Como ciudadanos, nos dirigimos a los ciudadanos, como trabajadores…, como personas que no se han rendido…, como hombres y mujeres que desean no solamente expresar su preocupación sino que, sobre todo, estamos dispuestas a actuar. Nos dirigimos a cuantos compartan con nosotros la necesidad de actuar política y socialmente para hacer frente con posibilidades de éxito a las agresiones brutales que se están llevando a cabo contra el sistema de derechos y libertades y el bienestar público. Sobran diagnósticos y falta voluntad real de combatir esta crisis en muchos de los que dicen representarnos en esta batalla.
No son análisis certeros los que faltan sobre las causas de la crisis, una crisis empleada como excusa para hacernos retroceder como sociedad a la explotación y miseria que se creyó durante algún tiempo que se había logrado dejar atrás tras siglos de lucha y sacrificio. Cuanto se ganó con el sacrificio de generaciones, se está perdiendo día a día ante nuestros ojos sin que nada parezca poder frenar el proceso. Hacen falta soluciones, pero —sobre todo— hacen falta ideas claras y voluntad firme de defender los derechos de los ciudadanos, de los trabajadores, de esa mayoría de la población que está siendo sacrificada ante los altares del mercado.
Se oyen gritos de indignación y protesta, no desde ahora, sino desde hace mucho, pero sólo encuentran eco en los medios de comunicación de masas que vertebran la opinión pública de nuestra sociedad, aquellos que no cuestionan realmente la naturaleza del peligro, y que ocultan la terrible realidad de una lucha de clases ejercida desde los poderes económicos y políticos. Las voces críticas, o incluso las masas que se han manifestado durante estos últimos años contra las guerras de agresión, contra las privatizaciones, en defensa de los derechos de los trabajadores, por la sanidad, la educación y la salud pública, por el laicismo, una renta ciudadana básica y contra la corrupción, han sido sistemáticamente negadas o minusvaloradas desde los medios de masas y desde el poder del estado. Es claro el criterio para decidir qué protestas son aceptables para dar voz pública a la indignación creciente: solo aquellas manifestaciones que se proclamen apartidistas o antipolíticas, sólo aquellas que nieguen la lucha de clases y que hagan suyas propuestas vacías sin ninguna coordinación y articulación política efectiva real con quienes mantienen la lucha y la memoria de las luchas que nos precedieron en la marcha por la emancipación de los trabajadores, sólo esas tendrán eco en los medios y hasta en el discurso político oficial. Esas luchas son, sin embargo, la expresión de un rechazo profundo y un malestar extendido ante un sistema político social que deriva hacia la destrucción de las esperanzas e ilusiones de una vida digna de millones de personas, de ciudadanos, de trabajadores.
No es la clase política, sino la política al servicio de una clase lo que se está convirtiendo en un serio problema y en una amenaza. El capitalismo no precisa de la democracia para sobrevivir, y su criminal lógica, sin freno alguno ya, sigue una senda que lleva a la destrucción de nuestras sociedades tal y como las conocemos y, algo incluso peor, a la de propia capacidad de nuestro planeta para sustentar la civilización humana. Ni la Unión Europea, ni el Estado Español se reconocen ya como defensores del bien público, ni de los intereses de los ciudadanos. Incluso las viejas retóricas democráticas dejan ya de tener sentido para quienes ocupan el poder real. La confianza y la seguridad de los mercados son prioritarias ante la confianza y la seguridad de los ciudadanos y sus derechos y libertades.
Las causas y responsables de esta situación son conocidos en toda Europa. En el caso español, la situación se ve agravada por la pérdida de nuestra soberanía nacional durante la larga dictadura franquista y la impunidad del franquismo y pervivencia de las viejas clases que de él se beneficiaron durante la mal llamada Transición. Afrontamos esta crisis global, con un sistema político democrático y un sistema de partidos bajo la Monarquía que es particularmente incapaz de hacer frente a esta crisis; la única solución que se nos ofrece es entregarnos sin lucha a la destrucción de lo público, de los salarios, de las pensiones, de salud, de la educación, de los mínimos vitales que algunos creyeron inamovibles. Los grandes ataques y recortes están por llegar, lo peor está por venir y no hay otra alternativa —nos dicen— que plegarse a lo «inevitable» según repite múltiples voces al servicio del poder.
No es así. No estamos ante algo nuevo, es la vieja opresión de siempre, la misma miseria de siempre, las mismas justificaciones para legitimar la explotación y mantener de rodillas a los pueblos. Cambian las formas, cambian las ilusiones y las expectativas de los que sufren, pero bajo esas palabras que hablan de reformas, recortes, sacrificios, modernidad y competitividad lo que existe es la misma dominación y desprecio por los trabajadores y la misma idea de bien común con la que el liberalismo salvaje del XIX aplastó las luchas por la emancipación de la república republicana de 1793 o la bandera roja de la Comuna de París, hace 150 años. No es nuevo, es una lucha que viene desde hace mucho y no somos los primeros en darla.
Es preciso actuar, ciudadanos.
La lucha por los derechos sociales y políticos, por los derechos de los trabajadores, por la libertad, la igualdad y, ante todo, por la fraternidad, nos exige unirnos y hablar claro.
Un programa de choque, un programa de urgencia contra la Crisis y los ataques brutales que se realizan o se van a llevar a delante en breve, es perfectamente posible. Pero todo programa exige un brazo que lo ejecute, una fuerza que esté presente en la calle, en los centros de trabajo, en la sociedad y en las instituciones. Vemos estos días en Grecia, como las Huelgas Generales y cientos de miles o millones de ciudadanos actúan contra la dictadura económica que se les impone, pero vemos también como una mayoría de diputados de partidos que se dicen de izquierda votan a favor de los mercados. Es igual en España. No es un problema de bipartidismo solamente. En el estado español, todos los partidos políticos que apoyan el consenso básico con los poderes económicos que se beneficiaron del franquismo, de la Transición y la actual Monarquía, son fuerzas al servicio de este sistema criminal que no está dudando en liquidar lo poco que pueda haber de democracia y derechos sociales. Es preciso actuar en consecuencia.
Es preciso reconstruir el espacio político, social e ideológico de la izquierda. Desde nosotros mismos, desde nuestra tradición y nuestra memoria, desde la experiencia de los errores y los aciertos de quienes han luchado siempre y no se han rendido.
Necesitamos que se oiga la voz de la República en las Cortes, la voz de los trabajadores, de los ciudadanos, de los hombres y mujeres que nunca se rindieron.
Todos sabemos que luchar contra la crisis exige defender el bien público y denunciar sin miedo los intereses de clase que lo sacrifican; millones de personas así lo sienten y exigen, es por ello que gritamos abiertamente que un programa de acción contra la crisis efectivo difícilmente va a ser posible dentro de este sistema y este régimen que ha renunciado a defender los intereses de los trabajadores y las clases populares.
Quienes hoy combaten en defensa de los trabajadores, de los pensionistas, de las mujeres, los jóvenes o los mayores, quienes defienden la educación, la salud y los servicios públicos ya están luchando por la República. Es preciso explicitar esa lucha, coordinar y unirse en su defensa, desde cualquiera que sea nuestra militancia o sensibilidad, la República que precisamos es la República republicana, aquella que encarna la defensa a ultranza de los trabajadores y el predominio del interés público, aquella que como en 1793 tuvo como primer objetivo asegurar la supervivencia del pueblo y defender la libertad de sus enemigos.
Es precioso reconstruir la izquierda política bajo la bandera de la República, desde el respeto por la memoria de la IIª y la ilusión por la IIIª, teniendo claro que el neoliberalismo es enemigo de los pueblos y sólo una República republicana puede garantizar el bien común y los derechos y libertades.
No faltan quienes se proclaman defensores de los valores de la izquierda y dicen representarnos, pero lo que define a la izquierda es la conducta, la coherencia y los diputados que votan y apoyan planes de recorte dictados por el capital y los mercados no defienden el bien público y los intereses de los trabajadores. Si la Monarquía —y quienes la apoyan— no combaten la crisis, digamos bien claro que la República lo hará y para ello no es preciso esperar, sino comenzar ya mismo esta lucha. Es preciso que nos coordinemos los que luchamos y resistimos en cada frente de lucha, en las calles, en los tajos, en la sociedad, en asociaciones, ateneos, en sindicatos y partidos y, sobre todo, en sus corazones imbatidos. La bandera de la República a todos nos ampara.
El programa de lucha contra la crisis exige actuar en defensa de lo público, del bien común, contra los privilegios fiscales y políticos de las oligarquías económicas y financieras, en contra de las privatizaciones, en defensa de los trabajadores, denunciar la Transición y la impunidad del franquismo en todas sus formas, reequilibrar la relación con la Unión Europea y asegurar nuestra soberanía, exige acciones decididas y claras como nacionalizar sectores clave en banca, comunicaciones y energía, exige decisión, firmeza, valor. Lo exige la República. Aquí, ahora, para luchar en este instante, con los medios y los apoyos que tengamos. No os conforméis con menos.
Se nos exige la unidad de todos los que compartimos estos mínimos. La unidad de los REPUBLICANOS, de todos cuantos sientan que no están vencidos y que hemos de presentar batalla. A todos llamamos.
Por la Unidad de los REPUBLICANOS
Contra la Crisis…
Los REPUBLICANOS somos, sencillamente, todos aquellos que hemos denunciado siempre la impunidad del franquismo y no hemos cejado ni un día en la defensa de los trabajadores, de la solidaridad y de los derechos sociales y políticos. Hoy, por encima de diferencias de siglas y tradiciones, quienes estamos dispuestos a resistir y nos reconocemos en la bandera de la República, exigimos una articulación política de esta lucha y por ello llamamos a partidos, sindicatos, asociaciones, ateneos y a todas las personas que así lo sientan a dar pasos efectivos por la unidad de acción.
Quienes exigimos un frente unido de lucha somos mayoría y los REPUBLICANOS tenemos la obligación de unirnos y actuar explícitamente como tales, participando incluso en las elecciones en paralelo a la movilización social.
Quienes piensen que ante crisis y peligros como los actuales puede actuar en solitario se equivoca. Es la hora de la unidad de todas la fuerzas de izquierda, populares y republicanas.
Por un programa conjunto contra la Crisis que base la unidad de todos Para derrotar a la derecha y a las políticas de derecha…
VIVA LA REPUBLICA
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