Trotsky: El hijo pródigo… del Imperialismo
publicado en Odio de clase en abril de 2013
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En torno a la figura de Trotsky existe mucho mito y muy poca realidad. A esto ha contribuido de manera muy importante la propaganda imperialista. En la lucha contra el comunismo, y, particularmente, en la labor de destrucción y demonización de una figura histórica como la de Stalin, esta propaganda se ha valido, una vez más, del manido argumento de los buenos y los malos. Y si Stalin, como no se han cansado de repetirnos a lo largo de décadas y décadas, era el malo (y más que el malo, el propio diablo con cuernos y rabo), el bueno debía ser necesariamente Trotsky.
La leyenda que sobre Trotsky ha inventado el imperialismo no es más que una fabulación al servicio de las campañas contra Stalin, vale decir contra el comunismo, por cuanto el antiestalinismo no es más que otra forma de denominar el anticomunismo. Existe una incompatibilidad manifiesta en reivindicarse antiestalinista y comunista a un tiempo. El antiestalinismo es una criatura del imperialismo. Y quien de un modo u otro comparte la propaganda negra sobre Stalin no puede bajo ningún concepto formar en las filas del movimiento comunista.
Trotsky, el legítimo heredero de Lenin.
Una de las grandes mentiras de la historiografía burguesa es la de que el legítimo heredero de Lenin no era otro que Trotsky.
Dejaremos de lado, por el momento, lo que Lenin opinaba sobre Trotsky (aunque citaremos algunas de esas opiniones más adelante), para centrarnos en la relación que éste último mantuvo con el bolchevismo.
Un solo dato sintetiza de la forma más clara la naturaleza de esta relación: Trotsky se hizo bolchevique sólo un par de meses antes de la Revolución de Octubre. Fiel a su inveterado oportunismo, supo subirse a tiempo al carro que más le convenía. Es seguro que si los bolcheviques no hubieran tenido posibilidades de tomar el poder, Trotsky ni se hubiera planteado integrarse en sus filas, como no lo hizo a lo largo de más de una década. De hecho, esperó hasta el último momento para hacerlo, cuando vio confirmado que eran la única fuerza política que podía permitirle hacer carrera como líder revolucionario. Desde febrero de 1917 hasta su incorporación a los bolcheviques, intentó, como siempre, nadar entre dos aguas, en la fracción de los llamados “interdistritales”, desde la que podía saltar a derecha o izquierda, según se desarrollaran los acontecimientos.
La legitimidad que el trotskismo reclama sobre el bolchevismo no tiene, por tanto, ningún fundamento. Trotsky y el trotskismo han sido siempre completamente ajenos, y, de hecho, hostiles, al bolchevismo. Trotsky, en numerosas ocasiones, a lo largo de más de una década, criticó del modo más acerado a los bolcheviques, acusando a Lenin de querer imponer en el Partido un régimen cuartelero, de querer implantar, no la dictadura del proletariado, sino la dictadura sobre el proletariado. Pronunciamientos de este tipo los hizo por decenas, y no les pueden ser desconocidos a quienes estén mínimamente familiarizados con la trayectoria de este personaje. Se puede decir que los argumentos que utilizó contra Lenin antes de hacerse pasar por bolchevique fueron aproximadamente los mismos que utilizó posteriormente contra Stalin. Hay un hilo conductor que une la lucha de Trotsky contra Lenin antes de 1917 y la que desarrolló después contra Stalin, aunque, en este caso, desarrolló esta lucha, paradójicamente, apoyándose en el propio Lenin.
En una carta a Nikolái Cheidze (líder menchevique) de 1913 (sólo cuatro años antes de la afiliación de Trotsky a los bolcheviques), decía cosas como ésta, cargadas del más radical odio a Lenin y al leninismo: «Los “éxitos” de Lenin no me provocan más preocupaciones. Ahora no estamos en 1903, ni en 1908… En una palabra, todo el edificio del leninismo en el momento presente se levanta sobre mentiras y falsificaciones y lleva consigo el inicio venenoso de su propia disolución. No hay ninguna duda: si el otro bando [los mencheviques] actúa de forma inteligente, en un futuro muy próximo se iniciará una cruel disolución entre los leninistas (…)».
Y todavía al final de su vida, en la seudo-biografía que escribió sobre Stalin (y que no llegó a terminar, debido a un inoportuno accidente con un instrumento de escalada), le vuelve a salir la inquina antibolchevique y llega a afirmar que «lo que sigue siendo misterioso es cómo un Partido [el bolchevique] cuyo Comité Central se componía en sus dos terceras partes de enemigos del pueblo y agentes del imperialismo pudo vencer».
Dos cosas resultan muy chocantes en esta afirmación, y sólo una conclusión clara sacamos de ella. La primera, que en esta misma “biografía” dice que «un revolucionario de la contextura y los arrestos de Lenin sólo podía estar al frente del partido más intrépido, capaz de llevar sus ideas y acciones a su lógica conclusión» o que la «dirección bolchevique hubiera llegado a encontrar el camino recto sin Lenin, pero despacio, a costa de fricciones y luchas intestinas». ¿En qué quedamos? ¿Era el Partido Bolchevique un partido dirigido por elementos contrarrevolucionarios y, por lo tanto, es un “misterio” que llegara a tomar el poder? ¿O era un partido tan intrépido y revolucionario que hubiera sido capaz de tomar el poder incluso sin el liderazgo de Lenin? Lo que es un “misterio” es como alguien puede ser tan oportunista -y tan estúpido, todo hay que decirlo- como para contradecirse de una manera tan flagrante en el proceso de redacción de un mismo texto.
Por otro lado, no se entiende muy bien que Trotsky, quien reclamaba para sí la herencia bolchevique, hiciera afirmaciones como ésta o que la principal acusación que lanzara contra Stalin fuera la de que en los procesos de Moscú había exterminado a la mayor parte de la vieja guardia bolchevique. ¿Por qué se erigía en defensor de esa vieja guardia si él mismo, después de los procesos de Moscú, consideraba que se «componía en sus dos terceras partes de enemigos del pueblo y agentes del imperialismo»?
Por último, la única conclusión clara que podemos sacar de estas palabras es que bajo el barniz de “bolchevique-leninista” (así se denominaban a sí mismos los trotskistas), Trotsky nunca dejó de ser un feroz antibolchevique y antileninista. Siempre vivió en esta esquizofrenia desde su afiliación a los bolcheviques. Por temperamento, por sus posiciones ideológicas, por su forma de entender la actividad política, tan aristocrática y elitista, no podía ser bolchevique. Pero debía hacerse pasar por bolchevique si quería cumplir algún papel en el movimiento comunista internacional. Finalmente, no consiguió ni una cosa ni la otra: no consiguió hacerse pasar por bolchevique; y el papel que cumplió respecto al movimiento comunista internacional no fue el de un líder, sino el de un enemigo.
Pero regresemos al período anterior a la Revolución de Octubre. A lo largo de este período, Trotsky no fue ajeno únicamente al bolchevismo; lo fue también respecto al propio Partido Socialdemócrata ruso en su conjunto. En su afán por mantener siempre una posición propia (su personalismo rayaba en la patología), Trotsky no terminó de integrarse en ninguna de las diferentes fracciones socialdemócratas; basculó entre unas y otras, si bien con una cierta inclinación hacia los mencheviques. Esta indefinición, este oportunismo llevó a Trotsky a vivir durante años al margen de la disciplina de Partido, sin ninguna relación con el trabajo práctico que éste desarrollaba en el interior de Rusia, fundando periódicos en el exilio para poder dar rienda suelta a su conocida grafomanía y dedicándose a lo único que sabía hacer: a ejercer de charlatán a tiempo completo (en Trotsky, encontramos muchas similitudes con el revolucionario virtual actual, es decir, con aquéllos que se dedican a aleccionar al personal en la red sobre las verdades del marxismo, pero que no desarrollan ni tienen intención de desarrollar ninguna actividad práctica en relación con la ideología que dicen defender). Después de un breve período de militancia juvenil, de un no menos breve paso por prisión, su extrañamiento en Siberia y la posterior marcha al exilio, sólo se dejó caer por el interior de Rusia en los momentos álgidos, con el estallido de la revolución de 1905 (tras la que pasó otro período de prisión y de destierro en Siberia) y la de febrero de 1917. El trabajo gris y ciertamente heroico que desarrollaban los militantes prácticos socialdemócratas en el interior no le merecía la menor atención. Lo suyo eran los grandes mítines, la trascendencia histórica (con la que siempre estuvo obsesionado) y la literatura de altos vuelos. De ahí que sólo se dignara a bajar del pedestal de seudointelectual en el que tan cómodamente se hallaba instalado para realizar alguna actividad realmente relacionada con la lucha revolucionaria cuando dicha actividad consistía en darse un buen baño de masas en algún soviet de San Petersburgo.
Lunacharski (quien fue compañero de Trotsky en los “interdistritales”) manifestaba lo siguiente: «Trotsky está, indudablemente, más inclinado a retroceder y observarse a sí mismo. Trotsky atesora su papel histórico y es posible que estuviese dispuesto a realizar cualquier sacrificio personal, sin excluir el mayor de todos –el de la propia vida-, a fin de permanecer en la memoria humana rodeado de la aureola del genuino líder revolucionario.» (Lunacharski, artículo titulado “A diferencia de Lenin”)
Podemos comparar esta trayectoria con la de quien la historiografía imperialista considera un usurpador del trono de Lenin. Hablamos, cómo no, de Stalin.
Éste, al contrario que Trotsky, fue bolchevique desde el minuto uno en que se conformó esta fracción en el seno de la socialdemocracia rusa; hasta 1917, fue principalmente un militante práctico (sin excluir la labor teórica, como su folleto “El marxismo y la cuestión nacional”), poco amigo de los lucimientos personales, y siempre dispuesto a abordar cualquier tarea que le encomendara el Partido. Es en Stalin, al igual que en otros muchos militantes socialdemócratas, en quien vemos encarnado el auténtico espíritu bolchevique. En Trotsky, por el contrario, se encarnaba lo peor del intelectualismo pequeñoburgués, una innegable tendencia al exhibicionismo y un no menos innegable narcisismo.
Trotsky, por cierto, tachaba a Stalin de estrecho de miras, de política e ideológicamente limitado, de aldeano, en suma. Lo cierto es que Stalin se sitúa muy por encima de Trotsky (como una secuoya respecto de una babosa), no sólo desde el punto de vista de la militancia práctica, sino también como teórico. Podemos contar a Stalin, sin ninguna duda, entre los más prominentes teóricos marxistas. Y podemos contarlo también entre los teóricos marxistas que con mayor sencillez y sentido pedagógico ha tratado las grandes cuestiones del pensamiento comunista. ¿Qué legado dejó Trotsky? Toneladas de frases altisonantes pero completamente vacías de contenido, un continuo desbarrar intelectual, pura morralla, en definitiva. Salta a la vista, para cualquiera que tenga un mínimo de conocimiento del marxismo, que Trotsky era una nulidad teórica absoluta. Hay que reconocerle una cierta habilidad literaria. Pero esto no le convierte en un teórico marxista. Saber escribir y hacer un correcto análisis de la realidad, son dos cosas muy diferentes.
Su conocimiento de la economía política marxista era de lo más superficial. El materialismo dialéctico ni lo conocía ni, por supuesto, sabía aplicarlo (lo que explica muchas de sus tonterías sobre la “revolución permanente” y su incapacidad para entender en qué consiste una táctica auténticamente revolucionaria). Krupskaia, en una crítica que hizo de un texto de Trotsky titulado “Lecciones de Octubre”, dijo de él: «El análisis marxista nunca fue el punto fuerte del camarada Trotsky».
Trotsky, sencillamente, no era marxista ni podía serlo. Fue un intelectual pequeñoburgués que se vio arrastrado hacia al marxismo, pero nunca pudo comprenderlo y aprehenderlo verdaderamente. De aquí su inadaptación en el seno de la socialdemocracia rusa, el rechazo más o menos velado o más o menos explícito que le profesaban la mayoría de los miembros de todas las corrientes socialdemócratas. De aquí que terminara por convertirse en el mascarón de proa del anticomunismo. Acabó donde tenía que acabar: en el campo de la reacción.
En cuanto a su importancia histórica, Trotsky tampoco aguanta el tipo en la comparación con Stalin. Por un lado, tenemos a quien comandó de forma exitosa la primera experiencia de construcción socialista de la historia, al Ejército Rojo que derrotó, prácticamente en solitario, a los nazis, a quien contribuyó de manera decisiva a la instauración del socialismo en gran parte del globo. Por el otro, tenemos a un buhonero de la política, al líder de una fantasmal IV internacional, a una marioneta del imperialismo, de quien sólo conservamos recuerdo merced a la propaganda imperialista y merced al propio Stalin, en el sentido de que Trotsky no tiene entidad por sí mismo, sino únicamente como contrapunto a Stalin, como el ángel que el imperialismo necesitaba contraponer al diablo georgiano.
Y, por cierto, en relación a la legitimidad o ilegitimidad de Trotsky o Stalin como herederos de Lenin, se suele sacar a colación el llamado Testamento de este último. Al margen del grado de autenticidad que se le pueda atribuir a este documento, Lenin se limitó a achacar a Stalin que era excesivamente brusco, caprichoso y otros calificativos similares. Pero no deja a Trotsky en mejor lugar, a quien dirige adjetivos poco halagüeños y todos relacionados con su presunción, su altanería y, curiosamente, con su tendencia al burocratismo. Y, en cualquier caso, en este pretendido testamento, no se designa a Trotsky como su heredero (si es que podemos utilizar un término como éste en el seno del movimiento comunista), sino que se descarta tanto a uno como otro como futuros secretarios generales del Partido. De modo que tampoco este documento respalda la teoría sobre el “hijo pródigo” que, según algunos (básicamente, según los cuatro trotskistas que aún continúan en la brecha y según los historiadores anticomunistas), sería Trotsky para Lenin.
Para dejar las cosas bien claras, vamos a citar lo que dijo el propio Lenin sobre Trotsky.
«Trotsky (…) no tiene precisión ideológica y política, porque su patente para el “no fraccionismo” (…) es simplemente una patente para volar libremente, de acá para allá, de un grupo a otro».
»(…) escudándose en el “no fraccionismo”, Trotsky defiende los intereses de un grupo en el extranjero, que carece particularmente de principios definidos y no tiene base en el movimiento obrero de Rusia».
»(…) no es oro todo lo que reluce. Hay mucho brillo y mucho ruido, pero ningún contenido en las frases de Trotsky.» (Artículo de 1914, titulado «Ruptura de la unidad encubierta con clamores sobre la unidad»)
«Trotsky era un ferviente “iskrista” en 1901-1903, y Riazanov describe su papel en el Congreso de 1903 como “garrote de Lenin”. A fines de 1903, Trotsky era un ferviente menchevique, es decir, se pasó de los “iskristas” a los “economistas”. (…) En 1904-1905 abandonó a los mencheviques y ocupó una posición vacilante, ora colaborando con Martov (el “economista”), ora proclamando su teoría absurdamente izquierdista de la “revolución permanente”. En 1906-1907 se acercó a los bolcheviques, y en la primavera de 1907 declaró estar de acuerdo con Rosa Luxemburgo».
»En la época de la desintegración, después de largas vacilaciones “no fraccionistas”, se situó de nuevo a la derecha, y en agosto de 1912 formó un bloque con los liquidadores. Ahora ha vuelto a abandonarlos, aunque, en esencia, repite sus burdas ideas».
»Jamás, ni en un solo problema serio del marxismo, ha sostenido Trotsky una opinión firme. Siempre se las ingenió para “deslizarse por entre las rendijas” de tales o cuales divergencias, y para pasar de un campo a otro». (“El derecho de las naciones a la autodeterminación”. 1914)
En una carta a Kollontai, en febrero de 1917, expresa Lenin de manera aún más rotunda qué opinión le merece Trotsky: «¡¡Este Trotsky es un cerdo: frases de izquierda y un bloque con la derecha contra la izquierda de Zimmerwald!! ¡¡Hay que desenmascararlo (…)!!»
Y en la misma línea y por las mismas fechas, esta vez en carta a Inesa Armand: «¡¡llegó Trotsky y este canalla se entendió en seguida con el ala derecha de Novi Mir contra los zimmerwaldistas de izquierda!! (…) ¡¡Ese es Trotsky!! Siempre fiel a sí mismo, se revuelve, estafa, posa de izquierdista y ayuda a la derecha (…)».
Basta con estas pocas citas para que no quede ni asomo de duda sobre cómo valoraba Lenin a su hijo pródigo.
Trotsky, el defensor de la democracia obrera y el antiburocratismo.
Se ha solido presentar a Trotsky como el representante de la democracia obrera y como el antiburócrata por excelencia, una vez más, en contraposición a Stalin, el dictador sin escrúpulos y el paradigma del burocratismo. Y, una vez más, también nos encontramos ante una leyenda.
En el debate que a principios de los años 20 se desarrolló en torno al papel que los sindicatos debían jugar en el proceso de construcción de la economía soviética, ya se puso de manifiesto hasta qué punto Trotsky era cualquier cosa menos un irreconciliable enemigo del burocratismo. Trotsky defendía que los sindicatos debían ser absorbidos por el Estado, que debían convertirse en parte del aparato administrativo de éste. Lenin y Stalin (el gran burócrata) se posicionaron contra este planteamiento. Consideraban que los sindicatos debían conservar una cierta independencia respecto al aparato del Estado, entre otras cosas, porque en aquel período ni siquiera se había iniciado la construcción socialista como tal, sino que apenas se estaban sentando las bases para hacerlo y, como es sabido, la NEP permitía, si bien dentro de unos límites, la economía capitalista, por lo que los sindicatos necesitaban de esa independencia para defender los derechos de los trabajadores. Trotsky, el antiburócrata, era partidario de la burocratización y hasta de la militarización de los sindicatos.
Respecto a su concepción del Partido, unas pocas frases del artículo de Krupskaia anteriormente citado: «Trotsky habla mucho sobre el Partido, sin embargo, para él, el Partido son los líderes, los jefes.» «Trotsky no reconoce el papel desempeñado por el Partido en su conjunto, como una organización única y cohesionada. Para Trotsky, el Partido es sinónimo de dirección central».
Stalin, por su parte, redundando en este mismo planteamiento, en su artículo “La fisonomía política de la oposición rusa”, dice: «Trotsky no comprende lo que es nuestro Partido. No tiene una idea cabal de nuestro Partido. Mira a nuestro Partido como el aristócrata a la plebe o como el burócrata a los subordinados».
Krupskaia, que en algún momento parece que tuvo cierta cercanía con los postulados de la llamada Oposición Unificada en los años 20 (fracción encabezada por Trotsky, Kamenev y Zinoviev), consideraba a Trotsky en un sentido totalmente contrario a la mentirología que durante décadas nos han vendido: como un burócrata y como un antidemócrata.
Sobre esto último, resulta muy esclarecedora la forma en que Trotsky ejerció el mando en el Ejército Rojo durante la guerra civil. Promocionó de manera excesiva a los antiguos oficiales del ejército zarista (y ésta fue una cuestión que enfrentó a Trotsky con Stalin, quien consideraba que era necesaria una mayor promoción de los mandos bolcheviques, aunque sin dejar de valerse de la experiencia militar de los oficiales zaristas, en espera de que fueran surgiendo nuevos cuadros militares) e incluso llegó a fusilar a varios oficiales bolcheviques, lo que originó una dura polémica en el seno del Partido.
Trotsky, el perfecto demócrata, promocionaba a unos oficiales cuyo compromiso con la Revolución de Octubre era cuando menos dudoso, al tiempo que marginaba a los cuadros militares nacidos de esa revolución, cuando no los fusilaba.
Por otro lado, cabe hablar del libro de Trotsky “Terrorismo y comunismo” (recientemente editado y prologado por Slavoj Zizek), libro del que los trotskistas parecen avergonzarse, habida cuenta de que rehúyen hablar de él como si fuera la peste. Por lo visto, el contenido de este libro desmontaría la imagen del Trotsky comprometido con la democracia obrera.
En relación con este libro, lo que interesa analizar no es tanto lo que plantea política e ideológicamente como lo que Trotsky pretendía al escribirlo. Lo que éste pretendía es evidente: hacerse pasar por bolchevique. Pero, en su intento por ser más papista que el Papa, acaba desbarrando, como en él era habitual. Pretende hacer una defensa de la dictadura del proletariado y lo que consigue es caricaturizarla. Sitúa el foco de manera unilateral y excesiva en la dimensión represiva de la dictadura del proletariado. Y de aquí la caricatura.
En este libro, queda patente la falta de sintonía de Trotsky con el bolchevismo. Pretende escribir una obra bolchevique, pretende hablar como un bolchevique, casi parece intentar imitar el estilo literario de Lenin en algunos pasajes. Pero todo suena a impostura. Y, además, no acierta a hacer una exposición correcta del concepto bolchevique sobre la dictadura del proletariado.
Y que efectivamente este libro no es más que una impostura lo demuestra el hecho de que Trotsky, en el llamado “programa de transición” de la autodenominada IV internacional, no tiene empacho en defender todo lo contrario a lo que defendía en “Terrorismo y comunismo”. En este programa defiende la necesidad de que el socialismo se estructure en base a un sistema político multipartidista. Propone que, después del derrocamiento de la “casta burocrática estalinista”, los “partidos soviéticos” deberían ser legalizados, e ilegalizada esa casta burocrática. Lo hace en estos términos, cargados de prejuicios demócrata-burgueses: «es imposible la democratización de los soviets sin legalización de los partidos soviéticos.» ¿Cuáles serían esos “partidos soviéticos”? No pueden ser otros que el menchevique, el de los socialrevolucionarios y el propio partido trotskista. De forma que el proyecto trotskista respecto a la URSS consistía en legalizar a los partidos contrarrevolucionarios menchevique, socialrevolucionario y trotskista (los despojos de la revolución soviética, auténticos cadáveres históricos que no representaban a nada ni a nadie en la Unión Soviética) e ilegalizar a los bolcheviques, pues, por mucho que el imperialismo y el trotskismo digan lo contrario, no había en la URSS otro partido bolchevique que el que lideró Stalin.
El proyecto trotskista era (y es) un proyecto, no sólo incoherente (capaz de defender una versión tan ridículamente radical de la dictadura del proletariado como la que se expone en “Terrorismo y comunismo”, para, unos años después, defender el sistema político multipartidista del llamado “programa de transición”), sino totalmente contrarrevolucionario.
--fin del mensaje nº 1--
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En torno a la figura de Trotsky existe mucho mito y muy poca realidad. A esto ha contribuido de manera muy importante la propaganda imperialista. En la lucha contra el comunismo, y, particularmente, en la labor de destrucción y demonización de una figura histórica como la de Stalin, esta propaganda se ha valido, una vez más, del manido argumento de los buenos y los malos. Y si Stalin, como no se han cansado de repetirnos a lo largo de décadas y décadas, era el malo (y más que el malo, el propio diablo con cuernos y rabo), el bueno debía ser necesariamente Trotsky.
La leyenda que sobre Trotsky ha inventado el imperialismo no es más que una fabulación al servicio de las campañas contra Stalin, vale decir contra el comunismo, por cuanto el antiestalinismo no es más que otra forma de denominar el anticomunismo. Existe una incompatibilidad manifiesta en reivindicarse antiestalinista y comunista a un tiempo. El antiestalinismo es una criatura del imperialismo. Y quien de un modo u otro comparte la propaganda negra sobre Stalin no puede bajo ningún concepto formar en las filas del movimiento comunista.
Trotsky, el legítimo heredero de Lenin.
Una de las grandes mentiras de la historiografía burguesa es la de que el legítimo heredero de Lenin no era otro que Trotsky.
Dejaremos de lado, por el momento, lo que Lenin opinaba sobre Trotsky (aunque citaremos algunas de esas opiniones más adelante), para centrarnos en la relación que éste último mantuvo con el bolchevismo.
Un solo dato sintetiza de la forma más clara la naturaleza de esta relación: Trotsky se hizo bolchevique sólo un par de meses antes de la Revolución de Octubre. Fiel a su inveterado oportunismo, supo subirse a tiempo al carro que más le convenía. Es seguro que si los bolcheviques no hubieran tenido posibilidades de tomar el poder, Trotsky ni se hubiera planteado integrarse en sus filas, como no lo hizo a lo largo de más de una década. De hecho, esperó hasta el último momento para hacerlo, cuando vio confirmado que eran la única fuerza política que podía permitirle hacer carrera como líder revolucionario. Desde febrero de 1917 hasta su incorporación a los bolcheviques, intentó, como siempre, nadar entre dos aguas, en la fracción de los llamados “interdistritales”, desde la que podía saltar a derecha o izquierda, según se desarrollaran los acontecimientos.
La legitimidad que el trotskismo reclama sobre el bolchevismo no tiene, por tanto, ningún fundamento. Trotsky y el trotskismo han sido siempre completamente ajenos, y, de hecho, hostiles, al bolchevismo. Trotsky, en numerosas ocasiones, a lo largo de más de una década, criticó del modo más acerado a los bolcheviques, acusando a Lenin de querer imponer en el Partido un régimen cuartelero, de querer implantar, no la dictadura del proletariado, sino la dictadura sobre el proletariado. Pronunciamientos de este tipo los hizo por decenas, y no les pueden ser desconocidos a quienes estén mínimamente familiarizados con la trayectoria de este personaje. Se puede decir que los argumentos que utilizó contra Lenin antes de hacerse pasar por bolchevique fueron aproximadamente los mismos que utilizó posteriormente contra Stalin. Hay un hilo conductor que une la lucha de Trotsky contra Lenin antes de 1917 y la que desarrolló después contra Stalin, aunque, en este caso, desarrolló esta lucha, paradójicamente, apoyándose en el propio Lenin.
En una carta a Nikolái Cheidze (líder menchevique) de 1913 (sólo cuatro años antes de la afiliación de Trotsky a los bolcheviques), decía cosas como ésta, cargadas del más radical odio a Lenin y al leninismo: «Los “éxitos” de Lenin no me provocan más preocupaciones. Ahora no estamos en 1903, ni en 1908… En una palabra, todo el edificio del leninismo en el momento presente se levanta sobre mentiras y falsificaciones y lleva consigo el inicio venenoso de su propia disolución. No hay ninguna duda: si el otro bando [los mencheviques] actúa de forma inteligente, en un futuro muy próximo se iniciará una cruel disolución entre los leninistas (…)».
Y todavía al final de su vida, en la seudo-biografía que escribió sobre Stalin (y que no llegó a terminar, debido a un inoportuno accidente con un instrumento de escalada), le vuelve a salir la inquina antibolchevique y llega a afirmar que «lo que sigue siendo misterioso es cómo un Partido [el bolchevique] cuyo Comité Central se componía en sus dos terceras partes de enemigos del pueblo y agentes del imperialismo pudo vencer».
Dos cosas resultan muy chocantes en esta afirmación, y sólo una conclusión clara sacamos de ella. La primera, que en esta misma “biografía” dice que «un revolucionario de la contextura y los arrestos de Lenin sólo podía estar al frente del partido más intrépido, capaz de llevar sus ideas y acciones a su lógica conclusión» o que la «dirección bolchevique hubiera llegado a encontrar el camino recto sin Lenin, pero despacio, a costa de fricciones y luchas intestinas». ¿En qué quedamos? ¿Era el Partido Bolchevique un partido dirigido por elementos contrarrevolucionarios y, por lo tanto, es un “misterio” que llegara a tomar el poder? ¿O era un partido tan intrépido y revolucionario que hubiera sido capaz de tomar el poder incluso sin el liderazgo de Lenin? Lo que es un “misterio” es como alguien puede ser tan oportunista -y tan estúpido, todo hay que decirlo- como para contradecirse de una manera tan flagrante en el proceso de redacción de un mismo texto.
Por otro lado, no se entiende muy bien que Trotsky, quien reclamaba para sí la herencia bolchevique, hiciera afirmaciones como ésta o que la principal acusación que lanzara contra Stalin fuera la de que en los procesos de Moscú había exterminado a la mayor parte de la vieja guardia bolchevique. ¿Por qué se erigía en defensor de esa vieja guardia si él mismo, después de los procesos de Moscú, consideraba que se «componía en sus dos terceras partes de enemigos del pueblo y agentes del imperialismo»?
Por último, la única conclusión clara que podemos sacar de estas palabras es que bajo el barniz de “bolchevique-leninista” (así se denominaban a sí mismos los trotskistas), Trotsky nunca dejó de ser un feroz antibolchevique y antileninista. Siempre vivió en esta esquizofrenia desde su afiliación a los bolcheviques. Por temperamento, por sus posiciones ideológicas, por su forma de entender la actividad política, tan aristocrática y elitista, no podía ser bolchevique. Pero debía hacerse pasar por bolchevique si quería cumplir algún papel en el movimiento comunista internacional. Finalmente, no consiguió ni una cosa ni la otra: no consiguió hacerse pasar por bolchevique; y el papel que cumplió respecto al movimiento comunista internacional no fue el de un líder, sino el de un enemigo.
Pero regresemos al período anterior a la Revolución de Octubre. A lo largo de este período, Trotsky no fue ajeno únicamente al bolchevismo; lo fue también respecto al propio Partido Socialdemócrata ruso en su conjunto. En su afán por mantener siempre una posición propia (su personalismo rayaba en la patología), Trotsky no terminó de integrarse en ninguna de las diferentes fracciones socialdemócratas; basculó entre unas y otras, si bien con una cierta inclinación hacia los mencheviques. Esta indefinición, este oportunismo llevó a Trotsky a vivir durante años al margen de la disciplina de Partido, sin ninguna relación con el trabajo práctico que éste desarrollaba en el interior de Rusia, fundando periódicos en el exilio para poder dar rienda suelta a su conocida grafomanía y dedicándose a lo único que sabía hacer: a ejercer de charlatán a tiempo completo (en Trotsky, encontramos muchas similitudes con el revolucionario virtual actual, es decir, con aquéllos que se dedican a aleccionar al personal en la red sobre las verdades del marxismo, pero que no desarrollan ni tienen intención de desarrollar ninguna actividad práctica en relación con la ideología que dicen defender). Después de un breve período de militancia juvenil, de un no menos breve paso por prisión, su extrañamiento en Siberia y la posterior marcha al exilio, sólo se dejó caer por el interior de Rusia en los momentos álgidos, con el estallido de la revolución de 1905 (tras la que pasó otro período de prisión y de destierro en Siberia) y la de febrero de 1917. El trabajo gris y ciertamente heroico que desarrollaban los militantes prácticos socialdemócratas en el interior no le merecía la menor atención. Lo suyo eran los grandes mítines, la trascendencia histórica (con la que siempre estuvo obsesionado) y la literatura de altos vuelos. De ahí que sólo se dignara a bajar del pedestal de seudointelectual en el que tan cómodamente se hallaba instalado para realizar alguna actividad realmente relacionada con la lucha revolucionaria cuando dicha actividad consistía en darse un buen baño de masas en algún soviet de San Petersburgo.
Lunacharski (quien fue compañero de Trotsky en los “interdistritales”) manifestaba lo siguiente: «Trotsky está, indudablemente, más inclinado a retroceder y observarse a sí mismo. Trotsky atesora su papel histórico y es posible que estuviese dispuesto a realizar cualquier sacrificio personal, sin excluir el mayor de todos –el de la propia vida-, a fin de permanecer en la memoria humana rodeado de la aureola del genuino líder revolucionario.» (Lunacharski, artículo titulado “A diferencia de Lenin”)
Podemos comparar esta trayectoria con la de quien la historiografía imperialista considera un usurpador del trono de Lenin. Hablamos, cómo no, de Stalin.
Éste, al contrario que Trotsky, fue bolchevique desde el minuto uno en que se conformó esta fracción en el seno de la socialdemocracia rusa; hasta 1917, fue principalmente un militante práctico (sin excluir la labor teórica, como su folleto “El marxismo y la cuestión nacional”), poco amigo de los lucimientos personales, y siempre dispuesto a abordar cualquier tarea que le encomendara el Partido. Es en Stalin, al igual que en otros muchos militantes socialdemócratas, en quien vemos encarnado el auténtico espíritu bolchevique. En Trotsky, por el contrario, se encarnaba lo peor del intelectualismo pequeñoburgués, una innegable tendencia al exhibicionismo y un no menos innegable narcisismo.
Trotsky, por cierto, tachaba a Stalin de estrecho de miras, de política e ideológicamente limitado, de aldeano, en suma. Lo cierto es que Stalin se sitúa muy por encima de Trotsky (como una secuoya respecto de una babosa), no sólo desde el punto de vista de la militancia práctica, sino también como teórico. Podemos contar a Stalin, sin ninguna duda, entre los más prominentes teóricos marxistas. Y podemos contarlo también entre los teóricos marxistas que con mayor sencillez y sentido pedagógico ha tratado las grandes cuestiones del pensamiento comunista. ¿Qué legado dejó Trotsky? Toneladas de frases altisonantes pero completamente vacías de contenido, un continuo desbarrar intelectual, pura morralla, en definitiva. Salta a la vista, para cualquiera que tenga un mínimo de conocimiento del marxismo, que Trotsky era una nulidad teórica absoluta. Hay que reconocerle una cierta habilidad literaria. Pero esto no le convierte en un teórico marxista. Saber escribir y hacer un correcto análisis de la realidad, son dos cosas muy diferentes.
Su conocimiento de la economía política marxista era de lo más superficial. El materialismo dialéctico ni lo conocía ni, por supuesto, sabía aplicarlo (lo que explica muchas de sus tonterías sobre la “revolución permanente” y su incapacidad para entender en qué consiste una táctica auténticamente revolucionaria). Krupskaia, en una crítica que hizo de un texto de Trotsky titulado “Lecciones de Octubre”, dijo de él: «El análisis marxista nunca fue el punto fuerte del camarada Trotsky».
Trotsky, sencillamente, no era marxista ni podía serlo. Fue un intelectual pequeñoburgués que se vio arrastrado hacia al marxismo, pero nunca pudo comprenderlo y aprehenderlo verdaderamente. De aquí su inadaptación en el seno de la socialdemocracia rusa, el rechazo más o menos velado o más o menos explícito que le profesaban la mayoría de los miembros de todas las corrientes socialdemócratas. De aquí que terminara por convertirse en el mascarón de proa del anticomunismo. Acabó donde tenía que acabar: en el campo de la reacción.
En cuanto a su importancia histórica, Trotsky tampoco aguanta el tipo en la comparación con Stalin. Por un lado, tenemos a quien comandó de forma exitosa la primera experiencia de construcción socialista de la historia, al Ejército Rojo que derrotó, prácticamente en solitario, a los nazis, a quien contribuyó de manera decisiva a la instauración del socialismo en gran parte del globo. Por el otro, tenemos a un buhonero de la política, al líder de una fantasmal IV internacional, a una marioneta del imperialismo, de quien sólo conservamos recuerdo merced a la propaganda imperialista y merced al propio Stalin, en el sentido de que Trotsky no tiene entidad por sí mismo, sino únicamente como contrapunto a Stalin, como el ángel que el imperialismo necesitaba contraponer al diablo georgiano.
Y, por cierto, en relación a la legitimidad o ilegitimidad de Trotsky o Stalin como herederos de Lenin, se suele sacar a colación el llamado Testamento de este último. Al margen del grado de autenticidad que se le pueda atribuir a este documento, Lenin se limitó a achacar a Stalin que era excesivamente brusco, caprichoso y otros calificativos similares. Pero no deja a Trotsky en mejor lugar, a quien dirige adjetivos poco halagüeños y todos relacionados con su presunción, su altanería y, curiosamente, con su tendencia al burocratismo. Y, en cualquier caso, en este pretendido testamento, no se designa a Trotsky como su heredero (si es que podemos utilizar un término como éste en el seno del movimiento comunista), sino que se descarta tanto a uno como otro como futuros secretarios generales del Partido. De modo que tampoco este documento respalda la teoría sobre el “hijo pródigo” que, según algunos (básicamente, según los cuatro trotskistas que aún continúan en la brecha y según los historiadores anticomunistas), sería Trotsky para Lenin.
Para dejar las cosas bien claras, vamos a citar lo que dijo el propio Lenin sobre Trotsky.
«Trotsky (…) no tiene precisión ideológica y política, porque su patente para el “no fraccionismo” (…) es simplemente una patente para volar libremente, de acá para allá, de un grupo a otro».
»(…) escudándose en el “no fraccionismo”, Trotsky defiende los intereses de un grupo en el extranjero, que carece particularmente de principios definidos y no tiene base en el movimiento obrero de Rusia».
»(…) no es oro todo lo que reluce. Hay mucho brillo y mucho ruido, pero ningún contenido en las frases de Trotsky.» (Artículo de 1914, titulado «Ruptura de la unidad encubierta con clamores sobre la unidad»)
«Trotsky era un ferviente “iskrista” en 1901-1903, y Riazanov describe su papel en el Congreso de 1903 como “garrote de Lenin”. A fines de 1903, Trotsky era un ferviente menchevique, es decir, se pasó de los “iskristas” a los “economistas”. (…) En 1904-1905 abandonó a los mencheviques y ocupó una posición vacilante, ora colaborando con Martov (el “economista”), ora proclamando su teoría absurdamente izquierdista de la “revolución permanente”. En 1906-1907 se acercó a los bolcheviques, y en la primavera de 1907 declaró estar de acuerdo con Rosa Luxemburgo».
»En la época de la desintegración, después de largas vacilaciones “no fraccionistas”, se situó de nuevo a la derecha, y en agosto de 1912 formó un bloque con los liquidadores. Ahora ha vuelto a abandonarlos, aunque, en esencia, repite sus burdas ideas».
»Jamás, ni en un solo problema serio del marxismo, ha sostenido Trotsky una opinión firme. Siempre se las ingenió para “deslizarse por entre las rendijas” de tales o cuales divergencias, y para pasar de un campo a otro». (“El derecho de las naciones a la autodeterminación”. 1914)
En una carta a Kollontai, en febrero de 1917, expresa Lenin de manera aún más rotunda qué opinión le merece Trotsky: «¡¡Este Trotsky es un cerdo: frases de izquierda y un bloque con la derecha contra la izquierda de Zimmerwald!! ¡¡Hay que desenmascararlo (…)!!»
Y en la misma línea y por las mismas fechas, esta vez en carta a Inesa Armand: «¡¡llegó Trotsky y este canalla se entendió en seguida con el ala derecha de Novi Mir contra los zimmerwaldistas de izquierda!! (…) ¡¡Ese es Trotsky!! Siempre fiel a sí mismo, se revuelve, estafa, posa de izquierdista y ayuda a la derecha (…)».
Basta con estas pocas citas para que no quede ni asomo de duda sobre cómo valoraba Lenin a su hijo pródigo.
Trotsky, el defensor de la democracia obrera y el antiburocratismo.
Se ha solido presentar a Trotsky como el representante de la democracia obrera y como el antiburócrata por excelencia, una vez más, en contraposición a Stalin, el dictador sin escrúpulos y el paradigma del burocratismo. Y, una vez más, también nos encontramos ante una leyenda.
En el debate que a principios de los años 20 se desarrolló en torno al papel que los sindicatos debían jugar en el proceso de construcción de la economía soviética, ya se puso de manifiesto hasta qué punto Trotsky era cualquier cosa menos un irreconciliable enemigo del burocratismo. Trotsky defendía que los sindicatos debían ser absorbidos por el Estado, que debían convertirse en parte del aparato administrativo de éste. Lenin y Stalin (el gran burócrata) se posicionaron contra este planteamiento. Consideraban que los sindicatos debían conservar una cierta independencia respecto al aparato del Estado, entre otras cosas, porque en aquel período ni siquiera se había iniciado la construcción socialista como tal, sino que apenas se estaban sentando las bases para hacerlo y, como es sabido, la NEP permitía, si bien dentro de unos límites, la economía capitalista, por lo que los sindicatos necesitaban de esa independencia para defender los derechos de los trabajadores. Trotsky, el antiburócrata, era partidario de la burocratización y hasta de la militarización de los sindicatos.
Respecto a su concepción del Partido, unas pocas frases del artículo de Krupskaia anteriormente citado: «Trotsky habla mucho sobre el Partido, sin embargo, para él, el Partido son los líderes, los jefes.» «Trotsky no reconoce el papel desempeñado por el Partido en su conjunto, como una organización única y cohesionada. Para Trotsky, el Partido es sinónimo de dirección central».
Stalin, por su parte, redundando en este mismo planteamiento, en su artículo “La fisonomía política de la oposición rusa”, dice: «Trotsky no comprende lo que es nuestro Partido. No tiene una idea cabal de nuestro Partido. Mira a nuestro Partido como el aristócrata a la plebe o como el burócrata a los subordinados».
Krupskaia, que en algún momento parece que tuvo cierta cercanía con los postulados de la llamada Oposición Unificada en los años 20 (fracción encabezada por Trotsky, Kamenev y Zinoviev), consideraba a Trotsky en un sentido totalmente contrario a la mentirología que durante décadas nos han vendido: como un burócrata y como un antidemócrata.
Sobre esto último, resulta muy esclarecedora la forma en que Trotsky ejerció el mando en el Ejército Rojo durante la guerra civil. Promocionó de manera excesiva a los antiguos oficiales del ejército zarista (y ésta fue una cuestión que enfrentó a Trotsky con Stalin, quien consideraba que era necesaria una mayor promoción de los mandos bolcheviques, aunque sin dejar de valerse de la experiencia militar de los oficiales zaristas, en espera de que fueran surgiendo nuevos cuadros militares) e incluso llegó a fusilar a varios oficiales bolcheviques, lo que originó una dura polémica en el seno del Partido.
Trotsky, el perfecto demócrata, promocionaba a unos oficiales cuyo compromiso con la Revolución de Octubre era cuando menos dudoso, al tiempo que marginaba a los cuadros militares nacidos de esa revolución, cuando no los fusilaba.
Por otro lado, cabe hablar del libro de Trotsky “Terrorismo y comunismo” (recientemente editado y prologado por Slavoj Zizek), libro del que los trotskistas parecen avergonzarse, habida cuenta de que rehúyen hablar de él como si fuera la peste. Por lo visto, el contenido de este libro desmontaría la imagen del Trotsky comprometido con la democracia obrera.
En relación con este libro, lo que interesa analizar no es tanto lo que plantea política e ideológicamente como lo que Trotsky pretendía al escribirlo. Lo que éste pretendía es evidente: hacerse pasar por bolchevique. Pero, en su intento por ser más papista que el Papa, acaba desbarrando, como en él era habitual. Pretende hacer una defensa de la dictadura del proletariado y lo que consigue es caricaturizarla. Sitúa el foco de manera unilateral y excesiva en la dimensión represiva de la dictadura del proletariado. Y de aquí la caricatura.
En este libro, queda patente la falta de sintonía de Trotsky con el bolchevismo. Pretende escribir una obra bolchevique, pretende hablar como un bolchevique, casi parece intentar imitar el estilo literario de Lenin en algunos pasajes. Pero todo suena a impostura. Y, además, no acierta a hacer una exposición correcta del concepto bolchevique sobre la dictadura del proletariado.
Y que efectivamente este libro no es más que una impostura lo demuestra el hecho de que Trotsky, en el llamado “programa de transición” de la autodenominada IV internacional, no tiene empacho en defender todo lo contrario a lo que defendía en “Terrorismo y comunismo”. En este programa defiende la necesidad de que el socialismo se estructure en base a un sistema político multipartidista. Propone que, después del derrocamiento de la “casta burocrática estalinista”, los “partidos soviéticos” deberían ser legalizados, e ilegalizada esa casta burocrática. Lo hace en estos términos, cargados de prejuicios demócrata-burgueses: «es imposible la democratización de los soviets sin legalización de los partidos soviéticos.» ¿Cuáles serían esos “partidos soviéticos”? No pueden ser otros que el menchevique, el de los socialrevolucionarios y el propio partido trotskista. De forma que el proyecto trotskista respecto a la URSS consistía en legalizar a los partidos contrarrevolucionarios menchevique, socialrevolucionario y trotskista (los despojos de la revolución soviética, auténticos cadáveres históricos que no representaban a nada ni a nadie en la Unión Soviética) e ilegalizar a los bolcheviques, pues, por mucho que el imperialismo y el trotskismo digan lo contrario, no había en la URSS otro partido bolchevique que el que lideró Stalin.
El proyecto trotskista era (y es) un proyecto, no sólo incoherente (capaz de defender una versión tan ridículamente radical de la dictadura del proletariado como la que se expone en “Terrorismo y comunismo”, para, unos años después, defender el sistema político multipartidista del llamado “programa de transición”), sino totalmente contrarrevolucionario.
--fin del mensaje nº 1--
Última edición por RioLena el Dom Sep 21, 2014 8:36 pm, editado 1 vez