Las milicias populares
V.I. Lenin - 24 (11) de marzo de 1917
publicado en marzo de 2021 por El Sudamericano
¡Camaradas obreros! Habéis realizado prodigios de heroísmo proletario ayer, al derrocar a la monarquía zarista. En un futuro más o menos cercano (o quizá ahora, en el momento en que escribo estas líneas), tendréis que realizar idénticos prodigios de heroísmo para derribar el poder de los terratenientes y los capitalistas, que hacen la guerra imperialista. ¡No podréis obtener una victoria sólida en esta nueva revolución, en la ‘verdadera’ revolución, si no realizáis prodigios de organización proletaria! La consigna del momento es la organización. Pero limitarse a esto equivaldría a no decir nada, porque, por una parte, la organización siempre es necesaria; por tanto, reducirse a indicar la necesidad de ‘organizar a las masas’ no explica absolutamente nada; por otra parte, quien se limitase a ello no sería más que un acólito de los liberales, porque son los liberales quienes precisamente desean, para afianzar su dominación, que los obreros no vayan más allá de los organizaciones habituales ‘legales’ (desde el punto de vista de la sociedad burguesa ‘normal’), es decir, que los obreros se limiten simplemente a afiliarse a su partido, a su sindicato, a su cooperativa, etc. Gracias a su instinto de clase, los obreros han comprendido que en un período de revolución necesitan una organización completamente distinta, no sólo habitual, y han emprendido con acierto el camino señalado por la experiencia de nuestra revolución de 1905 y de la Comuna de París de 1871; han creado el soviet de diputados y obreros, se han propuesto a desarrollarlo, ampliarlo y fortalecerlo, atrayendo a él diputados de los soldados, y sin duda alguna también a diputados de los obreros, asalariados rurales y, además (en una u otra forma), de todos los campesinos pobres… Surge la pregunta: ¿qué deben hacer los soviets de diputados obreros? Deben ser considerados como órganos de la insurrección como órganos del poder revolucionario… Necesitamos un poder revolucionario, necesitamos (para cierto período de transición) de un Estado… pero no como el de que necesita la burguesía, con los órganos del poder -en forma de policía, ejército, burocracia- separados del pueblo y en contra de él. Todas las revoluciones burguesas se han limitado a perfeccionar esta máquina del Estado a hacer pasar esa máquina de manos de un partido a la de otros. Si se quieren salvaguardar las conquistas de la presente revolución y seguir adelante, si se quiere conquistar la paz, el pan y la libertad, el proletariado debe, empleando la palabra de Marx, ‘demoler’ esa máquina del Estado ‘ya hecha’ y sustituirla por una nueva, fundiendo la policía, el ejército y la burocracia con todo el pueblo en armas. Siguiendo la ruta indicada por la experiencia de la Comuna de París y de la revolución rusa de 1905, el proletariado debe organizar y armara todos los elementos pobres y explotados de la población, a fin de que ellos mismos tomen directamente en sus manos los órganos de poder del Estado y formen ellos mismos las instituciones de ese poder. Los obreros de Rusia han emprendido ya esa ruta en la primera etapa de la primera revolución, en febrero-marzo de 1917. Ahora todo estriba en comprender claramente cuál es esta nueva ruta, en seguirla con audacia, firmeza y tenacidad. Los capitalistas anglo-franceses y rusos ‘solo’ han querido apartar a Nicolás II o incluso ‘asustarle’, dejando intacta la vieja máquina del Estado, la policía, el ejército la burocracia. Los obreros han ido más lejos y han demolido esa máquina… Mejor dicho: han comenzado a demolerla…¡No dejar que renazca la policía! ¡No ceder el poder público en las localidades! ¡Crear una milicia auténticamente popular, que abarque al pueblo entero, dirigida por el proletariado! Esta es la tarea del día, esta es la consigna del momento, que responde parigual a los intereses bien comprendidos de la ulterior lucha de clases, del movimiento revolucionario ulterior y al instinto democrático de cada obrero, de cada campesino, de cada trabajador y de cada explotado, que no puede menos que odiar a la policía, a los gendarmes, al hecho de que los terratenientes tengan a sus órdenes gente armada a la que se da el poder sobre el pueblo. ¿Qué policía es la que necesitan ellos, los Guchkov y los Miliukov, los terratenientes y los capitalistas? Una policía igual a la de la monarquía zarista. Todas las repúblicas burguesas y democrático-burguesas del mundo ha instituido o han hecho renacer en sus países, después de períodos revolucionarios muy breves, una policía precisamente de ese género, una organización particular de hombres armados, separados del pueblo y opuestos a él, subordinados de una u otra forma a la burguesía. ¿Qué milicia es la que necesitamos nosotros, el proletariado, los trabajadores? Una milicia auténticamente popular, es decir, una milicia que, en primer lugar, esté formada por la población entera, por todos los ciudadanos adultos de ambos sexos y que, en segundo lugar, conjugue las funciones del ejército popular con las de la policía, con las funciones de órgano primero y principal del mantenimiento del orden público y de administración del Estado… Esta milicia estaría compuesta de un 95% de obreros y campesinos y expresaría realmente la inteligencia, la voluntad, la fuerza y el poder de la inmensa mayoría del pueblo. Esa milicia armaría de verdad a todo el pueblo y le daría una instrucción militar, garantizándoles –no a la manera de Guchkov ni a la manera de Miliukov– contra todas las tentativas de resurgimiento de la reacción, contra todas las maquinaciones de los agentes del zar. Esa milicia sería el organismo ejecutivo de los ‘soviets de diputados obreros y soldados’, gozaría de la estima y la confianza absolutas de la población, pues ella misma sería una organización del pueblo entero. Esta milicia transformaría la democracia, de hermoso rótulo destinado a encubrir la esclavización del pueblo por los capitalistas y las burlas de que los capitalistas hacen objeto al pueblo, en una verdadera escuela que educaría a las masas para hacerlas participar en todos los asuntos del Estado. Esta milicia incorporaría a los jóvenes a la vida política, enseñándoles no sólo con palabras, sino mediante la acción, mediante el trabajo. Esta milicia desplegaría las funciones que, empleando el lenguaje de los sabios, corresponden a la ‘policía del bienestar público’, la sanidad pública, etc., incorporando a esta labor a toda la población femenina adulta… Sin incorporar a las mujeres al cumplimiento de las funciones públicas, al servicio en la milicia y a la vida política, sin arrancar a las mujeres de la atmósfera embrutecedora de la casa y de la cocina, es imposible asegurar la verdadera libertad, es imposible incluso construir la democracia, sin hablar ya del socialismo… Esta milicia aseguraría un orden absoluto y una disciplina basada en la camaradería y observada con una abnegación a toda prueba… ¿Será posible que el proletariado de Rusia haya vertido su sangre sólo para recibir promesas grandilocuentes de reformas democráticas de carácter meramente político? ¿Será posible que no exija y no consiga que todo trabajador vea y perciba palpablemente y de manera inmediata cierta mejoría en sus condiciones de vida; que toda familia tenga pan, que cada niño tenga su botella de buena leche y que ni un solo adulto de familia rica se atreva a consumir más de su ración de leche mientras no estén asegurados los niños; que los palacios y los ricos apartamentos dejados por el zar y la aristocracia no queden desocupados y sirvan de refugio a los hombres sin hogar y sin medios? ¿Quién puede aplicar todas esas medidas que de no ser la milicia popular, en la que las mujeres deben participar sin falta, al igual que los hombres?