José Carlos Mariátegui escribió:“el marxismo es el único modo de proseguir y superar a Marx”
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]COMO CAMBIAR EL MUNDO
MARX Y EL MARXISMO 1840 - 2011SBN 9789879317266
Autor HOBSBAWM ERIC
Editorial CRITICA
Colección MEMORIA CRITICA
Peso 0,58 Kg.Edición 2011,en Rústica
490 páginas
Idioma Español
$(pesos mexicanos) 169,00
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen] El autor: Eric Hobsbawmdecano de los historiadores marxistas, 1917-2012 (94 años)
El gran historiador británico concluyó su última obra señalando que “
una vez más, ha llegado la hora de tomarse en serio a Marx”.
Y con esta finalidad recopiló 16 textos, escritos entre 1956 y 2010, “básicamente un estudio del desarrollo e impacto póstumo del pensamiento de Karl Marx (y su inseparable compañero Friedrich Engels)”.
Incluye 6 capítulos revisados y reescritos de la
Storia del marxismo (publicada en italiano por Einaudi en 1978-82, de la que Hobsbawm fue coeditor), además de otros estudios sobre la “recepción” de Marx y el marxismo; tres introducciones a obras específicas:
La situación de la clase obrera en Inglaterra, de Engels (1845), el
Manifiesto comunista (1848: “el cambio histórico a través de la praxis social”) y los escritos de Marx en 1857-58 sobre las formaciones sociales precapitalistas, que se publicaron como los
Grundrisse hasta 1953 en Berlín oriental.
Antonio Gramsci es el único marxista posterior a Marx y Engels abordado en este libro (donde destaca la originalidad y gradual recepción de sus aportes teóricos). Dice Hobsbawm que las teorías de Marx han influido en la movilización de fuerzas sociales, constituyendo “
una presencia crucial, en determinados momentos decisiva, de la historia del siglo XX”.
En “
Marx hoy” el autor reafirma que “
hay una serie de preguntas esenciales que plantea Marx que siguen siendo válidas y relevantes”.
“
Marx, Engels y el socialismo premarxiano” es un documentado resumen histórico del comunismo como movimiento social a partir de la Revolución francesa, al igual que el legado de Marx y Engels sobre el papel de la acción política vinculada al contexto del desarrollo histórico (es decir, la transición del capitalismo al socialismo: lucha de clases, revolución, organización, estrategia y táctica del movimiento socialista, la Comuna de París en 1871, la dimensión internacional...).
“
Las vicisitudes de las obras de Marx y Engels”, un prolijo estudio sobre estos clásicos en cuatro textos sobre la influencia del marxismo en 1880-1914; en la era del antifascismo (1929-1945); “frentes populares”, revolución democrático-burguesa, Tercer Mundo, explosión de la educación en los setenta en 1945-1983; y “El marxismo en recesión 1983-2000”.
Repasemos la radiografía histórica de la cultura marxista en el mundo de Hobsbawm distinguiendo etapas: Una primera, durante la Segunda Internacional, dominada por la disputa “dictadura proletaria-socialdemocracia” (1880-1914).
Una segunda, de lucha contra el fascismo (1929-1945).
Una tercera, de posguerra: “frentes populares”, revolución democrático-burguesa, Tercer Mundo, explosión de la educación en los setenta (1945-1983).
Y una cuarta, escrita puntualmente para este libro, de “recesión marxista desde 1983 hasta el 2000”, a tono con la debilidad y el colapso del llamado “socialismo real”.En este punto Hobsbawm es coherente con lo que previno tras el derrumbe del muro berlinés, en noviembre de 1989, en el sentido de que “no solo cayó hacia el Este”, aplastando el experimento socialista. A este lado del muro –advirtió– la economía ya expresaba su crisis, un capitalismo “tardío” y “salvaje” se había lanzado sobre los restos del socialismo, las vanguardias artísticas habían caído y el sistema de valores establecido se había desmoronado.
El libro culmina con el ensayo “
Marx y el trabajo: el largo siglo”, donde Hobsbawm señala el dilema del proletariado organizado a partir de la década final del siglo XIX: “reforma o revolución”. Al no ocurrir el “inminente colapso del capitalismo”, ¿cuál era la función histórica de los movimientos obreros? ¿Había una vía no revolucionaria hacia el socialismo? El revisionismo de Eduard Bernstein provocó la integración de la socialdemocracia a los gobiernos burgueses de Europa.
Para gran parte del llamado “Tercer Mundo”, la URSS, transformada en superpotencia a partir de 1945, fue un modelo económico que “podía vencer el subdesarrollo”. Luego del derrumbe del Muro de Berlín y del “socialismo realmente existente”, cuando el capitalismo entra a su vez en un nuevo periodo de crisis global,
nos encontramos al final de una peculiar fase de la historia de los movimientos obreros, en la cual la bancarrota de la economía del bloque soviético y del “fundamentalismo capitalista de mercado” vuelven a plantear la actualidad de Marx, quien pronosticó en 1848 a dónde nos conduciría la globalización capitalista.Redescubrir su significadoCon todo, que la era de los regímenes socialistas y los partidos comunistas de masas haya tocado a su fin, y que allí donde aún sobreviven hayan abandonado el marxismo leninista –China, Vietnam– no significa, señala Hobsbawm, el fin de la vigencia de Marx.
“
Hoy en día Marx es, otra vez y más que nunca, un pensador para el siglo XXI”, se atreve a decir.
Y ofrece dos razones:
Por un lado, el fin del marxismo oficial en la URSS liberó a Marx de la identificación pública con el leninismo en teoría y con los regímenes leninistas en la práctica: “el argumento de que la teoría marxiana implica necesariamente el leninismo y sólo el leninismo (u otra escuela de la ortodoxia marxista) resulta insostenible”, apunta. Aquí, dos reflexiones: Una: al tomar distancia del leninismo, Hobsbawm no oculta los cambios operados en su pensamiento en las últimas dos décadas.
Otra: al liberar las ideas de Marx del lastre de asociaciones formuladas en su nombre (no sólo el fracaso de la URSS, también el estalinismo, la Kampuchea de Pol-Pot o la revolución cultural maoísta) las pone de cara a recuperar su génesis crítica del capitalismo.
La otra razón, dice, es que el mundo capitalista globalizado que surgió de las entrañas del neoliberalismo a partir de 1990, era “en aspectos cruciales asombrosamente parecido” al mundo anticipado por Marx en el Manifiesto comunista. Destaca que ya en El Capital Marx logró desentrañar el comportamiento del capitalismo como una característica históricamente temporal de la economía humana, que respondía a un circuito basado en la expansión, concentración, autotransformación y crisis cíclicas. Y mientras el capitalismo global siga experimentando su mayor conmoción desde 1929 –sostiene– es difícil que Marx abandone la escena.
Además, anticipa, el Marx del siglo XXI será sin lugar a dudas muy distinto del Marx del siglo XX. Y ello es así, advierte, porque gran parte de la historia académica de las ideas, en particular las ideas políticas, consiste en redescubrir el significado y la intención original de los pensadores y los contextos originales de su pensamiento. El Adam Smith de hoy en día no es el Adam Smith de 1776, salvo para un grupo de estudiosos especializado. Lo mismo ocurre inevitablemente con Marx, sostiene.
Para Hobsbawm, desde el punto de vista de la historia, el impacto político del marxismo es el logro más importante, aunque tampoco puede ignorarse el impacto intelectual. El nombre de Marx sugiere importantes transformaciones en el universo intelectual humano, junto a figuras como Isaac Newton, Charles Darwin, Sigmund Freud o Albert Einstein.
Además, advierte, nuestro juicio del marxismo del siglo XX no se sustenta en el pensamiento genuino de Marx, sino en interpretaciones y revisiones. Ni Marx ni Engels abordaron lo que luego sería, en el proceso de descolonización, la “cuestión nacional”, y tampoco profundizaron en el problema agrario y el campesinado, excepto el caso alemán.
El revisionismo, el imperialismo, la disputa sobre cómo debería ser una economía socialista, que ocuparon el centro del debate del siglo pasado, no estuvieron (no podían estarlo) en la cabeza de Marx ni de Engels. Cuando en 1917 los bolcheviques tomaron el poder en Rusia –evoca– el marxismo se debatía en el dilema de si se podía encarar una sociedad socialista sin pasar antes por el capitalismo. Rusia estaba demasiado atrasada como para producir otra cosa que una caricatura de una sociedad socialista, “un imperio chino de color rojo”, según dicen, ironizó Georgi Plejánov. Tampoco una Rusia capitalista liberal surgiría bajo el zarismo. De modo que lo que hicieron –dice Hobsbawm– fue empujar el país desde el atraso hacia la modernidad a través de un improvisado desarrollo económico de tipo occidental, que se llamó “economía de guerra” (como era la de los contendientes) que echó las bases de la economía soviética planificada. Si con la Primera Guerra y la Revolución se hizo añicos la Rusia de los zares, con la Segunda Guerra la URSS se convirtió en superpotencia.
Hoy ya nada de esto existe, advierte Hobsbawm. Pero tampoco la “
imperturbable victoria del liberalismo político y económico” (Francis Fukuyama).
Los intentos del siglo XX por tratar la historia del mundo entre puro colectivismo y puro individualismo, “no sobrevivieron a la casi simultánea bancarrota de la economía soviética y la economía del mercado”. Ninguna de estas economías volverá, arriesga. Desde la caída del muro, la izquierda se quedó sin su tradicional alternativa al capitalismo, “a menos que reflexionen sobre lo que querían decir con ‘socialismo’ y abandonen la presunción de que la clase obrera (manual) será el principal agente de cambio social”. Pero, avisa, también quedaron a la intemperie aquellos fervorosos de la
reductio ad absurdum de la sociedad de mercado de 1973-2008.
“Puede que no esté en el horizonte un sistema alternativo, pero la posibilidad de una desintegración, incluso de un desmoronamiento del sistema existente, no se puede descartar”, previene. Desde los años 1970, el capitalismo “revirtió a la extrema y patológica versión del laissez-faire (‘el gobierno no es la solución, sino el problema’)”, en alusión al abandono de las teorías keynesianas sobre la intervención del Estado y la entronización del “fundamentalismo de mercado”, encarnado por Margaret Thatcher, Ronald Reagan y otros émulos patéticos. Ahora “hemos redescubierto que el capitalismo no es la (o no es la única) respuesta, sino la pregunta”, parafrasea un irónico Hobsbawm.
Hoy, señala, un ilimitado crecimiento económico, cada vez más altamente tecnológico y en pos de beneficios insostenibles, produce riqueza global, “pero a costa de un factor de producción cada vez más prescindible, el trabajo humano, y podríamos añadir de los recursos naturales.
El liberalismo económico y político no puede proporcionar la solución a los problemas del siglo XXI. Tampoco podemos prever cuáles serán esas soluciones, pero para que haya alguna posibilidad de éxito –concluye Hobsbawm– deben plantearse las preguntas de Marx, aunque no se quieran aceptar las diferentes respuestas de sus discípulos”.