Las imágenes que debían acompañar estas letras son niños vietnamitas deformes: uno con dos cabezas, otro apenas un tronco sin extremidades; el de más allá sin ojos y el de más acá con los suyos desbordados e inmensos, casi fuera de sus cuencas.
Ni los más rebuscados efectos especiales de un fantasmagórico filme para multitudinarias taquillas, podrían superar la galería de horror que circula por Internet. Suena ridícula la pudorosa conmiseración mía con la paz de los lectores en pantuflas, ante el dolor de esas víctimas y sus familiares, con el drama a cuestas de por vida.
Los muchachitos, en su gran mayoría con severo retraso mental, algunos puramente vegetativos, son parte de los más de dos millones de vietnamitas que sufren las secuelas de los 80 millones de litros de defoliantes que el ejército norteamericano arrojó sobre las selvas de esa nación entre 1961 y 1971, en aquella larga guerra de ocupación que estremeció la vergüenza del mundo.
En la guerra de Vietnam, los estadounidenses bombardearon a la población con el “agente naranja” que contenía dioxinas, una sustancia tóxica que ha pasado de generación en generación provocando la aparición de tumores, leucemias linfáticas, anormalidades fetales y alteraciones del sistema nervioso en cuatro millones de vietnamitas. Aún hoy en Vietnam nacen seres con las secuelas del tristemente célebre «agente naranja».
Esas criaturas maltrechas, y muchos otros vietnamitas con enfermedades congénitas incurables a consecuencia de la dioxina contenida en los defoliantes, son espectros genéticos contra la desmemoria. Ellos nos alertan hasta dónde puede llegar el destino manifiesto del complejo militar industrial que rige la omnipotente nación, más allá de presidencias.
Uno no puede menos que seguir desafiando a los mismos cancerberos de siempre: los que lanzaron las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, los que regaron el fósforo blanco en Iraq, y el uranio empobrecido en Afganistán, Serbia y Kosovo, con la misma precisión milimétrica con que los nazis convertían a seres humanos en botones y jabones.
¿Quiénes fueron los alquimistas que alimentaron sus ganancias vendiéndole agente naranja, como si fuera naranjada, al Ejército estadounidense? Fastuosas transnacionales como Monsanto y Dow Chemical, esta última proclamando hoy con eufemismo publicitario «la química de la vida», en su página web de Internet.
Durante 25 años investigadores estadounidenses han estudiado el impacto del agente naranja y el Instituto de Medicina de Estados Unidos lo relacionó con el cáncer, la diabetes y las enfermedades nerviosas y cardíacas. Los contaminantes utilizados superaron hasta 50 veces la concentración recomendada por los fabricantes para matar plantas. Por tratarse de contaminantes orgánicos persistentes, las dioxinas se degradan muy lentamente en el ambiente y tienen efectos durante generaciones. Alrededor de 150.000 niños y niñas nacieron con serios defectos físicos, como espina bífida. También destruyeron dos millones de hectáreas de selva y otras 200.000 de tierra cultivable.
En 2000 Estados Unidos reconoció los hechos en el Informe Stellman y siete años después el Congreso decidió destinar nueve millones de dólares para la reparación ambiental de sitios contaminados con dioxinas, de los cuales sólo se aplicaron poco más de cuatro millones de dólares.
En 2004, vietnamitas víctimas del agente naranja demandaron ante los Tribunales norteamericanos a la Monsanto, la Dow Chemical y otros fabricantes del engendro. La petición fue rechazada y ellos apelaron hasta que en 2009 el Tribunal Supremo de Estados Unidos inadmitió el recurso de los vietnamitas para responsabilizar a Dow Chemical y Monsanto, principales fabricantes de los tóxicos, por los defectos de nacimiento en niños y niñas. La justicia estadounidense permanece ciega y sorda al reclamo. Washington no los ha indemnizado ni se ha rasgado las vestiduras. En Vietnam, la genética sigue condenando con nuevas evidencias las malformaciones sistémicas de los mercaderes de la muerte.
Por el contrario, sólo en 2009, el gobierno de Estados Unidos pagó 2.000 millones de dólares a sus veteranos de guerra por enfermedades causadas por las dioxinas.
En junio de este año una comisión conjunta estadounidense-vietnamita aprobó un plan de 300 millones de dólares durante 10 años para resolver el legado sanitario y ambiental del agente naranja y limpiar los sitios donde la contaminación es más severa y atender sanitariamente a las personas afectadas por la guerra química.
Ni los más rebuscados efectos especiales de un fantasmagórico filme para multitudinarias taquillas, podrían superar la galería de horror que circula por Internet. Suena ridícula la pudorosa conmiseración mía con la paz de los lectores en pantuflas, ante el dolor de esas víctimas y sus familiares, con el drama a cuestas de por vida.
Los muchachitos, en su gran mayoría con severo retraso mental, algunos puramente vegetativos, son parte de los más de dos millones de vietnamitas que sufren las secuelas de los 80 millones de litros de defoliantes que el ejército norteamericano arrojó sobre las selvas de esa nación entre 1961 y 1971, en aquella larga guerra de ocupación que estremeció la vergüenza del mundo.
En la guerra de Vietnam, los estadounidenses bombardearon a la población con el “agente naranja” que contenía dioxinas, una sustancia tóxica que ha pasado de generación en generación provocando la aparición de tumores, leucemias linfáticas, anormalidades fetales y alteraciones del sistema nervioso en cuatro millones de vietnamitas. Aún hoy en Vietnam nacen seres con las secuelas del tristemente célebre «agente naranja».
Esas criaturas maltrechas, y muchos otros vietnamitas con enfermedades congénitas incurables a consecuencia de la dioxina contenida en los defoliantes, son espectros genéticos contra la desmemoria. Ellos nos alertan hasta dónde puede llegar el destino manifiesto del complejo militar industrial que rige la omnipotente nación, más allá de presidencias.
Uno no puede menos que seguir desafiando a los mismos cancerberos de siempre: los que lanzaron las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, los que regaron el fósforo blanco en Iraq, y el uranio empobrecido en Afganistán, Serbia y Kosovo, con la misma precisión milimétrica con que los nazis convertían a seres humanos en botones y jabones.
¿Quiénes fueron los alquimistas que alimentaron sus ganancias vendiéndole agente naranja, como si fuera naranjada, al Ejército estadounidense? Fastuosas transnacionales como Monsanto y Dow Chemical, esta última proclamando hoy con eufemismo publicitario «la química de la vida», en su página web de Internet.
Durante 25 años investigadores estadounidenses han estudiado el impacto del agente naranja y el Instituto de Medicina de Estados Unidos lo relacionó con el cáncer, la diabetes y las enfermedades nerviosas y cardíacas. Los contaminantes utilizados superaron hasta 50 veces la concentración recomendada por los fabricantes para matar plantas. Por tratarse de contaminantes orgánicos persistentes, las dioxinas se degradan muy lentamente en el ambiente y tienen efectos durante generaciones. Alrededor de 150.000 niños y niñas nacieron con serios defectos físicos, como espina bífida. También destruyeron dos millones de hectáreas de selva y otras 200.000 de tierra cultivable.
En 2000 Estados Unidos reconoció los hechos en el Informe Stellman y siete años después el Congreso decidió destinar nueve millones de dólares para la reparación ambiental de sitios contaminados con dioxinas, de los cuales sólo se aplicaron poco más de cuatro millones de dólares.
En 2004, vietnamitas víctimas del agente naranja demandaron ante los Tribunales norteamericanos a la Monsanto, la Dow Chemical y otros fabricantes del engendro. La petición fue rechazada y ellos apelaron hasta que en 2009 el Tribunal Supremo de Estados Unidos inadmitió el recurso de los vietnamitas para responsabilizar a Dow Chemical y Monsanto, principales fabricantes de los tóxicos, por los defectos de nacimiento en niños y niñas. La justicia estadounidense permanece ciega y sorda al reclamo. Washington no los ha indemnizado ni se ha rasgado las vestiduras. En Vietnam, la genética sigue condenando con nuevas evidencias las malformaciones sistémicas de los mercaderes de la muerte.
Por el contrario, sólo en 2009, el gobierno de Estados Unidos pagó 2.000 millones de dólares a sus veteranos de guerra por enfermedades causadas por las dioxinas.
En junio de este año una comisión conjunta estadounidense-vietnamita aprobó un plan de 300 millones de dólares durante 10 años para resolver el legado sanitario y ambiental del agente naranja y limpiar los sitios donde la contaminación es más severa y atender sanitariamente a las personas afectadas por la guerra química.