Extracto de las conclusiones del libro “Del Romanticismo al Revisionismo. Superproducción, crisis y derrumbe del capitalismo”
libro de Mario Quintana
tomado del blog El camino de hierro – diciembre de 2011
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libro de Mario Quintana
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(...) "Como los mandamientos de la ley de dios, todas las intervenciones de política económica se resumen en dos: primero, elevar la cuota de ganancia, y segundo, destruir y desvalorizar el capital en funciones para sustituirlo por el capital nuevo, que se encuentra ocioso. Para elevar la cuota de ganancia hay que aumentar la cuota de plusvalía, es decir, la explotación de los trabajadores, despidiendo trabajadores, reduciendo salarios, incrementando los ritmos de trabajo, eliminando los derechos sociales, etc. La destrucción física y la desvalorización del capital viejo presenta también numerosas formas: amortización acelerada, reconversión, nacionalización por parte del Estado, ruina de los capitales más débiles y centralización y, sobre todos ellos, la guerra. La crisis, escribió Marx, tiene necesariamente que manifestarse "como algo violento, como un proceso de destrucción. Y es precisamente en las crisis donde se manifiesta su unidad, la unidad de lo dispar. La sustantividad que adoptan entre sí los dos factores que se complementan mutuamente es destruida de un modo violento. La crisis revela, por tanto, la unidad de las dos fases sustantivizadas la una con respecto a la otra. Sin esta unidad intrínseca entre factores al parecer indiferentes entre sí, las crisis no existirían".
La guerra es un mecanismo de política económica al que, naturalmente, los economistas (burgueses y revisionistas) no prestan ninguna atención, a pesar de la enorme trascendencia que siempre ha tenido en todas las crisis económicas. No se ha inventado todavía mejor modo de superar las dificultades del capitalismo que esta gigantesca forma de elevación de la cuota de ganancia y de destrucción de capital. El olvido de los economistas es, no obstante, lógico porque la guerra acarrea estupendas consecuencias para iniciar un ciclo de auge económico, pero también evidencia con claridad los límites del capitalismo, algo que ni los burgueses ni los revisionistas quieren plantear. Por el contrario, para el proletariado la guerra plantea inmediatamente la urgencia de la revolución: o la revolución impide la guerra o la guerra desata la revolución. Para la burguesía la guerra es la única forma de someter aún más a unas masas ya extremadamente depauperadas y exhaustas por la explotación y la miseria. Los conflictos bélicos pueden convertirse en un fantástico negocio, pero acarrean riesgos incalculables y por eso es un recurso al que sólo acuden en último extremo, cuando todas las demás vías de escape de la crisis han agotado sus capacidades.
Para los marxistas la guerra forma parte integrante del análisis económico, que es imposible elaborar sin tener en cuenta la naturaleza histórica y transitoria del capitalismo. Todos los fenómenos económicos, y más las crisis cíclicas, sólo pueden entenderse y explicarse teniendo en cuenta la perspectiva indudable del hundimiento del capitalismo. Este hundimiento irremisible es consecuencia de las contradicciones internas y no de factores extraños al sistema mismo. En particular, la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción es la que desempeña un papel decisivo en la crisis letal del capitalismo; las fuerzas productivas están ampliamente socializadas, pero las relaciones de producción son privadas e impiden su libre desenvolvimiento. Las fuerzas productivas constituyen, por tanto, el factor más dinámico mientras las relaciones de producción de carácter privado han llegado a convertirse en un pesado fardo que obstaculiza cualquier progreso económico y social. Las primeras juegan un papel revolucionario y decisivo porque, en contraste con las segundas, están en perpetuo movimiento y transformación, desempeñando un papel determinante, principal y decisivo en el capitalismo que choca con unas relaciones de producción caducas, estancadas y retardatarias de toda evolución.
Pero dentro de las fuerzas productivas, es el proletariado el elemento más importante y más enérgico que moviliza y empuja el curso de la historia: "El hombre es el capital más preciado" dijo Stalin. ¿Dónde está el catastrofismo, el determinismo, el mecanicismo, al que aluden los revisionistas? No hay ni asomo de eso en afirmar sin vacilaciones que el capitalismo marcha hacia su propio final y en apuntar qué amargo camino nos obligará recorrer antes de derribarlo. En ese duro camino es donde la necesidad ciega se transformará en necesidad consciente, donde se forjará la unidad de lo objetivo y lo subjetivo del proceso revolucionario, donde se verificará el tránsito entre el desplome y la revolución. El capitalismo ni es un modo de producción indefinido ni nos aproxima tampoco al socialismo; por el contrario, se descompone y degenera movido por sus propias contradicciones internas. Es la revolución lo que nos lleva hacia el socialismo; y la revolución es un fenómeno esencialmente consciente y subjetivo que madura entre las ruinas del capitalismo agonizante. Ambos fenómenos son igualmente ineluctables; la vertiente subjetiva no es menos inexorable que la objetiva porque ambos van encadenados y forman una unidad dialéctica. Del derrumbe del capitalismo brotará la revolución socialista."
La guerra es un mecanismo de política económica al que, naturalmente, los economistas (burgueses y revisionistas) no prestan ninguna atención, a pesar de la enorme trascendencia que siempre ha tenido en todas las crisis económicas. No se ha inventado todavía mejor modo de superar las dificultades del capitalismo que esta gigantesca forma de elevación de la cuota de ganancia y de destrucción de capital. El olvido de los economistas es, no obstante, lógico porque la guerra acarrea estupendas consecuencias para iniciar un ciclo de auge económico, pero también evidencia con claridad los límites del capitalismo, algo que ni los burgueses ni los revisionistas quieren plantear. Por el contrario, para el proletariado la guerra plantea inmediatamente la urgencia de la revolución: o la revolución impide la guerra o la guerra desata la revolución. Para la burguesía la guerra es la única forma de someter aún más a unas masas ya extremadamente depauperadas y exhaustas por la explotación y la miseria. Los conflictos bélicos pueden convertirse en un fantástico negocio, pero acarrean riesgos incalculables y por eso es un recurso al que sólo acuden en último extremo, cuando todas las demás vías de escape de la crisis han agotado sus capacidades.
Para los marxistas la guerra forma parte integrante del análisis económico, que es imposible elaborar sin tener en cuenta la naturaleza histórica y transitoria del capitalismo. Todos los fenómenos económicos, y más las crisis cíclicas, sólo pueden entenderse y explicarse teniendo en cuenta la perspectiva indudable del hundimiento del capitalismo. Este hundimiento irremisible es consecuencia de las contradicciones internas y no de factores extraños al sistema mismo. En particular, la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción es la que desempeña un papel decisivo en la crisis letal del capitalismo; las fuerzas productivas están ampliamente socializadas, pero las relaciones de producción son privadas e impiden su libre desenvolvimiento. Las fuerzas productivas constituyen, por tanto, el factor más dinámico mientras las relaciones de producción de carácter privado han llegado a convertirse en un pesado fardo que obstaculiza cualquier progreso económico y social. Las primeras juegan un papel revolucionario y decisivo porque, en contraste con las segundas, están en perpetuo movimiento y transformación, desempeñando un papel determinante, principal y decisivo en el capitalismo que choca con unas relaciones de producción caducas, estancadas y retardatarias de toda evolución.
Pero dentro de las fuerzas productivas, es el proletariado el elemento más importante y más enérgico que moviliza y empuja el curso de la historia: "El hombre es el capital más preciado" dijo Stalin. ¿Dónde está el catastrofismo, el determinismo, el mecanicismo, al que aluden los revisionistas? No hay ni asomo de eso en afirmar sin vacilaciones que el capitalismo marcha hacia su propio final y en apuntar qué amargo camino nos obligará recorrer antes de derribarlo. En ese duro camino es donde la necesidad ciega se transformará en necesidad consciente, donde se forjará la unidad de lo objetivo y lo subjetivo del proceso revolucionario, donde se verificará el tránsito entre el desplome y la revolución. El capitalismo ni es un modo de producción indefinido ni nos aproxima tampoco al socialismo; por el contrario, se descompone y degenera movido por sus propias contradicciones internas. Es la revolución lo que nos lleva hacia el socialismo; y la revolución es un fenómeno esencialmente consciente y subjetivo que madura entre las ruinas del capitalismo agonizante. Ambos fenómenos son igualmente ineluctables; la vertiente subjetiva no es menos inexorable que la objetiva porque ambos van encadenados y forman una unidad dialéctica. Del derrumbe del capitalismo brotará la revolución socialista."
Última edición por pedrocasca el Miér Ago 08, 2012 2:18 pm, editado 1 vez