Una de las cuestiones fundamentales del enfrentamiento político entre Trotski y Stalin fue, sin duda, el debate teórico sobre el socialismo en un solo país. Trotski y sus seguidores mantuvieron con vehemencia la imposibilidad de construir una sociedad socialista en la Unión Soviética mientras la revolución proletaria no se extendiera por los principales países capitalistas.
Intentar construir el socialismo dentro de las fronteras de la URSS, en un contexto de países capitalistas ferozmente hostiles al poder soviético, no solamente constituía una tergiversación del marxismo y del pensamiento de Lenin, sino que daría lugar a una dictadura burocrática. Desde 1929, los principales escritos de Trotski tuvieron un eje argumentativo central: Stalin, representante de los intereses de la burocracia, había traicionado la revolución bolchevique y la URSS no era un estado socialista.
Los trotskistas han mantenido hasta la actualidad el mismo argumentario. Ignorando los datos aportados por los archivos soviéticos y los nuevos planteamientos historiográficos, los epígonos de Trotski, haciendo gala de un sectarismo impropio del marxismo que ellos afirman encarnar, siguen culpando a Stalin de los peores crímenes e insisten en que la teoría del socialismo en un solo país es una deformación monstruosa del pensamiento leninista.
Siempre he considerado que el debate entre comunistas ha estado demasiado condicionado por el recurso a las citas de Lenin como medio para reforzar una determinada posición política o ideológica, pero si se trata de dilucidar cuestiones históricas referentes a la Rusia soviética, y especialmente en este tema, es indispensable acudir a los textos leninistas, máxime cuando los trotskistas los utilizan como la prueba incontrovertible de la traición estalinista.
Lenin defendió la posibilidad de construir el socialismo en un solo país, y lo hizo con claridad en varias ocasiones. En su artículo “La consigna de los Estados Unidos de Europa”, escrito en 1915, afirmaba:
“Los Estados Unidos del mundo (y no de Europa) constituyen la forma estatal de unificación y libertad de las naciones, forma que nosotros relacionamos con el socialismo, mientras la victoria completa del comunismo no conduzca a la desaparición definitiva de todo Estado, incluido el estado democrático. Sin embargo, como consigna independiente, la de los Estados Unidos del mundo dudosamente será justa, en primer lugar porque se funde con el socialismo y, en segundo lugar, porque podría dar pie a interpretaciones erróneas sobre la imposibilidad de la victoria del socialismo en un solo país y sobre las relaciones de este país con los demás.
La desigualdad del desarrollo económico y político es una ley absoluta del capitalismo. De aquí se deduce que es posible que el socialismo triunfe primeramente en unos cuantos países capitalistas, o incluso en un solo país de forma aislada.
El proletariado triunfante de este país, después de expropiar a los capitalistas y de organizar dentro de él la producción socialista, se alzaría contra el resto del mundo capitalista, atrayendo a su lado a las clases oprimidas de los demás países, levantando en ellos la insurrección contra los capitalistas, empleando incluso la fuerza de las armas contra las clases explotadoras y sus estados” (1).
El texto no deja lugar a dudas. Lenin no se refiere solamente a la toma del poder, sino a la organización de la producción socialista en un solo país; es decir, a la construcción de un modo de producción alternativo al capitalismo, a la organización socialista de la economía. ¿Los planes quinquenales y la colectivización del campo fueron una traición al pensamiento de Lenin o la puesta en práctica de sus ideas?
Un año después, en septiembre de 1916, Lenin publicó un artículo titulado “El programa militar de la revolución proletaria”, en el que escribió:
“El desarrollo del capitalismo sigue un curso extraordinariamente desigual en los diversos países. De otro modo no puede ser bajo el régimen de producción de mercancías. De aquí la conclusión indiscutible de que el socialismo no puede triunfar simultáneamente en todos los países. Triunfará en uno o varios países, mientras los demás seguirán siendo, durante algún tiempo, países burgueses o preburgueses. Esto no sólo habrá de provocar rozamientos, sino incluso la tendencia directa de la burguesía de los demás países a aplastar al proletariado triunfante del estado socialista” (2)
A la vista de estos textos, da la impresión de que Trotski hizo una particular lectura de Lenin, aprovechando lo que favorecía sus tesis e ignorando todo aquello que las refutaba. Algo más propio del académico burgués que de un dirigente comunista. Ahora bien, ¿no serían estos artículos pecadillos veniales del dirigente bolchevique, deslices dialécticos, la excepción que confirma la regla de la ortodoxia bolchevique distorsionada por el taimado Stalin? En modo alguno. Entre los días 4 y 6 de enero de 1923, cuando ya no podía escribir debido a su enfermedad, Lenin dictó su último trabajo teórico relativo a la construcción del socialismo: “Sobre la cooperación” (3). En él afirmaba con rotundidad la posibilidad de construir el socialismo íntegramente a partir del cooperativismo:
“En efecto, todos los grandes medios de producción en poder del Estado, y este poder en manos del proletariado, la alianza de éste con millones y millones de pequeños y muy pequeños campesinos, la garantía de que la dirección de estos últimos la ejerce el proletariado, etc…, ¿no representa acaso todo lo necesario para edificar la sociedad socialista completa partiendo del cooperativismo, sólo por medio de él, de ese cooperativismo al que antes tratábamos de mercantilista y que ahora bajo la NEP merece en cierto modo el mismo trato? Eso no es todavía la edificación de la sociedad socialista, pero sí todo lo imprescindible y suficiente para construirla”.
Y al final del artículo añadía:
“Nuestros adversarios nos han dicho más de una vez que emprendemos una obra descabellada, cuando nos imponemos implantar el socialismo en un país de insuficiente cultura. Pero se equivocan cuando afirman que comenzamos no en el orden debido según la teoría (de toda clase de pedantes); olvidan que entre nosotros la revolución política y social precedió a esa revolución cultural, a esa revolución ante la cual, a pesar de todo, nos encontramos ahora.
Esta revolución es hoy suficiente para que nuestro país se convierta en socialista, pero presenta increíbles dificultades, tanto en el aspecto puramente cultural (pues somos analfabetos) como en el material (pues para ser cultos es necesario cierto desarrollo de los medios materiales de producción, es indispensable determinada base material)”.
La conquista del poder en 1917 y la edificación del poder soviético enfrentó a los bolcheviques con gigantescos problemas de orden político, social y económico que Marx y Engels no pudieron prever ni tampoco el propio Lenin en sus escritos anteriores a la revolución. Las experiencias del comunismo de guerra y la NEP tuvieron como resultado replanteamientos teóricos basados en el análisis dialéctico de las situaciones concretas. La construcción del socialismo en un solo país defendida por Stalin no era un malabarismo ideológico antileninista, sino que hundía sus raíces teóricas en el propio Lenin, como se comprueba en los anteriores textos, y constituía la respuesta a la grave situación de la URSS a la altura de 1928-1929. Desgraciadamente, las anteojeras ideológicas y los prejuicios políticos se mantienen en cualquier cuestión relacionada con Stalin. Pero lo cierto es que la edificación del socialismo, la creación de esa base material y cultural de la que hablaba Lenin y que se hizo realidad en los planes quinquenales diseñados y ejecutados entre 1929 y 1939, permitió a la Unión Soviética vencer a Alemania en la Segunda Guerra Mundial y liberar al mundo de la barbarie nazi.
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NOTAS
1. El artículo se publicó en el periódico clandestino “Sotsial-Demokrat”, nº 44, 23 de agosto de 1915.
2. Escrito en septiembre de 1916 y publicado por vez primera en septiembre y octubre de 1917, en los números 9 y 10 de “Jugend-Internationale”, órgano de la Liga Internacional de las Organizaciones Socialistas de la Juventud, que se publicó en Zurich desde septiembre de 1915 hasta mayo de 1918.
3. “Sobre la cooperación” fue publicado en los números 115 y 116 de Pravda los días 26 y 27 de mayo de 1923.
Intentar construir el socialismo dentro de las fronteras de la URSS, en un contexto de países capitalistas ferozmente hostiles al poder soviético, no solamente constituía una tergiversación del marxismo y del pensamiento de Lenin, sino que daría lugar a una dictadura burocrática. Desde 1929, los principales escritos de Trotski tuvieron un eje argumentativo central: Stalin, representante de los intereses de la burocracia, había traicionado la revolución bolchevique y la URSS no era un estado socialista.
Los trotskistas han mantenido hasta la actualidad el mismo argumentario. Ignorando los datos aportados por los archivos soviéticos y los nuevos planteamientos historiográficos, los epígonos de Trotski, haciendo gala de un sectarismo impropio del marxismo que ellos afirman encarnar, siguen culpando a Stalin de los peores crímenes e insisten en que la teoría del socialismo en un solo país es una deformación monstruosa del pensamiento leninista.
Siempre he considerado que el debate entre comunistas ha estado demasiado condicionado por el recurso a las citas de Lenin como medio para reforzar una determinada posición política o ideológica, pero si se trata de dilucidar cuestiones históricas referentes a la Rusia soviética, y especialmente en este tema, es indispensable acudir a los textos leninistas, máxime cuando los trotskistas los utilizan como la prueba incontrovertible de la traición estalinista.
Lenin defendió la posibilidad de construir el socialismo en un solo país, y lo hizo con claridad en varias ocasiones. En su artículo “La consigna de los Estados Unidos de Europa”, escrito en 1915, afirmaba:
“Los Estados Unidos del mundo (y no de Europa) constituyen la forma estatal de unificación y libertad de las naciones, forma que nosotros relacionamos con el socialismo, mientras la victoria completa del comunismo no conduzca a la desaparición definitiva de todo Estado, incluido el estado democrático. Sin embargo, como consigna independiente, la de los Estados Unidos del mundo dudosamente será justa, en primer lugar porque se funde con el socialismo y, en segundo lugar, porque podría dar pie a interpretaciones erróneas sobre la imposibilidad de la victoria del socialismo en un solo país y sobre las relaciones de este país con los demás.
La desigualdad del desarrollo económico y político es una ley absoluta del capitalismo. De aquí se deduce que es posible que el socialismo triunfe primeramente en unos cuantos países capitalistas, o incluso en un solo país de forma aislada.
El proletariado triunfante de este país, después de expropiar a los capitalistas y de organizar dentro de él la producción socialista, se alzaría contra el resto del mundo capitalista, atrayendo a su lado a las clases oprimidas de los demás países, levantando en ellos la insurrección contra los capitalistas, empleando incluso la fuerza de las armas contra las clases explotadoras y sus estados” (1).
El texto no deja lugar a dudas. Lenin no se refiere solamente a la toma del poder, sino a la organización de la producción socialista en un solo país; es decir, a la construcción de un modo de producción alternativo al capitalismo, a la organización socialista de la economía. ¿Los planes quinquenales y la colectivización del campo fueron una traición al pensamiento de Lenin o la puesta en práctica de sus ideas?
Un año después, en septiembre de 1916, Lenin publicó un artículo titulado “El programa militar de la revolución proletaria”, en el que escribió:
“El desarrollo del capitalismo sigue un curso extraordinariamente desigual en los diversos países. De otro modo no puede ser bajo el régimen de producción de mercancías. De aquí la conclusión indiscutible de que el socialismo no puede triunfar simultáneamente en todos los países. Triunfará en uno o varios países, mientras los demás seguirán siendo, durante algún tiempo, países burgueses o preburgueses. Esto no sólo habrá de provocar rozamientos, sino incluso la tendencia directa de la burguesía de los demás países a aplastar al proletariado triunfante del estado socialista” (2)
A la vista de estos textos, da la impresión de que Trotski hizo una particular lectura de Lenin, aprovechando lo que favorecía sus tesis e ignorando todo aquello que las refutaba. Algo más propio del académico burgués que de un dirigente comunista. Ahora bien, ¿no serían estos artículos pecadillos veniales del dirigente bolchevique, deslices dialécticos, la excepción que confirma la regla de la ortodoxia bolchevique distorsionada por el taimado Stalin? En modo alguno. Entre los días 4 y 6 de enero de 1923, cuando ya no podía escribir debido a su enfermedad, Lenin dictó su último trabajo teórico relativo a la construcción del socialismo: “Sobre la cooperación” (3). En él afirmaba con rotundidad la posibilidad de construir el socialismo íntegramente a partir del cooperativismo:
“En efecto, todos los grandes medios de producción en poder del Estado, y este poder en manos del proletariado, la alianza de éste con millones y millones de pequeños y muy pequeños campesinos, la garantía de que la dirección de estos últimos la ejerce el proletariado, etc…, ¿no representa acaso todo lo necesario para edificar la sociedad socialista completa partiendo del cooperativismo, sólo por medio de él, de ese cooperativismo al que antes tratábamos de mercantilista y que ahora bajo la NEP merece en cierto modo el mismo trato? Eso no es todavía la edificación de la sociedad socialista, pero sí todo lo imprescindible y suficiente para construirla”.
Y al final del artículo añadía:
“Nuestros adversarios nos han dicho más de una vez que emprendemos una obra descabellada, cuando nos imponemos implantar el socialismo en un país de insuficiente cultura. Pero se equivocan cuando afirman que comenzamos no en el orden debido según la teoría (de toda clase de pedantes); olvidan que entre nosotros la revolución política y social precedió a esa revolución cultural, a esa revolución ante la cual, a pesar de todo, nos encontramos ahora.
Esta revolución es hoy suficiente para que nuestro país se convierta en socialista, pero presenta increíbles dificultades, tanto en el aspecto puramente cultural (pues somos analfabetos) como en el material (pues para ser cultos es necesario cierto desarrollo de los medios materiales de producción, es indispensable determinada base material)”.
La conquista del poder en 1917 y la edificación del poder soviético enfrentó a los bolcheviques con gigantescos problemas de orden político, social y económico que Marx y Engels no pudieron prever ni tampoco el propio Lenin en sus escritos anteriores a la revolución. Las experiencias del comunismo de guerra y la NEP tuvieron como resultado replanteamientos teóricos basados en el análisis dialéctico de las situaciones concretas. La construcción del socialismo en un solo país defendida por Stalin no era un malabarismo ideológico antileninista, sino que hundía sus raíces teóricas en el propio Lenin, como se comprueba en los anteriores textos, y constituía la respuesta a la grave situación de la URSS a la altura de 1928-1929. Desgraciadamente, las anteojeras ideológicas y los prejuicios políticos se mantienen en cualquier cuestión relacionada con Stalin. Pero lo cierto es que la edificación del socialismo, la creación de esa base material y cultural de la que hablaba Lenin y que se hizo realidad en los planes quinquenales diseñados y ejecutados entre 1929 y 1939, permitió a la Unión Soviética vencer a Alemania en la Segunda Guerra Mundial y liberar al mundo de la barbarie nazi.
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NOTAS
1. El artículo se publicó en el periódico clandestino “Sotsial-Demokrat”, nº 44, 23 de agosto de 1915.
2. Escrito en septiembre de 1916 y publicado por vez primera en septiembre y octubre de 1917, en los números 9 y 10 de “Jugend-Internationale”, órgano de la Liga Internacional de las Organizaciones Socialistas de la Juventud, que se publicó en Zurich desde septiembre de 1915 hasta mayo de 1918.
3. “Sobre la cooperación” fue publicado en los números 115 y 116 de Pravda los días 26 y 27 de mayo de 1923.