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Nacimos con la disposición de constituirnos en un instrumento útil para el proletariado y aprender a dirigir sus luchas, a guiarlo en el camino de la revolución. Ello nos ha exigido, entre otras cosas: una permanente pelea contra las múltiples desviaciones revisionistas que siguen enturbiando el campo de los comunistas; un esfuerzo considerable por asentar nuestra estructura organizativa, absolutamente necesaria para encarar esa tarea; formar cuadros preparados para dirigir las organizaciones e intervenir en el movimiento de masas; desarrollar el trabajo de nuestros militantes entre las masas, combatiendo las tendencias al teoricismo, al aislamiento, al eclecticismo y el reformismo que se dan en el entorno más cercano y entre las organizaciones con las que trabajamos en el frente sindical, republicano, juvenil, etc.; tendencias que no dejan de influirnos y que nos separan de las masas.
Hemos logrado avances innegables en esta tarea: hoy resulta evidente que tenemos una organización joven, asentada, que se esfuerza por participar activamente en las luchas, sin separarse de las masas, orientándolas; que rechaza el sectarismo, la pedantería mesiánica y la marginalidad. Los comités de dirección se han reforzado, han mejorado su trabajo colectivo… Nuestro Partido se ha convertido en una referencia y nuestro permanente combate contra el revisionismo reformista o radical oportunista está empezando a abrir un debate en el campo popular que debe continuar. Hemos llevado al orden del día del movimiento comunista la necesidad de recuperar el contacto con las más amplias masas, reforzar sus estructuras orgánicas (sindicales, estudiantiles, ciudadanas, juveniles, etc.); establecer objetivos tácticos que refuercen la unidad en torno a la lucha por la República Popular y Federativa, hemos delimitado los campos con el oportunismo, ya sea de derecha o ultraizquierda.
Hoy nuestro Partido está en mejores condiciones para encarar la pelea ideológica que, nadie lo dude, se va a entablar en el campo de la izquierda en general y en el de los comunistas con particular virulencia, una vez que el desarrollo de los acontecimientos en el plano nacional e internacional vaya dejando claro que entramos en un periodo de lucha de clases descarnada, en el que los objetivos políticos y sus principios ideológicos pasan a ser determinantes en la acción de las diversas fuerzas políticas.
Pero, aunque hayamos avanzado mucho, no debemos darnos por satisfechos, ni mucho menos: somos aún muy débiles para cumplir plenamente el papel que corresponde a los comunistas en una coyuntura como la actual.
A lo largo de este tiempo, el capitalismo ha entrado en una profunda recesión, de la que se muestra incapaz de salir, que está sacando a la luz las contradicciones propias de un sistema atrapado en sus propias leyes que le empujan hacia la destrucción.
La dureza de la crisis enfrenta cada vez de una forma más abierta a unos imperialistas contra otros, incrementa sus peleas económicas, sus diferencias políticas y, también, sus miedos de clase. El imperialismo se enfrenta con una dureza extrema contra los pueblos, en un intento de salir de su espiral de crisis a costa de los intereses de la mayoría; y, con ello, no solo no pone fin al problema y se precipita más y más en una espiral de sobre producción y crisis, sino que se ve obligado a poner fin a toda concesión, enseñando su verdadera cara ante el proletariado y los pueblos.
Es por eso que las luchas y movilizaciones sociales se han desarrollado con una velocidad de vértigo en Europa y en el Mundo. Las huelgas generales, manifestaciones y enfrentamientos cada vez más violentos se extienden por todas partes. Y con este incremento de la confrontación social: sindical, estudiantil, etc., se manifiesta de la forma más aguda la necesidad de dar una perspectiva política al movimiento, lo que, a su vez, coloca la ideología en la primera línea del debate en el campo popular.
Es por todos estos motivos que en este Congreso nos propusimos básicamente dos objetivos:
El primero de ellos, tratar sobre cómo mejorar nuestra intervención, combatiendo la tendencia residual, pero aún existente en nuestro partido, a actuar al margen del movimiento de masas organizado; mejorar la vida colectiva en los comités y células; reforzar el centralismo democrático, acabando con la actividad inorgánica e imponiendo los cauces y métodos de organización leninistas que nos han hecho más fuertes.
El segundo, profundizar sobre el papel de los comunistas en la lucha, combatiendo con más intensidad las desviaciones reformistas o radical oportunistas que debilitan el campo popular y que, como en los últimos meses hemos podido comprobar, cada vez se dan con mayor claridad y de modo más virulento.
Los revisionistas nos atacan con saña, callan nuestros avances, silencian nuestras posiciones y evitan la confrontación ideológica con mil artimañas, pero no pueden ignorar nuestra presencia. Nuestra apuesta por la unidad antioligárquica y nuestra firmeza ideológica son señas de identidad del Partido que no pasan desapercibidas. Algunos nos acusan de sectarios porque entre comunistas exigimos claridad y firmeza en los principios y no estamos dispuestos a aceptar chalaneos en temas ideológicos. Pero nosotros entendemos que, como señalaba Marx y recogíamos en nuestro documento sobre Unidad Popular, la actitud de una organización sectaria se manifiesta de otra forma: «La secta ve la justificación de su existencia y “su punto de honor”, no en lo que tiene en común con el movimiento de masas, sino en el peculiar “sésamo” que lo distingue de él».
Es decir: sectarismo es no ligarse a las masas, despreciar la intervención en las organizaciones que agrupan a estas; de igual forma que revisionismo es deformar la dialéctica, olvidar los objetivos generales del movimiento y separar al partido de su papel: organizar la revolución.
Hemos denunciado siempre la tendencia del revisionismo moderno a enfocar el problema al revés de cómo se da: ellos disputan con saña irracional el papel de las organizaciones de masas en la pelea por cuestiones inmediatas, reniegan de cualquier concesión táctica dirigida a reforzar la unidad del movimiento frente a la oligarquía imperialista, consideran una cesión “revisionista” el trabajar en el interior de los grandes sindicatos controlados por el oportunismo de derecha y disputar a estos su dirección donde podamos; y, al tiempo, abrazan cualquier teoría nueva que pretenda superar el marxismo, se encadenan y encadenan sus principios al primer caudillo populista, sin percibir en el flujo permanente de los procesos políticos los cambios intervenidos. Esta percepción equivocada, esta visión deformada de la realidad, es una dialéctica al revés en la que las conclusiones de los análisis, podríamos decir que son realmente las contrarias de las que resultarían lógicas.
Quienes nos planteamos transformar el mundo y no solo interpretarlo, necesitamos de un instrumento como el materialismo dialéctico, que nos permita analizar la realidad para orientarnos en los procesos políticos y sociales, desentrañar las fuerzas que intervienen, su mutua influencia, la tendencia dominante, los elementos determinantes en cada momento; todo ello requiere poner permanentemente en cuestión nuestra propia actividad. Lo que queremos es intervenir en los procesos para favorecer el desarrollo de sus elementos progresistas, los que empujan de ellos hacia la revolución, pero uno de los requisitos para cumplir esto es determinar el sentido final, el objetivo hacia el que queremos dirigir el movimiento.
Los revisionistas, por el contrario, trabajan a corto plazo. Como señalaba el primero de ellos, Bernstein, consideran el movimiento en sí el único elemento a tener en cuenta en todo proceso; el objetivo para ellos es algo secundario, accesorio. El revisionismo olvida el objetivo de la lucha, ignora los principios como algo accesorio; o, peor aún, enarbola las cuestiones inmediatas de la lucha como objetivo de esta. Abomina, en definitiva, del papel central de la clase obrera en la lucha política y el de su destacamento de dirección, el Partido Comunista.
Esa supeditación del objetivo al movimiento explica la docilidad de muchos de los dirigentes más rabiosamente izquierdistas de hoy con el giro que impuso el revisionismo moderno en el campo comunista, a partir del XX Congreso del PCUS, y su traducción en España en el “pacto de reconciliación nacional”, aprobado por el CC del PCE y la posterior traición del carrillismo:
“La unidad del partido” en lugar de la lucha ideológica en su seno; “la existencia de elementos socialistas” en procesos que cada vez tenían menos que ver con el socialismo; “el internacionalismo proletario”, entendido como el apoyo acrítico e incondicional a cualquier proceso revolucionario que se declarara socialista; la posibilidad de recuperar la dirección de los partidos revisionistas, trabajando dócilmente en su interior, etc.; estas fueron las anteojeras que muchos de estos “nuevos revolucionarios” se pusieron en su día para comulgar con ruedas de molino y negarse a ver que los marxistas leninistas habían sido arrinconados, cuando no violentamente reprimidos, expulsados o asesinados; para ignorar que una camarilla de renegados revisionistas había impuesto un giro de 180º en los procesos revolucionarios en marcha, cuya consecuencia ha sido su derrota desde dentro, la más extrema debilidad de las fuerzas comunistas, la desorientación del proletariado y el control ideológico de la burguesía sobre las amplias masas y sus organizaciones.
“Mientras hay vida, hay esperanza”. Este viejo latiguillo de los resignados venía a ser, y sigue siendo, el lema de los revisionistas para justificar su renuncia al combate ideológico: el Partido se movía, ¿qué importaba hacia dónde?
Hoy, la propia evolución del capitalismo imperialista ha hecho que el movimiento se acelere y sus tendencias queden al descubierto; por eso comienza a verse como algo esencial la dirección de ese movimiento. Por encima del movimiento se sitúa cada vez más el objetivo de él. Y es ahora cuando muchos de aquellos furibundos carrillistas defienden posiciones izquierdistas y reniegan de la “pasividad” de las masas que ellos han contribuido a fomentar; culpan a quienes no compartimos su “radicalismo” marginal, de revisionista, con el mismo ardor con el que, hasta hace unos años atacaban a todo el que denunciara la degeneración revisionista de la dirección del PCE, acusándole de dañar la unidad del partido. Lo único en lo que siguen siendo coherentes; el único criterio (“principio”) que han mantenido, es su odio cerril y su oposición virulenta al marxismo leninismo.
Si ha quedado meridianamente clara la forma de actuar rastrera y cobarde del revisionismo moderno, su grosera deformación de la dialéctica y su odio cerril contra el marxismo leninismo, ha sido con ocasión de los acontecimientos en Ecuador. Por ese motivo, porque la pelea que se está librando en Ecuador trasciende los límites geográficos de ese país y nos brinda experiencias aprovechables para el futuro, en el que el combate contra el revisionismo se va a recrudecer, y aprovechando la presencia en el Congreso del camarada Villacís, le pedimos que nos informara pormenorizadamente de la situación allí. Nuestro Partido hermano, junto a numerosas organizaciones sociales y populares, venían desde hace meses denunciando la deriva que estaba imponiendo Rafael Correa al proceso revolucionario ecuatoriano, aprobando, las más de las veces por decreto, una serie de leyes reaccionarias (del agua, sobre hidrocarburos, recursos mineros, etc.) que contravenían la vigente Constitución ecuatoriana, en cuya aprobación nuestro Partido tuvo un papel muy activo; y atacando con diversas medidas reaccionarias a las organizaciones populares, indígenas, sindicatos, etc. Esta deriva suponía una vuelta atrás en la permanente lucha que libra el hermano pueblo ecuatoriano contra el imperialismo.
En todos estos meses, la izquierda “transformadora” española calló. A pesar de que la huelga de maestros (finalmente victoriosa) y las movilizaciones indígenas de septiembre de 2009 se saldaron con tres muertos por disparos de la policía, siguieron en silencio: ¡estaba en marcha (hacia atrás) una revolución social, comandada por un caudillo bolivariano y los comunistas únicamente podían callar, si no querían reforzar a la derecha!
Ninguna de las fuerzas que proclaman la revolución para mañana mismo en España hizo la más mínima crítica de estas medidas para las que, de haberse planteado en nuestro país, serían los primeros en reclamar una respuesta contundente.
Tras la sublevación de la policía, provocada por la aprobación de la ley del sector público (luego retirada por Correa) y azuzada por la actitud prepotente y soberbia de éste al retarles, el presidente populista utilizó como coartada la existencia de un pretendido golpe de estado, que hasta el momento no ha demostrado, para arremeter contra las organizaciones populares (con mucha más saña que contra el derechista Noboa), reforzar su posición e intentar legitimar su giro reaccionario.
Y cuando nuestro Partido intervino denunciando la patraña del golpe de estado (más allá de que la derecha de Noboa intentara utilizar la bronca para provocarlo), y estableciendo los fundamentos del problema: la deriva del correísmo hacia una actitud contraria a la dirección popular y antiimperialista del proceso ecuatoriano que se plasmaba en su constitución, el revisionismo español saltó como con un resorte contra el MPD, los sindicatos, el movimiento indígena y, con particular virulencia, contra el PCMLE; se hicieron eco de las provocaciones verdaderamente policíacas del partido revisionista ecuatoriano, que llegó a decir en su página web que el MPD fue creado por la CIA, entre otras calumnias; intentaron boicotear la gira del camarada Luís Villacís, silenciaron la represión que se descargó sobre el movimiento popular (muchos dirigentes sindicales y populares debieron pasar a la clandestinidad, el Presidente de la FEUE, el principal sindicato de estudiantes, y militante del Partido hermano, ha sido condenado a tres años de cárcel, por presiones del entorno de Correa, etc.), y demostraron el mismo seguidismo respecto de la burguesía que los Carrillo y Kerensky en su día.
¡De qué manera tan burda deforman estos revisionistas la obra de los grandes dirigentes que nos brindaron el método dialéctico como un arma de análisis, para hacer efectivo el combate independiente de la clase obrera!
La independencia ideológica de los revisionistas se da frente a la clase obrera, no frente a la burguesía; su supeditación política a los planes de ésta sigue siendo absoluta. Esto es lo que Marx y Engels escribían en el Manifiesto Comunista: «Los comunistas no se distinguen de los demás partidos proletarios más que en esto: en que […] cualquiera que sea la etapa histórica en que se mueva la lucha entre el proletariado y la burguesía, mantienen siempre el interés del movimiento enfocado en su conjunto […] Las proposiciones teóricas de los comunistas no descansan ni mucho menos en las ideas, en los principios forjados o descubiertos por ningún redentor de la humanidad. Son todas expresión generalizada de las condiciones materiales de una lucha de clases real y vívida, de un movimiento histórico que se está desarrollando a la vista de todos».
En resumen: la evolución de la situación concreta, la profundización de la crisis, la crudeza de la lucha que se empieza a librar, nos obligan a afinar nuestra política y a delimitar nuestro espacio ideológico, para aclarar al proletariado los términos en los que libra su combate y dirigirlo hacia la revolución. Y es esta constatación de la situación la que nos llevó a plantear los objetivos de nuestro Congreso. Creemos sinceramente que los hemos cubierto y los camaradas que os incorporáis a este Comité sois una prueba de ello: podemos decir que nuestro Partido es hoy más fuerte y nuestros camaradas están mejor preparados para los combates que se avecinan.
Sobre la situación internacional
La profundísima crisis capitalista no podía dejar de producir efectos en las relaciones internacionales. El principal de ellos es el incremento de las contradicciones interimperialistas y la agudización de la lucha por los mercados y áreas de influencia: EEUU sigue siendo la primera potencia imperialista, indiscutible, pero ya no indiscutida. No obstante, aparecen nuevos competidores, que vienen a alterar la correlación de fuerzas entre las distintas potencias, alguna de las cuales (particularmente la UE) sufren una profunda crisis que les hace perder peso en la pelea. Esta mayor fluidez se da en un proceso cuyo sentido apunta hacia un mundo más inestable, caracterizado por el incremento de la explotación, de la agresividad política y de la represión por parte del imperialismo y por el consiguiente aumento de la respuesta de los pueblos. La solución de las contradicciones internas del capitalismo la busca la oligarquía imperialista en una huida hacia delante cuyo final, sin descartar la guerra imperialista, estamos aún lejos de poder prever.
EEUU sigue siendo, como decimos más arriba, la primera potencia. Mantiene la preeminencia en la economía capitalista apoyada en su supremacía militar y en el miedo que suscitan en el resto de las potencias capitalistas las ingentes deudas contraídas por el gigante estadounidense con ellas y que, de tambalearse éste, amenazarían la propia estabilidad económica de aquellas.
Al imperialismo yanqui le gustaría que el statu quo internacional actual se mantuviera eternamente, aunque siguiera sustentado en el miedo y la consciencia de las mutuas debilidades interimperialistas; pero, como venimos insistiendo, el mundo se mueve cada vez con mayor rapidez en un sentido contrario.
La crisis imperialista no tiene, desde luego un fin próximo. Muy al contrario, cuanto más intentan los gobiernos burgueses evitarla, más se enredan en un proceso cuyo origen hay que buscar en el carácter anárquico del modo de producción capitalista, su tendencia al predominio de la economía financiera y especulativa, la escasa rentabilidad relativa de la inversión productiva, etc.
Como indicábamos en nuestro informe sobre la crisis, de noviembre de 2008, el capitalismo sale de las crisis de sobreproducción destruyendo fuerzas productivas (Marx señalaba en uno de sus escritos que los capitanes de la industria capitalista son los únicos que ganan batallas destruyendo sus ejércitos). Esta conclusión, confirmada por la historia, nos lleva a considerar que el fin de la crisis va a traer como consecuencia, además de la redefinición del marco de dominación imperialista y de las áreas de influencia de las potencias imperialistas, una masiva destrucción de fuerzas productivas.
Las economías capitalistas hace años que tienen una capacidad instalada que les permite satisfacer la capacidad de consumo actual de los ciudadanos (la aparición de nuevos productos novedosos o la mejora de la técnica actúan como amortiguadores, siempre relativos, de esta tendencia). Y, por consiguiente, hace muchos años que el beneficio obtenido de la explotación del trabajo, les resulta más rentable invertido en actividades especulativas.
La economía imperialista, como señalábamos en aquel informe, ha construido un casino de dimensiones planetarias donde se especula con valores presentes y expectativas de futuro. Empujados por ejecutivos dispuestos a arriesgar, decididos a no invertir en aumentar una capacidad productiva ya saturada, incapaces de valorar las necesidades sociales y dispuestos a obtener el mayor beneficio posible, los imperialistas han apostado, y siguen haciéndolo, en ese casino, hasta provocar una crisis cuyas consecuencias se agravan por momentos. Y, de entre las economías capitalistas, una, la de EEUU, resume como ninguna otra este proceso: al menos desde principios de los ochenta ha pasado a ser una economía de demanda, basada en el poder de su moneda, el dólar, utilizada hasta el momento como valor de cambio internacional en las transacciones comerciales y en el poder de un ejército extendido por todo el mundo, a través de una enorme red de bases militares. No obstante, surgen nuevas potencias económicas que pelean cada vez con más fuerza por una parte del pastel. Y entre ellas, China, el principal deudor de EEUU, cuya penetración en África, Asia y América Latina, avanza a pasos agigantados. El capital chino se hace un lugar y amenaza a corto plazo con ser la primera potencia económica. Su penetración “suave”, con créditos blandos, en condiciones más ventajosas que las ofrecidas por el imperialismo europeo o yanqui, le está abriendo las puertas de las economías de muchos países.
No es este el lugar para analizar con más profundidad el carácter de la penetración del capital chino en el mundo, pero sí conviene dejar señalado que, desde luego, no hay ningún interés altruista o solidario detrás. China se transforma a pasos agigantados en una potencia económica y, a cada avance suyo, aparece más claramente la mano de los sectores capitalistas que controlan su economía y su estructura de estado.
Un dato: el Viceprimer Ministro chino, Li Kegiang, inició el martes 2 de enero una gira por España, Alemania y Reino Unido. El diario El País se hacía eco de ella, en su edición del 8 del mismo mes, recurriendo al editorial del diario alemán Suddentsche Zeitung, que señalaba: «El apoyo de China a las medidas de estabilización financiera en la UE [este apoyo explícito chino a los planes que están suponiendo el desmantelamiento de una parte de las conquistas del movimiento obrero, es lo que con toda justicia denunciaba el KKE] y su apoyo a determinados países para afrontar la crisis de la deuda soberana, contribuyen a promover la recuperación económica». Y el diario español añadía que «El voto de confianza (a la UE) no es gratuito […] según los analistas, estabilizar la economía europea va en el propio interés del país asiático […] (1). China, además, quiere que la UE la reconozca como una economía de mercado». Como recientemente señalaban los camaradas del KKE, pocas son ya las hojas de parra que le quedan por perder al régimen chino para abandonar por completo, incluso en la retórica, el término “socialista” de su política.
La permanente tensión en las zonas que rodean al gigante asiático son expresión de esta mayor fluidez internacional: el intento de EEUU (y también de China) de ganar para su causa al gobierno indio, utilizando la tensión de este país con Pakistán y la pelea por mantener su soberanía sobre regiones como Cachemira; las nuevas relaciones de “amistad” entre la Rusia capitalista de Dmitri Medvédev y el gringo Obama, o el permanente estado de alarma, plagado de provocaciones mutuas, entre las dos Coreas, etc., obedecen a este estado de cosas.
Pero no es solamente China: Brasil, India y otras potencias comienzan a reclamar una mayor presencia en las instituciones internacionales capitalistas, lo que no hace sino aumentar la agresividad del imperialismo yanqui y sus estados gendarmes (Israel, Colombia, etc.), que saben que su futuro depende de la violencia con que puedan responder a las amenazas a su dominio. Paulatinamente se incrementa la tensión de unas potencias con otras.
Brasil, cuya economía ha desbancado a la española en el puesto de 8ª del mundo, está jugando un papel cada vez más relevante en el ámbito internacional. Lula, que no ha desaprovechado ocasión para mostrar que el “lulismo” continúa con Dilma Rousseff y su versión del “socialismo de mercado”, se ofrece como solución al atraso de las economías no desarrolladas, como “hermano mayor” de Latinoamérica para constituir un polo regional fuerte, y como “conciliador” de las contradicciones entre los regímenes populares latinoamericanos y el imperialismo.
Por otra parte, la situación de crisis ha llegado en un momento en el que la Europa imperialista intentaba conciliar (sin conseguirlo, todo hay que decirlo) los intereses de las oligarquías nacionales y la central. Por ello, desde hace unos años, la agresiva Europa del capital y de la Guerra se debate en una crisis permanente que le hace perder puntos en la carrera imperialista internacional: el euro, impuesto como conclusión de los acuerdos de Maastricht por las oligarquías alemana y francesa, sobre la base de unos planes de estabilidad draconianos e irreales, que no tenían en cuenta con suficiente rigor la coordinación de economías tan dispares como la española o la alemana, por ejemplo; y la ampliación a los países del Este, obligada por la presión de Alemania, hacen que las economías de la mayor parte de los países europeos se encuentren atrapadas en una situación de crisis permanente, sin instrumentos propios para hacerle frente, con una moneda común que no controlan ni pueden devaluar, y sujetos a una disciplina que protege los intereses de la oligarquía central, más fuerte.
La salida del imperialismo europeo ha sido el desatar un ataque demoledor contra los intereses populares: en pocos lugares como en Europa se ha producido un deterioro social y político tan acelerado; en pocos lugares la burguesía ha apostado tan claramente por recurrir a formas populistas y reaccionarias de dominación.
El imperialismo, espoleado por su crisis, incrementa el ataque contra el proletariado: una a una, se eliminan las conquistas logradas por el movimiento obrero en más de 150 años de lucha. El denominado Estado de Bienestar, que nunca ha llegado a estar mínimamente consolidado salvo en una parte reducida de Europa, no es más que un adorno sin sentido de las constituciones burguesas; en todas partes, los “mercados” se imponen a las democracias burguesas: en todas partes se impone la dictadura de la oligarquía.
Los pueblos, acuciados por la presión brutal de la burguesía imperialista y sus lacayos, reaccionan aumentando el número y la combatividad de sus luchas. En la vieja Europa de la paz social estallan los enfrentamientos: Huelgas Generales, peleas estudiantiles, etc. se extienden por todo el mundo y por Europa con particular intensidad.
Y esta nueva situación tiene una consecuencia inmediata que analizábamos en la primera parte de este informe: sitúa en un primer plano la cuestión de la dirección política y de la ideología.
La revolución de Túnez prueba que la enorme tensión que crean las políticas imperialistas está provocando situaciones explosivas que cualquier suceso, aparentemente aislado, puede incendiar, llevando la combatividad de las masas a límites revolucionarios.
Las terceras vías que pretendían conciliar capitalismo y justicia social se han mostrado inservibles. No es posible la vuelta a un capitalismo bueno, la refundación del capitalismo de la que cínicamente hablaba Sarkozy al inicio de la crisis. El capitalismo es un sistema agónico, abocado a ahogarse en las contradicciones propias de un modo de producción que sitúa el beneficio privado en el lugar del interés social, como motor de la economía. La intensidad de la crisis ha provocado la ruptura del “pacto social” entre la burguesía imperialista y la dirección oportunista de los sindicatos.
Nos encontramos en una fase de confusión, en la que una mayoría de cuadros del movimiento obrero y popular descubren bruscamente que no es posible ya negociar sin presionar, pero aún no terminan de ver que no es posible tampoco salir del atolladero de la crisis, sólo presionando para asegurar los derechos que conquistó con su lucha. La cuestión se plantea así: romper con el capitalismo, o aceptar sus reglas hasta el final, cualquiera que sean las consecuencias, incluída la guerra.
Va ser necesario un periodo de maduración. No en vano la labor destructiva y disgregadora del revisionismo moderno ha cambiado de raíz las prioridades del movimiento obrero. Esta coyuntura va a producir una radicalización del movimiento popular; la está provocando ya, pero no va a ser tan inmediata su traducción en términos de incremento de la conciencia de clase, entendida no solo como la necesidad de combatir contra el enemigo común de una forma más decidida, sino como la prioridad de plasmar este combate en términos políticos.
Ahora bien, el desarrollo de los acontecimientos favorecerá sin duda una maduración acelerada de las condiciones subjetivas, a condición de que seamos capaces de recuperar los lazos con el movimiento de masas abandonado por la izquierda desde hace lustros y seamos firmes, absolutamente firmes, en cuestiones ideológicas.
Hoy, más que nunca, los comunistas debemos seguir las enseñanzas de los grandes dirigentes revolucionarios, fundiéndonos con las más amplias masas; y hoy más que nunca debemos profundizar en nuestra propuesta estratégica: Somos abanderados de la unidad popular, sí, pero no de cualquier unidad, sino de aquella que se basa en un programa de confluencia de la mayoría trabajadora contra el enemigo común, la oligarquía. Y somos los primeros en trabajar por la construcción de un Partido único de la clase obrera, pero sin renunciar a los principios que han hecho del leninismo la ideología de la revolución proletaria.
Es en este contexto en el que adquiere una importancia mayor el papel de la CIPOML como organización internacional de los marxistas leninistas. El nivel de desarrollo de los distintos partidos no es igual, del mismo modo que es diferente su grado de comprensión de la situación, el nivel de trabajo entre las masas o su peso en las luchas nacionales y en la coordinación internacional. Con todo, la CIPOML es un instrumento precioso para los comunistas, que debemos mimar: en un mundo en crisis; en una situación internacional caracterizada, como venimos diciendo, por la rápida aceleración de las contradicciones y el incremento de la lucha de clases; en una coyuntura en la que el revisionismo intenta confundir al proletariado con falsas salidas a la crisis terminal del capitalismo, el papel de la ideología es cada vez más importante.
Los marxistas leninistas necesitamos analizar y compartir experiencias, para mejorar nuestra intervención, precisamos coordinar cuanto sea posible nuestras respuestas y combatir unidos las desviaciones reformistas o radical oportunistas. No es cierto que la batalla ideológica entre los comunistas se haya atemperado; por el contrario, va a ser más dura que nunca.
Ahora bien, la propia sensación de debilidad de los comunistas puede urgir equivocadamente a algunos a buscar, en otras fuerzas que se autodenominan comunistas, una hermandad que está lejos de ser real. Por eso, saber que formamos parte de un ejército internacional que se agrupa y mejora su coordinación es un valor impagable.
La experiencia del PCMLE en los procesos políticos de Ecuador; el trabajo de los camaradas turcos y su combinación de las formas legales y clandestinas de lucha, o los esfuerzos del PCOF por levantar la unidad popular en su país, son otros tantos ejemplos que nos animan a seguir la pelea, corregir desenfoques y afrontar el combate contra el revisionismo por la dirección de las luchas.
El trabajo de los camaradas del Partido Comunista de los Obreros de Túnez (PCOT), que durante años, en las condiciones más duras de represión y clandestinidad, supieron combatir con resolución a la salvaje dictadura de Ben Alí (que, por cierto, lo mismo que Carlos Andrés Pérez en Venezuela y tantos otros tiranos, era miembro de la Internacional Socialdemócrata; esa es una de las razones de la repugnante actitud del Gobierno Zapatero ante los acontecimientos de Túnez, que han costado decenas de vidas), ligados estrechamente a las masas, les ha permitido intervenir de una forma que puede resultar determinante, cuando la revuelta, inicialmente espontánea, estalló. Su actual combate por superar los límites con los que el imperialismo pretende encorsetar el espíritu revolucionario del pueblo tunecino, es una fuente de experiencias para los comunistas de todo el mundo.
Se trata del primer movimiento de masas revolucionario en un país árabe, que se extiende a otros: Argelia, Marruecos, Egipto, Jordania, etc. Y en ella, los marxistas leninistas están teniendo un papel de dirección. ¡Qué mejor símbolo del tiempo que se abre ante nosotros!
La importancia que damos los comunistas españoles al trabajo internacional quedó claramente reflejada en la presencia de los Partidos hermanos en nuestro 2º Congreso. Para nosotros, lo dijimos entonces y lo repetimos ahora, no eran únicamente observadores invitados a nuestro Congreso, sino representantes de organizaciones con las que nos unen lazos de identidad ideológica y confianza que reclamaban su plena participación en los debates que se dieron en una cita tan importante para nuestro Partido.
La CIPOML va creciendo, nuevos partidos se incorporan a sus filas. Y es en torno a esta coordinadora internacional sobre la que debemos seguir desarrollando nuestro trabajo internacional. Se trata de reforzar la coordinación de los leninistas, ayudar al debate ideológico colectivo y favorecer la incorporación de nuevas organizaciones que en todo el mundo se alinean bajo las banderas del marxismo-leninismo, para asegurar que éste sea una referencia cada vez más fuerte para los comunistas.
Somos solidarios con los procesos revolucionarios en el mundo, pero ello no nos debe hacer olvidar el papel que juegan nuestros camaradas de los partidos hermanos. Los comunistas somos los primeros en apoyar lo que permita avanzar al proceso revolucionario, pero también somos los primeros en enfrentarnos con cualquier vacilación, con cualquier excusa, con cualquier retroceso en él.
Se avecinan momentos muy difíciles y al mismo tiempo apasionantes; momentos en los que va a costar quitar la careta a algunos procesos reaccionarios que se incuban bajo formas pretendidamente progresistas, cuando no socialistas, y vamos a tener que batallar contra la dispersión y el seguidismo ideológicos que predica el revisionismo.
En los próximos meses vamos a asistir a cambios profundos en el panorama internacional, en el que elementos que hasta hoy representaban una cosa pasarán a representar otra distinta, si no la contraria; debemos ser ágiles en la adaptación de nuestra táctica, abiertos en el debate, pero inflexibles en los puntos centrales de nuestra ideología que la convierten en la garantía de que la revolución se orienta hacia la superación del capitalismo, hacia la emancipación del proletariado. No hay otra salida: socialismo o barbarie.
(1) Con la prometida compra de deuda española, el régimen chino busca «diversificar sus inversiones especialmente dependientes de EEUU», dado que de los 2 billones de euros en divisas extranjeras en poder de China, unos 907.000 millones están en bonos del Tesoro estadounidense.
Sobre la situación nacional y nuestras tareas
La situación de crisis económica, social y política del imperialismo se refleja plenamente en España, con una intensidad si cabe mayor que en otros países.
No es la primera vez que hablamos de las causas que explican la debilidad del tejido productivo español y el bajo nivel de respuesta del movimiento obrero; recordamos algunas: una estructura económica basada en el sector de los servicios no ligados a la producción y, por lo tanto, intensivos en el factor trabajo, con un empleo precario y pocos derechos; una industria poco desarrollada para una economía moderna (sectores enteros como el automóvil están controlados completamente por empresas multinacionales y sufren un prolongado proceso de deslocalización; otros, como el siderúrgico o naval, han sido objeto de sucesivos planes de reestructuración que los han dejado reducidos a la mínima expresión, etc.); un empresariado educado en el franquismo, acostumbrado a una política paternalista y autoritaria; una oligarquía surgida al calor del capital extranjero o del proteccionismo fascista, particularmente parasitaria y especuladora, etc. Y en el orden político: una clase obrera nueva, inexperta; unas organizaciones sindicales que sufrieron un corte demoledor, tras la guerra de liberación contra el franquismo, que supuso la ruptura entre la vieja dirección sindical y los nuevos cuadros; el resurgir de la organización sindical cuando el revisionismo ya se había hecho con el control del Partido Comunista; y las sucesivas frustraciones producidas por la traición de una parte de la izquierda: primero, el carrillismo y su aceptación de la transición pactada y sin ruptura con el franquismo a la monarquía continuista, y después sendos mandatos del social-liberalismo, en los que se han llevado a cabo los ataques más brutales contra los derechos y conquistas de la clase obrera.
Todo ello ha traído como resultado que las consecuencias de la crisis en términos sociales y políticos sean en España particularmente graves: cifras oficiales de paro del 20,33% (el 42% entre los jóvenes); precariedad por encima del 30% (y llegando al 60% entre los jóvenes); más de 1,3 millones de familias con todos sus miembros en paro; un 60% de trabajadores con salarios inferiores a los 1.000 euros; la edad real de jubilación más alta en la UE-15 (63,7 años); una enorme dispersión del proletariado; una izquierda política mayoritariamente dividida entre una parte sometida al sistema y otra auto marginada de la lucha política (ambas, producto de la degradación final del revisionismo carrillista); una estructura social tremendamente debilitada, en la que las organizaciones sociales autónomas son prácticamente inexistentes y están (o han estado hasta ahora) radicalmente separadas de la lucha política, etc. Estos datos ayudan a explicarnos por qué hasta el momento ha sido tan dubitativa la respuesta a las agresiones del capital.
Ha habido otros factores que han evitado la contestación social que era previsible a tenor del grado de explotación y dominio asfixiante de la oligarquía en nuestro país: el apoyo familiar, los fondos europeos, brutales campañas de intoxicación ideológica que fomentan la sumisión, la superstición, etc.
Esto ha sumido a la vida política española en un permanente estado de letargo, con altibajos, explosiones espontáneas y repentinas de malestar (referéndum contra la OTAN, etapa final del gobierno Aznar), hasta el inicio de la crisis; y, en particular, hasta principios de 2010, cuando han brotado bruscamente las contradicciones incubadas durante todo este tiempo. En apenas un año, se ha desencadenado un ataque brutal y sin concesiones de la oligarquía que ha dado al traste con las ilusiones de los sectores organizados que, en general, se habían acostumbrado a sobrevivir con el tran-tran del consenso y el reparto pactado de la miseria.
Iniciamos un nuevo periodo en el que la fluidez va a ser la nota dominante: la debilidad del sistema es evidente, pero también lo es la debilidad, aún mayor, del campo popular. La izquierda política sigue al margen de las necesidades reales de las amplias masas, empeñada en mantener una política reformista y de consenso político, o en defender propuestas oportunistas de ultraizquierda marginal. Se abre, pues, una etapa en la que es absolutamente imprescindible reforzar los instrumentos que garanticen la resistencia del campo popular frente a los ataques del imperialismo, que se van a incrementar.
Muy probablemente, en los próximos meses la lucha social (sindical, estudiantil, vecinal, etc.) se va a generalizar y radicalizar. Y debemos estar allí, con las masas, viviendo su experiencia y ayudándolas a priorizar, elevando los objetivos de la lucha de lo inmediato a lo general. Y también se va a recrudecer la pelea por el control político del movimiento. La burguesía va a jugar todas las cartas a su alcance para evitar que la aceleración de la vida política facilite la articulación de una alternativa popular independiente. Y una de sus cartas es la de fomentar todo tipo de propuestas oportunistas “originales” y “nuevas” que se presentan como la vía para lograr la unidad de la izquierda:
En un reciente artículo publicado por el diario Público, el dirigente trostkista Jaime Pastor, abanderado de estas “nuevas” teorías salvadoras que pretenden superar el leninismo, se despachaba en estos términos, al dar su receta para la “reconstrucción” de la izquierda: «Tejer espacios de encuentro mestizo de todas las resistencias al neoliberalismo»; y añadía, por si había dudas: “No hablo de fusiones, sino de alianzas de geometría variable y muy horizontales que, empezando por lo local, vayan buscando propuestas comunes […] hay que prestar atención a los “laboratorios” que han surgido en América Latina.»
En el mismo artículo, Inés Sabanés, diputada de IU en Madrid, lo dice más claro, como corresponde a una insigne representante del llamazarismo en IU: «se trata de construir “redes” alrededor de distintas causas que no exijan un compromiso con una cosmovisión cerrada y global [...] Hoy tejer es más importante que los grandes discursos». Esta es la máxima de los nuevos bernsteinianos.
Redes, espacios, alianzas de geometría variable, mestizaje ideológico… Cháchara sin sentido para ocultar un absoluto vacío de objetivos de clase. Tras este lenguaje alambicado y rebuscado no hay un llamamiento a la unidad popular contra el enemigo común sobre un programa antioligárquico, sino un canto a la dispersión de objetivos del movimiento popular. La diferencia con otros tiempos, es que estas “redes” pescan pocos incautos, aunque siguen pescándolos.
La mayor parte de las fuerzas de izquierda se han dado cuenta (habría que ser rematadamente torpe… ¡y los hay!, para no verlo) de que sin unidad caminamos hacia la derrota. Pero por esa misma razón va a acrecentarse el combate por establecer los límites, los objetivos políticos comunes de esa unidad. Y es eso lo que va a hacer que la agresividad ideológica del revisionismo se incremente exponencialmente.
Ahora bien, lo primero que se necesita es trabajar con el movimiento de masas, impulsarlo, reforzarlo, conectar con la gente y sus problemas reales; y en este sentido, a diferencia del periodo en el que se puso en marcha el proceso de transición, cuando el revisionismo era dominante en el campo popular y aún no se había desenmascarado ante las masas su política de claudicación, hoy, su alejamiento del movimiento de masas es enorme y, por lo tanto, su influencia en él muy limitada.
En los frentes de masas trabajamos con un material humano influido por la degradación política de estos últimos treinta años. Por un lado, coincidimos con personas afiliadas a otros partidos del campo popular, pero que son críticos con las posiciones de su dirección y tienen una actitud abierta hacia nosotros, aunque no den el paso hacia un compromiso mayor porque aún nos considera débiles para desarrollar cabalmente nuestro programa; otras, comienzan a sentir inquietudes políticas que aún no saben expresar, no tienen un concepto de la militancia y de la disciplina y pueden ser inconstantes e impulsivas, pero tienen confianza en nosotros, suelen ser muy abiertas y flexibles en el trabajo y aprenden rápido.
Por otra parte, coincidimos también con compañeros que militan o están muy influidos por organizaciones revisionistas. Se trata de personas más cercanas a nosotros en el lenguaje, con una concepción de la militancia y de la disciplina, al menos en el aspecto formal, mucho más arraigada, con mayor entrega en el trabajo; gente, en definitiva, con la que podemos sentirnos más cómodos en las batallas políticas, pero que se han embebido de la concepción antidialéctica revisionista; su retórica política es “marxista”, pero sus análisis, criterios y objetivos están en las antípodas de él y muy arraigados, por lo que, en caso de plantearse una contradicción en las propuestas, adoptan actitudes radicalmente antagónicas al leninismo y se dejan llevar por la disciplina de su “partido”. Además, por lo general suelen ser muy sectarios con las masas y tienen una tendencia a confundir unidad popular con coordinación de partidos y organizaciones. No decimos que no debamos trabajar con todos, por supuesto que sí debemos hacerlo, pero estos últimos no van a conformar nuestro entorno político; no son ellos la base de él.
Debemos esforzarnos por fortalecer el Partido y sus organizaciones; debemos redoblar el trabajo de reclutamiento, extender nuestra acción y aumentar nuestro entorno, y hacerlo de forma colectiva, en los Comités Territoriales y locales y en las células. Estos órganos deben analizar, planificar, establecer prioridades y llevar un control sobre cómo se está ejerciendo esta labor. Y este reforzamiento debe hacerse sin dejar de lado la formación de los nuevos camaradas ni la de los más veteranos. Aunque puede resultar obvio señalarlo, esto es especialmente relevante por la importancia que va a cobrar, como decimos, el combate ideológico.
Por último, un criterio fundamental, que no debemos olvidar en ningún momento, es que se nos escuchará donde nuestra política tome cuerpo en propuestas concretas, en organización concreta, en actividades concretas. Donde nos limitemos a dar teoría política no contaremos y únicamente daremos argumentos, que otras fuerzas (mal) aplicarán.
En consecuencia, como insistimos en los documentos de nuestro Congreso, debemos reforzar nuestros propios instrumentos de intervención, porque es urgente que nuestras propuestas tomen cuerpo político: que pasen de la teoría a la práctica, que aprendamos (sí, aprendamos) a hacer política, colectivamente, conociendo el entorno donde actuamos, ligándonos a la gente en el barrio, en el sindicato, en la universidad, etc., estableciendo prioridades de trabajo, acostumbrándonos a expresar nuestra política en el lenguaje de las masas..
Las directrices que siguen para el trabajo del Partido en los próximos seis meses son consecuencia de este análisis que venimos realizando desde hace tiempo y deben ser discutidas en todos los territoriales, comités y células y aplicadas sin dilación por todos los militantes.
1. Participar en las luchas del movimiento obrero
El Gobierno de Zapatero, fiel a su papel de lacayo del imperialismo, ha decidido continuar con su política de recortes, aun a riesgo de hundirse electoralmente o incluso provocar la ruptura de su partido.
Hasta el 11 de enero, a pesar de sus dudas, la mayoría oportunista de la dirección de CCOO había insistido en llamar a la movilización, llegando en la reunión de Secretarios Generales del 29 de diciembre a poner fecha a las siguientes: 22 de enero marcha a Madrid y Huelga general en febrero. Como sabemos, el Consejo Confederal de CCOO, reunido el 11 de enero, traicionó estas expectativas y decidió imponer la paz social, al menos hasta el 24 de enero, comprometiéndose, además, a negociar un pacto global con todas las fuerzas parlamentarias. Cuando celebramos nuestra reunión, no sabemos aún si tal pacto es o no posible. Lo que sí sabemos es que su firma dependerá de la decisión de la oligarquía (de si le interesa ceder, aunque sea limitadamente, en sus intenciones o precisa ir a por todas); en cualquier caso, la cobardía de Toxo, Méndez y su gente ha dañado gravemente al movimiento obrero, desacreditado el sindicalismo y desorientado a los trabajadores.
La burguesía moviliza todas sus fuerzas. No puede arriesgarse a que la parte más dura de los ataques se prolongue más allá de las próximas elecciones, salpicando al nuevo Gobierno que salga de ellas (previsiblemente el PP). Esta es la razón última de que Zapatero y la dirección del PSOE aceleren sus planes. No obstante, la derrota del social-liberalismo puede ser de proporciones mayores a las esperadas y provocar un vacío en el campo popular que facilite la articulación de una oposición de izquierda consecuente, de un bloque de clase.
Este miedo ayudaría a explicar el compromiso de las direcciones de CCOO y UGT en el refuerzo del PSOE, aun a sabiendas de que semejante traición, de consumarse, les salpicará gravemente, afectando al sindicalismo en su conjunto.
No obstante, a pesar de todos sus esfuerzos, la oligarquía no tiene garantizada la paz social: la oposición abierta del sector crítico de CCOO; el malestar (incomodidad, si preferimos el término) de muchos dirigentes oportunistas de derecha ante el brusco viraje de sus jefes; la lucha de los trabajadores murcianos contra los brutales planes del Gobierno de Valcárcel; la convocatoria de Huelga en Euskadi, Galicia y Cataluña, y otras movilizaciones sectoriales, demuestran que la tensión no remite y en cualquier momento puede saltar la chispa que provoque una nueva aceleración de la movilización social. La movilización del proletariado no ha acabado con la traición del 11 de enero y es previsible que se acelere en el futuro más próximo.
En cualquier caso, nuestro Partido no puede permanecer pasivo. Nuestra intervención en el sindicato ha mejorado, tenemos más delegados y cuadros sindicales, fundamental aunque no únicamente en CCOO, y en general los comités territoriales y las células han asumido sus responsabilidades de trabajo en este frente de una forma mucho más decidida. No cabe duda que la celebración de nuestra 1ª Conferencia sobre movimiento obrero y sindical ha ayudado a este salto.
Y, si se cumple esta previsión, necesitamos estar lo mejor preparados posible. No se trata de que tal o cual camarada se “especialice” en el trabajo sindical. La experiencia del 29 de septiembre, cuando el conjunto de la organización trabajó bien y coordinadamente en su desarrollo, ha dado muy buenos resultados.
El buen trabajo de nuestros camaradas en la lucha de los trabajadores del sector público en Murcia, su intervención sistemática, ligando a los enseñantes con el movimiento estudiantil y la juventud, etc.; la constitución de una organización de inmigrantes que ya cuenta con presencia en el País Valenciano, Cataluña y Madrid, sobre unas bases de acción política con la inmigración en tanto sector de la clase obrera, son dos ejemplos recientes de una actitud más decidida en la intervención política de nuestro Partido.
En cuanto a la orientación de nuestro trabajo en el movimiento obrero, debemos seguir reforzando la organización en los sindicatos y de manera particular en el sector crítico de CCOO, que es el único que interviene de forma organizada y con posiciones de clase en el principal sindicato de masas español, y su coordinación con otros frentes de masas: vecinal, estudiantil, juvenil, etc.
Por último, debemos tener en cuenta que los sindicatos viven un periodo muy complejo: están dirigidos por un aparato envejecido, procedente en su mayor parte de la gran empresa y del sector público. El modelo de diálogo social se acaba y el aparato de liberados no es ya eficaz para parar los golpes. Está en marcha una renovación generacional de los cuadros.
La conclusión, por tanto, es que todo el Partido debe profundizar el trabajo en el frente obrero y sindical, porque en los próximos meses la movilización del proletariado se va a agudizar y debemos reforzar sus organizaciones y nuestra presencia y dirección en ellas.
2. Intervenir en las próximas elecciones
Esta es nuestra otra prioridad para los próximos seis meses. Y cuando decimos intervenir, queremos indicar que el Partido, con independencia de que en un territorio tenga o no posibilidades de presentar una lista propia, debe dirigirse a otras fuerzas, plataformas y gentes, para llevar nuestra propuesta política, que se resume en una consigna: frente al bloque de la oligarquía, levantemos un bloque popular y republicano.
La coordinadora municipal republicana es una idea bien recibida, pero que aún no ha cuajado como alternativa real porque no hemos tomado suficientemente en serio la tarea. Sabemos que en unos pocos sitios las agrupaciones municipales de IU comparten públicamente nuestra posición. Pero hay, seguro, muchos más casos. En otros lugares existen o se intenta formar plataformas locales para presentarse en las elecciones, en torno a una programa popular que muchas veces resume reivindicaciones de carácter limitado y sectorial; se trata de plataformas que intentan responder al estado de debilidad de la izquierda, o son una expresión de rechazo a la izquierda institucional, pero que no saben cómo lograr coordinarse y en torno a qué objetivos, con otras plataformas.
El electoral es un terreno que desconocemos. No entendemos la participación en las elecciones como un fin en sí, pero tampoco debemos utilizar esta afirmación para justificar la inacción. El proletariado y las clases populares necesitan una referencia política que represente sus intereses en las instituciones donde se deciden las cuestiones políticas, y esta referencia no existe. Queremos intervenir en las elecciones porque son una oportunidad de dar a conocer nuestra alternativa política. En periodo electoral, máxime en un momento como el actual, la receptividad política de las masas aumenta y es más fácil explicar nuestras propuestas generales.
Debemos dirigirnos a otras fuerzas populares, para plantearles nuestra propuesta de programa municipal; sin complejos, ofreciendo nuestro apoyo si apuestan por él. Por supuesto, si es posible, debemos participar en sus listas proponer la coordinación con otras candidaturas, etc. Donde se ha hecho, los resultados son francamente buenos.
Intervenir en las elecciones es empezar a ser activos en la vida política de nuestra zona, apostar por ser una fuerza real, que no se limita a opinar sobre la política que hacen otros, sino que elabora la suya propia, llevándola y defendiéndola con determinación ante las demás fuerzas políticas y ante las masas, y nos obliga a hacer un esfuerzo para conocer la realidad concreta sobre la que actuamos.
Tenemos claro que las posibilidades son limitadas, pero no podemos dejar pasar esta oportunidad que nos va permitir, además, medir la disposición de nuestras células y comités a entrar en la batalla política real, contrastando nuestro programa táctico, poniendo en tensión nuestras fuerzas en una batalla concreta., movilizando a nuestro entorno de simpatizantes, contrastando nuestra actividad con la de otras fuerzas, dándonos a conocer, etc.
En definitiva, camaradas, la vida no espera, los acontecimientos se desarrollan a una velocidad cada vez mayor y no tenemos tiempo de ir preparando con más calma cómo intervenimos; pero los comunistas aprendemos rápido y somos gente dispuesta a enfrentar los riesgos de cada momento, con la determinación que nos da la conciencia de nuestro papel político. Somos la vanguardia del proletariado y lo vamos a demostrar una vez más.