El Gobierno soviético también tuvo que aplicar el mismo tipo de disposiciones drásticas que las anteriores al inicio de su andadura y prohibió la producción desde 1917 hasta 1923. Al año siguiente entró en vigor el quinto monopolio ruso (primero soviético), que se mantuvo hasta el fin de la URSS, con la salvedad del período 1941-45.
La larga etapa soviética no hizo más que exacerbar el problema del alcoholismo en Rusia. Hubo que esperar hasta 1985, al inicio de la perestroika, para que alguien intentara encontrar una solución. Gorbachov pretendió aprovechar su capital de popularidad, todavía intacto, para afrontar su particular misión imposible: erradicar el alcoholismo.
En realidad, Gorbachov no hizo sino potenciar una campaña lanzada por su mentor y predecesor, Yuri Andropov, quien a su vez desarrolló ideas concebidas en la época de Brezhniev. Ya en 1980 se había publicado un decreto destinado a restablecer la disciplina laboral; estas medidas fueron reforzadas en 1983 merced a una Ley de Parásitos. Yeltsin –y su actitud no deja de sorprender– propuso en 1984 al Comité Central que considerara la posibilidad de castigar con trabajos correctivos e incluso de deportar a los alcohólicos disipados, cuya falta de ingresos y bienes hacía inútil cualquier sanción. El entonces primer secretario del Partido en Svierdlovsk se mostraba favorable a la prohibición por decreto de la venta de vodka en los aeropuertos y estaciones y de la de coñac en los trenes. Yeltsin sugería también que se limitara a los alcohólicos en el ejercicio de sus libertades y que se les sometiera a la tutela de la familia o de sus colegas.
Los pasos que daban las autoridades estaban bien cubiertos: todos a una, en lo que aparentaba ser un acto de indignación espontánea, periodistas dóciles y proletarios furiosos llenaron las páginas de los periódicos con artículos y cartas protestando por el bajo rendimiento en el trabajo, que atribuían a la bebida, responsable también del elevado número de accidentes laborales. Lo que hizo Gorbachov, un abstemio notorio, al llegar al Kremlin fue continuar esta ofensiva.
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4. USOS Y COSTUMBRES
Los rusos tienen una muy curiosa relación de entrega con la bebida. A veces resulta muy difícil explicarles que no siempre que se empieza a beber se tiene que acabar andando a gatas.
“¿Y si tomáramos un vodka?” Esa es la pregunta que, en Rusia, se puede temer, porque un vodka nunca es un vodka. Contestar da, sí, es consentir una sucesión de brindis y tragos, tragos y brindis, con los que tu anfitrión pretende demostrarte que se preocupa por ti y por los tuyos, por tu pasado y tu futuro, por tu trabajo y tu vida privada ... En esta progresión alcohólica, antes del colapso, llega un momento en que el bebedor, en tono agresivo, pregunta a su compañero de botella: “Ti miniá uvazhayesh?”, que, traducido literalmente, significa: ¿Tú me respetas? “Uvazhaiu”, debe responder el interpelado, te respeto. El interrogatorio continúa: “Ti miniá lubish?”, ¿me quieres? Y la contestación, previsible: “Liubliu”, te quiero. “Davai piom!”, ¡entonces bebamos! Y beben, y los lazos de camaradería se estrechan, y la estabilidad se reduce, y la botella se vacía. Contestar da es como jugar en una tómbola donde el premio es una siesta etílica debajo de la mesa y para la que llevas todos los números. Un vodka nunca es un vodka ...
Nikolái Kostomarov, historiador concienzudo, afirma que el pueblo ruso se debilitó por su amor a la bebida e ilustra su tesis con episodios como el ocurrido durante el levantamiento en Moscú. Se produjo un incendio y rápidamente las llamas alcanzaron el principal kabak. El pueblo acudió en masa, pero no para apagar el fuego, sino para salvar el vino en los gorros, en las botas, etc., todos querían pimplar gratis. Vagaban borrachos, se olvidaron del motín, se olvidaron del incendio . . . La rebelión se acabó y la mayor parte de la capital quedó convertida en cenizas.
Los hombres cerraban los tratos con una cogorza colosal y sólo se sentían realmente a gusto con otros hombres si se habían emborrachado juntos. Era costumbre mojar todos los acontecimientos: los militares, por ejemplo, metían las medallas en un vaso de vodka o champán que apuraban antes de sacar la condecoración para ponérsela. También bebían las mujeres, incluso en las fiestas de sociedad, donde se consideraba de buen tono que las damas libaran hasta perder el sentido. La anfitriona se las apañaba entonces para que su invitada fuera trasladada discretamente hasta su hogar y, al día siguiente, mandaba a alguien de confianza para interesarse por su estado. Respuesta invariable: “¡Ayer lo pasé tan bien que no sé cómo llegué a casa!”. Kostomarov subraya, no obstante, que era vergonzoso emborracharse muy deprisa.
En las cercanías de las tiendas en las que se venden bebidas alcohólicas se podía contemplar durante la época soviética el funcionamiento de una de las más sólidas instituciones de las calles rusas: la troika. La troika fue, en principio, una palabra que servía para describir el trineo que era arrastrado por tres animales. Con ella se denominó más tarde al poder soviético compartido por tres líderes.
La troika del alcohol se formaba cuando el primero de sus componentes mostraba discretamente dos dedos que había hecho posar sobre la solapa de su abrigo. Luego, habiendo encontrado a un segundo hombre, ambos mostraban un solo dedo. Una vez que había tres personas, dividían los costes y compraban una botella a medias. Siempre es el número semimágico de tres. De todas formas, las troikas rara vez se decidían a vaciar una sola botella. La razón de esta costumbre es bastante complicada. Puede tener algo que ver con los motivos en los que se basa la existencia, en Occidente, de los bares de camareras: buscar a alguien con quien mantener una conversación relajada y casi anónima, destapando las penas.
Las troikas buscaban lugares tranquilos y ocultos en los que beber. Sin embargo, antes del inicio de la campaña antialcohólica de Gorbachov, algunos borrachos no se recataban de su condición y lo hacían abiertamente en los bancos de plazas y avenidas. Pero ya antes existía cierta clandestinidad, obligada en parte por la existencia de unas oscuras furgonetas que recorrían las calles, llevándose a los más acabados por el alcohol. Tras dormir la mona durante una noche, generalmente se daba parte a sus empresas, y de cuando en cuando, se les rapaba la cabeza como estigma público.
También otra costumbre muy generalizada era la de beber en los actos públicos. Por ejemplo, en los desfiles militares en la plaza Roja con motivo de la celebración del aniversario de la Revolución Bolchevique, el 7 de noviembre de cada año. En esas fechas, en Moscú hacía y hace mucho frío, por lo que los asistentes se calentaban con algún trago de vodka o de cualquier otro licor para ayudar al cuerpo a entrar en calor. Generalmente, en las gradas de la Prensa occidental vendían vino caliente, aunque muchos de los periodistas iban provistos de petacas con whisky, coñac o vodka. Pero los asistentes soviéticos que no ocupaban lugares muy destacados se las ingeniaban para poder beber de vez en cuando de una forma discreta, pues a pesar del formalismo que rodeaba ese tipo de actos, cada uno iba provisto de sus propias botellas y utilizaban un método muy ingenioso: llevaban la botella bajo el abrigo y bebían a través de un tubito escondido entre las solapas y la bufanda. Las apariencias quedaban completamente a salvo.
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5. CAUSAS DEL ALCOHOLISMO
En la sociedad soviética se quitaba importancia al abuso extendido del alcohol; el tema era objeto de un humor benevolente. La detención de los borrachos por un período de quince días, la estancia en celdas de desintoxicación y la condena a barrer las calles eran motivo corriente de toda clase de chistes.
Pero el fenómeno del alcoholismo, que es común a todos los países nórdicos y eslavos, alcanzó en la URSS características mucho más preocupantes. Quizás ello se debiese a la falta de otros estímulos o a la carencia de alternativas al ocio organizado para personas de más alto nivel cultural. O, probablemente, porque quedarse en un estrecho y superpoblado apartamento para ver por la televisión un concierto o una película más sobre la gran guerra patria configuraba un menú muy poco apetecible. El hecho de que Gorbachov hiciera coincidir la lucha antialcohólica con la liberación cultural puede ser algo más que una casualidad.
En opinión del mismo Gorbachov, las causas del alcoholismo en la época soviética eran variadas: las condiciones de vida nada fáciles, el desorden existencial y el bajo nivel de cultura, pero también, como es natural, el hecho de que muchos ciudadanos no vieran la posibilidad de realizarse o decir lo que pensaban. El clima social opresivo fomentaba debilidad de carácter y sentimientos de inferioridad e invitaba a ahogar en la bebida el miedo a la rudeza del entorno. Las autoridades, que rendían generosamente tributo al dragón verde, daban un mal ejemplo.
La borrachera es consecuencia de una insatisfacción permanente y ocupa el papel de las ceremonias o cuando menos las complementa. Los soviéticos inventaron multitud de celebraciones, pero estos rituales de nuevo cuño, sin raíces, no despertaban ninguna emoción si no había alcohol. Se intentaba crear artificialmente la atmósfera de una fiesta continua, que siempre terminaba con rondas de bebidas. Era típico del estilo de vida soviético.
En Rusia, el que no bebe no puede considerarse un digno representante de la nación. “El coronel es un buen tipo también –razonaba uno de los personajes de Grossman–, pero lleva una verdadera vida de monje, no bebe en absoluto vodka. En eso se equivoca”. El ruso por el mero hecho de serlo debe ser un gran bebedor. Hay otra versión según la cual la culpa es de los judíos, un pueblo comerciante que envició en la bebida al pueblo ruso. Pero la razón más importante por la que beber es algo inherente en la cultura rusa, es la actuación del Estado, que desde siempre ha repartido alcohol entre los ciudadanos, excepto breves intervalos de lucha antialcohólica. Se hace desde los tiempos de Iván el Terrible, y se sigue haciendo todavía. El por qué de este comportamiento se basa en multitud de motivos, y sólo uno de ellos es el tema fiscal, que en principio parece el más importante.
El alcohol es un regulador con la ayuda del cual muchos procesos sociales podían ser controlados. Por ejemplo, en tiempos de Brezhniev, el sistema educativo era muy bueno y la gente ocupaba puestos de trabajo que estaban muy por debajo de su preparación. En Rusia siempre ha habido una gran necesidad de mano de obra no cualificada: coger pesos y transportarlos, picar hielo, etc. Y este trabajo debía hacerlo gente con estudios. Uno de los métodos para reducir el desfase hubiera sido mecanizar la industria y dar puestos de trabajo dignos, pero era más sencillo convertirles en alcohólicos crónicos, provocar una degradación de la personalidad hasta que aceptaran los que les dieran. O hasta que dieran lo que les pidieran, por ejemplo el voto. En las presidenciales del 91, Vladímir Zhirinovski obtuvo una cantidad millonaria de sufragios gracias, entre otros guiños electorales, a la promesa de reducir a la mitad el precio del vodka. Cinco años más tarde, Boris Yeltsin recurrió al mismo truco cuando se comprometió a mantener bajos los precios del vodka. “La gente alberga sentimientos especiales hacia esa bebida”, dijo ante los obreros de una fábrica de Ekaterimburgo.
Lo más triste era que, ante el absoluto déficit de bienes de consumo, el Estado no veía otro medio para mantener la circulación de dinero que inducir directamente al pueblo a la bebida. El vacío entre la colosal masa dineraria y la lamentable oferta de mercancías se llenaba con licores, incrementándose sobre todo la producción de bebidas de baja calidad y nocivas para la salud, que el habla popular designaba con el nombre de “bormotuja” (vino de balbucear). El escritor V. Bélov observó en cierta ocasión: “Los billetes circulan, tal como acostumbran a imprimirlos los de Hacienda, con la velocidad de la rotación de la tierra: pagaduría – bolsillo del obrero – taberna – bolsillo del cajero y, nuevamente, pagaduría. En resumen, se ha descubierto una nueva “ley” de la economía”.
En la época posterior a la caída de la Unión Soviética, cuando el valor del rublo caía en picado y los billetes de banco perdían todo su valor en menos de un mes, se llegó a dejar de usar la moneda, pero se utilizaban los valores de uso que sirven de moneda. El vodka constituía un patrón usual: un fontanero costaba tres botellas para arreglar un grifo, x botellas para una bañera, un techador o un carpintero, lo mismo.
De todas formas, esto no ha sido sólo un uso común en los noventa, sino que el trueque se remonta a la época soviética, e incluso antes. En una sociedad tradicional, el trueque nunca es libre, está limitado por una reglamentación tácita y puntillosa. Se intercambian los objetos de acuerdo con un código preciso y una clasificación de los valores. El honor del guerrero, la virtud de la esposa, la barba blanca de abuelo, son valores sagrados, excluidos de la esfera del mercado. Mientras que en el mercado negro soviético todo parecía poder intercambiarse. Y la moneda de cambio más importante, frecuente y valorada era el vodka.
El consumo de alcohol es todavía mayor en algunas regiones en las que por tradición, por el clima, por la crisis económica, o por las tres cosas y alguna otra, el consumo supera la media nacional. La cadena montañosa de los Urales marca la frontera entre la Rusia europea, donde se bebe mucho, y la Rusia asiática, donde se bebe todavía más. Antón Chéjov visitó Krasnoyarsk en 1891. No era un extranjero, conocía perfectamente los hábitos de sus compatriotas. Médico, además de escritor, Chéjov quedó profundamente impresionado por lo que observó. “Las fuerzas vivas y el pueblo beben vodka de la mañana a la noche, beben de manera inconcebible, ordinaria y torpemente, sin medida y sin emborracharse. Después de las dos primeras frases, los notables locales le hacen a usted una pregunta: “¿Y si bebiéramos un vodka?” Allí, en los pequeños pueblos del Norte, donde la vida es más que en ningún otro sitio la antesala de la muerte, el vodka es el compañero imprescindible que te quita el frío, te ayuda a sobrellevar las muchas penas, te permite olvidar que hace meses que no cobras . . . Beben porque están cansados de la rutina, porque la vida que llevan no es vida; beben porque están aburridos, porque no tienen dónde ir, nada que hacer; beben porque querrían salir y empezar de nuevo, pero no pueden.
A la espera de tiempos mejores, los rusos beben, “en la alegría y en la tristeza, y en ambos casos beben vodka; cuando nace un niño beben vodka; recuerdan a un muerto y beben vodka”. Y, además, lo hacen de acuerdo a un ritual. ¿Por qué llenan todos los vasos al mismo nivel y casi obligan a beber al que no quiere? Eso se preguntan los extranjeros que acaban de conocer a gente rusa. La respuesta es muy sencilla: para ser todos iguales, para que nadie les pueda reprochar nada.
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6. EL ALCOHOL Y LOS MANDATARIOS
Existe una anécdota de cómo había llegado Sasiadko al puesto de ministro de Minería del Carbón. Al parecer, se presentó en un banquete dado por Stalin en el que se bebía en vasos para agua. Stalin bebía vino; Sasiadko, vodka. Ya habían dado cuenta de varios vasos. En la ronda siguiente, Sasiadko declaró: “No, camarada Stalin; yo ya he acabado; sé dónde tengo el tope”. Luego se presentó a Stalin una lista de candidatos para el puesto de ministro, y éste se decidió por Sasiadko. Ante la objeción de que era un buen trabajador pero que se rumoreaba que le gustaba beber, Stalin replicó: “Bebe, sí; pero sabe dónde tiene el tope”.
Esta es una de las innumerables anécdotas que hablan del gusto de los dirigentes soviéticos y rusos en general por las bebidas alcohólicas. Lo curioso es que, aunque el pueblo solía criticar, eso sí, siempre de forma moderada, a sus dirigentes, el más vituperado de todos fue Gorbachov, debido principalmente a una razón: las medidas que dispuso para luchar contra el consumo y el abuso de alcohol. Además, lo que más se le reprochaba era que fuese un notorio abstemio. Se le llegó a calificar de Mineralni Sekretar, en vez del nombre oficial Gueneralni Sekretar.
Sin embargo, el más famoso de los mandatarios con la fea costumbre de beber en exceso, es Borís Yeltsin.
En las pantallas de televisión apareció un individuo rubicundo, abotargado, desinhibido y absurdamente eufórico que barritaba: “Ya prosta prospal!”, ¡Simplemente me dormí! Así de sencillo, se había dormido. Y siguió durmiendo mientras al pie de la escalerilla de su avión oficial un cortejo protocolario encabezado por Albert Reynolds, entonces primer ministro irlandés, mantenía la compostura durante más de veinte minutos. Si el hecho en sí, lo de que se hubiera dormido, no sorprendía a nadie, la explicación del plantón sonaba a fábula. El rebosante personaje se tomaba a risa el que sus guardaespaldas no hubieran dejado pasar a las personas que debían despertarle. Y como si de pronto hubiera recordado que era él quien mandaba, el histrión adoptó ante las cámaras una teatral postura de autoridad: “¡Desde luego, esto lo voy a aclarar; les cortaré la cabeza, ja, ja, ja!”, para, a plano seguido, añadir vehementemente que resarciría al desairado Reynolds invitándole a su dacha.
Era la última bufonada de un sujeto que recorría la escena internacional arropado por una troupe entre complaciente y avergonzada. Un mes antes, en Alemania, durante las ceremonias de retirada definitiva de las tropas rusas, había obsequiado a sus anfitriones con una versión un poco desafinada del Kalinka. Y ya metidos en gastos, arrebató la batuta al director de la orquesta militar y enloqueció a los músicos que intentaban seguir sus aspavientos.
La afición a la bebida de Borís Yeltsin era un secreto a voces. Al principio, sus colaboradores le reían las gracias y la gente interpretó como un signo de normalidad la llegada al poder de un hombre que, como todo ruso que se precie, bebiendo es capaz de tumbar a cualquier occidental. Tras las campañas antialcohólicas de Gorbachov, el gusto de Yeltsin por el vodka fue percibido como una liberación. El país sólo empezó a avergonzarse de su presidente cuando éste, con sus excesos etílicos, se puso en ridículo ante el mundo. Los incidentes de Alemania fueron el detonante, quitaron la mordaza a los periodistas, que se sintieron autorizados para desterrar de sus comentarios los sobreentendidos y denunciar abiertamente la realidad, por muchos grados que tuviera. Los políticos encontraron la excusa necesaria para llevar esta cuestión al Parlamento y plantear la inhabilitación de un líder incapaz de ejercer sus funciones con eficacia y dignidad. Incluso los mismos asesores que habían tapado sus salidas de tono empezaron a recriminarle públicamente su comportamiento con un lenguaje críptico, es cierto, pero a buen entendedor...
Varios asesores presidenciales reprocharon a Yeltsin por escrito su comportamiento en Alemania. El presidente les castigó excluyéndoles de un viaje a Estados Unidos. Tuvieron suerte, puesto que fue al regreso de esa visita cuando Yeltsin protagonizó su no-comparecencia en el aeropuerto dublinés de Shanon.
El sentimiento de vergüenza ajena se extendió rápidamente a otras capas de la población. En el mundo de la cultura, gentes como Galina Biélaya, decana de Letras en la Universidad Humanística de Moscú, denunciaban el escándalo y confesaban su temor. “Yo tengo mucho miedo a que un borracho coja el maletín nuclear . . . este alcoholismo es horroroso para Rusia”. A Biélaya le daban escalofríos sólo de pensarlo. “Si Yeltsin no hubiera sido un borracho podría haber hecho muchas cosas, porque aún hoy la gente está acostumbrada a obedecer al poder, está acostumbrada a tener miedo y, sólo por eso, a mantenerse dentro de un orden. Como no hay leyes, no hay miedo”.
El convencimiento de que el presidente bebe más de la cuenta es tal que cuando en julio de 1995 fue ingresado aquejado de una dolencia cardiaca, rápidamente se atribuyó este achaque a los excesos cometidos la noche anterior en la fiesta de cumpleaños de Serguei Filátov, responsable de la Administración presidencial. Estos rumores, unidos a la larga convalecencia, casi un mes, levantaron la sospecha de que en realidad estaba siendo sometido a una cura de desintoxicación etílica. Y por supuesto nadie se creía que fuera la primera. Curiosamente, cuando Yeltsin proclamó su intención de presentarse a las elecciones de 1996, sus ayudantes se encargaron de difundir la noticia de que había dejado de beber. En un panfleto publicado como propaganda electoral, Yeltsin trató de zanjar la cuestión. “¿Es cierto que abuso del alcohol? Si digo que sí, no será cierto; si digo simplemente que no, tampoco parece muy convincente. Hasta que no lo vean con sus propios ojos, la gente tendrá dudas e incluso dirá: “¿Qué tipo de hombre ruso es usted si no puede beber?” Por eso digo: puedo beber lo que me pongan por delante, pero no soy dado a los excesos”.
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7. DATOS Y ESTADÍSTICAS
“El consumo de alcohol tiene lugar, normalmente, en las siguientes situaciones: cada día en el trabajo o después del trabajo; de forma regular todos los días libres; el día de paga; de forma regular en las fiestas. Puede resultar gracioso, pero no puede haber sorna cuando se habla del drama de la bebida en Rusia”.
URSS
Un informe de la Academia de Ciencias de la URSS, destinado a los cuadros superiores del partido y obtenido por la Prensa occidental a finales de 1984, afirmaba que en la Unión Soviética existían 17 millones de alcohólicos clínicamente enfermos y un total de 40 millones de personas que se encontraban en el umbral del alcoholismo.
Durante la época comunista, el consumo de vodka, según este mismo informe, se multiplicó por seis desde 1952 hasta 1983, pasando de 5 a 30 litros por persona y año. Los efectos se hicieron sentir sobre la salud de la población. Según la Academia de Ciencias, la tasa de mortalidad se incrementó en un 47% entre 1960 y 1980, pasando de un 0,71% a un 1,04%. Además, el alcoholismo constituyó la causa principal de que el 16,5% de los niños nacidos en 1982 sufriera retrasos en su desarrollo físico y mental.
Este mismo informe señalaba que el 85% de los homicidios, violaciones, actos de bandolerismo y robos se producía como consecuencia o bajo los efectos del alcohol. Las cifras señalan también que la productividad del trabajo disminuye en casi un 4% después de un día de fiesta o de un día de paga, a causa de la resaca. Otros datos señalan que entre el 10% y el 15% del presupuesto familiar se destinaba a bebidas alcohólicas. Los daños causados a la economía, según datos de 1985, ascendían a cien mil millones de rublos.
RUSIA
Los parámetros de la Organización Mundial de la Salud determinan que la situación en un país es peligrosa si el consumo de alcohol puro per capita alcanza los ocho litros. Pues bien: el Ministerio del Interior ruso afirma que, en 1993, los rusos consumieron 12 litros por cabeza, y en 1994, 14,5 litros, incluyendo toda la población. Unas cifras ya de por sí alarmantes, mucho más si tenemos en cuenta que los números oficiales son siempre inferiores a los reales. Las consecuencias de la ingesta desenfrenada se agudizan por la propia cultura de consumo: bebidas fuertes, calidad baja, dosis de choque.
Una encuesta realizada por el Fondo de Opinión Pública en noviembre de 1994 reveló que el 80% de los rusos vive en un medio donde beber alcohol es habitual; el 51% de las mujeres toma bebidas de alta graduación y lo mismo hace el 81% de los hombres; sólo 34 de cada cien jóvenes de entre dieciséis y veinticuatro años no toman bebida fuertes; y el grupo social que más bebe es el de los cuadros militares.
Los datos, demoledores, fueron sin embargo recibidos con alivio por algunos. El diario Izvestia, sin asomo de ironía, recogió los resultados bajo el titular “Parece ser que aquí no beben tanto”, haciendo hincapié en que uno de cada cinco hombres y una de cada dos mujeres no beben ni vodka, ni coñac, ni licores. Este sesgo informativo testimonia la aceptación de la ingesta de alcohol como algo rutinario, sin gran repercusión social.
En 1993 la familia media rusa gastó el 3,8% de sus ingresos en la compra de bebidas alcohólicas fuertes. El porcentaje no es muy elevado, pero cuando hablamos de dinero conviene no perder de vista un factor esencial: comparado con la mayoría del resto de los productos el vodka es muy barato. La abundancia de alcohol en el domicilio paterno es la causa de que los adolescentes se hayan convertido en un grupo de altísimo riesgo: en el 80% de los casos, su iniciación tiene lugar en el seno de la familia.
Un 65% de los retenidos por los policías por estar borrachos en las calles son moscovitas, un 16% son de otras ciudades y el resto no tienen un lugar de residencia determinado. Desde 1985, el número de borrachos en Moscú ha aumentado aproximadamente en un ciento por ciento; en 1994 fueron detenidos cerca de 480.000 ciudadanos borrachos. En la época soviética la mayoría eran personas de cierta edad, jubilados . . . pero en la década de los noventa cada vez hay más jóvenes de treinta a cuarenta años. El porcentaje de parados ha llegado en 1995 hasta el 80%.
En 1985, el 33-34% de los delitos fueron cometidos bajo los efectos del alcohol; diez años después, en los primeros meses del 95, esta cifra se rebajó al 22%.
Los excesos etílicos no afectan sólo a la salud individual de millones de rusos (cirrosis hepáticas, intoxicaciones, psicosis, etc.), sino también a la estabilidad social (divorcios, delincuencia) y laboral (absentismo, bajo rendimiento, accidentes). El alcohol es un problema de Estado.
Pero el mayor problema es el de la mortandad. Después de las medidas tomadas por Gorbachov con su campaña antialcohol, que comenzó en 1985, el número de muertes evitadas en 1986 según las estadísticas sobrepasa las 900.000 (unos 600.000 hombres y unas 300.000 mujeres). En 1987 la tasa de mortandad en la Unión Soviética alcanzó su mínimo histórico. En 1988 volvió a subir, después de la cancelación de las medidas. En el periodo comprendido entre 1988 y 1991 la tasa de mortandad se elevó moderadamente. Entre los años 1980 y 1987, la expectativa de vida se elevó 3 años y medio en los varones y 1,3 años en las mujeres. Después, entre 1987 y 1992 cayó 2,9 años en los varones y 0,6 en las mujeres. La expectativa de vida en los hombres rusos cayó de 63,8 años en 1990 a sólo 57,6 años en 1994. En ese mismo periodo de tiempo, la media de vida entre las mujeres descendió de 74,4 años a 71,1.
Gran importancia en la elevada tasa de mortandad debido al abuso de alcohol la tiene la ingesta de samogón. Comparando los datos entre Francia y Rusia, se puede ver cómo la mortandad debido al alcoholismo en Francia es cinco veces mayor que en Rusia. Sin embargo, el número de muertes por intoxicación etílica en Francia es casi insignificante, mientras que en Rusia aparece como única causa en la mayoría de los fallecimientos.
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8. MEDIDAS DEL ESTADO CONTRA EL CONSUMO DE ALCOHOL
Es un secreto a voces que el alcoholismo había constituido en Rusia una plaga desde la Edad Media. De tiempo en tiempo se le hacía la guerra: se limitaba en la medida de lo posible la venta de licores, se agravaban las penas y los bebedores eran expulsados de la Iglesia. En la época anterior a la Revolución se dictó una prohibición sobre el alcohol que se mantuvo también en los primeros años del poder soviético.
En 1958, Jrushov se dispuso a eliminar el mal de raíz: se elevaron los precios de los licores y se limitó su venta. Sin embargo, al cabo de un tiempo se dejó que el asunto se empantanara. El problema fue tratado varias veces bajo Brezhnev en las sesiones del secretariado y se constituyó una comisión dirigida por A. I. Pelshe, quien moriría poco después; la comisión cayó en el olvido. A principio de la década de los setenta se prohibió vender bebidas alcohólicas en las cercanías de fábricas y escuelas. La medida no sirvió de mucho. A cualquier hora del día o de la noche se podía comprar vodka en Moscú, si se estaba dispuesto a pagar un buen precio. Buena parte de los taxistas conseguían así un sustancioso sobresueldo. Pero cuanto menos se hablaba del alcoholismo, tanto más se iba convirtiendo en un problema social explosivo. Los bebedores fueron tachados de “inválidos morales” y en la propaganda se afirmaba que en la sociedad socialista no había razones objetivas para este fenómeno.
En algunos lugares de trabajo se exhibían en un tablón de anuncios los nombres de los alcohólicos más impenitentes. Estos primitivos métodos, y algunos otros, más científicos, de tipo conductista, eran prácticamente los únicos utilizados en la lucha antialcohólica hasta la llegada de Gorbachov. Hay quien pensaba, posiblemente con razón, que servían más para profundizar la marginación que para eliminarla.
Gorbachov, como antes hiciera Andropov, se lanzó a una lucha implacable contra el alcoholismo. Hasta entonces, las autoridades habían sido muy cautas con este asunto. Tal vez recordaban que en la historia de la Rusia prerrevolucionaria el precio de las bebidas llegó a ocasionar incluso la caída de un Gobierno.
Gorbachov fue indudablemente la primera personalidad simpática a la cabeza del Estado soviético. Los soviéticos estaban muy orgullosos, al comienzo de su periodo en el poder, de disponer por fin de un dirigente más presentable en la escena internacional. Una figura política de esa categoría difícilmente puede ser juzgada por sus contemporáneos, y raras veces es comprendida por sus conciudadanos. Después de la caída de la URSS, en la década de los noventa, Gorbachov suele ser juzgado por el estado en que dejó el país. Sin embargo, se pueden contar entre sus méritos cierta preocupación por su popularidad; era la prueba de que tenía un mínimo de consideración con el pueblo.
En un primer momento, pareció que cierta puesta en escena de su energía, de su capacidad para escuchar y su sensibilidad para con los problemas de la vida cotidiana formaban parte de su empresa de democratización limitada del régimen comunista. Pero Gorbachov, que fue el primero de los dirigentes de la URSS que interrogó a la opinión, hubo de sufrir, antes que nada, la inconstancia del público.
No cabe duda de que el porcentaje de ciudadanos soviéticos que en 1985 confiaban en el nuevo secretario general alcanzaba cimas raras veces vistas. La autoridad del jefe se afirmaba día a día entre el público, la base social del apoyo de que disponía aumentaba hasta el punto de ser casi unánime. No dejaba de haber escépticos empedernidos, pero la mayoría de los soviéticos querían creer en su dirigente. La imagen temblorosa y centelleante que emitían los televisores no ofrecía la menor duda sobre el encanto personal del nuevo jefe: su rostro era sereno, seguro y tranquilo. No sólo se le veía presidir, entre los suyos, las reuniones de los órganos superiores del Estado y del Partido; viajaba mucho por el país, salía a las calles, iba a ver a los obreros a las fábricas. Esos encuentros con la población no parecían programados. En el ritual de “ir al pueblo”, el Guen-Sek aportaba algo nuevo difícil de explicar: no se contentaba con leer su informe, sonreía espontáneamente, se expresaba improvisando, mostraba cierto sentido del humor . . . Hay que recordar que, antes de él, ningún dirigente soviético se había preocupado nunca de verdad por su prestigio entre el público, por lo que se decía de él y de su actuación.
Ahora bien, en la URSS existían los sondeos, sólo que eran difícil conocerlos. Sorprende saber que, desde el comienzo de la era Brezhnev, se habían dedicado a esa labor institutos científicos de sondeos de la opinión pública. Desde luego, los métodos de formulación de las preguntas y la fiabilidad de las respuestas distaban de ser satisfactorios, pero, aun así, los científicos eran los únicos que utilizaban los resultados obtenidos. La dirección del Partido Comunista se mostraba totalmente indiferente. Se suponía que, por el simple hecho de que ocupara uno de los primeros puestos, tal o cual político tenía asegurada, en teoría, la confianza popular.
Pero la popularidad de Gorbachov decayó considerablemente por la resolución del Comité central del PCUS que decretaba la moderación general en el consumo de alcohol, que resultó un sonado fracaso y que le granjeó la antipatía de la mayor parte del pueblo ruso. Todos recuerdan aquel 16 de mayo de 1985, día cero de la cruzada, fecha marcada a hierro en la memoria colectiva del país. El Gobierno redujo los horarios de apertura de los establecimientos autorizados (lo cual sirvió para que las colas se alargaran hasta el infinito); obligó a vender bebida en cantidades limitadas y sólo cuando el cliente compraba algo de comer; prohibió las bebidas alcohólicas en recepciones oficiales y banquetes (no eran infrecuentes las retransmisiones televisivas de bodas que se festejaban sin alcohol); suprimió unos 90.000 acres de viñedo; se apresuró a introducir zonas de “no bebedores” en los lugares públicos; se redujo considerablemente la capacidad de producción de las destilerías y las fábricas de envasado de vinos y espiritosos; se dejó casi en paro técnico a las fábricas de botellas; se redujo la producción de vinos secos, a pesar de que la resolución no lo preveía; se deterioraron los costosos equipos adquiridos en Checoslovaquia para la fabricación de cerveza.
La idea de que la vida social estuviese menos alcoholizada fue recibida con una actitud bastante positiva por la población, pero el método elegido para poner en práctica ese programa provocó la acritud y, muy pronto, el rechazo. Unos años después saldrían a la luz las funestas consecuencias de aquel programa; las cifras iban a ser tan expresivas, que se iba a reconocer públicamente el error que representó aquella medida. La gente se irritaba por las colas que debía hacer durante horas ante las tiendas, por las humillantes esperas con el simple motivo de querer comprar una botella de vodka o de vino para alguna celebración. Se insultaba a las autoridades y la principal diana era el Secretario General, a quien por tradición se hacía responsable de todo.
Los tejados de los edificios se embellecieron con lemas tales como “la sobriedad es la norma de nuestra vida”, “la sobriedad es nuestra arma”, “construyamos el comunismo con la cabeza sobria”. Los escaparates se embellecieron también con carteles que representaban las inquietantes consecuencias del alcoholismo. Particularmente impresionante fue la fotografía del hígado de un alcohólico.
La lucha contra el alcoholismo era, por principio, impopular y se adivinaba difícil. La gente pareció concienciarse de los peligros y, si el riesgo para su salud no era motivo disuasorio suficiente, quizá podía convencerles el que el alcoholismo se convirtiera en motivo de despido. Pero a la larga las disposiciones resultaron contraproducentes. Florecieron los alambiques en los que se destilaba a partir de dentífrico, de cola, de lejía, e incluso de discos viejos. En las farmacias no se vendía alcohol, las aguas de colonia entraron en la lista de productos más buscados y llegó a escasear el azúcar y todo tipo de dulces, señal inequívoca de que la elaboración de samogón iba viento en popa. Según algunas estimaciones, anualmente se producían de forma clandestina unos 150 millones de decilitros. El propio Borís Yeltsin reconoció que “se bebía menos, pero todos los ingresos de la venta de bebidas alcohólicas se desviaron en beneficio de los fabricantes clandestinos de samogon. Se incrementaron en proporción catastrófica los casos de envenenamiento, incluso con muertes”. Unas 11.000 personas fallecieron tras ingerir sustitutivos.
Todo tenía un aire de dejà vu, estaba ocurriendo lo mismo que en 1981, cuando se decretaron incrementos considerables en los precios del vodka y lo único que se consiguió fue reducir el consumo per capita en las estadísticas oficiales, bálsamo de conciencias burocratizadas, a costa de disparar la ingesta de sucedáneos.
No se puede decir que las medidas tomadas no dieran ningún resultado o que hubieran desencadenado solo sentimientos negativos. Los accidentes, el número de víctimas mortales, las pérdidas en horas de trabajo, el gamberrismo y los divorcios por alcoholismo disminuyeron. Hubo, además, por primera vez, información relativa a la producción y consumo de bebidas alcohólicas; se publicaron estadísticas que hasta entonces se habían mantenido en secreto. Sin embargo, los efectos desfavorables de la campaña contra el alcohol superaron indudablemente en mucho a las ventajas. Según palabras del mismo Gorbachov: “Tuve que arrepentirme: una gran parte de la culpa de aquel fracaso me correspondía a mí. No debería haber dejado completamente en manos de otros el cumplimiento de la resolución adoptada. En cualquier caso, estaba obligado a intervenir en cuanto se manifestaron las primeras deformaciones. Me lo impidió la atención extraordinaria a innumerables problemas, tanto internos como externos, y, en cierto modo, también un respeto superfluo. Todavía podría decir algo más para justificarme: nuestro empeño por dominar el mal fue demasiado grande, demasiado impetuoso. Atemorizados por los resultados desfavorables de la campaña, caímos en el otro extremo. Hoy, las compuertas del alcoholismo se han vuelto a abrir, ¡y en qué estado tan lamentable nos encontramos! Ahora será mucho más difícil cambiar algo la situación”.
En 1988 el Gobierno se vio obligado a abandonar su ofensiva. El presupuesto estatal no toleraba la disminución de ingresos y la popularidad de Gorbachov no podía permitirse semejante golpe. Aunque la campaña antialcohólica tuvo muchas víctimas, algunas de ellas mortales, el damnificado principal fue el propio Mijaíl Sergueyevich, cuya figura comenzó a ser motivo de burla y desprecio. Aquí tenemos dos ejemplos:
Gorbachov está de visita en una aldea en Siberia, y ve que no hay nadie en el pueblo excepto un viejecito, así que le pregunta :
- Dígame, buen hombre, ¿dónde están los demás?
- Están recogiendo remolachas. Yo he sido el único en quedarme porque soy demasiado viejo para eso.
- Oiga, ¿y no seria posible llamarlos? Es que me gustaría hablar con ellos.
Entonces el viejo saca una pistola y pega un tiro al aire. Al cabo de un rato llegan los habitantes de la aldea.
- ¿Qué pasa, Iván? ¿Ha llegado el vodka?
- No, es que ha venido Gorbachov.
- Ah, bueno.
Y entonces todo el mundo se da la vuelta, como si nada, y vuelven al campo a seguir recogiendo remolachas. Cuando Gorbachov consigue recuperarse de la sorpresa, va y le pregunta al viejecito :
- Oiga, ¿podría volver a llamarles? Es que con la sorpresa no me ha dado tiempo a decirles nada...
Así que el viejecito vuelve a pegar un tiro al aire con su pistola, y al cabo de unos minutos todo el mundo esta de vuelta otra vez.
- ¿Qué pasa, Iván? ¿Ha llegado ya el vodka?
- No, es que ha venido Gorbachov.
- Y qué pasa, ¿fallaste el primer disparo?
Dos rusos están un día haciendo cola para comprar vodka, cuando uno de ellos se harta y dice:
- Estoy hasta las narices de que todos los días pase lo mismo, cinco horas de cola para que luego nos digan que se ha acabado, hay que hacer algo, ahora mismo voy y mato al Gorbachov.
El tío se va, pero vuelve de nuevo al cabo de un rato y su amigo le pregunta:
- Oye, ¿y por qué has vuelto a la cola para el vodka?
- Es que la cola para matar a Gorbachov era más larga.
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9. SAMOGON, EL VODKA CASERO
El samogón (самогон), también llamado спирит, del inglés spirit, es una bebida de fabricación casera. Antes ya de las campañas antialcohólicas y debido a los altos precios del vodka, muchos rusos acostumbraban a destilarlo en sus casas. Esta actividad, lógicamente, siempre ha estado prohibida. El alcohol médico sólo se podía conseguir en la etapa soviética con receta, en pequeñas cantidades, porque, puro o mezclado, eran muchos los que lo apreciaban como bebida.
Testimonios de militares soviéticos que desertaron a Occidente afirman que los soldados beben el alcohol contenido en el circuito de refrigeración de algunos tipos de carros de combate. Por su parte, empleados de diferentes compañías aéreas occidentales afirmaban que algunos trabajadores del aeropuerto de Moscú bebían la mezcla de glicerina y alcohol destinada a evitar la acumulación de hielo sobre las alas de los aviones.
Lidia Tereshkova, miembro de la Inspección Estatal de Sanidad, calculaba en octubre de 1994 que un 70 por 100 de las bebidas alcohólicas importadas y el 62 por 100 de las rusas eran peligrosas para la salud, y que el número de envenenamientos había aumentado en los últimos años en un 20 por 100. Sólo en Moscú, durante el año 1995, la policía precintó 1.700 destilerías ilegales y confiscó seis millones de litros de bebidas alcohólicas. Y es que la gente bebe cualquier cosa sin calcular los riesgos. En Murmansk, 1.600 kilómetros al norte de la capital, casi un centenar de personas murieron y más de 700 fueron hospitalizadas en los primeros siete meses del 95 por beber vodka doméstico en malas condiciones. La policía se incautó de unas 50 toneladas de vodka fraudulento en una sola operación contra las destilerías ilegales. En Krasnoyarsk, el stiekloriez (cortacristales), un alcohol industrial cuyo consumo humano es allí habitual, se ha integrado en los libros de contabilidad y se ha convertido en moneda de pago porque no hay dinero.
Dicen que la escasez agudiza el ingenio, y puede que sea cierto. El arte de la coctelería casera vivió una época de esplendor en plena ley seca y de ello da fe un escritor experto en mezcolanzas. Venedikt Yeroféyev, en su novela Moscú-Petushkí, ofrece las más disparatadas recetas de brebajes obnubilantes, desde el sencillo “Bálsamo de Canaán” (alcohol desnaturalizado, cerveza y barniz depurado) hasta el sublime “Entrañas de hijoputa” (cerveza, champú, loción anticaspa, líquido de frenos e insecticida), sin olvidar la emocionante “Lágrima de chica komsomol” (lavanda, verbena, colonia, laca de uñas, colutorio y limonada, todo ello revuelto durante veinte minutos con una ramita de madreselva).
Otro escritor, Valentín Rasputín, insiste en que “en las tiendas de los pueblos no hay absolutamente nada, sólo hay un brebaje que ni siquiera es vodka sino sogorati (alcohol de cuarenta grados), que llevan a las aldeas y con el que el pueblo se intoxica. Aumentaron en gran medida las intoxicaciones, los suicidios, etc. Por supuesto, los borrachos no son ciudadanos, son gentes que no van a defender sus derechos, gentes taradas psíquicamente, con una moral deficiente . . . es necesario que la venta de bebidas alcohólicas sea un monopolio estatal. Y, en segundo lugar, es necesaria una limitación: no puede ser que el vodka cueste el equivalente a dos barras de pan. Ahora mismo es el producto más barato y está al alcance de todos”.
Para ilustrar todo lo expuesto anteriormente, paso a reproducir la traducción al español de un extracto de una noticia que dio la agencia Reuter el 6 de junio de 1997.
“MOSCÚ, 6 de junio (Reuter): La batalla de Rusia contra el contrabando de bebidas alcohólicas se ha vuelto a incrementar después de la muerte de al menos 20 personas en la ciudad Siberiana de Krasnoyarsk, tras haber bebido samogón. La policía confirma que decenas de personas fueron tratadas en el hospital. Muchos rusos compran el alcohol barato que se vende en los pequeños kioscos que hay por todo el país, pero a menudo la calidad es un tanto sospechosa.
“El vodka de contrabando cuesta entre 50.000 y 100.000 vidas de rusos al año. Es un verdadero desastre, un genocidio” dice Vladimir Yarnosh, el principal dirigente de la más importante compañía rusa productora de bebidas alcohólicas, Spirtprom. “Los tradicionales productores legales controlan ahora el 24 por ciento del mercado ruso del vodka. Las importaciones extranjeras legales el 5 por ciento. El resto es samogón o vodka extranjero de contrabando, la mayoría del cual igualmente dañino”.
Los cálculos de Yarmosh son mayores que las estadísticas oficiales, que muestran que las intoxicaciones etílicas cuestan 23 vidas cada 100.000 rusos en 1996, o también unas 35.000 personas al año. De todas maneras, las cifras de las estadísticas oficiales representan el doble de muertos de los que hubo en 1990 por esa misma causa”.
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10. EL AUTÉNTICO Y GENUINO VODKA RUSO
La palabra Vodka (водка) proviene del diminutivo de la palabra rusa “vodá”, que significa “agua”, es decir, que vodka quiere decir “agua chiquita”. El vodka ya se menciona en la literatura rusa del siglo XII, pero en esos tiempos el término se utilizaba para referirse a todo tipo de licor, sin importar de donde era destilado y cuanta cantidad de sabor tenía. El licor, como lo conocemos ahora, fue probablemente fabricado por primera vez en la Rusia del siglo XIV.
El vodka es un licor destilado que se produce por medio de la fermentación de granos o de hidratos de carbono. Muchos creen que el vodka originalmente se hacia de las patatas. Sin embargo, las patatas son nativas de Perú y Chile y no fueron introducidas a los europeos hasta la última mitad del siglo XVI. Esta noción pudo originarse en Polonia, donde las patatas se convirtieron en uno de los alimentos básicos. Las cáscaras se usaban para alimentar a los cerdos hasta que alguien con inventiva descubrió que podían ser fermentadas para conseguir alcohol, resultando así el vodka.
El vodka se consigue poniendo a remojo en agua los materiales crudos (maíz, trigo y otros), hasta que se convierten en una masa suave. Entonces se añade levadura a la masa, la mezcla se cubre y se deja fermentar por unos dos días. Durante ese tiempo, la levadura convierte los hidratos de carbono en azúcares y en alcohol.
Una vez que el proceso de fermentación está completo, la mezcla está lista para ser destilada. La destilación consiste en el calentamiento de la mezcla hasta que el alcohol se evapora y se condensa, resultando una sustancia más pura y refinada.
El vodka se destila con altos niveles de graduación. Por ley, el vodka se debe filtrar a través de carbón, que lo ayuda a eliminar componentes que producen olores y hace que el alcohol sea más agradable al paladar. Luego se añade agua para diluir el alcohol a los grados deseados. La mayoría de los vodkas tiene una graduación de 80, el cual es 40 % de alcohol por volumen.
El término “grados” como “vodka de 80 grados”, se originó cuando los marineros de la Real Marina Británica recibían su ración diaria de ron. Para asegurarse de que el ron no estuviera aguado, como siempre era el caso, ellos lo vertían en un poco de pólvora y le prendían fuego. Una mezcla que tenga más de 40 grados de alcohol, ardía, probando así que era una bebida fuerte.
Durante la guerra contra Finlandia (1939-1940), Voroshilov, comisario del Pueblo para la Defensa, ordenó que fueran repartidas entre los soldados raciones de cien gramos de vodka. Desde entonces los cien gramos son la medida del trago de vodka, y es la capacidad de los vasos que suelen usar los rusos para beberlo.
Existen muchos tipos de vodka. Zhirinovski, el líder ultranacionalista ruso, es el único que se ha atrevido a producir y comercializar aguardiente, pero no es el único cuyo nombre aparece en una etiqueta. En Moscú se puede encontrar vodka “Eltsine”, francés, y “Gorbatschow”, alemán; en honor del amigo americano se brinca con “President Clinton”, en tanto que los nostálgicos pueden compartir sus añoranzas con “Ekaterina” y los “Romanoff” e incluso conjurar los malos espíritus embriagándose en la inquietante compañía de “Rasputín”.
La Internacional de los Cuarenta Grados, la hermandad de los encantadores de la “serpiente verde”, que es como los rusos llaman a su bebida nacional, tiene ramificaciones por todo el mundo. Hay vodkas finlandeses, polacos, suecos, españoles, belgas, y “made in USA” (“White Eagle”), holandeses e italianos (líricos ellos, con su teatral “Bolscioi”), británicos e israelíes. Los hay puros y de fresa, limón, melocotón, pimienta, etc. Los hay en botella, pero también en lata y en vaso sellado de plástico. Incluso algunos con nombres tan explosivos como “Terminator” y “Kalashnikov”. Eso sí, hay buenos vodkas rusos, como las marcas Stolichnaya, Moskovskaya, Priviet, etc. Pero si queremos el mejor, está la fábrica moscovita de vodka Kristall, la mejor del país y, probablemente, del mundo.
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11. ANÉCDOTAS
Resulta muy paradójico que, mientras en tiempos soviéticos los precios altísimos obligaban a la gente a beber todo tipo de bebidas elaboradas con asquerosos brebajes hechos con cosas como limpiacristales, en la Rusia capitalista es al revés. Ahora, el alcohol es tan barato que la gente lo usa, por ejemplo, para limpiar los cristales porque el limpiacristales es más caro y más difícil de encontrar. O para cuidar el coche en invierno, cuando el agua se congela y sólo los muchos grados del vodka garantizan el funcionamiento de los limpiaparabrisas. Un truco que tiene su riesgo: no sería la primera vez que un ciudadano borracho, atraído por el olor, chupa primero el cristal para, ya convencido, proceder a la apertura del capó y beber a gusto.
Algunos osados se decidieron, a principios de los noventa, a formar un grupo alrededor de la otra bebida alcohólica nacional, y fundaron el Partido de Amantes de la Cerveza, asociación político-festiva cuyos objetivos programáticos eran incrementar el número de bares donde beber buena cerveza y adecentar los mingitorios públicos. Los bebedores de vodka, merced a una callada labor de zapa que les permitió infiltrarse en los órganos de decisión del partido, trataron de debilitar a los amantes de la cerveza con la amenaza de una escisión.
El vodka, anestésico pero también estimulante, era el empujón que necesitaba el obrero remolón en la época comunista. El hoy alcalde de Moscú, Yuri Luzhkov, recuerda cuando siendo capataz tuvo que supervisar la construcción de una cafetería en un campamento de pioneros. “Todo el mundo decía que no podríamos hacerlo. Así que me fui directo a los conductores de los bulldozers y regalé a cada uno una botella de vodka. Y puedo asegurarles que lo logramos”. No siempre se trataba de un obsequio amistoso: pagar con vodka era tan frecuente que, debido a la rígida política salarial, los incentivos se abonaban en botellas, no en rublos.
La ayudante de un corresponsal europeo, con una fe ciega en el sistema soviético, era terriblemente reservada con su jefe. Después de haber trabajado siete años para él nunca le hizo ninguna confidencia que implicara la más mínima crítica al sistema. Un día apareció llorando en el despacho del corresponsal, poniendo fin a siete años de reservas: estaba desesperada porque habían querido enterrar a su madre al borde de un riachuelo que pasaba en medio del cementerio. Logró evitarlo después de muchas discusiones y no menos dinero.
Pero no sólo por esto salía muy cara la muerte en la Unión Soviética: al igual que se conserva la tradición, también con los líderes del Kremlin, de mantener el ataúd destapado hasta su llegada a la tumba, se sigue observando la costumbre de ofrecer un copioso banquete fúnebre a los amigos y familiares del difunto. Banquete en el que se vierten buenas cantidades de alcohol, agotando no sólo el dinero que el fallecido ha ido guardando en su maletita, sino también buena parte de los ahorros de los parientes más directos. Eso sí, todo el mundo disfrutaba porque acababa borracho.
Noticia aparecida en el diario El Espectador de México el 2 de mayo de 1996, titulado El vodka no estuvo ausente.
“En Rusia, las festividades por el Día del Trabajo se llevaron a cabo en la mayoría de las ciudades del país, en medio de generosas cantidades de vodka. En el exterior de las murallas del Kremlin, unos 25.000 simpatizantes de los comunistas realizaron una manifestación de repudio al gobierno del presidente Borís Yeltsin.
Extracto de una noticia aparecida en el diario La Vanguardia el 2 de abril de 1998:
“Yeltsin rompió con su ministro de Defensa, Pável Grachev, el hombre que en octubre de 1993 le puso los tanques para cañonear el Parlamento, es denigrado por generales carniceros de la primera guerra chechena como Lev Rojlin, que ha organizado un movimiento militar antipresidencia, del Ministerio de Defensa destituyó sin contemplaciones al general Rodionov, un hombre chapado a la antigua, pero honesto que decía en voz alta lo que todos los militares piensan. Yeltsin utilizó electoralmente al carismático y ambicioso Lebed, echó también a su fiel guardaespaldas Korzhakov, el general que le escondía las botellas de vodka y el amparaba durante sus depresiones. Destituyó al fiel y discreto Nikolayev, ex jefe de las fuerzas guardiafronteras, del que no se conocía la menor queja”.
Fuente:http://rusiaonline.iespana.es/nivel2/1estudioso/nivel31/alcoholismo.htm
Carteles encontra del Alcohol en la URSS:
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La larga etapa soviética no hizo más que exacerbar el problema del alcoholismo en Rusia. Hubo que esperar hasta 1985, al inicio de la perestroika, para que alguien intentara encontrar una solución. Gorbachov pretendió aprovechar su capital de popularidad, todavía intacto, para afrontar su particular misión imposible: erradicar el alcoholismo.
En realidad, Gorbachov no hizo sino potenciar una campaña lanzada por su mentor y predecesor, Yuri Andropov, quien a su vez desarrolló ideas concebidas en la época de Brezhniev. Ya en 1980 se había publicado un decreto destinado a restablecer la disciplina laboral; estas medidas fueron reforzadas en 1983 merced a una Ley de Parásitos. Yeltsin –y su actitud no deja de sorprender– propuso en 1984 al Comité Central que considerara la posibilidad de castigar con trabajos correctivos e incluso de deportar a los alcohólicos disipados, cuya falta de ingresos y bienes hacía inútil cualquier sanción. El entonces primer secretario del Partido en Svierdlovsk se mostraba favorable a la prohibición por decreto de la venta de vodka en los aeropuertos y estaciones y de la de coñac en los trenes. Yeltsin sugería también que se limitara a los alcohólicos en el ejercicio de sus libertades y que se les sometiera a la tutela de la familia o de sus colegas.
Los pasos que daban las autoridades estaban bien cubiertos: todos a una, en lo que aparentaba ser un acto de indignación espontánea, periodistas dóciles y proletarios furiosos llenaron las páginas de los periódicos con artículos y cartas protestando por el bajo rendimiento en el trabajo, que atribuían a la bebida, responsable también del elevado número de accidentes laborales. Lo que hizo Gorbachov, un abstemio notorio, al llegar al Kremlin fue continuar esta ofensiva.
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4. USOS Y COSTUMBRES
Los rusos tienen una muy curiosa relación de entrega con la bebida. A veces resulta muy difícil explicarles que no siempre que se empieza a beber se tiene que acabar andando a gatas.
“¿Y si tomáramos un vodka?” Esa es la pregunta que, en Rusia, se puede temer, porque un vodka nunca es un vodka. Contestar da, sí, es consentir una sucesión de brindis y tragos, tragos y brindis, con los que tu anfitrión pretende demostrarte que se preocupa por ti y por los tuyos, por tu pasado y tu futuro, por tu trabajo y tu vida privada ... En esta progresión alcohólica, antes del colapso, llega un momento en que el bebedor, en tono agresivo, pregunta a su compañero de botella: “Ti miniá uvazhayesh?”, que, traducido literalmente, significa: ¿Tú me respetas? “Uvazhaiu”, debe responder el interpelado, te respeto. El interrogatorio continúa: “Ti miniá lubish?”, ¿me quieres? Y la contestación, previsible: “Liubliu”, te quiero. “Davai piom!”, ¡entonces bebamos! Y beben, y los lazos de camaradería se estrechan, y la estabilidad se reduce, y la botella se vacía. Contestar da es como jugar en una tómbola donde el premio es una siesta etílica debajo de la mesa y para la que llevas todos los números. Un vodka nunca es un vodka ...
Nikolái Kostomarov, historiador concienzudo, afirma que el pueblo ruso se debilitó por su amor a la bebida e ilustra su tesis con episodios como el ocurrido durante el levantamiento en Moscú. Se produjo un incendio y rápidamente las llamas alcanzaron el principal kabak. El pueblo acudió en masa, pero no para apagar el fuego, sino para salvar el vino en los gorros, en las botas, etc., todos querían pimplar gratis. Vagaban borrachos, se olvidaron del motín, se olvidaron del incendio . . . La rebelión se acabó y la mayor parte de la capital quedó convertida en cenizas.
Los hombres cerraban los tratos con una cogorza colosal y sólo se sentían realmente a gusto con otros hombres si se habían emborrachado juntos. Era costumbre mojar todos los acontecimientos: los militares, por ejemplo, metían las medallas en un vaso de vodka o champán que apuraban antes de sacar la condecoración para ponérsela. También bebían las mujeres, incluso en las fiestas de sociedad, donde se consideraba de buen tono que las damas libaran hasta perder el sentido. La anfitriona se las apañaba entonces para que su invitada fuera trasladada discretamente hasta su hogar y, al día siguiente, mandaba a alguien de confianza para interesarse por su estado. Respuesta invariable: “¡Ayer lo pasé tan bien que no sé cómo llegué a casa!”. Kostomarov subraya, no obstante, que era vergonzoso emborracharse muy deprisa.
En las cercanías de las tiendas en las que se venden bebidas alcohólicas se podía contemplar durante la época soviética el funcionamiento de una de las más sólidas instituciones de las calles rusas: la troika. La troika fue, en principio, una palabra que servía para describir el trineo que era arrastrado por tres animales. Con ella se denominó más tarde al poder soviético compartido por tres líderes.
La troika del alcohol se formaba cuando el primero de sus componentes mostraba discretamente dos dedos que había hecho posar sobre la solapa de su abrigo. Luego, habiendo encontrado a un segundo hombre, ambos mostraban un solo dedo. Una vez que había tres personas, dividían los costes y compraban una botella a medias. Siempre es el número semimágico de tres. De todas formas, las troikas rara vez se decidían a vaciar una sola botella. La razón de esta costumbre es bastante complicada. Puede tener algo que ver con los motivos en los que se basa la existencia, en Occidente, de los bares de camareras: buscar a alguien con quien mantener una conversación relajada y casi anónima, destapando las penas.
Las troikas buscaban lugares tranquilos y ocultos en los que beber. Sin embargo, antes del inicio de la campaña antialcohólica de Gorbachov, algunos borrachos no se recataban de su condición y lo hacían abiertamente en los bancos de plazas y avenidas. Pero ya antes existía cierta clandestinidad, obligada en parte por la existencia de unas oscuras furgonetas que recorrían las calles, llevándose a los más acabados por el alcohol. Tras dormir la mona durante una noche, generalmente se daba parte a sus empresas, y de cuando en cuando, se les rapaba la cabeza como estigma público.
También otra costumbre muy generalizada era la de beber en los actos públicos. Por ejemplo, en los desfiles militares en la plaza Roja con motivo de la celebración del aniversario de la Revolución Bolchevique, el 7 de noviembre de cada año. En esas fechas, en Moscú hacía y hace mucho frío, por lo que los asistentes se calentaban con algún trago de vodka o de cualquier otro licor para ayudar al cuerpo a entrar en calor. Generalmente, en las gradas de la Prensa occidental vendían vino caliente, aunque muchos de los periodistas iban provistos de petacas con whisky, coñac o vodka. Pero los asistentes soviéticos que no ocupaban lugares muy destacados se las ingeniaban para poder beber de vez en cuando de una forma discreta, pues a pesar del formalismo que rodeaba ese tipo de actos, cada uno iba provisto de sus propias botellas y utilizaban un método muy ingenioso: llevaban la botella bajo el abrigo y bebían a través de un tubito escondido entre las solapas y la bufanda. Las apariencias quedaban completamente a salvo.
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5. CAUSAS DEL ALCOHOLISMO
En la sociedad soviética se quitaba importancia al abuso extendido del alcohol; el tema era objeto de un humor benevolente. La detención de los borrachos por un período de quince días, la estancia en celdas de desintoxicación y la condena a barrer las calles eran motivo corriente de toda clase de chistes.
Pero el fenómeno del alcoholismo, que es común a todos los países nórdicos y eslavos, alcanzó en la URSS características mucho más preocupantes. Quizás ello se debiese a la falta de otros estímulos o a la carencia de alternativas al ocio organizado para personas de más alto nivel cultural. O, probablemente, porque quedarse en un estrecho y superpoblado apartamento para ver por la televisión un concierto o una película más sobre la gran guerra patria configuraba un menú muy poco apetecible. El hecho de que Gorbachov hiciera coincidir la lucha antialcohólica con la liberación cultural puede ser algo más que una casualidad.
En opinión del mismo Gorbachov, las causas del alcoholismo en la época soviética eran variadas: las condiciones de vida nada fáciles, el desorden existencial y el bajo nivel de cultura, pero también, como es natural, el hecho de que muchos ciudadanos no vieran la posibilidad de realizarse o decir lo que pensaban. El clima social opresivo fomentaba debilidad de carácter y sentimientos de inferioridad e invitaba a ahogar en la bebida el miedo a la rudeza del entorno. Las autoridades, que rendían generosamente tributo al dragón verde, daban un mal ejemplo.
La borrachera es consecuencia de una insatisfacción permanente y ocupa el papel de las ceremonias o cuando menos las complementa. Los soviéticos inventaron multitud de celebraciones, pero estos rituales de nuevo cuño, sin raíces, no despertaban ninguna emoción si no había alcohol. Se intentaba crear artificialmente la atmósfera de una fiesta continua, que siempre terminaba con rondas de bebidas. Era típico del estilo de vida soviético.
En Rusia, el que no bebe no puede considerarse un digno representante de la nación. “El coronel es un buen tipo también –razonaba uno de los personajes de Grossman–, pero lleva una verdadera vida de monje, no bebe en absoluto vodka. En eso se equivoca”. El ruso por el mero hecho de serlo debe ser un gran bebedor. Hay otra versión según la cual la culpa es de los judíos, un pueblo comerciante que envició en la bebida al pueblo ruso. Pero la razón más importante por la que beber es algo inherente en la cultura rusa, es la actuación del Estado, que desde siempre ha repartido alcohol entre los ciudadanos, excepto breves intervalos de lucha antialcohólica. Se hace desde los tiempos de Iván el Terrible, y se sigue haciendo todavía. El por qué de este comportamiento se basa en multitud de motivos, y sólo uno de ellos es el tema fiscal, que en principio parece el más importante.
El alcohol es un regulador con la ayuda del cual muchos procesos sociales podían ser controlados. Por ejemplo, en tiempos de Brezhniev, el sistema educativo era muy bueno y la gente ocupaba puestos de trabajo que estaban muy por debajo de su preparación. En Rusia siempre ha habido una gran necesidad de mano de obra no cualificada: coger pesos y transportarlos, picar hielo, etc. Y este trabajo debía hacerlo gente con estudios. Uno de los métodos para reducir el desfase hubiera sido mecanizar la industria y dar puestos de trabajo dignos, pero era más sencillo convertirles en alcohólicos crónicos, provocar una degradación de la personalidad hasta que aceptaran los que les dieran. O hasta que dieran lo que les pidieran, por ejemplo el voto. En las presidenciales del 91, Vladímir Zhirinovski obtuvo una cantidad millonaria de sufragios gracias, entre otros guiños electorales, a la promesa de reducir a la mitad el precio del vodka. Cinco años más tarde, Boris Yeltsin recurrió al mismo truco cuando se comprometió a mantener bajos los precios del vodka. “La gente alberga sentimientos especiales hacia esa bebida”, dijo ante los obreros de una fábrica de Ekaterimburgo.
Lo más triste era que, ante el absoluto déficit de bienes de consumo, el Estado no veía otro medio para mantener la circulación de dinero que inducir directamente al pueblo a la bebida. El vacío entre la colosal masa dineraria y la lamentable oferta de mercancías se llenaba con licores, incrementándose sobre todo la producción de bebidas de baja calidad y nocivas para la salud, que el habla popular designaba con el nombre de “bormotuja” (vino de balbucear). El escritor V. Bélov observó en cierta ocasión: “Los billetes circulan, tal como acostumbran a imprimirlos los de Hacienda, con la velocidad de la rotación de la tierra: pagaduría – bolsillo del obrero – taberna – bolsillo del cajero y, nuevamente, pagaduría. En resumen, se ha descubierto una nueva “ley” de la economía”.
En la época posterior a la caída de la Unión Soviética, cuando el valor del rublo caía en picado y los billetes de banco perdían todo su valor en menos de un mes, se llegó a dejar de usar la moneda, pero se utilizaban los valores de uso que sirven de moneda. El vodka constituía un patrón usual: un fontanero costaba tres botellas para arreglar un grifo, x botellas para una bañera, un techador o un carpintero, lo mismo.
De todas formas, esto no ha sido sólo un uso común en los noventa, sino que el trueque se remonta a la época soviética, e incluso antes. En una sociedad tradicional, el trueque nunca es libre, está limitado por una reglamentación tácita y puntillosa. Se intercambian los objetos de acuerdo con un código preciso y una clasificación de los valores. El honor del guerrero, la virtud de la esposa, la barba blanca de abuelo, son valores sagrados, excluidos de la esfera del mercado. Mientras que en el mercado negro soviético todo parecía poder intercambiarse. Y la moneda de cambio más importante, frecuente y valorada era el vodka.
El consumo de alcohol es todavía mayor en algunas regiones en las que por tradición, por el clima, por la crisis económica, o por las tres cosas y alguna otra, el consumo supera la media nacional. La cadena montañosa de los Urales marca la frontera entre la Rusia europea, donde se bebe mucho, y la Rusia asiática, donde se bebe todavía más. Antón Chéjov visitó Krasnoyarsk en 1891. No era un extranjero, conocía perfectamente los hábitos de sus compatriotas. Médico, además de escritor, Chéjov quedó profundamente impresionado por lo que observó. “Las fuerzas vivas y el pueblo beben vodka de la mañana a la noche, beben de manera inconcebible, ordinaria y torpemente, sin medida y sin emborracharse. Después de las dos primeras frases, los notables locales le hacen a usted una pregunta: “¿Y si bebiéramos un vodka?” Allí, en los pequeños pueblos del Norte, donde la vida es más que en ningún otro sitio la antesala de la muerte, el vodka es el compañero imprescindible que te quita el frío, te ayuda a sobrellevar las muchas penas, te permite olvidar que hace meses que no cobras . . . Beben porque están cansados de la rutina, porque la vida que llevan no es vida; beben porque están aburridos, porque no tienen dónde ir, nada que hacer; beben porque querrían salir y empezar de nuevo, pero no pueden.
A la espera de tiempos mejores, los rusos beben, “en la alegría y en la tristeza, y en ambos casos beben vodka; cuando nace un niño beben vodka; recuerdan a un muerto y beben vodka”. Y, además, lo hacen de acuerdo a un ritual. ¿Por qué llenan todos los vasos al mismo nivel y casi obligan a beber al que no quiere? Eso se preguntan los extranjeros que acaban de conocer a gente rusa. La respuesta es muy sencilla: para ser todos iguales, para que nadie les pueda reprochar nada.
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6. EL ALCOHOL Y LOS MANDATARIOS
Existe una anécdota de cómo había llegado Sasiadko al puesto de ministro de Minería del Carbón. Al parecer, se presentó en un banquete dado por Stalin en el que se bebía en vasos para agua. Stalin bebía vino; Sasiadko, vodka. Ya habían dado cuenta de varios vasos. En la ronda siguiente, Sasiadko declaró: “No, camarada Stalin; yo ya he acabado; sé dónde tengo el tope”. Luego se presentó a Stalin una lista de candidatos para el puesto de ministro, y éste se decidió por Sasiadko. Ante la objeción de que era un buen trabajador pero que se rumoreaba que le gustaba beber, Stalin replicó: “Bebe, sí; pero sabe dónde tiene el tope”.
Esta es una de las innumerables anécdotas que hablan del gusto de los dirigentes soviéticos y rusos en general por las bebidas alcohólicas. Lo curioso es que, aunque el pueblo solía criticar, eso sí, siempre de forma moderada, a sus dirigentes, el más vituperado de todos fue Gorbachov, debido principalmente a una razón: las medidas que dispuso para luchar contra el consumo y el abuso de alcohol. Además, lo que más se le reprochaba era que fuese un notorio abstemio. Se le llegó a calificar de Mineralni Sekretar, en vez del nombre oficial Gueneralni Sekretar.
Sin embargo, el más famoso de los mandatarios con la fea costumbre de beber en exceso, es Borís Yeltsin.
En las pantallas de televisión apareció un individuo rubicundo, abotargado, desinhibido y absurdamente eufórico que barritaba: “Ya prosta prospal!”, ¡Simplemente me dormí! Así de sencillo, se había dormido. Y siguió durmiendo mientras al pie de la escalerilla de su avión oficial un cortejo protocolario encabezado por Albert Reynolds, entonces primer ministro irlandés, mantenía la compostura durante más de veinte minutos. Si el hecho en sí, lo de que se hubiera dormido, no sorprendía a nadie, la explicación del plantón sonaba a fábula. El rebosante personaje se tomaba a risa el que sus guardaespaldas no hubieran dejado pasar a las personas que debían despertarle. Y como si de pronto hubiera recordado que era él quien mandaba, el histrión adoptó ante las cámaras una teatral postura de autoridad: “¡Desde luego, esto lo voy a aclarar; les cortaré la cabeza, ja, ja, ja!”, para, a plano seguido, añadir vehementemente que resarciría al desairado Reynolds invitándole a su dacha.
Era la última bufonada de un sujeto que recorría la escena internacional arropado por una troupe entre complaciente y avergonzada. Un mes antes, en Alemania, durante las ceremonias de retirada definitiva de las tropas rusas, había obsequiado a sus anfitriones con una versión un poco desafinada del Kalinka. Y ya metidos en gastos, arrebató la batuta al director de la orquesta militar y enloqueció a los músicos que intentaban seguir sus aspavientos.
La afición a la bebida de Borís Yeltsin era un secreto a voces. Al principio, sus colaboradores le reían las gracias y la gente interpretó como un signo de normalidad la llegada al poder de un hombre que, como todo ruso que se precie, bebiendo es capaz de tumbar a cualquier occidental. Tras las campañas antialcohólicas de Gorbachov, el gusto de Yeltsin por el vodka fue percibido como una liberación. El país sólo empezó a avergonzarse de su presidente cuando éste, con sus excesos etílicos, se puso en ridículo ante el mundo. Los incidentes de Alemania fueron el detonante, quitaron la mordaza a los periodistas, que se sintieron autorizados para desterrar de sus comentarios los sobreentendidos y denunciar abiertamente la realidad, por muchos grados que tuviera. Los políticos encontraron la excusa necesaria para llevar esta cuestión al Parlamento y plantear la inhabilitación de un líder incapaz de ejercer sus funciones con eficacia y dignidad. Incluso los mismos asesores que habían tapado sus salidas de tono empezaron a recriminarle públicamente su comportamiento con un lenguaje críptico, es cierto, pero a buen entendedor...
Varios asesores presidenciales reprocharon a Yeltsin por escrito su comportamiento en Alemania. El presidente les castigó excluyéndoles de un viaje a Estados Unidos. Tuvieron suerte, puesto que fue al regreso de esa visita cuando Yeltsin protagonizó su no-comparecencia en el aeropuerto dublinés de Shanon.
El sentimiento de vergüenza ajena se extendió rápidamente a otras capas de la población. En el mundo de la cultura, gentes como Galina Biélaya, decana de Letras en la Universidad Humanística de Moscú, denunciaban el escándalo y confesaban su temor. “Yo tengo mucho miedo a que un borracho coja el maletín nuclear . . . este alcoholismo es horroroso para Rusia”. A Biélaya le daban escalofríos sólo de pensarlo. “Si Yeltsin no hubiera sido un borracho podría haber hecho muchas cosas, porque aún hoy la gente está acostumbrada a obedecer al poder, está acostumbrada a tener miedo y, sólo por eso, a mantenerse dentro de un orden. Como no hay leyes, no hay miedo”.
El convencimiento de que el presidente bebe más de la cuenta es tal que cuando en julio de 1995 fue ingresado aquejado de una dolencia cardiaca, rápidamente se atribuyó este achaque a los excesos cometidos la noche anterior en la fiesta de cumpleaños de Serguei Filátov, responsable de la Administración presidencial. Estos rumores, unidos a la larga convalecencia, casi un mes, levantaron la sospecha de que en realidad estaba siendo sometido a una cura de desintoxicación etílica. Y por supuesto nadie se creía que fuera la primera. Curiosamente, cuando Yeltsin proclamó su intención de presentarse a las elecciones de 1996, sus ayudantes se encargaron de difundir la noticia de que había dejado de beber. En un panfleto publicado como propaganda electoral, Yeltsin trató de zanjar la cuestión. “¿Es cierto que abuso del alcohol? Si digo que sí, no será cierto; si digo simplemente que no, tampoco parece muy convincente. Hasta que no lo vean con sus propios ojos, la gente tendrá dudas e incluso dirá: “¿Qué tipo de hombre ruso es usted si no puede beber?” Por eso digo: puedo beber lo que me pongan por delante, pero no soy dado a los excesos”.
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7. DATOS Y ESTADÍSTICAS
“El consumo de alcohol tiene lugar, normalmente, en las siguientes situaciones: cada día en el trabajo o después del trabajo; de forma regular todos los días libres; el día de paga; de forma regular en las fiestas. Puede resultar gracioso, pero no puede haber sorna cuando se habla del drama de la bebida en Rusia”.
URSS
Un informe de la Academia de Ciencias de la URSS, destinado a los cuadros superiores del partido y obtenido por la Prensa occidental a finales de 1984, afirmaba que en la Unión Soviética existían 17 millones de alcohólicos clínicamente enfermos y un total de 40 millones de personas que se encontraban en el umbral del alcoholismo.
Durante la época comunista, el consumo de vodka, según este mismo informe, se multiplicó por seis desde 1952 hasta 1983, pasando de 5 a 30 litros por persona y año. Los efectos se hicieron sentir sobre la salud de la población. Según la Academia de Ciencias, la tasa de mortalidad se incrementó en un 47% entre 1960 y 1980, pasando de un 0,71% a un 1,04%. Además, el alcoholismo constituyó la causa principal de que el 16,5% de los niños nacidos en 1982 sufriera retrasos en su desarrollo físico y mental.
Este mismo informe señalaba que el 85% de los homicidios, violaciones, actos de bandolerismo y robos se producía como consecuencia o bajo los efectos del alcohol. Las cifras señalan también que la productividad del trabajo disminuye en casi un 4% después de un día de fiesta o de un día de paga, a causa de la resaca. Otros datos señalan que entre el 10% y el 15% del presupuesto familiar se destinaba a bebidas alcohólicas. Los daños causados a la economía, según datos de 1985, ascendían a cien mil millones de rublos.
RUSIA
Los parámetros de la Organización Mundial de la Salud determinan que la situación en un país es peligrosa si el consumo de alcohol puro per capita alcanza los ocho litros. Pues bien: el Ministerio del Interior ruso afirma que, en 1993, los rusos consumieron 12 litros por cabeza, y en 1994, 14,5 litros, incluyendo toda la población. Unas cifras ya de por sí alarmantes, mucho más si tenemos en cuenta que los números oficiales son siempre inferiores a los reales. Las consecuencias de la ingesta desenfrenada se agudizan por la propia cultura de consumo: bebidas fuertes, calidad baja, dosis de choque.
Una encuesta realizada por el Fondo de Opinión Pública en noviembre de 1994 reveló que el 80% de los rusos vive en un medio donde beber alcohol es habitual; el 51% de las mujeres toma bebidas de alta graduación y lo mismo hace el 81% de los hombres; sólo 34 de cada cien jóvenes de entre dieciséis y veinticuatro años no toman bebida fuertes; y el grupo social que más bebe es el de los cuadros militares.
Los datos, demoledores, fueron sin embargo recibidos con alivio por algunos. El diario Izvestia, sin asomo de ironía, recogió los resultados bajo el titular “Parece ser que aquí no beben tanto”, haciendo hincapié en que uno de cada cinco hombres y una de cada dos mujeres no beben ni vodka, ni coñac, ni licores. Este sesgo informativo testimonia la aceptación de la ingesta de alcohol como algo rutinario, sin gran repercusión social.
En 1993 la familia media rusa gastó el 3,8% de sus ingresos en la compra de bebidas alcohólicas fuertes. El porcentaje no es muy elevado, pero cuando hablamos de dinero conviene no perder de vista un factor esencial: comparado con la mayoría del resto de los productos el vodka es muy barato. La abundancia de alcohol en el domicilio paterno es la causa de que los adolescentes se hayan convertido en un grupo de altísimo riesgo: en el 80% de los casos, su iniciación tiene lugar en el seno de la familia.
Un 65% de los retenidos por los policías por estar borrachos en las calles son moscovitas, un 16% son de otras ciudades y el resto no tienen un lugar de residencia determinado. Desde 1985, el número de borrachos en Moscú ha aumentado aproximadamente en un ciento por ciento; en 1994 fueron detenidos cerca de 480.000 ciudadanos borrachos. En la época soviética la mayoría eran personas de cierta edad, jubilados . . . pero en la década de los noventa cada vez hay más jóvenes de treinta a cuarenta años. El porcentaje de parados ha llegado en 1995 hasta el 80%.
En 1985, el 33-34% de los delitos fueron cometidos bajo los efectos del alcohol; diez años después, en los primeros meses del 95, esta cifra se rebajó al 22%.
Los excesos etílicos no afectan sólo a la salud individual de millones de rusos (cirrosis hepáticas, intoxicaciones, psicosis, etc.), sino también a la estabilidad social (divorcios, delincuencia) y laboral (absentismo, bajo rendimiento, accidentes). El alcohol es un problema de Estado.
Pero el mayor problema es el de la mortandad. Después de las medidas tomadas por Gorbachov con su campaña antialcohol, que comenzó en 1985, el número de muertes evitadas en 1986 según las estadísticas sobrepasa las 900.000 (unos 600.000 hombres y unas 300.000 mujeres). En 1987 la tasa de mortandad en la Unión Soviética alcanzó su mínimo histórico. En 1988 volvió a subir, después de la cancelación de las medidas. En el periodo comprendido entre 1988 y 1991 la tasa de mortandad se elevó moderadamente. Entre los años 1980 y 1987, la expectativa de vida se elevó 3 años y medio en los varones y 1,3 años en las mujeres. Después, entre 1987 y 1992 cayó 2,9 años en los varones y 0,6 en las mujeres. La expectativa de vida en los hombres rusos cayó de 63,8 años en 1990 a sólo 57,6 años en 1994. En ese mismo periodo de tiempo, la media de vida entre las mujeres descendió de 74,4 años a 71,1.
Gran importancia en la elevada tasa de mortandad debido al abuso de alcohol la tiene la ingesta de samogón. Comparando los datos entre Francia y Rusia, se puede ver cómo la mortandad debido al alcoholismo en Francia es cinco veces mayor que en Rusia. Sin embargo, el número de muertes por intoxicación etílica en Francia es casi insignificante, mientras que en Rusia aparece como única causa en la mayoría de los fallecimientos.
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8. MEDIDAS DEL ESTADO CONTRA EL CONSUMO DE ALCOHOL
Es un secreto a voces que el alcoholismo había constituido en Rusia una plaga desde la Edad Media. De tiempo en tiempo se le hacía la guerra: se limitaba en la medida de lo posible la venta de licores, se agravaban las penas y los bebedores eran expulsados de la Iglesia. En la época anterior a la Revolución se dictó una prohibición sobre el alcohol que se mantuvo también en los primeros años del poder soviético.
En 1958, Jrushov se dispuso a eliminar el mal de raíz: se elevaron los precios de los licores y se limitó su venta. Sin embargo, al cabo de un tiempo se dejó que el asunto se empantanara. El problema fue tratado varias veces bajo Brezhnev en las sesiones del secretariado y se constituyó una comisión dirigida por A. I. Pelshe, quien moriría poco después; la comisión cayó en el olvido. A principio de la década de los setenta se prohibió vender bebidas alcohólicas en las cercanías de fábricas y escuelas. La medida no sirvió de mucho. A cualquier hora del día o de la noche se podía comprar vodka en Moscú, si se estaba dispuesto a pagar un buen precio. Buena parte de los taxistas conseguían así un sustancioso sobresueldo. Pero cuanto menos se hablaba del alcoholismo, tanto más se iba convirtiendo en un problema social explosivo. Los bebedores fueron tachados de “inválidos morales” y en la propaganda se afirmaba que en la sociedad socialista no había razones objetivas para este fenómeno.
En algunos lugares de trabajo se exhibían en un tablón de anuncios los nombres de los alcohólicos más impenitentes. Estos primitivos métodos, y algunos otros, más científicos, de tipo conductista, eran prácticamente los únicos utilizados en la lucha antialcohólica hasta la llegada de Gorbachov. Hay quien pensaba, posiblemente con razón, que servían más para profundizar la marginación que para eliminarla.
Gorbachov, como antes hiciera Andropov, se lanzó a una lucha implacable contra el alcoholismo. Hasta entonces, las autoridades habían sido muy cautas con este asunto. Tal vez recordaban que en la historia de la Rusia prerrevolucionaria el precio de las bebidas llegó a ocasionar incluso la caída de un Gobierno.
Gorbachov fue indudablemente la primera personalidad simpática a la cabeza del Estado soviético. Los soviéticos estaban muy orgullosos, al comienzo de su periodo en el poder, de disponer por fin de un dirigente más presentable en la escena internacional. Una figura política de esa categoría difícilmente puede ser juzgada por sus contemporáneos, y raras veces es comprendida por sus conciudadanos. Después de la caída de la URSS, en la década de los noventa, Gorbachov suele ser juzgado por el estado en que dejó el país. Sin embargo, se pueden contar entre sus méritos cierta preocupación por su popularidad; era la prueba de que tenía un mínimo de consideración con el pueblo.
En un primer momento, pareció que cierta puesta en escena de su energía, de su capacidad para escuchar y su sensibilidad para con los problemas de la vida cotidiana formaban parte de su empresa de democratización limitada del régimen comunista. Pero Gorbachov, que fue el primero de los dirigentes de la URSS que interrogó a la opinión, hubo de sufrir, antes que nada, la inconstancia del público.
No cabe duda de que el porcentaje de ciudadanos soviéticos que en 1985 confiaban en el nuevo secretario general alcanzaba cimas raras veces vistas. La autoridad del jefe se afirmaba día a día entre el público, la base social del apoyo de que disponía aumentaba hasta el punto de ser casi unánime. No dejaba de haber escépticos empedernidos, pero la mayoría de los soviéticos querían creer en su dirigente. La imagen temblorosa y centelleante que emitían los televisores no ofrecía la menor duda sobre el encanto personal del nuevo jefe: su rostro era sereno, seguro y tranquilo. No sólo se le veía presidir, entre los suyos, las reuniones de los órganos superiores del Estado y del Partido; viajaba mucho por el país, salía a las calles, iba a ver a los obreros a las fábricas. Esos encuentros con la población no parecían programados. En el ritual de “ir al pueblo”, el Guen-Sek aportaba algo nuevo difícil de explicar: no se contentaba con leer su informe, sonreía espontáneamente, se expresaba improvisando, mostraba cierto sentido del humor . . . Hay que recordar que, antes de él, ningún dirigente soviético se había preocupado nunca de verdad por su prestigio entre el público, por lo que se decía de él y de su actuación.
Ahora bien, en la URSS existían los sondeos, sólo que eran difícil conocerlos. Sorprende saber que, desde el comienzo de la era Brezhnev, se habían dedicado a esa labor institutos científicos de sondeos de la opinión pública. Desde luego, los métodos de formulación de las preguntas y la fiabilidad de las respuestas distaban de ser satisfactorios, pero, aun así, los científicos eran los únicos que utilizaban los resultados obtenidos. La dirección del Partido Comunista se mostraba totalmente indiferente. Se suponía que, por el simple hecho de que ocupara uno de los primeros puestos, tal o cual político tenía asegurada, en teoría, la confianza popular.
Pero la popularidad de Gorbachov decayó considerablemente por la resolución del Comité central del PCUS que decretaba la moderación general en el consumo de alcohol, que resultó un sonado fracaso y que le granjeó la antipatía de la mayor parte del pueblo ruso. Todos recuerdan aquel 16 de mayo de 1985, día cero de la cruzada, fecha marcada a hierro en la memoria colectiva del país. El Gobierno redujo los horarios de apertura de los establecimientos autorizados (lo cual sirvió para que las colas se alargaran hasta el infinito); obligó a vender bebida en cantidades limitadas y sólo cuando el cliente compraba algo de comer; prohibió las bebidas alcohólicas en recepciones oficiales y banquetes (no eran infrecuentes las retransmisiones televisivas de bodas que se festejaban sin alcohol); suprimió unos 90.000 acres de viñedo; se apresuró a introducir zonas de “no bebedores” en los lugares públicos; se redujo considerablemente la capacidad de producción de las destilerías y las fábricas de envasado de vinos y espiritosos; se dejó casi en paro técnico a las fábricas de botellas; se redujo la producción de vinos secos, a pesar de que la resolución no lo preveía; se deterioraron los costosos equipos adquiridos en Checoslovaquia para la fabricación de cerveza.
La idea de que la vida social estuviese menos alcoholizada fue recibida con una actitud bastante positiva por la población, pero el método elegido para poner en práctica ese programa provocó la acritud y, muy pronto, el rechazo. Unos años después saldrían a la luz las funestas consecuencias de aquel programa; las cifras iban a ser tan expresivas, que se iba a reconocer públicamente el error que representó aquella medida. La gente se irritaba por las colas que debía hacer durante horas ante las tiendas, por las humillantes esperas con el simple motivo de querer comprar una botella de vodka o de vino para alguna celebración. Se insultaba a las autoridades y la principal diana era el Secretario General, a quien por tradición se hacía responsable de todo.
Los tejados de los edificios se embellecieron con lemas tales como “la sobriedad es la norma de nuestra vida”, “la sobriedad es nuestra arma”, “construyamos el comunismo con la cabeza sobria”. Los escaparates se embellecieron también con carteles que representaban las inquietantes consecuencias del alcoholismo. Particularmente impresionante fue la fotografía del hígado de un alcohólico.
La lucha contra el alcoholismo era, por principio, impopular y se adivinaba difícil. La gente pareció concienciarse de los peligros y, si el riesgo para su salud no era motivo disuasorio suficiente, quizá podía convencerles el que el alcoholismo se convirtiera en motivo de despido. Pero a la larga las disposiciones resultaron contraproducentes. Florecieron los alambiques en los que se destilaba a partir de dentífrico, de cola, de lejía, e incluso de discos viejos. En las farmacias no se vendía alcohol, las aguas de colonia entraron en la lista de productos más buscados y llegó a escasear el azúcar y todo tipo de dulces, señal inequívoca de que la elaboración de samogón iba viento en popa. Según algunas estimaciones, anualmente se producían de forma clandestina unos 150 millones de decilitros. El propio Borís Yeltsin reconoció que “se bebía menos, pero todos los ingresos de la venta de bebidas alcohólicas se desviaron en beneficio de los fabricantes clandestinos de samogon. Se incrementaron en proporción catastrófica los casos de envenenamiento, incluso con muertes”. Unas 11.000 personas fallecieron tras ingerir sustitutivos.
Todo tenía un aire de dejà vu, estaba ocurriendo lo mismo que en 1981, cuando se decretaron incrementos considerables en los precios del vodka y lo único que se consiguió fue reducir el consumo per capita en las estadísticas oficiales, bálsamo de conciencias burocratizadas, a costa de disparar la ingesta de sucedáneos.
No se puede decir que las medidas tomadas no dieran ningún resultado o que hubieran desencadenado solo sentimientos negativos. Los accidentes, el número de víctimas mortales, las pérdidas en horas de trabajo, el gamberrismo y los divorcios por alcoholismo disminuyeron. Hubo, además, por primera vez, información relativa a la producción y consumo de bebidas alcohólicas; se publicaron estadísticas que hasta entonces se habían mantenido en secreto. Sin embargo, los efectos desfavorables de la campaña contra el alcohol superaron indudablemente en mucho a las ventajas. Según palabras del mismo Gorbachov: “Tuve que arrepentirme: una gran parte de la culpa de aquel fracaso me correspondía a mí. No debería haber dejado completamente en manos de otros el cumplimiento de la resolución adoptada. En cualquier caso, estaba obligado a intervenir en cuanto se manifestaron las primeras deformaciones. Me lo impidió la atención extraordinaria a innumerables problemas, tanto internos como externos, y, en cierto modo, también un respeto superfluo. Todavía podría decir algo más para justificarme: nuestro empeño por dominar el mal fue demasiado grande, demasiado impetuoso. Atemorizados por los resultados desfavorables de la campaña, caímos en el otro extremo. Hoy, las compuertas del alcoholismo se han vuelto a abrir, ¡y en qué estado tan lamentable nos encontramos! Ahora será mucho más difícil cambiar algo la situación”.
En 1988 el Gobierno se vio obligado a abandonar su ofensiva. El presupuesto estatal no toleraba la disminución de ingresos y la popularidad de Gorbachov no podía permitirse semejante golpe. Aunque la campaña antialcohólica tuvo muchas víctimas, algunas de ellas mortales, el damnificado principal fue el propio Mijaíl Sergueyevich, cuya figura comenzó a ser motivo de burla y desprecio. Aquí tenemos dos ejemplos:
Gorbachov está de visita en una aldea en Siberia, y ve que no hay nadie en el pueblo excepto un viejecito, así que le pregunta :
- Dígame, buen hombre, ¿dónde están los demás?
- Están recogiendo remolachas. Yo he sido el único en quedarme porque soy demasiado viejo para eso.
- Oiga, ¿y no seria posible llamarlos? Es que me gustaría hablar con ellos.
Entonces el viejo saca una pistola y pega un tiro al aire. Al cabo de un rato llegan los habitantes de la aldea.
- ¿Qué pasa, Iván? ¿Ha llegado el vodka?
- No, es que ha venido Gorbachov.
- Ah, bueno.
Y entonces todo el mundo se da la vuelta, como si nada, y vuelven al campo a seguir recogiendo remolachas. Cuando Gorbachov consigue recuperarse de la sorpresa, va y le pregunta al viejecito :
- Oiga, ¿podría volver a llamarles? Es que con la sorpresa no me ha dado tiempo a decirles nada...
Así que el viejecito vuelve a pegar un tiro al aire con su pistola, y al cabo de unos minutos todo el mundo esta de vuelta otra vez.
- ¿Qué pasa, Iván? ¿Ha llegado ya el vodka?
- No, es que ha venido Gorbachov.
- Y qué pasa, ¿fallaste el primer disparo?
Dos rusos están un día haciendo cola para comprar vodka, cuando uno de ellos se harta y dice:
- Estoy hasta las narices de que todos los días pase lo mismo, cinco horas de cola para que luego nos digan que se ha acabado, hay que hacer algo, ahora mismo voy y mato al Gorbachov.
El tío se va, pero vuelve de nuevo al cabo de un rato y su amigo le pregunta:
- Oye, ¿y por qué has vuelto a la cola para el vodka?
- Es que la cola para matar a Gorbachov era más larga.
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9. SAMOGON, EL VODKA CASERO
El samogón (самогон), también llamado спирит, del inglés spirit, es una bebida de fabricación casera. Antes ya de las campañas antialcohólicas y debido a los altos precios del vodka, muchos rusos acostumbraban a destilarlo en sus casas. Esta actividad, lógicamente, siempre ha estado prohibida. El alcohol médico sólo se podía conseguir en la etapa soviética con receta, en pequeñas cantidades, porque, puro o mezclado, eran muchos los que lo apreciaban como bebida.
Testimonios de militares soviéticos que desertaron a Occidente afirman que los soldados beben el alcohol contenido en el circuito de refrigeración de algunos tipos de carros de combate. Por su parte, empleados de diferentes compañías aéreas occidentales afirmaban que algunos trabajadores del aeropuerto de Moscú bebían la mezcla de glicerina y alcohol destinada a evitar la acumulación de hielo sobre las alas de los aviones.
Lidia Tereshkova, miembro de la Inspección Estatal de Sanidad, calculaba en octubre de 1994 que un 70 por 100 de las bebidas alcohólicas importadas y el 62 por 100 de las rusas eran peligrosas para la salud, y que el número de envenenamientos había aumentado en los últimos años en un 20 por 100. Sólo en Moscú, durante el año 1995, la policía precintó 1.700 destilerías ilegales y confiscó seis millones de litros de bebidas alcohólicas. Y es que la gente bebe cualquier cosa sin calcular los riesgos. En Murmansk, 1.600 kilómetros al norte de la capital, casi un centenar de personas murieron y más de 700 fueron hospitalizadas en los primeros siete meses del 95 por beber vodka doméstico en malas condiciones. La policía se incautó de unas 50 toneladas de vodka fraudulento en una sola operación contra las destilerías ilegales. En Krasnoyarsk, el stiekloriez (cortacristales), un alcohol industrial cuyo consumo humano es allí habitual, se ha integrado en los libros de contabilidad y se ha convertido en moneda de pago porque no hay dinero.
Dicen que la escasez agudiza el ingenio, y puede que sea cierto. El arte de la coctelería casera vivió una época de esplendor en plena ley seca y de ello da fe un escritor experto en mezcolanzas. Venedikt Yeroféyev, en su novela Moscú-Petushkí, ofrece las más disparatadas recetas de brebajes obnubilantes, desde el sencillo “Bálsamo de Canaán” (alcohol desnaturalizado, cerveza y barniz depurado) hasta el sublime “Entrañas de hijoputa” (cerveza, champú, loción anticaspa, líquido de frenos e insecticida), sin olvidar la emocionante “Lágrima de chica komsomol” (lavanda, verbena, colonia, laca de uñas, colutorio y limonada, todo ello revuelto durante veinte minutos con una ramita de madreselva).
Otro escritor, Valentín Rasputín, insiste en que “en las tiendas de los pueblos no hay absolutamente nada, sólo hay un brebaje que ni siquiera es vodka sino sogorati (alcohol de cuarenta grados), que llevan a las aldeas y con el que el pueblo se intoxica. Aumentaron en gran medida las intoxicaciones, los suicidios, etc. Por supuesto, los borrachos no son ciudadanos, son gentes que no van a defender sus derechos, gentes taradas psíquicamente, con una moral deficiente . . . es necesario que la venta de bebidas alcohólicas sea un monopolio estatal. Y, en segundo lugar, es necesaria una limitación: no puede ser que el vodka cueste el equivalente a dos barras de pan. Ahora mismo es el producto más barato y está al alcance de todos”.
Para ilustrar todo lo expuesto anteriormente, paso a reproducir la traducción al español de un extracto de una noticia que dio la agencia Reuter el 6 de junio de 1997.
“MOSCÚ, 6 de junio (Reuter): La batalla de Rusia contra el contrabando de bebidas alcohólicas se ha vuelto a incrementar después de la muerte de al menos 20 personas en la ciudad Siberiana de Krasnoyarsk, tras haber bebido samogón. La policía confirma que decenas de personas fueron tratadas en el hospital. Muchos rusos compran el alcohol barato que se vende en los pequeños kioscos que hay por todo el país, pero a menudo la calidad es un tanto sospechosa.
“El vodka de contrabando cuesta entre 50.000 y 100.000 vidas de rusos al año. Es un verdadero desastre, un genocidio” dice Vladimir Yarnosh, el principal dirigente de la más importante compañía rusa productora de bebidas alcohólicas, Spirtprom. “Los tradicionales productores legales controlan ahora el 24 por ciento del mercado ruso del vodka. Las importaciones extranjeras legales el 5 por ciento. El resto es samogón o vodka extranjero de contrabando, la mayoría del cual igualmente dañino”.
Los cálculos de Yarmosh son mayores que las estadísticas oficiales, que muestran que las intoxicaciones etílicas cuestan 23 vidas cada 100.000 rusos en 1996, o también unas 35.000 personas al año. De todas maneras, las cifras de las estadísticas oficiales representan el doble de muertos de los que hubo en 1990 por esa misma causa”.
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10. EL AUTÉNTICO Y GENUINO VODKA RUSO
La palabra Vodka (водка) proviene del diminutivo de la palabra rusa “vodá”, que significa “agua”, es decir, que vodka quiere decir “agua chiquita”. El vodka ya se menciona en la literatura rusa del siglo XII, pero en esos tiempos el término se utilizaba para referirse a todo tipo de licor, sin importar de donde era destilado y cuanta cantidad de sabor tenía. El licor, como lo conocemos ahora, fue probablemente fabricado por primera vez en la Rusia del siglo XIV.
El vodka es un licor destilado que se produce por medio de la fermentación de granos o de hidratos de carbono. Muchos creen que el vodka originalmente se hacia de las patatas. Sin embargo, las patatas son nativas de Perú y Chile y no fueron introducidas a los europeos hasta la última mitad del siglo XVI. Esta noción pudo originarse en Polonia, donde las patatas se convirtieron en uno de los alimentos básicos. Las cáscaras se usaban para alimentar a los cerdos hasta que alguien con inventiva descubrió que podían ser fermentadas para conseguir alcohol, resultando así el vodka.
El vodka se consigue poniendo a remojo en agua los materiales crudos (maíz, trigo y otros), hasta que se convierten en una masa suave. Entonces se añade levadura a la masa, la mezcla se cubre y se deja fermentar por unos dos días. Durante ese tiempo, la levadura convierte los hidratos de carbono en azúcares y en alcohol.
Una vez que el proceso de fermentación está completo, la mezcla está lista para ser destilada. La destilación consiste en el calentamiento de la mezcla hasta que el alcohol se evapora y se condensa, resultando una sustancia más pura y refinada.
El vodka se destila con altos niveles de graduación. Por ley, el vodka se debe filtrar a través de carbón, que lo ayuda a eliminar componentes que producen olores y hace que el alcohol sea más agradable al paladar. Luego se añade agua para diluir el alcohol a los grados deseados. La mayoría de los vodkas tiene una graduación de 80, el cual es 40 % de alcohol por volumen.
El término “grados” como “vodka de 80 grados”, se originó cuando los marineros de la Real Marina Británica recibían su ración diaria de ron. Para asegurarse de que el ron no estuviera aguado, como siempre era el caso, ellos lo vertían en un poco de pólvora y le prendían fuego. Una mezcla que tenga más de 40 grados de alcohol, ardía, probando así que era una bebida fuerte.
Durante la guerra contra Finlandia (1939-1940), Voroshilov, comisario del Pueblo para la Defensa, ordenó que fueran repartidas entre los soldados raciones de cien gramos de vodka. Desde entonces los cien gramos son la medida del trago de vodka, y es la capacidad de los vasos que suelen usar los rusos para beberlo.
Existen muchos tipos de vodka. Zhirinovski, el líder ultranacionalista ruso, es el único que se ha atrevido a producir y comercializar aguardiente, pero no es el único cuyo nombre aparece en una etiqueta. En Moscú se puede encontrar vodka “Eltsine”, francés, y “Gorbatschow”, alemán; en honor del amigo americano se brinca con “President Clinton”, en tanto que los nostálgicos pueden compartir sus añoranzas con “Ekaterina” y los “Romanoff” e incluso conjurar los malos espíritus embriagándose en la inquietante compañía de “Rasputín”.
La Internacional de los Cuarenta Grados, la hermandad de los encantadores de la “serpiente verde”, que es como los rusos llaman a su bebida nacional, tiene ramificaciones por todo el mundo. Hay vodkas finlandeses, polacos, suecos, españoles, belgas, y “made in USA” (“White Eagle”), holandeses e italianos (líricos ellos, con su teatral “Bolscioi”), británicos e israelíes. Los hay puros y de fresa, limón, melocotón, pimienta, etc. Los hay en botella, pero también en lata y en vaso sellado de plástico. Incluso algunos con nombres tan explosivos como “Terminator” y “Kalashnikov”. Eso sí, hay buenos vodkas rusos, como las marcas Stolichnaya, Moskovskaya, Priviet, etc. Pero si queremos el mejor, está la fábrica moscovita de vodka Kristall, la mejor del país y, probablemente, del mundo.
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11. ANÉCDOTAS
Resulta muy paradójico que, mientras en tiempos soviéticos los precios altísimos obligaban a la gente a beber todo tipo de bebidas elaboradas con asquerosos brebajes hechos con cosas como limpiacristales, en la Rusia capitalista es al revés. Ahora, el alcohol es tan barato que la gente lo usa, por ejemplo, para limpiar los cristales porque el limpiacristales es más caro y más difícil de encontrar. O para cuidar el coche en invierno, cuando el agua se congela y sólo los muchos grados del vodka garantizan el funcionamiento de los limpiaparabrisas. Un truco que tiene su riesgo: no sería la primera vez que un ciudadano borracho, atraído por el olor, chupa primero el cristal para, ya convencido, proceder a la apertura del capó y beber a gusto.
Algunos osados se decidieron, a principios de los noventa, a formar un grupo alrededor de la otra bebida alcohólica nacional, y fundaron el Partido de Amantes de la Cerveza, asociación político-festiva cuyos objetivos programáticos eran incrementar el número de bares donde beber buena cerveza y adecentar los mingitorios públicos. Los bebedores de vodka, merced a una callada labor de zapa que les permitió infiltrarse en los órganos de decisión del partido, trataron de debilitar a los amantes de la cerveza con la amenaza de una escisión.
El vodka, anestésico pero también estimulante, era el empujón que necesitaba el obrero remolón en la época comunista. El hoy alcalde de Moscú, Yuri Luzhkov, recuerda cuando siendo capataz tuvo que supervisar la construcción de una cafetería en un campamento de pioneros. “Todo el mundo decía que no podríamos hacerlo. Así que me fui directo a los conductores de los bulldozers y regalé a cada uno una botella de vodka. Y puedo asegurarles que lo logramos”. No siempre se trataba de un obsequio amistoso: pagar con vodka era tan frecuente que, debido a la rígida política salarial, los incentivos se abonaban en botellas, no en rublos.
La ayudante de un corresponsal europeo, con una fe ciega en el sistema soviético, era terriblemente reservada con su jefe. Después de haber trabajado siete años para él nunca le hizo ninguna confidencia que implicara la más mínima crítica al sistema. Un día apareció llorando en el despacho del corresponsal, poniendo fin a siete años de reservas: estaba desesperada porque habían querido enterrar a su madre al borde de un riachuelo que pasaba en medio del cementerio. Logró evitarlo después de muchas discusiones y no menos dinero.
Pero no sólo por esto salía muy cara la muerte en la Unión Soviética: al igual que se conserva la tradición, también con los líderes del Kremlin, de mantener el ataúd destapado hasta su llegada a la tumba, se sigue observando la costumbre de ofrecer un copioso banquete fúnebre a los amigos y familiares del difunto. Banquete en el que se vierten buenas cantidades de alcohol, agotando no sólo el dinero que el fallecido ha ido guardando en su maletita, sino también buena parte de los ahorros de los parientes más directos. Eso sí, todo el mundo disfrutaba porque acababa borracho.
Noticia aparecida en el diario El Espectador de México el 2 de mayo de 1996, titulado El vodka no estuvo ausente.
“En Rusia, las festividades por el Día del Trabajo se llevaron a cabo en la mayoría de las ciudades del país, en medio de generosas cantidades de vodka. En el exterior de las murallas del Kremlin, unos 25.000 simpatizantes de los comunistas realizaron una manifestación de repudio al gobierno del presidente Borís Yeltsin.
Extracto de una noticia aparecida en el diario La Vanguardia el 2 de abril de 1998:
“Yeltsin rompió con su ministro de Defensa, Pável Grachev, el hombre que en octubre de 1993 le puso los tanques para cañonear el Parlamento, es denigrado por generales carniceros de la primera guerra chechena como Lev Rojlin, que ha organizado un movimiento militar antipresidencia, del Ministerio de Defensa destituyó sin contemplaciones al general Rodionov, un hombre chapado a la antigua, pero honesto que decía en voz alta lo que todos los militares piensan. Yeltsin utilizó electoralmente al carismático y ambicioso Lebed, echó también a su fiel guardaespaldas Korzhakov, el general que le escondía las botellas de vodka y el amparaba durante sus depresiones. Destituyó al fiel y discreto Nikolayev, ex jefe de las fuerzas guardiafronteras, del que no se conocía la menor queja”.
Fuente:http://rusiaonline.iespana.es/nivel2/1estudioso/nivel31/alcoholismo.htm
Carteles encontra del Alcohol en la URSS:
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