De la discusión coparticipativa.(notas de Campos de Discusión siglo XXI
Las proposiciones para debates-marco, suficientemente seguidas, tienden a superar el enunciado genérico que las apadrina. Como que todo tiende a relacionarse con todo y los excesos referenciales y multitemáticos desbordan el tema inicial se hace necesario un trabajo continuado de su organización. Eso lo trata de cumplir la parte invitante y el sentido de la autoorganización (o automoderación) de los/las participantes pero a menudo aparecen elementos en la discusión muy valiosos que no tienen acuse de recibo y que quedan, aparentemente, arrinconados. A las pocas páginas formadas con las aportaciones sumadas, se hace necesario un método de síntesis que vaya (re)inventariando las tesis que van saliendo y de las líneas argumentísticas en danza. Ese método basado en el seguimiento de todas las intervenciones es lo que permite coherentizarlas como un todo y reconducirlas en cuanto se salen de madre para devolverlas al tema-eje. Eso neutraliza una conocida propensión intelectual a explicar toda la filosofía de la que se dispone en cada subtema. Eso es más propio de la pulsión extroversiva que no de la necesidad metodológica del tema mismo. Para cada intención de amplitud del conocimiento es importante acotar aquello de lo que se va a hablar, de no hacerlo el encadenamiento de otros temas conexos (y todos los temas en los que se pueda pensar están conexos de un modo u otro) desluce la convocatoria inicial. Entiendo que al maestro de ceremonias para la discusión que convoca le compete una función un tanto directiva con facultades de restricción para lo que no toca. Como compensación todo el material reunido multiautoral puede convertirlo en un dossier de interés posterior reeditable en otros soportes y ubicaciones dando muestra de la eficacia de la discusión coparticipativa.
De cada tema que irrumpe en la escenografía pública por la vía de su resonancia mediática toca prestar más atención a lo que se calla que a lo que se dice. Para vivir en una sociedad peligrosa (por refinada y civilizada que sean) hay que conocer muy bien sus reglas de juego. Hay frases o declaraciones para las que toda una jauría está esperando merendarse a quien haya tenido el desliz de decirlas. Un viejo truco de la implacabilidad supuestamente justiciera –que no juiciosa- consiste en esperar a que los hablantes se autoinculpen. Puesto que hablar y hablar de la vida, si se hace desde la sinceridad, pasa por reconocer la participación en hechos no siempre heroicos (la mayoría de actos humanos de todos los humanos son rutinarios y deslucidos). No hay nadie que no tenga secretos que contar. Los que lapidan a quienes cuentan los suyos han olvidado aquel famoso pasaje cristiano contra la no culpabilidad absoluta. Por otra parte ¿qué es un secreto? ¿Algo que no se ha contado en absoluto nunca a nadie? No, un secreto es una información que se ha callado ante un auditor (o algunos millones de auditores) a los que era mejor callárselo presuponiendo que no iban a entenderlo. Cuando al fin se extrovierte se pone el termómetro a la realidad para verificar si esa prevención era exagerada o se quedaba corta.
Cada discurso para sobrevivir necesita parcialmente acudir a la metáfora, con eso se arriesga a no ser comprendido en lo esencial pero sí garantiza ser recordado por sus parábolas. Cada vez que alguien señala con su dedo índice el cielo: ¡mira ese fenómeno! hay quien se limita a mirarle el dedo y no a lo que señala. En ciencia se propone –se viene proponiendo- un método de indagación, sistematizado desde el XVII con la pretensión de superar discusiones en las que la percepción por un lado y las creencias por otro eran priorizadas al cálculo del objeto de estudio. Todas las contribuciones científicas siguen sin tener un reconocimiento unánime (todavía hay quien cree que la primera mujer fue hecha de una costilla varonil, que la tierra es plana y que el hombre no ha pisado la luna por la famosa huella supuestamente fraudulenta y el banderín USA movido por un improbable viento lunar) y la ciencia tampoco es una sola cosa. Toca hablar de las distintas ciencias, algunas de ellas, la mayoría, tomando las estimaciones basadas en probabilísticas como una aproximación a lo riguroso sin alcanzarlo plenamente. Es así que la meteorología, la economía, la política, la pedagogía y la medicina son disciplinas probabilísticas con márgenes de error considerables y variables extrañas no totalmente previstas. Y la física, la química o más aun, las matemáticas son más seguras. Como que todo es falsable potencialmente (Karl Popper) el único reducto de referencia que queda como estabilización del saber es su formulación algebraica. En resumen, las ciencias tienen por común denominador a la única que no puede ser desbancada por la empíria: las ciencias exactas como nueva numerología un tanto críptica para legos. De la ciencia se ha hecho religión como de la sandalia de O’Brien hubo quien hizo un símbolo y del interminable footing de Furrest Gumb una forma de consagrar la vida a una causa sin nombre pero todo no es lo mismo, ni todos los enunciados (los de las palabras y signos componiendo frases o fórmulas con afirmaciones o negaciones) sirven para componer argumentísticas con las que tratar de progresar intelectualmente abriéndonos paso en medio de pastosas indeterminaciones. Desde el principio de la historia de la filosofía se tiene referencia del linaje sofista que demostró la habilidad para poner al servicio de cualquier causa la argumentística. Ya entonces las palabras demostraron no tener tanta fuerza como para imponerse por sí mismas, por su propio valor, siendo tergiversadas según la pervertibilidad de su manipulador. El sofismo nunca ha dejado de ser una praxis recurrente a través de los milenios aunque no como tal escuela (aunque no ha faltado quien ha visto en los oficiantes del Derecho sus hijastros más directos). Acudir al alegato de la naturaleza como palacio de la verdad, algo a lo que Ambrosio –canonizado como santo- ya se anticipó en calificar de maestra nos deja en la incertidumbre cuando esa maestría se expresa por distintas voces que refieren fenómenos diferentes y contrapuestos. Resultando que tras cada balance cada cual elige el teorema que más le conviene: desde el meramente crédulo al sobradamente documentado. Como que de todo lo que se haya sentado acta hay que dudar convenientemente antes de darlo por cátedra (recordando lo que dijo Walter Benjamin ”Todo documento de cultura es también un documento de barbarie”.) las teorías que aspiran a leyes científicas no siempre son tales necesitando de repetidas pruebas de evidencia para tomarlas por tales. Parte de las cosas que ocurren o al menos las que ocurren como experiencias vivenciales directas a escala individual ocurre por la disposición volitiva a que sucedan. Y eso incide directamente tanto en la sensitividad y percepción como en la apertura mental para captar los sucesos. Brentano teorizó la intencionalidad como una categoría representacional de un acaecimiento mental. Desde el ámbito estrictamente de sujeto se incide en el objeto que se aprehende (se observa, se estudia, se siente y del que se entresaca sus mensajes encerrados) lo que llevaría a tantas experiencias de aproximación al objeto como sujetos aproximantes concurrieran. Como que eso hace inviable la comunicación sobre toda esa vasta objetualidad la realidad deviene una convención acerca de lo que es, no porque lo sea, sino porque es el único modo entendible de referirla.
De acuerdo con la escritora Nora Barlow “cualquier momento es bueno para reinterpretar teorías desde un punto de vista nuevo y a partir de hechos nuevos”. Considerado que esa es una de las funciones de la reflexión aunque sin coincidir tanto en que sea el verdadero dominio de la ciencia, sí entiendo que forma parte de uno de sus dominios. La ciencia que no se auto revisa o no acepta la revisión es sospechosa de no serlo acogiéndose a dogmas que pretende perpetuar. Ahí dónde hay un espacio de controversia (confluencia de dos o más versiones diferentes sobre un tema o un objeto temático) y la deferencia suficiente para irlo siguiendo a distintos grados (desde la ojeada a la lectura atenta, de oír sus campanas a escucharlo) de 2 o más intervinientes existe la oportunidad de un aprendizaje si alguien aporta algo nuevo para enseñar o ese algo nuevo va surgiendo en la discusión misma. Como que la mayéutica está en desuso y para que surjan nuevos saberes es necesario pasar por el apoyo de otros o desbancarlos (si dejaron de servir) las controversias tienden a flotar más en los umbrales transfronterizos entre aquello de lo que se quiere hablar y lo que de facto se habla sumándosele las derivaciones –o derivas- a temas colaterales.
El método de discusión sobre percepción (acerca pues del sujeto percibiente del objeto percibible) se complica cuando cada sujeto y los elementos de los que se compone son tantos otros objetos percibibles (desde el self o desde el heteroanálisis). La percepción es un conjunto de impresiones obtenidos por la evaluación sensorial de las formas de la realidad y sus presuntos contenidos, luego entonces es una reunión de informaciones. Lo percibible son los elementos de un objeto que llegan a un codificador. Si lo es, lo es por su carácter informativo. Lo que no tiene una evidencia se registra desde otros campos (intuición, telepatía, psicofonías, mediumnidad tal vez…) pero no fácilmente desde la sensación, aunque la línea de separación entre lo intuitivo y lo sentido no está rigurosamente establecida y esa cuestión se presta a especulación. Si todo es información nada ni nadie escapa a ser involucrado en una u otra teoría de la comunicación. No hay ningun observador desde su burbuja inmune a las circunstancias. El batiscafo mejor blindado es zarandeado por el octópodo con el que se tropieza pero antes el observador a bordo vino a molestarle en su paz oceánica. Los efectos Rosenthal y Hawthorne (el uno como exceso de expectativas que coadyuva a que se produzca o se encuentre n los resultados esperado y el otro como el de auto expectativa en un rendimiento no habitual) no están totalmente erradicados del observante –o percibiente- que influye en la interpretación de la cosa percibida. Teniendo en cuenta que el aislamiento del objeto del factor humano que lo interpreta y lo aísla es el principal dilema de la ciencia se hace imposible excluir la intervención subjetiva de la modificación del objeto con el que trata. La diferencia entre objetos y situaciones pasa por semánticas confusionistas si no se define en cada momento conversacional a lo que se refiere uno y otro término. En proyección artística y en el menos osado objeto artístico situado instalado en un espacio (una sala museística sin nada más que las paredes, el suelo y el techo) crea una situación nueva distinta a esa sala sin objeto alguno como contenido sin olvidar que la sala en sí misma es un conteniente, otro objeto. La ontología no está en cada objeto sino en el valor interpretativo de quien le busca un significante. Un mismo objeto tiene valores incluso opuestos según sean sus usuarios u observantes. Para cada objeto referido según sea el relato que lo envuelva se está manejando un concepto (una forma de concebirlo) específica. Es por eso que el percepto condiciona al concepto. Lo que hace que la misma cosa sea percibida exactamente de la misma manera por los observantes es el convenio de unificar el estimulo dentro de una misma escala de interpretación o código. Si el observador cambia o no cambia la cosa observada o percibida noes una adivinanza, es una constatación ya que el sujeto deviene objeto al volcarse a aquello que lo seduce (lo apasiona o atrapa) sin dejar de ser objeto en si mismo observado por otros. Lo que hace difícil una toma de posición unitaria y comprensible del ritmo y desarrollo plural de la percepción, es que lo subjetivo y lo objetivo nunca encuentran del todo una nítida línea de separación, repartiendo los inventarios de cosas a un lado y los que escriben o piensan sobre ellas a otro lado. Esa intersujeto-objetualidad es lo que impide llegar a una conclusión inmodificable. De acuerdo con Gustave Flaubert no hay nada más estúpido que pretender alcanzar conclusiones rotundas acerca de cualquier materia.( tomado de J.Llovet.)
Las proposiciones para debates-marco, suficientemente seguidas, tienden a superar el enunciado genérico que las apadrina. Como que todo tiende a relacionarse con todo y los excesos referenciales y multitemáticos desbordan el tema inicial se hace necesario un trabajo continuado de su organización. Eso lo trata de cumplir la parte invitante y el sentido de la autoorganización (o automoderación) de los/las participantes pero a menudo aparecen elementos en la discusión muy valiosos que no tienen acuse de recibo y que quedan, aparentemente, arrinconados. A las pocas páginas formadas con las aportaciones sumadas, se hace necesario un método de síntesis que vaya (re)inventariando las tesis que van saliendo y de las líneas argumentísticas en danza. Ese método basado en el seguimiento de todas las intervenciones es lo que permite coherentizarlas como un todo y reconducirlas en cuanto se salen de madre para devolverlas al tema-eje. Eso neutraliza una conocida propensión intelectual a explicar toda la filosofía de la que se dispone en cada subtema. Eso es más propio de la pulsión extroversiva que no de la necesidad metodológica del tema mismo. Para cada intención de amplitud del conocimiento es importante acotar aquello de lo que se va a hablar, de no hacerlo el encadenamiento de otros temas conexos (y todos los temas en los que se pueda pensar están conexos de un modo u otro) desluce la convocatoria inicial. Entiendo que al maestro de ceremonias para la discusión que convoca le compete una función un tanto directiva con facultades de restricción para lo que no toca. Como compensación todo el material reunido multiautoral puede convertirlo en un dossier de interés posterior reeditable en otros soportes y ubicaciones dando muestra de la eficacia de la discusión coparticipativa.
De cada tema que irrumpe en la escenografía pública por la vía de su resonancia mediática toca prestar más atención a lo que se calla que a lo que se dice. Para vivir en una sociedad peligrosa (por refinada y civilizada que sean) hay que conocer muy bien sus reglas de juego. Hay frases o declaraciones para las que toda una jauría está esperando merendarse a quien haya tenido el desliz de decirlas. Un viejo truco de la implacabilidad supuestamente justiciera –que no juiciosa- consiste en esperar a que los hablantes se autoinculpen. Puesto que hablar y hablar de la vida, si se hace desde la sinceridad, pasa por reconocer la participación en hechos no siempre heroicos (la mayoría de actos humanos de todos los humanos son rutinarios y deslucidos). No hay nadie que no tenga secretos que contar. Los que lapidan a quienes cuentan los suyos han olvidado aquel famoso pasaje cristiano contra la no culpabilidad absoluta. Por otra parte ¿qué es un secreto? ¿Algo que no se ha contado en absoluto nunca a nadie? No, un secreto es una información que se ha callado ante un auditor (o algunos millones de auditores) a los que era mejor callárselo presuponiendo que no iban a entenderlo. Cuando al fin se extrovierte se pone el termómetro a la realidad para verificar si esa prevención era exagerada o se quedaba corta.
Cada discurso para sobrevivir necesita parcialmente acudir a la metáfora, con eso se arriesga a no ser comprendido en lo esencial pero sí garantiza ser recordado por sus parábolas. Cada vez que alguien señala con su dedo índice el cielo: ¡mira ese fenómeno! hay quien se limita a mirarle el dedo y no a lo que señala. En ciencia se propone –se viene proponiendo- un método de indagación, sistematizado desde el XVII con la pretensión de superar discusiones en las que la percepción por un lado y las creencias por otro eran priorizadas al cálculo del objeto de estudio. Todas las contribuciones científicas siguen sin tener un reconocimiento unánime (todavía hay quien cree que la primera mujer fue hecha de una costilla varonil, que la tierra es plana y que el hombre no ha pisado la luna por la famosa huella supuestamente fraudulenta y el banderín USA movido por un improbable viento lunar) y la ciencia tampoco es una sola cosa. Toca hablar de las distintas ciencias, algunas de ellas, la mayoría, tomando las estimaciones basadas en probabilísticas como una aproximación a lo riguroso sin alcanzarlo plenamente. Es así que la meteorología, la economía, la política, la pedagogía y la medicina son disciplinas probabilísticas con márgenes de error considerables y variables extrañas no totalmente previstas. Y la física, la química o más aun, las matemáticas son más seguras. Como que todo es falsable potencialmente (Karl Popper) el único reducto de referencia que queda como estabilización del saber es su formulación algebraica. En resumen, las ciencias tienen por común denominador a la única que no puede ser desbancada por la empíria: las ciencias exactas como nueva numerología un tanto críptica para legos. De la ciencia se ha hecho religión como de la sandalia de O’Brien hubo quien hizo un símbolo y del interminable footing de Furrest Gumb una forma de consagrar la vida a una causa sin nombre pero todo no es lo mismo, ni todos los enunciados (los de las palabras y signos componiendo frases o fórmulas con afirmaciones o negaciones) sirven para componer argumentísticas con las que tratar de progresar intelectualmente abriéndonos paso en medio de pastosas indeterminaciones. Desde el principio de la historia de la filosofía se tiene referencia del linaje sofista que demostró la habilidad para poner al servicio de cualquier causa la argumentística. Ya entonces las palabras demostraron no tener tanta fuerza como para imponerse por sí mismas, por su propio valor, siendo tergiversadas según la pervertibilidad de su manipulador. El sofismo nunca ha dejado de ser una praxis recurrente a través de los milenios aunque no como tal escuela (aunque no ha faltado quien ha visto en los oficiantes del Derecho sus hijastros más directos). Acudir al alegato de la naturaleza como palacio de la verdad, algo a lo que Ambrosio –canonizado como santo- ya se anticipó en calificar de maestra nos deja en la incertidumbre cuando esa maestría se expresa por distintas voces que refieren fenómenos diferentes y contrapuestos. Resultando que tras cada balance cada cual elige el teorema que más le conviene: desde el meramente crédulo al sobradamente documentado. Como que de todo lo que se haya sentado acta hay que dudar convenientemente antes de darlo por cátedra (recordando lo que dijo Walter Benjamin ”Todo documento de cultura es también un documento de barbarie”.) las teorías que aspiran a leyes científicas no siempre son tales necesitando de repetidas pruebas de evidencia para tomarlas por tales. Parte de las cosas que ocurren o al menos las que ocurren como experiencias vivenciales directas a escala individual ocurre por la disposición volitiva a que sucedan. Y eso incide directamente tanto en la sensitividad y percepción como en la apertura mental para captar los sucesos. Brentano teorizó la intencionalidad como una categoría representacional de un acaecimiento mental. Desde el ámbito estrictamente de sujeto se incide en el objeto que se aprehende (se observa, se estudia, se siente y del que se entresaca sus mensajes encerrados) lo que llevaría a tantas experiencias de aproximación al objeto como sujetos aproximantes concurrieran. Como que eso hace inviable la comunicación sobre toda esa vasta objetualidad la realidad deviene una convención acerca de lo que es, no porque lo sea, sino porque es el único modo entendible de referirla.
De acuerdo con la escritora Nora Barlow “cualquier momento es bueno para reinterpretar teorías desde un punto de vista nuevo y a partir de hechos nuevos”. Considerado que esa es una de las funciones de la reflexión aunque sin coincidir tanto en que sea el verdadero dominio de la ciencia, sí entiendo que forma parte de uno de sus dominios. La ciencia que no se auto revisa o no acepta la revisión es sospechosa de no serlo acogiéndose a dogmas que pretende perpetuar. Ahí dónde hay un espacio de controversia (confluencia de dos o más versiones diferentes sobre un tema o un objeto temático) y la deferencia suficiente para irlo siguiendo a distintos grados (desde la ojeada a la lectura atenta, de oír sus campanas a escucharlo) de 2 o más intervinientes existe la oportunidad de un aprendizaje si alguien aporta algo nuevo para enseñar o ese algo nuevo va surgiendo en la discusión misma. Como que la mayéutica está en desuso y para que surjan nuevos saberes es necesario pasar por el apoyo de otros o desbancarlos (si dejaron de servir) las controversias tienden a flotar más en los umbrales transfronterizos entre aquello de lo que se quiere hablar y lo que de facto se habla sumándosele las derivaciones –o derivas- a temas colaterales.
El método de discusión sobre percepción (acerca pues del sujeto percibiente del objeto percibible) se complica cuando cada sujeto y los elementos de los que se compone son tantos otros objetos percibibles (desde el self o desde el heteroanálisis). La percepción es un conjunto de impresiones obtenidos por la evaluación sensorial de las formas de la realidad y sus presuntos contenidos, luego entonces es una reunión de informaciones. Lo percibible son los elementos de un objeto que llegan a un codificador. Si lo es, lo es por su carácter informativo. Lo que no tiene una evidencia se registra desde otros campos (intuición, telepatía, psicofonías, mediumnidad tal vez…) pero no fácilmente desde la sensación, aunque la línea de separación entre lo intuitivo y lo sentido no está rigurosamente establecida y esa cuestión se presta a especulación. Si todo es información nada ni nadie escapa a ser involucrado en una u otra teoría de la comunicación. No hay ningun observador desde su burbuja inmune a las circunstancias. El batiscafo mejor blindado es zarandeado por el octópodo con el que se tropieza pero antes el observador a bordo vino a molestarle en su paz oceánica. Los efectos Rosenthal y Hawthorne (el uno como exceso de expectativas que coadyuva a que se produzca o se encuentre n los resultados esperado y el otro como el de auto expectativa en un rendimiento no habitual) no están totalmente erradicados del observante –o percibiente- que influye en la interpretación de la cosa percibida. Teniendo en cuenta que el aislamiento del objeto del factor humano que lo interpreta y lo aísla es el principal dilema de la ciencia se hace imposible excluir la intervención subjetiva de la modificación del objeto con el que trata. La diferencia entre objetos y situaciones pasa por semánticas confusionistas si no se define en cada momento conversacional a lo que se refiere uno y otro término. En proyección artística y en el menos osado objeto artístico situado instalado en un espacio (una sala museística sin nada más que las paredes, el suelo y el techo) crea una situación nueva distinta a esa sala sin objeto alguno como contenido sin olvidar que la sala en sí misma es un conteniente, otro objeto. La ontología no está en cada objeto sino en el valor interpretativo de quien le busca un significante. Un mismo objeto tiene valores incluso opuestos según sean sus usuarios u observantes. Para cada objeto referido según sea el relato que lo envuelva se está manejando un concepto (una forma de concebirlo) específica. Es por eso que el percepto condiciona al concepto. Lo que hace que la misma cosa sea percibida exactamente de la misma manera por los observantes es el convenio de unificar el estimulo dentro de una misma escala de interpretación o código. Si el observador cambia o no cambia la cosa observada o percibida noes una adivinanza, es una constatación ya que el sujeto deviene objeto al volcarse a aquello que lo seduce (lo apasiona o atrapa) sin dejar de ser objeto en si mismo observado por otros. Lo que hace difícil una toma de posición unitaria y comprensible del ritmo y desarrollo plural de la percepción, es que lo subjetivo y lo objetivo nunca encuentran del todo una nítida línea de separación, repartiendo los inventarios de cosas a un lado y los que escriben o piensan sobre ellas a otro lado. Esa intersujeto-objetualidad es lo que impide llegar a una conclusión inmodificable. De acuerdo con Gustave Flaubert no hay nada más estúpido que pretender alcanzar conclusiones rotundas acerca de cualquier materia.( tomado de J.Llovet.)