La naturaleza no conoce fronteras, los efectos devastadores del capitalismo y su irracionalidad económica y técnica tampoco
Es el capital quien, en su desaforada carrera en busca de mayores beneficios, impide que los desastres naturales sean prevenidos y salvados
La tarde del miércoles once de mayo la ciudad de Lorca, situada en la Comunidad Autónoma de Murcia, en el Sudeste de España, sufrió un terremoto devastador. A las 17:05 de la tarde, un temblor de 4,4 grados en la escala Richter sacudió los edificios del casco urbano lorquino y a las 18:48 otro, esta vez de 5,2 grados Richter, con origen en una pedanía de las afueras, acaba por sembrar el caos y la destrucción en todo el pueblo y la comarca.
Lorca se encuentra situada en la franja de separación de las placas tectónicas eurasiática y africana, justamente encima de la falla de Alhama, que cruza la región de Noroeste a Sureste, una zona de actividad sísmica considerablemente intensa donde, de hecho, se repiten con cierta frecuencia los movimientos de tierras y donde los científicos geólogos registran continuamente movimientos en las placas y una actividad continua de la falla geológica. No es la primera vez que esta región sufre un terremoto de estas características, desde que aparecen los primeros asentamientos estables en la zona, la región del sudeste ibérico (desde el Mar de Alborán en Almería hasta la zona alicantina de Alcoy) ha visto en decenas de ocasiones temblar la tierra y sucumbir sus edificios, sus templos y sus fortificaciones ante la fuerza inapelable de la naturaleza. El problema de la destrucción de Lorca con el terremoto del día once no es, por tanto, cuestión de una catástrofe imprevisible, ni de una fatalidad del destino. De hecho los problemas naturales son, esencialmente, algo humano. Es la sociedad humana la que padece sus efectos y la que tiene en sus manos organizarse de tal forma que estos dejen de convertirse en catástrofes mortales que arrasan el lugar donde aparecen.
Lorca es, hoy, una ciudad dedicada a la agricultura intensiva, como en general toda la zona vecina, especialmente la almeriense, conocida por formar un mar de plástico con sus inmensas extensiones de invernaderos en los que se utilizan las técnicas de riego, plantación y cultivo más modernas de toda Europa. El crecimiento demográfico de Lorca, principal agravante del seísmo, se ha debido, principalmente, a la constitución de barrios de aluvión de proletarios del campo, inmigrantes en su mayoría y trabajadores de la construcción que, al calor del desarrollo económico vivido en la región en los últimos quince años, se levantaron alrededor del casco histórico y que, hoy, prácticamente han quedado destruidos en su totalidad. En una zona de gran actividad sísmica, de fuertes movimientos de las placas tectónicas, la necesidad del capitalismo de aglutinar a la mano de obra cerca de las zonas de producción, ha construido auténticos almacenes de proletarios que, llegado el momento, no han resistido ni el primer envite de la naturaleza.
De los 92000 habitantes que tiene la región de Lorca, 13000 son inmigrantes, es decir, una población llegada en la última década para trabajar en el campo y la construcción. Han sido sus barrios los primeros en venirse abajo, básicamente porque las construcciones en las que son alojados, construidas con materiales de pésima calidad, levantadas sin ningún orden racional que permita evacuarlas en caso de desastre, ni siquiera cumplían la normativa vigente en España desde 2002 que obliga levantar los edificios utilizando la tecnología anti sísmica, ésa misma que, en el reciente terremoto de Japón (considerablemente más intenso que el de Lorca) evitó que las construcciones que la tenían, se derrumbasen. Así como a la hora de producir, de emplear mano de obra ya sea en la construcción, en la fábrica o en los campos de cultivo, la burguesía busca pagar lo menos posible por la fuerza de trabajo empleada, reducir sus costes para obtener menos beneficio, así los proletarios son obligados a vivir en zonas peligrosas y ni tan siquiera pueden disfrutar de la mínima protección que garantizan los, por otro lado caros para la burguesía, sistemas de seguridad que el grado de desarrollo de la ciencia y la tecnología pueden proporcionar. No es por casualidad que los nueve muertos lo han sido no tanto por el derrumbe de edificios, algo que la intensidad del terremoto no ha provocado de manera masiva, sino por la caída a la calle de muros, cornisas, etc. El beneficio, la ganancia, se imponen dictatorialmente como verdadera razón de la suerte, de la vida y de la muerte, de la población proletaria que está condenada a sobrevivir en condiciones cada vez peores.
Pero no es únicamente en la agravación de los efectos del terremoto por parte del capitalismo, especia de amplificador de todos los desastres naturales, donde puede verse la verdadera naturaleza de este sistema criminal. Después del desastre natural comienza el desastre capitalista. El trato a los damnificados, la organización del auxilio, la gestión, en una palabra, de las consecuencias del terremoto, han sido y son aún hoy algo peor que el mismo terremoto.
El despliegue del ejército en la zona afectada responde a una necesidad no sólo de proteger y rescatar a las víctimas sino a una función de control social que impida que los afectados, en su mayoría proletarios que han perdido los pocos medios de subsistencia con que contaban, saqueen, roben… los productos básicos e imprescindibles. Es decir, se despliega al ejército antes que a los equipos sanitarios (casi veinticuatro horas después del terremoto apenas había en Lorca un hospital militar… donde casi ni siquiera se podía intervenir quirúrgicamente a los heridos y enfermos) para salvaguardar la sacrosanta propiedad privada. En la cabeza de todos los burgueses continúa la imagen de Nueva Orleans hace unos años donde la Guardia Nacional norteamericana abatía a tiros por las calles a los proletarios, negros en su mayoría pero no únicamente, que asaltaban tiendas para poder obtener agua potable.
La concentración y el reagrupamiento de los afectados por el terremoto en el recinto ferial más grande que existe en Lorca, tiene, igualmente, una función más que de ayuda de control. Basta para entenderlo que la función de la policía en las horas inmediatamente posteriores al seísmo ha consistido en controlar a los inmigrantes que acudían exigiendo los papeles que autorizan su residencia legal en territorio español, con la consabida detención de aquellos que no los tenían para, después poder expulsarlos. Ni siquiera en circunstancias tan graves la burguesía ceja en su empeño de controlar, reprimir y atacar a los proletarios, especialmente a aquellos que, como los proletarios inmigrantes, se encuentran en una posición de debilidad mucho mayor, que son vistos como mano de obra sobrante una vez la crisis económica les coloca fuera del proceso productivo como inútiles en tanto ya no generan más beneficio.
A día de hoy, la distinción en este sentido es clara y meridiana: el 80% de los afectados que continúan sin alojamiento son inmigrantes. Arrojados al paro, a la sobreexplotación para aquellos que aún tienen un trabajo, y a la deportación para aquella mayoría que lo va perdiendo a medida que la actividad productiva desaparece de la región como consecuencia de la crisis que asola las economías de todo el mundo capitalista, después del terremoto continúan siendo tratados como objetos inútiles cuya suerte resulta indiferente para el capital una vez que han dejado de ser rentables.
Los medios de comunicación, los políticos en campaña electoral, la Iglesia y, en una palabra, el conjunto de los servidores de la burguesía y del sistema capitalista, hablan de catástrofe, de caos, de desgracia insalvable e inevitable. Pero es el sistema, al que tan celosamente defienden ya pertenezcan a tal o cual de las tendencias políticas de la burguesía que en una semana representarán el gran circo democrático, el que es una catástrofe, el que genera el caos y el que impone la lógica mercantil, la lógica del beneficio y de la explotación, también con las catástrofes naturales. Es el capitalismo el que magnifica los efectos de las catástrofes naturales, el que da lugar a las muertes por negligencia, el que no prepara las edificaciones para que resistan al seísmo más que predecible2, el que trata a las víctimas de éste como cantidades inhumanas de residuos a los que desechar. Es el capitalismo, en una palabra, el responsable de que aún hoy la naturaleza siga siendo algo incomprensible y agresivo para la humanidad.
Mientras la lógica irracional de la producción capitalista exista, mientras el fundamento del desarrollo económico siga estando en las unidades productivas aisladas, enfrentadas entre ellas por la competencia y el beneficio prime sobre el desarrollo social armónico, el caos será el pan nuestro de cada día. La ciencia, constreñida a los mismos límites sociales que la producción, únicamente será un apoyo para las innovaciones productivas, para aquellas que acrecientan la productividad del trabajo y la apropiación privada de los frutos de éste sin romper, por tanto, ni tan siquiera los límites formados por el irracionalismo que dice combatir. La tecnología desarrollada igualmente según los parámetros de la producción capitalista, será únicamente una fuente de beneficio privado y no acabará con las consecuencias de los seísmos o de cualquier catástrofe natural. La humanidad, en definitiva, mientras continúe viviendo bajo la opresión capitalista, seguirá en una prehistoria de la que sólo la lucha de clase del proletariado, el combate contra el régimen de la propiedad privada y del trabajo asalariado, mediante la dictadura proletaria y la transformación socialista de la sociedad, podrán sacarla.
Partido Comunista Internacional
14 de mayo de 2011
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Es el capital quien, en su desaforada carrera en busca de mayores beneficios, impide que los desastres naturales sean prevenidos y salvados
La tarde del miércoles once de mayo la ciudad de Lorca, situada en la Comunidad Autónoma de Murcia, en el Sudeste de España, sufrió un terremoto devastador. A las 17:05 de la tarde, un temblor de 4,4 grados en la escala Richter sacudió los edificios del casco urbano lorquino y a las 18:48 otro, esta vez de 5,2 grados Richter, con origen en una pedanía de las afueras, acaba por sembrar el caos y la destrucción en todo el pueblo y la comarca.
Lorca se encuentra situada en la franja de separación de las placas tectónicas eurasiática y africana, justamente encima de la falla de Alhama, que cruza la región de Noroeste a Sureste, una zona de actividad sísmica considerablemente intensa donde, de hecho, se repiten con cierta frecuencia los movimientos de tierras y donde los científicos geólogos registran continuamente movimientos en las placas y una actividad continua de la falla geológica. No es la primera vez que esta región sufre un terremoto de estas características, desde que aparecen los primeros asentamientos estables en la zona, la región del sudeste ibérico (desde el Mar de Alborán en Almería hasta la zona alicantina de Alcoy) ha visto en decenas de ocasiones temblar la tierra y sucumbir sus edificios, sus templos y sus fortificaciones ante la fuerza inapelable de la naturaleza. El problema de la destrucción de Lorca con el terremoto del día once no es, por tanto, cuestión de una catástrofe imprevisible, ni de una fatalidad del destino. De hecho los problemas naturales son, esencialmente, algo humano. Es la sociedad humana la que padece sus efectos y la que tiene en sus manos organizarse de tal forma que estos dejen de convertirse en catástrofes mortales que arrasan el lugar donde aparecen.
Lorca es, hoy, una ciudad dedicada a la agricultura intensiva, como en general toda la zona vecina, especialmente la almeriense, conocida por formar un mar de plástico con sus inmensas extensiones de invernaderos en los que se utilizan las técnicas de riego, plantación y cultivo más modernas de toda Europa. El crecimiento demográfico de Lorca, principal agravante del seísmo, se ha debido, principalmente, a la constitución de barrios de aluvión de proletarios del campo, inmigrantes en su mayoría y trabajadores de la construcción que, al calor del desarrollo económico vivido en la región en los últimos quince años, se levantaron alrededor del casco histórico y que, hoy, prácticamente han quedado destruidos en su totalidad. En una zona de gran actividad sísmica, de fuertes movimientos de las placas tectónicas, la necesidad del capitalismo de aglutinar a la mano de obra cerca de las zonas de producción, ha construido auténticos almacenes de proletarios que, llegado el momento, no han resistido ni el primer envite de la naturaleza.
De los 92000 habitantes que tiene la región de Lorca, 13000 son inmigrantes, es decir, una población llegada en la última década para trabajar en el campo y la construcción. Han sido sus barrios los primeros en venirse abajo, básicamente porque las construcciones en las que son alojados, construidas con materiales de pésima calidad, levantadas sin ningún orden racional que permita evacuarlas en caso de desastre, ni siquiera cumplían la normativa vigente en España desde 2002 que obliga levantar los edificios utilizando la tecnología anti sísmica, ésa misma que, en el reciente terremoto de Japón (considerablemente más intenso que el de Lorca) evitó que las construcciones que la tenían, se derrumbasen. Así como a la hora de producir, de emplear mano de obra ya sea en la construcción, en la fábrica o en los campos de cultivo, la burguesía busca pagar lo menos posible por la fuerza de trabajo empleada, reducir sus costes para obtener menos beneficio, así los proletarios son obligados a vivir en zonas peligrosas y ni tan siquiera pueden disfrutar de la mínima protección que garantizan los, por otro lado caros para la burguesía, sistemas de seguridad que el grado de desarrollo de la ciencia y la tecnología pueden proporcionar. No es por casualidad que los nueve muertos lo han sido no tanto por el derrumbe de edificios, algo que la intensidad del terremoto no ha provocado de manera masiva, sino por la caída a la calle de muros, cornisas, etc. El beneficio, la ganancia, se imponen dictatorialmente como verdadera razón de la suerte, de la vida y de la muerte, de la población proletaria que está condenada a sobrevivir en condiciones cada vez peores.
Pero no es únicamente en la agravación de los efectos del terremoto por parte del capitalismo, especia de amplificador de todos los desastres naturales, donde puede verse la verdadera naturaleza de este sistema criminal. Después del desastre natural comienza el desastre capitalista. El trato a los damnificados, la organización del auxilio, la gestión, en una palabra, de las consecuencias del terremoto, han sido y son aún hoy algo peor que el mismo terremoto.
El despliegue del ejército en la zona afectada responde a una necesidad no sólo de proteger y rescatar a las víctimas sino a una función de control social que impida que los afectados, en su mayoría proletarios que han perdido los pocos medios de subsistencia con que contaban, saqueen, roben… los productos básicos e imprescindibles. Es decir, se despliega al ejército antes que a los equipos sanitarios (casi veinticuatro horas después del terremoto apenas había en Lorca un hospital militar… donde casi ni siquiera se podía intervenir quirúrgicamente a los heridos y enfermos) para salvaguardar la sacrosanta propiedad privada. En la cabeza de todos los burgueses continúa la imagen de Nueva Orleans hace unos años donde la Guardia Nacional norteamericana abatía a tiros por las calles a los proletarios, negros en su mayoría pero no únicamente, que asaltaban tiendas para poder obtener agua potable.
La concentración y el reagrupamiento de los afectados por el terremoto en el recinto ferial más grande que existe en Lorca, tiene, igualmente, una función más que de ayuda de control. Basta para entenderlo que la función de la policía en las horas inmediatamente posteriores al seísmo ha consistido en controlar a los inmigrantes que acudían exigiendo los papeles que autorizan su residencia legal en territorio español, con la consabida detención de aquellos que no los tenían para, después poder expulsarlos. Ni siquiera en circunstancias tan graves la burguesía ceja en su empeño de controlar, reprimir y atacar a los proletarios, especialmente a aquellos que, como los proletarios inmigrantes, se encuentran en una posición de debilidad mucho mayor, que son vistos como mano de obra sobrante una vez la crisis económica les coloca fuera del proceso productivo como inútiles en tanto ya no generan más beneficio.
A día de hoy, la distinción en este sentido es clara y meridiana: el 80% de los afectados que continúan sin alojamiento son inmigrantes. Arrojados al paro, a la sobreexplotación para aquellos que aún tienen un trabajo, y a la deportación para aquella mayoría que lo va perdiendo a medida que la actividad productiva desaparece de la región como consecuencia de la crisis que asola las economías de todo el mundo capitalista, después del terremoto continúan siendo tratados como objetos inútiles cuya suerte resulta indiferente para el capital una vez que han dejado de ser rentables.
Los medios de comunicación, los políticos en campaña electoral, la Iglesia y, en una palabra, el conjunto de los servidores de la burguesía y del sistema capitalista, hablan de catástrofe, de caos, de desgracia insalvable e inevitable. Pero es el sistema, al que tan celosamente defienden ya pertenezcan a tal o cual de las tendencias políticas de la burguesía que en una semana representarán el gran circo democrático, el que es una catástrofe, el que genera el caos y el que impone la lógica mercantil, la lógica del beneficio y de la explotación, también con las catástrofes naturales. Es el capitalismo el que magnifica los efectos de las catástrofes naturales, el que da lugar a las muertes por negligencia, el que no prepara las edificaciones para que resistan al seísmo más que predecible2, el que trata a las víctimas de éste como cantidades inhumanas de residuos a los que desechar. Es el capitalismo, en una palabra, el responsable de que aún hoy la naturaleza siga siendo algo incomprensible y agresivo para la humanidad.
Mientras la lógica irracional de la producción capitalista exista, mientras el fundamento del desarrollo económico siga estando en las unidades productivas aisladas, enfrentadas entre ellas por la competencia y el beneficio prime sobre el desarrollo social armónico, el caos será el pan nuestro de cada día. La ciencia, constreñida a los mismos límites sociales que la producción, únicamente será un apoyo para las innovaciones productivas, para aquellas que acrecientan la productividad del trabajo y la apropiación privada de los frutos de éste sin romper, por tanto, ni tan siquiera los límites formados por el irracionalismo que dice combatir. La tecnología desarrollada igualmente según los parámetros de la producción capitalista, será únicamente una fuente de beneficio privado y no acabará con las consecuencias de los seísmos o de cualquier catástrofe natural. La humanidad, en definitiva, mientras continúe viviendo bajo la opresión capitalista, seguirá en una prehistoria de la que sólo la lucha de clase del proletariado, el combate contra el régimen de la propiedad privada y del trabajo asalariado, mediante la dictadura proletaria y la transformación socialista de la sociedad, podrán sacarla.
Partido Comunista Internacional
14 de mayo de 2011
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