El genocidio camboyano
Los que hablan y escriben sobre Camboya no saben nada porque las fuentes históricas son muy escasas, difíciles de encontrar y muy poco fiables, por no decir nada fiables. Pero hoy eso es posible porque se puede hablar del asunto sin necesidad de demostrar nada ni de elaborar ninguna clase de precisiones. Nadie va rebatir nada de lo que se pueda afirmar. En consecuencia, no es necesario investigar, ni preguntar, ni pensar siquiera; basta con repetir de memoria lo que escuchamos a cada paso. Incluso si alguien trata de matizar parece que quiere minimizar o justificar al régimen de Pol Pot.
La prensa habla de millones de muertos en un país que sólo contaba con ocho millones de habitantes, de modo que -si fuera cierto- eso más bien parecería una guerra civil en la que unos se mataban a otros por las calles, porque ese tipo de crímenes masivos no son tan fáciles de cometer.
En un momento en el que recortaban las partidas presupuestarias destinadas a la investigación, Clinton destinó millones de dólares para la realización de un estudio sobre el genocidio camboyano bajo la dirección de Ben Kiernan, de la Universidad de Yale. Fue Kiernan quien sugirió una cifra de 1'5 de millones de personas muertas por hambre, enfermedad y ejecuciones durante el gobierno de Kampuchea Democrática, es decir, entre 1975 y 1979.
Estas cifras son más que dudosas, sobre todo porque mezclan las muertes por hambre y enfermedades con las ejecuciones. Tanto el gobierno camboyano pro-imperialista anterior a 1975 como el gobierno pro-vietnamita posterior a 1979 estaban interesados en exagerar las cifras. No existía ningún censo previo de la población y aquellos fueron años de guerra. Las cifras no las obtuvo Kiernan contando cadáveres. Sin ninguna comprobación aceptó los datos de un investigador privado, Michael Vickery, quien, a su vez, utilizó las estadísticas de la CIA y fijó el número de muertes por diferentes causas en 800.000 (1).
En febrero de 1996, la Comisión Norteamericana de Investigación sobre el Genocidio Camboyano asumió las cifras dadas por los vietnamitas de 3'3 millones de muertos, que son las mismas que difundieron entonces los revisionistas soviéticos (2). Nada menos que un 40 por ciento de la población. Demasiadas muertes para ser verdad.
Las cifras de los imperialistas y las de los vietnamitas ni nos convencen ni les concedemos ningún rigor. Aún suponiendo que todos los supervivientes del genocidio estuvieran implicados en el mismo, es materialmente imposible que 4'7 millones de personas maten a las 3'3 millones restantes. Eso sería una guerra civil, no un genocidio. Ni siquiera los nazis en la II Guerra Mundial consiguieron alcanzar esas cifras aunque, al más puro estilo prusiano, crearon toda una gigantesca burocracia para lograrlo.
En una entrevista publicada el 23 octubre de 1997, Ta Mok dijo a la Far Eastern Economic Review: Es obvio que Pol Pot cometió crímenes contra la humanidad. No estoy de acuerdo con las cifras norteamericanas de millones de muertes. Pero cientos de miles, sí. El problema es que cientos de miles no da una primera plana ni un titular a la prensa ni a Hollywood. Necesariamente hay que decir que son millones, sin caer en la cuenta que cientos de miles en un país tan poco poblado como Camboya son muchos millones en términos relativos. Ta Mok decía también que los crímenes no los había cometido él, sino Pol Pot. Si le hubieran preguntado, posiblemente hubiera dicho que él ni siquiera sabía nada de esa masacre... También eso es increíble.
Un representante del Departamento de Estado, H.Carter, dijo en 1979 en Saint Paul, Estado de Minessota, que en Camboya habían muerto decenas de miles de personas durante el gobierno de los jemeres rojos.
Demasidas divergencias para admitir algo de esto.
Las cifras resultan todavía mucho más insólitas si tenemos en cuenta que Kampuchea Democrática fue un régimen político que sólo se sostuvo en el poder 44 meses, lo que nos da un ritmo de 75.000 asesinatos al mes.
En el colmo de nuestro asombro, pretenden hacernos creer, además, que todas esas muertes se produjeron por medios primitivos, a golpes, con cadenas de bicicleta, martillos, cuchillos, palos, azadones o asfixiados con bolsas de plástico en la cabeza.
Por supuesto, nadie ha ofrecido ninguna explicación -si es que existe- de los motivos de todos esos muertos, y resulta absolutamente inconcebible que fueran fruto de la demencia, de un delirio criminal de los dirigentes de Kampuchea Democrática. Ese tipo de explicaciones las dejamos para las películas de Hollywood.
Sabemos que en la prisión de Tuol Sleng se conservan archivos detallados de cada prisionero, su origen de clase y sus declaraciones, porque las confesiones detalladas eran el principal propósito de la cárcel. Los vietnamitas, después de invadir Camboya en 1979, convirtieron Tuol Sleng en museo y lo utilizaron para desacreditar al Angkar pero jamás afirmaron que aquellos documentos se falsificaran. Ieng Sary confirmó la autenticidad de algunos documentos y Kang Kek Ieu corroboró su contenido básico y verificó su firma en algunos de ellos.
Al lado mismo del horror está la información, y cuando nos hablan de una cosa pero no de la otra, es como para desconfiar.
Los imperialistas y vietnamitas mienten por la misma razón. Los primeros porque invadieron el país en 1970; los segundos porque lo invadieron nueve años más tarde. Estos últimos trataron de justificar su invasión diciendo que lo hacían obligados para salvar a los camboyanos -de los que medio millón eran de origen vietnamita- del genocidio; fueron los primeros que hablaron de él. A la contra, los imperialistas se callan para no reconocer que tras 1979 ellos también apoyaron a los genocidas jemeres rojos porque era una manera de tomarse la revancha contra Vietnam.
Así se ha producido un curioso fenómeno histórico de convergencia y acuerdo pleno sobre el asunto. Además, el gobierno de Kampuchea Democrática no tiene defensores, ni siquiera sus máximos dirigentes de entonces han alzado la voz para desmentirlo. No existen polpotistas. Incluso Hitler tuvo sus seguidores después de muerto y algunos aún le defienden o le justifican. Pero Kampuchea Democrática no tuvo ni tiene partidarios por lo que no podemos conocer sus puntos de vista y sus argumentos (si los hay). No existe una edición de las Obras Escogidas de Pol Pot.
Naturalmente que todo intento de defender a quien no quiere defenderse a sí mismo es absurdo. Pero aunque todos callen, eso no nos exime a nosotros de rebuscar lo que haga falta en busca de la verdad de lo sucedido, porque la verdad siempre es revolucionaria.
El auténtico genocidio
La campaña en torno al genocidio camboyano tiene un objetivo claro: dar la impresión de que las fuerzas que expulsaron a los imperialistas del sudeste de Asia eran peores que los propios imperialistas; la liberación no merece la pena; es peor que los males sociales que dice remediar.
Sin embargo, las acusaciones de genocidio de los imperalistas estadounidenses lanzadas contra los antiguos dirigentes de Kampuchea Democrática sólo intentan dar la vuelta a la historia, porque si alguien debe ser juzgado por genocidio en el sudeste de Asia, deben ser los imperialistas.
La guerra que libraron los tres pueblos indochinos (Vietnam, Camboya y Laos) contra los imperialistas fue justa. Los imperialistas dejaron tres países literalmente arrasados. Por crítica que sea la opinión que se tenga acerca del régimen de los jeremes rojos, lo cierto es que tuvieron que ocuparse del horror que los imperialistas dejaron tras de sí.
Ahora bien, los comunistas no admitimos la tortura bajo ningún pretexto, ni podemos aceptar el argumento que absuelve una lista de crímenes declarando que la de otro bando fue más larga. Pero incluso en esos términos (las propias cifras de muertes) los imperialistas se llevan el premio a los mayores criminales. Su guerra en Indochina se encuentra entre los más sangrientos crímenes que el mundo ha visto. Los imperialistas estadounidenses y sus aliados soltaron tres veces más bombas sobre Vietnam que durante toda la II Guerra Mundial. Por lo menos asesinaron a dos millones de vietnamitas y generaron diez millones de refugiados en aquel país. En Camboya, dieron un golpe de Estado en 1970, instalaron un gobierno títere y después enviaron sus tropas. Los bombardeos de saturación desde los aviones B-52 continuaron casi sin interrupción más de tres años. Medio millón de toneladas de explosivos y napalm devastaron el campo, provocando una hambruna sin precedentes. En esa guerra murieron un millón de camboyanos.
Esto es lo verdaderamente importante en todo este asunto
No obstante, el Programa de Clinton sobre el genocidio en Camboya no lo considera parte integrante de su investigación.
Unos budistas fervientes
Los revisionistas soviéticos acusaron a los jemeres rojos de ser maoístas y los imperialistas dijeron que eran comunistas.
En realidad, en Camboya fueron los monjes budistas los que, desde el siglo XIX, encabezaron las guerras anticoloniales contra Francia. Como los franceses no crearon escuelas, el budismo fue allí la única vía educativa. Se convirtió en el centro de la vida intelectual y en la única institución nacional, aparte de la monarquía. La mayoría de los jóvenes camboyanos pasaban varios años recluidos en los monasterios. En los años 30 y 40 los templos se convirtieron en centros de resistencia nacional, primero contra los franceses y después contra los japoneses. Las diversas tendencias políticas del movimiento de liberación nacional reclutaron a sus militantes entre los monjes budistas.
Al fundarse el Partido Comunista de Indochina en 1930, algunos camboyanos formaron parte integrante del mismo. Pero en su mayor parte aquellos comunistas camboyanos eran vietnamitas emigrantes. Cuando en 1951 el Partido Comunista de Indochina se disolvió y se crearon diferentes partidos en cada país, los propios vietnamitas aconsejaron crear en 1960 en Camboya una organización de frente único, el Partido Revolucionario del Pueblo Jemer, en lugar de un partido comunista. Del mismo modo, en lugar de formar su propio ejército, unido en torno a las tareas inmediatas de la revolución y también principal campo de entrenamiento en las metas a largo plazo y en la ideología del comunismo, trabajaron con los guerrilleros budistas y nacionalistas Issarak que habían surgido de la lucha contra Japón. Durante las siguientes dos décadas muchos cuadros y dirigentes del Partido Revolucionario del Pueblo Jemer eran antiguos monjes y su ideología era exclusivamente nacionalista. El movimiento Issarak tuvo mucho arraigo entre las masas y sus fuerzas combatientes se contaron por miles. Entre ellos no se llamaban camaradas sino hermanos, como en los monasterios: Pol Pot era el hermano número uno, Nuon Chea era el hermano número dos, y así sucesivamente.
Tras el golpe de Estado de 1970, los monárquicos, los jemeres rojos y diversas fuerzas nacionalistas, hasta entonces enfrentadas, se integraron en el Frente Unido Nacional de Kampuchea (FUNK) dirigido por el príncipe depuesto Norodom Sihanuk.
Por tanto, independientemente del nombre que la organización adoptara en cada momento, en Camboya no existió un partido comunista sino un amplio movimiento de liberación nacional resultado de la agrupación de diversas fuerzas políticas enfrentadas al imperialismo. Hoy nadie quiere recordar que tras la victoria de 1975, Kampuchea Democrática era una monarquía encabezada por Sihanuk. Tampoco que el Angkar incluía rasgos claramente chovinistas, que su actitud hacia todo lo extranjero era despectiva. Se creían tan avanzados que habían sobrepasado a Lenin y dejado atrás a Mao, dirigiendo una revolución tan única que es mejor no aprender nada de la experiencia extranjera.
La verdadera naturaleza de sus dirigentes se demuestra no sólo por su origen religioso sino por su ideología, por el programa político implementado cuando estuvieron en el poder entre 1975 y 1979 y por el destino final de todos ellos, que retornaron a la religión de donde provenían. Otros se reconvirtieron al cristianismo: según un artículo de The Observer de 2004, al menos 2.000 jemeres rojos se habían convertido al cristianismo evangelista.
Tras la invasión vietnamita de 1979, a las zonas que ocupaba la guerrilla llegaron misioneros evangelistas, predicando a unos jemeres rojos que hacía 20 años que habían abandonado el budismo. Formaban parte de la avanzadilla imperialista que trataba de contrarrestar la presencia vietnamita en Camboya y su sintonía con los jemeres rojos fue total, no solamente por los antecedentes religiosos de éstos sino también por su común objetivo de combatir a los vietnamitas.
Por ejemplo, Lun Lung, empezó de guardaespaldas personal de un dirigente jemer rojo, luego se convirtió en un propagandista del régimen, dirigiendo una radio de la Kampuchea Democrática. Hace pocos años se bautizó y ahora dirige Radio Pailin, que incluye un programa cristiano.
El hermano número dos del Angkar, Nuon Chea, es hoy es un ferviente budista. Aunque se encuentra en prisión, el carcelero Kank Kek Ieu, es desde 1992 otro devoto cristiano. Cuando, después de 20 años desaparecido, los periodistas de la revista Far Eastern Economic Review le entrevistaron en 1997, trabajaba con nombre falso como asistente médico en un campo de refugiados del American Refugee Committee en el norte de Camboya. Kang Kek Ieu reconoció haber participado en torturas, asesinatos y crímenes contra la humanidad y estar preparado para testificar contra otros dirigentes jemeres rojos. También explicó que se había reconvertido al cristianismo evangelista y que era un cristiano renacido.
En agosto de 1976 los dirigentes de Kampuchea Democrática acudieron a la conferencia de países no alineados celebrada en Colombo, en Sri Lanka. Los budistas ceilaneses, incluso la piadosa población de Kandy, donde se encuentran las reliquias de Buda, aclamaron a los jemeres rojos. Fue algo insólito.
Por todo ello, no sabemos en virtud de qué o de quién se incluye a Pol Pot y a los jemeres rojos dentro del movimiento comunista internacional o del maoísmo, como afirmaban los revisionistas soviéticos. Como con todos los tránsfugas, no sabemos cuándo pasaron del budismo al comunismo, ni luego cómo regresaron otra vez del comunismo al budismo (o al cristianismo). Tampoco somos capaces de averiguar cómo todo eso se adereza con el condimento nacionalista y el chovinismo. Hoy hay muchas organizaciones, colectivos y grupos que se autodenominan comunistas, como se puede comprobar en los enlaces de algunas páginas de internet. Pero en 1977 la situación era mucho peor, una verdadera plaga, no sólo en los países desarrollados sino muy especialmente en el Tercer Mundo. Es muy característico de los nacionalistas: las organizaciones que habían logrado la independencia de sus países, como los jemeres rojos, volvieron la espalda a las antiguas metrópolis capitalistas que los habían sometido a una condición colonial y buscaron apoyo en los países del bloque socialista, adoptando cuantos ademanes y poses seudocomunistas eran necesarios para ello.
En setiembre de 1977 los del Angkar hicieron lo mismo y pasaron a autodenominarse Partido Comunista de Kampuchea en un contexto político muy significativo, durante un viaje a Beijing para vistar a Deng Xioping y los revisionistas chinos que, justo un año antes, habían dado un golpe de Estado. La política de los revisionistas chinos era reactiva frente a la de los revisionistas soviéticos. Si éstos se apoyaban en India, aquellos se apoyaban en Pakistán; si unos apostaban por los golpistas argentinos, los otros lo hacían por los chilenos. Así Kampuchea Democrática mantuvo buenas relaciones con China porque Vietnam mantenía buenas relaciones con la Unión Soviética (o a la inversa, que tanto da).
Kampuchea Democrática recibió cantidades importantes de ayuda de China durante y después de la guerra. El primer cargamento de comida llegó menos de una semana después de la liberación. Para mediados de septiembre de 1977, China ofreció mil millones de dólares de ayuda económica sin intereses, incluyendo una donación de 20 millones de dólares, la mayor ayuda que China había otorgado jamás a otro país. Sin embargo, como buenos nacionalistas, los jemeres rojos siempre confiaron en sus propios recursos internos. Por ejemplo, leyendo los escasos discursos internacionales de Ieng Sary, aparecen muchas veces las ideas ligadas a la independencia, entendidas además como autosuficiencia económica, pero en ningún caso las del socialismo. En su escasa actividad diplomática los jemeres rojos se presentaban a sí mismos ante el mundo como los auténticos -por no decir los únicos- representantes del movimiento de los países no alineados. Según ellos, los demás países encubrían sus lazos económicos y políticos con estadounidenses y soviéticos, mientras que ellos se mantenían completamente al margen de unos y otros. Esa actitud de aislamiento se acabó volviendo en su contra.
Aquel mes de setiembre de 1977, Pol Pot y otros dirigentes del Angkar fueron a Beijing y literalmente se arrojaron a los brazos de Deng Xioping en el aeropuerto. Entonces el hermano número uno pronunció un discurso en el que reveló públicamente que en realidad el Angkar era un partido comunista. Cambió el nombre de su organización e invocó el nombre de Mao nada menos que ante quienes estaban a punto de liquidar las conquistas de la revolución china en nombre del propio Mao. Al referirse a la historia de su partido, dijo: Nosotros también aprendimos de la experiencia de la revolución mundial y en particular de la obra del camarada Mao Tsetung, y la experiencia de la revolución china jugó un papel importante entonces (3).
Pol Pot decía lo que Deng Xioping y los suyos querían escuchar, y nada más, porque aunque su discurso fue transmitido por la radio china, no se retransmitió por la camboyana. Estaba destinado exclusivamente al consumo externo. Los camboyanos no tenían derecho a saber que lo que se hacía llamar Angkar era en realidad un partido autodenominado comunista, una práctica aberrante que no tiene nada de comunista y que no se justifica por las condiciones de estricta cladestinidad en que se tuvo que desenvolver el movimiento de liberación nacional camboyano desde 1965, fecha del exterminio masivo de los comunistas indonesios. Hasta ese momento siempre había mantenido una dualidad entre una rama legal y otra ilegal, pero a partir de entonces entró en el más absoluto de los secretos y del aislamiento. Si bien la clandestinidad es un principio organizativo básico de toda organización en guerra contra los reaccionarios, aquí se trata de algo bien distinto. En el párrafo final del Manifiesto Comunista Marx y Engels ya dijeron que los comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y propósitos (4). Para lograr sus objetivos la política comunista se dirige a las masas y se apoya en las masas, por lo que nada lograríamos escondiendo o camuflando nuestros objetivos a corto y largo plazo.
Pues tras su derrota en 1979, los jemeres rojos siguieron ocultando sus propósitos porque volvieron a cambiar de nombre y formaron el Partido de Kampuchea Democrática. Por tanto, su denominación como comunistas sólo duró dos años.
El supuesto maoísmo de los jemeres rojos
La afirmación original de que jemeres rojos eran maoístas provino de los revisionistas soviéticos, que en 1979 difundieron a través de la agencia de prensa Novosti un folleto infame de Vladimir Simonov titulado Campuchea: crimen y fracaso del maoísmo. El folleto perseguía varios objetivos:
- justificar la invasión del país por sus aliados vietnamitas
- descalificar a Mao y a China a través del genocidio camboyano.
La palabra maoísta aparece en cada línea del truculento folleto hasta crear una plena asociación de ideas. Pero no merece la pena perder ni un minuto en leer, ni mucho menos en refutar, el cúmulo de infundios que allí se vierten.
Como en tantas otras áreas, la política internacional de los revisionistas soviéticos hacia Camboya era absolutamente ajena al internacionalismo proletario. Entre otras cosas, nunca rompieron relaciones diplomáticas con el régimen del golpista Lon Nol.
Si negamos que el Angkar tuviera ninguna relación con el movimiento comunista internacional, excusamos decir que tampoco la tenían con el Partido Comunista de China. Los jemeres rojos nunca se reconocieron a sí mismos como maoístas. Si bien Pol Pot vivió en China en vísperas de la revolución cultural, no hay constancia de ningún apoyo a la misma en los documentos y declaraciones del Angkar o de Pol Pot durante la vida de Mao. Cuando los documentos del Angkar se remiten a la revolución china es generalmente para despreciarla en comparación con la camboyana.
A finales de 1967, Pol Pot organizó una escuela de entrenamiento del Angkar en la selva noreste de Camboya. En nueve días de conferencias políticas, rara vez mencionó a China y nunca a la revolución cultural que, justo en aquel momento, estaba en su apogeo y era noticia sobresaliente en todo el mundo. Kiernan reconoce que ni Pol Pot, ni Ieng Sary, Son Sen, Khieu Samphan, ni ningún otro dirigente del centro del PCK, se ha sabido que expresara simpatía por la Revolución Cultural mientras ésta ocurría (5). Según Timothy Carney: Aún no hay evidencia que vincule al partido camboyano con los radicales de China en el período 1965-1971 (6). Pero es otro tópico comúnmente aceptado en la propaganda imperialista ligar el régimen de Pol Pot a la Banda de los Cuatro sobre la base de supuestas similitudes entre el Gran Salto Adelante, la Revolución Cultural y la política de Kampuchea Democrática.
Justo después de tomar el poder, en junio de 1975, Pol Pot hizo un viaje secreto a Hanoi y Pekín y algunos informes decían que se reunió con Mao, pero nada se sabe acerca de este supuesto encuentro.
Cuando Mao murió en septiembre de 1976, durante el golpe de Estado revisionista en China, los dirigentes del Angkar se manifestaron contra la Banda de los Cuatro, según Kiernan (7). Entonces Kampuchea Democrática llamó a un período de cinco días de luto y las declaraciones oficiales de duelo emitidas entonces no van más allá de la retórica diplomática que se puede leer en las de otros países, incluidos los capitalistas con los que China acababa de intercambiar embajadas.
En fin, en setiembre de 1977 también nuestro Ministro de Defensa Jose Antonio Alonso, entonces dirigente del Partido del Trabajo, se consideraba a sí mismo comunista y maoísta, pero nosotros nunca le tuvimos en tal concepto. Mucho menos a Pol Pot, que jamás pretendió hacerse pasar por lo que no era.
Notas:
(1) Ben Kiernan: The Pol Pot Regime, Yale University Press, 1996, pg. 457.
(2) Vladimir Simonov: Campuchea: crimen y fracaso del maoísmo, Agencia de Prensa Novosti, Moscú, 1979.
(3) Kenneth Quinn, en Karl D. Jackson, red.: Cambodia 1975-1978: Rendez-vous with death, Princeton University Press, 1989, pgs. 219-220.
(4) Marx y Engels: Obras Escogidas, Madrid, 1975, tomo I, pg.50.
(5) The Pol Pot Regime, cit., pg. 127.
(6) Victoria inesperada, en Karl D. Jackson, red.: Rendez-vous with death, cit., pg.24.
(7) The Pol Pot Regime, cit., pgs. 155-156.