"Dialéctica del conocimiento científico"
publicado en la desaparecida web antorcha .org
-- se publica en el Foro en dos mensajes por su longitud --
-- mensaje número uno --
publicado en la desaparecida web antorcha .org
-- se publica en el Foro en dos mensajes por su longitud --
-- mensaje número uno --
Recientemente venimos leyendo algunas afirmaciones en defensa del materialismo dialéctico que, en ocasiones, constituyen otras tantas tergiversaciones de sus postulados más básicos. No obstante, hay debates fecundos que también conviene reseñar, aunque sólo sea porque plantean interrogantes que son muy comunes.
Por ejemplo, en el foro de Gazte Komunistak estamos siguiendo una serie de exposiciones de gran interés, en las cuales queremos intervenir desde aquí, empezando por una pregunta muy frecuente que allí se suscita: ¿qué ocurre cuando los avances científicos cuestionan los postulados de la filosofía marxista?, interrogante que los participantes en el foro admiten, sin duda porque la creen posible.
El interés añadido de la pregunta radica en que los clásicos marxistas escribieron hace siglo y medio y desde entonces ha llovido mucho, lo que parece justificar algunas pretensiones de ‘corregir’ aquellas tesis marxistas que consideran anticuadas (por no decir antiguallas).
Marxismo y ciencia
La pregunta del foro se puede interpretar de muchas maneras, o da lugar a muchas otras preguntas. Por ejemplo: ¿qué relación hay entre la filosofía marxista, el materialismo dialéctico, y la ciencia?
Engels dijo que la filosofía desaparecería ante la ciencia y quedaría reducida a la teoría pura del pensamiento cuando hubiera quedado imbuida de la dialéctica (1). Él no separaba la filosofía de la ciencia, convencido de que la filosofía estaba destinada a unir su suerte a la ciencia y no podría deshacerse de ella en el futuro. Pero, por otro lado, también afirmó que la ciencia debía quedar imbuida de dialéctica.
El alcance de la pregunta del foro se podría calibrar mejor si se planteara de otra forma: ¿qué ocurre cuando los avances de la física cuestionan los postulados de la física? Y también: ¿qué ocurre cuando los avances de la biología cuestionan los postulados de la biología? Expuesta de esa manera la pregunta se responde a sí misma: toda ciencia es un estado y un movimiento a la vez; toda ciencia es un reflejo del mundo y está en continua evolución. Eso es lo que el materialismo dialéctico dice acerca de cualquier clase de conocimiento: en física, en matemáticas, en economía o en sicología.
El materialismo dialéctico es materialismo porque sostiene que el saber refleja lo que nos rodea, una realidad que es exterior, anterior e independiente de nuestro conocimiento acerca de ella. Al mismo tiempo es dialéctico porque sostiene que el saber avanza, progresa, es cada vez más profundo y más exacto.
Lo que la pregunta del foro quiere plantear es esta parte dinámica del saber y, por tanto, la manera en la que el progreso del conocimiento afecta al conocimiento ya establecido.
El error de la pregunta consiste en concebir que el materialismo dialéctico se aferra a un estado determinado del saber, como si los marxistas defendiéramos el estado de los conocimientos científicos tal y como se quedaron a mediados del siglo XIX cuando escribía Engels. Así es como nos ven los burgueses. Por ejemplo, en sus apuntes sobre la Dialéctica de la naturaleza Engels habla del éter, algo que muy poco después Maxwell y luego Einstein demostraron que no existía. Parece, pues, que Engels estaba equivocado y, por supuesto, con él todos los físicos de la época. Parece que un descubrimiento científico echa por tierra todo lo anterior, como si se quedara apolillado para siempre.
Como no hay ningún conocimiento inmutable, el materialismo dialéctico no se puede vincular al acervo de conocimientos científicos existentes en el presente y, en consecuencia, su propia validez no depende de ellos. No se aferró en el pasado a la existencia del éter ni en el presente a ninguna otra tesis de las ciencias sino que trata de explicar precisamente su evolución y su progreso. Si quisiéramos expresarlo con una frase paradójica (dialéctica) diríamos que lo único que no se mueve es el movimiento, lo único que no cambia es el cambio.
Ahora bien, el materialismo dialéctico entiende el cambio de una manera también dialéctica en el sentido de que el cambio no niega la estabilidad. Lo que afirma es que toda estabilidad es relativa (2). La máxima expresión de la estabilidad es el principio de identidad: toda cosa es igual a sí misma (A=A). El cambio es la negación de esa identidad, es decir, la negación de A=A. Lo que el materialismo dialéctico defiende es que esa identidad A=A es sólo un momento, una etapa, pues siempre se transforma en su contrario: toda cosa se convierte en su contrario (A=-A). Por ejemplo, el hombre renueva todas y cada una de sus células periódicamente y, sin embargo, siempre es el mismo; se convierte de niño en adulto y luego en anciano, es decir, cambia y, sin embargo, sigue siendo el mismo. Por tanto, no se puede hablar del cambio sin tener en cuenta lo que permanece, pero tampoco tener en cuenta lo que permanece sin tener en cuenta el cambio. Luego el materialismo dialéctico defiende la unidad del cambio y la continuidad, en donde el aspecto principal es el cambio.
Sin embargo, Engels necesariamente tuvo que reflejar en sus escritos el estado de las ciencias hace siglo y medio porque en todo estudio del materialismo dialéctico hay que exponer lo que los académicos llaman el estado de la cuestión, es decir, el punto máximo de avance de los conocimientos adquiridos en un momento dado. Pero todo el esfuerzo de Engels está encaminado a demostrar precisamente que ese punto máximo al que había llegado la ciencia entonces tampoco era un punto final. Engels insiste hasta el agotamiento en que en todas las ciencias lo importante es el movimiento y el cambio: La ciencia natural moderna tuvo que tomar de la filosofía el principio de la indestructibilidad del movimiento; ya no puede existir sin ese principio (3).
La verdad eterna
A veces se escucha hablar de la verdad eterna, pero eso nada tiene que ver con la ciencia. No hay verdades eternas; el avance del conocimiento científico no se ha detenido ni se detendrá nunca. Un descubrimiento físico no desmiente a la física y, por lo tanto, lo que se debe explicar es la relación (dialéctica) que existe entre la ciencia como acervo de conocimientos existente en un momento dado y la ciencia como innovación, avance y progreso. Esta evolución es lo que Lenin denominó la relación entre la verdad absoluta y la verdad relativa (4). Los que no conocen el marxismo nos acusan de dogmáticos, de que nos creemos en posesión de la verdad absoluta y, por tanto, que somos intolerantes y dogmáticos. Así que esto viene bien para mostrar que no somos así.
El estado del saber en un momento determinado constituye una verdad relativa porque es parcial, limitado y temporal. Por tanto siempre va a resultar modificado por nuevos avances del conocimiento que nos aproximan hacia concepciones científicas mejores y más profundas. La verdad relativa nos acerca a la verdad absoluta, aunque jamás la alcanzará: Un sistema que lo abarca todo, un sistema definitivamente concluso del conocimiento de la naturaleza y de la historia está en contradicción con las leyes fundamentales del pensamiento dialéctico (5).
El saber es una acumulación de verdades relativas que crecen y se desarrollan, conduciéndonos a la verdad absoluta. A veces se menosprecia la verdad precisamente porque es relativa, pero en toda verdad relativa hay una parte de la verdad absoluta y todo verdadero conocimiento, en su evolución, se desplaza desde la verdad relativa hacia la verdad absoluta. La verdad absoluta y la verdad relativa forman una unidad dialéctica; por eso insistimos en que no se puede aludir sólo al carácter absoluto, cerrado o eterno del conocimiento sin tener en cuenta su aspecto temporal y relativo; pero tampoco se puede tener en cuenta sólo la parte temporal o relativa del conocimiento, sin reconocer, a la vez, su aspecto absoluto.
Hoy las ideologías burguesas cuestionan la verdad; en sus filas imperan el agnosciticismo, el escepticismo y toda suerte de absurdas divagaciones equivalentes. No admiten la verdad pero en cambio sí admiten el error (por ejemplo, dicen que los comunistas estamos equivocados) y eso es algo curioso porque una cosa conduce a la otra. Sabemos que hay billetes falsos porque hay billetes verdaderos y lo mismo ocurre con el conocimiento: si hay errores es porque hay verdades y, sin embargo, los filósofos burgueses están más preocupados por negar la verdad que por refutar el error.
La teoría de la evolución de Darwin, por ejemplo, es una verdad relativa, desde luego infinitamente superior a la teoría de la creación divina y por eso Engels fue uno de los más fervientes defensores de Darwin. Además de refutar el creacionismo, Darwin demostró que las especies (y el hombre) no son inmutables sino que cambian y evolucionan con el transcurso del tiempo. Desde que Darwin escribió su obra (y gracias a que Darwin escribió su obra), la biología ha avanzado, se ha perfeccionado y no ha habido ningún nuevo descubrimiento que haya dejado anticuada a la biología: La teoría de evolución –escribió Engels- es aún demasido joven, por lo que es seguro que el ulterior desarrollo de la investigación modificará muy sustancialmente también las concepciones estrictamente darwinistas del proceso de la evolución de las especies (6).
Lo mismo sucede con la física de Newton: fue superada a comienzos del siglo XX por la de Einstein. La dinámica clásica quedó como un caso singular de la teoría más general de la relatividad y, en consecuencia, con plena validez científica dentro de ciertos parámetros que ahora quedan claros y delimitados. Aquellos principios de Newton no es que fueran falsos sino insuficientes, parciales; reflejaban un momento en el ascenso del saber, mientras que la teoría de la relatividad es más general. En sentido dialéctico la expresión superar quiere decir tanto conservar como mejorar. Es un gran avance científico destacar las limitaciones y las dudas que cualquier teoría tiene, pero si además de ponerlas de manifiesto las explicamos y resolvemos con otra teoría mejor, superior a la anterior, el avance es aún mayor. Decía Hegel con buen criterio que sólo se puede superar una tesis equivocada si se dispone de otra mejor que la perfeccione: Con motivo de la refutación de un sistema filosófico, hemos observado también en otra parte que hay que desterrar la opinión superficial de que un sistema es absolutamente falso y verdadero el enteramente opuesto [...] No hay que decir, pues, que es falso porque puede ser refutado sino porque hay un punto de vista más elevado. El verdadero sistema no debe, pues, venir a oponerse ante él como opuesto, porque así sería él mismo imperfecto y exclusivo; aventajándole debe contenerle como un momento subordinado (7).
La ideología burguesa separa el pensamiento ya elaborado del proceso de su elaboración. Para ella la ciencia es como un elenco cerrado de conocimientos: a un lado está la ciencia y al otro el error. Por ejemplo, Popper dice que en cada momento es posible separar la ciencia de la seudociencia (y el marxismo es una seudociencia según Popper), como si siempre hubiera sido posible distinguir con nitidez la alquimia de la química y la astrología de la astronomía. No son capaces de explicarnos cómo surge el saber a partir de la ignorancia. Resulta ya todo un vicio ideológico concentrar la atención histórica en torno a las fases positivas del saber, a los descubrimientos, olvidando los momentos negativos presididos por la duda y la pregunta que, por cierto, son los más instructivos porque son ellos los que estimulan la producción científica. Por eso cuando la burguesía trata de proporcionar una explicación acerca del origen del pensamiento, dice que brota del pensamiento mismo, que unos pensamientos surgen de otros pensamientos, como si las ideas fueran autosuficientes.
Mientras la filosofía burguesa considera el saber como un sistema cerrado y perfecto de conocimientos, el materialismo dialéctico lo concibe como un sistema abierto y cambiante. Los marxistas no abrimos ningún abismo infranqueable entre la verdad y el error. La verdad se abre camino a través de una serie de errores relativos; decía Engels que, como cualquier otra contradicción, la verdad se convierte en error y el error en verdad (8.). También es imposible trazar ninguna frontera entre la ciencia y la ideología, que siempre han aparecido estrechamente entremezcladas a lo largo de la historia. Las biografías de algunos de los más relevantes científicos, junto a rutilantes observaciones y descubrimientos, aparecen los más absurdos misticismos. En Pitágoras los números, además de aritmética, eran la teología de una secta iniciática; Newton se ocupaba tanto de la óptica como del espíritu santo. A veces durante siglos, el saber convive con la ignorancia y la ciencia con el error sin que en un momento determinado sea posible determinar dónde empieza uno y termina el otro.
El pensamiento es una categoría histórica, decía Engels (9); es estático en cuanto que necesita fijar el conocimiento por medio del lenguaje para conservarlo y transmitirlo; a la vez es cambiante hasta el punto de que también se verifican saltos espectaculares y sensacionales hallazgos. Como todo proceso, el conocimiento científico no sólo es producción sino reproducción. En épocas antiguas esto presentaba dificultades porque la transmisión del saber era oral, pero con la escritura y luego con la imprenta aparecieron posibilidades insospechadas de preservar el conocimiento. El libro es como la nevera que conserva el saber en buen estado; los diccionarios estabilizan los conceptos al explicar los significados de las palabras. El lema de la Academia de la Lengua española es precisamente limpia, fija y da esplendor. También la tarea de la Academia es, pues, conservadora. El lenguaje consolida las ideas, las registra y codifica, y es eso -y sólo eso- lo que permite memorizarlas, utilizarlas, manipularlas y difundirlas. Las enciclopedias recopilan y sistematizan los conocimientos existentes en una época, los agrupan y coordinan. Luego con los libros, los diccionarios y las enciclopedias se forman bibliotecas... Sobra decir que el objetivo de presevar el conocimiento no es otro que el de superarlo y perfeccionarlo y, a la inversa, para superarlo y perfeccionarlo primero hay que conservarlo.
En su evolución, el conocimiento describe un ciclo, es un proceso recursivo: el pensamiento vuelve periódicamente sobre los mismos problemas, que antes creía solucionados, especialmente sobre algunos de ellos, que demuestran su naturaleza clave, como la causalidad, el infinito, el espacio, el tiempo, el movimiento o la libertad. El saber cambia para volver siempre al mismo punto de partida y por eso hoy volvemos a discutir aquellas mismas cuestiones de las que los griegos discutieron hace 2.500 años.
Por ejemplo, en el foro de Gazte Komunistak estamos siguiendo una serie de exposiciones de gran interés, en las cuales queremos intervenir desde aquí, empezando por una pregunta muy frecuente que allí se suscita: ¿qué ocurre cuando los avances científicos cuestionan los postulados de la filosofía marxista?, interrogante que los participantes en el foro admiten, sin duda porque la creen posible.
El interés añadido de la pregunta radica en que los clásicos marxistas escribieron hace siglo y medio y desde entonces ha llovido mucho, lo que parece justificar algunas pretensiones de ‘corregir’ aquellas tesis marxistas que consideran anticuadas (por no decir antiguallas).
Marxismo y ciencia
La pregunta del foro se puede interpretar de muchas maneras, o da lugar a muchas otras preguntas. Por ejemplo: ¿qué relación hay entre la filosofía marxista, el materialismo dialéctico, y la ciencia?
Engels dijo que la filosofía desaparecería ante la ciencia y quedaría reducida a la teoría pura del pensamiento cuando hubiera quedado imbuida de la dialéctica (1). Él no separaba la filosofía de la ciencia, convencido de que la filosofía estaba destinada a unir su suerte a la ciencia y no podría deshacerse de ella en el futuro. Pero, por otro lado, también afirmó que la ciencia debía quedar imbuida de dialéctica.
El alcance de la pregunta del foro se podría calibrar mejor si se planteara de otra forma: ¿qué ocurre cuando los avances de la física cuestionan los postulados de la física? Y también: ¿qué ocurre cuando los avances de la biología cuestionan los postulados de la biología? Expuesta de esa manera la pregunta se responde a sí misma: toda ciencia es un estado y un movimiento a la vez; toda ciencia es un reflejo del mundo y está en continua evolución. Eso es lo que el materialismo dialéctico dice acerca de cualquier clase de conocimiento: en física, en matemáticas, en economía o en sicología.
El materialismo dialéctico es materialismo porque sostiene que el saber refleja lo que nos rodea, una realidad que es exterior, anterior e independiente de nuestro conocimiento acerca de ella. Al mismo tiempo es dialéctico porque sostiene que el saber avanza, progresa, es cada vez más profundo y más exacto.
Lo que la pregunta del foro quiere plantear es esta parte dinámica del saber y, por tanto, la manera en la que el progreso del conocimiento afecta al conocimiento ya establecido.
El error de la pregunta consiste en concebir que el materialismo dialéctico se aferra a un estado determinado del saber, como si los marxistas defendiéramos el estado de los conocimientos científicos tal y como se quedaron a mediados del siglo XIX cuando escribía Engels. Así es como nos ven los burgueses. Por ejemplo, en sus apuntes sobre la Dialéctica de la naturaleza Engels habla del éter, algo que muy poco después Maxwell y luego Einstein demostraron que no existía. Parece, pues, que Engels estaba equivocado y, por supuesto, con él todos los físicos de la época. Parece que un descubrimiento científico echa por tierra todo lo anterior, como si se quedara apolillado para siempre.
Como no hay ningún conocimiento inmutable, el materialismo dialéctico no se puede vincular al acervo de conocimientos científicos existentes en el presente y, en consecuencia, su propia validez no depende de ellos. No se aferró en el pasado a la existencia del éter ni en el presente a ninguna otra tesis de las ciencias sino que trata de explicar precisamente su evolución y su progreso. Si quisiéramos expresarlo con una frase paradójica (dialéctica) diríamos que lo único que no se mueve es el movimiento, lo único que no cambia es el cambio.
Ahora bien, el materialismo dialéctico entiende el cambio de una manera también dialéctica en el sentido de que el cambio no niega la estabilidad. Lo que afirma es que toda estabilidad es relativa (2). La máxima expresión de la estabilidad es el principio de identidad: toda cosa es igual a sí misma (A=A). El cambio es la negación de esa identidad, es decir, la negación de A=A. Lo que el materialismo dialéctico defiende es que esa identidad A=A es sólo un momento, una etapa, pues siempre se transforma en su contrario: toda cosa se convierte en su contrario (A=-A). Por ejemplo, el hombre renueva todas y cada una de sus células periódicamente y, sin embargo, siempre es el mismo; se convierte de niño en adulto y luego en anciano, es decir, cambia y, sin embargo, sigue siendo el mismo. Por tanto, no se puede hablar del cambio sin tener en cuenta lo que permanece, pero tampoco tener en cuenta lo que permanece sin tener en cuenta el cambio. Luego el materialismo dialéctico defiende la unidad del cambio y la continuidad, en donde el aspecto principal es el cambio.
Sin embargo, Engels necesariamente tuvo que reflejar en sus escritos el estado de las ciencias hace siglo y medio porque en todo estudio del materialismo dialéctico hay que exponer lo que los académicos llaman el estado de la cuestión, es decir, el punto máximo de avance de los conocimientos adquiridos en un momento dado. Pero todo el esfuerzo de Engels está encaminado a demostrar precisamente que ese punto máximo al que había llegado la ciencia entonces tampoco era un punto final. Engels insiste hasta el agotamiento en que en todas las ciencias lo importante es el movimiento y el cambio: La ciencia natural moderna tuvo que tomar de la filosofía el principio de la indestructibilidad del movimiento; ya no puede existir sin ese principio (3).
La verdad eterna
A veces se escucha hablar de la verdad eterna, pero eso nada tiene que ver con la ciencia. No hay verdades eternas; el avance del conocimiento científico no se ha detenido ni se detendrá nunca. Un descubrimiento físico no desmiente a la física y, por lo tanto, lo que se debe explicar es la relación (dialéctica) que existe entre la ciencia como acervo de conocimientos existente en un momento dado y la ciencia como innovación, avance y progreso. Esta evolución es lo que Lenin denominó la relación entre la verdad absoluta y la verdad relativa (4). Los que no conocen el marxismo nos acusan de dogmáticos, de que nos creemos en posesión de la verdad absoluta y, por tanto, que somos intolerantes y dogmáticos. Así que esto viene bien para mostrar que no somos así.
El estado del saber en un momento determinado constituye una verdad relativa porque es parcial, limitado y temporal. Por tanto siempre va a resultar modificado por nuevos avances del conocimiento que nos aproximan hacia concepciones científicas mejores y más profundas. La verdad relativa nos acerca a la verdad absoluta, aunque jamás la alcanzará: Un sistema que lo abarca todo, un sistema definitivamente concluso del conocimiento de la naturaleza y de la historia está en contradicción con las leyes fundamentales del pensamiento dialéctico (5).
El saber es una acumulación de verdades relativas que crecen y se desarrollan, conduciéndonos a la verdad absoluta. A veces se menosprecia la verdad precisamente porque es relativa, pero en toda verdad relativa hay una parte de la verdad absoluta y todo verdadero conocimiento, en su evolución, se desplaza desde la verdad relativa hacia la verdad absoluta. La verdad absoluta y la verdad relativa forman una unidad dialéctica; por eso insistimos en que no se puede aludir sólo al carácter absoluto, cerrado o eterno del conocimiento sin tener en cuenta su aspecto temporal y relativo; pero tampoco se puede tener en cuenta sólo la parte temporal o relativa del conocimiento, sin reconocer, a la vez, su aspecto absoluto.
Hoy las ideologías burguesas cuestionan la verdad; en sus filas imperan el agnosciticismo, el escepticismo y toda suerte de absurdas divagaciones equivalentes. No admiten la verdad pero en cambio sí admiten el error (por ejemplo, dicen que los comunistas estamos equivocados) y eso es algo curioso porque una cosa conduce a la otra. Sabemos que hay billetes falsos porque hay billetes verdaderos y lo mismo ocurre con el conocimiento: si hay errores es porque hay verdades y, sin embargo, los filósofos burgueses están más preocupados por negar la verdad que por refutar el error.
La teoría de la evolución de Darwin, por ejemplo, es una verdad relativa, desde luego infinitamente superior a la teoría de la creación divina y por eso Engels fue uno de los más fervientes defensores de Darwin. Además de refutar el creacionismo, Darwin demostró que las especies (y el hombre) no son inmutables sino que cambian y evolucionan con el transcurso del tiempo. Desde que Darwin escribió su obra (y gracias a que Darwin escribió su obra), la biología ha avanzado, se ha perfeccionado y no ha habido ningún nuevo descubrimiento que haya dejado anticuada a la biología: La teoría de evolución –escribió Engels- es aún demasido joven, por lo que es seguro que el ulterior desarrollo de la investigación modificará muy sustancialmente también las concepciones estrictamente darwinistas del proceso de la evolución de las especies (6).
Lo mismo sucede con la física de Newton: fue superada a comienzos del siglo XX por la de Einstein. La dinámica clásica quedó como un caso singular de la teoría más general de la relatividad y, en consecuencia, con plena validez científica dentro de ciertos parámetros que ahora quedan claros y delimitados. Aquellos principios de Newton no es que fueran falsos sino insuficientes, parciales; reflejaban un momento en el ascenso del saber, mientras que la teoría de la relatividad es más general. En sentido dialéctico la expresión superar quiere decir tanto conservar como mejorar. Es un gran avance científico destacar las limitaciones y las dudas que cualquier teoría tiene, pero si además de ponerlas de manifiesto las explicamos y resolvemos con otra teoría mejor, superior a la anterior, el avance es aún mayor. Decía Hegel con buen criterio que sólo se puede superar una tesis equivocada si se dispone de otra mejor que la perfeccione: Con motivo de la refutación de un sistema filosófico, hemos observado también en otra parte que hay que desterrar la opinión superficial de que un sistema es absolutamente falso y verdadero el enteramente opuesto [...] No hay que decir, pues, que es falso porque puede ser refutado sino porque hay un punto de vista más elevado. El verdadero sistema no debe, pues, venir a oponerse ante él como opuesto, porque así sería él mismo imperfecto y exclusivo; aventajándole debe contenerle como un momento subordinado (7).
La ideología burguesa separa el pensamiento ya elaborado del proceso de su elaboración. Para ella la ciencia es como un elenco cerrado de conocimientos: a un lado está la ciencia y al otro el error. Por ejemplo, Popper dice que en cada momento es posible separar la ciencia de la seudociencia (y el marxismo es una seudociencia según Popper), como si siempre hubiera sido posible distinguir con nitidez la alquimia de la química y la astrología de la astronomía. No son capaces de explicarnos cómo surge el saber a partir de la ignorancia. Resulta ya todo un vicio ideológico concentrar la atención histórica en torno a las fases positivas del saber, a los descubrimientos, olvidando los momentos negativos presididos por la duda y la pregunta que, por cierto, son los más instructivos porque son ellos los que estimulan la producción científica. Por eso cuando la burguesía trata de proporcionar una explicación acerca del origen del pensamiento, dice que brota del pensamiento mismo, que unos pensamientos surgen de otros pensamientos, como si las ideas fueran autosuficientes.
Mientras la filosofía burguesa considera el saber como un sistema cerrado y perfecto de conocimientos, el materialismo dialéctico lo concibe como un sistema abierto y cambiante. Los marxistas no abrimos ningún abismo infranqueable entre la verdad y el error. La verdad se abre camino a través de una serie de errores relativos; decía Engels que, como cualquier otra contradicción, la verdad se convierte en error y el error en verdad (8.). También es imposible trazar ninguna frontera entre la ciencia y la ideología, que siempre han aparecido estrechamente entremezcladas a lo largo de la historia. Las biografías de algunos de los más relevantes científicos, junto a rutilantes observaciones y descubrimientos, aparecen los más absurdos misticismos. En Pitágoras los números, además de aritmética, eran la teología de una secta iniciática; Newton se ocupaba tanto de la óptica como del espíritu santo. A veces durante siglos, el saber convive con la ignorancia y la ciencia con el error sin que en un momento determinado sea posible determinar dónde empieza uno y termina el otro.
El pensamiento es una categoría histórica, decía Engels (9); es estático en cuanto que necesita fijar el conocimiento por medio del lenguaje para conservarlo y transmitirlo; a la vez es cambiante hasta el punto de que también se verifican saltos espectaculares y sensacionales hallazgos. Como todo proceso, el conocimiento científico no sólo es producción sino reproducción. En épocas antiguas esto presentaba dificultades porque la transmisión del saber era oral, pero con la escritura y luego con la imprenta aparecieron posibilidades insospechadas de preservar el conocimiento. El libro es como la nevera que conserva el saber en buen estado; los diccionarios estabilizan los conceptos al explicar los significados de las palabras. El lema de la Academia de la Lengua española es precisamente limpia, fija y da esplendor. También la tarea de la Academia es, pues, conservadora. El lenguaje consolida las ideas, las registra y codifica, y es eso -y sólo eso- lo que permite memorizarlas, utilizarlas, manipularlas y difundirlas. Las enciclopedias recopilan y sistematizan los conocimientos existentes en una época, los agrupan y coordinan. Luego con los libros, los diccionarios y las enciclopedias se forman bibliotecas... Sobra decir que el objetivo de presevar el conocimiento no es otro que el de superarlo y perfeccionarlo y, a la inversa, para superarlo y perfeccionarlo primero hay que conservarlo.
En su evolución, el conocimiento describe un ciclo, es un proceso recursivo: el pensamiento vuelve periódicamente sobre los mismos problemas, que antes creía solucionados, especialmente sobre algunos de ellos, que demuestran su naturaleza clave, como la causalidad, el infinito, el espacio, el tiempo, el movimiento o la libertad. El saber cambia para volver siempre al mismo punto de partida y por eso hoy volvemos a discutir aquellas mismas cuestiones de las que los griegos discutieron hace 2.500 años.
-- fin del mensaje número uno --