Este texto es una reflexión sobre el muro de Berlín y los muros que ningún capitalista quiere recordar que existen: el muro israelí y el muro en la frotenra mexicana.
Muros visibles e invisibles
Carlos Pérez Soto
Profesor de Estado en Física
Como todos seguramente saben los muros son visibles. Si uno se detiene delante de un muro y lo mira… lo ve. Parece obvio. Para la historia y la política, sin embargo, ni siquiera las cosas más obvias son tan simples. Y ese es el caso, extraño, de los muros.
Lo que es visible y lo que no es visible en la política de hoy depende de los medios de comunicación. Depende de las pautas políticas que les dictan los poderes dominantes, de sus necesidades mercantiles y, en muchos casos, en la mayoría, de la simple necesidad de sobrevivir ante la competencia desleal de los grandes consorcios de la información. Algunos contenidos informativos siguen el ritmo de la farándula, la del espectáculo o la de la política. Se vende bastante con eso. Otros siguen los eventos del deporte comercializado, y el “deporte” y los medios, reforzándose mutuamente, venden bastante con eso.
Pero hay también los pequeños espacios. Un poco marginales, pero muy presentes. Aquellos que señalan tendencias, los que reciclan noticias usadas para nuevos propósitos, los que traen una y otra vez al presente ciertos eventos moralizantes, que confirman, a través del ejercicio de una memoria intervenida, las políticas del presente. Este es el caso de las informaciones sobre “EL MURO”.
Porque, por si lo había olvidado, se cumplen en estos días veinte años del derribamiento de un muro ejemplar, algunas de cuyas puertas se prestaron durante veinte años para noticias espectaculares, varias películas truculentas, varias decenas de muertos, en medio de la batalla ideológica más importante del siglo XX. ¿El muro que los israelíes construyeron en los territorios palestinos? No, no, ese no ha sido derribado, ni lo será en bastante tiempo. ¿El muro que los norteamericanos están construyendo en la frontera de México? No, ese ni siquiera se ha terminado de construir. ¿Los muchos muros con que los pobres son aislados de los turistas en los balnearios brasileños? No, esos son legales, y además están pintados de colores muy bonitos. En realidad esta enumeración que estoy haciendo es odiosa y ociosa. Todos sabemos que el muro que se derribó hace veinte años es el que había en Berlín, antes de que los mismos alemanes del este decidieran vender su país al capital trasnacional, con el único resultado de terminar siendo considerados como ciudadanos de segunda clase en su propia patria.
El muro de Berlín era un enorme símbolo cuya realidad cotidiana era muy curiosa. Tenía muchas puertas que comunicaban con “el mundo libre”. Pero dos o tres de esas puertas estaban constantemente custodiadas por periodistas, y cruzarlas era todo un evento político, en que los guardias de ambos bandos cumplían regularmente con su espectáculo de miedo y politiquería. Había otras, más de veinte, que eran cruzadas a diario por cientos de personas, con la simple presentación de un pasaporte común. Cuando los disidentes querían hacer noticia se dirigían a esas puertas espectaculares, e incluso trataban de pasarlas a la fuerza, aún bajo el riesgo de recibir un par de balazos. Cuando simplemente querían escapar de la policía del gobierno totalitario, se dirigían a las puertas anónimas, a las invisibles, y declaraban que se iban de vacaciones.
Es notable, al respecto, lo que ocurrió en la ex Checoslovaquia, tras la invasión soviética, en Agosto de 1968. Era verano, muchos de los opositores que luchaban en el marco de la Primavera de Praga… estaban de vacaciones. Como corresponde a una población de muy alto estándar de vida, miles de ellos se encontraban en los países vecinos, en balnearios y centros turísticos para las capas medias. Con la invasión soviética les quedó claro que no podrían volver a su país sin sufrir las consecuencias de la represión política. Tras muy pocos meses de incertidumbre, sin embargo, quedó claro que la “represión” soviética no iba a pasar más allá que ser despedidos de sus trabajos… sólo para ser reintegrados en oficios y empleos de más baja estimación social. En esas condiciones, miles de “disidentes” decidieron presentar certificados médicos, pedir una y otra vez permisos laborales, que estaban perfectamente contemplados en la legislación laboral de países que protegían fuertemente el derecho y la estabilidad del empleo. A través de estos recursos pudieron mantenerse durante años viviendo en ciudades fronterizas… y cruzando la frontera puntualmente, mes a mes, para ir a cobrar sus salarios y seguros de enfermedad al país que, en teoría, los mantenía en el exilio. Por supuesto, muchos de esos “exiliados”, ocuparon luego cargos importantes en los gobiernos que, tras la caída del socialismo totalitario, destruyeron sistemáticamente los derechos laborales de los que ellos mismos habían usufructuado.
Las realidades de las políticas a través de las cuales “se conquistó la democracia”, aquí y allá, suelen ser así de complejas. Ejemplos de opositores a la dictadura que luego aparecen aliados a los mismos poderes que sostenían a la dictadura no nos faltan. Ni allá ni acá.
En Berlín había un muro que dos potencias totalitarias querían mantener, como gran símbolo de su confrontación. En alguna época, de igual a igual, protegidas ambas por sus respectivos paraguas nucleares. La realidad cotidiana de ese muro, sin embargo, como la del muro invisible que había en la frontera Checa, excedía las necesidades de una política de gestos espectaculares. La gente necesitaba pasar, y pasaba. Si no aparecía en los medios de comunicación no era problema. Y justamente por eso, cuando había que derribarlo tenía que ser visible. En vivo y en directo, para todo el planeta: el capitalismo había triunfado. Herbert von Karajan dio un concierto espectacular, con la Filarmónica de Berlín, la Novena Sinfonía de Beethoven. El mismo concierto que había dado, casi cincuenta años antes, en París, para festejar la ocupación de Francia por las tropas de Hitler.
Los alemanes del este se entregaron a la euforia. Como habían acumulado una enorme capacidad de compra, bajo las normas económicas de un socialismo ineficiente que no lograba saciar sus ansiedades de consumo, se dedicaron a comprar todo lo que el mercado “libre” les podía ofrecer. Durante meses los camiones basureros en Berlín no alcanzaban a retirar los envoltorios y deshechos que los nuevos consumistas alemanes lanzaban a la calle tras haber renovados sus cocinas, equipos de sonido, lavadores y muebles. Hoy saben, duramente, el reverso de esa euforia. La discriminación de alemanes por otros alemanes, la maldición de los inmigrantes que los capitalistas alemanes fomentan para no pagar los niveles de salario que los trabajadores alemanes han ganado tras más de cien años de luchas, la maldición del sinsentido del consumo incompleto, insaciable, operando como única motivación de la vida.
Pero el gran símbolo que es este muro visible permanece. Tiene que permanecer. Por supuesto concentrado en el gran evento que le da el significado histórico que al poder le interesa: su derribamiento. El momento mismo, las masas sacando pedazos de hormigón a martillazos en presencia de los medios de comunicación, para todo el planeta, con la novena de música de fondo… con el himno de la alegría. El símbolo visible permanece, debe permanecer. Para que la izquierda masoquista confirme sus volteretas, para que el burgués arrogante confirme su soberbia, y para que los nuevos muros no sean visibles.
Santiago, 21 de Octubre de 2009.-
Fuente:http://sicarioinfernal.blogspot.com/2009/11/muros-visibles-e-invisibles.html