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Deporte de masas y españolismo capitalista
Hoy en día el deporte de masas es, sin duda, el principal aporte mediático de la ideología dominante a la formación de la conciencia nacional española, así como un elemento central en el sostenimiento y legitimación del orden social capitalista, dos apartados, dicho sea de paso, que vienen a formar parte de un mismo todo indisoluble.
Para entender el porqué de tal situación actual, hay que señalar previamente algunas consideraciones de tipo histórico:
En primer lugar, hemos de hacer mención al fracaso histórico sufrido por el intento, fugaz, de llevar a cabo una “vertebración de España” de orientación Orteguiana , es decir, ese intento, impulsado a principios del siglo XX, de romper con el pasado autoritario del nacionalismo español y crear unas nuevas señas de identidad y sentimiento nacional basados en coordenadas liberal-progresistas, y que fue posteriormente intentado revivir por el PSOE en 1982. Esto se explica porque las superestructuras ideológicas del estado siguieron en manos de las mismas clases dominantes, así como las estructuras económicas, y la nueva reformulación del nacionalismo español no tuvo más remedio que volver a refugiarse en esa esencia reaccionaria y autoritaria que le caracteriza actualmente, y que le ha caracterizado históricamente. La dictadura franquista fue buen ejemplo de ello.
Por otro lado, tras los años de dictadura franquista, la acción de los diferentes movimientos de liberación nacional y la aún existente resistencia de las clases oprimidas, se generó una situación donde tanto el nacionalismo español, como su esencia, sus símbolos y sus lugares de memoria se encontraban completamente deslegitimados y rechazados entre las clases populares. La bandera, el himno, el escudo, y todo cuanto tuviera que ver con los principales símbolos de identidad españoles vinculados a la España monárquica, eran mayoritariamente rechazados por la población, especialmente por aquellos sectores políticos e ideológicos vinculados a las clases populares. Tales símbolos estaban irremediablemente vinculados con el fascismo franquista, y, por tanto, manchados con la sangre, las lágrimas y el dolor de los luchadores antifascistas.
Es entonces, ante tal situación histórica, cuando el Estado español, es decir, las élites que lo dominan y dirigen a su antojo, las que han hecho de la existencia de tal estado su principal negocio, se ven obligadas a fijar nuevas estrategias para dominar y someter el pensamiento de las masas, con el objetivo de “re-legitimar” la ideología nacional española, y que tal legitimación pudiese servir igualmente como mecanismo de defensa del mercado único español, acabando con el posible peligro que suponía el avance de la soberanía popular y económica reclamada ya entonces, con mucha fuerza, por cada vez un mayor número de pueblos del estado, desde perspectivas de izquierdas. Era necesario, en definitiva, que las clases populares volviesen a sentirse identificadas con los símbolos que representan la unidad del estado, pues de tal forma se garantizaría la pervivencia de la estructura económica que lo sustenta, así como se garantizaría la supervivencia de los privilegios históricos de tales élites dominantes.
A tales efectos, la ideología dominante no tuvo más remedio que lanzar una campaña de (re) conquista identitaria, una campaña destinada a reinstaurar el amor del españolito medio por los símbolos que representan la “unidad nacional española” (Unidad de mercado en lo universal), que debía además ser sustentada sobre diversos frentes: el teórico (nuevo patriotismo constitucional), el político-jurídico (reestructuración en clave centralista del estado, polémicas sobre las lenguas minoritarias, criminalización de los nacionalismos “periféricos”, etc.), y, sobre todo, se tomó en consideración recuperar el papel hegemónico de la identidad nacional española a través de la acción directa sobre las masas, especialmente en aquellos espectáculo de masas, como el fútbol, o el deporte de masas en general, donde priman los sentimientos y la pasión sobre la racionalidad, donde, por tanto, más fácil resulta manipular los sentimientos de identidad de las personas y los pueblos, además ya desde los primeros años de vida del sujeto.
Sentimientos nacionales, simbología y deporte de masas
Cuando uno es niño, cuando apenas si es capaz de discernir entre lo racional y lo irracional, cuando uno se encuentra en esa primera etapa de la vida donde todo es ilusión, en la mayoría de los casos, se aprende a vivir la emoción de un partido de futbol, o de los espectáculos deportivos en general, de manera tan intensa, tan pasional, tan desbordada, que eso es algo que, de una u otra manera, por las intensas emociones y sensaciones que genera en la mente tierna y moldeable del infante, perdura para siempre en el subconsciente del sujeto, y aun cuando con el paso de los años esta intensidad va decreciendo, cada vez que en la edad adulta uno/a ve un partido de futbol de su equipo preferido, vuelve a revivir todas aquellas emociones de la infancia. Una especie de regresión a la infancia que conecta con los sentimientos más pasionales de la persona, que lo arrastra a un mundo psicológico donde lo que prevalece es lo pasional frente a lo racional, el sentimiento frente a la razón. Justo el plano psicológico donde con mayor eficiencia se puede ejercer una modelación y manipulación de la consciencia del sujeto.
No es casual, por tanto, que al encender la TV y echar un vistazo a los informativos deportivos, que cada vez ocupan más tiempo y contenidos, lo primero que observemos sea la exaltación de los valores patrióticos, el chovinismo y las loas a los deportistas propios (propios en el sentido biológico-geográfico del termino, no así en el tributario). Tomando un sencillo ejemplo, en alguna información sobre competiciones atléticas la noticia principal no sería que Usain Bolt volviera a romper el récord del mundo, sino que un español finalizara clasificado en decimocuarta posición en cualquier prueba de medio pelo. Ejemplo sencillo, pero existen otros tótems de la ideología nacionalista española en el deporte que no vamos ahora a descubrir: Alonso, Nadal, Gasol, etc. Aunque, sin duda, donde mejor podemos observar este fenómeno es en el deporte de masas por excelencia, el fútbol. Y muy especialmente, como se verá después, en la selección española de este deporte. Tal mensaje patriótico es especialmente productivo, desde un punto de vista ideológico, en la mente de los niños y niñas.
Cuando uno/a es niño/a no entiende de política ni de naciones, pero si entiende (o cree entender) de fútbol, de baloncesto, de balonmano, o de Fórmula 1, según sople el viento mediático del momento. Uno se sienta frente al televisor, en el caso del fútbol, con la esperanza de ver ganar a "su" equipo, dispuesto a animarlo con todas sus fuerzas y a volcarse durante 90 minutos con "sus colores". Cuando uno/a es niño/a, educado en el oportuno ambiente mediático, cada partido de la selección española se vive como un acontecimiento especial, y un Mundial o una Eurocopa como el "no va más" de los acontecimientos deportivos. Millones de niños de nuestros días, como cualquiera puede comprobar a su propio alrededor, siguen creciendo en nuestro estado bajo esta creencia que los medios de comunicación se encargan fidedignamente de promulgar y publicitar para su perpetuación. Basta con echar una mirada esos días locos de mundial a los medios de comunicación que tengamos a nuestro alcance para entender de qué estamos hablando. Millones de niños que se siguen emocionando hoy en día viendo jugar a la selección española y, qué duda cabe, hacen de la bandera de España una seña de identidad propia que defender en cada uno de estos partidos frente al "extranjero". Pasa con los partidos de la selección española, y, aunque en menor medida, pasa también con todos y cada uno de los deportistas de élite españoles que compiten en los principales eventos deportivos internacionales. A través del deporte de masas, se enseña oportunamente al niño a diferenciar entre lo suyo (lo español), y lo de los “otros” (los extranjeros).
Si ustedes se fijan, los distintos nacionalismos periféricos han hecho de la reivindicación de las selecciones nacionales un caballo de batalla. Hace no tanto la selección catalana de hockey patines incluso llegó a disputar un mundial B de la disciplina, que, por cierto, ganó. Su siguiente paso era jugar el mundial A, enfrentándose a la propia selección española. Sin embargo, las presiones de la Federeación Española de Hockey, y probablemente del propio gobierno español, impidieron que ese acto se llegara a consumar. Pese a que deportivamente se lo habían ganado en el campo, su derecho a competir al máximo nivel internacional, se lo negaron por decreto en los despachos. Y hablamos de un deporte claramente minoritario, ni imaginar qué ocurriría si algo así se llegase a plantear seriamente en fútbol. Detrás de toda esta lucha, más que una simple cuestión de representación deportiva, es obvio que subyace una cuestión de propaganda política. Como ya se ha dicho, una selección deportiva aúna el sentimiento de las masas, y, como ya se ha dicho también, esto afecta principalmente en la primera infancia. Son cosas que quedan marcadas para siempre en la memoria de los individuos (¿quién de ustedes no recuerda algún importante acontecimiento deportivo internacional que influyera en su infancia?), y que, por tanto, sirven para abrir la mente a una determinada visión nacionalista del mundo. Sin duda, en las selecciones “nacionales” deportivas tiene el estado español un elemento de cohesión y propaganda españolista que afecta a todos los ciudadanos en general, y a los más jóvenes de la casa en particular. Es por eso, que hoy día todos los nacionalismos periféricos luchen por acabar con esta hegemonía del estado en la representación deportiva internacional, y es por eso, que el estado español va a hacer todo lo posible por impedirlo. La cuestión no es solo deportiva, la cuestión va mucho más allá: la cuestión es política y sociológica.
Y es que el poder españolista sabe bien, desde hace mucho, que una gran falsa se convierte automáticamente en una gran verdad, si la mente del individuo se moldea oportunamente y se adapta a ella desde la infancia. Durante el franquismo, sin ir más lejos, el régimen utilizaba oportunamente los pasatiempos en aquella época de los niños para tal efecto. Manuel Barrero, en un interesante artículo sobre la historia de los tebeos en Andalucía, nos explica como la prensa franquista trataba de llegar a las conciencias de los más pequeños de la casa a través de los mismos:
"Durante aquellos años de apreturas tuvieron gran éxito los tebeos como objeto para el consumo y la evasión infantil. FET y de las JONS prosiguió en su control de ciertas publicaciones propagandísticas que había iniciado en el seno de la contienda y Flechas y Pelayos se convirtió en el tebeo enseña del Régimen, aunque no cosechó el abrazo del público que logró Chicos, tebeo de mayor calidad. Mientras la historieta humorística y el gag se encauzaron por La Ametralladora y su sucesora La Codorniz, la historieta humorística fue recuperada por las cabeceras catalanas como TBO, La Risa, Pulgarcito, Pocholo y otras publicaciones que albergaban cómics pero que no eran en esencia tebeos: los suplementos infantiles de prensa".
Hoy en día, que el gusto de los niños por los tebeos ha pasado a un segundo plano, es evidente que el fútbol puede servir mejor que nada para tal efecto manipulador y de adoctrinamiento. Para el psicoanalista francés Jacques Lacan, la constitución psíquica del ser humano es producto inevitable de las atribuciones que los otros nos hacen. Es por los complejos efectos de las ideas, deseos, prejuicios, actitudes, etc. que recibimos desde antes del nacimiento, que vamos adquiriendo conciencia de quiénes somos y de nuestro lugar dentro de las agrupaciones colectivas. Igualmente, la cultura, la sociedad, a través de sus representantes simbólicos, como las instituciones, nos hacen saber reiteradamente qué cosas esperan de nosotros. Cuando la cuestión nacional se vincula al deporte de masas, y, este, a su vez, se orienta sabiamente hacia las experiencias y sentimientos que han de desarrollar los sujetos en su infancia, la experiencia “nacional” misma, el sentimiento identitario incorporado a través de un mecanismo claramente pasional e irracional, se convierte en experiencia referencial del sujeto, y, por tanto, en un método de adoctrinamiento identitario de grandiosa eficacia. Los sujetos aprenden, a través de tales experiencias, a ubicarse dentro del grupo “nacional” que, supuestamente, los representa, aprendiendo a su vez a diferenciarse de aquellos otros que le son ajenos: los extranjeros. Da igual que el ajeno sea el sentimiento nacional francés o el sentimiento nacional andaluz, en cualquier caso el sujeto aprenderá a rechazar, de manera irracional y completamente acrítica, cualquier sentimiento nacional que le sea ajeno según su propia experiencia, es decir, que no sea español. Se habrá creado así un español por sometimiento psicológico.
El fútbol como observatorio de la sociología de masas capitalista
Pero no es sólo el aspecto identitario el que se presenta en los espectáculos de masas. Este, en realidad, no es más que una de las múltiples variables que toma el aspecto ideológico capitalista. Al final, de lo que se trata, por supuesto, es de esto: economía, política, control social, en resumen, lucha de clases. Sometimiento de las clases dominadas a los valores impuestos, por y para su propio beneficio, por las clases dominantes.
El fútbol es un deporte que es el espejo del sistema capitalista: competitividad extrema, reglas simples y accesibles al común de los mortales, todo ello, unido a la identificación de los equipos con conceptos políticos o identitarios (un Estado o una ciudad), da como resultado un cóctel peligrosísimo de chovinismo, localismo, xenofobia y estigmatización del diferente.
En primer lugar, debemos analizar la tipología social del practicante del fútbol, el futbolista, en este caso el futbolista profesional. Podemos observar al futbolista, salvo honrosas excepciones, como paradigma de todas las lacras del capitalismo: analfabeto -tanto funcional como integral-, individualista, egocéntrico, consumista y apologeta implícito de todas las “bondades” del capitalismo. El futbolista tipo es un joven de 20 a 30 años, apolítico, sin estudios, cuyas únicas pasiones en la vida son añadir cada vez más deportivos a su garaje y repetir una vez tras otras las mismas frases hechas tales como “el rival es complicado” o “son once contra once”. Este es, sin duda, el tipo ideal de individuo socialmente aceptado por el capitalismo.
Es por eso que cuando surgen jugadores como por ejemplo Oleguer Presas (ex futbolista del FC Barcelona), que revientan los estereotipos que las clases dominantes nos quieren ofrecer, son tan fuertemente atacados. El capitalismo no puede permitir que se permita la difusión de la imagen de un futbolista culto, con inquietudes sociales y con pensamiento crítico. No, eso debe ser atacado, difamado y criminalizado. Y si encima se atreve a cuestionar, nada más y nada menos, que la sagrada unidad española y sus símbolos más significativos, ya ni hablamos.
El segundo punto que debemos analizar, quizá el más importante, es la masa misma que sigue el fútbol, es decir, los aficionados. Podemos afirmar que en un estadio una amplia mayoría de personas se muestran sin las trabas que impone la ética, la moral o la autorregulación de lo políticamente correcto, dejando así aflorar los sentimientos más viscerales de la masa y la auténtica ideología implícita, irracional, del individuo. “Al fútbol uno va a divertirse un poco y a desahogarse”, se suele escuchar con frecuencia entre los aficionados a este deporte.
Pero, por esa misma razón, porque el sujeto deja aflorar sus pensamientos más irracionales y pasionales, sus impulsos más viscerales, se puede decir también que tales situaciones sirven para que, como si de un experimento sociológico se tratara, el sujeto pueda dejar que la ideología implícita que habita en su interior, la que ha aprendido de manera irracional y pasional a través de los años, en vinculación con los mensajes que le han llegado desde el sistema educativo o los medios de comunicación de masas, se manifieste de manera explícita, es decir, tal cual es el pensamiento puro del sujeto en realidad, lejos de los mecanismos de autorregulación morales que se dan fuera del estadio.
El individuo, amparado en la masa y sabedor de que en dicha situación los convencionalismos sociales se diluyen, que existe un nivel de permisividad social para con ciertos comportamientos que sería intolerables en cualquier otro ámbito de su vida cotidiana, se deja arrastrar por la pasión y hace aflorar la ideología que ha interiorizado de manera irracional desde sus primeros años de vida. Ideología, además, entendida desde el concepto marxista de la misma, es decir, como repetición irracional y acrítica de los ideales de masas impuestos por las clases dominantes a través de su control de los canales formativos, educativos e informativos que rodean y moldean el pensamiento del sujeto de las clases dominadas.
Así, el racismo, la xenofobia, el odio por el otro, la mala educación, el insulto gratuito, la histeria colectiva contra el “enemigo”, y demás comportamientos absolutamente irracionales, se dan de manera habitual en los campos de fútbol, especialmente cuando el enemigo en cuestión forma parte de algunos de los grupos de “odiados” señalados previamente por la ideología dominante. No hay más que ver como los campos se pueblan de banderas españolas cada vez que el FC Barcelona, o el Atlethic Club de Bilbao, juegan en algún lugar donde los aficionados se sientan mayoritariamente españoles, todo ello aderezado por los clásicos insultos xenófobos contra vascos o catalanes que se vierten desde la grada de manera bastante ruidosa y ostentosa por enormes cantidades de espectadores al unísono. En teoría no es más que un partido de fútbol, pero, en la práctica, va mucho más allá: es un enfrentamiento directo contra el enemigo señalado insistentemente, desde el comienzo de nuestras vidas, por la ideología españolista dominante. Todo vale, y todo sale.
Lo que la ideología dominante impone desde sus medios de formación e información de masas, aflora sutilmente en los campos de fútbol, dejando ver todas las lacras y prejuicios que las clases dominantes imponen como medio de garantizarse la división y el enfrentamiento entre las clases dominadas. Cualquier idea que sirva para dividir a la clase trabajadora, se hará presente en el estadio. Cualquier valor capitalista, les acompañará. Racismo, xenofobia, homofobia, egoísmo, competitividad desaforada, mentalidad maniquea y racionalidad maquiavélica, son sólo algunos de los comportamientos de masa presentes cada semana en los campos de fútbol. Durante noventa minutos las personas, una gran mayoría de ellas, se dejaran ver tal y como son en realidad, según la mentalidad que la ideología dominante les ha inculcado. Todo vale, todo sale.
La selección española como baluarte central del nacionalismo español actual
Hemos analizado cómo los mecanismos del estado capitalista utilizan el deporte de masas como medio de propaganda ideológica, y cómo esto desempeña un papel especialmente importante durante la infancia del sujeto. Además, hemos visto también las características básicas del fútbol y de la masa, en medio de una sociedad capitalista como es la sociedad española actual. Observemos ahora la aplicación práctica de todo esto con el caso concreto de la selección española de fútbol, principal baluarte actual del nacionalismo español.
Ya desde los primeros tiempos del balompié fue frecuente el asociar los triunfos deportivos de las selecciones nacionales con triunfos colectivos de la voluntad nacional. El paradigma de esta situación fue el Mundial de 1938 de la Italia fascista.
En el caso de la selección española, el nacionalismo esencialista de la dictadura de Franco intentó lo mismo, sin éxito. Por un lado, una parte muy importante de la clase trabajadora nunca se identificó con la selección del régimen, ni con sus símbolos, no eran más que el reflejo de un país, el suyo propio, al que odiaban con todas su fuerzas. Por otro lado, la selección española ha tenido históricamente un ADN perdedor, con lo que, a excepción de la Eurocopa de 1964 contra la Unión Soviética “atea y roja”, el régimen nunca pudo rentabilizar y transformar los triunfos en réditos políticos, simplemente porque no los hubo. La estrategia de los tebeos, mencionada anteriormente, seguramente fue infinitamente más efectiva para adoctrinar y moldear el pensamiento de la masa durante el franquismo, que la selección de fútbol. Pero simplemente por falta de gancho.
Igualmente, durante los primeros años de la mal llamada transición, una vez ya cambiada la forma de gobierno capitalista, del fascismo tecnocrático a la democracia liberal, la selección española y sus símbolos seguían sin levantar pasiones y, lo que es más importante, seguían sin convertirse en un aparato ideológico de masas interclasista que legitimase el neo-nacionalismo español (ahora pretendidamente de carácter democrático burgués).
Una ocasión tras otra, y a pesar del esfuerzo propagandístico de la prensa del régimen capitalista, tanto la generalista como muy especialmente la deportiva, la selección futbolera cosechaba fracaso tras fracaso, llegando al punto culminante en el Mundial de Francia 98, donde se volvieron para casa a las primeras de cambio, a pesar de la ofensiva mediática sin precedentes lanzada por la prensa española en los meses previos. Esto supuso el punto de inflexión para la estrategia del nacionalismo español; esto supondría un antes y después en el tratamientos que la prensa española daba a su selección. Es en esta época, desde el 98 hasta el 2008, cuando se cambia la estrategia implícita en pos de la identificación de la selección deportiva con una supuesta España plural, de todos, democrática y tolerante. Como ejemplo de esta nueva directriz, hasta se le busca un apodo a la selección futbolística al estilo del resto de Estados del entorno. Optan por el polémico “La Roja”, no tan polémico por el rechazo que genera tal denominación entre los sectores más reaccionarios de la población, como por el hecho de que precisamente ese era el apodo oficial de la selección chilena de fútbol desde los primeros tiempos del balompié. No les importó apropiarse de un apodo “con dueño”, es más, ningún medio se hizo eco de la paradoja de usurpar la denominación de otra selección. En esta época convulsa se siembran los cimientos de lo que posteriormente será el boom rojigualdo.
Así llegamos al punto de inflexión que supone la Eurocopa de 2008. Para cubrir este evento, la prensa deportiva hizo mutis por el foro del habitual tono propagandístico, la afición futbolera no prestó a priori mucha atención al evento, y el clima al inicio de la competición no era el habitual en este tipo de eventos años atrás. Ya se había acostumbrado al llamado “mal de cuartos de final”. Sin embargo, para sorpresa de todos, la selección española se proclamó vencedora del torneo. Por fin la selección española tenía algo que ofrecer en el plano deportivo al mal llamado pueblo español, por fin una selección de vascos, catalanes, andaluces, madrileños, etc., todos juntos, conquistaba un título a nivel de selecciones. Vía libre para los ideólogos del nacionalismo español. La semilla se llevaba sembrando durante años, ahora, simplemente, era cuestión de recoger los frutos y ponerlos al servicio de la ideología dominante que previamente se había encargado sutilmente de realizar la siembra durante décadas. Y en el momento ideal.
De lo que se trataba ahora es de allanar el camino para la re-legitimación de los valores, símbolos y lugares de memoria en base a la selección de fútbol, pues por fin los aficionados tenían algo con que identificarse, por fin había algo, de impacto mayoritario, que demostraba en la práctica que la unidad de España funcionaba. Las banderas de España comenzaron a salir nuevamente a los balcones, ya no había miedo a que te llamaran “facha” por ello. Un solo mes de espectáculo deportivo había conseguido ser más eficiente, en este sentido, que años y años con un discurso, por vía de lo racional, que trataba de convencer al ciudadano de a pie, sin éxito, de que el llevar una bandera de España en la ropa, o sacarla al balcón, no era patrimonio de la derecha, sino que debía ser entendido, simplemente, como un acto patriótico, como el símbolo de la unidad de todos los ciudadanos españoles. Lo que la vía de la razón no pudo conseguir en casi treinta años de supuesta democracia, la vía de la pasión, de lo irracional, lo pudo conseguir en apenas un mes de espectáculo deportivo de masas. La bandera española era otra vez un símbolo que lucir orgulloso, con el que todos los españoles debían sentirse identificados con el ardor que impone la pasión de la victoria en la batalla frente a los enemigos extranjeros.
Así, abierto el camino, una vez ganada esta competición, la superestructura político-ideológica del Estado se puso manos a la obra, había que aprovechar el momento y consolidar la nueva tendencia en todas sus posibilidades ideológicas. A la par que las acometidas a la lengua y culturas minoritarias (con la aparición de numerosas asociaciones “contra la imposición” en las distintas naciones del Estado con lengua propia), a la par que el discurso en torno a una nueva re-centralización del Estado (cuestionamiento del precario Estado de las autonomías), a la par que la nueva ofensiva revisionista en lo histórico (las múltiples obras de divulgación de pretendidos pseudo historiadores filofascistas), a la par del nacimiento de nuevas formas mediáticas del nacionalismo español (nuevas televisiones, radios, páginas en la red con sus respectivos gurús neoliberales, etc.), el capitalismo español se rearmaba en el principal de los frentes desde el que se habría de plantar cara a las convulsiones sociales y contradicciones que se pondrían de manifiesto con la ya en ciernes crisis económica, es decir, la acción de las masas.
Y qué mejor Caballo de Troya, claro, que la selección futbolera, deporte de masas con gran impacto social para vertebrar e impulsar la “renacionalización” del Estado español. Todo esto, claro está, con la aquiescencia tanto de la progresía hispanista como de la pretendida izquierda revolucionaria, los primeros porque forman parte del mismo todo en el sistema capitalista y los segundos porque nunca supieron romper amarras con las concepciones nacionalista españolas.
Todo estaba listo para que ese pueblo español, en uno de los puntos más bajos de su historia reciente en lo cultural, dominado por la cultura de la pasividad y la dejadez y falto de ningún referente rupturista con el que combatir al capital, pasara de una vez y para siempre al campo de la ideología nacionalista española, que no es otra cosa que el fruto de las relaciones de producción imperantes, lo que ya hemos llamado antes la “Unidad de Mercado en lo Universal”.
Y llegó Julio del 2010. Tras una campaña sin precedentes de agitación y propaganda por parte de los medios de comunicación empresariales, la selección española se proclamó campeona del Mundial de Fútbol. Lo máximo a que puede aspirar una selección “nacional”.
La explosión de patriotismo de charanga y pandereta fue tan descomunal, que, incluso, a muchos entre la izquierda revolucionaria cogió por sorpresa esta reacción nacionalista española de una parte hegemónica del pueblo español, máxime con una reforma laboral en ciernes que cercenaría derechos básicos para retrotraernos al Siglo XIX. Análisis errado. No hubo nada más lógico que la reacción que se produjo. Esas multitudes envueltas en la otrora vilipendiada bandera rojigualda, determinadas actitudes políticas que el pueblo adoptó esos días, no nos deberían sorprender lo más mínimo. No era más que la culminación de un plan de sometimiento y control social diseñado por las clases dominantes desde mucho tiempo atrás, donde las banderas rojigualdas en los balcones, a una misma vez que el estado español pasaba a estar gobernada de facto por instituciones tan ajenas al nacionalismo español como la UE o el FMI, no son más que la representación más visible de hasta qué punto, oportunamente orientada desde los medios de comunicación burgueses, las clases dominadas hacen suya la ideología impuesta por las clases dominantes, inclusive en momentos de máxima tensión desde un punto de vista de lucha de clases, donde, en teoría, más necesario sería que ocurriese justamente al revés.
Todos esos niños y niñas que había aprendido a adorar y amar a la selección española en su infancia, todos esos sujetos que habían vivido una y otra vez sometidos a los sueños e ilusiones creados por la ideología dominante en torno la idea de una gran España, campeona, desde la pluralidad y diversidad de sus pueblos y gentes, toda esa siembra sobre el deporte de masas que tan sutilmente se venía realizando durantes décadas desde los medios comunicación en manos de la burguesía española, afloraron de repente como fruta madura que cae del árbol, y, además, en el momento más oportuno para las clases dominantes. No es casual, por tanto, que el estado español haya sido, y sea, uno de los estados europeos que con menor fuerza han respondido al ataque lanzado desde las fuerzas neoliberales que controlan e imponen sus políticas a través de la marioneta representada en el gobierno español.
La explosión de patriotismo capitalista es tal, la valoración irracional, pasional, que los españoles hacen de su patria es tan elevada, que difícilmente hay espacio en esa fantasía colectiva para el cabreo generalizado o el desapego en masa hacia los símbolos que representan de manera oficial el estado capitalista español. Soy español, ¿en qué quieres que te gane?, dice el chiste. En desempleo, en déficit fiscal, en tener uno de los presupuesto más bajos en política social de toda Europa, en corrupción política e institucional, y en tantas cosas más por el estilo, se les podría constestar. Pero no lo escucharán. España, la España capitalista, está elevada a las alturas en sus conciencias. ¿Qué festajarán?
Los goles que marcaba España en el mundial, eran, en realidad, los goles que la burguesía marcaba en la portería de las clases trabajadoras del estado español. Celebrados con pasión, además, por estas mismas clases trabajadoras. Creían que estaban ganando al enemigo extranjero, cuando, en realidad, cada gol de esos suponía uno más en la cuenta de la derrota que ellos mismos estaban sufriendo frente a su enemigo de clase. El objetivo de la burguesía estaba cumplido. Y bien que lo han celebrado: plan de ajuste, reforma laboral, reforma de las pensiones en ciernes, criminalización de las luchas sindicales, etc, etc. España ganó el mundial. Los ciudadanos y ciudadanas del estado español perdieron su decencia, su dignidad, y, claro, gran parte de su estado del bienestar. Lo primero es un derrota de la clase trabajadora para sí, una autohumillación. Lo segundo es la gran victoria de la burguesía estatal, sea de Madrid, de Barcelona, de Bilbao o de Sevilla.
Conclusión
El deporte de masas es un método efectivo de llegar a la conciencia de los ciudadanos y ciudadanas de un determinado estado capitalista, a efectos de que tales ciudadanos y ciudadanas acaben identificado los símbolos de tal estado con sus propios símbolos nacionales. De tal modo, el/la ciudadano/a acaba por identificarse plenamente con el estado capitalista en sí mismo, asumiendo que existe una colectividad común, “la nación”, “la patria”, plural y diversa, que se opone al “extranjero”, y renunciando, por tanto, a realizar de manera racional cualquier análisis de clase que muestre en toda su claridad, en realidad, la verdadera naturaleza de ese estado capitalista: la lucha de clases, la diferencia existente entre los intereses de las clases dominantes, y los intereses de las clases dominadas, que nada tiene que ver con naciones o patrias, sino con relaciones de producción, con relaciones de poder, y, en resumen, con relaciones de tipo político y económico.
Si todos somos parte de una misma nación, tan nacional es el burgués como el obrero, tan "nuestro" es el banquero como el proletario, tan parte del común integrador es el explotador, como el explotado, sin diferencias de ningún tipo entre los unos y los otros. Y si esa “nación”, además, es triunfadora, gana mundiales, como antes ganaba guerras, mucho mejor, he ahí la demostración evidente de que, yendo todos a una, defendiendo todos un mismo sentimiento, una misma bandera, unos mismo colores, la “nación” se hace fuerte y se convierte de facto en orgullo de todos los “nacionales”. La selección “nacional” de cualquier país capitalista, es, por ende, un elemento más controlado y dominado por los intereses de clase de la burguesía, enemiga de los intereses de la clase trabajadora. Al menos, claro está, que exista una ciudadanía, una clase obrera, consciente y despierta, que sepa diferenciar entre lo que es únicamente un espectáculo deportivo y lo que es el funcionamiento mismo de la sociedad, cosa que, como hemos podido comprobar en fechas recientes, no es el caso de la actual sociedad española. Los burgueses ganaron en Julio. Y no jugaban a fútbol...
Diego Dorado Romero y Pedro Antonio Honrubia Hurtado, militantes de la izquierda soberanista de Andalucía.