Unión Proletaria.
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El PCE(m-l) y la unidad de los comunistas
Hace ahora cinco años, cuando Unión Proletaria anunció públicamente que se proponía corregir su anterior enfoque sectario y que en lo sucesivo lucharía por la unidad de los comunistas, nos tendió la mano el Partido Comunista de España (marxista-leninista). Acogimos con sincera voluntad unitaria este ofrecimiento de relaciones y, durante tres años, desarrollamos con esta organización la unidad de acción y la discusión enfilada a definir los principios que nos permitieran compartir militancia en un mismo partido. Coordinamos nuestras fuerzas en el movimiento republicano y en el sindical, publicamos varias hojas agitativas conjuntas y acordamos unas posiciones ideológico-políticas.
En el “Comunicado conjunto” de 22 de julio de 2008, compartíamos la opinión de que nos hallamos ante una ofensiva del imperialismo contra los trabajadores y los pueblos, agravada por su crisis económica. Nos solidarizábamos con las luchas antiimperialistas de los pueblos, incluidas aquéllas con “elementos socialistas”. Situábamos el origen de esta situación contrarrevolucionaria en el viraje revisionista de los años 50 en la URSS y su aceleración a partir del derrumbe de este Estado en los años 90. Reconocíamos que algunos países socialistas han restaurado plenamente el capitalismo y que “otros conservan elementos de socialismo”. Nos comprometíamos a combatir la influencia burguesa sobre el proletariado y a apoyar a todas las fuerzas que luchan por el socialismo, la democracia, la paz y la soberanía nacional frente al imperialismo y a la reacción. Acordábamos impulsar el debate entre las fuerzas comunistas enfilado a orientar y a organizar las luchas hacia la revolución. En este sentido, destacábamos la importancia de la Conferencia Internacional de Partidos y Organizaciones Marxistas-Leninistas (CIPOML) como “centro internacional de agrupamiento de fuerzas marxistas-leninistas… en el camino hacia la reconstrucción de la Internacional Comunista”, junto a otras iniciativas como el Seminario Comunista Internacional de Bruselas.
Para España, conveníamos que era necesario trabajar por la unidad popular contra la oligarquía y su monarquía, y a favor de la democracia y de una III República como “marco político más favorable” para el combate por el socialismo. Reivindicábamos el programa clásico de nacionalización de la banca y demás monopolios, salida de la OTAN y de la UE, reconocimiento del derecho de autodeterminación nacional, etc. Para avanzar en esta dirección, veíamos imprescindible combatir el reformismo y el radicalismo sectario.
Pero también subrayábamos que la clase obrera es la única clase social revolucionaria, que sólo ella puede emancipar al resto del pueblo oprimido y que los comunistas debíamos trabajar, sobre todo, por dotar nuevamente a la clase obrera de un “Partido Comunista Único”, revolucionario, marxista-leninista, que mantuviera “su plena independencia política y sus objetivos estratégicos”, dentro del movimiento popular. Para ello, reconocíamos que ese partido debe fomentar “la formación y el estudio del marxismo-leninismo” y “guiarse por el centralismo democrático”. En cuanto a la unidad de los comunistas necesaria para construirlo, la entendíamos no “como un acto formal y burocrático, sino como la culminación de un proceso de debate intenso y abierto en el que se aborden de forma clara las cuestiones ideológicas, organizativas y política comunes y que se fundamente en el libre desenvolvimiento de la crítica y de la autocrítica”.
También suscribimos conjuntamente, el 25 de noviembre de 2007, los “Diez Compromisos de los comunistas españoles” de: 1º) defender el marxismo-leninismo; 2º) defender la historia revolucionaria; 3º) debatir las diferencias de manera autocrítica y con el ánimo de superar las divisiones; 4º) aspirar a la reconstitución del Partido Comunista a través de la unidad de los marxistas-leninistas; 5º) trabajar entre las masas con firmeza en los principios y flexibilidad en la táctica; 6º) priorizar la política en la acción de masas y la construcción del Partido Comunista y de su unidad; 7º) formar a los militantes comunistas en la teoría marxista-leninista y llevarla a las masas para desarrollar su conciencia revolucionaria; 8º) luchar contra todo tipo de revisionismo; 9º) defender el internacionalismo proletario, la revolución mundial y la unidad del movimiento comunista internacional; 10º) desarrollar la unidad de acción y de la discusión entre los marxistas-leninistas con el objetivo de la unidad comunista y la reconstitución del PC.
Además de estos acuerdos, Unión Proletaria siempre ha reconocido los importantes méritos históricos del PCE(m-l), por ser la primera organización que se enfrentó al revisionismo carrillista que se había adueñado del PCE, por participar en el sector del movimiento comunista internacional que combatió al revisionismo jruschovista y por oponerse a la reforma monárquica del franquismo.
Sin embargo, los méritos y posiciones comunes hasta aquí señalados no han resultado suficientes para vencer a la contrarrevolución burguesa internacional e impedir la liquidación revisionista del Partido Comunista en España. Concretamente, la Albania antirrevisionista de Hoxha, en la que el PCE (m-l) se apoyó, sucumbió al igual que la URSS revisionista y, en cuanto al PCE(m-l), no supo convertirse en vanguardia dirigente del proletariado español y fue incluso destruido desde dentro, desapareciendo de la escena política durante 15 años.
Y eso no es todo: la contrarrevolución mundial ha modificado tanto la correlación de fuerzas de clase que algunos aciertos se han vuelto errores y viceversa. Como advierte Engels: “La verdad y el error, como todas las determinaciones del pensamiento que son opuestas radicalmente, no tienen valor absoluto, sino en muy estrechos límites,… Cuando transportamos, fuera de este limitado orden circunscripto, la antítesis de verdad y error, ésta se hace relativa y no puede utilizarse en el lenguaje riguroso de la ciencia, y si tratamos de aplicarla fuera de ese orden, dándole un valor absoluto, nuestro fracaso es completo, pues los dos polos de la antítesis se convierten en sus contrarios: la verdad deviene error, y el error, verdad” (Anti-Dühring, pág. 101)
Sigue estando ciertamente a la orden del día la oposición entre el capitalismo y el socialismo, pero la fortaleza relativa de ambos contendientes ha cambiado desde que se inició el reflujo revolucionario. Por eso, mientras que, hace 50 años, la preservación de la “pureza” marxista-leninista del partido justificaba la escisión del mismo, hoy en día, la recuperación de aquella pureza exige avanzar en la reunificación del partido, de sus destacamentos tal como se presentan hoy. La historia del movimiento obrero y comunista abunda en semejantes cambios de táctica necesarios para seguir luchando por los mismos fines: si en los años 60 del siglo XIX, Marx y Engels propugnaban la unidad de todas las tendencias socialistas de entonces en un único partido político (la AIT o Primera Internacional), a finales de los años 70 exigían la depuración del Partido Socialdemócrata Alemán de las tendencias oportunistas que intentaban desviarlo de sus objetivos; ya en el siglo XX, mientras los primeros Congresos de la Internacional Comunista exigían la ruptura con los partidos socialdemócratas, el VII Congreso sostenía la posibilidad y necesidad de la reunificación de los comunistas y los socialistas en determinadas condiciones; etc. Todo depende de la situación de flujo o de reflujo que viva la revolución proletaria y de la táctica ofensiva o defensiva del enemigo de clase.
A la vez que nos poníamos de acuerdo con el PCE(m-l) sobre las tesis políticas aún vigentes, fuimos descubriendo aquellas otras que no compartíamos y que debíamos debatir con esta organización. Algunas discrepancias parecían secundarias porque nos enfrentaban a tesis que eran parcialmente correctas, aunque unilaterales. En particular, estaba: 1) el afán continuo de algunos de sus dirigentes por desmarcarse de otras organizaciones, lo que nos traía a la memoria el sectarismo que habíamos sufrido en nuestra organización hace algunos años; 2) el tratamiento sesgado hacia los reformistas y los “izquierdistas” que acababa justificando a los primeros en detrimento de los segundos, para poder estar con las masas; 3) la falta de explicación sobre la desaparición de la Albania socialista y del PCE(m-l), mientras mantenían las viejas “excomuniones” dictadas por éstos contra los restantes destacamentos del movimiento comunista internacional; 4) la resistencia a debatir con nosotros en presencia de sus militantes. A pesar de estos desacuerdos, pensábamos que eran prisioneros de ideas preconcebidas que se corregirían poco a poco con la militancia común, para la cual entendíamos que no era imprescindible una identidad total en estas y en otras cuestiones.
Pero había otras diferencias que afectaban a las tareas inmediatas y que deberíamos resolver antes de la unificación o, al menos, acordar una posición provisional que diera cabida a los dos puntos de vista diferentes, a la espera de poder resolverlas después de la unión. Estas discrepancias podían agruparse en tres cuestiones: 1º) la de la relación entre la lucha por la república y la lucha por el socialismo, 2º) la de los países socialistas, y 3º) la de la unidad de los comunistas y el funcionamiento del Partido Comunista.
A propuesta nuestra, se aceptó tratar estas cuestiones mediante un debate en el que cada parte presentara su posición con antelación y en el que participara, no una delegación mínima, sino un número relativamente amplio de cuadros de ambas organizaciones, a fin de hallar la solución racional suficientemente argumentada y matizada a nuestras divergencias. A medida que se acercaba el momento previsto para noviembre de 2009, los dirigentes del PCE(m-l) nos manifestaron su desconfianza hacia nuestras intenciones, como si éstas consistieran en provocar la confrontación o la ruptura en sus filas. Unión Proletaria aspira sincera y profundamente a la unidad de todos los destacamentos organizados marxistas-leninistas, PCE(m-l) incluido, a pesar de las diferencias de interpretación de nuestra teoría revolucionaria, las cuales han de tratarse mediante el centralismo democrático en el seno del partido común. Así se lo dijimos y la preparación del Encuentro de Cuadros para el debate prosiguió hasta que entregamos nuestras ponencias.
Entonces, los dirigentes del PCE(m-l) nos manifestaron que anulaban el Encuentro porque nuestras posiciones eran irreconciliables con las suyas y el proceso de unidad entre ambas organizaciones no estaba lo suficientemente maduro. Sin embargo, no se justificaba esta reacción negativa a las ponencias que habíamos presentado, ya que nuestra política general y, en particular, nuestra propuesta de unidad de los comunistas eran conocidas de sobra y desde hacía bastante tiempo por ellos: seis meses antes, habíamos editado ya el primer número del “Boletín por la Unidad de los Comunistas” y, un año antes de eso, habían publicado en el número 2 de su revista política Teoría y Práctica nuestro artículo “La unidad de los comunistas en las condiciones presentes”, que ya contenía lo esencial de dicha propuesta. Siempre hemos sido leales con ellos y nunca hemos intentado engañarles sobre nuestras verdaderas opiniones. Y siempre hemos estado dispuestos a cambiar nuestros puntos de vista si se nos convence con argumentos. Entonces, ¿por qué anticipar que nuestras posiciones respectivas no pueden conciliarse? Es más, ¿por qué no intentar conciliarlas, llegar a una posición única, mediante la discusión racional?
Volvimos a proponerles la alternativa de debatir por escrito nuestras divergencias y, en las siguientes semanas, publicaron en su página web y en su periódico Octubre, los artículos “Contra la concepción burocrática de la unidad de los comunistas” y “Sobre la formación de los comunistas y la deformación revisionista”. Sabíamos, por su contenido y porque nos lo dijeron en la última reunión formal que tuvimos con ellos a finales de 2009, que eran una crítica de algunas posiciones de Unión Proletaria, aunque no mencionaban a nuestra organización en ellos. A partir de ese momento, les respondimos por escrito y les hemos pedido retomar la discusión en tres misivas sucesivas, la última de ellas en forma de carta abierta a su II Congreso. De ésta no se dieron por enterados y, de las cartas anteriores, sólo hemos podido sacar en claro que se han sentido ofendidos por nuestro tono y por nuestras relaciones con el Colectivo Comunista 27 de Septiembre, cuyos miembros compartieron militancia con ellos y fueron expulsados de sus filas.
Las ponencias del PCE(m-l) al Encuentro de Cuadros (que debían ser tres, pero sólo entregaron dos, faltando la relativa a su concepción del partido y de la unidad de los comunistas), los dos escritos polémicos que hemos mencionado y el Informe de su Comité Central de enero pasado ponen de manifiesto una evolución negativa: la búsqueda de la unidad ha sido sustituida por el desmarque y la confrontación con nuestros puntos de vista, aun a costa de tergiversarlos y de presentarse como defensores de la lucha ideológica cuando la han rehuido con respecto a nosotros.
Al intentar clarificar y resolver de manera privada nuestras discrepancias con el PCE(m-l), no hemos conseguido ningún progreso de parte de sus dirigentes y, a cambio, los comunistas españoles no han podido conocer los términos concretos del debate ideológico-político que tuvimos con ellos. Además, el paso del tiempo sin informaciones explícitas del proceso –casi tres años desde la publicación de nuestros acuerdos- ha perjudicado el interés y la esperanza de los comunistas en la unidad de su partido. Por eso, ya no debemos seguir esperando y vamos a dar cuenta pública de los motivos por los que los dirigentes del PCE(m-l) rechazan la unidad de los comunistas y obstaculizan el proceso de reconstitución del Partido Comunista en España. Quizás así recapaciten y, si no, nuestra crítica podrá servir para que otros comunistas que demandan firmeza de principios no confundan esto con el sectarismo dogmático y se unan a la construcción del partido revolucionario de la clase obrera.
La relación entre la lucha por la república y la lucha por el socialismo
En la ponencia que el PCE(m-l) presentó al Encuentro “Sobre la Unidad Popular: la lucha por la República y el Socialismo”, se daba un paso atrás con relación a las conversaciones mantenidas entre nuestras delegaciones. En éstas, sus representantes nos confesaban que, a la vez que Unión Proletaria había aprendido del PCE(m-l) a apreciar la importancia de la lucha por la república, ellos habían avanzado en la comprensión de que ésta se enmarcaba dentro del combate por la revolución socialista como único objetivo estratégico pendiente. En la ponencia, en cambio, se decantaban por trasladar mecánicamente la estrategia bolchevique de revolución en dos etapas –necesaria para la Rusia semi-feudal-, a la España imperialista de hoy. Con ello, despreciaban los elementos de análisis de la formación social imperialista española que hemos aportado y proclamaban que la revolución pendiente hacia la que debemos concentrar nuestros esfuerzos no tiene carácter socialista proletario, sino democrático (aunque no ya burgués, matiz que carece de justificación desde el punto de vista marxista, puesto que elude la caracterización de clase de esa revolución). Se pronunciaban explícitamente por “la conquista de la democracia, primero, y del Socialismo, después”.
No nos cabe la menor duda de que el objetivo de una república es más fácilmente comprensible por amplias masas que el de una revolución socialista. Y es verdad que tenemos que ganar masas para que nuestro revolucionarismo sea real y no meramente verbal. Pero los materialistas no podemos conformarnos con constatar el estado de conciencia de las grandes masas (1). El remedio a prescribir no debe derivar única ni principalmente del síntoma de que la conciencia de las masas del movimiento obrero ha retrocedido gravemente hasta posiciones burguesas. Sería como pretender curar un cáncer con analgésicos. No debemos definir los objetivos del movimiento obrero “por su conciencia, sino que, por el contrario, hay que explicarse esta conciencia por las contradicciones de la vida material, por el conflicto existente entre las fuerzas productivas sociales y las relaciones de producción” (2). En consecuencia, nuestros objetivos deben fijarse según lo que es objetiva y materialmente necesario; y, a partir de ahí, trabajar por que las masas asuman estos objetivos.
España ya no es la sociedad semi-feudal a la que se enfrentó la II República. El régimen fascista de Franco completó su desarrollo capitalista convirtiéndola en un país imperialista. Si es más débil que otros, es porque se retrasó y por otros motivos que no afectan para nada al resultado. Si presenta ciertos rasgos reaccionarios es porque es ésa la naturaleza de la etapa imperialista del capitalismo y, si tales rasgos son más pronunciados o visibles que en otros países, se debe al camino que siguió para alcanzar dicha etapa, pero eso no cambia la naturaleza imperialista de España y, en todo caso, nos proporciona ventajas a la hora de criticar a la burguesía y de justificar la lucha por el socialismo. Ni siquiera en España, el fascismo ha sido una política feudal o pre-capitalista, sino “la dictadura terrorista declarada de los elementos más reaccionarios, más nacionalistas, más imperialistas del capital financiero” (3).
Hablar de revolución democrática es desviar a la clase obrera y al pueblo de lo que es posible, es sustituir el presente por el pasado, es proponer objetivos ya superados, es atribuir el papel revolucionario principal a la burguesía (como en la Francia de 1789) o a la pequeña burguesía (como en las revoluciones democráticas de Rusia, China, etc., que, al triunfar, continuaron como revoluciones socialistas), cosa bastante extraña en un partido que presume de ortodoxia marxista-leninista. Pero el capitalismo plenamente desarrollado que tenemos en España, “el capitalismo monopolista de Estado es la preparación material más completa para el socialismo, su antesala, un peldaño de la escalera histórica entre el cual y el peldaño llamado socialismo, no hay ningún peldaño intermedio” (4). Por eso, no hay revolución posible que no sea socialista, ni puede realizarla otra clase que no sea la de los trabajadores asalariados. El resto de las clases trabajadoras y populares participará en esta revolución, de alguna manera y en algunos períodos, pero sólo los intereses de la clase obrera se corresponden enteramente con el contenido de la revolución socialista.
La necesidad de la revolución democrático-burguesa en la Rusia zarista se desprendía de unas fuerzas productivas escasas y desperdigadas, de unas relaciones de producción todavía no capitalistas para la mayoría de la población, de la existencia de un campesinado que encarnaba el progreso democrático-burgués pendiente y de un mercado nacional todavía en formación. Hoy, en España, todo esto está sobradamente superado. La conciencia burguesa de la población no expresa una posición progresista frente a la clase dominante, sino precisamente el hecho de ésta no es otra que la burguesía. No habrá progreso social si no cambiamos la conciencia de las masas obreras y sólo lograremos cambiarla si, además de apoyar sus reivindicaciones frente a la burguesía, criticamos la conciencia burguesa que las limita, partiendo de sus verdaderos intereses de clase y explicando la necesidad inmediata de la revolución socialista.
Pero los dirigentes del PCE(m-l) van todavía más lejos cuando propugnan la república como paso primero e ineludible para poder llegar al socialismo, y, en razón de ello, posponen la educación socialista del proletariado. En lugar de presentar la república como “la última forma de la dominación burguesa, aquella que se parte en pedazos” (5), la Plataforma de Ciudadanos por la República –creada por ellos varios años antes de reconstituir su partido (lo que delata sus prioridades políticas)- la caracteriza de forma idílica y acrítica con la divisa engañosa de la burguesía francesa: “libertad, igualdad y fraternidad”. En ellos, la lucha del pueblo contra la oligarquía y por la república (popular) eclipsa la lucha del proletariado contra la burguesía y por el socialismo. Sólo la reciente crisis económica, tan manifiestamente causada por la naturaleza misma del capitalismo, les ha obligado a incorporar el socialismo a su discurso político doméstico, aunque enseguida matizan que, en España, la crisis es peor por el régimen monárquico de la oligarquía. ¿Acaso no hay oligarquía financiera e incluso monarquías en otros países imperialistas? La oligarquía financiera es una parte de la burguesía: su fracción dominante como resultado necesario del desarrollo del régimen burgués (6). ¿O es que se pretende que la oligarquía española es otra cosa?
Los bolcheviques sí que tenían justificación para concebir la revolución rusa en dos etapas y, sin embargo, en ningún momento dejaban de defender la independencia de la clase obrera respecto de la masa pequeñoburguesa del pueblo y de “exponer ante todos sus convicciones socialistas” (7).
Puede que la dirección del PCE(m-l) utilice a la ligera y peligrosamente la expresión “revolución democrática” para referirse a la táctica de lucha por el socialismo. Dimitrov recordaba en el VII Congreso de la Internacional Comunista la exhortación de Lenin para “buscar una fórmula de transición y aproximación a la revolución proletaria”. Pero, criticaba a los oportunistas de derecha que “intentan con ayuda de esta consigna crear ‘una fase intermedia democrática’, especial entre la dictadura de la burguesía y la del proletariado”. Por eso, al reivindicar la formación de un gobierno de frente único antifascista, advertía al mismo tiempo que “nosotros decimos con franqueza a las masas: Este gobierno no puede proporcionar la salvación definitiva. No es capaz de derrumbar el dominio de clase de los explotadores, y por esta causa no puede apartar tampoco definitivamente el peligro de la contrarrevolución fascista. Por lo tanto, hay necesidad de prepararse para la revolución socialista. Solamente el poder soviético, y nada más que él, proporcionará la salvación”. La dirección del PCE(m-l) prescinde de esta advertencia y contribuye así, puede que involuntariamente, a idealizar la república. Y lo grave de esta propaganda es que germina en la conciencia burguesa dominante para alimentar la creencia falsa de que basta un cambio de forma en el Poder político, cuando realmente se necesita cambiar la clase social que lo ejerce (con la meta de abolir las clases y, gracias a ello, todo Poder político de una parte de la sociedad sobre la otra, incluida la república, para que así y sólo así pueda haber “libertad, igualdad y fraternidad”).
Un ejemplo reciente es el posicionamiento de la dirección del PCE(m-l) ante el movimiento democrático del 15-M, al cual no se dirige explicándole el carácter de clase de toda democracia y la necesidad del socialismo proletario como única alternativa. En lugar de esto, arremete contra el actual “vacío democrático”, reivindica una “democracia real, republicana, popular” y da rienda suelta al espontaneísmo: “lo demás llegará; demos tiempo al tiempo; permitamos que la ciudadanía viva su propia experiencia. (…) si seguimos ligados a la gente, se irá aprendiendo conforme el enemigo responda” (8 ). Eso será si nos ligamos a la gente aportándole la conciencia socialista que no pueden elaborar independientemente. Pero no será así si nos confundimos con ellos y su conciencia democrática, es decir, burguesa, y nos limitamos a acompañar a las masas en su movimiento espontáneo.
En realidad, el advenimiento de una república democrática en España sólo podrá ser un subproducto de la lucha de la clase obrera por el socialismo, una concesión de la burguesía para aplacar el movimiento revolucionario. La monarquía constitucional es, como decía Engels (9), la forma de Estado que la burguesía prefiere cuando ha visto las orejas al lobo de la revolución proletaria, como le ocurrió a la española en los años 30. Sólo renunciará a la monarquía constitucional si le obliga a ello el ascenso de la revolución proletaria y lo hará precisamente como concesión para evitar o retrasar la victoria de ésta (los comunistas, al contrario, aprovecharemos esta concesión para precipitar el triunfo del proletariado (10)). Por eso, la suerte de la república depende absolutamente del desarrollo de un fuerte movimiento obrero socialista. Y, por eso, es particularmente grave que la dirección del PCE(m-l) lo apueste todo a una ilusoria revolución democrática, cuando afirma: “Las medidas de la revolución democrática se unen sin solución de continuidad a las medidas dirigidas a la construcción del socialismo”. Es precisamente al revés: la revolución proletaria pasará sin solución de continuidad de las medidas democráticas antimonopolistas y antiimperialistas a la construcción del socialismo.
Además de ser insostenible desde el punto de vista teórico y lógico, la causa de la revolución democrática o de la “ruptura democrática” en sociedades de capitalismo senil ha fracasado suficientemente en la práctica como para desecharla. En España, los marxistas-leninistas suelen reprochar a la dirección del PCE que traicionara los anhelos democráticos y republicanos de las crecientes masas antifranquistas. Pero, pudo cometer esta traición tan elemental porque la clase obrera no estaba movilizada en pro del socialismo. Su perspectiva política se hallaba constreñida entre el reformismo socialdemócrata-carrillista y el dogmatismo dominante entre los comunistas, el cual se aferraba a los viejos objetivos políticos superados por el desarrollo objetivo-material de España (11). Así las cosas, a la oligarquía financiera le resultó barato salir de la crisis social de su forma fascista de dominación. Tal es el fundamento de los pactos sociales que, desde entonces, se vienen sucediendo: las negociaciones son necesariamente a la baja desde el momento en que se trata del grado de democracia burguesa y de explotación capitalista, y no de qué clase social ha de ejercer la democracia y la posesión de los medios de producción.
En Portugal y en Grecia, los partidos comunistas sufrieron menos la influencia del revisionismo reformista y arrancaron mayores concesiones a la gran burguesía de sus países. No obstante, a consecuencia de esta influencia, también relegaron la lucha por el socialismo para propugnar etapas intermedias democráticas. La burguesía portuguesa y griega aprovechó esta debilidad para que las repúblicas sucesoras de los regímenes fascistas hayan acabado siendo, “sin solución de continuidad”, tan imperialistas, tan oligárquicas y tan reaccionarias como la monarquía constitucional española. Así lo atestigua la unidad política de todas ellas en el marco de la OTAN y de la Unión Europea.
¿Por qué la dirección del PCE(m-l) desconfía tanto de la capacidad de la clase obrera de luchar por el socialismo? ¿Por qué se empeña en un camino que, no solo pospone el combate por la revolución socialista, sino que, por eso mismo, lleva a la derrota la lucha por reformas democráticas y la lucha por la república? ¿Por qué sostiene que “las condiciones para avanzar en la unidad popular están dadas desde hace tiempo”, cuando, acto seguido, sostiene que “son fuerzas que se dicen del campo comunista las que, con su actitud reformista, sectaria, ultra izquierdista u oportunista, dificultan la unidad”? ¿Acaso a estas alturas el pueblo progresar sin el papel destacado de la clase obrera? ¿Acaso ésta puede cumplirlo sin la dirección de un sólido partido comunista? Como parte del movimiento comunista internacional que criticó la deriva revisionista del XX Congreso del PCUS, estos camaradas conocen estos principios elementales del marxismo-leninismo. Quizás su equivocación estratégica se deba simplemente a que se aferran a la letra de la experiencia del PCE de los años 30, en lugar de asumir su esencia y de aplicarla en las condiciones actuales. Pero también es posible que hayan perdido la confianza en la capacidad de la clase obrera para luchar por el socialismo, debido a una comprensión errónea de la teoría marxista-leninista que les impide contribuir positivamente a la construcción del Partido Comunista (12). Esto es lo que vamos a indagar a continuación.
(1) A pesar de que es esto lo que hace la dirección del PCE(m-l) al relegar la lucha por el socialismo a favor de la lucha por la república, uno de sus miembros se atreve a encabezar su primer artículo crítico contra Unión Proletaria con esta cita de Lenin: “Un partido es la vanguardia de una clase y su deber es guiar a las masas, no reflejar el estado mental promedio de las masas” (J. Romero, Contra la concepción burocrática de la unidad de los comunistas).
(2) Marx, Prólogo de la Contribución a la crítica de la economía política.
(3) XIII Sesión plenaria del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista.
(4) Lenin, La catástrofe que nos amenaza y cómo combatirla.
(5)Carta de Engels a Bernstein, 24 de marzo de 1884.
(6) Por eso, las demás capas burguesas de la sociedad, incluida la pequeña burguesía son incapaces de realizar, aun menos de impulsar, una lucha consecuente contra la oligarquía financiera y su régimen político. No deja de ser una lucha contra sus aspiraciones futuras, aunque, en el presente, sean los perdedores y oprimidos en la competencia mercantil que les enfrenta a “sus hermanos mayores” monopolistas. Sin embargo, pueden contribuir positivamente al desarrollo de la lucha democrática contra la oligarquía y la reacción, siempre que el proletariado desarrolle lo suficientemente su propio movimiento y su propia fuerza para poder tomar la dirección de aquella lucha.
(7) Lenin, ¿Qué hacer?
(8 ) “Adelante la revuelta, por la Democracia, por la República”. Secretariado del CC del PCE(m-l), 20 de mayo de 2011.
(9) …; la monarquía constitucional liberal es una forma adecuada de la dominación burguesa: 1) al principio, cuando la burguesía no ha terminado totalmente con la monarquía absoluta; y 2) al final, cuando el proletariado ha hecho que la república democrática sea ya demasiado peligrosa. Y, sin embargo, la república democrática sigue siendo siempre la última forma de la dominación burguesa, aquella que se parte en pedazos. (Carta de Engels a Bernstein, 24 de marzo de 1884).
(10) Lejos de oponernos o de permanecer indiferentes a la lucha por reformas democráticas y por la república, los comunistas la apoyamos y tratamos de llevarla a su máximo desarrollo, precisamente para que, en unión con nuestra propaganda proletaria y socialista, las masas puedan comprender el carácter limitadamente burgués de la democracia actual y emprender la lucha por la democracia para los trabajadores que sólo puede realizarse mediante la dictadura del proletariado. Para mayor abundamiento, nos remitimos a la recopilación de artículos de Unión Proletaria publicada en el folleto titulado El movimiento republicano, donde se condensa nuestro combate contra las desviaciones de derecha y de “izquierda” cometidas con respecto a este movimiento por parte de diversas organizaciones comunistas.
(11) Para mí, la teoría histórica de Marx es la condición fundamental de toda táctica razonada y coherente; para descubrir esa táctica sólo es preciso aplicar la teoría a las condiciones económicas y políticas del país de que se trate. (Carta de Engels a Zasúlich, 23 de abril de 1885)
(12) En este caso, la huida hacia adelante desde la clase obrera hacia la democracia radical pequeñoburguesa les llevaría a esperar que los antagonismos en el campo reaccionario precipiten una crisis política en la que una pequeña fuerza pueda resultar decisiva. Es lo que parece expresar la reflexión del Informe al CC del PCE(m-l) de febrero de 2011, si se liga a su negativa a la unidad comunista: “la derrota del social-liberalismo puede ser de proporciones mayores a las esperadas y provocar un vacío (sic) en el campo popular que facilite la articulación de una oposición de izquierda consecuente, de un bloque de clase”. En Unión Proletaria, pensamos que esta alternativa es peligrosa para una organización comunista: si quiere seguir siéndolo, debe tener por objetivo inmediato la organización de un poderoso partido revolucionario del proletariado, en lugar de aspirar a satisfacer las reivindicaciones generales de nuestra clase (incluida la democracia y la república), sacrificando su independencia y protagonismo. En esencia, una alternativa así se corresponde con la concepción de los terroristas que Lenin critica en su obra ¿Qué hacer?: “no saben o no tienen la posibilidad de ligar el trabajo revolucionario al movimiento obrero para formar un todo. A quien haya perdido por completo la fe en esta posibilidad, o nunca la haya tenido, le es realmente difícil encontrar para su sentimiento de indignación y para su energía revolucionaria otra salida que el terror”. De ahí, tal vez, que, en los años 70, el PCE(m-l) creara el FRAP, una organización que realizaría algunos atentados en sus cuatro años de vida.
Última edición por UniónProletaria el Mar Sep 13, 2011 10:49 pm, editado 8 veces