Reflexión ante un feminismo de la segregación. Néstor Estebenz Nogal
Ya va siendo hora de que se retitule un tipo de feminismo vigente por lo que es: un movimiento que segrega la participación de personas. Su sexismo es de tal magnitud que todo aquel que no tenga vagina no tiene derecho a estar en sus reuniones. Supone que los valores exquisitos y exclusivos de las mujeres no pueden ser contaminados por los masculinos: inevitablemente falócratas y patriarcales. Henos aquí ante actitudes decimonónicas que vetan el paso a hombres (no importa su sensibilidad ni su inteligencia ni su humanismo, ni siquiera sus derechos humanos adquiridos a no ser excluido de los temas que competen a su especie y a la vida social). Estos derechos de admisión están gestionados por mujeres de psicologías obtusas, miedicas y acomplejadas, incapaces de compartir sus problemas y angustias en forma de discusiones racionalizadas y organizadas con otras figuras humanas que no sean de su sexo. El único tipo de varón, el de nacimiento, que puede participar en sus espacios es el transexuado que ha cambiado ademanes y ha pasado -se supone- por una amputación del pene. Tampoco me consta que las feministas mas recalcitrantes pongan una vigía en la puerta para hacerle bajar los pantalones o subirle las faldas a las trans para averiguar in situ si tienen o no pene, premisa crucial según la cual serian admitidas para tomar la palabra y hacer oír su voz junto a las demás. Gesto este (el de mirar los genitales) que recuerda a aquel de triste recuerdo que hacían los nazis para identificar a los judíos por su ostentosa circuncisión prepuciana)
En una reunión de feministas escondidas a la observación y participación masculina, una trans (que de cara cantaba como hombre aunque sus ademanes corrigieran ese sesgo) dijo haberse sentido mas comprendida por hombres no feministas que por mujeres feministas. Los hombres que quieran participar de las reuniones feministas de ese calado ya saben/mos lo que nos toca hacer, pasarnos antes por el quirófano de las amputaciones. Tirando del ovillo el detalle no es banal: las mas feministas aceptan en sus reuniones a transexuados lo que no deja de ser un reconocimiento de quienes han elegido la via transfugácica del sexo. ¿No hay algo de la psicología castradora de la mujer-madre que no puede aceptar el hombre varón con sus desiderátums distintos ante la vida? Sin seguir por esa vía especulativa y centrándonos en hechos concretos, la triste verdad es que los hombres se quedan a las puertas de las reuniones (un tipo de reuniones) feministas poco cordiales, nada educadas con el recién llegado que va con toda su buena fe interesado en un contenido de una reunión sin importarle si las gradas están llenas de blancos, negros, nipones, hombres, mujeres, gatos o perros, y que no puede entrar.
Reservado el derecho de admisión, no hay más que hablar. De acuerdo, en todas partes hay esa clase de preaviso. Ni todo el mundo puede pretender entrar en todos los sitios ni todos los sitios pueden admitir todas las personas. Lo cual se ajusta a una sociedad de marginalismos perfectamente conocida y estudiada. El feminismo de la exclusión de lo masculino está imbricado en esa clase de funcionamiento social tan desarrollado y consolidado por la sociedad burguesa, cuya definición exacta, la de esta sociedad, cuesta más de hacer en tanto que sus críticos le plagian sus formas, no habiendo tanta diferencia entre oponentes y la cosa a la que se oponen. Ese feminismo de la exclusión es sospechoso de serlo de la venganza. Los siglos de exclusión femenina de las instancias de decisión política, de los dirigimos económicos, de las proezas del aventurismo de la exploración y de los retos científicos viene contrabalanceando en un extremo del movimiento pendular histórico una protuberancia cargada de rencores y rencillas no resueltas. A la legítima lucha alternativa al patriarcado se le ha juntado también una paranoia enferma de confundir todo hombre como un patriarca, y todo sujeto con un pene por atributo como un condenado machista. Eso viene dando lugar a una praxis fraudulenta de un feminismo de la autenticidad luchando en paralelo por los derechos de integración y de distinción y solapándolos con un ultraje a la democracia participativa en los temas de discusión. Una feminista me dijo que igual que los inmigrantes tienen y pueden discutir el problema de la inmigración solo entre ellos o tantos otros sectores parciales debían discutir la especificidad de su problemática sin injerencias de otros sectores también las feministas hacían otro tanto. Eso sí que es una comparación con enjundia. Tomamos nota, sí, tambiém sabemos que los del G8 se reunen por separado, que los del bildenberg hacen otro tanto, que innumerables clubs elitistas no permiten la participacion popular en sus reuniones y que cada comité de cada especialidad deja fuera de su ámbito a posibles interesados y observadores. Parece razonable el planteamiento, la sociedad está estructurada así, la cuestión es que eso tiene mucho que ver con la metodología del particularismo (una versión a escala mayor del individualismo) y muy poco con una metodología a favor de una renovación social y la creación de una ética nueva del compromiso humano hermanándonos como personas y no por motivaciones fisiológicas o miedos psicológicos.
Cada vez que un grupo se constituye en club privado (algo que puede hacer desde el amparo legal) impidiendo la entrada de otras personas lo que hace además de tener un espacio selecto y predecible perpetúa inexorablemente una sociedad repleta y saturada de privacías donde todo el mundo queda fuera sea de un sitio o de otro. Un asunto es la voluntad de elección de no entrar en espacios en los que no se desea estar y otra es que estos espacios pongan una barrera a los que son/mos distintos por razones físicas.
De la discriminación racial se ha hablado mucho, tambien de otras como la homofobia; pues bien, asistimos a un fenómeno con todas las características segregacionistas de una masculinofóbia. Ésta, además de no ser ética, es anacrónica y reaccionaria. Por si fuera poco es ilegal. Locales constituidos como asociaciones culturales que presentan temas de interés publico no pueden (por ley si alguien desea denunciarlos) impedirles la entrada a otros humanos por razones de credos, color de la piel, idioma o sexo. Es tan discriminatorio ver la entrada prohibida en un espacio público por presentar una minusvalía física, una tendencia sexual, un acento lingüístico, un color de la piel como por una condición de género. Ya va siendo hora que se titule a ese tipo de feminismo sexista por lo que es, otra modalidad de los movimientos reaccionarios en contra del progreso y de una sociedad sin clases. Algo de lo que se dan cuenta mujeres que para nada se sienten representadas por otras de su genero que esos lock out simbolizan los de sus propias vaginas.
Mientras los hombres (los mas machistas) predominaron durante mucho tiempo en muchos lugares como los únicos usurarios de unos determinados espacios y veían mal compartirlos con las mujeres pero sin llegar a prohibírselo expresamente, esa nueva racha de feminismo si es capaz de impedir la entrada masculina, impidiendo así extender su causa a toda la sociedad y privándose de otros puntos de vista suculentos para sus debates.
Este supuesto exclusivismo femenino esconde traumas no resueltos y, sobre todo, miedos a una figura sexual diferente a la propia. Resulta que ni todas las mujeres son o fueron maltratadas ni la necesidad de su escondite obedece a reunir condiciones de trabajo mejores y sin interferencias sino a un temor a tener que discutir puntos de vista que no le refuercen los suyos. Eso, en vez de preparar las condiciones para una sociedad libre, lo que hace es perpetuar enfrentamientos entre grupos humanos, en este caso en función de la diferencia de género. El resultado descorazonador de un feminismo reaccionario va en contra de sus postulados mas lejanos reforzados con un humanismo del que carece un feminismo actual para el que seria recomendable que volviera las lecturas de textos de hace medio siglo atrás mas lúcidos que superan el juego del escondite actual. No es una casualidad ni un detalle tan disculpable que mujeres que asisten a actos feministas en distintos puntos geográficos y nomenclaturas organizativas tengan el común denominador de una resistencia a la intervención masculina, tanto por lo que hace a su entrada presencial como por lo que hace a su toma de la palabra. Seguramente hay millones de motivos por los que las mujeres pueden y deben estar en contra de actitudes masculinas (lo que no significa que a la inversa no se dé un flujo de enfados igualmente legitimo en la otra dirección, el de los hombres castrados por mujeres (madres, esposas e incluso hijas) que les han prohibido sus deseos, pero no será marginando a todo un grupo humano de sus debates porque una parte haya actuado de formas maltratadoras y prepotentes. Ese hecho de no saber distinguir entre individuo y grupo demuestra la falta de lucidez de este feminismo actual lo cual va en contra de un movimiento de liberación social tanto como contra la misma libertad femenina de las mujeres como personas de nueva concepción. Ese particularismo de género concentra a dosis elevadas el egoísmo que ya fue definido por Anthony de Mello como exigir al otro que haga lo que tú quieras. El feminismo de la diferencia en su momento ya expresó una psicología diferencial interhumana. No hay un individuo igual a otro (algo que se ha dicho por repetido a lo largo de la historia conocida y , cabe suponer, que se sabía en la desconocida). Pretender igualarlos en categorías estancas por su morfología es tan absurdo como quererlo hacer por sus atuendos o sus idiomas. A pesar de todo la pulsión clasificatoria (además de la necesidad científica de hacer grupos calsificados, taxonomiasy subgrupos) busca antes que nada el sello de pertenencia de cada individuo a su etiqueta de referencia.
En algunos grupos envalentonados de la agitación feminista exigiendo los derechos de la mujer se asiste a un tipo de fanatismo de gheto Para desgracia colectiva, incluyendo la del grueso femenino, un fanatismo femenino creyéndose representativo de todo el grupo fémino lía las interpretaciones del pasado y se venga de todo lo masculino por el hecho de ser masculino. La militancia que desee abanderar los intereses de un grupo humano debe autovigilarse diferenciando en lo que impone de su propia cosecha subjetivista y lo que real y objetiva,mente representa a intereses comunitarios o de género. A sotto voce he oído decir a algunas mujeres de algunas feministas castradoras que andan mal folladas y de ahí sus tirrias. No entraremos en ese lenguaje lesivo. La vanguardia representativa debe transparentar los deseos colectivos y no imponer sus subjetividades, hacer algo así como lo que Edith Stein dijo en relación a la traslación de la palabra ajena en la figura del traductor que debía ser el cristal que deja pasar toda la luz pero que él mismo no se ve. La psicopatología puede reinterpretar ese feminismo de la segregación como un macrosíntoma, ya que su lucha principal no está puesta contra la estructura clasista de un sistema injusto si no contra las figuras humanas que le recuerdan los traumas tenidos o los conflictos habidos con otras figuras masculinas de sus biografías. Culpar -y excluir a todos los hombres por principio- por lo que hicieron algunos es una atrocidad. La retórica combativa en cualquier campo de discusión y de enfrentamiento lo tiene duro si no se autoacredita como un nuevo germen de vida. Posiblemente Fénelon exageraba al decir que todo se sabe cuando sabes hacerte amar, pero lo opuesto: hacer pasar el saber y la convicción por el enfrentamiento odioso no parece que pueda llegar muy lejos.
Para el feminismo de la integración, de la pluralidad y de la coexistencia organizada, fluida y enriquecedora de discursos creativos, cargar con la lacra de ese otro feminismo de la venganza sabe que le desluce y lo arrincona. La lucha de las mujeres no es una lucha por y para ellas exclusivamente, como tampoco lo son las otras luchas sectoriales que si quieren vencer tienen que vincularlas a movimientos de renovación intercolectivos por una perspectiva de sociedad mejor. Las mujeres en lucha que tanto han recordado su doble actividad contra el sistema y contra sus compañeros masculinos para reeducarlos no pueden olvidar que los hombres en lucha tambien están en conflicto en ese doble territorio. ¿cuantas mujeres han retenido a sus maridos en los hogares para que no se aventuraran por terrenos in ciertos de la lucha de clases?¿cuantas, con la excusa de los hijos y la estabilidad doméstica han exigido la cobardía de sus compañeros aun a costa de perder su dignidad?.
Ya va siendo hora de que se retitule un tipo de feminismo vigente por lo que es: un movimiento que segrega la participación de personas. Su sexismo es de tal magnitud que todo aquel que no tenga vagina no tiene derecho a estar en sus reuniones. Supone que los valores exquisitos y exclusivos de las mujeres no pueden ser contaminados por los masculinos: inevitablemente falócratas y patriarcales. Henos aquí ante actitudes decimonónicas que vetan el paso a hombres (no importa su sensibilidad ni su inteligencia ni su humanismo, ni siquiera sus derechos humanos adquiridos a no ser excluido de los temas que competen a su especie y a la vida social). Estos derechos de admisión están gestionados por mujeres de psicologías obtusas, miedicas y acomplejadas, incapaces de compartir sus problemas y angustias en forma de discusiones racionalizadas y organizadas con otras figuras humanas que no sean de su sexo. El único tipo de varón, el de nacimiento, que puede participar en sus espacios es el transexuado que ha cambiado ademanes y ha pasado -se supone- por una amputación del pene. Tampoco me consta que las feministas mas recalcitrantes pongan una vigía en la puerta para hacerle bajar los pantalones o subirle las faldas a las trans para averiguar in situ si tienen o no pene, premisa crucial según la cual serian admitidas para tomar la palabra y hacer oír su voz junto a las demás. Gesto este (el de mirar los genitales) que recuerda a aquel de triste recuerdo que hacían los nazis para identificar a los judíos por su ostentosa circuncisión prepuciana)
En una reunión de feministas escondidas a la observación y participación masculina, una trans (que de cara cantaba como hombre aunque sus ademanes corrigieran ese sesgo) dijo haberse sentido mas comprendida por hombres no feministas que por mujeres feministas. Los hombres que quieran participar de las reuniones feministas de ese calado ya saben/mos lo que nos toca hacer, pasarnos antes por el quirófano de las amputaciones. Tirando del ovillo el detalle no es banal: las mas feministas aceptan en sus reuniones a transexuados lo que no deja de ser un reconocimiento de quienes han elegido la via transfugácica del sexo. ¿No hay algo de la psicología castradora de la mujer-madre que no puede aceptar el hombre varón con sus desiderátums distintos ante la vida? Sin seguir por esa vía especulativa y centrándonos en hechos concretos, la triste verdad es que los hombres se quedan a las puertas de las reuniones (un tipo de reuniones) feministas poco cordiales, nada educadas con el recién llegado que va con toda su buena fe interesado en un contenido de una reunión sin importarle si las gradas están llenas de blancos, negros, nipones, hombres, mujeres, gatos o perros, y que no puede entrar.
Reservado el derecho de admisión, no hay más que hablar. De acuerdo, en todas partes hay esa clase de preaviso. Ni todo el mundo puede pretender entrar en todos los sitios ni todos los sitios pueden admitir todas las personas. Lo cual se ajusta a una sociedad de marginalismos perfectamente conocida y estudiada. El feminismo de la exclusión de lo masculino está imbricado en esa clase de funcionamiento social tan desarrollado y consolidado por la sociedad burguesa, cuya definición exacta, la de esta sociedad, cuesta más de hacer en tanto que sus críticos le plagian sus formas, no habiendo tanta diferencia entre oponentes y la cosa a la que se oponen. Ese feminismo de la exclusión es sospechoso de serlo de la venganza. Los siglos de exclusión femenina de las instancias de decisión política, de los dirigimos económicos, de las proezas del aventurismo de la exploración y de los retos científicos viene contrabalanceando en un extremo del movimiento pendular histórico una protuberancia cargada de rencores y rencillas no resueltas. A la legítima lucha alternativa al patriarcado se le ha juntado también una paranoia enferma de confundir todo hombre como un patriarca, y todo sujeto con un pene por atributo como un condenado machista. Eso viene dando lugar a una praxis fraudulenta de un feminismo de la autenticidad luchando en paralelo por los derechos de integración y de distinción y solapándolos con un ultraje a la democracia participativa en los temas de discusión. Una feminista me dijo que igual que los inmigrantes tienen y pueden discutir el problema de la inmigración solo entre ellos o tantos otros sectores parciales debían discutir la especificidad de su problemática sin injerencias de otros sectores también las feministas hacían otro tanto. Eso sí que es una comparación con enjundia. Tomamos nota, sí, tambiém sabemos que los del G8 se reunen por separado, que los del bildenberg hacen otro tanto, que innumerables clubs elitistas no permiten la participacion popular en sus reuniones y que cada comité de cada especialidad deja fuera de su ámbito a posibles interesados y observadores. Parece razonable el planteamiento, la sociedad está estructurada así, la cuestión es que eso tiene mucho que ver con la metodología del particularismo (una versión a escala mayor del individualismo) y muy poco con una metodología a favor de una renovación social y la creación de una ética nueva del compromiso humano hermanándonos como personas y no por motivaciones fisiológicas o miedos psicológicos.
Cada vez que un grupo se constituye en club privado (algo que puede hacer desde el amparo legal) impidiendo la entrada de otras personas lo que hace además de tener un espacio selecto y predecible perpetúa inexorablemente una sociedad repleta y saturada de privacías donde todo el mundo queda fuera sea de un sitio o de otro. Un asunto es la voluntad de elección de no entrar en espacios en los que no se desea estar y otra es que estos espacios pongan una barrera a los que son/mos distintos por razones físicas.
De la discriminación racial se ha hablado mucho, tambien de otras como la homofobia; pues bien, asistimos a un fenómeno con todas las características segregacionistas de una masculinofóbia. Ésta, además de no ser ética, es anacrónica y reaccionaria. Por si fuera poco es ilegal. Locales constituidos como asociaciones culturales que presentan temas de interés publico no pueden (por ley si alguien desea denunciarlos) impedirles la entrada a otros humanos por razones de credos, color de la piel, idioma o sexo. Es tan discriminatorio ver la entrada prohibida en un espacio público por presentar una minusvalía física, una tendencia sexual, un acento lingüístico, un color de la piel como por una condición de género. Ya va siendo hora que se titule a ese tipo de feminismo sexista por lo que es, otra modalidad de los movimientos reaccionarios en contra del progreso y de una sociedad sin clases. Algo de lo que se dan cuenta mujeres que para nada se sienten representadas por otras de su genero que esos lock out simbolizan los de sus propias vaginas.
Mientras los hombres (los mas machistas) predominaron durante mucho tiempo en muchos lugares como los únicos usurarios de unos determinados espacios y veían mal compartirlos con las mujeres pero sin llegar a prohibírselo expresamente, esa nueva racha de feminismo si es capaz de impedir la entrada masculina, impidiendo así extender su causa a toda la sociedad y privándose de otros puntos de vista suculentos para sus debates.
Este supuesto exclusivismo femenino esconde traumas no resueltos y, sobre todo, miedos a una figura sexual diferente a la propia. Resulta que ni todas las mujeres son o fueron maltratadas ni la necesidad de su escondite obedece a reunir condiciones de trabajo mejores y sin interferencias sino a un temor a tener que discutir puntos de vista que no le refuercen los suyos. Eso, en vez de preparar las condiciones para una sociedad libre, lo que hace es perpetuar enfrentamientos entre grupos humanos, en este caso en función de la diferencia de género. El resultado descorazonador de un feminismo reaccionario va en contra de sus postulados mas lejanos reforzados con un humanismo del que carece un feminismo actual para el que seria recomendable que volviera las lecturas de textos de hace medio siglo atrás mas lúcidos que superan el juego del escondite actual. No es una casualidad ni un detalle tan disculpable que mujeres que asisten a actos feministas en distintos puntos geográficos y nomenclaturas organizativas tengan el común denominador de una resistencia a la intervención masculina, tanto por lo que hace a su entrada presencial como por lo que hace a su toma de la palabra. Seguramente hay millones de motivos por los que las mujeres pueden y deben estar en contra de actitudes masculinas (lo que no significa que a la inversa no se dé un flujo de enfados igualmente legitimo en la otra dirección, el de los hombres castrados por mujeres (madres, esposas e incluso hijas) que les han prohibido sus deseos, pero no será marginando a todo un grupo humano de sus debates porque una parte haya actuado de formas maltratadoras y prepotentes. Ese hecho de no saber distinguir entre individuo y grupo demuestra la falta de lucidez de este feminismo actual lo cual va en contra de un movimiento de liberación social tanto como contra la misma libertad femenina de las mujeres como personas de nueva concepción. Ese particularismo de género concentra a dosis elevadas el egoísmo que ya fue definido por Anthony de Mello como exigir al otro que haga lo que tú quieras. El feminismo de la diferencia en su momento ya expresó una psicología diferencial interhumana. No hay un individuo igual a otro (algo que se ha dicho por repetido a lo largo de la historia conocida y , cabe suponer, que se sabía en la desconocida). Pretender igualarlos en categorías estancas por su morfología es tan absurdo como quererlo hacer por sus atuendos o sus idiomas. A pesar de todo la pulsión clasificatoria (además de la necesidad científica de hacer grupos calsificados, taxonomiasy subgrupos) busca antes que nada el sello de pertenencia de cada individuo a su etiqueta de referencia.
En algunos grupos envalentonados de la agitación feminista exigiendo los derechos de la mujer se asiste a un tipo de fanatismo de gheto Para desgracia colectiva, incluyendo la del grueso femenino, un fanatismo femenino creyéndose representativo de todo el grupo fémino lía las interpretaciones del pasado y se venga de todo lo masculino por el hecho de ser masculino. La militancia que desee abanderar los intereses de un grupo humano debe autovigilarse diferenciando en lo que impone de su propia cosecha subjetivista y lo que real y objetiva,mente representa a intereses comunitarios o de género. A sotto voce he oído decir a algunas mujeres de algunas feministas castradoras que andan mal folladas y de ahí sus tirrias. No entraremos en ese lenguaje lesivo. La vanguardia representativa debe transparentar los deseos colectivos y no imponer sus subjetividades, hacer algo así como lo que Edith Stein dijo en relación a la traslación de la palabra ajena en la figura del traductor que debía ser el cristal que deja pasar toda la luz pero que él mismo no se ve. La psicopatología puede reinterpretar ese feminismo de la segregación como un macrosíntoma, ya que su lucha principal no está puesta contra la estructura clasista de un sistema injusto si no contra las figuras humanas que le recuerdan los traumas tenidos o los conflictos habidos con otras figuras masculinas de sus biografías. Culpar -y excluir a todos los hombres por principio- por lo que hicieron algunos es una atrocidad. La retórica combativa en cualquier campo de discusión y de enfrentamiento lo tiene duro si no se autoacredita como un nuevo germen de vida. Posiblemente Fénelon exageraba al decir que todo se sabe cuando sabes hacerte amar, pero lo opuesto: hacer pasar el saber y la convicción por el enfrentamiento odioso no parece que pueda llegar muy lejos.
Para el feminismo de la integración, de la pluralidad y de la coexistencia organizada, fluida y enriquecedora de discursos creativos, cargar con la lacra de ese otro feminismo de la venganza sabe que le desluce y lo arrincona. La lucha de las mujeres no es una lucha por y para ellas exclusivamente, como tampoco lo son las otras luchas sectoriales que si quieren vencer tienen que vincularlas a movimientos de renovación intercolectivos por una perspectiva de sociedad mejor. Las mujeres en lucha que tanto han recordado su doble actividad contra el sistema y contra sus compañeros masculinos para reeducarlos no pueden olvidar que los hombres en lucha tambien están en conflicto en ese doble territorio. ¿cuantas mujeres han retenido a sus maridos en los hogares para que no se aventuraran por terrenos in ciertos de la lucha de clases?¿cuantas, con la excusa de los hijos y la estabilidad doméstica han exigido la cobardía de sus compañeros aun a costa de perder su dignidad?.