Txutxi Ariznabarreta, Garbiñe Bueno, Ion Andoni del Amo, Floren Aoiz (*) Miembros del grupo promotor de la red Independentistak
España, imposición y ruina: Independentzia!
Euskal Herria precisa los instrumentos necesarios para planificar y gestionar su propio futuro. Necesita articular entre sus territorios y sus gentes un proyecto económico, social y medioambiental. Disponer de un estado propio es, además, la manera de contribuir desde la sociedad vasca a la construcción de otra Europa, social y de los pueblos
Durante años tuvimos que aguantar que eramos demasiado pequeños para ser independientes, que nos arruinaríamos, que comeríamos berzas... Pues resulta que con Lehman Brothers éste y otros mitos han caído. Y es una España en crisis, subordinada a los poderes económicos, la que ahora nos arrastra al abismo
El reparto de las riquezas -señalaban y claman Michael Hudson o Vicenç Navarro- está en el corazón de la crisis. La bajada prácticamente universal de la parte que corresponde a los asalariados es una de sus causas esenciales: son las rentas captadas en detrimento de éstos las que han alimentado la burbuja financiera. Mileurismo, precarización, destrucción de las clases medias, pérdida de poder adquisitivo, enmascarados mediante el incentivo al crédito fácil. Una espiral insostenible, que pincharía por su flanco más paradigmático: el inmobiliario. Y con una crisis de modelo de desarrollo al fondo: la imposibilidad de un crecimiento infinito en un planeta de recursos finitos, y en el que además el petroleo ronda su pico de extracción. Hace tiempo que el crecimiento económico, mitificado, dejó de ir de la mano del bienestar.
Cuando todo esto se viene abajo, los bancos tratan de transferir a toda prisa sus activos tóxicos y sus deudas a las arcas públicas, y los gobiernos -con la honrosa excepción del pueblo de Islandia- se prestan gustosamente a ello, endeudándose para absorber las pérdidas de los bancos. Evidentemente, no da resultado: la economía no levanta cabeza, la capacidad recaudatoria cae, la inversión pública en el tejido productivo se elimina y se reducen los servicios y prestaciones sociales, todo lo cual deprime definitivamente la demanda interna y vacía las arcas públicas. Y son aquellos que nos metieron en esta crisis los que pretenden darnos lecciones de economía barata. La transferencia incondicionada de capital de las arcas públicas a los bancos se utiliza principalmente para especular con la deuda pública que ha generado. Alguien está haciendo el tonto.
España se ha destacado como el alumno pelota de este modelo. La gran banca española y los intereses financieros, protegidos y alentados por los poderes públicos, han fagocitado el tejido productivo y le han impedido desarrollarse y diversificarse; han hecho negocio a costa de la venta de activos públicos, los movimientos especulativos de capital, la proliferación del fraude fiscal y la cultura del pelotazo y la corrupción. La España del ladrillo e infraestructuras faraónicas.
Se podrían hacer otras cosas, pero no se hacen. Una y otra vez se toman decisiones que favorecen a los mismos, poniendo como excusa la situación internacional o la UE. Actuar así somete al Estado español a las presiones de los especuladores y a que sean otros quienes tomen las decisiones, y aleja a Euskal Herria aún más de los espacios de decisión. Y en medio de este escenario se da la reforma de la Constitución, permitiendo a quienes han vaciado las arcas públicas dar una vuelta de tuerca más. Medida antidemocrática, que niega a la ciudadanía la posibilidad de decidir sobre cuestiones que afectan a sus condiciones de vida y trabajo, y que merma la capacidad de decisión de las instituciones vascas y pone en manos de los especuladores nuestro futuro.
Estamos en un callejón sin salida, se beneficia a los causantes de la crisis y las posibilidades que nos dan para plantear algo diferente no existen. En vez de abrir las puertas a un cambio, los nacionalistas españoles las van cerrando. Van hacia atrás. El nacionalismo de Estado se ha convertido en un tótem intocable y el juego democrático se empobrece más y más.
Euskal Herria precisa los instrumentos necesarios para planificar y gestionar su propio futuro. Necesita articular entre sus territorios y sus gentes un proyecto económico, social y medioambiental. Disponer de un estado propio es, además, la manera de contribuir desde la sociedad vasca a la construcción de otra Europa, social y de los pueblos.
Se nos dirá, como lo de las berzas, que la soberanía y la independencia es algo del pasado en la era de la globalización. Hay que relativizar la independencia, sin duda, pero esa afirmación tiene mucho de mantra ideológico, esgrimido por quienes lo que aceptan es la sumisión de los estados a los poderes económicos. El poder político puede y debe contrarrestar los poderes económicos. Patxi López reivindica -ahora y sólo de discurso- el papel de la política frente a los mercados; pues bien, esa reivindicación, hoy en Euskal Herria, pasa por la independencia. Un Estado vasco, cuando cada vez más sectores sociales, aquí o en Madrid, Grecia, Catalunya o Wall Street, sienten que el sistema político y económico no permite ninguna posibilidad de participación ciudadana en las decisiones económicas, podría ofrecer mayores espacios de participación y decisión.
Por tanto, no hablamos de independencia como concepto vacío. Porque la salida de la crisis exige un cambio en el modelo y los supuestos que nos han traído hasta aquí. La descarbonización, reutilización, reducción y reconceptualización constituyen señales hacia una civilización sostenible. Y también una relocalización en torno a las economías regionales y locales, por sostenibilidad y por recuperar un control democrático de nuestra economía, situándola al servicio de los ciudadanos, y no al contrario. Quienes primero inicien esta transición, estarán mejor situados. Independencia, por tanto, para impulsar el tejido productivo vasco desde la planificación estratégica, la diversificación, calidad y valor añadido, empleo estable de calidad y cualificación profesional, implicación directa del sector público, fortalecimiento del sector primario desde la apuesta por la soberanía alimentaria, socialización del crédito, reparto equitativo de la riqueza, incremento del gasto social, fiscalidad justa y progresiva, sistema financiero público vasco, marco vasco de relaciones laborales y protección social...
Participación democrática y cambio de rumbo implican hoy independencia. Por eso, mañana, 12 de octubre, en Bilbo, a las cinco de la tarde, desde el Sagrado Corazón, celebraremos la segunda Martxa Berdea bajo el lema «España = Imposición y ruina. ¡Independencia!». También este año, en el 12 de Octubre, recordaremos a los pueblos independizados de España, cuya lucha contra el neocolonialismo económico continúa hoy. Marcharemos con todos los pueblos del mundo que luchan por su independencia y contra la imposición de los «mercados».
Una marcha que a su paso por el escudo fascista que aún preside el kilómetro cero de Bilbo, en la Plaza Elíptica, y por la Delegación del Gobierno, se trasformará en una marcha estruendosa. Estruendo con el que queremos mostrar nuestra indignación ante la imposición española y de los «mercados» y la ruina a la que nos conducen. Nos vemos allí, como siempre con alguna prenda verde, y en esta ocasión con cualquier herramienta o instrumento para hacer ruido, mucho ruido. Aunque no quieran escuchar, nos tendrán que oír. Y que les den berzas.
(*) También firman este artículo, entre otros, Patxi Gaztelumendi, Joseba Gezuraga, Ana Irastorza, Antton Izagirre, Txekun Lopez De Aberasturi, Maria Luisa Mangado, Esti Mujika, Haritz Perez, Andoni Rojo e Iñigo Sancho
España, imposición y ruina: Independentzia!
Euskal Herria precisa los instrumentos necesarios para planificar y gestionar su propio futuro. Necesita articular entre sus territorios y sus gentes un proyecto económico, social y medioambiental. Disponer de un estado propio es, además, la manera de contribuir desde la sociedad vasca a la construcción de otra Europa, social y de los pueblos
Durante años tuvimos que aguantar que eramos demasiado pequeños para ser independientes, que nos arruinaríamos, que comeríamos berzas... Pues resulta que con Lehman Brothers éste y otros mitos han caído. Y es una España en crisis, subordinada a los poderes económicos, la que ahora nos arrastra al abismo
El reparto de las riquezas -señalaban y claman Michael Hudson o Vicenç Navarro- está en el corazón de la crisis. La bajada prácticamente universal de la parte que corresponde a los asalariados es una de sus causas esenciales: son las rentas captadas en detrimento de éstos las que han alimentado la burbuja financiera. Mileurismo, precarización, destrucción de las clases medias, pérdida de poder adquisitivo, enmascarados mediante el incentivo al crédito fácil. Una espiral insostenible, que pincharía por su flanco más paradigmático: el inmobiliario. Y con una crisis de modelo de desarrollo al fondo: la imposibilidad de un crecimiento infinito en un planeta de recursos finitos, y en el que además el petroleo ronda su pico de extracción. Hace tiempo que el crecimiento económico, mitificado, dejó de ir de la mano del bienestar.
Cuando todo esto se viene abajo, los bancos tratan de transferir a toda prisa sus activos tóxicos y sus deudas a las arcas públicas, y los gobiernos -con la honrosa excepción del pueblo de Islandia- se prestan gustosamente a ello, endeudándose para absorber las pérdidas de los bancos. Evidentemente, no da resultado: la economía no levanta cabeza, la capacidad recaudatoria cae, la inversión pública en el tejido productivo se elimina y se reducen los servicios y prestaciones sociales, todo lo cual deprime definitivamente la demanda interna y vacía las arcas públicas. Y son aquellos que nos metieron en esta crisis los que pretenden darnos lecciones de economía barata. La transferencia incondicionada de capital de las arcas públicas a los bancos se utiliza principalmente para especular con la deuda pública que ha generado. Alguien está haciendo el tonto.
España se ha destacado como el alumno pelota de este modelo. La gran banca española y los intereses financieros, protegidos y alentados por los poderes públicos, han fagocitado el tejido productivo y le han impedido desarrollarse y diversificarse; han hecho negocio a costa de la venta de activos públicos, los movimientos especulativos de capital, la proliferación del fraude fiscal y la cultura del pelotazo y la corrupción. La España del ladrillo e infraestructuras faraónicas.
Se podrían hacer otras cosas, pero no se hacen. Una y otra vez se toman decisiones que favorecen a los mismos, poniendo como excusa la situación internacional o la UE. Actuar así somete al Estado español a las presiones de los especuladores y a que sean otros quienes tomen las decisiones, y aleja a Euskal Herria aún más de los espacios de decisión. Y en medio de este escenario se da la reforma de la Constitución, permitiendo a quienes han vaciado las arcas públicas dar una vuelta de tuerca más. Medida antidemocrática, que niega a la ciudadanía la posibilidad de decidir sobre cuestiones que afectan a sus condiciones de vida y trabajo, y que merma la capacidad de decisión de las instituciones vascas y pone en manos de los especuladores nuestro futuro.
Estamos en un callejón sin salida, se beneficia a los causantes de la crisis y las posibilidades que nos dan para plantear algo diferente no existen. En vez de abrir las puertas a un cambio, los nacionalistas españoles las van cerrando. Van hacia atrás. El nacionalismo de Estado se ha convertido en un tótem intocable y el juego democrático se empobrece más y más.
Euskal Herria precisa los instrumentos necesarios para planificar y gestionar su propio futuro. Necesita articular entre sus territorios y sus gentes un proyecto económico, social y medioambiental. Disponer de un estado propio es, además, la manera de contribuir desde la sociedad vasca a la construcción de otra Europa, social y de los pueblos.
Se nos dirá, como lo de las berzas, que la soberanía y la independencia es algo del pasado en la era de la globalización. Hay que relativizar la independencia, sin duda, pero esa afirmación tiene mucho de mantra ideológico, esgrimido por quienes lo que aceptan es la sumisión de los estados a los poderes económicos. El poder político puede y debe contrarrestar los poderes económicos. Patxi López reivindica -ahora y sólo de discurso- el papel de la política frente a los mercados; pues bien, esa reivindicación, hoy en Euskal Herria, pasa por la independencia. Un Estado vasco, cuando cada vez más sectores sociales, aquí o en Madrid, Grecia, Catalunya o Wall Street, sienten que el sistema político y económico no permite ninguna posibilidad de participación ciudadana en las decisiones económicas, podría ofrecer mayores espacios de participación y decisión.
Por tanto, no hablamos de independencia como concepto vacío. Porque la salida de la crisis exige un cambio en el modelo y los supuestos que nos han traído hasta aquí. La descarbonización, reutilización, reducción y reconceptualización constituyen señales hacia una civilización sostenible. Y también una relocalización en torno a las economías regionales y locales, por sostenibilidad y por recuperar un control democrático de nuestra economía, situándola al servicio de los ciudadanos, y no al contrario. Quienes primero inicien esta transición, estarán mejor situados. Independencia, por tanto, para impulsar el tejido productivo vasco desde la planificación estratégica, la diversificación, calidad y valor añadido, empleo estable de calidad y cualificación profesional, implicación directa del sector público, fortalecimiento del sector primario desde la apuesta por la soberanía alimentaria, socialización del crédito, reparto equitativo de la riqueza, incremento del gasto social, fiscalidad justa y progresiva, sistema financiero público vasco, marco vasco de relaciones laborales y protección social...
Participación democrática y cambio de rumbo implican hoy independencia. Por eso, mañana, 12 de octubre, en Bilbo, a las cinco de la tarde, desde el Sagrado Corazón, celebraremos la segunda Martxa Berdea bajo el lema «España = Imposición y ruina. ¡Independencia!». También este año, en el 12 de Octubre, recordaremos a los pueblos independizados de España, cuya lucha contra el neocolonialismo económico continúa hoy. Marcharemos con todos los pueblos del mundo que luchan por su independencia y contra la imposición de los «mercados».
Una marcha que a su paso por el escudo fascista que aún preside el kilómetro cero de Bilbo, en la Plaza Elíptica, y por la Delegación del Gobierno, se trasformará en una marcha estruendosa. Estruendo con el que queremos mostrar nuestra indignación ante la imposición española y de los «mercados» y la ruina a la que nos conducen. Nos vemos allí, como siempre con alguna prenda verde, y en esta ocasión con cualquier herramienta o instrumento para hacer ruido, mucho ruido. Aunque no quieran escuchar, nos tendrán que oír. Y que les den berzas.
(*) También firman este artículo, entre otros, Patxi Gaztelumendi, Joseba Gezuraga, Ana Irastorza, Antton Izagirre, Txekun Lopez De Aberasturi, Maria Luisa Mangado, Esti Mujika, Haritz Perez, Andoni Rojo e Iñigo Sancho