James Connolly
1897
Actualmente en Irlanda trabajan una serie de organismos que buscan mantener el sentimiento nacional en el corazón del pueblo irlandés. Estos organismos, como el movimiento por la Lengua Irlandesa, las Sociedades Literarias o los Comités de Conmemoración, sin lugar a duda están haciendo un trabajo de provecho atemporal para este país ayudando a salvar de la extinción la preciada historia humana y nacional, la lengua y las características de nuestro pueblo.
Sin embargo, existe el peligro de que a través de una excesiva afinidad a sus métodos de propaganda, y por consiguiente a una negligencia sobre los aspectos más importantes de nuestra sociedad, sólo triunfen unos estudios históricos estereotipados y una adoración del pasado, o un nacionalismo producto de una tradición —gloriosa y heroica— pero únicamente una tradición.
Hoy las tradiciones pueden, y frecuentemente lo hacen, aportar la base para un martirio glorioso, pero nunca podrán ser lo suficientemente fuertes como para soportar la tormenta de una revolución como para que ésta llegue a buen puerto.
Si el movimiento nacional de nuestros días no se limita a rememorar antiguas tragedias de nuestra historia, debe demostrarse capaz de estar a las alturas de las exigencias del momento. Debe demostrar al pueblo irlandés que nuestro nacionalismo no es en exclusiva una morbosa idealización de nuestro pasado, sino que es capaz de formular una clara y definitiva respuesta a los problemas actuales y un modelo político y económico capaz de ajustarse a las necesidades del futuro.
Este ideal político y social, estoy convencido, puede alcanzarse a través de la franca aceptación de los afligidos y serios nacionalistas de la República como su objetivo.
No una República, como en Francia, donde una monarquía capitalista con un líder electo parodia los abortos constitucionales de Inglaterra y que en abierta alianza con el despotismo moscovita hace alardes de su apostasía a las tradiciones de la Revolución. No una república como en los Estados Unidos, donde el poder del dinero ha establecido una nueva tiranía bajo formas de libertad; donde, cien años después que los pies del último casaca roja contaminara las calles de Boston, los señores y financieros británicos imponen sobre los ciudadanos americanos una servidumbre que comparada con los impuestos prerrevolucionarios los convierten en meras pequeñeces.
¡No! La república que quisiera presentar ante nuestros compatriotas será de tal carácter que el mero hecho de mencionar su nombre servirá por siempre como faro para los oprimidos de cualquier lugar, siempre manteniendo por delante la promesa de libertad y abundancia como recompensa a los esfuerzos realizados.
Al campesino en régimen de arrendatario, base del terratenientismo por un lado y la competitividad americana por la otra, como si estuviera entre las piedras de moler de un molino; a los asalariados en las ciudades, sufridores de la carga del capitalista que convierte en esclavo al trabajador del campo, que se matan trabajando por un sueldo que apenas es suficiente para mantener juntos cuerpo y alma; de hecho, para todos aquellos millones de explotados sobre cuya miseria se sustenta el aparentemente espléndido tejido de nuestra moderna civilización, la República Irlandesa pronunciaría la palabra que evocaría un punto de encuentro para el descontento, un asilo para el oprimido, un punto de partida para el socialista, entusiasta en la causa de la libertad humana.
Esta unión entre nuestras aspiraciones nacionales con las esperanzas de los hombres y mujeres que han elevado el estandarte de la rebelión en aquel sistema de capitalismo y señoritismo, del que el Imperio Británico es el más resuelto y agresivo defensor, no debería, bajo ninguna circunstancia, ocasionar elementos de discordia entre las filas de los nacionalistas consecuentes, y serviría para hacernos con frescas reservas de fuerza moral y física suficientes para levantar la causa de Irlanda hasta una posición de más autoridad que haya ocupado desde el día de Benburb.
Se puede replicar que el ideal de una República Socialista, implica, como así es, una completa revolución política y económica que de manera segura enajenaría a todos nuestros partidarios de clase media y aristocracia, quienes temerían la pérdida de sus propiedades y privilegios.
¿Qué quiere decir esta réplica? ¡Que tenemos que aplacar a las clases privilegiadas en Irlanda!
Pero la única manera de desarmar su hostilidad es asegurándoles que en una Irlanda libre sus “privilegios” no se verán afectados. Esto es, garantizar que cuando Irlanda sea libre de la dominación extranjera, los soldados irlandeses protegerán los fraudulentos beneficios del señorito capitalista de las “delgadas manos de los pobres” sin remordimientos y la misma eficacia que los emisarios de Inglaterra hoy día. Bajo otra condición no se unirán las clases a nosotros. ¿Cree alguien que las masas lucharán por esos ideales?
Cuando se habla de liberar Irlanda, ¿hablamos en exclusiva de los elementos químicos que componen la tierra de Irlanda? ¿O hablamos del pueblo irlandés? Si es éste el caso, ¿de qué se supone que se les va a liberar? ¿Del dominio de Inglaterra?
Pero todos los sistemas de administración política o la maquinaria gubernamental son sólo el reflejo de las formas económicas sobre las que se sustentan. La ley inglesa en Irlanda no es muestra del hecho de que los conquistadores ingleses forjaron en el pasado un sistema de la propiedad fundado en el expolio, el fraude y el asesinato; lo que hace que el ejercicio actual de los “derechos sobre la propiedad” creado en esa época implique una continua práctica de expolio y fraude legalizado. La ley inglesa se presenta como la forma de gobierno más válida a través de la cual el expolio es protegido, y el ejército inglés la herramienta más flexible con la que ejecutar el asesinato legal cuando los miedos de las clases pudientes lo reclaman.
El socialista, que destruiría completamente la totalidad del sistema de una civilización absolutamente materialista, que como la lengua inglesa hemos adoptado como propio, es, reitero, con creces, mayor enemigo a las leyes y tutela inglesas que el pensador superficial que imagina que es posible conciliar la libertad irlandesa con esas insidiosas y desastrosas formas de sometimiento económico basado en la tiranía terrateniente, el fraude capitalista y la corrupta usura; frutas podridas de la conquista normanda, la impía trinidad de los que Strongbow y Diarmuid MacMurchadha (ladrón normando y traidor irlandés) fueron apropiados precursores y apóstoles.
Si mañana echáis al ejército inglés e izáis la bandera verde sobre el Castillo de Dublín, a menos que emprendáis la organización de una república socialista todos vuestros esfuerzos habrán sido en vano. Inglaterra todavía os dominará. Lo hará a través de sus capitalistas, de sus terratenientes, a través de todo el conjunto de instituciones comerciales e individuales que ha implantado en este país y que están regadas con las lágrimas de nuestras madres y la sangre de nuestros mártires. Inglaterra os dominará hasta llevaros a la ruina, incluso mientras vuestros labios ofrezcan un homenaje hipócrita al santuario de esa Libertad cuya causa traicionasteis.
Nacionalismo sin socialismo —sin una reorganización de la sociedad bajo una base de una forma más amplia y desarrollada de esa propiedad común que fue la base de la estructura social de la Antigua Erin— no es más que cobardía nacional.
Sería el equivalente a una declaración pública hacia nuestros opresores, que hasta ahora habían logrado inocular en nosotros sus pervertidos conceptos de justicia y moralidad, de que nosotros los hemos decidido finalmente aceptar a nuestra manera. No necesitamos un ejército ajeno para forzar esas ideas sobre nosotros nunca más.
Como socialista, estoy preparado a hacer todo lo que un hombre es capaz de hacer para que nuestra patria alcance su legítimo derecho: la independencia; pero si se me pregunta si modificaría una coma en la reclamación de justicia social para así apaciguar a las clases privilegiadas, entonces debo rechazar este derecho. Tal acción no sería ni digna ni realizable. Recordemos que el que camina de lado del Diablo nunca alcanza el cielo. Proclamemos abiertamente nuestro credo, la lógica de los acontecimientos está de nuestra parte.
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