ACERCA DE LA SITUACIÓN DEL MOVIMIENTO ANTIFASCISTA MADRILEÑO
Ocurre a menudo; la revolución de 1848 dejó en muchos revolucionarios europeos un regusto amargo porque no se había acomodado a sus deseos y, por tanto, la consideraron como un fracaso. Son, efectivamente, bastantes los que están en pugna permanente con la realidad. Sea cual fuere el alcance de aquella revolución, lo cierto es que en los años posteriores el movimiento revolucionario se retrajo ostensiblemente en todos los países de Europa. Cuando la revolución está en auge, como si fueran surfistas, todos se suben a la cresta de la ola, pero los verdaderos revolucionarios se quedan cuando aquella pasa y llegan los momentos amargos de reflujo y de crisis.Precisamente entonces, Lassalle le escribió a Marx: En Alemania no tienes más amigo que yo. Se había producido el vacío, y el aislamiento político puso a prueba el temple de cada uno. Es una situación en la cual los revolucionarios padecen la tentación de apoyarse en lo poco que tienen, en conservarlo a toda costa.
¿A toda costa? No; Marx no tardó mucho en escribir a Lassalle rompiendo con él. Se quedó completamente solo, como si en Alemania la revolución hubiera sido barrida para siempre.
Sin embargo, el aislamiento de los revolucionarios -cuando se trata de verdaderos revolucionarios-, esa situación de aparente hostilidad del medio, de incomprensión, no es real. En esa calma ficticia, las semillas del descontento van germinando el próximo estallido de rabia. No es frecuente que las masas salten a la calle ante el primer atropello de sus opresores; es necesario que el malestar, como el buen cocido, se condense lentamente al fuego. En esos momentos parece que los explotados tragan con todo lo que les echen, que se trata de gente sumisa. Eso jamás ha sido así; cada abuso, cada agresión va dejando el terreno abonado para que la explosión reviente con todo su combustible al completo, de manera que luego los burgueses se asombran de que por una nimiedad, los trabajadores prendan fuego a los neumáticos y lancen piedras a los escaparates de los bancos. Pero debería quedar claro que para que el incendio se propague primero la leña se tiene que secar. Una cosa conduce a la otra.
En los momentos de calma aparente, los revolucionarios de salón abandonan el barco o echan pestes por el atraso de los obreros, es decir, se pelean con la realidad porque ésta no se somete a su horario. Y es que la realidad y los obreros tienen su propio reloj y saltan cuando tienen que saltar, no cuando el intelectual de pacotilla tiene ganas de levantar el culo del sofá de su casa. Esos momentos de calma hay que aprovecharlos para preparar el siguiente envite, no para acomodarse a la propia situación de tranquilidad. Eso también diferencia a los revolucionarios de verdad de los charlatanes de feria.
Una de las maneras de preparar el siguiente asalto consiste -precisamente- en ajustarles las cuentas a ellos, en depurar las filas de diletantes y elementos inestables a fin de que la siguiente ola se desplace sobre una ruta más firme, más esclarecida y más directa hacia sus objetivos. Al respecto, en este país tenemos una gran ventaja sobre resto de Europa: tenemos memoria histórica. Aquí es impensable un estallido como el que ocurrió en París hace año y medio, un sunami de cólera impresionante pero sin pasado ni futuro. Aquí tenemos un pasado que pesa sobre el presente y pesará sobre el futuro. Por eso nunca puede suceder una tempestad de ese calibre, porque echaría abajo los cimientos mismos del Estado fascista tal y como lo conocemos hoy. Llegará algo así, sin duda, pero será mucho más devastador que en Francia.
¿Por qué? Entre otras cosas porque aquí en cualquier lucha ondean banderas republicanas; porque aquí sabemos quién es el enemigo, cómo tenemos que derrotarle y hacia dónde tenemos que caminar. Eso se lo debemos a nuestra memoria histórica. Nosotros somos hijos y nietos de la guerra y de la transición; y ellos –los fascistas- son también hijos y nietos de la guerra y de la transición (que algunos han empezado a llamar traición con mucho acierto y mala leche). Los bandos están muy delimitados desde hace tiempo. Aquí un estallido como el de París no va resultar pasajero y por eso mismo no pueden dejar que eso suceda en forma alguna y tratarán de dilatar en el tiempo su llegada.
El año pasado fue otro ejemplo más de este fenómeno que va a marcar ya una época de la lucha de clases en España. El movimiento popular dio un salto cuantitativo y cualitativo. Algunos antifascistas están verdaderamente obsesionados por el aspecto cuantitativo de la cuestión y corren el riesgo de convertirse en los contables de la resistencia, especialistas en enumerar cuántos van a las reuniones, cuántos acuden a las charlas, cuántos a las manifestaciones, etc. El éxito o el fracaso de un acto lo miden siempre según una cifra exclusivamente. Pero es el aspecto cualitativo el verdaderamente importante y ahí es donde el revolucionario tiene que echar toda la carne en el asador. Lo demás hay que trabajarlo también, sin duda, pero está asegurado de antemano: si no es hoy será mañana. Pero el aspecto cualitativo, las consignas, la línea, el programa, las reivindicaciones, etc., conciernen a todos aquellos que están empujando desde todas las organizaciones del movimiento de resistencia, los que están al pie de la calle, y son ellos los que tienen que tener bien claro que si encuentran la orientación apropiada, finalmente las masas van a estar con ellos. Que no les quepa ninguna duda de que no están solos y el tiempo acabará dándoles la razón. Una causa justa siempre se abre camino y hay que tener paciencia, perseverar y trabajar bien, honestamente, de cara a las masas, no a las siglas, ni a los grupos, ni a las camarillas.
¿Cómo saber cuáles son las consignas acertadas? No hay que romperse la cabeza; el año pasado en Madrid se dio esa experiencia y no es ninguna casualidad de que el futuro de todo el movimiento de resistencia esté ahí: está ahí porque el pasado también está ahí. Se puede formular con mayor o menor fortuna pero las ideas de República Popular, de autodeterminación, de libertades políticas y sindicales plenas, de disolución de los cuerpos represivos, de denuncia de la represión, por la salida de la OTAN y el desmantelamiento de las bases militares imperialistas, contra la Unión Europea y por la mejora de las condiciones de vida y trabajo, etc., concentran la mayor parte las aspiraciones de las obreros y de las masas populares ahora mismo.
Indudablemente la historia no se repite pero sí se enrosca sobre sí misma, y el año pasado la idea de República acaparó buena parte de la atención de las movilizaciones y no de una forma pasajera. Eso está ahí porque siempre ha estado ahí. Es casi como nuestro subconsciente colectivo. Además, como bien se está diciendo, para nadie se trataba simplemente de volver a 1931 sino que se habla de una III República, que nosotros definimos como una República Popular que debe añadir una estrella roja a su bandera porque no nos mueve la nostalgia de un tiempo perdido sino de un futuro a conquistar.
Precisamente ahora que el movimiento avanza, se clarifica y se agrupa en torno a esa batalla, es cuando los rezagados pretenden introducir la nota discordante, volver a la ambigüedad pasada y mantener la confusión. Así está sucediendo ahora mismo en Madrid, donde ya lanzaron su primera carga de profundidad el 20-N del pasado año. Todo eso lo pretenden llevar a cabo en nombre de la unidad: como antes estábamos unidos, dicen, vamos a seguir como antes (como siempre) porque la unidad está por encima de todo. Pues no es así. Primero porque nosotros negamos que se haya roto ninguna unidad; lo que ha sucedido es que al avanzar el movimiento, hay quien se ha quedado atrás y se regodea en sus viejos esquemas, más gastados que el lápiz del carpintero. Segundo, lo importante no es la unidad sino la lucha: los antifascistas nos tenemos que unir a los que luchan no a los que charlan. Tercero, los que luchan siempre se van a encontrar unidos, aunque no lo pretendan, porque el mismo enemigo se va a encargar de ello.
Dentro del invernadero artificial que algunos pretenden levantar, hay quien, confundiendo la revolución con la aritmética, habla de sumar y no de restar. Siempre quieren llevarnos al terreno de la contabilidad. Aparte de lo que ya hemos dicho, tenemos que insistir en dos aspectos que para nosotros, los comunistas, son importantes:
— todo movimiento se fortalece depurándose, es decir, restando, quitándose de encima a los elementos dudosos, vacilantes, diletantes, inestables, charlatanes y vociferantes cuya única preocupación es el pasado, lo muerto, que tratan de empantanarnos a todos en sus errores de siempre y no saben apreciar el futuro, lo vivo, lo que se va abriendo camino en medio del marasmo cotidiano de la lucha
— la verdadera unidad es la unidad de la clase obrera y la unidad del pueblo; no es la unidad de las siglas, ni de unas supuestas ideologías, ni de los diversos grupos y camarillas que pululan a lo largo y ancho de la geografía peninsular.
En Madrid no se ha roto ninguna unidad porque se hayan descolgado unos pocos, que han abandonado el barco sin que nadie les echara por la borda. Que no se confundan ellos y no pretendan confundir a los demás. No hay ninguna pelea interna, y mucho menos una crisis. Pero sí hay quien, como en 1848, reniega de la realidad, del movimiento, que, como su propio nombre indica, no se para ni se va a parar nunca ante nada ni ante nadie. El movimiento antifascista en Madrid se organiza a sí mismo y celebra sus asambleas para tomar sus decisiones. Lo que no puede hacer es someterse al capricho de los diletantes que no quieren la unidad sino algo bien distinto, la unanimidad, porque así pretenden tener sometidos a todos eternamente a su voluntad. El tren de la historia sigue su marcha y a los que se han apeado hay que decirles adiós, desearles buena suerte y, cuando quieran volver, acogerles -como siempre- con los brazos abiertos.
Pero hoy por hoy los que se fueron no tienen ninguna intención de volver para luchar sino que quieren debatir y, además, imponen varias condiciones para ello, especialmente que los antifascistas reconozcan sus errores (ellos nunca cometen errores). A cambio amenazan con refundarlo todo. Nuestra opinión al respecto es la siguiente: olvidando el tono amenazante, consideramos magnífico que refunden de nuevo todo el movimiento antifascista en Madrid. Si ellos creen que pueden hacer más y hacerlo mejor que los actuales, por nuestra parte sólo van a recibir un apoyo entusiasta. Así que les debe quedar bien claro que no se trata de algo teórico, de otro de sus debates insoportables, sino de algo práctico. Y cuando hay práctica, cuando hay lucha, bienvenida sea; cuanta más mejor.
Ahora bien, tenemos la desagradable impresión de que no se trata de eso sino de provocar (ésta es la palabra justa) un debate ficticio y de hacerlo además, como si se tratara de la vieja polémica entre anarquistas y comunistas, y eso es falso. Ésa ni ha sido ni es la raíz del problema así que no habría que caer en una provocación tan burda. De la misma forma que nosotros no consideramos comunista a nadie por más que lleve tatuada la hoz y el martillo en la lengua, tampoco consideramos anarquista a cualquier charlatán capaz de rellenar el disco duro del servidor más capacitado con las frases más lapidarias y altisonantes.
Por nuestra parte, nos gustaría transmitir a los antifascistas madrileños lo siguiente: creemos que si se enfoca la situación actual desde el punto de vista de la práctica y de la lucha, no puede haber ningún problema con nadie. Todo el que quiera colaborar debe ser bienvenido y hay que abrirle las puertas. Además hay que apoyar a todos aquellos que están luchando y se enfrentan al fascismo, sea quien sea, cualquiera que sean sus siglas, cualesquiera que sean sus teorías. Por ese camino nunca va a haber divergencias, y si la lucha no se puede concentrar en una misma organización, no importa que haya varias. Ojalá hubiera miles de ellas. Lo que no podemos consentir es que se trafique con la causa antifascista, que se convierta en una tertulia para charlatanes, o que en nombre de ella se pretenda confundir y engañar. La resistencia antifascista no es patrimonio de nadie: es de todos; todos formamos parte de ella. Las puertas están abiertas para quienes quieran aportar su contribución, bien en las organizaciones que ya existen, bien creando otras nuevas.
Si todo eso ha quedado meridianamente claro, ahora hay que añadir que la unidad no está reñida con la lucha ni con la batalla ideológica. Por el contrario, ésta es necesaria para aquella. Así que nosotros no rehuimos la lucha ideológica en nombre de una falsa unidad. Los buenos amigos tienen a gala decirse las cosas a la cara, por crudo que ello sea. La sinceridad, la crítica, fortalece la unidad; quien se calla una crítica no es un amigo sino un hipócrita. Además, esa crítica será tanto mejor acogida por terceros en cuanto empieza por la crítica de uno mismo, por la autocrítica. La crítica no debilita a ningún antifascista; por el contrario, le tiene que fortalecer, le exhibe sus flaquezas y, en consecuencia, le ayuda a mejorar.
Hay que perderle el miedo a la crítica y a la lucha ideológica. El movimiento obrero y el movimiento revolucionario en todo el mundo siempre se han abierto camino en medio del combate contra la burguesía, así como de importantes batallas ideológicas y de críticas y autocríticas (externas e internas). Eso no significa plegarse al primer listillo que llega con su catecismo y su pequeña teoría debajo del sobaco. Los comunistas estamos preparados para cualquier batalla ideológica con la que la burguesía nos desafíe; vamos a responder, y mucho más si se trata de una provocación. Nos avalan 150 años de experiencia en ese terreno, que no son de libro sino de calle, de pelea diaria, sea grande o pequeña. Nosotros sabemos de sobra que detrás de todos sus ropajes, sean cuales fueren, cuando alguien califica de fascista al leninismo, entra dentro de las filas de la burguesía y, por tanto, nos va a tener enfrente porque nosotros no debatimos con la burguesía: la combatimos. A cada cual lo que se merece. Dentro del movimiento antifascista caben toda clase de críticas; es más: son necesarias para avanzar, para progresar y desarrollarse. Pero cuando alguien rescata del arsenal del Pentágono la vieja artillería de la guerra fría diciendo que el leninismo es fascismo, se vista como se vista y se ponga las medallitas que quiera, no hay discusión posible.
Sin embargo, el problema no está en el primer tontín que dice ese tipo de estupideces sino en quien le pone el megáfono para que se oigan bien alto. El problema es que en el chantaje permanente al que quieren someter a los antifascistas en Madrid, hay quien, al parecer, ha impuesto esa condición: que se publique en internet el artículo del teórico tontín, porque de lo contrario se larga y les deja solos a los demás. Y el problema es que hay quien cede al chantaje en nombre de la unidad y del debate, como si las organizaciones y medios antifascistas fueran algo neutro, un puro instrumento, una técnica, en la que cabe cualquier cosa, incluso dejarle el megáfono al tontín y a su amigo Jiménez Losantos (que dice lo mismo). Ya sabemos que a muchos no les gusta la autoridad ni hacer ejercicio de la misma, aunque lo hacen a cada paso sin darse cuenta; sabemos que tampoco les gusta la censura, aunque hacen uso de la misma a cada paso. Dentro del movimiento antifascista hay ciertos límites y fronteras que, a modo de trincheras, separan a un bando del enemigo. Pero hay quien ha perdido la noción misma de que esa frontera existe y parece dispuesto a dejar el megáfono en manos de Jiménez Losantos y su amigo el tontín para que llamen fascistas a los leninistas. En la lucha de clases cuando alguien no es capaz de distinguir a sus amigos de sus enemigos, ha perdido la guerra. Y en la medida de nuestras fuerzas nosotros no vamos a consentir que esta guerra se pierda. Nuestro problema es que no solamente tenemos enfrente a Jiménez Losantos y al tontín de su amigo sino a todos aquellos que dicen estar de nuestra parte pero le prestan el megáfono al enemigo. ¿Qué hacer con ellos? Porque si ahora les prestan el megáfono, ¿no querrán prestarles luego todo lo demás? ¿No será mejor dejarles ahora las cosas claras para evitar ese riesgo en el futuro?
Ya que empezamos hablando de 1848, concluyamos diciendo que después de quedarse Marx totalmente solo, se creó el Partido Socialdemócrata alemán, que llegó a ser el partido obrero más grande del mundo en el siglo XIX. Y es que ya lo dice el refrán: más vale solo que mal acompañado. Marx y Engels tuvieron que deshacerse de Bauer, de Ruge, de Feuerbach, de Vogt, de Lassalle, de Dühring... La confusión ideológica no se despeja con negociaciones y pactos unitarios sino cortando, rompiendo y manteniéndose hasta el final fiel a los principios revolucionarios. La superación de esta confusión, que no se limita sólo a Madrid, no va a llegar con otra teoría más, ni siquiera con otra teoría mejor, sino con el siguiente bofetón de la práctica. Mientras tanto tendremos que seguir aguantando al tontín, al repelente niño San Vicente y demás teóricos empeñados en convertirse en los Belén Esteban de la contrainformación digital. Vivimos en la época de las teorías con bífidus activo que, según la publicidad, son imprescindibles para la calvicie, la gonorrea, el estreñimiento, el mal aliento y demás males sociales de nuestro tiempo.