A sus 57 años, Sócrates falleció por un problema intestinal
Los médicos también se mueren
Por: Jordi Quixano / Especial de El País de España
El estadio de Pacaembú a reventar, 37.000 gargantas, voces perdidas entre el ruido, expectantes antes de la final del torneo paulista de 1983, entre el Corinthians y el São Paulo. De repente, un futbolista, estilizado, pelo rizoso, barbado, salta al campo solo, con el brazo alzado y una camiseta con mensaje: “Ganar o perder, pero siempre con democracia”. Más gritos, más fuertes. Era Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza Vieria de Oliveira (Belém, Brasil; 1954), el jugador de O Timao, todo un ídolo por su elegancia en el juego, por su filosofía de vida fuera de él, por un manual político valiente. Era El Doctor, que falleció el sábado a causa de un choque séptico de origen intestinal.
Para Sócrates el balón fue un adorno de los libros de infancia, azuzado por su padre —admirador de los filósofos griegos— para que ejerciera una “profesión digna”. Siempre le atrajo la medicina, pero su talento estaba en los pies, minúsculos (calzaba 37; algo extraño en alguien de 1,93 metros) y un tanto deformados porque tenía un hueso desencajado en el talón, lo que le permitía tirar penaltis de tacón con una fuerza extraordinaria. Así que cuando se dio cuenta, con 23 años, era jugador del Corinthians y médico. Con los shorts azules y la camiseta ajustada, Sócrates deslumbró al mundo en España 1982 con la selección de Brasil —también fue el capitán en México en 1986—, que desplegó uno de los juegos más bellos y menos premiados. “Mala suerte y peor para el fútbol”, convino el jugador nada más al ser eliminado por Italia (3-2) en la segunda fase, que se conoce como “La tragedia de Sarrià”. “No hay que jugar para ganar, sino para que no te olviden”, insistió.
No le fue bien al 8 salir de su país. El Doctor no fue feliz ni siquiera cuando la Fiorentina desembolsó tres millones por él y puso a su disposición 18 billetes a Brasil por curso, dos coches y una mansión. A Sócrates le pudo la saudade y regresó al Flamengo, y luego al Santos.
“Los futbolistas somos artistas y, por tanto, somos los únicos que tenemos más poder que sus jefes”, argumentaba. De eso se dio cuenta en 1982, cuando junto a Wladimir y Casagrande, entre otros, además de Adilson Monteiro, el entonces director deportivo del Corinthians, decidieron crear un sistema de democracia en el O Timao, una forma en la que el club actuaba como una comunidad de personas en la que todos tomaban en conjunto las decisiones y en la que los votos contaban por igual. Así se establecieron los horarios de los entrenamientos, las comidas, las alineaciones, los fichajes, los despidos... Incluso, se aprobó la libertad de acción del futbolista fuera de la cancha, nada mejor para Sócrates, quien siempre defendió su derecho a fumar y a beber. “El vaso de cerveza es mi mejor psicólogo”, decía.
Sin embargo, este admirador de Marx nunca fue uno más en el vestuario del Corinthians, que se convirtió en la imagen de la revolución brasileña en contra de la dictadura. No era raro ver imágenes del equipo con pancartas, como “Democracia”, “Quiero votar a mi presidente” y “Derechos ya”. Ese fue el otro éxito del Corinthians, que se laureó con los campeonatos del 82 y, ya en Pacaembú, en 1983, el día de la final paulista, cuando Sócrates marcó el gol del triunfo.
Los médicos también se mueren
Por: Jordi Quixano / Especial de El País de España
El estadio de Pacaembú a reventar, 37.000 gargantas, voces perdidas entre el ruido, expectantes antes de la final del torneo paulista de 1983, entre el Corinthians y el São Paulo. De repente, un futbolista, estilizado, pelo rizoso, barbado, salta al campo solo, con el brazo alzado y una camiseta con mensaje: “Ganar o perder, pero siempre con democracia”. Más gritos, más fuertes. Era Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza Vieria de Oliveira (Belém, Brasil; 1954), el jugador de O Timao, todo un ídolo por su elegancia en el juego, por su filosofía de vida fuera de él, por un manual político valiente. Era El Doctor, que falleció el sábado a causa de un choque séptico de origen intestinal.
Para Sócrates el balón fue un adorno de los libros de infancia, azuzado por su padre —admirador de los filósofos griegos— para que ejerciera una “profesión digna”. Siempre le atrajo la medicina, pero su talento estaba en los pies, minúsculos (calzaba 37; algo extraño en alguien de 1,93 metros) y un tanto deformados porque tenía un hueso desencajado en el talón, lo que le permitía tirar penaltis de tacón con una fuerza extraordinaria. Así que cuando se dio cuenta, con 23 años, era jugador del Corinthians y médico. Con los shorts azules y la camiseta ajustada, Sócrates deslumbró al mundo en España 1982 con la selección de Brasil —también fue el capitán en México en 1986—, que desplegó uno de los juegos más bellos y menos premiados. “Mala suerte y peor para el fútbol”, convino el jugador nada más al ser eliminado por Italia (3-2) en la segunda fase, que se conoce como “La tragedia de Sarrià”. “No hay que jugar para ganar, sino para que no te olviden”, insistió.
No le fue bien al 8 salir de su país. El Doctor no fue feliz ni siquiera cuando la Fiorentina desembolsó tres millones por él y puso a su disposición 18 billetes a Brasil por curso, dos coches y una mansión. A Sócrates le pudo la saudade y regresó al Flamengo, y luego al Santos.
“Los futbolistas somos artistas y, por tanto, somos los únicos que tenemos más poder que sus jefes”, argumentaba. De eso se dio cuenta en 1982, cuando junto a Wladimir y Casagrande, entre otros, además de Adilson Monteiro, el entonces director deportivo del Corinthians, decidieron crear un sistema de democracia en el O Timao, una forma en la que el club actuaba como una comunidad de personas en la que todos tomaban en conjunto las decisiones y en la que los votos contaban por igual. Así se establecieron los horarios de los entrenamientos, las comidas, las alineaciones, los fichajes, los despidos... Incluso, se aprobó la libertad de acción del futbolista fuera de la cancha, nada mejor para Sócrates, quien siempre defendió su derecho a fumar y a beber. “El vaso de cerveza es mi mejor psicólogo”, decía.
Sin embargo, este admirador de Marx nunca fue uno más en el vestuario del Corinthians, que se convirtió en la imagen de la revolución brasileña en contra de la dictadura. No era raro ver imágenes del equipo con pancartas, como “Democracia”, “Quiero votar a mi presidente” y “Derechos ya”. Ese fue el otro éxito del Corinthians, que se laureó con los campeonatos del 82 y, ya en Pacaembú, en 1983, el día de la final paulista, cuando Sócrates marcó el gol del triunfo.