La experiencia histórica del socialismo
Juan Manuel Olarieta
(charla en la Universidad Autónoma de Madrid, 17 de diciembre de 2009)
La caída del muro de Berlín hace 20 años es utilizada por la burguesía y los medios de comunicación a su servicio para dar la impresión de que el socialismo existió pero ya no existe y no volverá a existir nunca más. El socialismo sería así una experiencia pasada, del siglo XX, no del futuro, del siglo presente, porque, además, fue una experiencia negativa, aunque no dicen para quién fue negativa.
Se tata, pues, de finiquitar una parte de la historia o, mejor, dicho de presentarlo así: como un experimento. Se intentó, se probó, pero fracasó. De esta manera el socialismo se vincula a los países socialistas; la caída de los países socialistas es la caída misma del socialismo.
El punto y final de esta manipulación es eliminar al socialismo de la historia, como si nunca hubiera existido, borrarlo de la memoria colectiva del proletariado. Naturalmente que como eso no es posible, cuando no queda más remedio que hablar de ello, hay que presentarlo de otra forma: como una experiencia negativa, un fracaso social o quizá peor, una forma de barbarie. Aquí la burguesía está ayudada por una legión de colaboracionistas de los más diversos pelajes: capitalismo burocrático, gulag, culto a la personalidad, etc. La consigna de esos colaboracionistas es: nosotros también somos socialistas, queremos una sociedad sin clases, pero no “confundimos” al socialismo con la URSS. Vuelven al socialismo imposible, irreconocible, una abstracción vacía de significado histórico, que no tiene en cuenta las conquistas del proletariado, empezando por la Comuna de París.
Pues bien, el socialismo es algo bien concreto: ha existido y sigue existiendo, dentro y fuera de los países que lo han construido. Muchas de los logros del socialismo son históricos, es decir, han condicionado de tal forma el devenir de la humanidad que los capitalistas no pueden ni podrán nunca acabar con ellas, por más que se empeñen en dar marcha atrás. Es cierto que la burguesía, aprovechando la caída del socialismo y la confusión que ello ha sembrado en el movimiento obrero internacional, ha liquidado muchas conquistas sociales: estabilidad laboral, jornada de trabajo, etc.
Pero no todas, ni mucho menos. Por eso digo que el socialismo ha sido, es y seguirá siendo un fenómeno de trascendencia histórica, que si bien por un lado se identifica con los países que lo han construido, por el otro, trasciende a eso y ha calado en la historia de una manera definitiva. Este hecho es un reflejo del peso histórico adquirido por la clase obrera en todo el mundo.
La paz entre las naciones, el derecho de autodeterminación son ejemplos de eso; la educación universal, la atención sanitaria, son otros.
La trascendencia histórica del socialismo es de tal magnitud que en el futuro el calendario empezará a contar desde el 7 de noviembre de 1917, no desde el nacimiento de Jesucristo. Ya lo intentó la Revolución Francesa y no lo consiguió. La Revolución de Octubre inauguró una nueva época patra toda la humanidad. Y digo bien: no para los comunistas, ni siquiera para los trabajadores sino para toda la la humanidad, porque el futuro de la humanidad está en la clase obrera.
La pregunta claves es, pues: ¿qué es el socialismo? ¿A qué llamamos socialismo? Y más concretamente yo preguntaría: ¿con qué identificamos el socialismo? ¿El socialismo es un sueño? O mejor dicho: el socialismo ¿sigue siendo un sueño? ¿Una utopía, es decir, algo inalcanzable?
De momento a mí, personalmente, no me gustan las cosas incalcanzables, no pierdo el tiempo pensando en algo que no ha existido nunca y que no puede existir.
El socialismo no sólo no es un sueño sino que se ha construido en varios países. Por lo tanto, es algo alcanzable y sabemos -desde hace bastante tiempo- las vías que conducen hacia allá: los procesos, los recorridos y las etapas, cada una de las cuales es factible, como así se ha demostrado. Y ese es el problema de la burguesía: que desde 1917 el socialismo ha dejado de ser una utopía para convertirse en una realidad. Entonces tienen que manipular esa experiencia, esa memoria histórica, para desfigurarla.
¿Que nos han demostrado los países que han construido el socialismo? ¿Qué ha sido en el pasado y qué será el socialismo en el futuro?
Este es un punto en el cual algunos marxistas se ponen solemnes y comienzan a largar una serie de enrevesados conceptos que no son fáciles de entender: nacionalización de los medios de producción, planificación, etc. Otros ofrecen gráficas con los éxitos del socialismo, los impresionantes ritmos de crecimiento económico, etc.
Todo eso está muy bien pero yo tengo otra opinión: los obreros no sacrifican sus vidas en una revolución para planificar la economía ni lograr éxitos espectaculares en los índices de producción industrial. Yo creo que eso sí es socialismo pero no es todo el socialismo, ni siquiera creo que eso sea lo más importante del socialismo. Creo que confundimos los fines con los medios. Desde luego que si me piden a mí -y creo que a cualquiera- que realice un esfuerzo tan tremendo como es una revolución socialista para lograr esas cosas, me quedaría en mi casa.
Aquí hay mucho más que un gigantesco error por parte de esos marxistas: hay una gran contradicción. Consiste en lo siguiente: a los marxistas se les llena la boca con la palabra movilización, con movilizar, con movimiento. Esas palabras vienen del latín “motu” pero de esta palabra se derivan otras, como motivación, emoción o conmoción. Es la motivación lo que moviliza. Sin embargo, muchos marxistas se han creído que pueden movilizar apelando a los índices de producción industrial u otras argumentaciones abstractas.
Están muy equivocados. Pero mucho…
Los seres humanos, todos los seres humanos, luchamos por algo que el capitalismo no nos ha dado y no nos dará jamás: la felicidad. Eso es lo que nos motiva, eso es lo que nos gusta y, por tanto, lo que nos mueve y conmueve.
No sólo queremos ser felices sino que además tenemos asumido que la felicidad es indivisible, es decir, que es muy difícil que alguien sea feliz si los que le redean no lo son: la felicidad es indivisible y la infelicidad es contagiosa.
Basta leer las noticias para saber que la infelicidad se acelera en las sociedades capitalistas actuales. Cualquier índice sociológico bastaría para comprobarlo. Por ejemplo, los suicidios son crecientes, sobre todo en las sociedades más desarrolladas, es decir, a medida que avanza el capitalismo la infelicidad crece. Cuando el capitalismo quiere llevar el desarrollo a los países más atrasados, lleva también la infelicidad y los índices de suicidios se disparan. Es lo que está ocurriendo en la India actualmente con los campesinos, un ejemplo de los que se podrían poner un montón.
Por lo tanto, el socialismo es lo único que permite a los seres humanos ser felices. La revolución no es otra cosa que comprender que para ser felices hay que edificar una sociedad socialista. Por lo tanto, la felicidad no es una utopía porque el socialismo no lo es y se demuestra en que cada una de las etapas necesarias para ser feliz son asequibles.
Veamos.
Basta preguntar a cualquiera en una parada de autobús para saber que no somos felices porque hay una serie de condicionantes que nos lo impiden hoy, como se lo impedían a los rusos en 1917 o a los chinos en 1949 o a los cubanos en 1959. ¿Cuáles eran esos condicionantes? Los más básicos, los más elementales, esos que se olvidan con tanta facilidad.
Aquí ya tenemos, pues, el primer pilar del socialismo: el socialismo consiste en preguntar a los obreros, a los más explotados, a los más humildes y a los más pobres: ¿qué es lo que necesitas? Ni siquiera hablo en términos de clase sino que pregunto uno por uno, en las fábricas, en las colas de la oficina de empleo, en los barrios deteriorados y marginales, a las entradas de los portales de los bloques de viviendas: ¿qué es lo que necesitas? ¿qué puedo hacer por tí?
¿Se entiende esto? Pues si se entiende - y parece fácil de entender- ahí tenemos al socialismo en acción, de manera que si eso no existe, si no se pregunta a los trabajadores por lo que necesitan, no veremos socialismo por ninguna parte porque el socialismo satisface sus necesidades, que son de muy diverso tipo y muy variadas: pan, paz, trabajo, tierra…
Satisfacer esas necesidades no es ningún sueño ni ninguna utopía: es factible. Si la necesidad es comer, hay para todos, para todo el mundo; si la necesidad es vestido, hay para todos; si es vivienda, hay para todos; si es educación, hay para todos; si es trabajo, hay para todos, si es sanidad, hay para todos… En el mundo hay para todos, hay de todo y sobra. Así empieza el socialismo: donde acaba el capitalismo, que no ha sido capaz de satisfacer ninguna de esas necesidades a lo largo de su historia; y en el futuro tampoco lo hará.
Pero eso no basta, ni mucho menos por un detalle importante: porque hemos dicho que la felicidad es colectiva o no es nada; porque decimos que hay de todo y para todos y eso también es colectivo. Es el segundo pilar del socialismo: no se trata de dar a nadie algo de lo que carece sino de que se organice para lograrlo, es decir, para que todos logren satisfacer sus necesidades por sí mismos.
Lo que es colectivo no sólo exige organización sino autoorganización, como decía el lema de la I Internacional, donde está otra de las grandes claves: la liberación de la clase obrera será tarea de la propia clase, colectivamente, añadiría yo, organizada como tal clase.
Es otra cosa que parece clara, pero a veces tengo la impresión de que no lo está tanto porque autoorganización del proletariado como clase significa dos cosas: primero libertad: la autoorganización es la libertad en acción, en movimiento; segundo, formación, conciencia, educación o como se quiera llamar. Marx lo decía de una manera más rebuscada: hablaba de clase “en sí” y clase “para sí”.
No hay libertad sin conciencia ni conciencia sin libertad. Por eso es lógico que la burguesia no entienda -ni quiera entender- nada de esto, a pesar de que está incorporado ya a nuestro lenguaje habitual. Cuando decimos de alguien que es una persona consciente, ¿a qué nos referimos? ¿A que hace lo que le da la gana? No. Así es como la entiende la burguesía. Eso es el individualismo burgués. La verdadera libertad es todo lo contrario. Cuando alguien hace lo que le da la gana, lo que le apetece en cada momento, no es una persona consciente; por el contrario, es un inconsciente; pero una persona inconsciente no es -ni puede ser- jamás una persona libre: sólo se cree libre, tiene una libertad ilusoria. La persona verdaderamente libre es aquella que hace en cada momento lo que debe hacer, lo que está obligado a hacer, lo que le dicta su conciencia.
Parece una contradicción, pero ¿existe algo en esta vida que proporcione más satisfacción que eso que llamamos el “deber cumplido”? Cuando hemos cumplido con nuestra obligación estamos libres de cualquier responsabilidad; es entonces cuando somos realmente libres; nadie nos puede pedir otra cosa más que ésa.
Naturalmente, tengo que insistir en algo que ya he dicho: el deber no nos lo impone nadie más que nosotros mismos. Hablo de nuestra propia conciencia, no de la ajena porque cuando creemos que la conciencia ajena, la que nos inculcan otros, la ideología burguesa, es nuestra, entonces no somos conscientes: como decía Marx, estamos alienados. En eso consiste ser una clase “en sí” misma y “para sí” misma. La única conciencia realmente libre es la conciencia de clase.
Repito la pregunta: ¿existe algo en esta vida que proporcione más satisfacción que eso que llamamos el “deber cumplido”? La respuesta la dio el gran poeta Maiakovski: la revolución ha sido una explosión de alegría. Tanto da que uno se refiera a 1917 como al 14 de abril de 1931. Las revoluciones han llevado la sonrisa a los humildes, a los explotados y oprimidos. Los obreros estaban contentos porque habían cumplido con su deber de clase. Todo lo demás es consecuencia de eso. Si los índices de producción industrial se dispararon fue por el entusiasmo de los obreros; si los nazis fueron derrotados fue por el entusiasmo de los soldados soviéticos.
En el siglo XX los países socialistas han sido los países de la libertad, aquellos en los que la libertad ha florecido, se ha desarrollado en todas sus posibles dimensiones: libertad de reunión, de expresión, de asociación, de manifestación… No hay libertad fuera de la revolución. Las contrarrevoluciones se desencadenan para acabar con la libertad y el entusiasmo de las masas oprimidas. Por ejemplo, el fascismo en España ha sido y es, en palabras del poeta gallego Celso Emilio Ferreiro, una “longa noite de pedra”, una pesadilla oscura.
Si el socialismo fue tan estupendo y si se identifica con los países socialistas, la pregunta es inevitable: ¿por qué han caído esos países socialistas? No es fácil responder a esta pregunta, ni tampoco a otras: ¿cuándo cayeron los países socialistas? ¿En 1956? ¿En 1990? ¿Con el muro? No es posible que eso haya sido un fenómeno instantáneo. Los fenómenos históricos son procesos, normalmente muy dilatados en el tiempo.
Por razones de tiempo voy a dejar apuntadas simplemente algunas de la razones, que podemos retomar a lo largo del debate posterior:
1. La correlación de fuerzas con el imperialismo fue siempre muy desfavorable para los países socialistas, a pesar de la victoria en la II Guerra Mundial. En todo el mundo la clase obrera era cuantitativamente muy poco importante, muy reciente en alguos de los países y carecía de la larga experiencia que ahora posee.
2. La derrota del socialismo no fue un éxito militar. El imperialismo consiguió más con la paz (coexistencia pacífica) que con la guerra. El socialismo no fue vencido desde fuera sino desde dentro de sus propias filas, por aquellos que se hicieron pasar por sus auténticos defensores: los revisionistas. Así pues, el proceso de descomposición del socialismo empezó en 1956 durante el XX Congreso del PCUS.
3. El ascenso de los revisionistas en 1956 expresaba, por un lado, las dudas, las vacilaciones y el desgaste padecido por la URSS durante el largo cerco imperialista y la guerra y, por el otro, la poderosa influencia que la ideología burguesa mantiene aún sobre el proletariado.
4. Bajo el socialismo sigue existiendo la lucha de clases y esa lucha adopta la forma de una lucha interna a la propia clase obrera y al propio partido comunista. Como consecuencia de ello, las contradicciones externas se transforman en internas y la lucha militar en controversias políticas e ideológicas.
La caída de los países socialistas lo que demuestra es que no estamos al final sino al principio de un proceso. Esto no ha hecho más que empezar. Es necesario prestar atención a esto porque es justamente lo que explica la caída del socialismo en toda una serie de países: porque la clase obrera estaba al principio de un proceso que se inició en 1917, es decir, porque era una clase muy débil en comparación con la burguesía, inexperta, que sólo logró vencer en un grupo reducido de países que, por lo demás, eran -a su vez- países débiles y atrasados desde muchos puntos de vista.
Esta es mi conclusión: la caída de los países socialistas no es final sino el principio del socialismo. Ahora es cuando realmente estamos en condiciones de desarrollar el socialismo en todo el mundo, de ser felices. Ahora es cuando la clase obrera está ampliamente extendida en todo el mundo. Ahora es cuando tenemos un cúmulo de experiencias que antes no teníamos. Ahora es cuando debemos ponernos en marcha.
Juan Manuel Olarieta
(charla en la Universidad Autónoma de Madrid, 17 de diciembre de 2009)
La caída del muro de Berlín hace 20 años es utilizada por la burguesía y los medios de comunicación a su servicio para dar la impresión de que el socialismo existió pero ya no existe y no volverá a existir nunca más. El socialismo sería así una experiencia pasada, del siglo XX, no del futuro, del siglo presente, porque, además, fue una experiencia negativa, aunque no dicen para quién fue negativa.
Se tata, pues, de finiquitar una parte de la historia o, mejor, dicho de presentarlo así: como un experimento. Se intentó, se probó, pero fracasó. De esta manera el socialismo se vincula a los países socialistas; la caída de los países socialistas es la caída misma del socialismo.
El punto y final de esta manipulación es eliminar al socialismo de la historia, como si nunca hubiera existido, borrarlo de la memoria colectiva del proletariado. Naturalmente que como eso no es posible, cuando no queda más remedio que hablar de ello, hay que presentarlo de otra forma: como una experiencia negativa, un fracaso social o quizá peor, una forma de barbarie. Aquí la burguesía está ayudada por una legión de colaboracionistas de los más diversos pelajes: capitalismo burocrático, gulag, culto a la personalidad, etc. La consigna de esos colaboracionistas es: nosotros también somos socialistas, queremos una sociedad sin clases, pero no “confundimos” al socialismo con la URSS. Vuelven al socialismo imposible, irreconocible, una abstracción vacía de significado histórico, que no tiene en cuenta las conquistas del proletariado, empezando por la Comuna de París.
Pues bien, el socialismo es algo bien concreto: ha existido y sigue existiendo, dentro y fuera de los países que lo han construido. Muchas de los logros del socialismo son históricos, es decir, han condicionado de tal forma el devenir de la humanidad que los capitalistas no pueden ni podrán nunca acabar con ellas, por más que se empeñen en dar marcha atrás. Es cierto que la burguesía, aprovechando la caída del socialismo y la confusión que ello ha sembrado en el movimiento obrero internacional, ha liquidado muchas conquistas sociales: estabilidad laboral, jornada de trabajo, etc.
Pero no todas, ni mucho menos. Por eso digo que el socialismo ha sido, es y seguirá siendo un fenómeno de trascendencia histórica, que si bien por un lado se identifica con los países que lo han construido, por el otro, trasciende a eso y ha calado en la historia de una manera definitiva. Este hecho es un reflejo del peso histórico adquirido por la clase obrera en todo el mundo.
La paz entre las naciones, el derecho de autodeterminación son ejemplos de eso; la educación universal, la atención sanitaria, son otros.
La trascendencia histórica del socialismo es de tal magnitud que en el futuro el calendario empezará a contar desde el 7 de noviembre de 1917, no desde el nacimiento de Jesucristo. Ya lo intentó la Revolución Francesa y no lo consiguió. La Revolución de Octubre inauguró una nueva época patra toda la humanidad. Y digo bien: no para los comunistas, ni siquiera para los trabajadores sino para toda la la humanidad, porque el futuro de la humanidad está en la clase obrera.
La pregunta claves es, pues: ¿qué es el socialismo? ¿A qué llamamos socialismo? Y más concretamente yo preguntaría: ¿con qué identificamos el socialismo? ¿El socialismo es un sueño? O mejor dicho: el socialismo ¿sigue siendo un sueño? ¿Una utopía, es decir, algo inalcanzable?
De momento a mí, personalmente, no me gustan las cosas incalcanzables, no pierdo el tiempo pensando en algo que no ha existido nunca y que no puede existir.
El socialismo no sólo no es un sueño sino que se ha construido en varios países. Por lo tanto, es algo alcanzable y sabemos -desde hace bastante tiempo- las vías que conducen hacia allá: los procesos, los recorridos y las etapas, cada una de las cuales es factible, como así se ha demostrado. Y ese es el problema de la burguesía: que desde 1917 el socialismo ha dejado de ser una utopía para convertirse en una realidad. Entonces tienen que manipular esa experiencia, esa memoria histórica, para desfigurarla.
¿Que nos han demostrado los países que han construido el socialismo? ¿Qué ha sido en el pasado y qué será el socialismo en el futuro?
Este es un punto en el cual algunos marxistas se ponen solemnes y comienzan a largar una serie de enrevesados conceptos que no son fáciles de entender: nacionalización de los medios de producción, planificación, etc. Otros ofrecen gráficas con los éxitos del socialismo, los impresionantes ritmos de crecimiento económico, etc.
Todo eso está muy bien pero yo tengo otra opinión: los obreros no sacrifican sus vidas en una revolución para planificar la economía ni lograr éxitos espectaculares en los índices de producción industrial. Yo creo que eso sí es socialismo pero no es todo el socialismo, ni siquiera creo que eso sea lo más importante del socialismo. Creo que confundimos los fines con los medios. Desde luego que si me piden a mí -y creo que a cualquiera- que realice un esfuerzo tan tremendo como es una revolución socialista para lograr esas cosas, me quedaría en mi casa.
Aquí hay mucho más que un gigantesco error por parte de esos marxistas: hay una gran contradicción. Consiste en lo siguiente: a los marxistas se les llena la boca con la palabra movilización, con movilizar, con movimiento. Esas palabras vienen del latín “motu” pero de esta palabra se derivan otras, como motivación, emoción o conmoción. Es la motivación lo que moviliza. Sin embargo, muchos marxistas se han creído que pueden movilizar apelando a los índices de producción industrial u otras argumentaciones abstractas.
Están muy equivocados. Pero mucho…
Los seres humanos, todos los seres humanos, luchamos por algo que el capitalismo no nos ha dado y no nos dará jamás: la felicidad. Eso es lo que nos motiva, eso es lo que nos gusta y, por tanto, lo que nos mueve y conmueve.
No sólo queremos ser felices sino que además tenemos asumido que la felicidad es indivisible, es decir, que es muy difícil que alguien sea feliz si los que le redean no lo son: la felicidad es indivisible y la infelicidad es contagiosa.
Basta leer las noticias para saber que la infelicidad se acelera en las sociedades capitalistas actuales. Cualquier índice sociológico bastaría para comprobarlo. Por ejemplo, los suicidios son crecientes, sobre todo en las sociedades más desarrolladas, es decir, a medida que avanza el capitalismo la infelicidad crece. Cuando el capitalismo quiere llevar el desarrollo a los países más atrasados, lleva también la infelicidad y los índices de suicidios se disparan. Es lo que está ocurriendo en la India actualmente con los campesinos, un ejemplo de los que se podrían poner un montón.
Por lo tanto, el socialismo es lo único que permite a los seres humanos ser felices. La revolución no es otra cosa que comprender que para ser felices hay que edificar una sociedad socialista. Por lo tanto, la felicidad no es una utopía porque el socialismo no lo es y se demuestra en que cada una de las etapas necesarias para ser feliz son asequibles.
Veamos.
Basta preguntar a cualquiera en una parada de autobús para saber que no somos felices porque hay una serie de condicionantes que nos lo impiden hoy, como se lo impedían a los rusos en 1917 o a los chinos en 1949 o a los cubanos en 1959. ¿Cuáles eran esos condicionantes? Los más básicos, los más elementales, esos que se olvidan con tanta facilidad.
Aquí ya tenemos, pues, el primer pilar del socialismo: el socialismo consiste en preguntar a los obreros, a los más explotados, a los más humildes y a los más pobres: ¿qué es lo que necesitas? Ni siquiera hablo en términos de clase sino que pregunto uno por uno, en las fábricas, en las colas de la oficina de empleo, en los barrios deteriorados y marginales, a las entradas de los portales de los bloques de viviendas: ¿qué es lo que necesitas? ¿qué puedo hacer por tí?
¿Se entiende esto? Pues si se entiende - y parece fácil de entender- ahí tenemos al socialismo en acción, de manera que si eso no existe, si no se pregunta a los trabajadores por lo que necesitan, no veremos socialismo por ninguna parte porque el socialismo satisface sus necesidades, que son de muy diverso tipo y muy variadas: pan, paz, trabajo, tierra…
Satisfacer esas necesidades no es ningún sueño ni ninguna utopía: es factible. Si la necesidad es comer, hay para todos, para todo el mundo; si la necesidad es vestido, hay para todos; si es vivienda, hay para todos; si es educación, hay para todos; si es trabajo, hay para todos, si es sanidad, hay para todos… En el mundo hay para todos, hay de todo y sobra. Así empieza el socialismo: donde acaba el capitalismo, que no ha sido capaz de satisfacer ninguna de esas necesidades a lo largo de su historia; y en el futuro tampoco lo hará.
Pero eso no basta, ni mucho menos por un detalle importante: porque hemos dicho que la felicidad es colectiva o no es nada; porque decimos que hay de todo y para todos y eso también es colectivo. Es el segundo pilar del socialismo: no se trata de dar a nadie algo de lo que carece sino de que se organice para lograrlo, es decir, para que todos logren satisfacer sus necesidades por sí mismos.
Lo que es colectivo no sólo exige organización sino autoorganización, como decía el lema de la I Internacional, donde está otra de las grandes claves: la liberación de la clase obrera será tarea de la propia clase, colectivamente, añadiría yo, organizada como tal clase.
Es otra cosa que parece clara, pero a veces tengo la impresión de que no lo está tanto porque autoorganización del proletariado como clase significa dos cosas: primero libertad: la autoorganización es la libertad en acción, en movimiento; segundo, formación, conciencia, educación o como se quiera llamar. Marx lo decía de una manera más rebuscada: hablaba de clase “en sí” y clase “para sí”.
No hay libertad sin conciencia ni conciencia sin libertad. Por eso es lógico que la burguesia no entienda -ni quiera entender- nada de esto, a pesar de que está incorporado ya a nuestro lenguaje habitual. Cuando decimos de alguien que es una persona consciente, ¿a qué nos referimos? ¿A que hace lo que le da la gana? No. Así es como la entiende la burguesía. Eso es el individualismo burgués. La verdadera libertad es todo lo contrario. Cuando alguien hace lo que le da la gana, lo que le apetece en cada momento, no es una persona consciente; por el contrario, es un inconsciente; pero una persona inconsciente no es -ni puede ser- jamás una persona libre: sólo se cree libre, tiene una libertad ilusoria. La persona verdaderamente libre es aquella que hace en cada momento lo que debe hacer, lo que está obligado a hacer, lo que le dicta su conciencia.
Parece una contradicción, pero ¿existe algo en esta vida que proporcione más satisfacción que eso que llamamos el “deber cumplido”? Cuando hemos cumplido con nuestra obligación estamos libres de cualquier responsabilidad; es entonces cuando somos realmente libres; nadie nos puede pedir otra cosa más que ésa.
Naturalmente, tengo que insistir en algo que ya he dicho: el deber no nos lo impone nadie más que nosotros mismos. Hablo de nuestra propia conciencia, no de la ajena porque cuando creemos que la conciencia ajena, la que nos inculcan otros, la ideología burguesa, es nuestra, entonces no somos conscientes: como decía Marx, estamos alienados. En eso consiste ser una clase “en sí” misma y “para sí” misma. La única conciencia realmente libre es la conciencia de clase.
Repito la pregunta: ¿existe algo en esta vida que proporcione más satisfacción que eso que llamamos el “deber cumplido”? La respuesta la dio el gran poeta Maiakovski: la revolución ha sido una explosión de alegría. Tanto da que uno se refiera a 1917 como al 14 de abril de 1931. Las revoluciones han llevado la sonrisa a los humildes, a los explotados y oprimidos. Los obreros estaban contentos porque habían cumplido con su deber de clase. Todo lo demás es consecuencia de eso. Si los índices de producción industrial se dispararon fue por el entusiasmo de los obreros; si los nazis fueron derrotados fue por el entusiasmo de los soldados soviéticos.
En el siglo XX los países socialistas han sido los países de la libertad, aquellos en los que la libertad ha florecido, se ha desarrollado en todas sus posibles dimensiones: libertad de reunión, de expresión, de asociación, de manifestación… No hay libertad fuera de la revolución. Las contrarrevoluciones se desencadenan para acabar con la libertad y el entusiasmo de las masas oprimidas. Por ejemplo, el fascismo en España ha sido y es, en palabras del poeta gallego Celso Emilio Ferreiro, una “longa noite de pedra”, una pesadilla oscura.
Si el socialismo fue tan estupendo y si se identifica con los países socialistas, la pregunta es inevitable: ¿por qué han caído esos países socialistas? No es fácil responder a esta pregunta, ni tampoco a otras: ¿cuándo cayeron los países socialistas? ¿En 1956? ¿En 1990? ¿Con el muro? No es posible que eso haya sido un fenómeno instantáneo. Los fenómenos históricos son procesos, normalmente muy dilatados en el tiempo.
Por razones de tiempo voy a dejar apuntadas simplemente algunas de la razones, que podemos retomar a lo largo del debate posterior:
1. La correlación de fuerzas con el imperialismo fue siempre muy desfavorable para los países socialistas, a pesar de la victoria en la II Guerra Mundial. En todo el mundo la clase obrera era cuantitativamente muy poco importante, muy reciente en alguos de los países y carecía de la larga experiencia que ahora posee.
2. La derrota del socialismo no fue un éxito militar. El imperialismo consiguió más con la paz (coexistencia pacífica) que con la guerra. El socialismo no fue vencido desde fuera sino desde dentro de sus propias filas, por aquellos que se hicieron pasar por sus auténticos defensores: los revisionistas. Así pues, el proceso de descomposición del socialismo empezó en 1956 durante el XX Congreso del PCUS.
3. El ascenso de los revisionistas en 1956 expresaba, por un lado, las dudas, las vacilaciones y el desgaste padecido por la URSS durante el largo cerco imperialista y la guerra y, por el otro, la poderosa influencia que la ideología burguesa mantiene aún sobre el proletariado.
4. Bajo el socialismo sigue existiendo la lucha de clases y esa lucha adopta la forma de una lucha interna a la propia clase obrera y al propio partido comunista. Como consecuencia de ello, las contradicciones externas se transforman en internas y la lucha militar en controversias políticas e ideológicas.
La caída de los países socialistas lo que demuestra es que no estamos al final sino al principio de un proceso. Esto no ha hecho más que empezar. Es necesario prestar atención a esto porque es justamente lo que explica la caída del socialismo en toda una serie de países: porque la clase obrera estaba al principio de un proceso que se inició en 1917, es decir, porque era una clase muy débil en comparación con la burguesía, inexperta, que sólo logró vencer en un grupo reducido de países que, por lo demás, eran -a su vez- países débiles y atrasados desde muchos puntos de vista.
Esta es mi conclusión: la caída de los países socialistas no es final sino el principio del socialismo. Ahora es cuando realmente estamos en condiciones de desarrollar el socialismo en todo el mundo, de ser felices. Ahora es cuando la clase obrera está ampliamente extendida en todo el mundo. Ahora es cuando tenemos un cúmulo de experiencias que antes no teníamos. Ahora es cuando debemos ponernos en marcha.