Juan Nogueira López
El pasado mes de marzo, Corea del Norte celebró elecciones a la Asamblea Popular Suprema (Parlamento). Felizmente, Occidente fue incapaz de fabricar una “revolución de color” en Corea, a diferencia de lo sucedido en países como Ucrania o Georgia y, más recientemente, en Irán. Por eso, el ataque se limitó a una breve campaña de desprestigio en los medios. Los objetivos eran dos: elucubrar posibles “sucesores” a Kim Jong Il entre los candidatos y tildar el proceso de anti-democrático.
El primero de los objetivos fracasó. Occidente apostaba por que alguno de los tres hijos de Kim Jong Il resultase electo a la Asamblea Popular Suprema. Pero todo resultó ser humo: ninguno de ellos era candidato.
El segundo objetivo -mostrar a Corea como una dictadura- se logró en buena medida. Pero ésta era una victoria fácil, ya que el público occidental lleva 60 años consumiendo propaganda anti-norcoreana. Y, sin embargo, se abrieron algunas grietas dolorosas dentro del consenso mayoritario. El autor de estas grietas fue, nada menos que, el embajador británico en Pyongyang: Peter Hughes.
Hughes es, además de diplomático, experto en asuntos asiáticos. Toda su experiencia, sin embargo, no le ha servido para evitar cometer un error de principiante: su función -como representante de un gobierno burgués- no es decir la verdad. Y, sin embargo, lo hizo; Hughes describió la situación norcoreana tal como él la vive.
Hughes narró la jornada electoral como un día en el que “en todas las calles se respira un ambiente festivo.” Añade también que “mucha gente camina hacia o desde los colegios electorales y después se van a los parques a hacer picnics o -simplemente- a dar un paseo. La mayoría de las mujeres van vestidas en los tradicionales vestidos coloridos hanguk y los hombres llevan sus mejores trajes. Fuera de los colegios electorales hay bandas de música tocando y gente bailando y cantando, consiguiendo además entretener a las filas de votantes que esperan pacientemente para elegir a los representantes del legislativo unicameral del país. Tienen gran popularidad los puestos de refrescos y meriendas, todo el mundo parece estar disfrutando del día. La lista de candidatos electos se publicará el lunes.”
Tras la jornada electoral, Hughes dice que “la ciudad ha vuelto a la normalidad y la gente vuelve a sus asuntos sin grandes cambios. Sin embargo, el tiempo soleado y las temperaturas más cálidas están animando los parques y haciendo que los prados se vuelvan verdes tras el largo invierno. Durante las tardes, se ven largas columnas de escolares que marchan por las calles con uniformes azules y pañuelos escarlata, llevando consigo banderas rojas y pancartas para animar a la gente.[...] Los chicos cantan canciones y gritan slogans, mientras marchan alegres de la mano o, en ocasiones, de forma solemne.”
El artículo termina diciendo que “se ha llevado a cabo un plan para preparar pequeñas huertas en las tierras alrededor de los bloques de edificios, para así aumentar la cosecha de infusiones y vegetales de primavera. La semana pasada, el gobierno anunció un plan nacional de reforestación, bajo el cual se pretende plantar millones de nuevos árboles en todo el país. La población de Pyongyang parece haberse tomado el programa muy en serio, ya que por cada seís metros de acera, hay un árbol, así como entre los apartamentos de los barrios de la capital. Todas las tardes se puede ver gente cuidando los nuevos árboles, que a intervalos se acercan a las nuevas mesas que han aparecido en las calles, para la venta de tabaco y dulces.”
Como se ve, aunque el artículo refleja una cotidianidad alegre y optimista, está lejos de ser un relato apologético que confronte con el capitalismo. Hughes no menciona el sistema electoral ni desmitifica muchos aspectos que podrían ser interesantes para tratar este asunto. Sin embargo, su escrito le ha valido una fulminante reprobación general de la prensa británica.
El Telegraph llama a Hughes “apologista de un régimen represivo” por “escribir sobre la vida en Pyongyang sin incluir críticas al país”. Con esto, el Telegraph dice explicitamente lo que ya sabíamos: que sólo se puede hablar sobre un país socialista si es para criticarle.
De hecho, el periodista Colin Freeman comenta más adelante que “cualquiera que esperase -debido al status privilegiado del embajador- relatos sobre la vida personal de Kim Jong Il, cotilleos o información de hasta cuándo va a durar el régimen, se sentiría decepcionado por lo que escribe el embajador”. El periodista viene a decir “si Hughes nos narra los hechos... y los hechos contradicen nuestros intereses ... ¡tanto peor para los hechos! En Occidente queremos cotilleos sobre Kim Jong Il, ¿Qué se ha creído este tipo, diciéndonos que en Corea la gente se moviliza, trabaja, come, canta, baila, pasea y vota?”
El periodista no sólo “protesta” por publicar una noticia sin más motivo que mostrar la realidad cotidiana de Corea. También se queja de que no se uticen los convencionalismos con los que se “deben” tratar las noticias sobre un país socialista. Por ejemplo, Colim Freeman dice que el embajador menciona el gran apoyo recibido por los partidos socialistas, pero “tiene el fallo notable de no mencionar que la verdadera oposición al dirigente Kim Jong Il es duramente perseguida.” En otras palabras: no importa que el embajador viva en Corea y hable de una realidad que conoce; hay que criticar el sistema coreano, tanto si hay pruebas de las acusaciones como si no.
La fulminante avalancha de críticas ha provocado que el embajador Hughes rectifique. Primero dijo que el propósito había sido recordar al mundo que los norcoreanos no son diferentes a ningún otro ser humano.
Sin embargo, las presiones continuaron hasta que Hughes se vio obligado a declarar que “Corea tiene un historial de derechos humanos brutal, unas políticas agrarias fallidas y un preocupante programa nuclear”. Sin embargo, también añadió que “no había pretendido hacer un comentario político, sino que creyó ver una oportunidad para mostrar que Pyongyang no es un lugar oscuro y malvado poblado por demonios, sino una ciudad habitada por seres humanos que se esfuerzan por aprovechar al máximo la vida, a pesar de las dificultades del día a día.” ¿Presiones o bajada de pantalones?
En cualquier caso, me quedo con una última reflexión que aporta el periodista británico:
“Este caso ha ilustrado los riesgo de los recientes esfuerzos del Ministerio de Asuntos Exteriores, animando a los diplomáticos a hacer más accesible al público los países en los que viven. El formato blog, generalmente entendido como un foro en el que contar todo de forma espontánea, sin restricciones, parece poco adecuado para las funciones que desempeña un diplomático, para quien incluso una palabra mal escogida puede suponer problemas mayores con su país de acogida.”
En realidad, este caso es prueba de justo todo lo contrario. El país de acogida -Corea- no tiene ningún problema con que los diplomáticos cuenten lo que realmente sucede en el país. Al revés. Para Corea esto supone una oportunidad de romper el bloqueo mediático. Para el mundo Occidental sí supone un problema -sin embargo- que tras 60 años de guerra fría en la Península, sea incapaz de mantener un status quo anacrónico y maniqueo. Este caso sólo es un ejemplo más de que en el mundo de hoy, como en el de ayer, los “medios de producción espiritual” siguen estando en manos de la clase dominante. Y los tabúes y la corrección política son sólo formas modernas de censura.