I. ¿POR QUÉ UNA TERCERA FILOSOFÍA?
Después de estos primeros capítulos puede parecernos que al fin de cuentas debe ser
bastante fácil ubicarnos en medio de todos los razonamientos filosóficos, puesto que únicamente dos grandes corrientes se reparten todas las teorías: el idealismo y el materialismo. Y que, además, los argumentos que militan en favor del materialismo convencen en forma definitiva.
Parece ser, pues, que después de algún examen hemos encontrado el camino que lleva hacia la filosofía de la razón: el materialismo.
Pero las cosas no son tan simples. Tal como ya lo hemos señalado, los idealistas modernos no tienen la franqueza del obispo Berkeley. Presentan sus ideas
con mucho más artificio, bajo una forma oscurecida por el empleo de una
terminología “nueva” destinada a conseguir que la gente ingenua las tome por la
filosofía “más moderna”.13
Ya hemos visto que a la cuestión fundamental de la filosofía se pueden dar dos respuestas, que son totalmente opuestas, contradictorias e inconciliables. Estas dos respuestas son muy claras y no permiten ninguna confusión.
Y efectivamente, hasta más o menos 1710 el problema era planteado así: de un lado, los que afirmaban la existencia de la materia fuera de nuestro pensamiento -eran los materialistas-; del otro, aquellos que, con Berkeley, negaban la existencia de la materia y pretendían que ésta sólo existía en nosotros, en nuestro espíritu -eran los idealistas.
Pero en esta época, y con el progreso de la ciencia, intervinieron entonces otros filósofos que trataron de superar a los idealistas y los materialistas creando una corriente filosófica que sembrara la confusión entre estas dos teorías, y esta confusión tiene su fuente en la búsqueda de una tercera filosofía.
II. RAZONAMIENTO DE ESTA TERCERA FILOSOFÍA
La base de esta filosofía, que fue elaborada después de Berkeley, es que resulta inútil tratarde conocer la naturaleza real de las cosas y que nunca podremos conocer más que las apariencias.
Por eso es que esta filosofía se llama el agnosticismo (del griego a, negación, y gnosticos, capaz de conocer; es decir, “incapaz de conocer”).
Según los agnósticos, no se puede saber si el mundo es, en el fondo, espíritu o naturaleza.
Nos es posible conocer la apariencia de las cosas, pero no podemos conocer la realidad.
Por ese motivo, considerando que los idealistas y los materialistas, discuten para saber si las cosas son materia o espíritu, si estas cosas existen o no fuera de nuestro pensamiento, si nos es posible conocerlas o no, los agnósticos dicen que bien se puede conocer la apariencia, pero nunca la realidad.
Nuestros sentidos -dicen ellos- nos permiten ver y sentir las cosas, conocer sus aspectos exteriores, las apariencias; por lo tanto, esas apariencias existen para nosotros; constituyen lo que en lenguaje filosófico se llama “la cosa para nosotros”. Pero no podemos conocer la cosa, independiente de nosotros, con su realidad que le es propia, lo que se llama “la cosa en sí”.
Los idealistas y los materialistas, que discuten continuamente sobre estos temas, son
comparables a dos hombres que se pasearan por la nieve, uno con anteojos azules y el otro rosados,
disputando acerca del verdadero color de aquélla. Supongamos que nunca pudieran quitarse sus
anteojos. ¿Podrán llegar a conocer un día el verdadero color de la nieve?... No. ¡Y bien!: los
idealistas y los materialistas que discuten para saber quiénes, de unos u otros, tiene razón, llevan
anteojos azules o rosados. Nunca conocerán la realidad. Tendrán un conocimiento de la nieve “para
ellos”; cada uno la verá a su modo, pero jamás conocerán la nieve “en sí misma”. Tal es el
razonamiento de los agnósticos.
III. ¿DE DÓNDE PROCEDE ESTA FILOSOFÍA?
Los fundadores de esta filosofía son Hume (1711-1776), que era inglés, y Kant (1724-1804),un alemán. Ambos han tratado de conciliar el idealismo y el materialismo.
He aquí un pasaje de los razonamientos de Hume citados por Lenin en su libro
Materialismo y Empiriocriticismo:
Se puede considerar evidente que los hombres son propensos, por
instinto o predisposición natural, a fiarse de sus sentidos, y que sin el menor
razonamiento, o incluso antes de recurrir al razonamiento, siempre suponemos
la existencia de un mundo exterior, que no depende de nuestra percepción y que
existiría aun cuando desapareciésemos o fuésemos destruidos nosotros y todos
los otros seres dotados de sensibilidad...
Pero esta opinión universal y primaria de todos los hombres es
prontamente rebatida por la más superficial filosofía, que nos enseña que a
nuestra mente no puede ser nunca accesible nada más que la imagen o la
percepción y que las sensaciones son tan sólo canales por los que estas
imágenes son transportadas, no siendo capaces de establecer por sí mismas una
relación directa entre la mente y el objeto. La mesa que vemos parece más
pequeña si nos alejamos de ella, pero la mesa real, que existe
independientemente de nosotros, no cambia; por consiguiente, nuestra mente
no ha percibido otra cosa que la imagen de la mesa. Tales son las indicaciones
evidentes de la razón.14
Vemos que Hume admite para comenzar lo que es evidente para el sentido común: la
“existencia de un universo exterior” que no depende de nosotros. Pero al instante se rehusa a admitir esta existencia como una realidad objetiva. Para él, esta existencia no es nada más que una imagen, y nuestros sentidos, que comprueban esta existencia, esta imagen, son incapaces de establecer una relación cualquiera entre la mente y el objeto.
En una palabra, vivimos en medio de las cosas como en el cinematógrafo, en la pantalla del cual vemos la imagen de los objetos, su existencia, pero donde tras las mismas imágenes, es decir, detrás de la pantalla, no hay nada.
Ahora, para saber cómo tiene nuestra mente conocimiento de los objetos, esto puede ser debido a la energía de nuestra misma inteligencia o a la acción de algún espíritu invisible y desconocido o también a alguna causa menos conocida todavía.15
IV. SUS CONSECUENCIAS
He aquí una teoría seductora que, por otra parte, se halla muy extendida. La encontramos bajo diferentes aspectos en el curso de la Historia, entre las teorías filosóficas, y en nuestros días, entre todos aquellos que pretenden “permanecer neutrales y mantenerse en una reserva científica”.
Nos es preciso, por lo tanto, examinar si esos razonamientos son justos y qué consecuencias se derivan de ello.
Si verdaderamente nos es imposible, como afirman los agnósticos, conocer la verdadera naturaleza de las cosas, y si nuestro conocimiento se limita a sus apariencias, no podemos afirmar, entonces, la existencia de la realidad objetiva y no podemos saber si las cosas existen por si mismas.
Para nosotros, por ejemplo, el ómnibus es una realidad objetiva; pero el agnóstico nos dice que eso no es seguro, que no se puede saber si ese ómnibus es un pensamiento o una realidad. Por consiguiente, él nos prohibe sostener que nuestro pensamiento es el reflejo de las cosas. Vemos que de este modo estamos en pleno razonamiento idealista, porque, entre afirmar que las cosas no
existen o bien que sencillamente no se puede saber si existen, la diferencia no es grande...
Ya hemos visto que el agnóstico distingue las “cosas para nosotros” y las “cosas en sí”. El estudio de las cosas para nosotros es por lo tanto posible: es la ciencia; pero el estudio de las cosas en sí es imposible, porque no podemos conocer lo que existe fuera de nosotros.
El resultado de este razonamiento es el siguiente: el agnóstico acepta la ciencia; cree en ella y quiere practicarla y, como no se puede hacer ciencia sino a condición de expulsar de la naturaleza toda fuerza sobrenatural, ante la ciencia él es materialista.
Pero se apresura a agregar que, como la ciencia no nos da más que apariencias, nada prueba, por otra parte, que no haya en la realidad otra cosa además de la materia, o incluso que exista la materia o que Dios no exista. La razón humana no puede saber nada y por consiguiente no tiene por qué mezclarse en eso. Si hay otros medios de conocer las “cosas en sí”, como la fe religiosa, el agnóstico no quiere saberlo tampoco y no se reconoce el derecho de discutirlo.
En cuanto a la conducción de la vida y a la construcción de la ciencia, el agnóstico es, pues, un materialista, pero un materialista que no se atreve a afirmar su materialismo y que trata ante todo de no atraerse dificultades con los idealistas, de no entrar en conflicto con las religiones. Es “un materialista vergonzante”.16
La consecuencia es que, al dudar del valor profundo de la ciencia y al no ver en ellas que ilusiones, esta tercera filosofía nos propone no atribuir ninguna veracidad a la eiencia y considerar como perfectamente inútil tratar de saber algo, de hacer avanzar el progreso.
Los agnósticos dicen: “En otra época, los hombres veían el sol como un disco chato y creían que tal era la realidad: se engañaban. Hoy, la ciencia nos dice que el sol no es tal como lo vemos y pretende explicar todo. Sin embargo, sabemos que se engaña a menudo, destruyendo un día lo que construyera la víspera. Error ayer, verdad hoy, pero error mañana. De este modo, sostienen los agnósticos, nosotros no podemos saber, la razón no nos aporta ninguna certidumbre. Y si fuera de la
razón hay otros medios que, como la fe religiosa, pretenden darnos certidumbres absolutas, ni siquiera la ciencia.puede impedirnos creer en ello. Al disminuir la confianza en la ciencia, el agnosticismo prepara así el retorno de las religiones.
V. CÓMO PODEMOS REFUTAR ESTA “TERCERA” FILOSOFÍA
Hemos visto que, para probar sus afirmaciones, los materialistas se sirven no solamente de la ciencia sino también de la experiencia, que permite controlar las ciencias. Gracias al “criterio de la práctica”, se puede saber, se puede conocer las cosas.
Los agnósticos nos dicen que es imposible afirmar que el mundo exterior existe o no existe.
Pero mediante la práctica nosotros sabemos que el mundo y las cosas existen. Sabemos que las ideas que nos hacemos de las cosas son justas, que las relaciones que hemos establecido entre las cosas y nosotros son reales.
Desde el momento que sometemos esos objetos a nuestro uso, de
acuerdo a las cualidades que percibimos en ellos, sometemos a una prueba
infalible la corrección o la falsedad de nuestras percepciones sensibles. Si esas
percepciones fueran falsas, nuestra apreciación del uso que se puede hacer de
un objeto debería serlo igualmente, y nuestra tentativa debería fracasar. Pero si
logramos alcanzar nuestro objetivo, si advertimos que el objeto concuerda con
la idea que teníamos de él y responde al designio en el que lo hacemos entrar,
ésa es una prueba positiva de que nuestras percepciones del objeto y de sus
cualidades están de acuerdo con una realidad exterior a nosotros mismos, y
cada vez que sufrimos un fracaso empleamos generalmente poco tiempo para
descubrir la razón que nos ha hecho fracasar; nos damos cuenta de que la
percepción sobre la cual nos habíamos basado para actuar era o incompleta o
superficial o combinada con los resultados de otras percepciones, de manera tal
que no garantizaban lo que llamamos razonamiento verdadero. En la medida en
que tenemos cuidado de conducir y de utilizar convenientemente nuestros
sentidos y de mantener nuestra acción de los límites prescriptos por
percepciones convenientemente obtenidas y convenientemente utilizadas,
notamos que el resultado de nuestra acción prueba la conformidad de nuestras
percepciones con la naturaleza objetiva de las cosas percibidas. En ningún caso
todavía hemos debido sacar la conclusión de que nuestras percepciones
sensibles científicamente controladas produzcan en nuestros espíritus ideas
sobre el mundo exterior que se hallen, por su misma naturaleza, en desacuerdo
con la realidad, o que haya una incompatibilidad inherente entre el mundo y las
percepciones sensibles que de él tenemos.17
Retomando la frase de Engels, diremos: “la prueba del pudding, es que se lo come”
(proverbio inglés). Si no existiera o no fuera más qne una idea, después de haberlo comido nuestra hambre no estaría saciada en absoluto.
De este modo nos es perfectamente posible conocer las cosas, ver si nuestras ideas
corresponden a la realidad. Nos es posible controlar los datos de la ciencia por la experiencia y la industria, que traducen en aplicaciones prácticas los resultados teóricos de las ciencias. Si podemos hacer caucho sintético, es porque la ciencia conoce la “cosa en sí” que es el caucho.
Por consiguiente, vemos que no es inútil tratar de saber quién tiene razón, puesto que a pesar de los errores teóricos que la ciencia puede cometer, la experiencia nos proporciona en cada ocasión la prueba de que indudablemente es la ciencia la que tiene razón.
VI. CONCLUSIÓN
Desde el siglo XVIII, entre los diferentes pensadores que han sido influenciados en mayor o menor medida por el agnosticismo, vemos que esta filosofía es atraída tanto por el idealismo como por el materialismo. Cubriéndose con palabras nuevas, como dice Lenin, pretendiendo incluso servirse de la ciencia para apuntalar sus razonamientos, no hacen más que crear la confusión entre las dos teorías, permitiendo así a algunos tener una filosofía cómoda, que les da la posibilidad de declarar que no son idealistas porque se sirven de la ciencia, pero que no son tampoco materialistas, porque no se atreven a ir hasta el fin de sus argumentos, porque no son consecuentes:
¿Qué es el agnosticismo, entonces -dice Engels- sino... un materialismo “vergonzante”? La concepción agnóstica de la naturaleza es completamente
materialista. El mundo natural es regido enteramente por leyes y excluye
absolutamente toda intervención exterior. Pero, agrega aquélla, nosotros no
tenemos ningún medio para afirmar o negar la existencia de algún ser supremo
más allá del universo conocido.18
Por lo tanto, esta filosofía hace el juego del idealismo y, al fin de cuentas, puesto que son inconsecuentes en sus razonamientos, los agnósticos desembocan en el idealismo. “Rasquen al agnóstico, dice Lenin, y encontrarán al idealista.”
Hemos visto que se puede saber quién tiene razón: si el idealismo o el materialismo.
Vemos ahora que las teorías que pretenden conciliar esas dos filosofías no pueden, de hecho, sino sostener al idealismo, que no aportan una tercera respuesta a la cuestión fundamental de la filosofía y que, en consecuencia, no hay tercera filosofía.
PD: En otros hilos en filosofía ya se ha explicado las dos principales posturas filosóficas frente al problema principal de la filosofía, la materia vs el espíritu.
Si alguien desea un mejor entendimiento puede de ellas puede recurrir a los demás hilos o descargarse el libro que mencioné al comienzo del post, que por cierto, es muy bueno y sencillo de entender.