Los fascistas. ¿Quiénes son ellos?
Bitácora Marxista-Leninista - mayo de 2021
▬ 2 mensajes
«Hay naciones que han encontrado dictadores geniales, que han servido para sustituir al Estado; pero esto es inimitable y en España, hoy por hoy, tendremos que esperar a que surja ese genio». (José Antonio Primo de Rivera; «España y la barbarie». Conferencia en el teatro Calderón, de Valladolid, 1935)
«El sistema jerárquico del Falange Española Tradicionalista y de las JONS está integrado por los siguientes elementos y órganos: 1. El Caudillo, jefe nacional del Movimiento; responsable de sus actos ante Dios y la Historia. (...) Toda autoridad o poder viene de Dios». (Formación del espíritu nacional, 1955)
«España es una unidad de destino en lo universal. El servicio a la unidad, grandeza y libertad de la Patria es deber sagrado y tarea colectiva de todos los españoles. (...) La Nación española considera como timbre de honor el acatamiento a la Ley de Dios, según la doctrina de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, única verdadera y fe inseparable de la conciencia nacional, que inspirará su legislación. (...) La participación del pueblo en las tareas legislativas y en las demás funciones de interés general se llevará a cabo a través de la familia, el municipio, el sindicato y demás entidades con representación orgánica que a este fin reconozcan las leyes. Toda organización política de cualquier índole al margen de este sistema representativo será considerada ilegal. (...) Se reconoce al trabajo como origen de jerarquía, deber y honor de los españoles, y a la propiedad privada, en todas sus formas, como derecho condicionado a su función social. La iniciativa privada, fundamento de la actividad económica, deberá ser estimulada, encauzada y, en su caso, suplida por la acción del Estado». (Ley de Principios del Movimiento Nacional, 17 de mayo de 1958)
En 1976 los gestores de estos principios terminaron aprobando en las Cortes franquistas la famosa Ley para la Reforma Política, que ponía el primer paso para inmolar el sistema fundado en 1939. Esto forzó a que muchas personas, todavía fieles a los valores del viejo orden, ocultasen sus inclinaciones políticas para adaptarse a los nuevos tiempos democrático-burgueses. Aun hoy existen personas que por diversas razones siguen aspirando a emular los principios básicos de lo que en su día fue el fascismo español. En su mayoría el catecismo ideológico que profesan reproduce, en mayor o menor medida, los nueve puntos que Falange Española anunció al mundo en 1933. Y aunque algunos antifascistas se resistan a crerlo, estos nostálgicos pueden abarcar a todo tipo de personajes imaginables, incluso podemos hallar a seguidores de esta doctrina entre las capas sociales más bajas. Hagamos una breve descripción de estos perfiles que seguro que al lector que resultarán muy familiares. Así que, sin más dilación, comencemos:
a) El empresario fascista
En España podemos hallar, por ejemplo, del clásico empresario que cambió de chaqueta en la Transición de los 80: este camaleón dejó en el armario su querida camisa azul falangista y –no sin remilgos– se compró la chaqueta de pana socialista. Retiró del salón la foto de José Antonio Primo de Rivera y la puso a buen recaudo en su alcoba –para que así sus nuevos compañeros de militancia no le mirasen mal–. «¿¡Todos tenemos derecho a cambiar, no!?», repite desde entonces constantemente para justificar sus acrobacias políticas. Pongamos que a este sujeto número uno se le conoce en sus círculos como Don Rafael.
Bien, pues este hoy tiene el valor de presentarse a sí mismo como «demócrata, apolítico, conservador en lo económico» y –en su delirio– hasta se llega a considerar hasta «progresista en lo social». En realidad, todo su alrededor se puede ir al infierno, solo le preocupa que se mantengan un «orden» y una «disciplina» social que a él le permita contar tranquilo sus ganancias, aunque bien es verdad que en el fondo echa de menos poder apretar las tuercas a los trabajadores sin tanta «burocracia» de por medio. ¡Qué tiempo aquellos cuando no eran necesarias tantas florituras para despedir o prolongar la jornada laboral! Está de acuerdo con esos ideólogos que dicen que eso los «derechos laborales» son «pamplinas marxistas» que van en contra de los propios trabajadores y de todos, ¡pues impiden el crecimiento de la economía! O sea, la de su empresa. Vende al mundo exterior que él es un «hombre humilde» que «se ha hecho a sí mismo» aunque haya tenido un camino de rosas junto a una serie de facilidades inimaginables para el común de los mortales.
Nuestro protagonista, Don Rafael, es más «patriota» que nadie, ¡faltaría más!, por eso lleva la «rojigualda» hasta en los tirantes. Pero, ¡ay amigo! «business is business», su «españolidad» se resquebraja cuando tiene que mover ficha para mantener o aumentar sus beneficios, entonces ordenará a su capataz que comunique que «por motivos de la reciente restructuración de la empresa» el jefe va a «tomar medidas»: arrojar a la calle a varios de sus «compatriotas», reducir las medidas de seguridad, cuando no, directamente mandar la fábrica a alguna recóndita zona de los Cárpatos. La cuenta de Don Rafael en Suiza o Andorra tampoco debe darnos a equívocos, todo eso es por la «comodidad y servicios especiales» que estos países ofrecen, ¡allí sí que saben tratar a un «hombre de bien», aquí deberíamos aprender de su «cortesía»! En resumidas cuentas, en realidad la «Patria» de Don Rafael empieza y acaba en su bolsillo. Pero no pasa nada, porque las migajas y un buen asesor publicitario puede ocultar todo esto con campañas de beneficencia, parte del pueblo incluso le adorará.
Entre tanto, si es cierto que a veces Don Rafael es filántropo. A ratos le gusta jugar a ser mecenas y financia a unos alegres jóvenes de cabeza rapada que le tratan como un Dios. Para él son su debilidad ya que le recuerdan a sus años de mozo en los campamentos del «Movimiento», y por supuesto, adora recibir todo tipo de halagos, incluso aspira a dirigirlos. Sobre esto, comenta orgulloso a sus amigos: «¡Hay que apoyar a la España sana que forjará el glorioso mañana!».
Don Rafael mima a su hijo, Mateo, que asume sin problemas que es –y será toda la vida– un bohemio o un lumpen sin oficio ni beneficio, aquel que ha decidido que dilapidará gran parte de la herencia familiar simplemente porque puede, cosa que al padre no le preocupa demasiado porque siempre podrá reponer las pérdidas y travesuras del «niño».
b) El intelectual fascista
También está el intelectual siervo de las élites, el vocero de la más negra reacción. Llamémosle a este repugnante personaje, Don Federico. Para este señor el periodismo, el cine o las universidades de España son campos dominados en secreto por el «marxismo cultural», hervideros de la subversión separatista-comunista. En su cabeza vive constantemente «en guardia» contra el «rojerío» que se avecina. Este, según sus cálculos dementes, estaría a punto de lanzarse a establecer la «dictadura del proletariado», «crear checas revolucionarias» y «darle el paseo» antes que a nadie. Esta película de terror que se ha montado el bueno de Federico contrasta con la realidad, pues para su fortuna el gobierno de turno de su país a lo sumo nunca ha pasado de ser un reformismo bastante laxo y sumiso de la oligarquía.
No tiene problema en amenazar a los catalanes con el uso «legítimo de la fuerza». Emulando a Espartero y a Franco, comenta que pueden tener por seguro que si en Moncloa hubiese un gobierno que se hiciera respetar se volvería a bombardear Barcelona para limpiarla de «traidores». Por eso Don Federico se siente decepcionado con la tibieza de los políticos de su tiempo. Entiéndale, él es un «hombre vitalista», de acción, y si por él fuera solo se dignaría a apoyar a una «derecha con cojones» que se presente sin complejos; por esa razón siempre ha esperado con ansia ponerse al servicio del nuevo mesías que con su temple y gallardía anuncie la «Nueva Cruzada» que redimirá a España. Entre tanto escupe enrabietado sobre los falsos profetas, entre los que cuenta a los jefes de la derecha política contemporánea, a los cuales considera muy «suaves» y «cobardes» por haber cedido progresivamente terreno ante los «enemigos que antentan contra la unidad de España», refiriéndose, por supuesto, a sindicalistas, artistas, ateos, separatistas y otros. Pero Don Federico es «generoso» y no le ciegan sus preferencias personales, por lo que sacrifica sus filias y fobias y siempre acaba dando un ostentoso apoyo «crítico» a los grupos «constitucionalistas» para que puedan detener la «avalancha roja». Pero eso no quita que se pregunte retóricamente desde sus medios de comunicación: «¿para qué está el ejército? ¿Cuántos sacrilegios más tendremos que aguantar para que alguien haga algo?».
Pese a llenarse la boca hablando día y noche de la falta de «principios, moral y ética» que ha hecho naufragar al país, el «respetable profesional» Don Federico no sabe dónde meterse cuando se descubre que alguno de los suyos practica el noble arte español del tráfico del «enchufismo», pero él al tráfico de influencias le llama eufemísticamente «tener contactos». Y cuando sus «héroes» meten la mano en las arcas del erario público, se descubre que han sido colocados a dedo en chiringuitos o se «jubilan» de la política a través de una «puerta giratoria» que sus socios redirigen a algún puesto formal de una multinacional, nuestro mercenario intelectual intentará despistarnos apuntando hacia la burguesía de «izquierda» socialdemócrata. Desesperado gritará que «¡Qué más da, si todos lo hacen!». Así, de golpe y porrazo nuestro moralista se vuelve «apolítico» y por un rato también existencialista: «¡Estas cosas son inherentes al género humano! ¡No podemos luchar contra ellas!». O peor, con todo el cinismo del mundo proclama: «¡Yo decido quién me roba y cómo me roba, pero a mí, un comunista, no, por lo menos que me robe un profesional!».
c) El obrero fascista
El obrero nunca ha sido una capa social inmune a la demagogia fascista. Aunque dice querer a su país y a su familia por encima de todo, a la hora de la verdad no les presta mucha atención a ninguna de las dos. Para este perfil al que llamaremos Anselmo, las luchas de la fábrica por un sueldo mejor o los derechos políticos nunca han sido algo que vayan con él. Como ya aprendió en el colegio franquista, un buen cristiano obedece sin rechistar, y dado que el capitalista también es el prójimo, ¿no debemos perdonarle cuando nos ofende? ¿No debemos poner la otra mejilla? Amén, hermanos. Además, para Anselmo, el dueño de la empresa, Don Rafael, es el que ha creado su puesto de trabajo, el que produce riqueza, aunque ya apenas se le vea por la fábrica. A veces, tras muchos años de horas extras y favores, el jefe hasta tiene la cortesía de concederle un pequeño ascenso y eso indudablemente refuerza su idea de que la meritocracia capitalista –de la que tanto ha oído hablar– es real y ahora puede demostrarla ante sus desagradecidos compañeros y otros gandules envidiosos. No obstante, Anselmo no baraja que el motivo de su ascenso quizás sea por razones ajenas al mérito personal laboral. Como, por ejemplo, el aumento de la producción que demanda mayor plantilla y ascensos obligatorios. Curiosamente, también parecer olvidar que quizás también haya tenido algo que ver su permanente labor de adulación hacia el jefe.
En todo caso, Anselmo considera fervientemente que Don Rafael ha conseguido su fortuna porque tiene unas capacidades excelsas y realiza un trabajo mayor que el del obrero medio, aunque le sigue siendo un misterio explicar entonces cómo él no ha sido capaz elevarse a una posición laboral y social similar a la de su jefe, ya que se parte el lomo como nadie, es inteligente e incluso ha probado suerte con algún negocio o inversión –que rápido se fue al traste–. ¿Es porque él es un inútil, o habrá algo más detrás que escapa a su entendimiento? En todo caso, Anselmo «no quiere problemas» ni «filosofar sobre la vida», su única preocupación al volver a casa siempre ha sido ver el partido de fútbol los domingos, disfrutar con sus amigos de una buena charla mientras beben y fuman en la taberna –donde pasa más tiempo que en casa–, y si en alguna ocasión especial es posible, acudir a una corrida de toros. Como se decía en el NODO, «¿¡qué más le podemos pedir a esta nuestra España!?».