25 años desde la Matanza de Atocha: 1977-2002
A un paso de la revolución - Jesús María Pérez
Bibliografía utilizada:
Mundo Obrero (Organo del CC del PCE):
Del 31.I. al 6.II.77. Nº 4. Año XLVII.
Del 7 al 13.II.77. Nº 5. Año XLVII.
Cuadernos para el Diálogo:
Del 29.I. al 4.II.77. Nº 196.
Del 5 al 11.II.77. Nº 197.
Triunfo:
Del 5.II.77. Nº 732.
Madrid en Huelga. Enero 1976. Autores; V. Díaz Cardiel, J.F. Pla; A. Tejero; E. Triana. Editorial Ayuso 1976.
Historia 16:
Extra Nº XXV. Febrero de 1983.
Nº 115. Noviembre 1985.
Nº 181. Mayo 1991
Nuevo Claridad:
Del 27.I.77. Nº 8.
Del 1.V.77. Nº10
A un paso de la revolución - Jesús María Pérez
En enero del presente año se han cumplido 25 años de la matanza de cinco militantes del PCE en el despacho laboralista de la calle Atocha, en Madrid. Por esa razón publicamos este extenso artículo acerca del contexto político en que se produce el crimen y sus consecuencias. Este trabajo ya apareció en las páginas del número 14 de Nuevo Claridad, hace cinco años, pero nos parecía que la ocasión y el tiempo transcurrido hacían oportuna su republicación, abriendo un debate sobre la denominada «Transición», sin duda polémico, pero necesario.
La Matanza de Atocha fue uno de los hechos más sangrientos de la época denominada La Transición y que desencadenó toda una serie de acontecimientos que es vital conocer y entender para poder comprender el desenlace que tuvo ese período de cambio de la dictadura franquista a la democracia burguesa actual.
Estos asesinatos eran una declaración de guerra al movimiento obrero. La respuesta espontánea de los trabajadores no se hizo esperar. Desde primera hora del día siguiente se multiplican por todas las ciudades del Estado español las asambleas, los paros de protesta, las manifestaciones,... Se celebran funerales masivos que, como sobre todo en el caso de Madrid, se convierten en concentraciones obreras que exigían una respuesta contundente tanto a las provocaciones fascistas como al primer Gobierno de Suárez, segundo de la monarquía.
Sin embargo, los dirigentes de las principales organizaciones obreras, PCE y PSOE, sacan comunicados de apoyo al Gobierno y llamando a los trabajadores a no «responder a las provocaciones» y a «no manifestarse en la calle para ayudar al Gobierno a mantener el orden público». En el caso de Madrid, en el funeral multitudinario (más de 200.000 personas según toda la prensa de la época) que abarrotaba las calles adyacentes al Palacio de las Salesas, donde se instaló la capilla ardiente, los dirigentes del PCE organizaron un servicio de orden de cuatro mil militantes que impidió por la fuerza cualquier tipo de manifestación política. No permitió pancartas, ni cantos o consignas. En el momento en que cientos de miles de trabajadores estaban dispuestos a lo que fuera —algunos corrillos pedían armas— para acabar con los asesinatos impunes de trabajadores que durante meses manchaban de sangre las manos del régimen franquista, los dirigentes del PCE impusieron por la fuerza y gracias a su enorme autoridad entre la vanguardia de la clase obrera un silencio sepulcral. La llamada a la huelga general contra la represión y el Gobierno Suárez que la inmensa mayoría de los trabajadores, y sobre todo los más concienciados, esperaban, no se llegó a producir nunca.
Hay quien piensa que se actuó correctamente. Que se hizo lo que se debía hacer o lo único que se podía hacer. Que llevar la lucha más lejos era provocar la «involución política». Sin embargo, ¿era realmente lo único que se podía hacer? ¿Podía haber conseguido la clase trabajadora mucho más con su heróica lucha de lo que se conquistó? Los marxistas, entonces y ahora, pensamos que se dejaron escapar oportunidades de oro para dar pasos decisivos en la lucha por transformar la sociedad.
Este enfoque político de esos acontecimientos ya históricos no se corresponde con el enfoque de las crónicas oficiales ni tampóco con el de las direcciones de las principales organizaciones obreras. Se le puede tachar de minoritario, o incluso de desconocido para una gran parte de los trabajadores ya que no tiene audiencia en la prensa diaria, en la televisión o en libros de gran tirada. Pero no es tan desconocido para quienes ya entonces, al calor de los acontecimientos, defendíamos estas tesis, a las que creemos que los acontecimientos posteriores vinieron a darles la razón. En este artículo trataremos de razonarlas y sustentarlas con un análisis lo más riguroso que nos sea posible.El movimiento obrero, y junto a él los estudiantes y otros sectores sociales, no empezaron a luchar por sus derechos después de la muerte de Franco como algunos autores han afirmado. Al contrario, la llamada transición, es decir, la reforma política del sistema desde arriba, no surge como el invento de unos señores que eran altos cargos con el franquismo y que, de repente, no se sabe por qué mecanismo, están a disgusto y se vuelven «demócratas de toda la vida». Son más bien las luchas que se van sucediendo en la sociedad, y sobre todo las de la clase trabajadora, las que imponen a la clase dominante el cambio de sistema de dominación una vez agotadas las posibilidades de seguir controlando la vida social a través de la represión. Es decir que la reforma por arriba es el medio de tratar de evitar el triunfo de la revolución que se está gestando desde abajo. Como se afirmaba en las páginas de Nuevo Claridad en mayo del 77:
Divisiones en la burguesía
«Ha sido la lucha obrera la que ha provocado la crisis del régimen franquista. La enorme ola huelguística de los últimos 15 años animó a otros sectores de la sociedad a luchar abiertamente contra la dictadura.
Las actuales divisiones en las filas del régimen se explican sólo por el miedo que tiene la burguesía de cara a estas movilizaciones.
Al verse desbordados por la lucha de clases, unos decían: ‘Hay que hacer concesiones, porque si no, perderemos todo’. Otros decían: ‘Si hacemos concesiones, perderemos todo’».
En este artículo nos centraremos más en las luchas de Madrid, no porque no haya otras muchas muy importantes como se desprenderá de la propia lectura, sino por tratar de explicar el contexto político en el que se da la Matanza de Atocha, y los procesos de lucha de los que forma parte, como una muestra de la actuación de la reacción franquista ante el avance del movimiento obrero.
Por poner un punto de partida al relato en el que las luchas han desbordado el marco de una sola empresa o sector nos podemos remontar al 4 de junio de 1975. En esta jornada de lucha las huelgas afectan a más de 100.000 trabajadores. Participan «principalmente los bastiones, o lo que se estaba convirtiendo en bastiones más fuertes de los trabajadores: los metalúrgicos de Standard, Getafe y alguna otra fábrica, y con ellos los trabajadores de la Construcción, Banca y Seguros. Por primera vez se sumarían a una acción general los de Telefónica». «En los objetivos reivindicativos de la acción se encontraban unificadas una serie de peticiones salariales y materiales con la exigencia de las libertades políticas» (Madrid en Huelga. Enero 1976). Además participan en manifestaciones y otras formas de protesta otros sectores como los estudiantes de la Universidad. El balance es decenas de detenidos.
Unos meses más tarde, el 14 de noviembre, el primer Consejo de Ministros presidido por Juan Carlos, aprueba el Decreto de Congelación Salarial. El primer acto del reinado de Juan Carlos va dirigido contra los trabajadores. Pero a su vez ese ataque se convierte en la chispa que desencadenará un movimiento huelguístico que se va desarrollando los meses de noviembre y diciembre del 75, y culmina en enero del 76 en «un hito en la historia del movimiento obrero en el Estado español» como afirma Daniel Lacalle en la introducción al libro Madrid en huelga.
Al día siguiente del Consejo de Ministros 11.000 trabajadores de Standard van a la huelga exigiendo la derogación del Decreto de Congelación.
El 20 de noviembre muere el dictador, Franco. El día 26 de noviembre el Consejo de Ministros firma el decreto de indulto a los presos políticos. «El 27, sin que una sola octavilla salga a la calle, 7.000 madrileños acuden a las puertas de la cárcel de Carabanchel» (Ibídem). En los días siguientes empiezan a salir de la cárcel los presos del franquismo, pero con cuentagotas. No salen todos y eso hace que la demanda de la amnistía para los presos políticos del franquismo no sólo se extienda y haga popular por toda la sociedad, sino que es asumida por el movimiento obrero como parte de su lucha. Practicamente no habrá lucha que no incluya esta reivindicación. «El 7 de diciembre la marcha, de nuevo a Carabanchel, esta vez de decenas de miles de personas, será rotundamente reprimida por el mayor despliegue policíaco conocido nunca en Madrid» (Ibídem).
Desde ese momento la derogación del Decreto de Congelación salarial y la lucha por la amnistía total (tanto política como laboral) serán los ejes centrales que unificarán las más importantes acciones de masas de los meses siguientes.
En los primeros días de diciembre los trabajadores de diversas empresas de Getafe (Kelvinator, Siemens, Electromecánica, Intelsa, Wafios) así como los de Standard, protagonizan paros parciales que son respondidos con cierres patronales y ocupación de las fábricas por la policía. A partir del día 10 las huelgas se extienden por todo Getafe. La respuesta de la patronal, además de la policial, es la de una cascada de sanciones y despidos. Pero nada para el movimiento y el día 16 la huelga es prácticamente general. Los trabajadores ocupan las calles de Getafe el día 18. «Durante varias horas Getafe es una manifestación permanente» (Ibídem).
En el metal la huelga dura hasta las Navidades, en que las fábricas se cierran. La lista de empresas que esos días se van sumando a la lucha en Villaverde (Marconi, Chrysler, Boetticher...) y en otras zonas de Madrid es larga. Los trabajadores de 12 bancos, 6 empresas de seguros, de Telefónica, de cinco editoriales, y algunas empresas de la Química y el Textil.
La Construcción tuvo una huelga general de tres días (10, 11 y 12). Los taxistas pararon unos 5.000 el día 17, e hicieron huelga total el 18 de diciembre y medio día del 19 hasta que se alcanzó un acuerdo.
En total se calcula que en las movilizaciones de diciembre, en Madrid, participaron más de 150.000 trabajadores. Y cuando se dice que «participaron» en el contexto de 1975 no es que ese día se quedaron en casa sin ir a trabajar. Participaban en asambleas donde se decidían todas las acciones a llevar a cabo. Además una gran parte de esas asambleas terminaban siendo disueltas a porrazos, balas de goma, cuando no fuego real, por la policía o la Guardia Civil, dando lugar a enfrentamientos durísimos en los que era común un saldo elevado de heridos y detenidos. Se participaba en piquetes, en comités de información y extensión de la lucha, en la organización de cajas de resistencia,... Y en la mayoría de estas tareas no estaban solos los trabajadores directamente afectados sino que también participaban las mujeres, los jóvenes,...
1976
Pero la lucha de diciembre no había dado todavía todo de sí. Como prueba de que no estaba agotada en enero alcanzó cotas mucho más elevadas demostrando que si los dirigentes obreros hubiésen convocado una huelga general habría sido un éxito ya que casi la hubo en la práctica. Desgracidamente se negaron alegando que una huelga general no se convoca en una fecha prefijada sino que la lucha se tenía que extender como un reguero de aceite, que cada sector tenía un ritmo diferente de lucha y de conciencia, que la postura a favor de una huelga general era propia de organizaciones con elevada composición juvenil,... «Pretender que la huelga comenzara a resultas de un llamamiento desde la clandestinidad hubiera sido totalmente ilusorio» (Ibídem). Es cierto que no se puede convocar una huelga general desoyendo al movimiento. Pero es mucho peor que el movimiento obrero esté plasmando su oposición al régimen en multitud de luchas y se cometa el gravísimo error de no unificarlas.
Enero de 1976
En enero las luchas saltan a empresas en las que la paralización del trabajo tiene mucha más repercusión, primero en el conjunto de la ciudad, como es el caso del transporte, y después también salta a empresas que por su carácter aún más amplio, estatal, como Renfe o Telefónica, van ensanchando de forma natural el escenario de la movilización contra el régimen.
El Metro fue a la huelga los días 6, 7. 8 y 9 de enero. Como una prueba de las dificultades que los trabajadores tenían que superar para poder reivindicar sus derechos, a partir del tercer día de huelga se militariza a los empleados de la empresa. Es decir, se les somete a disciplina militar, bajo mando militar y aplicándoles el Código de Justicia Militar tipificando las conductas laborales como delitos militares.
La huelga acaba con un acuerdo verbal de negociar sin despedidos. Fue un éxito que no hubiese despidos pero la negociación se sustituyó por un laudo de obligado cumplimiento dictado por el Ministerio de Trabajo que daba la razón totalmente a la empresa.
La Telefónica protagoniza fuertes movilizaciones del 12 al 16 de enero que no sólo se extienden por todos los centros de trabajo de Madrid sino al resto del Estado, convirtiéndose en una huelga estatal. Se consigue romper la congelación salarial.
El 8 y 9 de enero salen a la huelga 20.000 trabajadores del sector de la Construcción. El día 12 ya eran 80.000 y 90.000 el día siguiente. Hasta el día 18 la huelga sigue extendiéndose no sólo por todo Madrid, sino a Guadalajara y a otras provincias en su lucha contra la congelación salarial. La patronal se vio obligada a aceptar el aumento reivindicado de 17.500 pesetas, es decir, un 40% de subida. Se pulverizó el decreto de congelación. Aún les quedó fuerzas a los trabajadores de la Construcción para volver a la carga con una nueva huelga general de tres días en febrero, los días 11, 12 y 13, reivindicando la aprobación del Convenio Provincial de la Construcción, la readmisión de los últimos despedidos y el problema de los parados.
En Getafe, la huelga en las empresas más importantes dura ya más de un mes. El día 7 de enero son detenidos los principales dirigentes obreros de las empresas del metal. Como respuesta la huelga se hace totalmente general.
El día 13 se suma Correos, siendo fulminántemente militarizados. Se van incorporándo a las luchas sectores de la Administración pública, los servicios de limpieza del Ayuntamiento, e incluso policía municipal y empleados de los juzgados protagonizan concentraciones.
La huelga se extiende a toda la periferia obrera de Madrid; Alcalá, Torrejón, Alcobendas-San Sebastián de los Reyes, San Fernando-Coslada,...
«En la semana del 11 al 18, en Madrid, la huelga fue seguida por trabajadores de todos los sectores de la producción, de los servicios, de los transportes, de la Administración pública, del pequeño y mediano comercio, por ciertos supermercados; durante esa semana se produjeron más concentraciones y manifestaciones que en los cuarenta años anteriores; en concreto, el día 14 de enero —según escribe un destacado dirigente de las huelgas del Metal, Adolfo Piñedo— se celebraron en Madrid no menos de quince asambleas distintas, en algunas de las cuales, añadimos nosotros, participaban, como en el caso de Chrysler, 11.000 trabajadores. El grado de politización, de toma de conciencia de amplísimas capas sociales madrileñas, en especial de la clase obrera, de centenares y miles de técnicos y empleados, alcanzado en el curso de esa semana, seguro que es una garantía para una ampliación de la lucha por la democracia» (Ibídem).
Los días 12, 13 y 14 comienzan los paros en la Renfe. El 15, 16 y 17 se extiende la huelga por todos los centros de Madrid, Valladolid, León... El día 18 el gobierno decide militarizar a los 72.000 trabajadores de los ferrocarriles uniéndose a los 50.000 ya militarizados de Correos.
Así mismo acaban sumándose a la lucha los sectores de Sanidad y Enseñanza.
El día 14 de enero llegaron a coincidir en huelga 350.000 trabajadores. En total en las luchas de enero participaron más de 400.000 trabajadores, rebasando con creces la cota alcanzada en las luchas del 4 de junio y de diciembre.
El movimiento cortó su ascenso al aceptar los dirigentes de la Comisión Negociadora la estrategia del Gobierno; negociar rama por rama y por los cauces oficiales.
Como conclusión de los autores del libro Madrid en huelga; «la huelga de Madrid es la primera gran movilización por la que los trabajadores no han tenido que pagar un elevado tributo». Han conseguido algunas conquistas en determinados sectores, como es la ruptura de la congelación salarial. Y, sobre todo, «se ha consolidado un sector muy amplio de los trabajadores de una elevada conciencia política, organizativa y de protagonismo», que se ha reflejado en «la multiplicación de la militancia política».
1976 es un año de luchas permanentes y por todo el Estado.
En febrero la huelga general de la Construcción en Madrid.
En marzo la lucha de Vitoria que provoca luchas de solidaridad en el País Vasco y en el resto del Estado.
En mayo se producen los acontecimientos de Montejurra (Navarra) donde con el consentimiento de la policía se concentran pistoleros fascistas de las tramas negras internacionales frente a los carlistas y llevan a cabo dos asesinatos.
El 1 de julio es destituido el presidente del Gobierno, Arias Navarro, y siete días después el Rey nombra a Adolfo Suárez. Este es el momento en el que la clase dominante comprende que no puede seguir con los viejos métodos. Hay un cambio de estrategia. Suárez comienza inmediatamente las conversaciones secretas con personalidades de la oposición, incluidos Felipe González y, a través de intermediarios, con Carrillo.
El problema era que ni los fusilamientos, ni la represión más feroz, como fue el caso de marzo del 76 en Vitoria o la masacre de cinco trabajadores y jóvenes en la semana por la Amnistía en Euskadi en mayo del 77 en vísperas de las primeras elecciones, ni matanzas como las de Atocha, consiguen frenar el movimiento. Por el contrario sigue extendiéndose y radicalizándose. Mientras en 1975 se habían perdido 10,35 millones de jornadas de trabajo por huelgas en 1976 la cifra se multiplica por 10; se pierden 110 millones de jornadas (Fina y Hawkesworth, 1984). Para hacernos una idea de la importancia de estas cifras podemos compararlas con una fecha más reciente. Por ejemplo en 1988, contando las jornadas perdidas por la huelga general del 14 D, se pierden 11,6 millones de jornadas por las huelgas de los trabajadores. La reacción de la clase trabajadora ante los métodos represivos del Gobierno Arias estaba poniendo en peligro no sólo la supervivencia del Gobierno, sino la de la Monarquía, la del régimen e incluso la del propio sistema capitalista.
La represión no sólo no para la lucha sino que la azuza. Desde septiembre de 1975 hasta las elecciones de junio del 77, en 20 meses, mueren asesinados por las fuerzas del «orden» o a manos de los guerrilleros de extrema derecha 39 personas.
El 10 de septiembre Suárez anuncia su proyecto de Reforma Política que es inicialmente denunciado por el PCE como «un fraude antidemocrático».
El 12 de noviembre la Coordinadora de Organizaciones Sindicales (COS), integrada por UGT, CCOO y USO, convoca una huelga general que, a pesar de su escasa preparación, es secundada por 2,5 millones de trabajadores de todo el Estado. Esta convocatoria de huelga general se da en un ambiente de conflictos generalizados y con muchas huelgas muy duras. Son meses de luchas por todas partes.
«Atocha»
Es en ese ambiente de luchas en el que se produce el múltiple asesinato en el despacho laboralista de Atocha. Tan sólo entre diciembre y enero del 77 caen asesinadas 10 personas. De hecho fue una semana negra en Madrid. Comienza el domingo 23 de enero con el asesinato, por la «Tripe A», de Arturo Ruiz en una manifestación por la amnistía.
Al día siguiente en una manifestación de protesta por el asesinato de A. Ruiz, la policía mata con un bote de humo a Mª Luz Nájera. Esa misma noche del 24 dos pistoleros asaltan el despacho laboralista del número 55 de la calle de Atocha. Esa misma noche también es asaltada la sede de un despacho laboralista de UGT pero no hay víctimas al encontrarse vacío.
La reacción de los trabajadores es fulminante. Paran espontáneamente en Madrid desde primeras horas de la mañana 100.000 trabajadores (Cuadernos para el Diálogo, nº 197). Las asambleas y los paros en señal de protesta se extienden y prolongan los días 26 y 27. Según Mundo Obrero del 31 de enero del 77 «el 27 se contabilizaban ya en CCOO más de 300.000 trabajadores en huelga». Según la misma publicación el mismo día 25 se declaran en huelga 300.000 trabajadores en Euskadi. El paro es total en toda la margen izquierda de la ría bilbaína, en Guipúzcoa y en Álava. También informa de que, en Navarra, más de 40.000 trabajadores están en huelga desde el día 25, extendiéndose el día 26.
En Catalunya comienzan los paros espontáneos el día 25, que se extienden el 26 con el llamamiento de las centrales sindicales. El día 27, según informa Vázquez Montalbán en la revista Triunfo del 5 de febrero del 77, «el jueves (27) pararon casi 200.000 trabajadores, en algunas zonas industriales se superó el 80% de paro. Ese mismo día 10.000 barceloneses asistieron al funeral por los laboristas madrileños. Por la tarde cuatro mil personas se manifestaron por las Ramblas y recibieron una respuesta contundente por parte de la policía; heridos de balas de goma y un herido de bala «de las de verdad», disparada a menos de veinte metros de distancia». Según la revista Cuardernos para el Diálogo el día 27 paran 250.000 trabajadores en Catalunya.
En Asturias el 25 ya pararon 50.000 trabajadores y el 26 y 27 se amplió. En Galicia se informa de numerosos paros en las ciudades industriales y en la Universidad entre el 25 y el 27. En Andalucía se da un paro total en CASA y el Metal. Paros en las empresas más importantes y concentraciones. En Valladolid paros en Telefónica, Fasa-Renault, la Construcción y la Universidad. Igualmente informa el Mundo Obrero citado de paros, protestas y concentraciones en Zaragoza, Santander, Palma de Mallorca, Murcia... Según estimaciones de la COS sólo el día 26 paran alrededor de 500.000 trabajadores en todo el país.
Una respuesta ejemplar
La reacción de los trabajadores es de lucha. Más de un millón de trabajadores fueron a la huelga en respuesta a los asesinatos. Fueron a la huelga en contra de la opinión de los dirigentes. ¿Qué hubiese pasado con una llamada a la huelga general en ese momento? Sin embargo la reacción de los dirigentes obreros es la contraria haciendo constantes llamamientos a la «calma», a «no responder a las provocaciones», «no provocar», «no salir a la calle»..., y lo más grave, depositando toda su confianza en el Gobierno Suárez para esclarecer los hechos.
La coartada era que frente a la violencia de la extrema derecha también había otra de supuesto signo contrario. El Grapo había lanzado poco antes una campaña de bombas, y coincidiendo con la matanza de Atocha, habían secuestrado al presidente del Consejo de Estado, Antonio María de Oriol y Urquijo, y al teniente general Villaescusa. Y el día 27 matan a dos policías armadas y a un guardia civil. Estos hechos demostraron, una vez más el papel nefasto jugado por el terrorismo individual. Sirvió para que el Gobierno tuviera ciertas escusas para reforzar el aparato represivo y su acción selectiva sobre la vanguardia y los elementos más combativos del movimiento, y para que los dirigentes obreros aceptaran los argumentos de la burguesía «reformista» que puestos contra las cuerdas vociferaban cínicamente contra la violencia «de ambos signos» y a favor de la «reconciliación nacional».
En un momento en que la lucha de la clase trabajadora estaba en pleno apogeo. Mundo Obrero, el 14 de febrero, informa de las siguientes luchas que están en curso en ese momento:
Construcción; Tres Huelgas Generales provinciales.
Pamplona. Un éxito al conseguir tras 10 días de huelga un 22% de aumento salarial.
Valencia. Dos meses en huelga desde el 8 de noviembre. Un laudo concede un aumento del12%.
Málaga.
Transportes; Huelga de los periféricos de Madrid; En Bilbao lleva dos semanas de huelga el transporte urbano. Suburbano de Bilbao. Córdoba. Valladolid.
Enseñanza; PNNs (Profesores no numerarios) de Institutos, Universidad y Catedráticos de Instituto.
Metal; Tarabusi (Bilbao) y Roca (Gavá) siguen en huelga tras más de 90 días
Marconi (Madrid) siguen tras 60 días. Bazán (Cádiz), igual.
Además hay otras luchas que acaban de finalizar: Intecsa (Madrid); Aranzábal (Vitoria); HidroNitro (Huesca); Astilleros (Reinosa) y Elcano (Valencia); El Metal de Miranda de Ebro; Ford (Valencia).
Otras luchas que se daban por aquellas fechas, alguna de meses de duración eran: Huelgas de pescadores en Ondárroa, Almería, Puerto de Santa María... Basureros de Madrid. Minero-Siderúrgica (Ponferrada). Mineros Hullasa, Villablino. Sarrió. El sector de la Madera (León).
Según Cuadernos para el Diálogo (nº 196): «...cerca de 150.000 trabajadores, en toda la provincia valenciana, se encuentran en situación de conflicto abierto o latente, bordeando la explosión».
El comentario en el artículo mencionado de Mundo Obrero era que todas estas luchas «son muestras de que la lucha obrera se extiende por toda la geografía y todos los sectores...».
La situación del Gobierno era muy débil. Cómo se podía leer en el mismo número ya citado de Cuadernos para el Diálogo; «En las actuales circunstancias nacionales, la caída del gabinete Suárez rozaría el ámbito de una crisis de Estado. El momento es grave». El Gobierno estaba en el aire. Se sustentaba en el terror de las bandas fascistas y en la represión de la policía. Pero encontró respaldo en los dirigentes obreros. Estos no sólo olvidaron lo de la lucha por el socialismo sino que corrieron a sostener el Gobierno del ex-fascista Suárez (no en vano fue Secretario General del Movimiento).
«No podemos caer en la provocación de la irracionalidad que nos proponen y no podemos sentir, ni en los momentos más negros, la tentación de responder. Todos los sectores democráticos, como lo están haciendo en los últimos días, tienen que reforzar las llamadas a la serenidad y colaborar con el Gobierno en este esfuerzo de mantenimiento del orden público y de la tranquilidad en la calle». Quién así se manifiesta en las páginas de Cuadernos para el Diálogo nº 197 no era un representante del Gobierno. Era el señor Peces Barba dirigente del PSOE.
En la misma revista Santiago Carrillo, en nombre del PCE, escribía:
«Los atentados de que han sido víctimas en días pasados el joven Arturo Ruiz, María Luz Nájera, los abogados laboralistas miembros del PCE y policías armados y guardias civiles, forman parte, todos ellos, de un plan encaminado a desestabilizar el curso pacífico de la dictadura a la democracia. Frente a este plan, las fuerzas democráticas no han vacilado en apoyar al Gobierno, en realizar la reconciliación nacional contra los complotadores y asesinos, que incluso si se ponen ropajes izquierdistas, están manipulados claramente por la derecha fascista».
Un gobierno muy débil
Carrillo en un artículo en el Mundo Obrero del 31 de enero del 77 reafirmaba que frente a ese plan, «frente a esa tentativa, altos jefes militares han respondido patrióticamente, negándose a caer en la trampa». Añadía; «Quizá haya quien piense que teníamos que haber salido a la calle a gritarlas [la ira y la cólera], pero eso nos hubiera enfrentado con otros españoles que, como nosotros, están interesados en un cambio político hacia la democracia». Y, anticipando lo que después serían los acuerdos secretos con Suárez en abril del 77, Carrillo remacha; «Nunca hubo en este país un movimiento obrero y unos partidos políticos democráticos tan dispuestos a asumir sus responsabilidades nacionales, tanto ante los problemas políticos, como ante los económicos y sociales. El diálogo entre estas fuerzas y el poder debería culminar en los próximos días en soluciones de auténtica reconciliación —yo diría incluso—: de salvación nacional».
Felipe González, también en Cuadernos para el Diálogo nº 197, afirmaba que frente al «plan de desestabilización» «el Gobierno tiene los poderes y la responsabilidad de su desarticulación inmediata». Y continuaba; «En esta tarea el Gobierno ha recibido el apoyo de la oposición, pero sus decisiones inmediatas no se corresponden con la orientación que este apoyo preconizaba».
Es cierto. El Gobierno no aclaró los hechos. Pero no podía ser de otra forma. Al día siguiente del asesinato de Arturo Ruiz detuvieron a varios fascistas, entre ellos a Sánchez Covisa, conocido dirigente ultraderechista. Dos días despúes eran puestos en libertad. Por el contrario comenzaron las detenciones de decenas de militantes de partidos y organizaciones situados a la izquierda del PCE. Triunfo nº 732 informaba de que «se había detenido a más de 130 personas, la mayoría de extrema izquierda», entre ellos numerosos representantes de organizaciones como el Partido del Trabajo de España (PTE), de tendencia maoísta, o el Movimiento Comunista (MCE), partido que nace de una escisión de ETA, también de tendencia maoísta, que pertenecían a la Coordinación Democrática (Plata-Junta), así como a militantes de UGT.
En el Consejo de Ministros del segundo Gobierno de la monarquía se decide prohibir todo tipo de manifestaciones, otorgar un crédito extraordinario de 4.000 millones de pesetas para reforzar a las «fuerzas del órden público» y resucitar los artículos 13 y 14 de la Ley anti-terrorista que permite a la policía retener a los detenidos hasta 10 días sin pasarlos por el juez, así como una libertad absoluta para los registros domiciliarios con la escusa de buscar armas. ¿Qué motivo había para apoyar ese Gobierno? «La involución violenta». Precisamente era lo que estaba en crisis.
Al optar por el apoyo al Gobierno Suárez en vez de seguir luchando contra él, como estaba haciendo el movimiento obrero, los jóvenes, los estudiantes, las amas de casa,..., los dirigentes obreros abandonaron la idea de la «ruptura democrática» y abrazaron la de la «ruptura pactada con el poder», o lo que es lo mismo, en vez de ponerse a la cabeza del movimiento reclamando la transformación socialista de la sociedad, se pusieron a jugar el papel de bomberos, apagando fuegos, constituyéndose en «el ala de izquierda del sistema».
Oportunidad perdida
Hasta tal punto que abandonaron la mayor parte de las reivindicaciones económicas (como se demostró en el Pacto de la Moncloa) y políticas que reclamaba el movimiento obrero. Esta claudicación es lo que explica el posterior declive y las crisis sucesivas que ha padecido el PCE, pues «quemó» a sus propios militantes. Todo se justificaba como una «táctica» para ser legales. Una vez legalizados el PCE volvería a luchar por lo de siempre.
Sin embargo, al mismo Gobierno que se le había saludado proclamando a los siete vientos su incapacidad democrática, ahora se le apoya y se acepta su vía de reforma política controlada desde el viejo Estado franquista.
Así, el siguiente paso que dio la dirección del PCE, no sólo Carrillo sino toda su dirección, el Comité Central en su conjunto, fue aceptar la monarquía (renunciando a la lucha por una república federal así como a seguir luchando por el derecho a la autodeterminación de los pueblos que forman parte del Estado español), la bandera contra la que se había luchado tanto tiempo, la renuncia al leninismo... a cambio de su legalización antes de las elecciones de junio de 1977. Algo que el Gobierno Suárez no podía negar de ninguna manera si quería darle una imagen democrática, creíble a todo su proyecto de Reforma. Es decir, se renunció a todo a cambio de nada.
La dirección del PCE no ha sido capaz de hacer autocrítica de su actuación en esa época, como tampoco lo fue tras la derrota de la Guerra Civil, y usan a Carrillo, ese personaje siniestro, como chivo expiatorio.
La época del 75 y el 76, sobre todo los acontecimientos que se dieron en torno al 3 de marzo del 76 con al asesinato por la policía de cinco trabajadores en Vitoria y los ocurridos en torno a la matanza en el despacho laboralista de Atocha el 24 de enero del 77, se caracterizó por ser una época de crisis. Todo estaba en crisis: En primer lugar el Gobierno. Esos hechos pusieron en crisis dos gobiernos distintos; la monarquía, que no pudo empezar peor; la economía, que estaba en crisis desde la recesión internacional del 73-74; había también un contexto internacional de crisis política generalizada. No podemos olvidar que en abril del 74 se dió la Revolución portuguesa con gran repercusión sobre los actores políticos en el Estado español. Poco antes cae también la dictadura de los coroneles en Grecia, y en el 73 se da la derrota militar de los EEUU en Viet-Nam y el golpe militar de Pinochet en Chile para evitar la revolución obrera en ese país.
Desde el punto de vista de los marxistas, en la época del 75-76 se dió en el Estado español la oportunidad de transformar en líneas socialistas la sociedad pero los dirigentes obreros renunciaron siquiera a intentarlo.
Es por todo esto que pensamos que la responsabilidad de los dirigentes es enorme. La respuesta a la pregunta de si era posible la revolución en el punto más álgido de la lucha del movimiento obrero en torno a los acontecimientos de enero del 77, es, desde nuestro punto de vista, sin duda alguna, afirmativa. La clase obrera estuvo a un paso de la revolución.
De hecho una revolución socialista sana en el Estado español en aquel momento hubiese tenido unas consecuencias casi incalculables. No sólo habría contribuido a que la Revolución portuguesa se llevase a cabo hasta sus últimas consecuencias; no sólo habría tenido un enorme impacto en la lucha de la clase trabajadora de toda Europa y Latinoamérica; sino que habría contribuido a que la crisis de los países del Este, ya entonces con graves problemas, en vez de dirigirse hacia la restauración del capitalismo con todos los horrores que ha supuesto para los trabajadores de todos estos Estados (guerra en los Balcanes, guerra de Chechenia, miseria generalizada...), habría triunfado la revolución política construyendo una auténtica democracia obrera acabando con la burocracia y extrayendo las posibilidades casi ilimitadas de la planificación democrática de la economía.
Este es el sentido que para los marxistas tiene estudiar el pasado. Extraer las lecciones que nos permitan comprender mejor los procesos sociales y políticos con el fin de no reincidir en errores ya cometidos. Esa comprensión es la que llevará al movimiento obrero a superar sus limitaciones y, a la Humanidad, a acabar con sus penurias.
Estos asesinatos eran una declaración de guerra al movimiento obrero. La respuesta espontánea de los trabajadores no se hizo esperar. Desde primera hora del día siguiente se multiplican por todas las ciudades del Estado español las asambleas, los paros de protesta, las manifestaciones,... Se celebran funerales masivos que, como sobre todo en el caso de Madrid, se convierten en concentraciones obreras que exigían una respuesta contundente tanto a las provocaciones fascistas como al primer Gobierno de Suárez, segundo de la monarquía.
Sin embargo, los dirigentes de las principales organizaciones obreras, PCE y PSOE, sacan comunicados de apoyo al Gobierno y llamando a los trabajadores a no «responder a las provocaciones» y a «no manifestarse en la calle para ayudar al Gobierno a mantener el orden público». En el caso de Madrid, en el funeral multitudinario (más de 200.000 personas según toda la prensa de la época) que abarrotaba las calles adyacentes al Palacio de las Salesas, donde se instaló la capilla ardiente, los dirigentes del PCE organizaron un servicio de orden de cuatro mil militantes que impidió por la fuerza cualquier tipo de manifestación política. No permitió pancartas, ni cantos o consignas. En el momento en que cientos de miles de trabajadores estaban dispuestos a lo que fuera —algunos corrillos pedían armas— para acabar con los asesinatos impunes de trabajadores que durante meses manchaban de sangre las manos del régimen franquista, los dirigentes del PCE impusieron por la fuerza y gracias a su enorme autoridad entre la vanguardia de la clase obrera un silencio sepulcral. La llamada a la huelga general contra la represión y el Gobierno Suárez que la inmensa mayoría de los trabajadores, y sobre todo los más concienciados, esperaban, no se llegó a producir nunca.
Hay quien piensa que se actuó correctamente. Que se hizo lo que se debía hacer o lo único que se podía hacer. Que llevar la lucha más lejos era provocar la «involución política». Sin embargo, ¿era realmente lo único que se podía hacer? ¿Podía haber conseguido la clase trabajadora mucho más con su heróica lucha de lo que se conquistó? Los marxistas, entonces y ahora, pensamos que se dejaron escapar oportunidades de oro para dar pasos decisivos en la lucha por transformar la sociedad.
Este enfoque político de esos acontecimientos ya históricos no se corresponde con el enfoque de las crónicas oficiales ni tampóco con el de las direcciones de las principales organizaciones obreras. Se le puede tachar de minoritario, o incluso de desconocido para una gran parte de los trabajadores ya que no tiene audiencia en la prensa diaria, en la televisión o en libros de gran tirada. Pero no es tan desconocido para quienes ya entonces, al calor de los acontecimientos, defendíamos estas tesis, a las que creemos que los acontecimientos posteriores vinieron a darles la razón. En este artículo trataremos de razonarlas y sustentarlas con un análisis lo más riguroso que nos sea posible.El movimiento obrero, y junto a él los estudiantes y otros sectores sociales, no empezaron a luchar por sus derechos después de la muerte de Franco como algunos autores han afirmado. Al contrario, la llamada transición, es decir, la reforma política del sistema desde arriba, no surge como el invento de unos señores que eran altos cargos con el franquismo y que, de repente, no se sabe por qué mecanismo, están a disgusto y se vuelven «demócratas de toda la vida». Son más bien las luchas que se van sucediendo en la sociedad, y sobre todo las de la clase trabajadora, las que imponen a la clase dominante el cambio de sistema de dominación una vez agotadas las posibilidades de seguir controlando la vida social a través de la represión. Es decir que la reforma por arriba es el medio de tratar de evitar el triunfo de la revolución que se está gestando desde abajo. Como se afirmaba en las páginas de Nuevo Claridad en mayo del 77:
Divisiones en la burguesía
«Ha sido la lucha obrera la que ha provocado la crisis del régimen franquista. La enorme ola huelguística de los últimos 15 años animó a otros sectores de la sociedad a luchar abiertamente contra la dictadura.
Las actuales divisiones en las filas del régimen se explican sólo por el miedo que tiene la burguesía de cara a estas movilizaciones.
Al verse desbordados por la lucha de clases, unos decían: ‘Hay que hacer concesiones, porque si no, perderemos todo’. Otros decían: ‘Si hacemos concesiones, perderemos todo’».
En este artículo nos centraremos más en las luchas de Madrid, no porque no haya otras muchas muy importantes como se desprenderá de la propia lectura, sino por tratar de explicar el contexto político en el que se da la Matanza de Atocha, y los procesos de lucha de los que forma parte, como una muestra de la actuación de la reacción franquista ante el avance del movimiento obrero.
Por poner un punto de partida al relato en el que las luchas han desbordado el marco de una sola empresa o sector nos podemos remontar al 4 de junio de 1975. En esta jornada de lucha las huelgas afectan a más de 100.000 trabajadores. Participan «principalmente los bastiones, o lo que se estaba convirtiendo en bastiones más fuertes de los trabajadores: los metalúrgicos de Standard, Getafe y alguna otra fábrica, y con ellos los trabajadores de la Construcción, Banca y Seguros. Por primera vez se sumarían a una acción general los de Telefónica». «En los objetivos reivindicativos de la acción se encontraban unificadas una serie de peticiones salariales y materiales con la exigencia de las libertades políticas» (Madrid en Huelga. Enero 1976). Además participan en manifestaciones y otras formas de protesta otros sectores como los estudiantes de la Universidad. El balance es decenas de detenidos.
Unos meses más tarde, el 14 de noviembre, el primer Consejo de Ministros presidido por Juan Carlos, aprueba el Decreto de Congelación Salarial. El primer acto del reinado de Juan Carlos va dirigido contra los trabajadores. Pero a su vez ese ataque se convierte en la chispa que desencadenará un movimiento huelguístico que se va desarrollando los meses de noviembre y diciembre del 75, y culmina en enero del 76 en «un hito en la historia del movimiento obrero en el Estado español» como afirma Daniel Lacalle en la introducción al libro Madrid en huelga.
Al día siguiente del Consejo de Ministros 11.000 trabajadores de Standard van a la huelga exigiendo la derogación del Decreto de Congelación.
El 20 de noviembre muere el dictador, Franco. El día 26 de noviembre el Consejo de Ministros firma el decreto de indulto a los presos políticos. «El 27, sin que una sola octavilla salga a la calle, 7.000 madrileños acuden a las puertas de la cárcel de Carabanchel» (Ibídem). En los días siguientes empiezan a salir de la cárcel los presos del franquismo, pero con cuentagotas. No salen todos y eso hace que la demanda de la amnistía para los presos políticos del franquismo no sólo se extienda y haga popular por toda la sociedad, sino que es asumida por el movimiento obrero como parte de su lucha. Practicamente no habrá lucha que no incluya esta reivindicación. «El 7 de diciembre la marcha, de nuevo a Carabanchel, esta vez de decenas de miles de personas, será rotundamente reprimida por el mayor despliegue policíaco conocido nunca en Madrid» (Ibídem).
Desde ese momento la derogación del Decreto de Congelación salarial y la lucha por la amnistía total (tanto política como laboral) serán los ejes centrales que unificarán las más importantes acciones de masas de los meses siguientes.
En los primeros días de diciembre los trabajadores de diversas empresas de Getafe (Kelvinator, Siemens, Electromecánica, Intelsa, Wafios) así como los de Standard, protagonizan paros parciales que son respondidos con cierres patronales y ocupación de las fábricas por la policía. A partir del día 10 las huelgas se extienden por todo Getafe. La respuesta de la patronal, además de la policial, es la de una cascada de sanciones y despidos. Pero nada para el movimiento y el día 16 la huelga es prácticamente general. Los trabajadores ocupan las calles de Getafe el día 18. «Durante varias horas Getafe es una manifestación permanente» (Ibídem).
En el metal la huelga dura hasta las Navidades, en que las fábricas se cierran. La lista de empresas que esos días se van sumando a la lucha en Villaverde (Marconi, Chrysler, Boetticher...) y en otras zonas de Madrid es larga. Los trabajadores de 12 bancos, 6 empresas de seguros, de Telefónica, de cinco editoriales, y algunas empresas de la Química y el Textil.
La Construcción tuvo una huelga general de tres días (10, 11 y 12). Los taxistas pararon unos 5.000 el día 17, e hicieron huelga total el 18 de diciembre y medio día del 19 hasta que se alcanzó un acuerdo.
En total se calcula que en las movilizaciones de diciembre, en Madrid, participaron más de 150.000 trabajadores. Y cuando se dice que «participaron» en el contexto de 1975 no es que ese día se quedaron en casa sin ir a trabajar. Participaban en asambleas donde se decidían todas las acciones a llevar a cabo. Además una gran parte de esas asambleas terminaban siendo disueltas a porrazos, balas de goma, cuando no fuego real, por la policía o la Guardia Civil, dando lugar a enfrentamientos durísimos en los que era común un saldo elevado de heridos y detenidos. Se participaba en piquetes, en comités de información y extensión de la lucha, en la organización de cajas de resistencia,... Y en la mayoría de estas tareas no estaban solos los trabajadores directamente afectados sino que también participaban las mujeres, los jóvenes,...
1976
Pero la lucha de diciembre no había dado todavía todo de sí. Como prueba de que no estaba agotada en enero alcanzó cotas mucho más elevadas demostrando que si los dirigentes obreros hubiésen convocado una huelga general habría sido un éxito ya que casi la hubo en la práctica. Desgracidamente se negaron alegando que una huelga general no se convoca en una fecha prefijada sino que la lucha se tenía que extender como un reguero de aceite, que cada sector tenía un ritmo diferente de lucha y de conciencia, que la postura a favor de una huelga general era propia de organizaciones con elevada composición juvenil,... «Pretender que la huelga comenzara a resultas de un llamamiento desde la clandestinidad hubiera sido totalmente ilusorio» (Ibídem). Es cierto que no se puede convocar una huelga general desoyendo al movimiento. Pero es mucho peor que el movimiento obrero esté plasmando su oposición al régimen en multitud de luchas y se cometa el gravísimo error de no unificarlas.
Enero de 1976
En enero las luchas saltan a empresas en las que la paralización del trabajo tiene mucha más repercusión, primero en el conjunto de la ciudad, como es el caso del transporte, y después también salta a empresas que por su carácter aún más amplio, estatal, como Renfe o Telefónica, van ensanchando de forma natural el escenario de la movilización contra el régimen.
El Metro fue a la huelga los días 6, 7. 8 y 9 de enero. Como una prueba de las dificultades que los trabajadores tenían que superar para poder reivindicar sus derechos, a partir del tercer día de huelga se militariza a los empleados de la empresa. Es decir, se les somete a disciplina militar, bajo mando militar y aplicándoles el Código de Justicia Militar tipificando las conductas laborales como delitos militares.
La huelga acaba con un acuerdo verbal de negociar sin despedidos. Fue un éxito que no hubiese despidos pero la negociación se sustituyó por un laudo de obligado cumplimiento dictado por el Ministerio de Trabajo que daba la razón totalmente a la empresa.
La Telefónica protagoniza fuertes movilizaciones del 12 al 16 de enero que no sólo se extienden por todos los centros de trabajo de Madrid sino al resto del Estado, convirtiéndose en una huelga estatal. Se consigue romper la congelación salarial.
El 8 y 9 de enero salen a la huelga 20.000 trabajadores del sector de la Construcción. El día 12 ya eran 80.000 y 90.000 el día siguiente. Hasta el día 18 la huelga sigue extendiéndose no sólo por todo Madrid, sino a Guadalajara y a otras provincias en su lucha contra la congelación salarial. La patronal se vio obligada a aceptar el aumento reivindicado de 17.500 pesetas, es decir, un 40% de subida. Se pulverizó el decreto de congelación. Aún les quedó fuerzas a los trabajadores de la Construcción para volver a la carga con una nueva huelga general de tres días en febrero, los días 11, 12 y 13, reivindicando la aprobación del Convenio Provincial de la Construcción, la readmisión de los últimos despedidos y el problema de los parados.
En Getafe, la huelga en las empresas más importantes dura ya más de un mes. El día 7 de enero son detenidos los principales dirigentes obreros de las empresas del metal. Como respuesta la huelga se hace totalmente general.
El día 13 se suma Correos, siendo fulminántemente militarizados. Se van incorporándo a las luchas sectores de la Administración pública, los servicios de limpieza del Ayuntamiento, e incluso policía municipal y empleados de los juzgados protagonizan concentraciones.
La huelga se extiende a toda la periferia obrera de Madrid; Alcalá, Torrejón, Alcobendas-San Sebastián de los Reyes, San Fernando-Coslada,...
«En la semana del 11 al 18, en Madrid, la huelga fue seguida por trabajadores de todos los sectores de la producción, de los servicios, de los transportes, de la Administración pública, del pequeño y mediano comercio, por ciertos supermercados; durante esa semana se produjeron más concentraciones y manifestaciones que en los cuarenta años anteriores; en concreto, el día 14 de enero —según escribe un destacado dirigente de las huelgas del Metal, Adolfo Piñedo— se celebraron en Madrid no menos de quince asambleas distintas, en algunas de las cuales, añadimos nosotros, participaban, como en el caso de Chrysler, 11.000 trabajadores. El grado de politización, de toma de conciencia de amplísimas capas sociales madrileñas, en especial de la clase obrera, de centenares y miles de técnicos y empleados, alcanzado en el curso de esa semana, seguro que es una garantía para una ampliación de la lucha por la democracia» (Ibídem).
Los días 12, 13 y 14 comienzan los paros en la Renfe. El 15, 16 y 17 se extiende la huelga por todos los centros de Madrid, Valladolid, León... El día 18 el gobierno decide militarizar a los 72.000 trabajadores de los ferrocarriles uniéndose a los 50.000 ya militarizados de Correos.
Así mismo acaban sumándose a la lucha los sectores de Sanidad y Enseñanza.
El día 14 de enero llegaron a coincidir en huelga 350.000 trabajadores. En total en las luchas de enero participaron más de 400.000 trabajadores, rebasando con creces la cota alcanzada en las luchas del 4 de junio y de diciembre.
El movimiento cortó su ascenso al aceptar los dirigentes de la Comisión Negociadora la estrategia del Gobierno; negociar rama por rama y por los cauces oficiales.
Como conclusión de los autores del libro Madrid en huelga; «la huelga de Madrid es la primera gran movilización por la que los trabajadores no han tenido que pagar un elevado tributo». Han conseguido algunas conquistas en determinados sectores, como es la ruptura de la congelación salarial. Y, sobre todo, «se ha consolidado un sector muy amplio de los trabajadores de una elevada conciencia política, organizativa y de protagonismo», que se ha reflejado en «la multiplicación de la militancia política».
1976 es un año de luchas permanentes y por todo el Estado.
En febrero la huelga general de la Construcción en Madrid.
En marzo la lucha de Vitoria que provoca luchas de solidaridad en el País Vasco y en el resto del Estado.
En mayo se producen los acontecimientos de Montejurra (Navarra) donde con el consentimiento de la policía se concentran pistoleros fascistas de las tramas negras internacionales frente a los carlistas y llevan a cabo dos asesinatos.
El 1 de julio es destituido el presidente del Gobierno, Arias Navarro, y siete días después el Rey nombra a Adolfo Suárez. Este es el momento en el que la clase dominante comprende que no puede seguir con los viejos métodos. Hay un cambio de estrategia. Suárez comienza inmediatamente las conversaciones secretas con personalidades de la oposición, incluidos Felipe González y, a través de intermediarios, con Carrillo.
El problema era que ni los fusilamientos, ni la represión más feroz, como fue el caso de marzo del 76 en Vitoria o la masacre de cinco trabajadores y jóvenes en la semana por la Amnistía en Euskadi en mayo del 77 en vísperas de las primeras elecciones, ni matanzas como las de Atocha, consiguen frenar el movimiento. Por el contrario sigue extendiéndose y radicalizándose. Mientras en 1975 se habían perdido 10,35 millones de jornadas de trabajo por huelgas en 1976 la cifra se multiplica por 10; se pierden 110 millones de jornadas (Fina y Hawkesworth, 1984). Para hacernos una idea de la importancia de estas cifras podemos compararlas con una fecha más reciente. Por ejemplo en 1988, contando las jornadas perdidas por la huelga general del 14 D, se pierden 11,6 millones de jornadas por las huelgas de los trabajadores. La reacción de la clase trabajadora ante los métodos represivos del Gobierno Arias estaba poniendo en peligro no sólo la supervivencia del Gobierno, sino la de la Monarquía, la del régimen e incluso la del propio sistema capitalista.
La represión no sólo no para la lucha sino que la azuza. Desde septiembre de 1975 hasta las elecciones de junio del 77, en 20 meses, mueren asesinados por las fuerzas del «orden» o a manos de los guerrilleros de extrema derecha 39 personas.
El 10 de septiembre Suárez anuncia su proyecto de Reforma Política que es inicialmente denunciado por el PCE como «un fraude antidemocrático».
El 12 de noviembre la Coordinadora de Organizaciones Sindicales (COS), integrada por UGT, CCOO y USO, convoca una huelga general que, a pesar de su escasa preparación, es secundada por 2,5 millones de trabajadores de todo el Estado. Esta convocatoria de huelga general se da en un ambiente de conflictos generalizados y con muchas huelgas muy duras. Son meses de luchas por todas partes.
«Atocha»
Es en ese ambiente de luchas en el que se produce el múltiple asesinato en el despacho laboralista de Atocha. Tan sólo entre diciembre y enero del 77 caen asesinadas 10 personas. De hecho fue una semana negra en Madrid. Comienza el domingo 23 de enero con el asesinato, por la «Tripe A», de Arturo Ruiz en una manifestación por la amnistía.
Al día siguiente en una manifestación de protesta por el asesinato de A. Ruiz, la policía mata con un bote de humo a Mª Luz Nájera. Esa misma noche del 24 dos pistoleros asaltan el despacho laboralista del número 55 de la calle de Atocha. Esa misma noche también es asaltada la sede de un despacho laboralista de UGT pero no hay víctimas al encontrarse vacío.
La reacción de los trabajadores es fulminante. Paran espontáneamente en Madrid desde primeras horas de la mañana 100.000 trabajadores (Cuadernos para el Diálogo, nº 197). Las asambleas y los paros en señal de protesta se extienden y prolongan los días 26 y 27. Según Mundo Obrero del 31 de enero del 77 «el 27 se contabilizaban ya en CCOO más de 300.000 trabajadores en huelga». Según la misma publicación el mismo día 25 se declaran en huelga 300.000 trabajadores en Euskadi. El paro es total en toda la margen izquierda de la ría bilbaína, en Guipúzcoa y en Álava. También informa de que, en Navarra, más de 40.000 trabajadores están en huelga desde el día 25, extendiéndose el día 26.
En Catalunya comienzan los paros espontáneos el día 25, que se extienden el 26 con el llamamiento de las centrales sindicales. El día 27, según informa Vázquez Montalbán en la revista Triunfo del 5 de febrero del 77, «el jueves (27) pararon casi 200.000 trabajadores, en algunas zonas industriales se superó el 80% de paro. Ese mismo día 10.000 barceloneses asistieron al funeral por los laboristas madrileños. Por la tarde cuatro mil personas se manifestaron por las Ramblas y recibieron una respuesta contundente por parte de la policía; heridos de balas de goma y un herido de bala «de las de verdad», disparada a menos de veinte metros de distancia». Según la revista Cuardernos para el Diálogo el día 27 paran 250.000 trabajadores en Catalunya.
En Asturias el 25 ya pararon 50.000 trabajadores y el 26 y 27 se amplió. En Galicia se informa de numerosos paros en las ciudades industriales y en la Universidad entre el 25 y el 27. En Andalucía se da un paro total en CASA y el Metal. Paros en las empresas más importantes y concentraciones. En Valladolid paros en Telefónica, Fasa-Renault, la Construcción y la Universidad. Igualmente informa el Mundo Obrero citado de paros, protestas y concentraciones en Zaragoza, Santander, Palma de Mallorca, Murcia... Según estimaciones de la COS sólo el día 26 paran alrededor de 500.000 trabajadores en todo el país.
Una respuesta ejemplar
La reacción de los trabajadores es de lucha. Más de un millón de trabajadores fueron a la huelga en respuesta a los asesinatos. Fueron a la huelga en contra de la opinión de los dirigentes. ¿Qué hubiese pasado con una llamada a la huelga general en ese momento? Sin embargo la reacción de los dirigentes obreros es la contraria haciendo constantes llamamientos a la «calma», a «no responder a las provocaciones», «no provocar», «no salir a la calle»..., y lo más grave, depositando toda su confianza en el Gobierno Suárez para esclarecer los hechos.
La coartada era que frente a la violencia de la extrema derecha también había otra de supuesto signo contrario. El Grapo había lanzado poco antes una campaña de bombas, y coincidiendo con la matanza de Atocha, habían secuestrado al presidente del Consejo de Estado, Antonio María de Oriol y Urquijo, y al teniente general Villaescusa. Y el día 27 matan a dos policías armadas y a un guardia civil. Estos hechos demostraron, una vez más el papel nefasto jugado por el terrorismo individual. Sirvió para que el Gobierno tuviera ciertas escusas para reforzar el aparato represivo y su acción selectiva sobre la vanguardia y los elementos más combativos del movimiento, y para que los dirigentes obreros aceptaran los argumentos de la burguesía «reformista» que puestos contra las cuerdas vociferaban cínicamente contra la violencia «de ambos signos» y a favor de la «reconciliación nacional».
En un momento en que la lucha de la clase trabajadora estaba en pleno apogeo. Mundo Obrero, el 14 de febrero, informa de las siguientes luchas que están en curso en ese momento:
Construcción; Tres Huelgas Generales provinciales.
Pamplona. Un éxito al conseguir tras 10 días de huelga un 22% de aumento salarial.
Valencia. Dos meses en huelga desde el 8 de noviembre. Un laudo concede un aumento del12%.
Málaga.
Transportes; Huelga de los periféricos de Madrid; En Bilbao lleva dos semanas de huelga el transporte urbano. Suburbano de Bilbao. Córdoba. Valladolid.
Enseñanza; PNNs (Profesores no numerarios) de Institutos, Universidad y Catedráticos de Instituto.
Metal; Tarabusi (Bilbao) y Roca (Gavá) siguen en huelga tras más de 90 días
Marconi (Madrid) siguen tras 60 días. Bazán (Cádiz), igual.
Además hay otras luchas que acaban de finalizar: Intecsa (Madrid); Aranzábal (Vitoria); HidroNitro (Huesca); Astilleros (Reinosa) y Elcano (Valencia); El Metal de Miranda de Ebro; Ford (Valencia).
Otras luchas que se daban por aquellas fechas, alguna de meses de duración eran: Huelgas de pescadores en Ondárroa, Almería, Puerto de Santa María... Basureros de Madrid. Minero-Siderúrgica (Ponferrada). Mineros Hullasa, Villablino. Sarrió. El sector de la Madera (León).
Según Cuadernos para el Diálogo (nº 196): «...cerca de 150.000 trabajadores, en toda la provincia valenciana, se encuentran en situación de conflicto abierto o latente, bordeando la explosión».
El comentario en el artículo mencionado de Mundo Obrero era que todas estas luchas «son muestras de que la lucha obrera se extiende por toda la geografía y todos los sectores...».
La situación del Gobierno era muy débil. Cómo se podía leer en el mismo número ya citado de Cuadernos para el Diálogo; «En las actuales circunstancias nacionales, la caída del gabinete Suárez rozaría el ámbito de una crisis de Estado. El momento es grave». El Gobierno estaba en el aire. Se sustentaba en el terror de las bandas fascistas y en la represión de la policía. Pero encontró respaldo en los dirigentes obreros. Estos no sólo olvidaron lo de la lucha por el socialismo sino que corrieron a sostener el Gobierno del ex-fascista Suárez (no en vano fue Secretario General del Movimiento).
«No podemos caer en la provocación de la irracionalidad que nos proponen y no podemos sentir, ni en los momentos más negros, la tentación de responder. Todos los sectores democráticos, como lo están haciendo en los últimos días, tienen que reforzar las llamadas a la serenidad y colaborar con el Gobierno en este esfuerzo de mantenimiento del orden público y de la tranquilidad en la calle». Quién así se manifiesta en las páginas de Cuadernos para el Diálogo nº 197 no era un representante del Gobierno. Era el señor Peces Barba dirigente del PSOE.
En la misma revista Santiago Carrillo, en nombre del PCE, escribía:
«Los atentados de que han sido víctimas en días pasados el joven Arturo Ruiz, María Luz Nájera, los abogados laboralistas miembros del PCE y policías armados y guardias civiles, forman parte, todos ellos, de un plan encaminado a desestabilizar el curso pacífico de la dictadura a la democracia. Frente a este plan, las fuerzas democráticas no han vacilado en apoyar al Gobierno, en realizar la reconciliación nacional contra los complotadores y asesinos, que incluso si se ponen ropajes izquierdistas, están manipulados claramente por la derecha fascista».
Un gobierno muy débil
Carrillo en un artículo en el Mundo Obrero del 31 de enero del 77 reafirmaba que frente a ese plan, «frente a esa tentativa, altos jefes militares han respondido patrióticamente, negándose a caer en la trampa». Añadía; «Quizá haya quien piense que teníamos que haber salido a la calle a gritarlas [la ira y la cólera], pero eso nos hubiera enfrentado con otros españoles que, como nosotros, están interesados en un cambio político hacia la democracia». Y, anticipando lo que después serían los acuerdos secretos con Suárez en abril del 77, Carrillo remacha; «Nunca hubo en este país un movimiento obrero y unos partidos políticos democráticos tan dispuestos a asumir sus responsabilidades nacionales, tanto ante los problemas políticos, como ante los económicos y sociales. El diálogo entre estas fuerzas y el poder debería culminar en los próximos días en soluciones de auténtica reconciliación —yo diría incluso—: de salvación nacional».
Felipe González, también en Cuadernos para el Diálogo nº 197, afirmaba que frente al «plan de desestabilización» «el Gobierno tiene los poderes y la responsabilidad de su desarticulación inmediata». Y continuaba; «En esta tarea el Gobierno ha recibido el apoyo de la oposición, pero sus decisiones inmediatas no se corresponden con la orientación que este apoyo preconizaba».
Es cierto. El Gobierno no aclaró los hechos. Pero no podía ser de otra forma. Al día siguiente del asesinato de Arturo Ruiz detuvieron a varios fascistas, entre ellos a Sánchez Covisa, conocido dirigente ultraderechista. Dos días despúes eran puestos en libertad. Por el contrario comenzaron las detenciones de decenas de militantes de partidos y organizaciones situados a la izquierda del PCE. Triunfo nº 732 informaba de que «se había detenido a más de 130 personas, la mayoría de extrema izquierda», entre ellos numerosos representantes de organizaciones como el Partido del Trabajo de España (PTE), de tendencia maoísta, o el Movimiento Comunista (MCE), partido que nace de una escisión de ETA, también de tendencia maoísta, que pertenecían a la Coordinación Democrática (Plata-Junta), así como a militantes de UGT.
En el Consejo de Ministros del segundo Gobierno de la monarquía se decide prohibir todo tipo de manifestaciones, otorgar un crédito extraordinario de 4.000 millones de pesetas para reforzar a las «fuerzas del órden público» y resucitar los artículos 13 y 14 de la Ley anti-terrorista que permite a la policía retener a los detenidos hasta 10 días sin pasarlos por el juez, así como una libertad absoluta para los registros domiciliarios con la escusa de buscar armas. ¿Qué motivo había para apoyar ese Gobierno? «La involución violenta». Precisamente era lo que estaba en crisis.
Al optar por el apoyo al Gobierno Suárez en vez de seguir luchando contra él, como estaba haciendo el movimiento obrero, los jóvenes, los estudiantes, las amas de casa,..., los dirigentes obreros abandonaron la idea de la «ruptura democrática» y abrazaron la de la «ruptura pactada con el poder», o lo que es lo mismo, en vez de ponerse a la cabeza del movimiento reclamando la transformación socialista de la sociedad, se pusieron a jugar el papel de bomberos, apagando fuegos, constituyéndose en «el ala de izquierda del sistema».
Oportunidad perdida
Hasta tal punto que abandonaron la mayor parte de las reivindicaciones económicas (como se demostró en el Pacto de la Moncloa) y políticas que reclamaba el movimiento obrero. Esta claudicación es lo que explica el posterior declive y las crisis sucesivas que ha padecido el PCE, pues «quemó» a sus propios militantes. Todo se justificaba como una «táctica» para ser legales. Una vez legalizados el PCE volvería a luchar por lo de siempre.
Sin embargo, al mismo Gobierno que se le había saludado proclamando a los siete vientos su incapacidad democrática, ahora se le apoya y se acepta su vía de reforma política controlada desde el viejo Estado franquista.
Así, el siguiente paso que dio la dirección del PCE, no sólo Carrillo sino toda su dirección, el Comité Central en su conjunto, fue aceptar la monarquía (renunciando a la lucha por una república federal así como a seguir luchando por el derecho a la autodeterminación de los pueblos que forman parte del Estado español), la bandera contra la que se había luchado tanto tiempo, la renuncia al leninismo... a cambio de su legalización antes de las elecciones de junio de 1977. Algo que el Gobierno Suárez no podía negar de ninguna manera si quería darle una imagen democrática, creíble a todo su proyecto de Reforma. Es decir, se renunció a todo a cambio de nada.
La dirección del PCE no ha sido capaz de hacer autocrítica de su actuación en esa época, como tampoco lo fue tras la derrota de la Guerra Civil, y usan a Carrillo, ese personaje siniestro, como chivo expiatorio.
La época del 75 y el 76, sobre todo los acontecimientos que se dieron en torno al 3 de marzo del 76 con al asesinato por la policía de cinco trabajadores en Vitoria y los ocurridos en torno a la matanza en el despacho laboralista de Atocha el 24 de enero del 77, se caracterizó por ser una época de crisis. Todo estaba en crisis: En primer lugar el Gobierno. Esos hechos pusieron en crisis dos gobiernos distintos; la monarquía, que no pudo empezar peor; la economía, que estaba en crisis desde la recesión internacional del 73-74; había también un contexto internacional de crisis política generalizada. No podemos olvidar que en abril del 74 se dió la Revolución portuguesa con gran repercusión sobre los actores políticos en el Estado español. Poco antes cae también la dictadura de los coroneles en Grecia, y en el 73 se da la derrota militar de los EEUU en Viet-Nam y el golpe militar de Pinochet en Chile para evitar la revolución obrera en ese país.
Desde el punto de vista de los marxistas, en la época del 75-76 se dió en el Estado español la oportunidad de transformar en líneas socialistas la sociedad pero los dirigentes obreros renunciaron siquiera a intentarlo.
Es por todo esto que pensamos que la responsabilidad de los dirigentes es enorme. La respuesta a la pregunta de si era posible la revolución en el punto más álgido de la lucha del movimiento obrero en torno a los acontecimientos de enero del 77, es, desde nuestro punto de vista, sin duda alguna, afirmativa. La clase obrera estuvo a un paso de la revolución.
De hecho una revolución socialista sana en el Estado español en aquel momento hubiese tenido unas consecuencias casi incalculables. No sólo habría contribuido a que la Revolución portuguesa se llevase a cabo hasta sus últimas consecuencias; no sólo habría tenido un enorme impacto en la lucha de la clase trabajadora de toda Europa y Latinoamérica; sino que habría contribuido a que la crisis de los países del Este, ya entonces con graves problemas, en vez de dirigirse hacia la restauración del capitalismo con todos los horrores que ha supuesto para los trabajadores de todos estos Estados (guerra en los Balcanes, guerra de Chechenia, miseria generalizada...), habría triunfado la revolución política construyendo una auténtica democracia obrera acabando con la burocracia y extrayendo las posibilidades casi ilimitadas de la planificación democrática de la economía.
Este es el sentido que para los marxistas tiene estudiar el pasado. Extraer las lecciones que nos permitan comprender mejor los procesos sociales y políticos con el fin de no reincidir en errores ya cometidos. Esa comprensión es la que llevará al movimiento obrero a superar sus limitaciones y, a la Humanidad, a acabar con sus penurias.
Bibliografía utilizada:
Mundo Obrero (Organo del CC del PCE):
Del 31.I. al 6.II.77. Nº 4. Año XLVII.
Del 7 al 13.II.77. Nº 5. Año XLVII.
Cuadernos para el Diálogo:
Del 29.I. al 4.II.77. Nº 196.
Del 5 al 11.II.77. Nº 197.
Triunfo:
Del 5.II.77. Nº 732.
Madrid en Huelga. Enero 1976. Autores; V. Díaz Cardiel, J.F. Pla; A. Tejero; E. Triana. Editorial Ayuso 1976.
Historia 16:
Extra Nº XXV. Febrero de 1983.
Nº 115. Noviembre 1985.
Nº 181. Mayo 1991
Nuevo Claridad:
Del 27.I.77. Nº 8.
Del 1.V.77. Nº10