados, de hombres y mujeres libres. Pablo Neruda ocupa, sin duda, un lugar destacado en ese parnaso rojo.
Una de las obras más conocidas de Neruda es su autobiografía, publicada en 1974 con el título Confieso que he vivido. Son las memorias del poeta chileno. Nunca he llegado a leer la obra, salvo algunos fragmentos. Es el clásico libro que a lo largo de nuestra vida siempre ha figurado en esa lista de lecturas pendientes, y que van pasando los años y siguen estando pendientes.
El Pablo Neruda violador
Hoy, a través de una compañera de Twitter, tuve conocimiento del contenido de un capítulo de estas memorias de Neruda, cuyo efecto fue el de provocarme una tremenda decepción, un rechazo visceral por alguien a quien había colocado sobre un pedestal. He leído con atención ese pasaje que es de carácter sexual, pero también otros en los que el poeta chileno da rienda suelta a un insoportable machismo al alardear como un gallito de corral de las mujeres que pasaban por su cama. Lo que llamamos un baboso.
En 1927, Neruda es nombrado cónsul de Chile en Ceilán (el actual Sri Lanka). Cuando al final de su vida publica Confieso que he vivido (1974), el poeta chileno describe con toda naturalidad cómo durante su estancia en Ceilán violó a una joven sirviente, a la que previamente había intentado seducir con regalos sin conseguirlo. El hecho está recogido en el capítulo que dedica a su vida en Ceilán (páginas 40 a 46). En la página 44 escribe Neruda:
Mi solitario y aislado bungalow estaba lejos de toda urbanización. Cuando yo lo alquilé traté de saber en dónde se hallaba el excusado que no se veía por ninguna parte. En efecto, quedaba muy lejos de la ducha; hacia el fondo de la casa. Lo examiné con curiosidad. Era una caja de madera con un agujero al centro, muy similar al artefacto que conocí en mi infancia campesina, en mi país. Pero los nuestros se situaban sobre un pozo profundo o sobre una corriente de agua. Aquí el depósito era un simple cubo de metal bajo el agujero redondo. El cubo amanecía limpio cada día sin que yo me diera cuenta de cómo desaparecía su contenido.
Una mañana me había levantado más temprano que de costumbre. Me quedé asombrado mirando lo que pasaba. Entró por el fondo de la casa, como una estatua oscura que caminara, la mujer más bella que había visto hasta entonces en Ceilán, de la raza tamil, de la casta de los parias. Iba vestida con un sari rojo y dorado, de la tela más burda. En los pies descalzos llevaba pesadas ajorcas. A cada lado de la nariz le brillaban dos puntitos rojos. Serían vidrios ordinarios, pero en ella parecían rubíes.
Se dirigió con paso solemne hacia el retrete, sin mirarme siquiera, sin darse por aludida de mi existencia, y desapareció con el sórdido receptáculo sobre la cabeza, alejándose con su paso de diosa.
Era tan bella que a pesar de su humilde oficio me dejó preocupado. Como si se tratara de un animal huraño, llegado de la jungla, pertenecía a otra existencia, a un mundo separado. La llamé sin resultado.
Después alguna vez le dejé en su camino algún regalo, seda o fruta. Ella pasaba sin oír ni mirar. Aquel trayecto miserable había sido convertido por su oscura belleza en la obligatoria ceremonia de una reina indiferente.
Una mañana, decidido a todo, la tomé fuertemente de la muñeca y la miré cara a cara. No había idioma alguno en que pudiera hablarle. Se dejó conducir por mí sin una sonrisa y pronto estuvo desnuda sobre mi cama. Su delgadísima cintura, sus plenas caderas, las desbordantes copas de sus senos, la hacían igual a las milenarias esculturas del sur de la India. El encuentro fue el de un hombre con una estatua. Permaneció todo el tiempo con sus ojos abiertos, impasible. Hacía bien en despreciarme. No se repitió la experiencia.
La joven a la que se refiere Neruda era de etnia tamil. El pueblo tamil habita en su mayor parte en el estado indio de Tamil Nadu, pero otra parte está asentado en el N. y NE. de Sri Lanka. Los tamiles cingaleses, opuestos al sistema de castas, mantuvieron una guerra durante 26 años (de 1983 a 2009) contra el gobierno de Sri Lanka, para tratar de conseguir su independencia. Salvo en las zonas liberadas donde durante los años de guerra existió un gobierno tamil, los tamiles siempre han sido una especie de lumpen en Sri Lanka, ocupando los peldaños más bajos de la sociedad, los trabajos más duros y peor pagados y a menudo trabajando para los cingaleses como "criados", recibiendo un trato inhumano y despótico y siendo víctimas de abusos de todo tipo. En la época a la que se refiere Neruda, la situación de los tamiles era todavía mucho más marginal, en especial la situación de las mujeres que trabajaban como "criadas".
Neruda se nos revela, a través de este pasaje de sus memorias, como un vulgar y cabrón señorito que ejerce el derecho de pernada sobre una sirviente tamil, lo mismo que -por ejemplo- los señoritos españoles hacían con sus "criadas" antiguamente en muchas partes de España. Lo que Neruda llevó a cabo fue una violación sexual, aprovechándose de la superioridad de su status. Una violación que, además, dado el contexto social, estaba llamada a permanecer impune. El silencio de la joven estaba garantizado, pero aunque ella no hubiese guardado silencio Neruda habría salido impune y hasta es más que posible que ella hubiese sido víctimas de represalias.
Naturalizar una violación es lo mismo que su normalización social. La ética y el compromiso del artista
Si la violación sexual es un hecho abominable sin paliativos posibles, la naturalización de la misma viene a legitimar y justificar socialmente la lacra. ¿Qué debemos entender por naturalización de la violencia sexual?
Naturalizamos una conducta cuando la presentamos como algo "natural", valga la redundancia. En el contexto de la dicotomía antropológica Naturaleza/Cultura, supone que tal conducta es presentada como algo inherentemente humano e inevitable, y por tanto comprensible, asumible, objeto de justificación. En otras palabras, naturalizar la violencia sexual supone normalizarla, dotarla de aceptabilidad social. El discurso machista sobre la violencia sexual está cargado de componentes que naturalizan/normalizan la lacra; cuando escuchamos tópicos nauseabundos como "ella lo buscó", "estaba provocando", "decía no, pero en el fondo quería decir sí", etc., se está normalizando este tipo de hechos (por tanto, se están naturalizando).
Neruda naturaliza en sus memorias la violación sexual que llevó a cabo. Al hacerlo, el crimen pasa a ser doble: crimen por el hecho en sí, y crimen por su normalización. El artista, el poeta... debe ser un ejemplo ético para la sociedad. En este sentido, Neruda se nos muestra como un miserable machista, como un señorito que ejerce de violador. Nada más repugnante. La víctima es sometida a una doble violación: la que tiene lugar durante el acto sexual, y la que violación social que supone tener que vivir en silencio su impotencia y renunciar a cualquier forma de justicia.
Más allá del hecho en sí, también resulta especialmente grave que se trate de un episodio que casi nadie ha considerado relevante mencionar. Un silencio que viene a reforzar esa naturalización/normalización de la violencia sexual ejercida sobre la mujer, su aceptación social o al menos la aplicación de atenuantes para favorecer al verdugo y machacar a la víctima.
Este episodio está recogido también por la artista Carla Moreno en su blog carlabms.wordpress.com En él aparece un comentario masculino que me parece muy sintomático, al pretender justificar y quitar importancia al tema. Reproduzco algunos fragmentos especialmente miserables:
[De Kenneth Ledger]. En su “relectura” de un fragmento de “Confieso que he vivido”, la artista Carla Moreno ha querido denunciar de modo satírico a Neruda, poeta-cónsul, como violador de una sirviente paria tamil en Colombo, Ceylán, hace más de 80 años (...). Es sabido que por esa época, un abrumado Neruda había roto con su difícil amante birmana Jossie Bliss, que lo celaba y amenazaba (...). También reconocía, a la sazón, estar agobiado por deudas, aislado y hastiado del clima, aficionarse al alcohol y al opio, inclusive. Desencantado de sus lejanas amadas chilenas era, entonces, promiscuo con las locales (...). Pero, no saquemos conclusiones apresuradas. Neruda asevera al inicio de sus remembranzas: ”Tal vez no viví en mí mismo; tal vez viví la vida de los otros”. David Schidlowsky ha opinado: ”Las memorias del poeta escritas cerca de treinta años más tarde, parecen mezclar los hechos reales con la ficción literaria (“Neruda y su tiempo 1904 – 1949”)”. Y aunque se creyese el relato como fidedigno sin atisbo de invención, no se aprecia allí, por ejemplo, voluntad de la víctima plenamente forzada, ausencia de discernimiento o resistencia ante el ataque. Faltan los “sucios” detalles, los testimonios, denuncias y documentos que permitan certezas.
¡Pobre Neruda!, viene a decirnos este señor llamado Kenneth Ledger. El pobre Neruda andaba deprimido y agobiado... ¡y claro!, ya se sabe, en tales circunstancias violar a una mujer es una cosilla que debemos entender y no darle importancia. Además ya pasaron 80 años y a quién le importa lo que sucedió hace tanto tiempo. ¿Y además, cómo sabemos que fue verdad? Encima no se aprecia "resistencia ante el ataque. Y los sucios detalles, testimonios, denuncias, documentos... ¿dónde están?, no existen, no hay pruebas... Es lo que viene a decirnos el autor del post.
Personalmente considero que hay que ser un miserable machista para escribir semejante comentario, que viene a justificar la violación sexual contra una mujer. En el colmo de su cínico machismo, Kenneth Ledger utiliza como argumento exculpatorio final el hecho de que Neruda de adolescente había "sufrido abuso sexual por parte de una mujer casada". Sin duda vomitivo argumentario, ya que esta relación a la que se refiere el comentarista sí fue una relación consentida y deseada, y equiparar la lógica timidez inicial del muchacho que se inicia en el sexo con el "abuso" es todo un ejercicio de cinismo y manipulación, sobre todo porque ese falso abuso lo utiliza como motivo exculpatorio de la violación sexual que Neruda comete años más tarde, ya de adulto.
La bipolaridad axiológica en la izquierda
No hace muchos años (en 2010), todos nos rasgamos las vestiduras cuando el facha y machista de Sánchez Dragó presumió de haber tenido sexo con dos niñas japonesas de 13 años. En la página 164 del libro que Sánchez Dragó escribió con Albert Boadella, Dios los cría...: y ellos hablan de sexo, drogas, España, corrupción, confesaba Dragó:
"En Tokio, un día, me topé con unas lolitas, pero no eran unas lolitas cualesquiera, sino de esas que se visten como zorritas, con los labios pintados, carmín, rímel, tacones, minifalda... Tendrían unos trece años. Subí con ellas y las muy putas se pusieron a turnarse. Mientras una se iba al váter, la otra se me trajinaba".
Ante el escándalo que se originó, Sánchez Dragó salió por la tangente, intentando rectificar, apelando a que la narración estaba "literaturizada" y otras pamplinas que no le colaron. El caso es que toda la izquierda en aquel momento se le echó encima y con toda la razón.
Me pregunto hasta qué punto la parte más farisea de esa izquierda (mayoritariamente hombres), está dispuesta a aplicarle a Neruda el mismo juicio sumario. ¿O será que Pablo Neruda, por haber sido comunista y haber sido quien fue, merece un trato especial? ¿Debemos mirar para otro lado simplemente porque fue uno de los nuestros? Reconozcamos que entre el izquierdismo abunda la bipolaridad axiológica y, en función de quién se trate, aplicamos un trato diferente.
La violencia de todo tipo que sufre la mujer en el mundo en el que vivimos, que viene a incrementar la violencia sufrida en función de la clase social y raza, (Angela Davis, Mujeres, raza y clase), otorga actualidad a este tenebroso pasaje de la vida de Neruda. La violación de la joven tamil en 1927 adquiere una significación actual, un valor de presente. Como actual y presente es el machismo desde el cual se relativiza y naturaliza la violencia sexual. Si justificas o defiendes a un violador, te conviertes en cómplice. Luchar por la emancipación de la clase obrera y no luchar al mismo tiempo por la emancipación de la mujer, supone raquitismo político y moral, y a menudo un ejercicio de hipocresía masculina.
Aquella joven tamil, cuyo nombre tan siquiera se preocupó en conocer Neruda (sin nombre, equiparada a la condición de no-persona) es un símbolo atemporal de la mujer oprimida, explotada y violentada en cualquier rincón del mundo. Oprimida, explotada y violentada por su clase, por su raza... y por su género.
Pablo Neruda: yo te acuso y te condeno a mi desprecio. Confieso sentirme decepcionado.