Discurso pronunciado por el Presidente de la República de Cuba, Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, en la Facultad de Derecho. Buenos Aires, Argentina, 26 de mayo del 2003.
Queridos hermanos estudiantes, trabajadores y, estoy por decir, compatriotas argentinos (Aplausos).
He vivido algunos años, pero nunca ni siquiera imaginé un acto tan azaroso y tan increíblemente emocionante como este (Aplausos y exclamaciones).
Quiero comunicarles que a esta misma hora millones de cubanos estarán presenciando también este espectáculo (Aplausos y exclamaciones de: "¡Cuba, Cuba, Cuba, el pueblo te saluda!"). En nombre de nuestro pueblo se lo agradezco infinitamente, porque de la fuerza que dan las ideas, que da la verdad y que da una causa justa es que los pueblos se vuelven invencibles (Aplausos).
Habíamos concebido un acto, o habían concebido, según me explicaban los estudiantes y las autoridades universitarias, una actividad en esta escuela de derecho, un programa modesto. Comenzaría a las 7:00 de la noche y participarían algunos estudiantes sentados en una sala y, por si acaso venían más, tenían una pantalla para que pudieran presenciar el acto.
Yo podría hacer una crítica —no a ustedes— a nuestros compañeros y decirles: "Ustedes subestimaron al pueblo argentino" (Aplausos). Comenzaron a llegar noticias de que había llenado el salón, que había el doble de los que podían allí sentarse, y que en los laterales tampoco ya cabían, y que el pasillo se había llenado y que la escalinata se venía llenando, y decían que eran 1 000, que 2 000, que 3 000. En un momento dado también las emisoras de televisión hablaban y explicaban ya lo que estaba ocurriendo aquí, y, de repente, veo algunas imágenes —tenemos cierto hábito de calcular el número de personas que hay en una concentración— y esto parecía la Plaza de la Revolución en Cuba. (Aplausos).
Todas las comunicaciones y vías de acceso cortadas; menos mal los aparaticos esos que tanto fastidian y tanto ruido hacen, pero en momentos como este —me refiero a los celulares— sirven para comunicarse y conocer la situación.
Nuestro embajador, que forma parte del grupo de culpables de la subestimación (Risas) —sé que ustedes lo van a defender, porque tiene un gran cariño por el pueblo argentino (Exclamaciones)— se comunicaba con su familia en la sala de la facultad donde debía realizarse el acto —había hasta unos niños allá, ellos creían que este iba a ser el más pacífico de los actos, y lo es, ¿no?—, no se imaginaba lo capaz que es la multitud de organizarse; pero no podía moverse, todo el mundo estaba aislado, comunicándose solo por los celulares. No había entrada por ninguna parte, ya se había declarado que era imposible entrar, y yo no me resignaba a la idea de incumplir mi compromiso, que por circunstancias físicas, obstrucción por multitudes, no pudiera tener el honor y el orgullo de saludarlos.
Se había declarado ya que era imposible, y realmente insistí en que nada era imposible (Aplausos), que era un problema que debía resolverse, que no podía resignarme a la idea de quedarme allá esperando noticias. Toda mi vida he tenido el hábito de moverme, ir hacia donde haya cualquier dificultad, y no me podía adaptar a la idea de tomar ese avión, a la hora en que lo tome, sin venir a esta universidad.
Claro está que yo soy un visitante y, primero que todo, debo respeto a la ley, al orden; no tengo el derecho a hacer absolutamente nada que en lo más mínimo viole un reglamento o una orden de sus autoridades.
Hay que decir que, realmente, las autoridades cooperaron el máximo en su deseo de encontrar una solución.
De la escuela de Derecho me continuaban comunicando y nos decían: "Nadie se mueve de la sala." Avanzaban un poquito en los laterales, llega un momento en que se rompe no sé qué cosa por algún lugar —creo que vamos a tener que asumir también, que compartir con alguien o pagar nosotros los daños que se puedan derivar de una ventana rota, alguna brecha abierta por esta tropa patriótica y revolucionaria de argentinos (Aplausos).
Entonces acudimos a un cuadrito joven de nuestra delegación, el Ministro de Relaciones Exteriores, que ustedes vieron y escucharon, y le dije: "Tienes que salir para allá, entra por donde puedas, habla con los que están dentro de aquella sala y explícales la situación real, objetiva y como fuera posible que no diéramos el acto allí", porque había un justificado temor de que si el acto se daba allí y las pantallas por allá, algunos que habían salido voluntariamente entraran otra vez, había que plantear la necesidad real de moverse hacia la escalinata y dar el acto en ese lugar.
Impacientes estuvimos esperando, escuchamos a nuestro enviado por doble vía, por la televisión, ya que algunas cadenas estaban trasmitiendo sus palabras y hasta por un teléfono celular, y vimos cuando él trataba de persuadir a los que estaban dentro de la sala para que se movieran hacia acá.
Una vez más se probó la capacidad de los pueblos de comprender, de cooperar, de reaccionar, porque a los pocos minutos me dice: "Ya están moviéndose hacia la escalinata."
Pero había otro obstáculo que vencer y eran las cámaras de la televisión y los micrófonos (Exclamaciones). Fíjense, no se peleen con las cámaras ahora, déjenlo para mañana, si quieren (Le dicen algo). Ya sé, ya sé, pero no, yo estuve escuchando, hubo realmente interés en informar lo que estaba ocurriendo, así que no tengo quejas; pero había que instalarla o si no solo ustedes se enteran de lo que se está diciendo aquí.
Por ejemplo, nuestro pueblo, sin las cámaras, sin los medios técnicos no estaría viendo lo que en este momento estaba ocurriendo, y entonces eso era lo que tardaba una hora. ¿Ustedes saben lo que es una hora de impaciencia? Ustedes y nosotros hemos conocido esa larga, interminable, e infinita hora de impaciencia, porque había que poner esto, los micrófonos y los altoparlantes, los equipos e instalaciones de la prensa, que todo estaba ajustado al acto anterior, y la verdad es que ha sido un récord el tiempo en que pudieron hacerlo.
Preguntábamos, eran las 8:40, y nos dicen: "Está todo listo, lo conveniente es que vengan rápido, porque está el frío, por otro lado, pero un frío que no pueda ser superado por el calor de ustedes (Aplausos).
Bueno, a mí me han puesto esto que no lo necesito realmente, voy a renunciar a él, porque es que me da vergüenza andar poniéndome aquí algo (Se quita el abrigo).
Rápido partimos hacia acá, a fin de llegar más o menos a la hora en que se había calculado; pero como milagro fue la proeza organizativa realizada por la masa (Aplausos). Jamás olvidaré lo que ustedes hicieron esta noche, permitiéndonos marcharnos felices y eternamente agradecidos.
Alguno podrá preguntarse, si acaso es vanidad nuestra por los inmensos honores que ustedes nos han concedido. No, no es eso en lo que pienso. Cuando hablo de gratitud eterna es porque este pueblo de Buenos Aires está enviando un mensaje a aquellos que sueñan con bombardear nuestra patria, nuestras ciudades (Aplausos y exclamaciones de: "¡Cuba, Cuba, Cuba, el pueblo te saluda!" "¡Bush, fascista, vos sos el terrorista!"); a aquellos que sueñan con destruir ya no solo la Revolución, destruir al pueblo que fue portador de esa Revolución y que fue capaz de resistir más de 40 años de bloqueos, de agresiones y de amenazas contra nuestro país (Aplausos).
En circunstancias como esas no se pueden calcular solo los niños muertos, o las madres que han muerto, o los ancianos que han muerto, o los jóvenes y adultos que hayan muerto. Hay ocasiones en que quedan los sobrevivientes tan mutilados y tan destrozados, que uno se pregunta si estando en esas circunstancias no preferirían cien veces más morir que seguir viviendo de aquella forma, como consecuencia de algo que se realizaba sin razón de ninguna clase, ley ni justificación, que no fuese la violación de las normas internacionales, la violación de las leyes que creíamos que regían este mundo; aunque muchos de nosotros sospechábamos que este era un mundo donde lo que menos se respetaba era la ley y donde se estaba estableciendo el principio de la fuerza como única justificación para cometer cualquier tipo de crímenes, para someter a nuestros pueblos, para conquistar nuestros recursos naturales, para imponernos lo que ustedes decían, una tiranía nazifascista mundial (Abucheos).
No es exageración, ni uso excesivo de palabras, por nuestra parte, cuando escuchamos un día decir que 60 países o más podían ser blanco de ataques sorpresivos y preventivos; nadie jamás en la historia, ningún imperio, hizo semejante amenaza (Abucheos).
Cuando se hablaba de estar preparados para lanzar cualquier ataque a cualquier oscuro rincón del mundo, no recuerdo haber escuchado jamás esas palabras.
Cuando se dijo que cualquier arma podía ser utilizada, lo mismo armas nucleares, que armas químicas, que armas biológicas, aparte de las supersofisticadas armas que ya no tienen nada de convencional, porque son capaces de causar cualquier tipo de destrucción, recordábamos eso: ¿Qué derecho tiene alguien para amenazar de esa manera a los pueblos?
Me pregunto si también aquí, en este acto, porque no hay mucha luz, hay que encender muchos más bombillos para que no seamos un oscuro rincón del mundo que atacar sorpresiva y preventivamente (Aplausos).
Claro que esta plaza y esta escalinata que aquí vemos no es un oscuro rincón, es un rincón lleno de luz, lleno de millones de luces. Esta plaza y esta escalinata es como un sol, como el sol ese que vimos al llegar aquí o vimos esta mañana cuando visitábamos la estatua de Martí para colocar una ofrenda floral en aquel punto (Aplausos). (Del público le dicen algo.) Sí, pero en la de San Martín era todavía un poquito más temprano, pero ya el sol era muy fuerte, y razoné: ¡Caramba!, nuestro sol es fuerte, es sobre todo caluroso, y pensaba: Este sol no es tan caluroso, es decir, el clima es frío, pero el sol era superresplandenciente.
Se le veía una gran fuerza al sol; porque aquí hay dos soles en este momento: el sol que vimos esta mañana y el sol que hemos visto a nuestra llegada a este país, y el sol que estamos viendo aquí en esta escalinata y en esta plaza. Son las ideas, son las ideas las que iluminan al mundo (Aplausos), son las ideas, y cuando hablo de ideas solo concibo ideas justas, las que pueden traer la paz al mundo y las que pueden poner solución a los graves peligros de guerra, o las que pueden poner solución a la violencia. Por eso hablamos de la batalla de ideas.
Pienso —porque soy optimista— que este mundo puede salvarse, a pesar de los errores cometidos, a pesar de los poderíos inmensos y unilaterales que se han creado, porque creo en la preminencia de las ideas sobre la fuerza (Aplausos y exclamaciones), y eso es lo que estamos observando aquí.
Yo no tenía el propósito esta noche de pronunciar una arenga, más bien me sentía en el deber de ser cuidadoso en mis palabras. Claro, pensaba hablar principalmente de nuestro país y del mundo, y es lo que estoy haciendo, pero no puedo hacerlo sin verlos a ustedes aquí, sin estarlos presenciando en este acto.
Mi idea más bien, ya que me hicieron soñar también con un salón tranquilito y sentaditos allí, pues pensaba en una cuestión que es la siguiente, decía: "¿De qué debo hablarles a los argentinos?" Pronunciar un discurso en cualquier lugar siempre es complejo, no es fácil, hay que evitar decir una palabra que pueda lastimar a alguien o que parezca alguna injerencia —y no creo que haya pronunciado una sola que parezca la más mínima injerencia en los problemas internos del país hospitalario en que me encuentro—; pero decía: "¿De qué debo hablar?" Y me planteaba una cuestión: Los oradores suelen imponerles a los que los escuchan el tema, piensan hablar de tal cosa y más cual cosa, y entonces yo tenía una idea: no plantear ningún tema, sino preguntarles a los estudiantes, que suponía sentaditos allí, que me dijeran qué temas les interesaban: Pregúntenme de cualquier tema que a ustedes les interese, sean ustedes los que me impongan el tema y no sea yo el que les diga el que mejor me parezca; me parecía más democrático y más justo.
Eso es lo que pensaba antes de que ocurriera el terremoto este, el maremagno, el huracán que se produjo alrededor de esta universidad en las horas del anochecer. Al llegar aquí miraba si aquella técnica sería posible, y ya no era posible. No obstante, creo que alguien dijo por ahí..., oí una voz que me dijo: Hábleme de algo (Le dicen que del Che); la vida del Che (Aplausos).
Extenso no podría ser, no tendría sentido en estas circunstancias, pero algunas cosas puedo decir. Me han preguntado por el Che (Exclamaciones), hablé de él esta mañana ante la estatua de San Martín, porque lo recuerdo siempre como una de las personalidades más extraordinarias que he conocido.
El Che no se unió a nuestra tropa como soldado, era médico. Estaba en México casualmente, había estado antes en Guatemala, había recorrido muchos lugares de América; había estado por minas, donde el trabajo es más duro; había estado, incluso, en el Amazonas en un leprosorio trabajando allí como médico.
Pero les voy a decir una de las características del Che y una de las que yo más apreciaba, entre las muchas que apreciaba mucho: él todos los fines de semana trataba de subir el Popocatépetl, un volcán que está en las inmediaciones de la capital. Preparaba su equipo —es alta la montaña, es de nieves perpetuas—, iniciaba el ascenso, hacía un enorme esfuerzo y no llegaba a la cima. El asma obstaculizaba sus intentos. A la semana siguiente intentaba de nuevo subir el "Popo" —como le decía él— y no llegaba; pero volvía a intentar de nuevo subir, y se habría pasado toda la vida intentando subir el Popocatépetl, aunque nunca alcanzara aquella cumbre (Aplausos y exclamaciones). Da idea de la voluntad, de la fortaleza espiritual, de su constancia, una de esas características.
¿Cuál era la otra? La otra era que cada vez que hacía falta, cuando éramos un grupo todavía muy reducido, un voluntario para una tarea determinada, el primero que siempre se presentaba era el Che (Aplausos).
El se quedaba, como médico, con los enfermos, porque en determinadas circunstancias en la naturaleza, montañas boscosas y perseguidos desde muy diferentes direcciones, la fuerza que pudiéramos llamar principal, era la que tenía que moverse, dejar un rastro bien visible para que en alguna zona más cercana pudiera permanecer el médico con los que estaba asistiendo. Hubo un tiempo en que el único médico era él, hasta que otros médicos se acercaron, y allí estaba.
Puedo recordar, ya que ustedes me piden anécdotas, una acción que fue sumamente riesgosa para todos, sencillamente porque habían llegado las noticias a un lugar donde estábamos en las montañas de un desembarco que se había producido por el norte de la provincia. Nos acordamos de nuestras peripecias, de nuestros sufrimientos en los primeros días y, como acto de solidaridad a favor de aquellos que habían desembarcado, decidimos realizar una acción bien audaz que no era, desde el punto de vista militar, correcto hacerlo, y fue sencillamente atacar una unidad que estaba bien atrincherada en la orilla del mar.
No voy a dar más datos. Como resultado de aquel combate que duró tres horas, y tuvimos bastante suerte, porque habíamos logrado neutralizar las comunicaciones, y después de tres horas, cuando terminó aquel combate en que él tuvo, como siempre, una actitud destacada, estaban muertos o heridos una tercera parte de los combatientes que participaron en esa acción, cosa no muy usual; entonces él, como médico, atendió a los adversarios heridos —había adversarios que estaban vivos y no estaban heridos, pero había un número elevado de heridos y él los atendió— y atendió a los compañeros que estaban heridos (Aplausos).
¡No se imaginan ustedes la sensibilidad de aquel argentino! (Aplausos.) Y hay algo que me viene a la mente: un compañero, cuya herida era mortal, y él lo sabía; en aquel momento el lugar debía ser abandonado rápidamente, porque muy pronto, no se sabía cuándo aparecían los aviones, milagrosamente no aparecieron durante aquel combate, porque era lo primero que aparecía a los 20 minutos; pero creo que tuvimos la suerte de destruir las comunicaciones con algunos disparos certeros. Dispusimos de ese tiempo, pero había que atender a los heridos, retirarse rápidamente. Y no se me puede olvidar, y me lo contó él, cuando un compañero que iba a morir inexorablemente... No se podía movilizar; hay heridos más graves que usted no los puede movilizar, tiene que confiar ahí, puesto que usted ha atendido los adversarios, ha logrado un número de prisioneros, prisioneros que nosotros siempre respetábamos; no hubo un solo caso jamás que, prisionero en un combate, fuese alguna vez maltratado o ejecutado (Aplausos). Nosotros les entregábamos, incluso, a veces nuestros medicamentos, que eran muy escasos.
Esa política, sinceramente, nos ayudó mucho al éxito en la guerra, porque usted en cualquier lucha debe ganarse el respeto del adversario (Aplausos). En cualquier lucha —lo vuelvo a repetir—, de una forma o de otra, el comportamiento de los que defienden una buena causa, debe dirigirse a ganarse el respeto del adversario.
En aquella ocasión tuvimos que dejar un número de compañeros heridos que no podían evacuarse, entre ellos algunos muy graves. Pero lo que me impactó fue cuando me contó, con dolor, recordando aquel momento en que sabía que no tenía salvación posible y él se había inclinado y le había dado un beso en la frente a aquel compañero, que, herido allí, sabía que inexorablemente moriría (Aplausos).
Son algunas de las cosas que les menciono del Che como hombre, como ser humano extraordinario.
Era, además, un hombre de elevada cultura, era un hombre de gran inteligencia; ya mencioné su tesón, su voluntad. Cualquier tarea que se le asignara, después del triunfo de la Revolución, era capaz de aceptarla. Fue director del Banco Nacional de Cuba, donde hacía falta un revolucionario en aquel momento, y en cualquier otro, desde luego; pero acababa la Revolución de triunfar y los recursos con que contaba eran muy pocos, porque las reservas se las habían robado.
Los enemigos bromeaban, siempre bromean, también nosotros bromeamos; pero la broma, que tenía una intención política, se refería a que un día yo había dicho: Hace falta un economista. Pero entonces se habían confundido y creyeron que yo decía que hacía falta un comunista, y por eso es que había ido el Che (Aplausos). Pues el Che era un revolucionario, era un comunista y era un excelente economista (Aplausos); porque ser economista excelente depende de la idea de lo que quiera hacer quien dirige un frente de la economía del país y quien dirige el frente del Banco Nacional de Cuba, así que en su doble carácter de comunista y economista; no es porque se hubiera llevado un título, sino porque había leído mucho y observaba mucho.
Che fue el promotor del trabajo voluntario en nuestro país, porque todos los domingos se iba, un día a hacer trabajo en la agricultura, otro día a probar una máquina, otro día a construir. Nos dejó la herencia de aquella práctica que, con su ejemplo, conquistó la simpatía o la adhesión, o la práctica para millones de nuestros compatriotas.
Son muchos los recuerdos que nos dejó, y es por eso que digo que es uno de los hombres más nobles, más extraordinarios y más desinteresados que he conocido, lo cual no tendría importancia si uno no cree que hombres como él existen por millones y millones y millones en las masas (Aplausos).
Los hombres que se destaquen de manera singular no podrían hacer nada si muchos millones, iguales que él, no tuvieran el embrión o no tuvieran la capacidad de adquirir esas cualidades. Por eso nuestra Revolución se interesó tanto por luchar contra el analfabetismo, por desarrollar la educación (Aplausos).
Si antes decía que las ideas eran más poderosas que las armas, la educación es el instrumento por excelencia para que ese ser vivo que es el hombre, regido poderosamente por instintos o leyes naturales, que evolucionó, como lo demostró Darwin y hoy no lo niega nadie... Me refiero a la teoría de la evolución, y decía que nadie lo negaba, porque recuerdo el momento en que el Papa Juan Pablo II declaró que la teoría de la evolución no era inconciliable con la doctrina de la creación. Y, realmente, experimento un gran aprecio por acciones como esas, porque cesó de haber una contradicción entre una teoría científica y una creencia religiosa. Pero ese hombre puede ser como un animalito en la selva, si lo ponen allí en la selva; tiene inteligencia, se sabe los gramos que hay en una cabeza humana y se sabe, incluso, que es el único ser viviente cuyo cerebro continúa creciendo dos años y medio después de nacido, ustedes lo saben, los estudiantes universitarios, deben haberlo leído. Eso tiene una influencia tremenda en el desarrollo de la inteligencia.
Niño que no se alimente con todos los elementos adecuados hasta cumplir los dos años y medio, llega a los seis años, al prescolar o la escuela, con la inteligencia disminuida, con relación a los niños que se alimentan de una manera adecuada (Aplausos). Y debo decir que una de las cosas más necesarias, si queremos igualdad, es, al menos, el derecho a llegar a los seis años con la capacidad de inteligencia con que nazca un niño, y sabemos que aquellos —y que en el mundo se cuentan por cientos
de millones— que no se alimentan adecuadamente en esas edades, llegan a la edad escolar —si hubiera escuelas, si hubiera maestros capaces de enseñarlos— con menos posibilidades de aprender; aunque también puede ocurrir que alimentándose adecuadamente en esa etapa después no tengan ni escuelas ni maestros (Aplausos).
Pero, ¿qué ocurre con los sectores más pobres de la Tierra, que están concentrados, fundamentalmente, en los países del Tercer Mundo, al que pertenecen las cuatro quintas partes de la humanidad? Es que en esas regiones se concentran los pobres, los hambrientos, los que no pueden alcanzar ese nivel de capacidad instalada, no de capacidad desarrollada, los que no tienen ni siquiera escuelas.
Si a ustedes les dicen que hay 860 millones de analfabetos adultos en el mundo, inmediatamente les explican cómo casi el 90% de esos 860 millones de analfabetos viven en el Tercer Mundo. Hay que añadir que en países muy desarrollados hay analfabetos, en ese gran vecino cercano a nuestra patria, hay millones de analfabetos (Chiflidos y abucheos), de analfabetos totales; pero hay decenas de millones de analfabetos funcionales. Y nadie tome esto... (Exclamaciones de: "Un médico"). ¿Qué dicen, un médico, qué dice del médico? (Le dicen algo.)
Yo dije decenas, realmente son cientos. Bueno, no, en los países desarrollados no, estoy hablando del Tercer Mundo.
(Le dicen que están pidiendo un médico, para una persona del público.) ¿Un médico? Hay un médico aquí, ¿dónde hace falta el médico? Bueno, pasen al compañero, rápido. Mandamos un médico, ustedes verán qué rápido llega.
Les hablaba —y me estoy extendiendo por encima de mi voluntad— de dos problemas muy importantes, que están muy asociados, se llaman educación y salud. Bueno, hablábamos de un médico argentino que se convirtió en soldado sin dejar de ser médico un solo minuto, fue lo que nos trajo a explicar estas cosas, y después les decía que es la educación la que convierte el animalito en ser humano. No se olviden de eso (Aplausos), es la educación la que es capaz de hacerlo que sobrepase los instintos que le vienen de la naturaleza. Es más, añado, es la educación la que podría vaciar las cárceles donde están aquellos que no recibieron educación, que no se alimentaron adecuadamente; porque hasta en nuestra propia patria, tardamos en descubrir que por muchas leyes que se hagan, por muchas escuelas que se construyan, muchos maestros que se formen, siempre habrá, por una razón o por otra mucho más que hacer por la educación de los hombres. En nuestra sociedad, porque hay cientos de miles de profesionales universitarios e intelectuales, la influencia del núcleo familiar es decisiva.
Cuando usted va a una prisión e investiga a los jóvenes entre 20 ó 30 años que están en prisión, se encuentra que proceden de las capas más humildes y más pobres de la población (Aplausos), proceden de lo que podríamos llamar áreas marginales. Cuando, a la inversa, busca la composición social de escuelas que son muy anheladas y donde se llega por expediente y por notas, es al revés, la inmensa mayoría son hijos de padres intelectuales o artistas.
Fíjense que no estoy hablando de una diferencia de clases desde el punto de vista económico; el problema de la construcción de una sociedad nueva es mucho más difícil de lo que pueda parecer, porque son muchas cosas que se van descubriendo por el camino. Si usted empezó luchando contra un 30% de analfabetismo y un 90% entre analfabetismo total y funcional, concentra su atención en esas tareas, y cuando han pasado los años y cuando anda en estudios más profundos de la sociedad, es cuando puede darse cuenta de la influencia que tiene la educación.
Les puedo decir que en los sectores más pobres, en las áreas marginales, donde es más frecuente la disolución del núcleo familiar, esa disolución tiene una influencia grande. Por ejemplo, usted puede apreciar un 70% que proceden de núcleos disueltos, donde, incluso, hasta un 19% no vive con el padre o la madre, sino con algún familiar que se ocupa de él, y cuando ese mismo fenómeno ocurre en un núcleo de intelectuales, no se observa el mismo efecto en el hijo aquel, aunque se haya producido la disolución familiar. En general, quedan con el padre o con la madre; en nuestro país, por costumbre, con la madre, y las mujeres constituyen en Cuba el 65% de la fuerza técnica del país (Aplausos). Es así como les estoy diciendo, es un poquitico más del 65% y observa usted esos fenómenos. ¿Qué lo puede explicar, sino la educación? Es decir que el nivel de escolaridad de los padres, aun cuando se haya hecho una revolución, sigue influyendo tremendamente en el destino ulterior de los niños.
Bien puede ocurrir, en determinadas circunstancias, en que los hijos de los sectores más humildes, o con menos conocimientos, no estoy hablando ya de la situación económica del núcleo, sino la educación del núcleo se encuentra que tiende a perpetuarse a lo largo de decenas de años, y uno puede decir entonces —como nosotros a veces hemos planteado en algunos casos—: Estas personas que están haciendo esta tarea o que brindan tal apoyo, sus hijos nunca serán directores de empresas, gerentes, u ocuparán posiciones importantes; los esperan, en primer lugar, las prisiones.
Nosotros hemos estudiado eso y unas cuantas cosas más, que no es el momento de explicar. Lo digo solo para decir que sin una revolución educacional, bien profunda, la injusticia y la desigualdad continuarán prevaleciendo aun por encima de las satisfacciones materiales de todos los ciudadanos del país (Aplausos).
En nuestro país nosotros le garantizamos un litro de leche a cada niño hasta los siete años (Aplausos). A partir de esa edad y debido a nuestros recursos, le garantizamos una leche de otro tipo, ya que, afortunadamente, existen posibilidades.
Ahora, esa leche la garantizamos a ese niño, a un costo de menos de un centavo de dólar (Aplausos). Con un dólar que le envíe alguien que vive en el Norte a un amigo, puede comprar la leche de 104 días (Aplausos).
En nuestro país, el bloqueo nos obligó al racionamiento, ese bloqueo que ha durado 44 años (Silban); pero en nuestro país no se encontrará un niño sin escuela, uno solo no se encontrará sin escuela (Aplausos).
En nuestro país, incluso, los niños que nacen con algún problema mental —y es algo que estamos estudiando en profundidad, causas que originan distintos tipos de retraso mental, si ligero, moderado, severo o profundo, cada uno con sus características; afortunadamente, son más numerosos los ligeros y moderados—, en este momento nosotros tenemos el expediente de cada uno, y no de los niños solo, sino de las ciento cuarenta y tantas mil personas de distintas edades que tienen algún problema de retraso mental. Todos los niños que tienen algún problema de incapacidad física o mental, o ciego, o sordomudo; o algo más terrible, ciego y sordomudo al mismo tiempo.
Hay tragedias humanas, que para conocerlas hay que investigarlas, y nosotros no las conocíamos desde el primer día. Fue a lo largo de la práctica y luchando por la educación, como hemos luchado, que fuimos descubriendo estas cosas.
Tienen escuelas especiales, hay 55 000 niños matriculados en escuelas especiales.
Hemos planteado que no basta que un niño vaya a una escuela especial entre sexto y noveno grado. Hemos planteado que de esa escuela, si es un niño que no puede ir a un nivel superior de nueve a doce grados, sea bachillerato, o conocimientos técnicos, una escuela tecnológica, termine su noveno grado o el tiempo que necesite, si hace falta un año o dos más, preparado para el tipo de trabajo que pueda realizar y, además, con un empleo (Aplausos).
No se puede subestimar a los muchachos que tengan ese tipo de problemas, tienen cualidades para muchas cosas, y ya no nos conformamos, no nos podemos conformar, porque seríamos inconscientes si nos limitáramos a enseñarle lo que se le puede enseñar a un niño con ese tipo de limitación, ligeras y moderadas, que son la mayoría.
A todos se les atiende, cualquiera que sea el tipo de incapacidad que se tenga. Podemos tener la satisfacción de que, a pesar del bloqueo ese que tiene 44 años, no hay un solo niño con necesidad de enseñanza especial que no tenga su escuela (Aplausos).
Quiero añadir un dato, y nadie lo tome como una vanidad de nuestro pueblo, porque lo que digo siempre con relación a lo que hemos hecho por la educación y la salud nos produce vergüenza en la medida en que descubrimos nuevas y nuevas posibilidades, vergüenza por no haberlo descubierto antes. Nadie piense que Cuba se jacte de éxito, les puedo asegurar algo que ni siquiera nosotros mismos sabíamos.
Hacíamos comparaciones por los datos de la UNESCO y las investigaciones que hizo sobre los niveles de educación y, en nuestro país, los niños de cuarto y quinto grados, en lenguaje y en matemáticas, casi duplican los conocimientos de los niños del resto de América Latina y de Estados Unidos también, no vayan a creer que solo de América Latina (Aplausos).
Sé que les estoy hablando de un país que tiene elevados niveles de educación y de cultura; sé cómo es el pueblo argentino y sus conocimientos. Nuestro país hoy tiene niveles más altos, pero Argentina está entre los demás países, cuatro o cinco, que se acercan, aunque a una relativamente alta distancia, a los niveles de nuestro país; pero nos llamó más la atención cuando descubrimos que nuestros niños de primaria, sus conocimientos de lenguaje y de matemática, están por encima de los países más desarrollados del mundo (Aplausos).
Es decir, nuestro país hoy ocupa ese lugar, del mismo modo que el índice de mortalidad infantil en nuestro país está por debajo de siete por cada 1 000 nacidos vivos en el primer año de vida —el último año fue de 6,5; el anterior había sido 6,2—, nosotros pensamos bajarlo. No sabíamos siquiera si en un país tropical podía bajarse el índice de mortalidad infantil a esos niveles, porque influyen muchos factores: el clima influye, incluso el potencial genético de cada población influye; esos factores, independientemente de los factores de asistencia, factores alimenticios, etcétera. No sabíamos si podía bajarse de 10 y nos alentó mucho cuando lo logramos.
No crean que es la capital la que tiene los mejores índices, hay provincias enteras que tienen, incluso, menos de cinco de mortalidad infantil, y ese índice es más o menos parejo. No ocurre como en el país vecino nuestro, donde en algunos lugares, donde viven los que tienen más recursos, mejor asistencia y mejor alimentación, etcétera, etcétera, pueden tener un cuatro o un cinco, y en otros, como en la propia capital de Estados Unidos, donde hay mucha gente pobre y donde hay grupos étnicos, los afronorteamericanos, que no tienen la asistencia médica adecuada, en que la mortalidad puede ser tres veces, cuatro veces o cinco veces más que la mortalidad infantil en determinados lugares que reciben todas las atenciones (Aplausos).
Sabemos lo que pasa con los hispanos y con los afronorteamericanos y los de otras regiones del mundo, sus índices de mortalidad infantil, sus índices de perspectivas de vida, sus índices de salud, del mismo modo que sabemos que hay más de 40 millones de norteamericanos que no tienen asegurada la asistencia médica.
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Queridos hermanos estudiantes, trabajadores y, estoy por decir, compatriotas argentinos (Aplausos).
He vivido algunos años, pero nunca ni siquiera imaginé un acto tan azaroso y tan increíblemente emocionante como este (Aplausos y exclamaciones).
Quiero comunicarles que a esta misma hora millones de cubanos estarán presenciando también este espectáculo (Aplausos y exclamaciones de: "¡Cuba, Cuba, Cuba, el pueblo te saluda!"). En nombre de nuestro pueblo se lo agradezco infinitamente, porque de la fuerza que dan las ideas, que da la verdad y que da una causa justa es que los pueblos se vuelven invencibles (Aplausos).
Habíamos concebido un acto, o habían concebido, según me explicaban los estudiantes y las autoridades universitarias, una actividad en esta escuela de derecho, un programa modesto. Comenzaría a las 7:00 de la noche y participarían algunos estudiantes sentados en una sala y, por si acaso venían más, tenían una pantalla para que pudieran presenciar el acto.
Yo podría hacer una crítica —no a ustedes— a nuestros compañeros y decirles: "Ustedes subestimaron al pueblo argentino" (Aplausos). Comenzaron a llegar noticias de que había llenado el salón, que había el doble de los que podían allí sentarse, y que en los laterales tampoco ya cabían, y que el pasillo se había llenado y que la escalinata se venía llenando, y decían que eran 1 000, que 2 000, que 3 000. En un momento dado también las emisoras de televisión hablaban y explicaban ya lo que estaba ocurriendo aquí, y, de repente, veo algunas imágenes —tenemos cierto hábito de calcular el número de personas que hay en una concentración— y esto parecía la Plaza de la Revolución en Cuba. (Aplausos).
Todas las comunicaciones y vías de acceso cortadas; menos mal los aparaticos esos que tanto fastidian y tanto ruido hacen, pero en momentos como este —me refiero a los celulares— sirven para comunicarse y conocer la situación.
Nuestro embajador, que forma parte del grupo de culpables de la subestimación (Risas) —sé que ustedes lo van a defender, porque tiene un gran cariño por el pueblo argentino (Exclamaciones)— se comunicaba con su familia en la sala de la facultad donde debía realizarse el acto —había hasta unos niños allá, ellos creían que este iba a ser el más pacífico de los actos, y lo es, ¿no?—, no se imaginaba lo capaz que es la multitud de organizarse; pero no podía moverse, todo el mundo estaba aislado, comunicándose solo por los celulares. No había entrada por ninguna parte, ya se había declarado que era imposible entrar, y yo no me resignaba a la idea de incumplir mi compromiso, que por circunstancias físicas, obstrucción por multitudes, no pudiera tener el honor y el orgullo de saludarlos.
Se había declarado ya que era imposible, y realmente insistí en que nada era imposible (Aplausos), que era un problema que debía resolverse, que no podía resignarme a la idea de quedarme allá esperando noticias. Toda mi vida he tenido el hábito de moverme, ir hacia donde haya cualquier dificultad, y no me podía adaptar a la idea de tomar ese avión, a la hora en que lo tome, sin venir a esta universidad.
Claro está que yo soy un visitante y, primero que todo, debo respeto a la ley, al orden; no tengo el derecho a hacer absolutamente nada que en lo más mínimo viole un reglamento o una orden de sus autoridades.
Hay que decir que, realmente, las autoridades cooperaron el máximo en su deseo de encontrar una solución.
De la escuela de Derecho me continuaban comunicando y nos decían: "Nadie se mueve de la sala." Avanzaban un poquito en los laterales, llega un momento en que se rompe no sé qué cosa por algún lugar —creo que vamos a tener que asumir también, que compartir con alguien o pagar nosotros los daños que se puedan derivar de una ventana rota, alguna brecha abierta por esta tropa patriótica y revolucionaria de argentinos (Aplausos).
Entonces acudimos a un cuadrito joven de nuestra delegación, el Ministro de Relaciones Exteriores, que ustedes vieron y escucharon, y le dije: "Tienes que salir para allá, entra por donde puedas, habla con los que están dentro de aquella sala y explícales la situación real, objetiva y como fuera posible que no diéramos el acto allí", porque había un justificado temor de que si el acto se daba allí y las pantallas por allá, algunos que habían salido voluntariamente entraran otra vez, había que plantear la necesidad real de moverse hacia la escalinata y dar el acto en ese lugar.
Impacientes estuvimos esperando, escuchamos a nuestro enviado por doble vía, por la televisión, ya que algunas cadenas estaban trasmitiendo sus palabras y hasta por un teléfono celular, y vimos cuando él trataba de persuadir a los que estaban dentro de la sala para que se movieran hacia acá.
Una vez más se probó la capacidad de los pueblos de comprender, de cooperar, de reaccionar, porque a los pocos minutos me dice: "Ya están moviéndose hacia la escalinata."
Pero había otro obstáculo que vencer y eran las cámaras de la televisión y los micrófonos (Exclamaciones). Fíjense, no se peleen con las cámaras ahora, déjenlo para mañana, si quieren (Le dicen algo). Ya sé, ya sé, pero no, yo estuve escuchando, hubo realmente interés en informar lo que estaba ocurriendo, así que no tengo quejas; pero había que instalarla o si no solo ustedes se enteran de lo que se está diciendo aquí.
Por ejemplo, nuestro pueblo, sin las cámaras, sin los medios técnicos no estaría viendo lo que en este momento estaba ocurriendo, y entonces eso era lo que tardaba una hora. ¿Ustedes saben lo que es una hora de impaciencia? Ustedes y nosotros hemos conocido esa larga, interminable, e infinita hora de impaciencia, porque había que poner esto, los micrófonos y los altoparlantes, los equipos e instalaciones de la prensa, que todo estaba ajustado al acto anterior, y la verdad es que ha sido un récord el tiempo en que pudieron hacerlo.
Preguntábamos, eran las 8:40, y nos dicen: "Está todo listo, lo conveniente es que vengan rápido, porque está el frío, por otro lado, pero un frío que no pueda ser superado por el calor de ustedes (Aplausos).
Bueno, a mí me han puesto esto que no lo necesito realmente, voy a renunciar a él, porque es que me da vergüenza andar poniéndome aquí algo (Se quita el abrigo).
Rápido partimos hacia acá, a fin de llegar más o menos a la hora en que se había calculado; pero como milagro fue la proeza organizativa realizada por la masa (Aplausos). Jamás olvidaré lo que ustedes hicieron esta noche, permitiéndonos marcharnos felices y eternamente agradecidos.
Alguno podrá preguntarse, si acaso es vanidad nuestra por los inmensos honores que ustedes nos han concedido. No, no es eso en lo que pienso. Cuando hablo de gratitud eterna es porque este pueblo de Buenos Aires está enviando un mensaje a aquellos que sueñan con bombardear nuestra patria, nuestras ciudades (Aplausos y exclamaciones de: "¡Cuba, Cuba, Cuba, el pueblo te saluda!" "¡Bush, fascista, vos sos el terrorista!"); a aquellos que sueñan con destruir ya no solo la Revolución, destruir al pueblo que fue portador de esa Revolución y que fue capaz de resistir más de 40 años de bloqueos, de agresiones y de amenazas contra nuestro país (Aplausos).
En circunstancias como esas no se pueden calcular solo los niños muertos, o las madres que han muerto, o los ancianos que han muerto, o los jóvenes y adultos que hayan muerto. Hay ocasiones en que quedan los sobrevivientes tan mutilados y tan destrozados, que uno se pregunta si estando en esas circunstancias no preferirían cien veces más morir que seguir viviendo de aquella forma, como consecuencia de algo que se realizaba sin razón de ninguna clase, ley ni justificación, que no fuese la violación de las normas internacionales, la violación de las leyes que creíamos que regían este mundo; aunque muchos de nosotros sospechábamos que este era un mundo donde lo que menos se respetaba era la ley y donde se estaba estableciendo el principio de la fuerza como única justificación para cometer cualquier tipo de crímenes, para someter a nuestros pueblos, para conquistar nuestros recursos naturales, para imponernos lo que ustedes decían, una tiranía nazifascista mundial (Abucheos).
No es exageración, ni uso excesivo de palabras, por nuestra parte, cuando escuchamos un día decir que 60 países o más podían ser blanco de ataques sorpresivos y preventivos; nadie jamás en la historia, ningún imperio, hizo semejante amenaza (Abucheos).
Cuando se hablaba de estar preparados para lanzar cualquier ataque a cualquier oscuro rincón del mundo, no recuerdo haber escuchado jamás esas palabras.
Cuando se dijo que cualquier arma podía ser utilizada, lo mismo armas nucleares, que armas químicas, que armas biológicas, aparte de las supersofisticadas armas que ya no tienen nada de convencional, porque son capaces de causar cualquier tipo de destrucción, recordábamos eso: ¿Qué derecho tiene alguien para amenazar de esa manera a los pueblos?
Me pregunto si también aquí, en este acto, porque no hay mucha luz, hay que encender muchos más bombillos para que no seamos un oscuro rincón del mundo que atacar sorpresiva y preventivamente (Aplausos).
Claro que esta plaza y esta escalinata que aquí vemos no es un oscuro rincón, es un rincón lleno de luz, lleno de millones de luces. Esta plaza y esta escalinata es como un sol, como el sol ese que vimos al llegar aquí o vimos esta mañana cuando visitábamos la estatua de Martí para colocar una ofrenda floral en aquel punto (Aplausos). (Del público le dicen algo.) Sí, pero en la de San Martín era todavía un poquito más temprano, pero ya el sol era muy fuerte, y razoné: ¡Caramba!, nuestro sol es fuerte, es sobre todo caluroso, y pensaba: Este sol no es tan caluroso, es decir, el clima es frío, pero el sol era superresplandenciente.
Se le veía una gran fuerza al sol; porque aquí hay dos soles en este momento: el sol que vimos esta mañana y el sol que hemos visto a nuestra llegada a este país, y el sol que estamos viendo aquí en esta escalinata y en esta plaza. Son las ideas, son las ideas las que iluminan al mundo (Aplausos), son las ideas, y cuando hablo de ideas solo concibo ideas justas, las que pueden traer la paz al mundo y las que pueden poner solución a los graves peligros de guerra, o las que pueden poner solución a la violencia. Por eso hablamos de la batalla de ideas.
Pienso —porque soy optimista— que este mundo puede salvarse, a pesar de los errores cometidos, a pesar de los poderíos inmensos y unilaterales que se han creado, porque creo en la preminencia de las ideas sobre la fuerza (Aplausos y exclamaciones), y eso es lo que estamos observando aquí.
Yo no tenía el propósito esta noche de pronunciar una arenga, más bien me sentía en el deber de ser cuidadoso en mis palabras. Claro, pensaba hablar principalmente de nuestro país y del mundo, y es lo que estoy haciendo, pero no puedo hacerlo sin verlos a ustedes aquí, sin estarlos presenciando en este acto.
Mi idea más bien, ya que me hicieron soñar también con un salón tranquilito y sentaditos allí, pues pensaba en una cuestión que es la siguiente, decía: "¿De qué debo hablarles a los argentinos?" Pronunciar un discurso en cualquier lugar siempre es complejo, no es fácil, hay que evitar decir una palabra que pueda lastimar a alguien o que parezca alguna injerencia —y no creo que haya pronunciado una sola que parezca la más mínima injerencia en los problemas internos del país hospitalario en que me encuentro—; pero decía: "¿De qué debo hablar?" Y me planteaba una cuestión: Los oradores suelen imponerles a los que los escuchan el tema, piensan hablar de tal cosa y más cual cosa, y entonces yo tenía una idea: no plantear ningún tema, sino preguntarles a los estudiantes, que suponía sentaditos allí, que me dijeran qué temas les interesaban: Pregúntenme de cualquier tema que a ustedes les interese, sean ustedes los que me impongan el tema y no sea yo el que les diga el que mejor me parezca; me parecía más democrático y más justo.
Eso es lo que pensaba antes de que ocurriera el terremoto este, el maremagno, el huracán que se produjo alrededor de esta universidad en las horas del anochecer. Al llegar aquí miraba si aquella técnica sería posible, y ya no era posible. No obstante, creo que alguien dijo por ahí..., oí una voz que me dijo: Hábleme de algo (Le dicen que del Che); la vida del Che (Aplausos).
Extenso no podría ser, no tendría sentido en estas circunstancias, pero algunas cosas puedo decir. Me han preguntado por el Che (Exclamaciones), hablé de él esta mañana ante la estatua de San Martín, porque lo recuerdo siempre como una de las personalidades más extraordinarias que he conocido.
El Che no se unió a nuestra tropa como soldado, era médico. Estaba en México casualmente, había estado antes en Guatemala, había recorrido muchos lugares de América; había estado por minas, donde el trabajo es más duro; había estado, incluso, en el Amazonas en un leprosorio trabajando allí como médico.
Pero les voy a decir una de las características del Che y una de las que yo más apreciaba, entre las muchas que apreciaba mucho: él todos los fines de semana trataba de subir el Popocatépetl, un volcán que está en las inmediaciones de la capital. Preparaba su equipo —es alta la montaña, es de nieves perpetuas—, iniciaba el ascenso, hacía un enorme esfuerzo y no llegaba a la cima. El asma obstaculizaba sus intentos. A la semana siguiente intentaba de nuevo subir el "Popo" —como le decía él— y no llegaba; pero volvía a intentar de nuevo subir, y se habría pasado toda la vida intentando subir el Popocatépetl, aunque nunca alcanzara aquella cumbre (Aplausos y exclamaciones). Da idea de la voluntad, de la fortaleza espiritual, de su constancia, una de esas características.
¿Cuál era la otra? La otra era que cada vez que hacía falta, cuando éramos un grupo todavía muy reducido, un voluntario para una tarea determinada, el primero que siempre se presentaba era el Che (Aplausos).
El se quedaba, como médico, con los enfermos, porque en determinadas circunstancias en la naturaleza, montañas boscosas y perseguidos desde muy diferentes direcciones, la fuerza que pudiéramos llamar principal, era la que tenía que moverse, dejar un rastro bien visible para que en alguna zona más cercana pudiera permanecer el médico con los que estaba asistiendo. Hubo un tiempo en que el único médico era él, hasta que otros médicos se acercaron, y allí estaba.
Puedo recordar, ya que ustedes me piden anécdotas, una acción que fue sumamente riesgosa para todos, sencillamente porque habían llegado las noticias a un lugar donde estábamos en las montañas de un desembarco que se había producido por el norte de la provincia. Nos acordamos de nuestras peripecias, de nuestros sufrimientos en los primeros días y, como acto de solidaridad a favor de aquellos que habían desembarcado, decidimos realizar una acción bien audaz que no era, desde el punto de vista militar, correcto hacerlo, y fue sencillamente atacar una unidad que estaba bien atrincherada en la orilla del mar.
No voy a dar más datos. Como resultado de aquel combate que duró tres horas, y tuvimos bastante suerte, porque habíamos logrado neutralizar las comunicaciones, y después de tres horas, cuando terminó aquel combate en que él tuvo, como siempre, una actitud destacada, estaban muertos o heridos una tercera parte de los combatientes que participaron en esa acción, cosa no muy usual; entonces él, como médico, atendió a los adversarios heridos —había adversarios que estaban vivos y no estaban heridos, pero había un número elevado de heridos y él los atendió— y atendió a los compañeros que estaban heridos (Aplausos).
¡No se imaginan ustedes la sensibilidad de aquel argentino! (Aplausos.) Y hay algo que me viene a la mente: un compañero, cuya herida era mortal, y él lo sabía; en aquel momento el lugar debía ser abandonado rápidamente, porque muy pronto, no se sabía cuándo aparecían los aviones, milagrosamente no aparecieron durante aquel combate, porque era lo primero que aparecía a los 20 minutos; pero creo que tuvimos la suerte de destruir las comunicaciones con algunos disparos certeros. Dispusimos de ese tiempo, pero había que atender a los heridos, retirarse rápidamente. Y no se me puede olvidar, y me lo contó él, cuando un compañero que iba a morir inexorablemente... No se podía movilizar; hay heridos más graves que usted no los puede movilizar, tiene que confiar ahí, puesto que usted ha atendido los adversarios, ha logrado un número de prisioneros, prisioneros que nosotros siempre respetábamos; no hubo un solo caso jamás que, prisionero en un combate, fuese alguna vez maltratado o ejecutado (Aplausos). Nosotros les entregábamos, incluso, a veces nuestros medicamentos, que eran muy escasos.
Esa política, sinceramente, nos ayudó mucho al éxito en la guerra, porque usted en cualquier lucha debe ganarse el respeto del adversario (Aplausos). En cualquier lucha —lo vuelvo a repetir—, de una forma o de otra, el comportamiento de los que defienden una buena causa, debe dirigirse a ganarse el respeto del adversario.
En aquella ocasión tuvimos que dejar un número de compañeros heridos que no podían evacuarse, entre ellos algunos muy graves. Pero lo que me impactó fue cuando me contó, con dolor, recordando aquel momento en que sabía que no tenía salvación posible y él se había inclinado y le había dado un beso en la frente a aquel compañero, que, herido allí, sabía que inexorablemente moriría (Aplausos).
Son algunas de las cosas que les menciono del Che como hombre, como ser humano extraordinario.
Era, además, un hombre de elevada cultura, era un hombre de gran inteligencia; ya mencioné su tesón, su voluntad. Cualquier tarea que se le asignara, después del triunfo de la Revolución, era capaz de aceptarla. Fue director del Banco Nacional de Cuba, donde hacía falta un revolucionario en aquel momento, y en cualquier otro, desde luego; pero acababa la Revolución de triunfar y los recursos con que contaba eran muy pocos, porque las reservas se las habían robado.
Los enemigos bromeaban, siempre bromean, también nosotros bromeamos; pero la broma, que tenía una intención política, se refería a que un día yo había dicho: Hace falta un economista. Pero entonces se habían confundido y creyeron que yo decía que hacía falta un comunista, y por eso es que había ido el Che (Aplausos). Pues el Che era un revolucionario, era un comunista y era un excelente economista (Aplausos); porque ser economista excelente depende de la idea de lo que quiera hacer quien dirige un frente de la economía del país y quien dirige el frente del Banco Nacional de Cuba, así que en su doble carácter de comunista y economista; no es porque se hubiera llevado un título, sino porque había leído mucho y observaba mucho.
Che fue el promotor del trabajo voluntario en nuestro país, porque todos los domingos se iba, un día a hacer trabajo en la agricultura, otro día a probar una máquina, otro día a construir. Nos dejó la herencia de aquella práctica que, con su ejemplo, conquistó la simpatía o la adhesión, o la práctica para millones de nuestros compatriotas.
Son muchos los recuerdos que nos dejó, y es por eso que digo que es uno de los hombres más nobles, más extraordinarios y más desinteresados que he conocido, lo cual no tendría importancia si uno no cree que hombres como él existen por millones y millones y millones en las masas (Aplausos).
Los hombres que se destaquen de manera singular no podrían hacer nada si muchos millones, iguales que él, no tuvieran el embrión o no tuvieran la capacidad de adquirir esas cualidades. Por eso nuestra Revolución se interesó tanto por luchar contra el analfabetismo, por desarrollar la educación (Aplausos).
Si antes decía que las ideas eran más poderosas que las armas, la educación es el instrumento por excelencia para que ese ser vivo que es el hombre, regido poderosamente por instintos o leyes naturales, que evolucionó, como lo demostró Darwin y hoy no lo niega nadie... Me refiero a la teoría de la evolución, y decía que nadie lo negaba, porque recuerdo el momento en que el Papa Juan Pablo II declaró que la teoría de la evolución no era inconciliable con la doctrina de la creación. Y, realmente, experimento un gran aprecio por acciones como esas, porque cesó de haber una contradicción entre una teoría científica y una creencia religiosa. Pero ese hombre puede ser como un animalito en la selva, si lo ponen allí en la selva; tiene inteligencia, se sabe los gramos que hay en una cabeza humana y se sabe, incluso, que es el único ser viviente cuyo cerebro continúa creciendo dos años y medio después de nacido, ustedes lo saben, los estudiantes universitarios, deben haberlo leído. Eso tiene una influencia tremenda en el desarrollo de la inteligencia.
Niño que no se alimente con todos los elementos adecuados hasta cumplir los dos años y medio, llega a los seis años, al prescolar o la escuela, con la inteligencia disminuida, con relación a los niños que se alimentan de una manera adecuada (Aplausos). Y debo decir que una de las cosas más necesarias, si queremos igualdad, es, al menos, el derecho a llegar a los seis años con la capacidad de inteligencia con que nazca un niño, y sabemos que aquellos —y que en el mundo se cuentan por cientos
de millones— que no se alimentan adecuadamente en esas edades, llegan a la edad escolar —si hubiera escuelas, si hubiera maestros capaces de enseñarlos— con menos posibilidades de aprender; aunque también puede ocurrir que alimentándose adecuadamente en esa etapa después no tengan ni escuelas ni maestros (Aplausos).
Pero, ¿qué ocurre con los sectores más pobres de la Tierra, que están concentrados, fundamentalmente, en los países del Tercer Mundo, al que pertenecen las cuatro quintas partes de la humanidad? Es que en esas regiones se concentran los pobres, los hambrientos, los que no pueden alcanzar ese nivel de capacidad instalada, no de capacidad desarrollada, los que no tienen ni siquiera escuelas.
Si a ustedes les dicen que hay 860 millones de analfabetos adultos en el mundo, inmediatamente les explican cómo casi el 90% de esos 860 millones de analfabetos viven en el Tercer Mundo. Hay que añadir que en países muy desarrollados hay analfabetos, en ese gran vecino cercano a nuestra patria, hay millones de analfabetos (Chiflidos y abucheos), de analfabetos totales; pero hay decenas de millones de analfabetos funcionales. Y nadie tome esto... (Exclamaciones de: "Un médico"). ¿Qué dicen, un médico, qué dice del médico? (Le dicen algo.)
Yo dije decenas, realmente son cientos. Bueno, no, en los países desarrollados no, estoy hablando del Tercer Mundo.
(Le dicen que están pidiendo un médico, para una persona del público.) ¿Un médico? Hay un médico aquí, ¿dónde hace falta el médico? Bueno, pasen al compañero, rápido. Mandamos un médico, ustedes verán qué rápido llega.
Les hablaba —y me estoy extendiendo por encima de mi voluntad— de dos problemas muy importantes, que están muy asociados, se llaman educación y salud. Bueno, hablábamos de un médico argentino que se convirtió en soldado sin dejar de ser médico un solo minuto, fue lo que nos trajo a explicar estas cosas, y después les decía que es la educación la que convierte el animalito en ser humano. No se olviden de eso (Aplausos), es la educación la que es capaz de hacerlo que sobrepase los instintos que le vienen de la naturaleza. Es más, añado, es la educación la que podría vaciar las cárceles donde están aquellos que no recibieron educación, que no se alimentaron adecuadamente; porque hasta en nuestra propia patria, tardamos en descubrir que por muchas leyes que se hagan, por muchas escuelas que se construyan, muchos maestros que se formen, siempre habrá, por una razón o por otra mucho más que hacer por la educación de los hombres. En nuestra sociedad, porque hay cientos de miles de profesionales universitarios e intelectuales, la influencia del núcleo familiar es decisiva.
Cuando usted va a una prisión e investiga a los jóvenes entre 20 ó 30 años que están en prisión, se encuentra que proceden de las capas más humildes y más pobres de la población (Aplausos), proceden de lo que podríamos llamar áreas marginales. Cuando, a la inversa, busca la composición social de escuelas que son muy anheladas y donde se llega por expediente y por notas, es al revés, la inmensa mayoría son hijos de padres intelectuales o artistas.
Fíjense que no estoy hablando de una diferencia de clases desde el punto de vista económico; el problema de la construcción de una sociedad nueva es mucho más difícil de lo que pueda parecer, porque son muchas cosas que se van descubriendo por el camino. Si usted empezó luchando contra un 30% de analfabetismo y un 90% entre analfabetismo total y funcional, concentra su atención en esas tareas, y cuando han pasado los años y cuando anda en estudios más profundos de la sociedad, es cuando puede darse cuenta de la influencia que tiene la educación.
Les puedo decir que en los sectores más pobres, en las áreas marginales, donde es más frecuente la disolución del núcleo familiar, esa disolución tiene una influencia grande. Por ejemplo, usted puede apreciar un 70% que proceden de núcleos disueltos, donde, incluso, hasta un 19% no vive con el padre o la madre, sino con algún familiar que se ocupa de él, y cuando ese mismo fenómeno ocurre en un núcleo de intelectuales, no se observa el mismo efecto en el hijo aquel, aunque se haya producido la disolución familiar. En general, quedan con el padre o con la madre; en nuestro país, por costumbre, con la madre, y las mujeres constituyen en Cuba el 65% de la fuerza técnica del país (Aplausos). Es así como les estoy diciendo, es un poquitico más del 65% y observa usted esos fenómenos. ¿Qué lo puede explicar, sino la educación? Es decir que el nivel de escolaridad de los padres, aun cuando se haya hecho una revolución, sigue influyendo tremendamente en el destino ulterior de los niños.
Bien puede ocurrir, en determinadas circunstancias, en que los hijos de los sectores más humildes, o con menos conocimientos, no estoy hablando ya de la situación económica del núcleo, sino la educación del núcleo se encuentra que tiende a perpetuarse a lo largo de decenas de años, y uno puede decir entonces —como nosotros a veces hemos planteado en algunos casos—: Estas personas que están haciendo esta tarea o que brindan tal apoyo, sus hijos nunca serán directores de empresas, gerentes, u ocuparán posiciones importantes; los esperan, en primer lugar, las prisiones.
Nosotros hemos estudiado eso y unas cuantas cosas más, que no es el momento de explicar. Lo digo solo para decir que sin una revolución educacional, bien profunda, la injusticia y la desigualdad continuarán prevaleciendo aun por encima de las satisfacciones materiales de todos los ciudadanos del país (Aplausos).
En nuestro país nosotros le garantizamos un litro de leche a cada niño hasta los siete años (Aplausos). A partir de esa edad y debido a nuestros recursos, le garantizamos una leche de otro tipo, ya que, afortunadamente, existen posibilidades.
Ahora, esa leche la garantizamos a ese niño, a un costo de menos de un centavo de dólar (Aplausos). Con un dólar que le envíe alguien que vive en el Norte a un amigo, puede comprar la leche de 104 días (Aplausos).
En nuestro país, el bloqueo nos obligó al racionamiento, ese bloqueo que ha durado 44 años (Silban); pero en nuestro país no se encontrará un niño sin escuela, uno solo no se encontrará sin escuela (Aplausos).
En nuestro país, incluso, los niños que nacen con algún problema mental —y es algo que estamos estudiando en profundidad, causas que originan distintos tipos de retraso mental, si ligero, moderado, severo o profundo, cada uno con sus características; afortunadamente, son más numerosos los ligeros y moderados—, en este momento nosotros tenemos el expediente de cada uno, y no de los niños solo, sino de las ciento cuarenta y tantas mil personas de distintas edades que tienen algún problema de retraso mental. Todos los niños que tienen algún problema de incapacidad física o mental, o ciego, o sordomudo; o algo más terrible, ciego y sordomudo al mismo tiempo.
Hay tragedias humanas, que para conocerlas hay que investigarlas, y nosotros no las conocíamos desde el primer día. Fue a lo largo de la práctica y luchando por la educación, como hemos luchado, que fuimos descubriendo estas cosas.
Tienen escuelas especiales, hay 55 000 niños matriculados en escuelas especiales.
Hemos planteado que no basta que un niño vaya a una escuela especial entre sexto y noveno grado. Hemos planteado que de esa escuela, si es un niño que no puede ir a un nivel superior de nueve a doce grados, sea bachillerato, o conocimientos técnicos, una escuela tecnológica, termine su noveno grado o el tiempo que necesite, si hace falta un año o dos más, preparado para el tipo de trabajo que pueda realizar y, además, con un empleo (Aplausos).
No se puede subestimar a los muchachos que tengan ese tipo de problemas, tienen cualidades para muchas cosas, y ya no nos conformamos, no nos podemos conformar, porque seríamos inconscientes si nos limitáramos a enseñarle lo que se le puede enseñar a un niño con ese tipo de limitación, ligeras y moderadas, que son la mayoría.
A todos se les atiende, cualquiera que sea el tipo de incapacidad que se tenga. Podemos tener la satisfacción de que, a pesar del bloqueo ese que tiene 44 años, no hay un solo niño con necesidad de enseñanza especial que no tenga su escuela (Aplausos).
Quiero añadir un dato, y nadie lo tome como una vanidad de nuestro pueblo, porque lo que digo siempre con relación a lo que hemos hecho por la educación y la salud nos produce vergüenza en la medida en que descubrimos nuevas y nuevas posibilidades, vergüenza por no haberlo descubierto antes. Nadie piense que Cuba se jacte de éxito, les puedo asegurar algo que ni siquiera nosotros mismos sabíamos.
Hacíamos comparaciones por los datos de la UNESCO y las investigaciones que hizo sobre los niveles de educación y, en nuestro país, los niños de cuarto y quinto grados, en lenguaje y en matemáticas, casi duplican los conocimientos de los niños del resto de América Latina y de Estados Unidos también, no vayan a creer que solo de América Latina (Aplausos).
Sé que les estoy hablando de un país que tiene elevados niveles de educación y de cultura; sé cómo es el pueblo argentino y sus conocimientos. Nuestro país hoy tiene niveles más altos, pero Argentina está entre los demás países, cuatro o cinco, que se acercan, aunque a una relativamente alta distancia, a los niveles de nuestro país; pero nos llamó más la atención cuando descubrimos que nuestros niños de primaria, sus conocimientos de lenguaje y de matemática, están por encima de los países más desarrollados del mundo (Aplausos).
Es decir, nuestro país hoy ocupa ese lugar, del mismo modo que el índice de mortalidad infantil en nuestro país está por debajo de siete por cada 1 000 nacidos vivos en el primer año de vida —el último año fue de 6,5; el anterior había sido 6,2—, nosotros pensamos bajarlo. No sabíamos siquiera si en un país tropical podía bajarse el índice de mortalidad infantil a esos niveles, porque influyen muchos factores: el clima influye, incluso el potencial genético de cada población influye; esos factores, independientemente de los factores de asistencia, factores alimenticios, etcétera. No sabíamos si podía bajarse de 10 y nos alentó mucho cuando lo logramos.
No crean que es la capital la que tiene los mejores índices, hay provincias enteras que tienen, incluso, menos de cinco de mortalidad infantil, y ese índice es más o menos parejo. No ocurre como en el país vecino nuestro, donde en algunos lugares, donde viven los que tienen más recursos, mejor asistencia y mejor alimentación, etcétera, etcétera, pueden tener un cuatro o un cinco, y en otros, como en la propia capital de Estados Unidos, donde hay mucha gente pobre y donde hay grupos étnicos, los afronorteamericanos, que no tienen la asistencia médica adecuada, en que la mortalidad puede ser tres veces, cuatro veces o cinco veces más que la mortalidad infantil en determinados lugares que reciben todas las atenciones (Aplausos).
Sabemos lo que pasa con los hispanos y con los afronorteamericanos y los de otras regiones del mundo, sus índices de mortalidad infantil, sus índices de perspectivas de vida, sus índices de salud, del mismo modo que sabemos que hay más de 40 millones de norteamericanos que no tienen asegurada la asistencia médica.
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