En el movimiento obrero hay desconfianza e incluso rechazo hacia la política china. Muchos comunistas la consideran capitalista y muchos sindicalistas de Europa y Norteamérica la culpabilizan del cierre de empresas y del deterioro de los salarios. Por su parte, los imperialistas hacen negocios con China, pero ven en ella al enemigo a largo plazo: por ejemplo, Gorbachov, en su confesión anticomunista de 1999, destacaba a China como el gran problema pendiente. ¿Será beneficioso para los trabajadores unirse a la cruzada de los capitalistas contra China?
La crisis económica ha llevado a tasas de crecimiento negativas a casi todos los países capitalistas desarrollados y, pese a ello, el crecimiento global ha sido posible gracias a la contribución de los países a los que se llama “emergentes”: Brasil, India y, sobre todo, China. La crisis ha afectado a este país sobre todo por la reducción de la demanda internacional. El crecimiento del gigante asiático bajó desde más del 10% hasta el 7%, pero este año remontará previsiblemente por encima del 9%. China se está convirtiendo en una de las primeras potencias económicas del mundo en cifras absolutas. Claro que si se matiza este dato con el hecho de su elevadísima cifra de población, la riqueza por habitante es todavía bastante baja, si la comparamos con la de los países más avanzados. No obstante, es una potencia cada vez más influyente en el escenario internacional. Pero, ¿es una potencia socialista o una potencia capitalista, incluso imperialista? Debemos hallar la respuesta correcta a esta pregunta porque así podremos concretar mejor la política que necesita la clase obrera para avanzar lo más rápidamente posible hacia su emancipación.
Antes incluso de desentrañar la naturaleza política de la sociedad china, vamos a examinar las consecuencias del desarrollo de China en el proceso de la revolución proletaria mundial, aun en el caso de que sus dirigentes quisieran instaurar plenamente el capitalismo.
China está transformando el mundo
Es un hecho objetivo y reconocido por todos que las autoridades chinas han favorecido un crecimiento importante de las relaciones de producción mercantiles e inclusive capitalistas, y que, como consecuencia de ello, se han desarrollado mucho las fuerzas productivas. La propaganda de los imperialistas ha aprovechado esto para, en primer lugar, decretar el fin del socialismo en el país más poblado de la Tierra y, en segundo lugar, para confirmar su prejuicio de que el socialismo sólo sirve para repartir la pobreza, mientras que el capitalismo y su egoísmo son el único medio capaz de crear riqueza. Todo esto, obviamente, con la intención de desmoralizar a los comunistas y a los obreros con conciencia de clase. Sin embargo, los imperialistas son los primeros en no creerse del todo su propia propaganda al constatar que el imperio del capital tropieza en China con serios límites y que este país supera la prueba de la crisis económica mejor que las grandes potencias de Occidente. De ahí que tomen partido por los independentistas tibetanos y uigures; de ahí que le concedan el Premio Nobel de la Paz al opositor Liu Xiaobao; etc., etc.
Pero, volvamos al frío análisis de los resultados. En China, están creciendo las fuerzas productivas, el carácter social de las mismas (es decir que la gran producción está ganando terreno sobre la pequeña producción), el número y la proporción de proletarios sobre el conjunto de la población, su movimiento huelguístico y sindical, etc. Y todo eso, precisamente allí donde se concentra una quinta parte de la humanidad. Nada más que por eso, porque se debilitan los obstáculos materiales con los que tropezó el socialismo en el pasado, debemos reconocer que la política que sigue China ayuda objetivamente a la revolución proletaria mundial. Y el impacto de esta política no queda encerrado en sus fronteras nacionales, sino que se extiende a todo el planeta.
En primer lugar, el movimiento de capitales hacia China en condiciones internacionales de sobreproducción capitalista provoca, en el seno de los países imperialistas, un deterioro acelerado de la economía productiva y de la situación de las masas laboriosas. Este factor, combinado con la actual crisis, da como resultado en estos países un brusco empeoramiento de la situación de la clase obrera, una reducción de la “clase media” y una tendencia a la homogeneización en las condiciones de vida del proletariado internacional. Sin embargo, contrariamente a lo que nos cuentan los políticos burgueses, la causa de este fenómeno no radica en China, donde la situación de los trabajadores mejora continuamente. Los únicos responsables son los magnates financieros de las grandes potencias que exportan sus capitales para sacar mayor provecho, aunque con ello perjudiquen a la mayoría de sus compatriotas. El resultado objetivo, en última instancia, es que aparecen condiciones objetivas que impulsan la lucha de clases, motor principal del progreso hacia el socialismo en países de capitalismo desarrollado.
En segundo lugar, aunque sólo sea porque China necesita materias primas (petróleo, minerales, etc.) y carece de los vínculos tradicionales coloniales y de instrumentos neocoloniales que tienen las potencias occidentales, establece sus relaciones económicas con los países del Tercer Mundo en condiciones ventajosas para éstos y, con ello, está contribuyendo al desarrollo de los mismos. Existe un reconocimiento generalizado de que así es: de que el trato de China con los países de África, Asia y América Latina se distingue, por ahora, del habitual expolio imperialista. Como consecuencia de esta novedad, los países atrasados están desarrollando sus infraestructuras, una incipiente industria, el nivel cultural de sus pobladores, etc., y así no necesitarán tanto malvender sus materias primas en el extranjero. Esto, a su vez, va a reducir las superganancias que, de esta fuente, obtenían los monopolios y mermará la capacidad de éstos para sobornar permanentemente a la aristocracia obrera en sus países, lo cual redundará en beneficio de la independencia política del proletariado y del auge de su lucha de clase.
En tercer lugar, y éste es uno de los reproches más habituales de la propaganda imperialista, China no atiende a criterios políticos o geopolíticos a la hora de establecer relaciones económicas con otros países. Esto le lleva a no respetar los bloqueos y embargos decretados por los cárteles imperialistas y a comerciar e invertir capital en países socialistas y otros que sin serlo sufren el hostigamiento imperialista. Cuba, Corea, Vietnam, Laos y también Venezuela, Irán, Sudán, Eritrea, la R. D. del Congo, etc., agradecen esta ayuda material de China, la cual debilita el dominio imperialista internacional y favorece el desarrollo de la lucha antiimperialista y su unidad.
En cuarto lugar, la política exterior china se opone a la guerra y al hegemonismo, aunque al mismo tiempo trate de evitar los conflictos con el imperialismo a veces a costa de dolorosas concesiones al mismo. No estamos ante un ejercicio tan explícito de internacionalismo proletario como el que realizaron la URSS y la China de Mao, pero la correlación de fuerzas ha empeorado políticamente. Lo que más beneficia hoy a la causa obrera internacional es el máximo desarrollo de las tendencias económico-sociales hasta aquí explicadas, antes de que estalle la guerra a gran escala. Así, en el caso de que ésta ocurra, en el caso de que la revolución no madure lo suficientemente rápido como para adelantarse a la guerra imperialista, ésta se enfrentará a un movimiento obrero y a unos países socialistas más fuertes. Recapitulando, aunque los dirigentes chinos fueran unos revisionistas partidarios de desarrollar plenamente el capitalismo en su país, su labor es útil al proletariado internacional porque están subvirtiendo el sistema de relaciones internacionales que sustentó al imperialismo durante el siglo XX.
La evolución política de China
Dicho esto, no podemos dejar de tener en cuenta también la declaración de intenciones de los gobernantes chinos, contrastada con los resultados de su política. Dicen que su objetivo es el comunismo y que están construyendo el socialismo, todavía en su etapa primaria. La propiedad de los medios de producción es estatal o cooperativa en su tres cuartas partes. Han sacado de la pobreza a cientos de millones de sus compatriotas. Están llevando a cabo el mayor plan de inversiones de la historia para reducir las diferencias sociales y territoriales. El gobierno lo ejerce un partido comunista que proclama basarse en el marxismo-leninismo y que aplica una dictadura contra los elementos burgueses domésticos y foráneos que intenten subvertir el orden político interno. El PC de China tiene relaciones preferentes con los partidos comunistas y participa en los debates y resoluciones del movimiento comunista internacional, etc. ¿Intentan engañarnos con palabras y apariencias? ¿Se engañan a sí mismos, haciendo concesiones innecesarias y fatales a la burguesía? ¿O su política, aunque innovadora y arriesgada, es correcta según el criterio marxista, es decir, proletario?
Para saberlo, tenemos que examinar la evolución de este país científicamente, desde el punto de vista del materialismo histórico, sin idealismo, sin dogmatismo.
China emprende el camino del socialismo en 1949, con la ayuda militar, política y económica de una gran potencia como era la Unión Soviética y bajo una correlación de fuerzas de clase más favorable al proletariado que la actual: el socialismo y el movimiento obrero y democrático acababan de derrotar al fascismo, engendro del gran capital. Aunque fuera un país tremendamente atrasado, mucho más que la Rusia prerrevolucionaria, y empobrecido por décadas de guerras, el contexto internacional le permitía avanzar con cierta rapidez en la construcción del socialismo y en la destrucción de las relaciones sociales feudales y capitalistas.
Sin embargo, esta tendencia política internacional beneficiosa para la revolución pronto se invirtió: el imperialismo concentró sus fuerzas en la “Guerra Fría” contra el comunismo y algunos países socialistas no tardaron en ceder, emprendiendo un proceso contrarrevolucionario. No se trataba solamente de un repliegue táctico, sino que el PCUS y otros partidos comunistas rompían ostentosamente con su pasado y con los principios del marxismo-leninismo, para experimentar una desnaturalización pequeñoburguesa, una socialdemocratización. Los dirigentes comunistas chinos con Mao Zedong a la cabeza se oponen a esta deriva y pierden por eso el apoyo que recibían de la URSS y sus aliados. China busca entonces el modo de proseguir su revolución socialista en estas nuevas circunstancias. Primero, intenta acelerarla a través del “Gran Salto Adelante” y las Comunas Populares, pero, al parecer, los resultados no son muy positivos. Aplica luego, durante cinco años una política más moderada, con más concesiones a las viejas relaciones sociales, consiguiendo estabilizar la situación y mejorarla. Entonces, Mao y otros dirigentes consideran que el país corre el peligro de deslizarse hacia el capitalismo y desencadenan la llamada Gran Revolución Cultural Proletaria que, con sus altibajos, duraría unos diez años, desde 1966 hasta poco después de la muerte de Mao en 1976. En este período también se intenta acelerar la adopción de relaciones sociales nuevas, de tipo comunista, como motor del desarrollo de la economía, de las fuerzas productivas sociales. En el ámbito internacional, China convierte a la URSS en su principal enemigo, consuma la ruptura de un movimiento comunista internacional seriamente afectado de revisionismo y busca un acercamiento con EE.UU. que le beneficie.
Al fallecer Mao, la dirección política china dará un viraje considerable. Se reprime a los partidarios de continuar la “revolución cultural” y se impone una política de “apertura y modernización socialista” por la que se permite el desarrollo de empresas capitalistas y de inversiones extranjeras capitalistas, con la única condición de desarrollar las fuerzas productivas y respetar el orden político del país. El precedente más conocido de una política de concesiones a la burguesía practicada por un gobierno comunista es la NEP en la URSS de los años 20. Sin embargo, la nueva política china va mucho más allá. ¿Es por ello revisionista? ¿Conduce a la plena instauración del capitalismo y a la dominación de la burguesía?
¿Dogmatismo o marxismo?
La respuesta será afirmativa si nos atenemos a la experiencia soviética y a la de otros países socialistas; y, sobre todo, si nos quedamos en la letra, si elevamos a la categoría de principios las decisiones adoptadas en ellas. Pero la teoría de la revolución socialista no puede limitarse a las primeras experiencias de ésta. Por supuesto, tiene que asimilarlas, pero sin convertirlas en modelo absoluto. Sobre todo tiene que entenderlas desde la concepción del mundo del marxismo-leninismo, que es mucho más que cualquier experiencia particular. No tenemos ninguna dificultad en entender eso cuando decimos que, si bien apreciamos el sindicalismo como forma básica del movimiento obrero, no estamos dispuestos a que el comunismo se quede en eso, en “economicismo”. Sin embargo, nos cuesta mucho más adoptar la misma actitud científica con respecto a la Unión Soviética, porque tememos que eso nos lleve a despreciarla para abrazar alguna teoría política atrasada, como el anarquismo, el trotskismo o el “Socialismo del Siglo XXI”. La teoría, como decía Stalin, es la práctica concentrada o acumulada, y el marxismo-leninismo es la teoría que concentra la práctica soviética, como una de las más avanzadas, pero no sólo ella, sino también la práctica de la clase obrera e incluso de la humanidad a lo largo de toda la Historia. Es, por eso mismo, mucho más rica que la práctica soviética y es la única base teórica válida para enjuiciar la política actual de China.
Pero comprender esto no basta para ponernos a salvo del dogmatismo y del doctrinarismo. Para orientarnos, no tenemos más instrumentos de navegación que los que nos ha legado el pasado, que son muy numerosos y complejos, incluso infinitos. Pero la realidad viva, presente y futura, lo es mucho más. Por eso, a Lenin le gustaba la cita del Fausto de Goethe: “gris es toda teoría, y verde es el árbol dorado de la vida”. No podemos, pues, ocupar todo nuestro tiempo estudiando e investigando. No podemos esperar a agotar la labor teórica para tomar posición y actuar, por miedo a equivocarnos. Eso no es propio de proletarios marxistas, sino de intelectuales pequeñoburgueses. Marx completa la maduración proletaria de su pensamiento con la última tesis sobre Feuerbach que dice así: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo.” Por eso, Engels y Lenin, insistían en que estudiáramos la teoría del marxismo, pero que no la convirtiéramos en un dogma, sino en una guía para la acción.
Ser audaces sin ser temerarios
Dicho esto, y para simplificar la cuestión, ¿quién tiene razón: Stalin y Mao que implementaron un proceso relativamente rápido de construcción del socialismo, o Deng Xiaoping que lo ralentizó o lo hizo retroceder? En otros términos, se trata de ver hasta qué punto la voluntad, la subjetividad, pueden intervenir en la realidad concreta acelerando su desarrollo necesario, sin violentarla produciendo un efecto contrario al deseado. Veamos la respuesta de Lenin al socialdemócrata Sujánov:
“Para implantar el socialismo -decís- hace falta cultura. Perfectamente. Pero, entonces, ¿por qué no habíamos de crear primero en nuestro país premisas culturales como la expulsión de los terratenientes y de los capitalistas rusos y, después, iniciar ya el movimiento hacia el socialismo? ¿En qué libros habéis leído que semejantes variaciones del orden histórico habitual sean inadmisibles o imposibles? Recuerdo que Napoleón escribió: ‘On s’engage et puis... on voit’, lo que traducido libremente quiere decir: ‘Primero hay que entablar el combate serio y después ya veremos lo que pasa’. Pues bien, nosotros, en octubre de 1917, entablamos primero el combate serio y después ya hemos visto los detalles del desarrollo (desde el punto de vista de la historia universal, éstos, indudablemente, son detalles), tales como la paz de Brest, o la nueva política económica, etc. Y hoy no cabe ya duda de que, en lo fundamental, hemos obtenido el triunfo.
Nuestros Sujánov, sin hablar ya de aquellos socialdemócratas que están más a la derecha, incluso no se imaginan que las revoluciones, en general, no pueden hacerse de otra manera. Nuestros pequeños burgueses europeos no piensan ni por soñación que las ulteriores revoluciones en los países del Oriente, con una población incomparablemente más numerosa y que se diferencian mucho más por la diversidad de las condiciones sociales, les brindarán sin duda más peculiaridades que la revolución rusa.
Ni que decir tiene que el manual escrito siguiendo a Kautsky fue, en su época, cosa muy útil. Pero ya es tiempo de renunciar a la idea de que este manual había previsto todas las formas del desarrollo de la historia universal. A los que piensan de tal modo es hora ya de llamarles simplemente imbéciles.”
Lenin sostiene que, a diferencia de los oportunistas y acomodados socialdemócratas, debemos actuar, aunque no se den las mejores condiciones para alcanzar nuestra meta. Incluso dice que esas condiciones se pueden conquistar de una manera distinta de la habitual. Eso es lo que él hizo y lo que han hecho más tarde todos los grandes revolucionarios proletarios como Stalin, Mao, Hoxha, Che Guevara, Fidel Castro, Kim Il Sung, Ho Chi Minh, etc. Pero, al mismo tiempo, ninguno de ellos sostuvo que la voluntad es omnipotente, que querer es poder o que cualquier deseo se puede convertir en realidad, porque eso sería subjetivismo y voluntarismo, idealismo a fin de cuentas. Lo que han intentado todos ellos es sacar el máximo provecho de las condiciones objetivas, acelerar al máximo su desarrollo. Para lograrlo, claro está, hay que estar bien atento a cuáles son las condiciones concretas en las que intervenimos, a cómo están evolucionando, y apoyarse en el conocimiento que tenemos de cuál es el desarrollo necesario de la realidad.
Más concretamente, nuestros precursores trataron de acelerar el paso al comunismo, sin dejar de tener en cuenta las condiciones reales. Por eso, al tiempo que Lenin combate así la pasividad derechista de los Sujánov, lucha por una Nueva Política Económica que resucitaba en parte la propiedad privada, el comercio, la explotación de los obreros por los capitalistas e incluso buscaba atraer las inversiones extranjeras con ciertas restricciones. Así es como se proponía conseguir las condiciones que le faltaban a la construcción del socialismo en Rusia. “Después del triunfo del proletariado, aunque sólo sea en un país, aparece –según Lenin- algo nuevo en la relación entre las reformas y la revolución. En principio, el problema sigue planteado del mismo modo, pero en la forma se produce un cambio, que Marx, personalmente, no pudo prever, pero que sólo puede ser comprendido colocándose en el terreno de la filosofía y de la política del marxismo… Después del triunfo, ellas [las reformas] (aunque en escala internacional sigan siendo el mismo ‘producto accesorio’) constituyen, además, para el país en que se ha triunfado, una tregua necesaria y legítima en los casos en que es evidente que las fuerzas, después de una tensión extrema, no bastan para llevar a cabo por vía revolucionaria tal o cual transición. El triunfo proporciona tal ‘reserva de fuerzas´, que hay con qué mantenerse, tanto desde el punto de vista material como del moral, aun en caso de una retirada forzosa.” (Acerca de la significación del oro en la actualidad y después de la victoria completa del socialismo) Stalin añade que tales reformas no están llamadas “a descomponer a la revolución, sino a las clases no proletarias.” (Fundamentos del leninismo)
En ese esfuerzo por aprovechar las condiciones reales para avanzar de la manera más rápida hacia el comunismo, los grandes revolucionarios pudieron cometer errores de apreciación y errores prácticos, pero no por eso dejan de ser para nosotros un ejemplo del que debemos inspirarnos. A priori, es imposible saber si vamos a acertar, si nos vamos a pasar o a quedar cortos. Hay que estar dispuesto a asumir riesgos.
En otras palabras, debemos ser audaces en la acción, pero evitando caer en la temeridad. Esta exageración de la audacia –la temeridad- es lo que reprochan los dirigentes chinos actuales al Mao de los últimos años, al tiempo que defienden el carácter globalmente positivo de su actuación y de su legado (no como hizo Jruschov respecto de Stalin). Por ahora, parece que el desarrollo de China les da la razón. Los comunistas vietnamitas primero y, ahora, los comunistas cubanos emprenden caminos similares, a la vez que todos los países socialistas superan sus contradicciones mutuas y estrechan su colaboración.
La base científica de la política comunista
Precisamente, para ser audaces sin ser temerarios, debemos conocer los límites –elásticos, pero límites al fin y al cabo- que no debe traspasar nuestra audacia y ese conocimiento nos lo proporciona el materialismo histórico. Examinemos, a la luz de todo lo anterior, la exposición sintética que del mismo hace Marx en el prólogo a su obra Crítica de la Economía Política:
“… en la producción social de su vida, los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción, que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales”.
Existe pues una dependencia de las relaciones de producción con respecto a las fuerzas productivas. Esto significa que es más difícil construir relaciones sociales comunistas en una sociedad de escasas fuerzas productivas como es todavía China que en una sociedad desarrollada por el capitalismo como la europea o la norteamericana. Claro que esa dificultad no significa imposibilidad, sino que puede vencerse si, por ejemplo, China recibiera la ayuda de alguna potencia socialista desarrollada, como pudo ser la URSS o podrían ser algunos países como el nuestro si fuéramos capaces de transformar nuestro revolucionarismo verbal en hechos.
Los dirigentes chinos actuales estimaron que, en las condiciones internacionales dadas, no les era posible avanzar en la construcción del socialismo si, previamente, no desarrollaban y socializaban sus fuerzas productivas pobres y desperdigadas haciendo parcialmente uso del capitalismo. No obstante, cabe la posibilidad de que hayan exagerado las dificultades y hayan hecho concesiones exageradas a la burguesía.
En cualquier caso, esta ley fundamental del desarrollo de la sociedad nos permite comprender y explicar a las masas por qué el capitalismo es capaz de desarrollar las fuerzas productivas en los países emergentes como China (donde se combina con la fuerza de la propiedad social y la planificación central) y por qué, en cambio, estrangula la producción en los países desarrollados, sustituyéndola por la especulación, la rapiña y la corrupción: esto simplemente significa que el capitalismo está agotando su papel histórico progresivo y debe ser sustituido por el socialismo allí donde ha creado potentes fuerzas productivas de carácter social.
De la observación de Marx también deducimos que el desarrollo de las fuerzas productivas en China permitirá sustituir más fácilmente las relaciones de producción capitalistas por otras socialistas, si existen condiciones políticas y voluntad política para ello. En cuanto a esas condiciones políticas e ideológicas, Marx explica sus vínculos con la base material y productiva de la sociedad:
“El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia.
Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica, se revoluciona, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre ella.”
Por consiguiente, a mayor desarrollo económico, como el que ha experimentado el mundo desde la II Guerra Mundial y China en particular, mayor posibilidad de difusión de la conciencia revolucionaria. Pero no se trata de una difusión espontánea o automática, sino en lucha contra la conciencia difundida a su vez por la clase dominante. En China reviste gran importancia que la dominación la ejerza el Partido Comunista, que propugna la ideología del proletariado, y que no la ejerza la burguesía a la que se ha permitido crecer en los últimos 30 años.
Después del bandazo derechista contra los excesos de la revolución cultural, China sufrió la revuelta de Tien An Men, una tentativa de contrarrevolución política burguesa a la que hizo frente con éxito. Desde entonces, parece que ha corregido un tanto su enfoque excesivamente unilateral sobre el desarrollo de la fuerzas productivas a cualquier precio y, desde el último Congreso del PCCh, se aprecia cierto giro a la izquierda.
“Ninguna formación social –continúa Marx- desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella y jamás aparecen nuevas y más altas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado en el seno de la propia sociedad antigua. Por eso, la humanidad se propone siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar, pues, bien miradas las cosas, vemos siempre que estos objetivos sólo brotan cuando ya se dan o, por lo menos, se están gestando, las condiciones materiales para su realización.”
En esto se apoyan los actuales dirigentes chinos para fomentar la producción mercantil simple y capitalista en su país, así como para sostener que al capitalismo todavía le queda cuerda. Ciertamente, el capitalismo no está del todo agotado y quizás supere superficialmente esta última crisis, pero no tardará en caer en otra aún peor y la tendencia a la conflagración mundial va a acentuarse a un ritmo exponencial. Los comunistas chinos parecen confiar excesivamente en evitar que, en su país, la burguesía tome el Poder político y que, a escala mundial, desencadene un gran conflicto. Quizás sean demasiado confiados con el enemigo y demasiado desconfiados con el potencial revolucionario de los trabajadores, pero no existen fundamentos sólidos para afirmar que son revisionistas partidarios del capitalismo. Al contrario, su línea política, aunque heterodoxa, respeta las bases científicas del marxismo y está haciendo mucho más de lo que parece para ayudar a la causa proletaria. Si queremos contribuir a que los comunistas chinos corrijan sus posibles errores derechistas, los revolucionarios de los países más desarrollados no debemos condenarlos sino apoyarlos. Y, además y sobre todo, somos nosotros quienes tenemos la responsabilidad de recuperar la iniciativa del socialismo internacional ya que disponemos de las mejores condiciones para construir la nueva sociedad.
En general, no se trata de esperar a un agotamiento total de las posibilidades del capitalismo para desarrollar las fuerzas productivas. Esto no lo ha hecho ningún modo de producción anterior: la burguesía pasó a dominar el mundo sin esperar a que se desarrollara el capitalismo en todas partes; incluso empezó a dominarlo cuando la mayoría de los países todavía vivía en condiciones de semi-feudalidad y hasta se apoyó en eso para acelerar la acumulación de capital. El proletariado chino también está apoyándose en el capitalismo para avanzar hacia el socialismo. En países avanzados como España, hay que comprender y explicar esta dialéctica, y apoyarnos en todas las circunstancias objetivas favorables que se están desarrollando para avanzar resueltamente hacia la revolución socialista proletaria. Aquí sí que el capitalismo está suficientemente agotado, y la clase obrera debe conquistar el Poder político para emprender un proceso de socialización de la propiedad sobre los medios de producción. Tal es el objetivo estratégico necesario determinado por el desarrollo de la contradicción entre el carácter ya enteramente social del grueso de las fuerzas productivas en España y las relaciones de producción de capitalismo monopolista. Sin embargo, no todas las condiciones empujan en una dirección revolucionaria y tenemos que tenerlas todas en cuenta. En particular, se da un gran desfase entre las condiciones objetivas y las subjetivas, entre la necesidad económica y la conciencia y organización social que han de satisfacerla. Es más, estas últimas siguen una evolución diametralmente opuesta que augura un agudo conflicto político. Los comunistas de China y de Occidente también seguimos métodos opuestos, pero avanzamos hacia la misma meta común: el socialismo.
La crisis económica ha llevado a tasas de crecimiento negativas a casi todos los países capitalistas desarrollados y, pese a ello, el crecimiento global ha sido posible gracias a la contribución de los países a los que se llama “emergentes”: Brasil, India y, sobre todo, China. La crisis ha afectado a este país sobre todo por la reducción de la demanda internacional. El crecimiento del gigante asiático bajó desde más del 10% hasta el 7%, pero este año remontará previsiblemente por encima del 9%. China se está convirtiendo en una de las primeras potencias económicas del mundo en cifras absolutas. Claro que si se matiza este dato con el hecho de su elevadísima cifra de población, la riqueza por habitante es todavía bastante baja, si la comparamos con la de los países más avanzados. No obstante, es una potencia cada vez más influyente en el escenario internacional. Pero, ¿es una potencia socialista o una potencia capitalista, incluso imperialista? Debemos hallar la respuesta correcta a esta pregunta porque así podremos concretar mejor la política que necesita la clase obrera para avanzar lo más rápidamente posible hacia su emancipación.
Antes incluso de desentrañar la naturaleza política de la sociedad china, vamos a examinar las consecuencias del desarrollo de China en el proceso de la revolución proletaria mundial, aun en el caso de que sus dirigentes quisieran instaurar plenamente el capitalismo.
China está transformando el mundo
Es un hecho objetivo y reconocido por todos que las autoridades chinas han favorecido un crecimiento importante de las relaciones de producción mercantiles e inclusive capitalistas, y que, como consecuencia de ello, se han desarrollado mucho las fuerzas productivas. La propaganda de los imperialistas ha aprovechado esto para, en primer lugar, decretar el fin del socialismo en el país más poblado de la Tierra y, en segundo lugar, para confirmar su prejuicio de que el socialismo sólo sirve para repartir la pobreza, mientras que el capitalismo y su egoísmo son el único medio capaz de crear riqueza. Todo esto, obviamente, con la intención de desmoralizar a los comunistas y a los obreros con conciencia de clase. Sin embargo, los imperialistas son los primeros en no creerse del todo su propia propaganda al constatar que el imperio del capital tropieza en China con serios límites y que este país supera la prueba de la crisis económica mejor que las grandes potencias de Occidente. De ahí que tomen partido por los independentistas tibetanos y uigures; de ahí que le concedan el Premio Nobel de la Paz al opositor Liu Xiaobao; etc., etc.
Pero, volvamos al frío análisis de los resultados. En China, están creciendo las fuerzas productivas, el carácter social de las mismas (es decir que la gran producción está ganando terreno sobre la pequeña producción), el número y la proporción de proletarios sobre el conjunto de la población, su movimiento huelguístico y sindical, etc. Y todo eso, precisamente allí donde se concentra una quinta parte de la humanidad. Nada más que por eso, porque se debilitan los obstáculos materiales con los que tropezó el socialismo en el pasado, debemos reconocer que la política que sigue China ayuda objetivamente a la revolución proletaria mundial. Y el impacto de esta política no queda encerrado en sus fronteras nacionales, sino que se extiende a todo el planeta.
En primer lugar, el movimiento de capitales hacia China en condiciones internacionales de sobreproducción capitalista provoca, en el seno de los países imperialistas, un deterioro acelerado de la economía productiva y de la situación de las masas laboriosas. Este factor, combinado con la actual crisis, da como resultado en estos países un brusco empeoramiento de la situación de la clase obrera, una reducción de la “clase media” y una tendencia a la homogeneización en las condiciones de vida del proletariado internacional. Sin embargo, contrariamente a lo que nos cuentan los políticos burgueses, la causa de este fenómeno no radica en China, donde la situación de los trabajadores mejora continuamente. Los únicos responsables son los magnates financieros de las grandes potencias que exportan sus capitales para sacar mayor provecho, aunque con ello perjudiquen a la mayoría de sus compatriotas. El resultado objetivo, en última instancia, es que aparecen condiciones objetivas que impulsan la lucha de clases, motor principal del progreso hacia el socialismo en países de capitalismo desarrollado.
En segundo lugar, aunque sólo sea porque China necesita materias primas (petróleo, minerales, etc.) y carece de los vínculos tradicionales coloniales y de instrumentos neocoloniales que tienen las potencias occidentales, establece sus relaciones económicas con los países del Tercer Mundo en condiciones ventajosas para éstos y, con ello, está contribuyendo al desarrollo de los mismos. Existe un reconocimiento generalizado de que así es: de que el trato de China con los países de África, Asia y América Latina se distingue, por ahora, del habitual expolio imperialista. Como consecuencia de esta novedad, los países atrasados están desarrollando sus infraestructuras, una incipiente industria, el nivel cultural de sus pobladores, etc., y así no necesitarán tanto malvender sus materias primas en el extranjero. Esto, a su vez, va a reducir las superganancias que, de esta fuente, obtenían los monopolios y mermará la capacidad de éstos para sobornar permanentemente a la aristocracia obrera en sus países, lo cual redundará en beneficio de la independencia política del proletariado y del auge de su lucha de clase.
En tercer lugar, y éste es uno de los reproches más habituales de la propaganda imperialista, China no atiende a criterios políticos o geopolíticos a la hora de establecer relaciones económicas con otros países. Esto le lleva a no respetar los bloqueos y embargos decretados por los cárteles imperialistas y a comerciar e invertir capital en países socialistas y otros que sin serlo sufren el hostigamiento imperialista. Cuba, Corea, Vietnam, Laos y también Venezuela, Irán, Sudán, Eritrea, la R. D. del Congo, etc., agradecen esta ayuda material de China, la cual debilita el dominio imperialista internacional y favorece el desarrollo de la lucha antiimperialista y su unidad.
En cuarto lugar, la política exterior china se opone a la guerra y al hegemonismo, aunque al mismo tiempo trate de evitar los conflictos con el imperialismo a veces a costa de dolorosas concesiones al mismo. No estamos ante un ejercicio tan explícito de internacionalismo proletario como el que realizaron la URSS y la China de Mao, pero la correlación de fuerzas ha empeorado políticamente. Lo que más beneficia hoy a la causa obrera internacional es el máximo desarrollo de las tendencias económico-sociales hasta aquí explicadas, antes de que estalle la guerra a gran escala. Así, en el caso de que ésta ocurra, en el caso de que la revolución no madure lo suficientemente rápido como para adelantarse a la guerra imperialista, ésta se enfrentará a un movimiento obrero y a unos países socialistas más fuertes. Recapitulando, aunque los dirigentes chinos fueran unos revisionistas partidarios de desarrollar plenamente el capitalismo en su país, su labor es útil al proletariado internacional porque están subvirtiendo el sistema de relaciones internacionales que sustentó al imperialismo durante el siglo XX.
La evolución política de China
Dicho esto, no podemos dejar de tener en cuenta también la declaración de intenciones de los gobernantes chinos, contrastada con los resultados de su política. Dicen que su objetivo es el comunismo y que están construyendo el socialismo, todavía en su etapa primaria. La propiedad de los medios de producción es estatal o cooperativa en su tres cuartas partes. Han sacado de la pobreza a cientos de millones de sus compatriotas. Están llevando a cabo el mayor plan de inversiones de la historia para reducir las diferencias sociales y territoriales. El gobierno lo ejerce un partido comunista que proclama basarse en el marxismo-leninismo y que aplica una dictadura contra los elementos burgueses domésticos y foráneos que intenten subvertir el orden político interno. El PC de China tiene relaciones preferentes con los partidos comunistas y participa en los debates y resoluciones del movimiento comunista internacional, etc. ¿Intentan engañarnos con palabras y apariencias? ¿Se engañan a sí mismos, haciendo concesiones innecesarias y fatales a la burguesía? ¿O su política, aunque innovadora y arriesgada, es correcta según el criterio marxista, es decir, proletario?
Para saberlo, tenemos que examinar la evolución de este país científicamente, desde el punto de vista del materialismo histórico, sin idealismo, sin dogmatismo.
China emprende el camino del socialismo en 1949, con la ayuda militar, política y económica de una gran potencia como era la Unión Soviética y bajo una correlación de fuerzas de clase más favorable al proletariado que la actual: el socialismo y el movimiento obrero y democrático acababan de derrotar al fascismo, engendro del gran capital. Aunque fuera un país tremendamente atrasado, mucho más que la Rusia prerrevolucionaria, y empobrecido por décadas de guerras, el contexto internacional le permitía avanzar con cierta rapidez en la construcción del socialismo y en la destrucción de las relaciones sociales feudales y capitalistas.
Sin embargo, esta tendencia política internacional beneficiosa para la revolución pronto se invirtió: el imperialismo concentró sus fuerzas en la “Guerra Fría” contra el comunismo y algunos países socialistas no tardaron en ceder, emprendiendo un proceso contrarrevolucionario. No se trataba solamente de un repliegue táctico, sino que el PCUS y otros partidos comunistas rompían ostentosamente con su pasado y con los principios del marxismo-leninismo, para experimentar una desnaturalización pequeñoburguesa, una socialdemocratización. Los dirigentes comunistas chinos con Mao Zedong a la cabeza se oponen a esta deriva y pierden por eso el apoyo que recibían de la URSS y sus aliados. China busca entonces el modo de proseguir su revolución socialista en estas nuevas circunstancias. Primero, intenta acelerarla a través del “Gran Salto Adelante” y las Comunas Populares, pero, al parecer, los resultados no son muy positivos. Aplica luego, durante cinco años una política más moderada, con más concesiones a las viejas relaciones sociales, consiguiendo estabilizar la situación y mejorarla. Entonces, Mao y otros dirigentes consideran que el país corre el peligro de deslizarse hacia el capitalismo y desencadenan la llamada Gran Revolución Cultural Proletaria que, con sus altibajos, duraría unos diez años, desde 1966 hasta poco después de la muerte de Mao en 1976. En este período también se intenta acelerar la adopción de relaciones sociales nuevas, de tipo comunista, como motor del desarrollo de la economía, de las fuerzas productivas sociales. En el ámbito internacional, China convierte a la URSS en su principal enemigo, consuma la ruptura de un movimiento comunista internacional seriamente afectado de revisionismo y busca un acercamiento con EE.UU. que le beneficie.
Al fallecer Mao, la dirección política china dará un viraje considerable. Se reprime a los partidarios de continuar la “revolución cultural” y se impone una política de “apertura y modernización socialista” por la que se permite el desarrollo de empresas capitalistas y de inversiones extranjeras capitalistas, con la única condición de desarrollar las fuerzas productivas y respetar el orden político del país. El precedente más conocido de una política de concesiones a la burguesía practicada por un gobierno comunista es la NEP en la URSS de los años 20. Sin embargo, la nueva política china va mucho más allá. ¿Es por ello revisionista? ¿Conduce a la plena instauración del capitalismo y a la dominación de la burguesía?
¿Dogmatismo o marxismo?
La respuesta será afirmativa si nos atenemos a la experiencia soviética y a la de otros países socialistas; y, sobre todo, si nos quedamos en la letra, si elevamos a la categoría de principios las decisiones adoptadas en ellas. Pero la teoría de la revolución socialista no puede limitarse a las primeras experiencias de ésta. Por supuesto, tiene que asimilarlas, pero sin convertirlas en modelo absoluto. Sobre todo tiene que entenderlas desde la concepción del mundo del marxismo-leninismo, que es mucho más que cualquier experiencia particular. No tenemos ninguna dificultad en entender eso cuando decimos que, si bien apreciamos el sindicalismo como forma básica del movimiento obrero, no estamos dispuestos a que el comunismo se quede en eso, en “economicismo”. Sin embargo, nos cuesta mucho más adoptar la misma actitud científica con respecto a la Unión Soviética, porque tememos que eso nos lleve a despreciarla para abrazar alguna teoría política atrasada, como el anarquismo, el trotskismo o el “Socialismo del Siglo XXI”. La teoría, como decía Stalin, es la práctica concentrada o acumulada, y el marxismo-leninismo es la teoría que concentra la práctica soviética, como una de las más avanzadas, pero no sólo ella, sino también la práctica de la clase obrera e incluso de la humanidad a lo largo de toda la Historia. Es, por eso mismo, mucho más rica que la práctica soviética y es la única base teórica válida para enjuiciar la política actual de China.
Pero comprender esto no basta para ponernos a salvo del dogmatismo y del doctrinarismo. Para orientarnos, no tenemos más instrumentos de navegación que los que nos ha legado el pasado, que son muy numerosos y complejos, incluso infinitos. Pero la realidad viva, presente y futura, lo es mucho más. Por eso, a Lenin le gustaba la cita del Fausto de Goethe: “gris es toda teoría, y verde es el árbol dorado de la vida”. No podemos, pues, ocupar todo nuestro tiempo estudiando e investigando. No podemos esperar a agotar la labor teórica para tomar posición y actuar, por miedo a equivocarnos. Eso no es propio de proletarios marxistas, sino de intelectuales pequeñoburgueses. Marx completa la maduración proletaria de su pensamiento con la última tesis sobre Feuerbach que dice así: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo.” Por eso, Engels y Lenin, insistían en que estudiáramos la teoría del marxismo, pero que no la convirtiéramos en un dogma, sino en una guía para la acción.
Ser audaces sin ser temerarios
Dicho esto, y para simplificar la cuestión, ¿quién tiene razón: Stalin y Mao que implementaron un proceso relativamente rápido de construcción del socialismo, o Deng Xiaoping que lo ralentizó o lo hizo retroceder? En otros términos, se trata de ver hasta qué punto la voluntad, la subjetividad, pueden intervenir en la realidad concreta acelerando su desarrollo necesario, sin violentarla produciendo un efecto contrario al deseado. Veamos la respuesta de Lenin al socialdemócrata Sujánov:
“Para implantar el socialismo -decís- hace falta cultura. Perfectamente. Pero, entonces, ¿por qué no habíamos de crear primero en nuestro país premisas culturales como la expulsión de los terratenientes y de los capitalistas rusos y, después, iniciar ya el movimiento hacia el socialismo? ¿En qué libros habéis leído que semejantes variaciones del orden histórico habitual sean inadmisibles o imposibles? Recuerdo que Napoleón escribió: ‘On s’engage et puis... on voit’, lo que traducido libremente quiere decir: ‘Primero hay que entablar el combate serio y después ya veremos lo que pasa’. Pues bien, nosotros, en octubre de 1917, entablamos primero el combate serio y después ya hemos visto los detalles del desarrollo (desde el punto de vista de la historia universal, éstos, indudablemente, son detalles), tales como la paz de Brest, o la nueva política económica, etc. Y hoy no cabe ya duda de que, en lo fundamental, hemos obtenido el triunfo.
Nuestros Sujánov, sin hablar ya de aquellos socialdemócratas que están más a la derecha, incluso no se imaginan que las revoluciones, en general, no pueden hacerse de otra manera. Nuestros pequeños burgueses europeos no piensan ni por soñación que las ulteriores revoluciones en los países del Oriente, con una población incomparablemente más numerosa y que se diferencian mucho más por la diversidad de las condiciones sociales, les brindarán sin duda más peculiaridades que la revolución rusa.
Ni que decir tiene que el manual escrito siguiendo a Kautsky fue, en su época, cosa muy útil. Pero ya es tiempo de renunciar a la idea de que este manual había previsto todas las formas del desarrollo de la historia universal. A los que piensan de tal modo es hora ya de llamarles simplemente imbéciles.”
Lenin sostiene que, a diferencia de los oportunistas y acomodados socialdemócratas, debemos actuar, aunque no se den las mejores condiciones para alcanzar nuestra meta. Incluso dice que esas condiciones se pueden conquistar de una manera distinta de la habitual. Eso es lo que él hizo y lo que han hecho más tarde todos los grandes revolucionarios proletarios como Stalin, Mao, Hoxha, Che Guevara, Fidel Castro, Kim Il Sung, Ho Chi Minh, etc. Pero, al mismo tiempo, ninguno de ellos sostuvo que la voluntad es omnipotente, que querer es poder o que cualquier deseo se puede convertir en realidad, porque eso sería subjetivismo y voluntarismo, idealismo a fin de cuentas. Lo que han intentado todos ellos es sacar el máximo provecho de las condiciones objetivas, acelerar al máximo su desarrollo. Para lograrlo, claro está, hay que estar bien atento a cuáles son las condiciones concretas en las que intervenimos, a cómo están evolucionando, y apoyarse en el conocimiento que tenemos de cuál es el desarrollo necesario de la realidad.
Más concretamente, nuestros precursores trataron de acelerar el paso al comunismo, sin dejar de tener en cuenta las condiciones reales. Por eso, al tiempo que Lenin combate así la pasividad derechista de los Sujánov, lucha por una Nueva Política Económica que resucitaba en parte la propiedad privada, el comercio, la explotación de los obreros por los capitalistas e incluso buscaba atraer las inversiones extranjeras con ciertas restricciones. Así es como se proponía conseguir las condiciones que le faltaban a la construcción del socialismo en Rusia. “Después del triunfo del proletariado, aunque sólo sea en un país, aparece –según Lenin- algo nuevo en la relación entre las reformas y la revolución. En principio, el problema sigue planteado del mismo modo, pero en la forma se produce un cambio, que Marx, personalmente, no pudo prever, pero que sólo puede ser comprendido colocándose en el terreno de la filosofía y de la política del marxismo… Después del triunfo, ellas [las reformas] (aunque en escala internacional sigan siendo el mismo ‘producto accesorio’) constituyen, además, para el país en que se ha triunfado, una tregua necesaria y legítima en los casos en que es evidente que las fuerzas, después de una tensión extrema, no bastan para llevar a cabo por vía revolucionaria tal o cual transición. El triunfo proporciona tal ‘reserva de fuerzas´, que hay con qué mantenerse, tanto desde el punto de vista material como del moral, aun en caso de una retirada forzosa.” (Acerca de la significación del oro en la actualidad y después de la victoria completa del socialismo) Stalin añade que tales reformas no están llamadas “a descomponer a la revolución, sino a las clases no proletarias.” (Fundamentos del leninismo)
En ese esfuerzo por aprovechar las condiciones reales para avanzar de la manera más rápida hacia el comunismo, los grandes revolucionarios pudieron cometer errores de apreciación y errores prácticos, pero no por eso dejan de ser para nosotros un ejemplo del que debemos inspirarnos. A priori, es imposible saber si vamos a acertar, si nos vamos a pasar o a quedar cortos. Hay que estar dispuesto a asumir riesgos.
En otras palabras, debemos ser audaces en la acción, pero evitando caer en la temeridad. Esta exageración de la audacia –la temeridad- es lo que reprochan los dirigentes chinos actuales al Mao de los últimos años, al tiempo que defienden el carácter globalmente positivo de su actuación y de su legado (no como hizo Jruschov respecto de Stalin). Por ahora, parece que el desarrollo de China les da la razón. Los comunistas vietnamitas primero y, ahora, los comunistas cubanos emprenden caminos similares, a la vez que todos los países socialistas superan sus contradicciones mutuas y estrechan su colaboración.
La base científica de la política comunista
Precisamente, para ser audaces sin ser temerarios, debemos conocer los límites –elásticos, pero límites al fin y al cabo- que no debe traspasar nuestra audacia y ese conocimiento nos lo proporciona el materialismo histórico. Examinemos, a la luz de todo lo anterior, la exposición sintética que del mismo hace Marx en el prólogo a su obra Crítica de la Economía Política:
“… en la producción social de su vida, los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción, que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales”.
Existe pues una dependencia de las relaciones de producción con respecto a las fuerzas productivas. Esto significa que es más difícil construir relaciones sociales comunistas en una sociedad de escasas fuerzas productivas como es todavía China que en una sociedad desarrollada por el capitalismo como la europea o la norteamericana. Claro que esa dificultad no significa imposibilidad, sino que puede vencerse si, por ejemplo, China recibiera la ayuda de alguna potencia socialista desarrollada, como pudo ser la URSS o podrían ser algunos países como el nuestro si fuéramos capaces de transformar nuestro revolucionarismo verbal en hechos.
Los dirigentes chinos actuales estimaron que, en las condiciones internacionales dadas, no les era posible avanzar en la construcción del socialismo si, previamente, no desarrollaban y socializaban sus fuerzas productivas pobres y desperdigadas haciendo parcialmente uso del capitalismo. No obstante, cabe la posibilidad de que hayan exagerado las dificultades y hayan hecho concesiones exageradas a la burguesía.
En cualquier caso, esta ley fundamental del desarrollo de la sociedad nos permite comprender y explicar a las masas por qué el capitalismo es capaz de desarrollar las fuerzas productivas en los países emergentes como China (donde se combina con la fuerza de la propiedad social y la planificación central) y por qué, en cambio, estrangula la producción en los países desarrollados, sustituyéndola por la especulación, la rapiña y la corrupción: esto simplemente significa que el capitalismo está agotando su papel histórico progresivo y debe ser sustituido por el socialismo allí donde ha creado potentes fuerzas productivas de carácter social.
De la observación de Marx también deducimos que el desarrollo de las fuerzas productivas en China permitirá sustituir más fácilmente las relaciones de producción capitalistas por otras socialistas, si existen condiciones políticas y voluntad política para ello. En cuanto a esas condiciones políticas e ideológicas, Marx explica sus vínculos con la base material y productiva de la sociedad:
“El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia.
Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica, se revoluciona, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre ella.”
Por consiguiente, a mayor desarrollo económico, como el que ha experimentado el mundo desde la II Guerra Mundial y China en particular, mayor posibilidad de difusión de la conciencia revolucionaria. Pero no se trata de una difusión espontánea o automática, sino en lucha contra la conciencia difundida a su vez por la clase dominante. En China reviste gran importancia que la dominación la ejerza el Partido Comunista, que propugna la ideología del proletariado, y que no la ejerza la burguesía a la que se ha permitido crecer en los últimos 30 años.
Después del bandazo derechista contra los excesos de la revolución cultural, China sufrió la revuelta de Tien An Men, una tentativa de contrarrevolución política burguesa a la que hizo frente con éxito. Desde entonces, parece que ha corregido un tanto su enfoque excesivamente unilateral sobre el desarrollo de la fuerzas productivas a cualquier precio y, desde el último Congreso del PCCh, se aprecia cierto giro a la izquierda.
“Ninguna formación social –continúa Marx- desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella y jamás aparecen nuevas y más altas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado en el seno de la propia sociedad antigua. Por eso, la humanidad se propone siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar, pues, bien miradas las cosas, vemos siempre que estos objetivos sólo brotan cuando ya se dan o, por lo menos, se están gestando, las condiciones materiales para su realización.”
En esto se apoyan los actuales dirigentes chinos para fomentar la producción mercantil simple y capitalista en su país, así como para sostener que al capitalismo todavía le queda cuerda. Ciertamente, el capitalismo no está del todo agotado y quizás supere superficialmente esta última crisis, pero no tardará en caer en otra aún peor y la tendencia a la conflagración mundial va a acentuarse a un ritmo exponencial. Los comunistas chinos parecen confiar excesivamente en evitar que, en su país, la burguesía tome el Poder político y que, a escala mundial, desencadene un gran conflicto. Quizás sean demasiado confiados con el enemigo y demasiado desconfiados con el potencial revolucionario de los trabajadores, pero no existen fundamentos sólidos para afirmar que son revisionistas partidarios del capitalismo. Al contrario, su línea política, aunque heterodoxa, respeta las bases científicas del marxismo y está haciendo mucho más de lo que parece para ayudar a la causa proletaria. Si queremos contribuir a que los comunistas chinos corrijan sus posibles errores derechistas, los revolucionarios de los países más desarrollados no debemos condenarlos sino apoyarlos. Y, además y sobre todo, somos nosotros quienes tenemos la responsabilidad de recuperar la iniciativa del socialismo internacional ya que disponemos de las mejores condiciones para construir la nueva sociedad.
En general, no se trata de esperar a un agotamiento total de las posibilidades del capitalismo para desarrollar las fuerzas productivas. Esto no lo ha hecho ningún modo de producción anterior: la burguesía pasó a dominar el mundo sin esperar a que se desarrollara el capitalismo en todas partes; incluso empezó a dominarlo cuando la mayoría de los países todavía vivía en condiciones de semi-feudalidad y hasta se apoyó en eso para acelerar la acumulación de capital. El proletariado chino también está apoyándose en el capitalismo para avanzar hacia el socialismo. En países avanzados como España, hay que comprender y explicar esta dialéctica, y apoyarnos en todas las circunstancias objetivas favorables que se están desarrollando para avanzar resueltamente hacia la revolución socialista proletaria. Aquí sí que el capitalismo está suficientemente agotado, y la clase obrera debe conquistar el Poder político para emprender un proceso de socialización de la propiedad sobre los medios de producción. Tal es el objetivo estratégico necesario determinado por el desarrollo de la contradicción entre el carácter ya enteramente social del grueso de las fuerzas productivas en España y las relaciones de producción de capitalismo monopolista. Sin embargo, no todas las condiciones empujan en una dirección revolucionaria y tenemos que tenerlas todas en cuenta. En particular, se da un gran desfase entre las condiciones objetivas y las subjetivas, entre la necesidad económica y la conciencia y organización social que han de satisfacerla. Es más, estas últimas siguen una evolución diametralmente opuesta que augura un agudo conflicto político. Los comunistas de China y de Occidente también seguimos métodos opuestos, pero avanzamos hacia la misma meta común: el socialismo.