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    "Declaración de Intenciones en Defensa del Marxismo-Leninismo" - publicado en la antigua web leninismo.org en mayo de 2004

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    pedrocasca
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    Mensaje por pedrocasca Lun Ene 02, 2012 12:28 pm

    DECLARACIÓN de INTENCIONES en DEFENSA del MARXISMO-LENINISMO

    publicado en la antigua web leninismo.org (En Defensa del Marxismo-Leninismo) en mayo de 2004

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    -- mensaje nº 1 --

    Se definía la web como: “La presente página tiene como propósito recopilar archivos, documentos e imágenes sobre la teoría, la praxis y la historia del marxismo-leninismo. El motivo principal para su creación reside en la escasez de este tipo de páginas en castellano. Ciertamente existen páginas pertenecientes a los distintos partidos y organizaciones marxistas-leninistas del Estado Español y de América Latina, así como otras dedicadas a recopilar textos de los clásicos del marxismo, pero no existe una web dedicada a la recopilación y exposición sistemática de artículos y ensayos sobre la teoría marxista-leninista (incluyendo una exposición básica y comprensiva del materialismo dialéctico e histórico), sobre la experiencia histórica de los países del llamado “socialismo real”, y sobre diversos aspectos del pasado y del presente económico, social, político y cultural de España y del mundo, abordados desde una perspectiva sistemática marxista-leninista o próxima al marxismo-leninismo. Los responsables de la presente web pretendemos paliar en parte esta situación”.

    Materialismo Dialéctico, Modernismo y Postmodernismo

    El marxismo-leninismo es un sistema teórico compuesto de elementos tanto filosóficos como científicos, cuyo conocimiento resulta imprescindible para comprender el mundo actual, su desarrollo y antecedentes históricos y sus previsibles derroteros futuros. Lejos de haber sido desmentido o refutado por el colapso de la Unión Soviética y de los países socialistas de Europa del Este (como si un fenómeno histórico concreto pudiera tener semejante relevancia epistemológica), lo cierto es que el marxismo-leninismo continúa siendo al día de hoy una teoría de una enorme potencia explicativa en las ciencias históricas y sociales. Lejos de haberse convertido en un programa de investigación estéril o degenerativo, continúa disfrutando de una extraordinaria fecundidad y vitalidad.

    En esta página ofreceremos introducciones sencillas a los fundamentos básicos del materialismo dialéctico (la filosofía del marxismo), el materialismo histórico (la concepción científica de la historia y la sociedad elaborada por Marx) y la doctrina marxista-leninista (que integra en su seno las aportaciones del materialismo dialéctico e histórico, orientadas a la interpretación y transformación de la realidad mediante la praxis revolucionaria). Serán introducciones divulgativas y asequibles para cualquier persona, sin necesidad de poseer conocimientos específicos de filosofía o de ciencias sociales.

    Adquiere especial relevancia en este sentido la crítica y discusión de las ideas y planteamientos del postmodernismo, la ideología dominante del tardocapitalismo monopolista o imperialismo de finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI. Esta ideología pretende minar todo tipo de resistencia u oposición a las clases dirigentes. Su contenido esencial es un idealismo subjetivo e irracionalista que arremete contra la racionalidad humana y contra la visión materialista del mundo característica de la ciencia, y en especial contra la teoría marxista revolucionaria. El objetivo de la ideología postmoderna consiste en impedir cualquier análisis racional de la sociedad capitalista contemporánea, así como minar toda actividad teorética transformadora y toda lucha política contra el capitalismo. El postmodernismo, en suma, tiene como principal finalidad desmantelar todo tipo de oposición por parte del proletariado, de la clase oprimida, contra las oligarquías explotadoras. En este sentido, como superestructura ideológica legitimadora del actual sistema, debe hallarse entre los principales frentes de combate que ha de librar el marxismo en el plano ideológico.

    Frente al postmodernismo, el marxismo-leninismo defiende el materialismo dialéctico. El materialismo, además de ser la filosofía implícita en el desarrollo de la ciencia y la tecnología contemporáneas, se identifica en última instancia con el desarrollo de la racionalidad misma. Por su parte, la dialéctica consiste en la reflexión racional sobre las inconmensurabilidades y contradicciones existentes en la realidad fenoménica (las apariencias), con el fin de abstraer las ideas o conceptos que permitan organizar y dar sentido a dicha realidad.

    Ahora bien, lo anterior no significa que el marxismo-leninismo sea una verdad absoluta y/o indubitable. Ni mucho menos. Como ha señalado el sociólogo y filósofo francés Edgar Morin, la condición humana se halla marcada por dos grandes incertidumbres: la incertidumbre cognitiva y la incertidumbre histórica. La incertidumbre cognitiva presenta a su vez tres aspectos: la incertidumbre cerebral, consistente en que el conocimiento nunca es un reflejo de lo real sino que implica una traducción y reconstrucción que conlleva inevitablemente riesgos de errores y distorsiones; la incertidumbre psicológica, en virtud de la cual el conocimiento de los hechos siempre es tributario de la interpretación, y la incertidumbre epistemológica, resultado de la crisis de los fundamentos de la certeza en la filosofía (a partir de Nietzsche) y en la ciencia (a partir de Bachelard y Popper). La incertidumbre histórica está ligada al carácter aparentemente caótico de la historia humana, una historia de 10.000 años en la que han existido fabulosas creaciones y destrucciones terribles, y en la que han tenido lugar grandes progresos de la civilización y de la economía seguidos por formidables regresiones (de la última de estas gigantescas regresiones hemos sido testigos recientemente, con el colapso de la Unión Soviética y los países socialistas europeos). Ciertamente la historia humana está sometida a determinaciones sociales y económicas muy fuertes, pero puede ser desviada o modificada por acontecimientos o accidentes particulares absolutamente impredecibles.

    Así pues, la falta de fundamentos de certeza característica de todo el conocimiento humano --incluido el conocimiento científico-- no podía dejar de afectar, naturalmente, al marxismo-leninismo. Popper, Kuhn, Lakatos y Feyerabend, entre otros, han mostrado que las teorías científicas, igual que los icebergs, tienen una enorme parte sumergida que no es científica pero que resulta indispensable para el desarrollo de la ciencia. Lo propio de la cientificidad no es reflejar lo real sino traducirlo en teorías cambiantes y refutables. Las teorías científicas dan forma, ordenan y organizan los datos verificados sobre los que se fundan, y por ello mismo son sistemas de conceptos, construcciones cognoscitivas que se aplican a los datos para adecuárseles. Pero de manera continuada nuevos medios de observación o experimentación, una nueva atención, o bien nuevos hechos o accidentes, hacen surgir datos desconocidos y antes invisibles. A partir de ahí las teorías dejan de ser adecuadas, y si no es posible ampliarlas se hace necesario construir otras nuevas. Las teorías científicas son provisionales precisamente porque son científicas. La visión que da el filósofo Karl Popper de la evolución de la ciencia es la de una selección natural en la que las teorías resisten un tiempo, no porque sean "verdaderas" sino porque son las mejor adaptadas al estado contemporáneo de los conocimientos. Por su parte, Thomas S. Kuhn aporta otra idea no menos importante: en la evolución científica se producen transformaciones revolucionarias en las que un paradigma dominante --una gran macroteoría aceptada de forma general por toda la comunidad científica y a partir de la cual se realiza la investigación-- se hunde para dejar paso a un paradigma nuevo. Asimismo, Willard Van Orman Quine ha establecido otra idea fundamental, conocida como 'principio de subdeterminación de las teorías por la experiencia': dado cualquier conjunto de hechos empíricos, existen siempre varias teorías que son incompatibles entre sí pero que resultan compatibles por separado con dicho conjunto de datos.

    Todo ello hace que hoy en día sea no sea posible ni deseable mantener una visión estrecha, cerrada y autosuficiente del marxismo-leninismo, que asevere la verdad indubitable de cada una de sus tesis, que codifique su corpus teórico en forma de una suerte de recetario inmutable, y además exija de cada persona que se considere comunista una adhesión y una creencia inconmovibles en todos o en la mayoría de sus postulados. Los contenidos de carácter más o menos dogmático desempeñaron un papel sumamente positivo en épocas pasadas, cuando era necesario contar con grandes masas de militantes y simpatizantes bien entrenados y motivados, organizados y unidos por una fuerte disciplina (y además se daban las condiciones objetivas y subjetivas que lo hacían posible), como única forma viable de vencer al implacable cerco de la reacción y al terrible acoso de las fuerzas imperialistas, que no conocían límites a la hora de movilizar todos los inmensos recursos con que contaban para aplastar al movimiento obrero. Sin embargo, hoy en día no se dan las condiciones políticas y sociales que existían en la era de las grandes revoluciones proletarias, y además se han producido grandes cambios en el ámbito noético (en el sentido antes señalado de problematización y crisis de los fundamentos de certeza del conocimiento científico y filosófico), de tal modo que no queda más remedio que "desblindar" el marxismo-leninismo, flexibilizarlo y someterlo a una dosis importante de relativización epistemológica, lo cual no implica en absoluto caer en el relativismo, el nihilismo y/o la ideología postmoderna. Se trata sencillamente de reconocer que no podemos afirmar que el marxismo-leninismo sea una teoría "verdadera" en términos indubitables, por las razones antes apuntadas, aunque sí podemos decir que es una teoría que explica muchos de los hechos conocidos y admitidos tan bien como otras teorías alternativas, y además es mejor que tales alternativas si se aceptan determinados presupuestos metodológicos, que no son sino una serie de opciones adoptadas en virtud de diversas razones de carácter filosófico, doctrinal, e incluso ético o valorativo.

    Por otro lado, el marxismo-leninismo no sería una teoría propiamente científica sino un sistema filosófico, sin perjuicio de su rigurosidad formal y su sólida fundamentación en los hallazgos y teorías de las disciplinas científicas, y sin perjuicio de que entre sus contenidos se hallen efectivamente muchos elementos de carácter científico y técnico-praxeológico; por tanto, al carácter de provisionalidad y temporalidad propio del conocimiento científico debe añadirse el aspecto fuertemente conjetural e interpretativo de toda teoría filosófica, por muy rigurosa y científicamente fundada que ésta sea. Asimismo, el carácter totalizador del conocimiento que hizo que el marxismo-leninismo se convirtiera prácticamente en una cosmovisión --lo que también resultó muy positivo como método de formación de masas-- debe dejar paso a una perspectiva necesariamente más limitada y con pretensiones teoréticas menos ambiciosas y omnicomprensivas. Por último, es preciso no confundir "revisión" y "revisionismo" --un error que en ocasiones ha cometido el movimiento comunista. Lenin, Stalin, Mao y otros muchos revolucionarios y teóricos marxistas no afirmaron jamás que el cuerpo teórico del marxismo no debiera revisarse, modificarse o adaptarse a las peculiares y cambiantes circunstancias históricas y sociopolíticas; de hecho, el término "revisionismo" no hace referencia meramente a la "revisión" o modificación de los contenidos de la doctrina marxista-leninista, sino a la introducción de cambios en dicha doctrina que repercutan en beneficio de las clases dirigentes, que abandonen o debiliten toda postura coherentemente anti-imperialista, que asuman buena parte de la ideología burguesa y/o que resten fuerza y capacidad combativa a la teoría y la praxis del marxismo.

    Los Países Socialistas

    El marxismo-leninismo no es únicamente una teoría. Es asimismo una praxis, un instrumento revolucionario para transformar el mundo. Sus resultados fueron visibles en los países socialistas establecidos en diversos lugares del planeta a raíz de las revoluciones proletarias. En todos estos países la construcción socialista, realizada bajo los principios del marxismo-leninismo, condujo no sólo a un enorme desarrollo de las fuerzas productivas, sino también a considerables mejoras y avances en la calidad de vida de los ciudadanos. En definitiva, la construcción de verdaderos regímenes socialistas fue y sigue siendo la demostración palpable de que la consecución de una sociedad alternativa al capitalismo, una sociedad más justa, democrática, igualitaria y humana que éste, no es una utopía ni un sueño irrealizable.

    Ciertamente, los medios de comunicación monopolistas y los adalides del pensamiento único, junto con los académicos que ven engrosadas sus cuentas bancarias por producir todo tipo de panfletos anticomunistas, han propagado y continúan propagando insistentemente el mito de que los países socialistas llevaron a sus pueblos al colapso económico, el hambre y la miseria, y de que además eliminaron todo tipo de libertades y derechos individuales en aras de la formación de estados totalitarios y represivos. Los más extremistas --que son los que más publicidad reciben de los medios de comunicación-- atribuyen a los países socialistas hasta cien millones de muertos, en un esfuerzo por presentar al socialismo y al movimiento obrero como peores incluso que el nazismo. Pero estas añagazas y libelos no son nada nuevo: comenzaron con la guerra de propaganda de los nazis y del Ministerio de Goebbels, y prosiguieron durante muchos años como parte de la guerra fría ideológico-cultural emprendida por los gobiernos e instituciones occidentales contra la URSS y los países socialistas. Y hoy se mantienen como forma de legitimación del actual estado de injusticia y explotación mundial : por muchos problemas e injusticias que existan en este sistema, siempre será mejor que el socialismo, se nos dice, y además la caída de la URSS ha demostrado que no hay alternativa posible.

    Por ello, hoy más que nunca es necesario difundir la verdad de los hechos, desde un punto de vista que descarte la propaganda ideológica falaz en favor de un enfoque objetivo, imparcial y científico --o, al menos, dada la problematicidad de tales conceptos, más objetivo, imparcial y científico que la visión burguesa oficial. Para contribuir aunque sea modestamente a esta labor, intentaremos presentar documentación e información exhaustivas que desmientan con hechos contrastados las calumnias y mentiras lanzadas contra las revoluciones obreras y populares en las que los oprimidos tomaron las riendas de su destino y de su propio gobierno por primera vez en la historia: la URSS de Lenin y Stalin, la China Popular de Mao, la Corea Democrática de Kim-Il-Sung y Kim-Jong-Il, el Vietnam de Ho Chi Mihn, la Cuba revolucionaria de Fidel Castro, etc....

    Básicamente, nuestra pretensión es presentar tanto una visión sistemática del marxismo-leninismo que permita comprender sus principales líneas teóricas y metodológicas y su decisiva contribución al acervo cultural de la especie humana, como una imagen objetiva y verídica de los países socialistas: la perspectiva que defendemos está basada en gran medida en lo que se conoce como el "Modelo Extra-paradigmático" de los estudios sobre el comunismo marxista-leninista. El Modelo Extra-paradigmático intenta explicar y comprender la experiencia del llamado "socialismo real" desde fuera de todo paradigma, en la medida de lo posible, y sobre todo desde fuera del Paradigma Totalitario dominante (defendido al mismo tiempo por nazis, derechistas, liberales, socialdemócratas, trotskistas y hasta por algunos autoproclamados comunistas). Según este Paradigma Totalitario, los regímenes comunistas fueron dictaduras totalitarias de partido único, y Stalin un monstruo sádico que ejerció una satrapía personal. Este Paradigma Totalitario, a la luz de una oleada de nuevos estudios científicos desarrollados en buena medida no por autores comunistas sino por autores burgueses celosos de su profesión y poco dispuestos a vender su integridad por un ascenso académico, se está revelando cada vez más como una historia absolutamente falsa. La leyenda burguesa oficial sobre Stalin, la URSS y los países socialistas es, sencillamente, una mitología inventada y ficticia de carácter propagandístico, con hondas raíces en la mitología judeocristiana y, especialmente, en el paradigma escolástico de la Gran Cadena del Ser (como ha visto muy bien Philip E. Panaggio en su ensayo Stalin y Yezhov: Una Visión Extra-paradigmática, publicado en esta misma web). De acuerdo con la historiografía burguesa oficial, Stalin fue un genocida de proporciones apocalípticas responsable de la muerte de millones de personas; sin embargo no hay ninguna prueba de semejante genocidio: ni documentos, ni evidencias materiales, ni fosas comunes, ni nada mínimamente tangible; tan sólo existen rumores y, sobre todo, una extensa bibliografía propagandística basada fundamentalmente en declaraciones procedentes de simpatizantes nazis y de nacionalistas ucranianos colaboradores del III Reich. Ciertamente durante la era de Stalin se cometieron errores y también se produjeron actuaciones injustas y extremas, pero en su mayoría resultaron inevitables en las condiciones en que tuvieron lugar; además, lo anterior no autoriza en ningún caso a hablar de genocidios o de represiones masivas e indiscriminadas, de las que hasta el día de hoy --es preciso insistir en ello-- no existe la menor prueba (en este punto es necesario recordar que quien debe aportar pruebas es el que afirma algo y no el que lo niega, lo cual constituye una regla básica y elemental de la lógica con la que no parecen estar muy familiarizados los acusadores de Stalin y del régimen soviético). Por si fuera poco, debemos considerar el hecho histórico innegable de que un país supuestamente desangrado y lleno de cadáveres fue capaz de derrotar prácticamente en solitario a la máquina de guerra más poderosa del mundo, el ejército de la Alemania nazi, así como de reconstruir en pocos años su industria para convertirse en una potencia económica y tecnológica mundial. El Paradigma Totalitario sencillamente no encaja con muchos de los hechos conocidos, por mucho que se vea ayudado por el principio de que una mentira mil veces repetida termina siendo generalmente aceptada como verdad.

    Desde una perspectiva objetiva, factual, empírica y aun "positivista" --extra-paradigmática--, la valoración de los regímenes del llamado "socialismo real" resulta muy diferente de la habitual en la historiografía oficial burguesa. Todos los regímenes socialistas aumentaron de manera considerable la calidad y la esperanza de vida de sus ciudadanos, y consiguieron un aumento significativo del nivel de desarrollo económico, industrial, tecnológico, científico, educativo, sanitario y cultural (salvando determinadas rachas puntuales de depresión económica, en todo caso más suaves que las existentes en los regímenes capitalistas). Iniciaron la construcción de una sociedad sin clases y sin explotación del hombre por el hombre y avanzaron mucho en este terreno.

    Así pues, de ninguna manera cabe afirmar que el socialismo haya fracasado. En los países que adoptaron la forma socialista de economía y organización social se produjeron inmensos cambios que mejoraron las condiciones de vida de las masas trabajadoras. La Unión Soviética, por ejemplo, pasó de ser un país atrasado y semi-feudal, en el momento de la revolución rusa de 1917, a convertirse en la segunda potencia económica mundial en los años 1960. En todos los países socialistas se logró un progreso notable, a pesar de que tuvieron que partir de situaciones extremadamente difíciles, con elevadas tasas de analfabetismo, economías empobrecidas e industrias escasamente desarrolladas. Las sociedades socialistas construyeron escuelas, casas y hospitales y levantaron grandes complejos industriales; eliminaron el desempleo masivo; proporcionaron a toda la población --de forma completamente gratuita-- una asistencia social y una atención sanitaria avanzadas y comprensivas; garantizaron a todos los ciudadanos un alojamiento digno, moderno y asequible, así como alquileres sumamente bajos que suponían un porcentaje muy pequeño del salario de un trabajador (alquileres que en la URSS y otros países socialistas europeos incluían la electricidad, la calefacción, el gas y el teléfono); desarrollaron ampliamente la cultura y la pusieron al alcance de todos los ciudadanos; garantizaron la educación gratuita, incluyendo la enseñanza universitaria; hicieron efectiva la igualdad de salarios y de oportunidades para las mujeres, al contrario que en las sociedades capitalistas de entonces y de ahora; construyeron instalaciones culturales, educativas y deportivas para los jóvenes; concedieron ayudas generosas a los países en vía de desarrollo; lograron enormes avances en la investigación científica y tecnológica (antes de los años 1980, la Unión Soviética llegó a contar aproximadamente con la cuarta parte de todos los científicos del mundo), etc., etc.... Por supuesto, como en todas las sociedades también se cometieron errores (muchos de ellos inevitables dadas las circunstancias).

    La Unión Soviética y otros países socialistas de la Europa del Este fueron las primeras sociedades socialistas. Tuvieron que afrontar y superar muchas dificultades y también cometieron errores, como ya se ha señalado. Algunas cosas se hicieron mal --la democracia socialista no se puso en práctica de forma plena y se permitió que la economía y la vida social se estancaran hasta cierto punto (lo que se debió principalmente a la introducción progresiva de mecanismos de economía de mercado). Muchos de esos errores fueron inevitables dadas las peculiares circunstancias históricas, sociales y políticas en las que se llevó a cabo la construcción del socialismo; otros errores no sabemos si pudieron haber sido evitados de algún modo; y otros, en suma, se presentan como errores sólo desde un análisis retrospectivo. No obstante, de lo anterior no podemos concluir que el socialismo haya sido un fracaso. Las actuales organizaciones comunistas han aprendido mucho de tales experiencias y saben que los errores cometidos en el pasado no tienen por qué volver a repetirse en el futuro. Por otra parte, las experiencias de los países socialistas responden a unos contextos históricos, sociales, culturales y políticos muy concretos, y en tal sentido resultan irrepetibles.

    En cuanto a las supuestas restricciones a la libertad individual tan a menudo voceadas por la propaganda burguesa, hay que señalar que la desinformación y la exageración sistemáticas también han sido la norma en este asunto. Ciertamente existió una restricción de la libertad ideológica, prohibiéndose toda manifestación de carácter racista, fascista y/o imperialista, y en ocasiones tal prohibición fue injusta y excesivamente aplicada a casos que no se ajustaban dentro de tales categorías; de todos modos dichos errores fueron en su mayoría inevitables y estuvieron provocados en muchos casos por la feroz hostilidad del cerco imperialista y de la reacción interna, y desde luego no soslayaron los amplios derechos sociales y las libertades individuales que fueron plenamente respetados dentro de los países socialistas. De hecho, la tan cacareada "libertad" supuestamente exclusiva de los regímenes capitalistas no es a menudo más que una mera libertad formal y no material, que en la práctica se reduce a la pura y simple libertad de mercado y de consumo, con todos los efectos alienantes y negativos que ésta conlleva. Un poema publicado en la revista digital Bright Red describe muy bien cuál es la naturaleza exacta de la "libertad" en un país capitalista del primer mundo (una "libertad" que obviamente no se aplica a las personas desfavorecidas de los países del primer mundo, ni tampoco a la inmensa mayoría de la humanidad):

    La Libertad (bajo el Capitalismo)

    La libertad es la opción de elegir entre 10 tipos de agua embotellada aunque no haya ni un solo río limpio.
    La libertad es un nuevo coche con lector de CD, airbag y aire acondicionado gratis, aunque te ahogues en el aire contaminado cuando tengas que andar.
    La libertad es elegir quién va a tomar las decisiones políticas, aunque no elijas cuáles van a ser esas decisiones.
    La libertad es que puedas quejarte aunque nadie haga el menor caso de tu queja.
    La libertad es una tarjeta de crédito, porque realmente no podemos permitirnos lo que compramos.
    La libertad es poder consumir drogas, deseando tener los cuerpos y el aspecto que nos dicen debemos tener.
    La libertad es poder tomar un panadol para aliviar el dolor, porque el mundo no reducirá su velocidad para nosotros.
    La libertad es una comida instantánea hecha en dos minutos, aunque se padezca de por vida el efecto de los ingredientes artificiales.
    La libertad es vestir como quieras, aunque tengas que obedecer un estricto código de etiqueta si quieres conservar tu empleo o entrar en un determinado club.
    La libertad es una hipoteca inmobiliaria, mientras los beneficios de los bancos son de miles de millones.
    La libertad es una taza desechable, la libertad es un ecosistema desechable, la libertad es la última conveniencia mientras la tierra se muere a pasos agigantados: la libertad no se preocupa por las consecuencias de sus acciones.
    La libertad es un sistema de valores basado en la apatía y el despilfarro.
    La libertad es una ilusión en la que nos quieren hacer creer.
    La libertad es una mentira.
    No creo en nada de todo esto.
    La libertad traerá la muerte a este planeta, y yo no quiero morir todavía.

    -- Fin del mensaje nº 1 --


    Última edición por pedrocasca el Lun Ene 02, 2012 12:42 pm, editado 1 vez
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    Mensaje por pedrocasca Lun Ene 02, 2012 12:32 pm

    DECLARACIÓN de INTENCIONES en DEFENSA del MARXISMO-LENINISMO

    publicado en la antigua web leninismo.org (En Defensa del Marxismo-Leninismo) en mayo de 2004

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    -- mensaje nº 2 --

    La historia de la humanidad es la historia de la lucha continuada de las personas por conseguir una vida mejor, por alcanzar la auténtica libertad, la seguridad y la independencia, y desde luego los comunistas siguen estando convencidos de que estos grandes objetivos sólo pueden llevarse a cabo en una sociedad construida según los principios socialistas, una sociedad liberada de la explotación y de las enormes limitaciones impuestas por las grandes corporaciones empresariales privadas. En un sistema socialista las empresas de titularidad pública se convertirán en la forma dominante de propiedad. Lo anterior no excluirá la presencia de algunas formas de propiedad privada que seguirán existiendo durante bastante tiempo, mientras perdure el modo de producción socialista que no es sino la larga fase de transición hacia el comunismo. Mientras las industrias deban ser eficientes y tengan que presentar balances de cuentas equilibrados, los beneficios del aumento de la producción serán disfrutados principalmente por las personas trabajadoras, lo que conllevará necesariamente el establecimiento de límites al lucro privado.

    Las condiciones para la inversión de capital extranjero serán controladas y reguladas por el estado, igual que la exportación de mercancías, de tal modo que ningún otro país o corporación transnacional pueda alcanzar una posición predominante en la economía autóctona, lo que ayudará a mantener la independencia nacional de los países socialistas. La planificación económica es absolutamente necesaria en una sociedad socialista, con el fin de prevenir y evitar las crisis de sobreproducción y las depresiones que son un rasgo persistente de todas las economías capitalistas. La planificación permitirá la mejor utilización de los recursos nacionales y las habilidades técnicas de los trabajadores, y protegerá las necesidades globales de todos los ciudadanos.

    Un gobierno socialista será plenamente democrático y estará compuesto por representantes de los trabajadores, científicos, tecnólogos, intelectuales, campesinos y pequeños comerciantes. Existirá el derecho de destitución de los gobernantes, de forma que los representantes elegidos que no realicen bien su trabajo puedan ser sustituidos en cualquier momento. Para que el socialismo funcione, la gente trabajadora debe participar directamente en el gobierno y en la gestión del país y de la industria: así pues, los trabajadores participarán en la dirección y en la toma de decisiones a todos los niveles. El socialismo y la democracia son inseparables: además del derecho de elegir al gobierno y de presentarse como candidatos a las elecciones, el derecho de todos los ciudadanos a participar de forma plena en la vida social, económica y política será animado e impulsado desde todas las instituciones públicas.

    Un gobierno socialista insistirá en la resolución pacífica y negociada de todas las disputas internacionales, y apoyará coherentemente el mutuo desarme internacional. La agresión y la injerencia en los asuntos internos de otros países serán sustituidas por una política de amistad, cooperación, respeto y no interferencia. Una tarea fundamental que deberá llevar a cabo un gobierno socialista será la de educar a todos los ciudadanos en una actitud y un estilo de vida máximamente respetuosos con el ambiente. La protección medioambiental requiere el conocimiento científico, una vigilancia constante y la concienciación pública, junto con la participación y la responsabilidad democráticas.

    Desafortunadamente, en la Unión Soviética y en otros países socialistas de la Europa del Este llegaron al poder una serie de líderes que prometieron construir "un socialismo mejor" pero de hecho comenzaron a destruirlo. La gente resultó completamente engañada por las falsas promesas de estos reformistas pro-burgueses. También hubo una gran cantidad de injerencia exterior, en particular por parte de los países capitalistas cuyos gobiernos se opusieron ferozmente al socialismo y trabajaron de forma febril con la finalidad de destruirlo. Las potencias capitalistas obligaron a los países socialistas, sobre todo a la Unión Soviética, a embarcarse en una desenfrenada carrera de armamentos, que hizo que las elevadas tasas del gasto militar consiguiente debilitaran a las economías socialistas.

    Finalmente la burguesía occidental logró reestablecer la sociedad capitalista en la Unión Soviética y en los países de la Europa del Este, lo cual resultó desastroso para la gran mayoría de la población de estos países. La UNICEF ha comparado la situación existente en 1989 con la existente en 1995. Simplemente con leer algunas de las cifras de su informe podemos hacernos una idea de la debacle. En Rusia el salario medio ha disminuido en un 36,2 por ciento, el índice de mortalidad ha aumentado en más de un 72,8 por ciento y el índice de delitos en más del 61,9 por ciento. En Ucrania los salarios han bajado más del 71,5 por ciento, el índice de mortalidad ha subido más del 27,8 por ciento y el índice de delitos más del 65,8 por ciento.

    Los antiguos defensores del socialismo están recibiendo nuevamente un gran apoyo popular en muchos de estos países, y a no tardar los gobiernos socialistas podrían ser restaurados. Mientras tanto, otros países socialistas como Cuba, Corea y Vietnam continúan disfrutando de altos niveles de desarrollo: así, por ejemplo, su tasa de desarrollo económico se encuentra muy por encima de las tasas alcanzadas por cualquiera de los países capitalistas. Indudablemente, en las próximas décadas surgirán más países socialistas, pues el socialismo sigue siendo la única alternativa viable a la explotación capitalista y a la pobreza en que éste ha sumido a millones de personas a lo largo y ancho del planeta.

    En suma, actualmente estamos atravesando una etapa de retroceso e involución contrarrevolucionaria, pero es posible que esta situación no se prolongue mucho tiempo: a la vista de las condiciones objetivas que se dan actualmente a nivel mundial, no sería muy imprudente predecir que en el futuro --quizás más cerca de lo que muchos piensan, tal vez en este mismo siglo-- el comunismo internacional volverá a resurgir con fuerza y a desafiar otra vez a la barbarie imperialista. Será indudablemente un comunismo distinto del comunismo del siglo XX --porque las circunstancias serán distintas--, pero los regímenes comunistas tendrán que parecerse más a los regímenes socialistas del siglo XX que al actual capitalismo: de eso no hay duda. Y, por supuesto, deberán reivindicar como antecesoras las experiencias socialistas del siglo XX y conservar como un legado irrenunciable las enseñanzas del marxismo-leninismo --las enseñanzas de Lenin, Stalin, Mao, Ho Chi Minh, etc.-- como fuente de inspiración y estímulo, ya que no como dogma.

    A este respecto, con frecuencia se acusa a los marxistas-leninistas de “sectarios” y “dogmáticos”. Sin embargo, en las grandes revoluciones proletarias los marxistas-leninistas no actuaron nunca solos, como tampoco dirigieron solos los regímenes comunistas, sino que siempre buscaron --cuando las condiciones lo hicieron posible-- establecer alianzas plurales y multipartidistas con otras fuerzas progresistas y/o revolucionarias, y en los regímenes comunistas permitieron la existencia del multipartidismo --salvando algunas excepciones como la URSS, debido a la participación de los partidos no bolcheviques en la invasión imperialista que trató de derribar al poder soviético y de restaurar la monarquía y la explotación capitalista. Incluso en Cuba, donde existe un régimen de partido único (también por las peculiares circunstancias históricas de la isla, que requirieron la existencia de un solo partido como forma de resistir mejor al terrible cerco imperialista de los EEUU), hay muchas personas no leninistas que participan en los distintos niveles del gobierno del país. Incluso hay pastores evangelistas que forman parte de la Asamblea Nacional, elegida democráticamente por el pueblo cubano.

    La Caída de la URSS

    Como es obvio, la primera pregunta que surge es la siguiente: si la URSS y los países del Este fueron verdaderos países socialistas y además lograron mejoras significativas en el bienestar y la calidad de vida de sus ciudadanos, así como enormes avances económicos y tecnológicos, ¿por qué se produjo su derrumbe final? La respuesta a esta pregunta dista de ser unánime, incluso dentro del propio movimiento marxista-leninista. Distintas corrientes marxistas-leninistas ofrecen versiones y teorías diversas para explicar lo sucedido, a menudo incompatibles entre sí. El debate es frecuentemente muy acalorado y no se halla exento de fuertes implicaciones emocionales. De hecho, una de las principales razones de la desunión entre distintos grupos autoproclamados marxistas-leninistas estriba precisamente en sus variadas interpretaciones sobre las causas del derrumbe de la URSS y el carácter de clase de ésta tras la muerte de Stalin. A grandes rasgos podríamos señalar tres posturas principales, cada una de las cuales admite a su vez distintas modalidades, matices y variantes:

    a) La Rusia Soviética dejó de ser socialista poco después de la muerte de Lenin, situándose el punto de ruptura en 1923, en 1927 o bien en 1931 (con la industrialización forzosa emprendida por Stalin), pasando Rusia desde entonces a ser básicamente un régimen capitalista de estado. Los defensores de esta perspectiva –que coincide en parte con el trotskismo, aunque sin suscribir todas las calumnias infundadas que diversas corrientes trotskistas han lanzado contra Stalin y el socialismo soviético-- constituyen tal vez una minoría dentro del movimiento marxista-leninista mundial, ya de por sí bastante mermado. Éste sería el punto de vista defendido por teóricos como Joseph Green.

    b) La Unión Soviética dejó de ser socialista poco después de la muerte de Stalin, situándose el punto de ruptura en 1953, en 1956 (con el famoso Discurso Secreto de Jruschev en el XX Congreso del PCUS), o en los años 1960, con las medidas liberalizadoras y los primeros pasos en el desmantelamiento de la economía planificada. A partir de entonces, la URSS habría sido un régimen capitalista de estado, que –sobre todo en la etapa de Brezhnev-- se habría convertido en “social-imperialista”, dominado por una nueva clase burguesa que utilizaría todo su complejo militar-industrial para sojuzgar a otras naciones y pueblos y someterlos a un régimen de tipo neo-colonial, de manera más o menos equivalente al imperialismo norteamericano. Esta perspectiva es defendida por los diversos movimientos maoístas existentes, así como por distintas organizaciones marxistas-leninistas situadas más o menos dentro de la órbita ideológica del líder albanés Enver Hoxha (así, por ejemplo, Bill Bland y la International Marxist-Leninist Alliance).

    c) La Unión Soviética dejó de ser socialista a raíz de la Perestroika de Gorbachev, cuya camarilla protagonizó un verdadero complot o golpe de estado a espaldas de los cuadros del Partido y de las masas del proletariado soviético, desmantelando la economía socialista y vendiendo la industria soviética a los capitalistas extranjeros, abriendo el país a la invasión imperialista, y finalmente desmembrando la URSS para satisfacer las ambiciones de los movimientos nacionalistas y separatistas, a su vez aliados objetivos del imperialismo. La URSS habría dejado de ser socialista en 1986 (poco después de la llegada al poder de Gorbachev), en 1991 (justo en el momento de su derrumbe final), o en algún punto entre estas dos fechas. Según esta explicación, la responsabilidad principal por la caída de la URSS recaería en la traición de Gorbachev y su camarilla. Esta postura es defendida por teóricos como Sam Marcy o Bahman Azad.

    Ante estas diversas posturas, deberíamos recordar la advertencia hecha por el mismo Stalin frente a los “talmudistas” del marxismo, es decir, frente a aquéllos que mantienen una concepción rígida, inflexible y doctrinaria del marxismo, según la cual cualquier pequeña desviación o relajamiento respecto a los principios del marxismo-leninismo, codificado según su dogmática perspectiva, supone la claudicación total ante la ideología burguesa e imperialista. Estos “talmudistas”, por lo tanto, supondrán que antes de determinada fecha o punto de ruptura todo iba miel sobre hojuelas y el sistema era impecable y perfecto (o casi), y después de dicha fecha todo cambió bruscamente –generalmente por obra de una pequeña camarilla de conspiradores secretos, ayudados o financiados por las potencias extranjeras y/o la reacción interna--, convirtiéndose de la noche a la mañana en un sistema en el que todo funcionaba mal y en el que no había nada o casi nada que pudiera salvarse de la quema.

    Las tres posturas antes mencionadas caen, en mayor o menor grado (recordemos que dentro de ellas existen diversos matices y variantes) en el mencionado “talmudismo”. Su frecuente carencia de flexibilidad teórico-práctica les impide en muchos casos apreciar que la construcción del socialismo no es una cuestión de todo o nada, y que la aplicación pura y virginal del socialismo no existe a menudo más que en sus propias mentes añorantes de la incorruptibilidad sin mácula. En cierto modo, estas posturas --en sus versiones más extremas-- son deudoras de una visión religiosa y platónica de la política y del comunismo, una visión en la que el Paraíso es sustituido por la Sociedad Socialista, de tal manera que la más mínima imperfección dentro de esta Sociedad inmediatamente lo corrompe todo –por una especie de contagio muy parecido al de la magia contaminante descrita por Sir James Frazer en La Rama Dorada.

    La primera postura –la que ve en la colectivización y/o en la industrialización forzosa de la era de Stalin el fin del socialismo y el inicio del capitalismo de estado en la URSS-- supone la versión más estrecha y extrema de la perspectiva talmúdica mencionada. No sólo porque las desviaciones de la política del gobierno de Stalin respecto al marxismo-leninismo ortodoxo fueron mínimas –y en su mayor parte inevitables dadas las circunstancias--, sino además porque los gigantescos logros del pueblo soviético durante la era de Stalin pusieron los cimientos de una nueva civilización, una nueva sociedad y una nueva cultura mucho más justas, igualitarias y democráticas que el capitalismo. Gracias al gobierno de Stalin y la dirección del PCUS, Rusia salió de su secular atraso feudal y se convirtió en una potencia económica, industrial, tecnológica y científica mundial de primer orden. La URSS fue capaz de satisfacer las necesidades materiales y culturales de su inmensa población sin expoliar ni explotar a las masas empobrecidas de los países en vías de desarrollo (al contrario de lo que han hecho siempre los países capitalistas, que han aliviado parcialmente las condiciones de vida de sus habitantes a costa de hundir en la degradación, la miseria y el hambre a amplios sectores de la humanidad). Garantizó de manera efectiva a todos los ciudadanos el derecho al trabajo, a la educación y a la asistencia sanitaria. Dio a las masas trabajadoras la posibilidad material (y no sólo formal, como en las democracias parlamentarias burguesas) de participar en todos los niveles del gobierno de la nación y de hacer llegar sus peticiones, reclamaciones y quejas hasta las más altas instancias del Estado. Resolvió el sangrante problema de las nacionalidades heredado de la autocracia zarista. Derrotó al nazifascismo y salvó así a la humanidad de un retroceso de siglos a la barbarie, y fue el gran artífice del desprestigio mundial del fascismo, el racismo, el antisemitismo, el militarismo y otras ideologías reaccionarias y dañinas para la especie humana. Ayudó a los países coloniales y sojuzgados por el imperialismo a su emancipación y desarrollo. Y finalmente forzó a las propias clases dirigentes burguesas de los países capitalistas a realizar reformas en beneficio de los trabajadores (seguridad social, derechos laborales, pensiones, etc.), dando así lugar a un precario “estado del bienestar” en estos países (precario porque continuaron siendo capitalistas). En definitiva, aunque durante la era de Stalin también se cometieron errores (la mayoría inevitables), apenas pueden caber dudas de que el balance final resulta notablemente positivo.

    La segunda postura, si bien menos dogmática que la anterior, contiene también no pocos de los defectos presentes en las versiones talmudistas extremas de la historia de la URSS. Esta postura reconoce los grandes logros de la construcción socialista durante la era de Stalin, pero a continuación sostiene que tales logros apenas sobrevivieron unos años a la muerte de Stalin. Tras el Discurso Secreto de Jruschev al XX Congreso del PCUS, este partido habría abandonado de hecho el marxismo-leninismo para adoptar una ideología revisionista, plenamente capitalista y burguesa. Paralelamente a esta deriva ideológica, en unos años se habría desmantelado la economía planificada y se habrían introducido reformas de carácter mercantilista y liberal que supuestamente convirtieron a la URSS en un país capitalista. Una nueva clase burguesa se desarrolló a partir de la antigua burocracia del partido, que se apropió de los medios de producción del estado soviético (aunque éstos siguieran siendo nominalmente colectivos) y explotó a la clase trabajadora, extrayéndole colectivamente una plusvalía e introduciendo el beneficio y el lucro privado de los miembros de la elite burguesa como fuerza motriz de todo el sistema económico. Este capitalismo estatal habría desembocado en lo que algunos, siguiendo a Mao, denominan “social-imperialismo”, un capitalismo monopolista de estado supuestamente implantado en la URSS a partir de los años 1960. Desde entonces la URSS se habría dedicado a exportar capitales --en lugar de mercancías-- a los países bajo su esfera de influencia, a lanzarse de lleno a la conquista y reparto de mercados con otras potencias imperialistas, a ocupar militarmente países y regiones de importancia geoestratégica, y a someter a un dominio neo-colonial (apoyándose en la fuerza de su poderoso complejo militar-industrial) a los países de Europa del Este y a diversos pueblos del llamado “Tercer Mundo”.

    Esta caracterización de la URSS post-Stalin como “social-imperialista”, ¿se corresponde realmente con los hechos históricos conocidos acerca de la estructura económica, social y política de la URSS bajo Jruschev y Brezhnev? Ciertamente, a partir del XX Congreso Jruschev presentó un discurso lleno de ideas revisionistas, contradictorio con varios de los principios básicos del marxismo-leninismo, un discurso que suponía una aproximación abierta y sin tapujos a la ideología imperialista de los rivales occidentales. Asimismo, comenzaron a introducirse en la economía soviética diversos mecanismos propios de la economía de mercado, y se favoreció el crecimiento de una burocracia que cada vez disfrutó de más privilegios, que adquirió una considerable hipertrofia bajo Brezhnev y que, gracias a los mecanismos de mercado introducidos, hizo florecer a distintos niveles diversas formas de corrupción. Al mismo tiempo se produjo una fuerte lucha de clases de naturaleza ideológica dentro del PCUS entre, por una parte, los partidarios de la línea revisionista y los privilegios de la burocracia y, por otra parte, los partidarios del marxismo-leninismo y la dictadura del proletariado. Brezhnev favoreció de manera más o menos abierta a los partidarios de la línea revisionista, si bien tuvo que ceder en muchas cosas ante los defensores coherentes del marxismo-leninismo. Es necesario recalcar que la URSS no era entonces en absoluto una dictadura personal, ni tampoco una dictadura del partido ni de una sección del partido, sino una democracia participativa pactada, en la que los dirigentes gobernaban con el consentimiento pactado de las masas trabajadoras del pueblo soviético, las cuales ejercían una notable influencia en las decisiones del gobierno y podían participar en los asuntos públicos de manera mucho más directa que los trabajadores de las democracias burguesas occidentales. Así pues, bajo Brezhnev los medios de producción siguieron siendo poseídos colectivamente por el pueblo soviético, y se mantuvieron buena parte de los grandes logros sociales y económicos derivados de la construcción del socialismo bajo Lenin y Stalin. Ciertamente, la burocracia revisionista continuó presionando en dirección a la progresiva implantación de reformas de carácter mercantil que apuntasen a la eventual restauración del capitalismo, y constituyó el embrión de una nueva clase burguesa, que se dedicó por todos los medios a su alcance a difundir entre los cuadros del partido y las masas trabajadoras todo tipo de ideologías de carácter burgués, pro-capitalista, postmoderno, relativista y escéptico. El PCUS, por su parte, envuelto internamente en su propia lucha de clases ideológica, descuidó considerablemente la tarea de formación, concienciación y movilización de las masas en defensa de la teoría y la práctica marxista-leninista, con lo que las mentes de los ciudadanos fueron empapándose cada vez más de las ideas burguesas y postmodernas difundidas por la burocracia revisionista, lo que a la postre se tradujo en amplios fenómenos de des-ideologización, desmoralización y desmovilización de masas. Así pues, finalmente la línea marxista-leninista resultó derrotada por la línea pro-burguesa en la lucha de clases librada dentro de la superestructura ideológica del partido y, por ende, de la sociedad soviética.

    Respecto a la política exterior de la URSS, ni siquiera una semblanza superficial de la misma la aproxima mínimamente a las formas de actuación del imperialismo. De ninguna manera la URSS llevó a cabo una explotación neocolonial ni extrajo plusvalías a los trabajadores de los países de Europa del Este ni de otros países teóricamente situados bajo su esfera de influencia, en beneficio de una supuesta clase dirigente soviética. Tampoco la URSS recurrió nunca a la fuerza militar para someter a los movimientos de liberación nacional, a los movimientos proletarios o a los países y pueblos que no se sometieran dócilmente a la explotación capitalista neocolonial o se atrevieran a reclamar sus derechos frente al imperialismo. Todo lo contrario. Cuando la URSS intervino militarmente fue con el fin de proteger los logros de la revolución socialista en defensa de los intereses de la clase obrera (v.g., la intervención en Checoslovaquia de 1968, apoyada por la línea marxista-leninista del partido comunista de este país, una intervención que fue necesaria para frenar la contrarrevolución burguesa que pretendió restaurar el capitalismo y hacer que Checoslovaquia se pasara al bando imperialista), o en defensa de gobiernos legítimos de carácter progresista (como el gobierno de Najibulah en Afganistán) o socialista (como el gobierno de Mengistu Haile Mariam en Etiopía), a petición de estos mismos gobiernos y con el apoyo masivo de las clases trabajadoras de dichos países, que veían a los soldados soviéticos como amigos y no como invasores. Además, las tropas soviéticas jamás utilizaron como método de actuación el bombardeo de pueblos, ciudades, puentes, fábricas, escuelas u hospitales, ni el terror indiscriminado contra la población civil, ni emplearon armas de destrucción masiva como el napalm, el agente naranja, los gases tóxicos, el uranio empobrecido o las bombas de racimo, granito y fragmentación: tales armas y métodos los empleaba y sigue empleando con la más absoluta impunidad el imperialismo estadounidense y sus aliados, pero nunca fueron utilizados por la URSS.

    Por otro lado, hay otros muchos hechos que no se corresponden en absoluto con una caracterización de la URSS post-Stalin como “capitalista” e “imperialista”. Ya hemos dicho que el sistema político de la URSS no puede describirse en absoluto como una dictadura de partido, ni mucho menos como una dictadura personalista (como si todo dependiese de las decisiones individuales de Jruschev o de Brezhnev), sino como una democracia participativa pactada, en la que los dirigentes gobernaban con el consentimiento pactado de los gobernados. Los regímenes socialistas se fundamentaban en la opinión pública de su ciudadanía, cuyo apoyo y aprobación era lo que los sostenía como tales; no se basaban, como los países capitalistas, en un ejército y unas fuerzas de seguridad al servicio de la oligarquía dirigente, siempre dispuestos a emplearse a fondo contra cualquiera que se atreva a desafiar seriamente al sistema capitalista. En una democracia capitalista burguesa, si un partido anti-sistema llegara a ganar las elecciones (si por algún milagro lograse superar la aplastante falta de recursos humanos y materiales, la brutal propaganda contraria de los medios del sistema, las amenazas, las extorsiones, los chantajes y las diversas actuaciones de tipo mafioso que se llevarían a cabo contra él, incluido su intento de ilegalización por cualquier motivo espúreo y falaz), todavía quedaría el ejército como recurso final para que las aguas volvieran a su cauce y la gran oligarquía financiera, industrial y terrateniente no tuviera que preocuparse por una más que presumible disminución en sus beneficios. Aduciendo razones relacionadas con la seguridad del estado u otras parecidas, el ejército depondría al gobierno recién elegido, llevando a cabo las actuaciones represivas que considerase oportunas, y situaría en el poder a personas que representaran de manera eficiente los intereses de la oligarquía capitalista. Nada de esto existía en los regímenes socialistas de Europa del Este, donde no había unas fuerzas armadas y de seguridad al servicio de una oligarquía dirigente, dispuestas a volver sus armas contra los ciudadanos si éstos dejaban de prestar su apoyo o su consentimiento pactado al sistema. Ésta era la fuerza y al mismo tiempo la debilidad --frente al terrible acoso del imperialismo-- de los países socialistas. Con la introducción progresiva, a partir de Jruschev, de mecanismos propios de la economía de mercado que permitieron la corrupción de la elite burocrática del partido y del gobierno, que redujeron en algunos aspectos la calidad de vida de los ciudadanos, y que introdujeron elementos no igualitarios que impidieron avanzar en la profundización del principio marxista de “a cada cual según sus necesidades” (en vez de “a cada cual según su trabajo”), junto con la línea ideológica oficial adoptada por el partido, que abandonaba progresivamente la actitud anti-imperialista militante y adoptaba ideas de carácter revisionista y burgués (aunque en ningún momento dejara de producirse una fuerte lucha de clases ideológica dentro del Partido, como ya se ha señalado), los partidos y gobiernos socialistas fueron perdiendo poco a poco su prestigio ante las masas de la clase obrera, así como el favor de la opinión pública –que era la base sobre la que se mantenía todo el sistema. Con el ascenso al poder de Gorbachev y su equipo de reformadores, que eran absolutamente hostiles al sistema y que además –siguiendo los dictados del FMI y otros organismos imperialistas-- aumentaron de manera vertiginosa las reformas tendentes a la economía de mercado, permitiendo así un pronunciado incremento de la corrupción y de la ineficacia burocrática y dando lugar a una crisis económica sin precedentes, la opinión pública dejó de dar su apoyo a los gobiernos socialistas y éstos abandonaron el poder de manera pacífica.

    La tercera postura es, sin duda, la menos dogmática y hasta cierto punto la más coherente con los hechos conocidos. Esta postura reconoce todas las características del socialismo soviético que hemos apuntado en el párrafo anterior y que contradicen cualquier caracterización de la URSS post-Stalin como “capitalista” o “social-imperialista”. Según esta postura la URSS anterior a Gorbachev era un sistema socialista coherente y consistentemente marxista-leninista, sin apenas desviaciones o errores. La causa del derrumbe final se hallaría exclusivamente en la política de Gorbachev y su camarilla de colaboradores hostiles al socialismo, que en unos años lograron desmantelar todo el sistema y restaurar el capitalismo, engañando así de manera artera e inmoral a la mayoría de militantes del partido y a las masas de la clase trabajadora soviética. Ahora bien, surge entonces la siguiente pregunta: ¿por qué los cuadros del Partido y la mayoría de los comunistas no fueron capaces de descubrir todo este complot ni de oponerle una resistencia efectiva? ¿Por qué las masas trabajadoras, cuyos intereses objetivos de clase se hallaban amenazados por las reformas pro-capitalistas de Gorbachev, no salieron en defensa del socialismo en la Unión Soviética y echaron del poder a Gorbachev y a sus cómplices?

    En parte hemos intentado responder a esta pregunta en los párrafos anteriores, al señalar la progresiva adulteración del socialismo soviético a raíz del giro ideológico revisionista de Jruschev, de las reformas introductoras de mecanismos propios de la economía de mercado que permitieron la corrupción de la elite y la degeneración del sistema, del abandono del anti-imperialismo militante, y de la progresiva des-ideologización, desmovilización y desarme moral de las masas del pueblo soviético (doblemente producida por la pérdida de prestigio del partido comunista, y por la difusión activa de la ideología burguesa y postmoderna por parte de la burocracia revisionista que llegó a imponer sus ideas como línea oficial), unas masas que finalmente asistieron de manera pasiva y desencantada al desmantelamiento del estado socialista por la elite burocrática pro-capitalista representada por Gorbachev. Por otra parte, hay que tener en cuenta la constante, tenaz e insidiosa labor de erosión, extorsión, sabotaje, desmantelamiento y, en definitiva, de acoso y derribo (incluyendo la continua amenaza militar y nuclear) de las potencias imperialistas occidentales, que disponían de una superioridad aplastante en recursos humanos, económicos, materiales, militares y propagandísticos, empleados de manera sumamente astuta, eficaz y paciente para derribar por todos los medios posibles al socialismo soviético.

    En la presente web presentaremos artículos y ensayos representativos de cada una de las posturas mencionadas con anterioridad, con el fin de que los lectores puedan hacerse una idea de las distintas teorías propuestas desde el marxismo-leninismo para explicar las razones del colapso de la URSS. De este modo, aun a riesgo de ofrecer una imagen confusa y polifónica en exceso, los lectores podrán formarse su propia opinión al respecto, si así lo desean.

    -- Fin del mensaje nº 2 --



    Última edición por pedrocasca el Lun Ene 02, 2012 12:42 pm, editado 2 veces
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    "Declaración de Intenciones en Defensa del Marxismo-Leninismo" - publicado en la antigua web leninismo.org en mayo de 2004  Empty Re: "Declaración de Intenciones en Defensa del Marxismo-Leninismo" - publicado en la antigua web leninismo.org en mayo de 2004

    Mensaje por pedrocasca Lun Ene 02, 2012 12:36 pm

    DECLARACIÓN de INTENCIONES en DEFENSA del MARXISMO-LENINISMO

    publicado en la antigua web leninismo.org (En Defensa del Marxismo-Leninismo) en mayo de 2004

    se puede leer y copiar el documento desde el enlace:

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    Dado el número de páginas que componen el documento, se publica en el Foro en CUATRO mensajes

    -- mensaje nº 3 --

    El Socialismo en la Actualidad

    Frente a los que sostienen con obsesiva insistencia que el socialismo está muerto o ha fracasado, o que hoy en día no existe ningún régimen de carácter socialista, lo cierto es que el socialismo se encuentra actualmente en funcionamiento en varias regiones del mundo. En Asia es mantenido y desarrollado en la República Democrática de Corea, en Laos, en Vietnam y en la República Popular China (donde convive con mecanismos de economía de mercado introductores de corrupción y desigualdad social). El socialismo también es defendido de manera heroica por el proletariado de Cuba, la isla revolucionaria del Caribe.

    La República Popular China, pese a su innegable proceso de mercantilización e introducción de reformas de carácter capitalista, ha logrado un progreso gigantesco en los últimos años, con una industrialización y un desarrollo vertiginosos que pueden convertirla en pocos años en la primera potencia mundial. Igualmente, la calidad y esperanza de vida de los ciudadanos chinos es bastante superior a la de los países en vías de desarrollo que cuentan con una economía enteramente capitalista: en estos países la pobreza, la miseria y las muertes por hambre y enfermedades evitables son males endémicos y cotidianos entre las masas horriblemente depauperadas. Si la República Popular China --que, recordemos, es con mucho el país más poblado de la Tierra y contiene la cuarta parte de la población infantil mundial-- ha podido escapar a los estragos de la miseria generalizada, la mortandad infantil elevadísima y los millones de muertes por enfermedad e inanición provocados en otros países por la economía de mercado, ha sido gracias a los importantes logros introducidos por la revolución socialista de Mao Tse-Tung, sin la cual China sería hoy una simple colonia maquiladora, logros que no han sido totalmente desmantelados por el actual régimen chino pese a la introducción de numerosas reformas de tipo mercantilista. Por otro lado, la República Popular China es una fuerza poderosa que trabaja por la paz en Asia y que es amiga de todos los países en vías de desarrollo, a los que presta ayuda económica así como asistencia técnica, educativa y sanitaria, en la línea marxista del internacionalismo proletario.

    La República Democrática de Corea del Norte, pese al brutal embargo de las potencias imperialistas, ha conseguido impresionantes victorias políticas y económicas en los últimos años. El pueblo norcoreano, conducido por el Partido de los Trabajadores de Corea, ha superado cinco años de terribles inundaciones y otras catástrofes, y ha recuperado gran parte de los niveles de desarrollo y bienestar social de los que disfrutaba desde el triunfo de la revolución socialista de Kim Il Sung. El gobierno actual, bajo el liderazgo de Kim Jong Il y con una política de firmeza y determinación, ha roto el bloqueo diplomático y ahora Corea del Norte es reconocida por casi todos los países capitalistas, lo que no implica ningún trato de favor por parte de dichos países, desde luego, pero es un indicativo del coraje y la lucha continuada del proletariado coreano en pro del mantenimiento y desarrollo del sistema socialista, que cuenta con un importante apoyo popular.

    Vietnam y Laos continúan desarrollando unas economías que han traído una nueva prosperidad a las ciudades y las áreas rurales. Lejos de haber restaurado la economía capitalista, como vocean insistentemente los medios de incomunicación occidentales, estos países siguen manteniendo un alto nivel de regulación y planificación estatal, gracias al cual sus economías alcanzan índices de desarrollo cada vez más elevados al tiempo que se mantienen perfectamente atendidas las necesidades nutricionales, sanitarias y educativas de sus respectivas poblaciones.

    En cuanto a Cuba, ésta continúa desafiando al imperialismo estadounidense para seguir construyendo una sociedad sin clases, sin explotación del hombre por el hombre, sin marginados ni excluidos. Asimismo, como han reconocido diversos organismos y observadores internacionales, Cuba es hoy por hoy uno de los países más democráticos del mundo, en el verdadero sentido de la palabra "democracia" como "gobierno del pueblo, de la gente común". Los avanzados mecanismos de democracia participativa del sistema cubano garantizan a cada ciudadano la posibilidad de intervenir de manera efectiva en los distintos niveles del gobierno, así como de elegir y deponer directamente a sus representantes en las asambleas y en el parlamento de la nación, del mismo modo que permite la comunicación directa y prácticamente sin intermediarios entre los ciudadanos y sus representantes políticos.

    En los últimos años, los diversos países socialistas han reforzado bilateralmente sus relaciones económicas y políticas. Todos ellos trabajan incansablemente en favor de la paz en el escenario internacional, y prestan su apoyo incondicionado a los movimientos nacionales de liberación que desafían al "nuevo orden mundial" imperialista y a la globalización neoliberal. Por su parte, en los países pertenecientes al mundo capitalista, los hombres y mujeres comunistas trabajan para terminar con la cruel explotación y degradación a que están sometidos amplios sectores de la humanidad, y luchan de manera decidida --con aciertos y desaciertos, a menudo con una falta sangrante de recursos y siempre con la feroz oposición de las clases dirigentes y sus servidores-- en favor de causas tales como el logro de la justicia social, el restablecimiento y ampliación de los derechos de los trabajadores y las trabajadoras, la necesidad de gravar los enormes beneficios y propiedades de los ricos, la mejora de la sanidad y la educación públicas, la lucha contra el racismo y el fascismo, la defensa de los derechos de las mujeres, los ancianos, los homosexuales, los inmigrantes, etc., etc... Los Partidos Comunistas están compuestos por personas que han llegado a la conclusión de que el actual sistema político y económico no satisface las necesidades de la inmensa mayoría de la humanidad.

    La democracia burguesa es democrática únicamente para los explotadores, o bien si la comparamos con las dictaduras totales (como las de Hitler, Franco o Pinochet), pero sólo alberga un sentido meramente formal para los explotados. Las elecciones burguesas tienen como única finalidad conseguir que el mayor número posible de votos pueda ser manipulado por el menor número de personas. Los parlamentos de las actuales democracias burguesas no adoptan más decisiones verdaderamente influyentes para el desarrollo de sus países que los ayuntamientos locales: las decisiones realmente importantes parten de las instancias económicas y financieras. De igual forma, todos los principales partidos políticos de las democracias burguesas pretenden perpetuar eternamente el capitalismo, y con él los beneficios de los ricos y poderosos, minando cualquier alternativa y obstaculizando toda oposición seria de las clases oprimidas frente a las oligarquías dirigentes. Sólo los Partidos Comunistas que no han desechado la teoría y la praxis revolucionaria del marxismo-leninismo defienden consistentemente que el socialismo es esencial para eliminar la explotación, el paro, la pobreza, la crisis económica y la guerra.

    Las lecciones derivadas de las contrarrevoluciones acaecidas en la URSS y en Europa del Este resultan cada día más evidentes. Ahora la mayoría de los comunistas ven con claridad el papel que desempeñó el revisionismo, así como la miserable traición de los dirigentes reformistas pro-burgueses de la Unión Soviética, como causas del colapso económico y de la gran oleada contrarrevolucionaria de 1989. La caída de la URSS ha representado un terrible golpe para toda la clase obrera mundial, para las gentes oprimidas y explotadas, los pobres y los marginados del mundo, y ha traído consigo la vuelta de todo tipo de ideologías destructivas para el ser humano --ideologías que ya se creían superadas por el desarrollo de la racionalidad y el pensamiento científico: doctrinas fascistas, racistas, militaristas y darwinistas sociales--, así como un retroceso a formas económicas y políticas desfasadas propias del paleocapitalismo decimonónico, que se están traduciendo en la destrucción masiva del tejido industrial y de los sistemas sanitarios, educativos y sociales de numerosos países en todo el mundo, así como en la degradación medioambiental y ecológica, situando una vez más al género humano al borde del caos. Más de cien millones de personas fallecidas --sólo a causa del hambre-- en la pasada década es la muestra más palpable del carácter genocida e inhumano del capitalismo monopolista: el Fondo Monetario Internacional y otros organismos imperialistas son responsables de más muertes en una sola década que todas las muertes atribuidas por los medios de propaganda burgueses al movimiento obrero y comunista a lo largo de su historia.

    En este sentido cobra especial relevancia la reconstrucción de una Nueva Internacional Comunista. En la actualidad, cada vez más partidos y organizaciones comunistas y progresistas del mundo insisten en la necesidad de reforzar conjuntamente sus lazos con el Partido de los Trabajadores de Corea, el Partido Comunista de China, el Partido Comunista de Cuba, el Partido Comunista de Vietnam y el Partido Revolucionario Popular de Laos, así como con los partidos comunistas de los restantes países del mundo. En este punto, la iniciativa del Partido Comunista de Grecia (KKE) ha desempeñado un papel clave en la organización de un foro internacional con la finalidad de desarrollar las ideas comunistas en la nueva situación y de contribuir a la solidaridad internacional. El Partido Comunista de Grecia y otros muchos partidos comunistas firmaron en 1992 la Declaración de Pyongyang, en la que se comprometieron a seguir defendiendo y desarrollando la causa socialista y comunista en continuidad con la obra de Marx, Engels y Lenin, una declaración que ahora mismo ha sido firmada por más de 240 partidos y movimientos progresistas del mundo entero. Seguramente aquí podremos encontrar la base para una nueva Internacional Comunista, aunque su establecimiento todavía es prematuro. Las condiciones que condujeron al establecimiento de la Comintern en 1919 no se dan hoy en día. La experiencia de las conferencias comunistas mundiales patrocinadas por los cuadros revisionistas del PCUS, tras la muerte de Stalin, también debe tenerse en cuenta.

    Andy Brooks, del Nuevo Partido Comunista Británico, considera que una nueva Internacional Comunista tendría que:
    -1. Incluir y recabar el apoyo de los partidos dirigentes de China, Corea Democrática, Vietnam, Laos y Cuba.
    -2. Basarse en el principio de igualdad entre los partidos grandes y pequeños, así como en la independencia de todos los partidos.
    -3. Reconocer el principio de una secretaría o presidium colectivo que reflejase las opiniones de todos los partidos miembros y no exclusivamente las del partido mayor.
    -4. Reconocer que en aquellos países donde hay más de un partido comunista --lo que sucede actualmente en la mayoría de países-- sus diferencias son un asunto interno que dichos partidos deben resolver entre ellos, sin injerencias externas.

    Con el objetivo de formar un frente unido anti-imperialista, numerosos Partidos Comunistas de todo el mundo apuestan por reforzar y potenciar los lazos y relaciones existentes entre ellos, y al mismo tiempo por divulgar en sus países las obras clásicas de Marx, Engels, Lenin y Stalin, junto con las obras de Kim Il Sung, Mao Tse-Tung, Ho Chi Minh, Fidel Castro, Che Guevara y Kim Jong Il. Estos Partidos Comunistas reconocen cada vez más el hecho de que es necesario integrar y aprovechar el magnífico legado teórico y práctico del marxismo-leninismo, y de que soslayar, arrinconar o rechazar dicho legado es únicamente una vía directa hacia la postración y el suicidio del movimiento obrero y comunista. Dotados con este extraordinario instrumento teórico-práctico, el objetivo último de los comunistas consiste en preparar a la clase obrera para que pueda edificar el estado de la clase trabajadora e impulsar la construcción de una sociedad socialista.

    La historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases y de la explotación del hombre por el hombre. Siglo tras siglo las masas trabajadoras, los esclavos, los campesinos y los artesanos han luchado en pro de la justicia y la igualdad, pero únicamente con el ascenso de la clase obrera y el desarrollo del socialismo científico en la era moderna fue posible no sólo soñar con un mundo mejor sino también construirlo. Los Comuneros de París encendieron la primera llama y prepararon el camino para el progreso social. La Gran Revolución de Octubre de 1917 avivó la antorcha de la revolución, que se propagó por Europa, Asia y el Caribe. Los grandes maestros revolucionarios de la humanidad, Marx, Engels, Lenin y Stalin, surgieron de las luchas épicas de los dos siglos pasados.

    Las revoluciones son desarrollos democráticos que amplían las libertades de los pueblos que no disfrutaban de libertad bajo el yugo de regímenes opresivos. Consisten en la toma del poder por las masas en contra de los privilegios de las clases explotadoras, y siempre traen consigo una reducción radical de la opresión política y económica. Los grandes líderes revolucionarios de las masas trabajadoras, Mao Tse-Tung, Ho Chi Mihn, Fidel Castro y Kim Il Sung, inspiraron con sus éxitos a varias generaciones en el sacrificio y la lucha por un brillante futuro socialista, por un mundo sin clases y sin explotación; un mundo en el que la voluntad de la mayoría, de la gente que actualmente vende su fuerza de trabajo en las fábricas y en los campos, se vea plenamente realizada; un mundo en el que los que producen toda la riqueza del planeta obtengan por fin los frutos de su trabajo.

    Éste es el mundo por el que luchan los comunistas: una sociedad en la que no existan los barrios marginales, la pobreza, el racismo y la violencia. Una sociedad donde no existan las clases, ni los explotadores, ni el fanatismo, ni la guerra. Un mundo nuevo y mejor --el mundo que Marx y Engels predijeron y que terminará imponiéndose por pura necesidad humana y racional. Este mundo se construyó en buena medida en los países socialistas que fueron finalmente derribados por la contrarrevolución, y sigue construyéndose --con avances y retrocesos, y siempre bajo el cerco implacable y brutal del imperialismo belicista-- en los países socialistas del presente, en Corea del Norte, en Vietnam, en Laos, en China Popular y en Cuba. Igualmente hay países, como la Venezuela bolivariana o la Bielorrusia de Lukashenko, donde los gobiernos cuentan con un amplio apoyo popular y donde los mecanismos de participación democrática y de distribución de la riqueza permiten que el principal beneficiario sea el pueblo y no las oligarquías.

    En cada continente y en cada país hay cada vez más hombres y mujeres que vuelven a luchar por este milenario ideal comunista de hermandad y fraternidad universales. Los ideales del comunismo ya estuvieron presentes entre los antiguos griegos, pudiendo señalarse como ilustres portavoces a Crisipo, a Platón (con matices y limitaciones) y a Zenón de Citio. Dichos ideales fueron retomados por varios de los principales Padres de la Iglesia (San Ambrosio, San Jerónimo, San Juan Crisóstomo) y desarrollados en el interior de diversas comunidades cristianas e islámicas a lo largo de los siglos. En el Renacimiento el ideal comunista fue defendido por humanistas ilustres tales como Tomás Moro o Tommasso Campanella; en el siglo XVII fue propugnado por el revolucionario inglés Gerard Winstanley; en el siglo XVIII por Mably, Morelly y Babeuf; en el siglo XIX por Teodoro Dézamy, Ricardo Lahautière, Luis-Augusto Blanqui, Georges Sand, Wilhelm Weitling y otros muchos. Marx y Engels fueron continuadores de esta tradición, a la que, como buenos herederos del pensamiento racionalista e ilustrado, dieron una sólida base filosófica y científica. Lenin, Stalin, Mao, Ho Chi Minh, Kim Il Sung y otros grandes revolucionarios llevaron a la práctica las formulaciones de Marx y Engels y con ellos, por primera vez en la historia, la especie humana vio surgir estados sin explotación del hombre por el hombre. Los comunistas actuales no podemos dejar de consideramos herederos de esta larga tradición de liberación y emancipación humana.

    La Guerra Civil Española y el Partido Comunista de España

    La heroica guerra de liberación nacional revolucionaria del pueblo español contra el fascismo internacional permanece en la memoria popular como una hazaña incomparable de heroísmo, sacrificio, abnegación y lucha por la libertad, protagonizada por las masas populares contra la invasión nazifascista y el cerco implacable de las potencias imperialistas de la época, que apoyaron activamente la victoria del fascismo en España y la consiguiente esclavización del proletariado español. Que la guerra se prolongara durante tres años, cuando el bando nazifascista contaba con una superioridad militar y económica aplastante sobre el bando republicano, tiene su explicación en la resistencia heroica de la clase trabajadora al golpe de estado dirigido por la oligarquía terrateniente contra dicha clase y contra la débil burguesía nacional. Esta burguesía había intentado en vano llevar a cabo una revolución democrática al estilo de las revoluciones acaecidas en el siglo XIX en otros países europeos, es decir, las revoluciones burguesas que habían terminado con la sociedad feudal y estamental y habían permitido la formación de naciones políticas modernas y democracias burguesas parlamentarias. La oligarquía terrateniente y su gran aliada, la jerarquía de la Iglesia Católica, encontraron que las reformas que pretendía llevar a cabo la burguesía nacional española eran demasiado radicales ya que ponían en peligro la estabilidad y permanencia del Antiguo Régimen; de esta manera, la oligarquía desencadenó un golpe de estado contra la democracia burguesa con el fin de volver a la situación retrofeudal y medievalizante que durante siglos había sido la característica definitoria del sistema social y político español. La derrota del bando republicano, es decir, de la burguesía nacional y el proletariado españoles, frente a los mercenarios nazifascistas de la nobleza terrateniente, dio paso a la esclavización de la clase obrera por el régimen de Franco, que trató al pueblo español no como los fascistas trataron a sus respectivos pueblos, sino mucho peor, como los fascistas alemanes e italianos trataron a los habitantes de sus colonias africanas, despojando a sus miembros de absolutamente todos sus derechos, incluidos los más elementales derechos a la vida y la subsistencia. La dictadura del General Franco, una de las tiranías más sanguinarias del siglo XX, supuso para España el retroceso a una época de barbarie cuasi feudal que nadie pensaba pudiera resurgir en un país de occidente.

    En esta heroica lucha del pueblo español por su independencia nacional, el Partido Comunista de España desempeñó un papel destacadísimo como organizador, impulsor, animador y, casi desde los primeros momentos de la contienda, como el alma de la resistencia contra el fascismo y como el principal defensor de la legalidad constitucional y del régimen republicano. Durante la Guerra, el Partido Comunista fue la organización política que mantuvo la postura más coherente, lúcida y pragmática, y al mismo tiempo la actitud más decididamente combativa y beligerante contra el fascismo, frente a las continuas ambigüedades e inconsistencias de los republicanos burgueses y pequeñoburgueses (Izquierda Republicana y PSOE) de los que no se sabía si tenían más miedo del fascismo o de las masas populares, y asimismo frente a los aventurerismos ultraizquierdistas de determinados grupos revolucionarios (CNT-FAI, POUM, etc.) que pusieron constantemente en peligro la resistencia y el frente unido antifascista al pretender llevar a cabo la revolución social y la colectivización de la tierra en plena guerra. Tras numerosos años de distorsión y falsificación de los hechos históricos, llevados a cabo no sólo por historiadores franquistas, sino también por historiadores republicanos burgueses cuya visión se enmarca dentro del Paradigma Totalitario de la sovietología, se ha olvidado el papel desempeñado por los comunistas en la Guerra Civil: no sólo la formación del Quinto Regimiento y posteriormente del Ejército Popular (que incluía milicias de todos los partidos políticos unificadas bajo un mando único), sino también las continuas labores de mantenimiento del orden público y de la legalidad republicana, atajando desmanes cometidos por grupos descontrolados que únicamente podían beneficiar al fascismo, y garantizando la libertad de culto en las zonas situadas bajo su jurisdicción (así, mientras algunas personas pensaban que era "progresista" quemar iglesias y conventos, los comunistas tildados de "estalinianos" defendieron la integridad del patrimonio monumental de la Iglesia y respetaron y garantizaron la libre práctica de los ritos católicos). Por otro lado, la ya abundante historiografía sobre la Guerra Civil, enmarcada en su mayor parte dentro del Paradigma Totalitario, ha magnificado hasta la náusea hechos como los de Barcelona (que, no lo olvidemos, fueron motivados por la rebelión de poumistas y anarquistas contra el gobierno republicano), o el asesinato de Andréu Nin (que hasta la fecha no ha podido demostrase de manera indubitable, más allá de rumores de diversa procedencia, que fuera cometido por personas del PCE o afines a este partido).

    Durante la Transición, tras el pacto de Santiago Carrillo con las fuerzas oligárquicas, el PCE adoptó buena parte de la ideología capitalista y burguesa --conversión ideológica que quedó definitivamente sellada en 1983 tras las masivas expulsiones de militantes históricos--, con lo que dejó de reivindicar la memoria histórica del papel desempeñado por los comunistas en la Guerra Civil. Incluso, abundando en el progresivo proceso de autodestrucción del partido emprendido desde esa fecha, algunos de los más destacados representantes del PCE han llegado a unirse a la propaganda anti-comunista que trata de desacreditar con toda suerte de mentiras y calumnias al histórico movimiento comunista español. Todo ello es un indicativo no sólo de que el actual PCE ya no es un auténtico partido comunista, de que es un partido socialdemócrata integrado en la oligarquía partitocrática, sino también de que el movimiento comunista español --hoy totalmente desarticulado y desmantelado-- requiere una urgente reconstrucción que dé lugar a la creación de un auténtico partido de la clase obrera que asuma el legado del marxismo-leninismo. Únicamente un partido de este tipo --que recoja nuevamente las enseñanzas de la principal teoría revolucionaria del proletariado-- podrá oponer una resistencia coherente, consistente y eficaz a la oligarquía caciquil monárquica y a la barbarie imperialista de la que aquélla es fiel apologista y servidora.

    El Marxismo y la Cuestión Nacional

    Como es sabido, ni Marx ni Engels desarrollaron una teoría detallada y sistemática acerca de la cuestión nacional ni de la problemática del nacionalismo. La posición de ambos autores --tal como se deduce de sus análisis de la cuestión nacional de Polonia, Irlanda, Italia, etc., y también de la propia metodología del materialismo histórico-- consiste básicamente en el rechazo de todo tipo de abstracción respecto a la cuestión nacional y, singularmente, respecto al llamado "derecho de autodeterminación". Marx y Engels rechazan que el derecho de autodeterminación se aplique de manera absoluta e incondicional; en principio, dicho derecho estaría circunscrito exclusivamente a las nacionalidades históricas, y además se hallaría completamente subordinado a la lucha de la clase trabajadora por su emancipación.

    En el Manifiesto Comunista, Marx y Engels formularon su famosa sentencia: "los obreros no tienen patria". No obstante ambos reconocieron que, por una parte, el proletariado se convierte en clase nacional al llevar a cabo el proceso de su emancipación, y, por otra parte, el ámbito de la lucha de clases es el Estado-nación. Para Marx y Engels, la "nación" moderna es una categoría histórico-política, una sociedad global surgida de la integración de un territorio y una población amplios, integración lograda básicamente mediante la creación de una fuerte industria, unas comunicaciones bien desarrolladas y un amplio mercado común a todas las regiones de dicho territorio. En suma, la "nación" moderna sería un producto del desarrollo y florecimiento de la clase burguesa capitalista, que es la que lleva a cabo la "unificación" e "integración" nacional --subsumiendo a las diversas nacionalidades y/o grupos étnicos y culturales-- dentro de un territorio geográfico, a través de la creación de un sistema económico o mercado común para la totalidad del mismo. Esta sociedad global que constituye la "nación" presenta una continuidad histórica en el tiempo, unas "características nacionales" que a su vez están basadas en las relaciones de interdependencia entre las distintas clases sociales que participan en un mercado común: tales características, por tanto, son un reflejo del desarrollo de las fuerzas productivas. En este sentido, según Marx, en un determinado momento histórico puede haber una clase social que al servir a sus propios intereses particulares sirva también a los intereses de la nación, del conjunto de la sociedad global, convirtiéndose así en "clase nacional". De todas maneras, y esto es importante recalcarlo, para Marx la nación es un fenómeno histórico puramente contingente, de manera que la constitución de naciones-estado independientes es en todo caso algo absolutamente secundario y subordinado a la lucha por la consecución de una sociedad socialista. Es más, para Marx y Engels el progreso social tiende a la formación de estados centralizados progresivamente más amplios, que manejen de manera cohesionada los recursos sociales y económicos.

    Lenin, abundando en la postura de Marx y Engels, considera que el derecho de autodeterminación es un derecho democrático-burgués que debe ser asumido por los marxistas, pero no de manera absoluta o abstracta sino más bien de forma relativa y condicionada a las circunstancias históricas, sociales y políticas concretas. Tal derecho debe defenderse, según Lenin, cuando sirva para impulsar el proceso revolucionario de la clase obrera. Por otra parte, hay que tener en cuenta que Lenin y los marxistas de principios del siglo XX partieron de una específica situación histórica: la de los Imperios Austrohúngaro y Zarista (auténticas "cárceles de naciones"). Ya entonces el debate sobre la aplicación absoluta o relativa del derecho de autodeterminación fue objeto de acalorados debates entre los que se reclamaban herederos del legado marxista; a este respecto, como hemos dicho, la postura de Lenin fue clara: el derecho de autodeterminación es un derecho democrático-burgués y no un derecho socialista, por lo que su aplicación debe ser relativa y condicional. Más adelante, este derecho fue aplicado al proceso emancipatorio de las colonias y recogido como tal por la ONU. Sin embargo, con posterioridad las potencias imperialistas se sirvieron de su vindicación para desmembrar países como la Unión Soviética y Yugoslavia, al objeto de ampliar sus mercados y favorecer sus intereses expansionistas. En dichos países los movimientos nacionalistas e independentistas han servido objetivamente a los intereses del imperialismo, además de desencadenar sangrientas guerras por motivos étnicos y religiosos que en muchos casos han retrotraído a sus poblaciones a los tiempos del feudalismo y la barbarie. La aplicación reaccionaria y regresiva del derecho de autodeterminación ha sido brillantemente descrita por el pensador marxista James Petras en su artículo 'El derecho a la autodeterminación, una gran decepción'.

    En el caso concreto del actual Estado Español, la problemática nacional --al igual que el fenómeno ideológico superestructural de los nacionalismos-- no puede entenderse al margen de las profundas deficiencias estructurales del sistema político español, una oligarquía caciquil de partidos muy parecida a la restauración borbónica que siguió a la disolución de la Primera República Española, así como de la peculiar problemática de la nación española derivada de la debilidad histórica de su burguesía y del gran poder tradicional de la oligarquía terrateniente, que durante el siglo XIX y la primera mitad del siglo pasado frenó el proceso de industrialización y revolución democrática burguesa que hubieran hecho de España una nación en el pleno sentido de la palabra a través de la creación de un amplio mercado común a las distintas regiones. A este respecto, el gran fraude de la Transición impuso un férreo corsé monárquico autonomista que, lejos de resolver la problemática nacional de España, bloqueó la definitiva cristalización de ésta como nación política moderna, al reproducir territorialmente la estructura retroimperial regresiva que la débil burguesía española nunca fue capaz de superar mediante una revolución democrática a la europea. A causa de ello las diversas nacionalidades, aunque estén estrechamente interrelacionadas y con amplios grados de solapamiento entre sí, permanecen agrupadas formalmente bajo un Estado cuya estructura política y territorial sigue reproduciendo los rasgos del modelo retrofeudal monárquico, lo que se traduce en el bloqueo permanente a la constitución de España como auténtica nación.

    Los aspectos relacionados con la cuestión nacional constituyen sin duda la mayor fuente de división y controversia dentro del movimiento comunista y marxista-leninista del Estado Español, un movimiento ya de por sí muy debilitado (seguramente ésta es una de las razones por las que los medios de comunicación oligárquicos están continuamente azuzando la cuestión nacional, como si no hubiera otra cosa que preocupase a la sufrida gente de a pie). Desde un paradigma marxista pueden plantearse sobre esta cuestión diversas posturas, a menudo antagónicas entre sí: desde la defensa de un estado centralista hasta la propuesta de desmembrar el Estado Español en una serie de estados independientes, pasando por la justificación de la unidad federativa de pueblos y nacionalidades. Asimismo es posible rechazar la aplicación del derecho de autodeterminación a las nacionalidades históricas, alegando que sus consecuencias serían reaccionarias al dividir a la clase obrera española y al provocar el desmantelamiento de la Caja Única de la Seguridad Social; o bien admitir el derecho de autodeterminación para las nacionalidades históricas, aun cuando se sostenga que la separación sería negativa o bien debe considerarse preferible la unidad (más o menos en la línea de la fórmula de Lenin "derecho a la autodeterminación, incluida la separación, al objeto de la reunificación"); o defender la separación de distintos territorios constituidos en naciones-estado independientes. Es posible abogar por una república unitaria y centralista en la línea jacobina (lo cual, pese a lo que pueda parecer, no implica necesariamente negar el derecho de autodeterminación), aduciendo que una república federal no podría cumplir satisfactoriamente el principio de solidaridad interterritorial; o bien propugnar la creación de una República Federal Socialista, señalando que ésta aseguraría de manera efectiva la necesaria solidaridad y cohesión entre los Estados federados, evitando los agravios comparativos que son la lacra del actual estado autonómico; o bien, desde una postura habitualmente para-nacionalista o directamente nacionalista, apostar por el separatismo a ultranza. Tradicionalmente el marxismo-leninismo ha defendido la vía centralista, sobre la base de que la planificación central y cohesionada de los recursos socioeconómicos resulta más racional que la descentralización de los mismos; y ciertamente, en los contextos históricos, sociales y políticos concretos en que los comunistas llevaron a cabo su labor y emprendieron la construcción del socialismo, la solución centralista demostró ser la más adecuada en la mayoría de los casos. Lo que no resulta tan obvio es que la vía centralista sea la mejor en todas y cada una de las coyunturas históricas y sociales posibles; y, aunque lo fuera objetivamente, es posible que existieran casos especiales en los que resultase necesario negociar y transigir con los partidarios de otras soluciones distintas (como la federal o la independentista), lo que implicaría tener que renunciar a algunos de los postulados propios con el fin de alcanzar un acuerdo que satisfaga a las diversas partes implicadas.

    De todas maneras, es la población del Estado Español la que debería poder decidir libremente si quiere que su forma de gobierno sea la monarquía o la república, y si ésta adoptará una estructura federal o centralizada. Por otro lado, los pueblos y nacionalidades de España tienen muchos más elementos en común de los que los diferencian, y además las distintas nacionalidades han hecho aportaciones fundamentales a la nación (pre-nación o cuasi-nación) española, por lo que no sería demasiado justificable --en términos históricos, culturales, económicos y políticos-- la separación o desmembración de una realidad histórica, sociopolítica y cultural que pese a toda su vigente problemática aún es viable como unidad, siempre y cuando dicha unidad sea libre, voluntaria y no forzada. Esa realidad --aun contingente y efímera como toda realidad histórica--, cuyo nombre ha llegado a producir reflejos condicionados de repulsa o vergüenza en no pocas personas de nuestro país por el hecho de que la sanguinaria tiranía franquista se apropió de tal nombre para servir a sus criminales propósitos e imponer un férreo centralismo, podría convertirse en una nación política moderna si adoptase una estructura republicana, ya fuese centralista o federal (cuestión ésta que debería dirimirse en un amplio debate público, y no dejarse en manos de un puñado de ideólogos ni mucho menos de las burguesías autonómicas). Y en el caso de que se impusiera una estructura federativa, ésta debería contar con una Caja única de la Seguridad Social y una legislación unitaria en materia social y laboral, como mínimo; y desde luego debería evolucionar hacia una federación socialista, ya que una república federal de carácter burgués terminaría provocando de manera casi ineluctable los fenómenos de insolidaridad, discriminación, burocratización y progresivo desmantelamiento de las prestaciones sociales (facilitados por el proceso de descentralización del capital) que acertadamente señalan los partidarios del centralismo. Por supuesto, una postura marxista coherente debe defender la unidad de la clase obrera de todo el Estado Español, y de ésta con la clase obrera de todos los países europeos y en última instancia mundiales, con el fin de formar un frente común anti-imperialista.

    -- Fin del mensaje nº 3 --



    Última edición por pedrocasca el Lun Ene 02, 2012 12:43 pm, editado 2 veces
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    Mensaje por pedrocasca Lun Ene 02, 2012 12:40 pm

    DECLARACIÓN de INTENCIONES en DEFENSA del MARXISMO-LENINISMO

    publicado en la antigua web leninismo.org (En Defensa del Marxismo-Leninismo) en mayo de 2004

    se puede leer y copiar el documento desde el enlace:

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    Dado el número de páginas que componen el documento, se publica en el Foro en CUATRO mensajes

    -- mensaje nº 4 y último --

    Terrorismo e Imperialismo

    En primer lugar, es preciso señalar que no existe una definición unívoca de "terrorismo". El famoso psicolingüista Noam Chomsky define el terrorismo como la amenaza o el uso de la violencia, por lo general con fines políticos, contra civiles y no combatientes. El propio Chomsky advierte que una definición más precisa desde el punto de vista legal es la que aparece en el Código Civil de los EEUU, como una "actividad que implica un acto violento o peligroso para la vida humana, con el propósito de:

    1. Intimidar o ejercer coerción sobre la población civil;

    2. Influir en la política de un gobierno por medio de la intimidación o la coerción; o

    3. Afectar la conducta de un gobierno por medio del asesinato o el secuestro".

    Hay que señalar que esta definición del Código Civil de los EEUU es calculadamente amplia y ambigua, con el fin de dejar en manos de la clase dirigente burguesa la potestad de calificar como "terroristas" a organizaciones, grupos y personas que resulten particularmente molestos o constituyan una seria amenaza para los intereses económicos de las oligarquías capitalistas. Así, por ejemplo, la consideración como "terrorista" de cualquier acto que pretenda influir en la política gubernamental mediante la coerción deja abierta la puerta a la criminalización del movimiento obrero y popular, desde el momento en que una huelga general o una manifestación de masas suponen hasta cierto punto un mecanismo coercitivo de la conducta de los gobernantes; del mismo modo, una revuelta popular contra un gobierno dictatorial o represivo (tal como la rebelión de las masas oprimidas del proletariado colombiano, organizadas en las FARC, contra la brutal dictadura de la oligarquía terrateniente colombiana) también podría ser considerada como "terrorista", puesto que necesariamente se verá obligada a recurrir a métodos de carácter intimidatorio contra las fuerzas pro-gubernamentales, aunque sólo sea como mecanismo de autodefensa. Igualmente, respecto al tercer supuesto, la calificación de una conducta como "asesinato" o "secuestro" depende de los intereses políticos y de clase de los que se parta; en un enfrentamiento armado o en una guerra de guerrillas, por ejemplo, necesariamente los diversos bandos implicados, durante la realización de actividades insurgentes o contrainsurgentes, causarán bajas entre los combatientes enemigos, llevarán a cabo ejecuciones y procederán a la captura de rehenes y prisioneros. ¿Cuál es entonces el criterio a seguir para calificar un acto como "terrorista", para considerarlo un "asesinato" en vez de una "muerte en combate" o una "ejecución", o para tildarlo de "secuestro" y no de "captura"? El Código Civil americano y la legislación de los países y organismos internacionales imperialistas lo tienen muy claro: en cualquier caso será indiscutiblemente "terrorista" y constituirá un "asesinato" o un "secuestro" toda actuación que vaya en contra de los intereses de los ricos y poderosos y que ponga en peligro las inmensas ganancias de las multinacionales e instituciones financieras.

    Desde el punto de vista de sus efectos psicosociales, el terrorismo, como señala A. Teitelbaum, tiende a provocar en las víctimas sentimientos de miedo, pánico o terror y reacciones instintivas de autodefensa, así como a neutralizar su autonomía de la voluntad e incluso privarlas completamente de discernimiento y/o sentido crítico.

    El marxismo rechaza la práctica del terrorismo, entendido como una acción violenta que busca victimizar a personas civiles y no combatientes, así como causar en éstos sentimientos de pánico, terror y pérdida del discernimiento con el fin de alcanzar un objetivo político; y lo rechaza por varias razones:

    -En primer lugar, ningún movimiento comunista auténtico (heredero, por lo tanto, de una milenaria tradición defensora de los ideales éticos de hermandad y fraternidad universales) puede apoyar la práctica de acciones que victimicen a la población civil, a las masas populares y proletarias, añadiendo así más sufrimiento y dolor a su opresión cotidiana;

    -En segundo lugar, el terrorismo sirve objetivamente a los intereses de las clase dirigentes, que lo utilizan como excusa para recortar las ya precarias libertades burguesas, así como los derechos sociales y laborales de las personas trabajadoras;

    -En tercer lugar, el terrorismo no es ni ha sido nunca el método de lucha de la clase trabajadora ni de las revoluciones proletarias, sino que lo han empleado de manera habitual las clases dirigentes burguesas y los grupos encuadrados dentro del nihilismo o extremismo pequeñoburgués; en efecto, métodos como los artefactos explosivos colocados en la vía pública, los atentados contra la vida de particulares como represalia por sus posiciones políticas e ideológicas, y no digamos ya las masacres a gran escala de la población civil mediante bombardeos indiscriminados, no se encontrarán en ninguna de las revoluciones proletarias (Lenin, Mao, Fidel Castro, Kim Il Sung o Ho Chi Minh nunca recurrieron a tales métodos).

    -En cuarto lugar, el terrorismo no eleva el nivel de conciencia de la clase trabajadora, lo que sólo puede conseguirse mediante una prolongada, paciente y a menudo tediosa labor de formación, concienciación y movilización de masas;

    -En quinto lugar, el terrorismo, al neutralizar la autonomía de la voluntad y aun el sentido crítico de las víctimas y de las posibles víctimas (que objetiva o subjetivamente llegan a identificarse con la mayoría de la población), tiende a producir un efecto de derechización de sectores más o menos amplios de las masas trabajadoras, nublando su conciencia de clase y alejándolos del movimiento obrero.
    Habría diversos tipos de terrorismo, que básicamente se reducen a dos: el terrorismo individual (practicado por pequeños grupos o bandas armadas) y el terrorismo de estado (que llevan a cabo los organismos e instituciones estatales). El marxismo-leninismo rechaza todas las formas de terrorismo, no solamente el terrorismo individual (generalmente a pequeña escala) de los pequeños grupos armados, sino también el terrorismo de estado imperialista, muchísimo más destructivo y terrible. El terrorismo individual, por los motivos señalados con anterioridad, sirve objetivamente a los intereses de las clases dirigentes; además, la frecuente mesianidad e irracionalidad de los métodos y objetivos de sus promotores y ejecutores hace que (muchas veces de manera involuntaria) se convierta en un instrumento en manos de los estados capitalistas. Por otro lado, el terrorismo individual no es una causa sino un síntoma o efecto más de la profunda crisis del sistema capitalista burgués, y pervivirá mientras éste continúe extendiendo su insidiosa barbarie.

    A menudo el terrorismo individual y el terrorismo de estado se hallan interconectados de manera estrecha, de tal forma que son los propios estados los que financian o apoyan a pequeños grupos armados con el fin de que lleven a cabo actuaciones de tipo terrorista: así, por ejemplo, el gobierno de Uribe en Colombia hace uso tanto del terrorismo de estado (utilizando a la policía estatal y a las fuerzas armadas) como del terrorismo individual (financiando, apoyando y dando cobertura legal y judicial a grupos de extrema derecha y paramilitares) con el objetivo de extorsionar, secuestrar, torturar y asesinar a sindicalistas, políticos opositores y campesinos indígenas. Asimismo, el gobierno de los EEUU emplea tanto el terrorismo de estado a gran escala (invadiendo países extranjeros, llevando a cabo sangrientas masacres contra la población civil y prestando apoyo a gobiernos que practican impunemente el terrorismo de estado) como el terrorismo individual (apoyando y financiando a numerosos grupos fascistas y paramilitares y a organizaciones mafiosas en todo el mundo).

    Hoy por hoy, el gobierno y la administración de los EEUU constituyen la máxima organización terrorista mundial, una máquina de guerra y de conquista militar sin parangón en la historia, cuya voracidad aniquiladora y genocida sólo puede equipararse al hitlerismo, al que supera ampliamente en capacidad tecnológica destructiva. Un imperio militar dotado de un poder aterrador, que pretende mantener a toda la humanidad aprisionada en un puño de hierro, garantizando mediante su fuerza devastadora el mantenimiento de la opresión y explotación de amplias masas hambreadas y empobrecidas, esclavizadas y despojadas de todos sus derechos por los dueños del mundo. Un imperio guerrero que rapiña con furia inhumana la riqueza de los países pobres, y que sostiene todo su emporio militar-industrial sobre la base de continuas guerras de conquista e invasión en las que no vacila en cometer los crímenes más atroces contra la humanidad. Ciudades, pueblos, hospitales, escuelas, guarderías, asilos, fábricas, granjas, puentes, carreteras, hombres, mujeres, niños, ancianos: todo se convierte en objetivo a destruir, arrasar, calcinar, mutilar, descuartizar y reventar en mil pedazos por las bombas de granito, de racimo y de fragmentación, por el uranio empobrecido y las sustancias radiactivas especialmente destinadas a crear taras genéticas y enfermedades hereditarias entre la población civil durante generaciones (pocas cosas pueden crear más congoja, terror y desesperación en los corazones de la gente pobre y oprimida que ver a sus hijos crecer con terribles deformidades, enfermedades y minusvalías, algo que saben muy bien los señores de la guerra imperialistas).

    Todo este poderío militar y estos horribles crímenes permiten a los poderosos mantener el actual sistema de injusticia y explotación mundial, en el que la obscena acumulación de riqueza en manos de unos pocos arroja datos auténticamente escalofriantes. Un reciente informe del Banco Mundial señala que, aunque globalmente la riqueza aumenta en el mundo, las desigualdades entre la pequeña minoría de ricos y la gran mayoría de pobres aumentan de manera constante. Hoy más que nunca cobra especial sentido la frase de Gandhi: "los productos de la tierra son suficientemente abundantes para cubrir las necesidades de todas las personas, pero no para satisfacer la avaricia". La avaricia de las clases dirigentes es el factor clave de la terrible desigualdad existente a escala planetaria. Mientras la quinta parte más rica de la población mundial controla el 90% de la riqueza del planeta, la quinta parte más pobre ni siquiera maneja el 1% de dicha riqueza, y otros porcentajes considerables de la población mundial se ven sometidos al flagelo implacable de la miseria, la pobreza, el hambre, las enfermedades evitables, la angustia, el dolor, el sufrimiento y la muerte (entre 35.000 y 40.000 personas fallecen diariamente a causa del hambre) como algo cotidiano. Según un informe de la UNICEF, 10 millones de niños mueren al año por enfermedades evitables, 600 millones viven en situación de extrema pobreza, 150 millones sufren desnutrición y más de 100 millones no reciben ningún tipo de instrucción escolar. En América Latina hay cerca de 200 millones de indigentes, y más de 45 millones de niños viven en la pobreza más extrema.

    Pero incluso en los países del occidente imperialista las diferencias entre ricos y pobres aumentan a diario. Así, por ejemplo, en los Estados Unidos de América --cuna del imperialismo-- existen más de 30 millones de pobres, y además se produce la muerte anual (por causas no naturales) de 75.000 afroamericanos, la muerte de un trabajador en su puesto de trabajo cada cinco minutos, y el fallecimiento de un niño cada 50 minutos debido a la carencia de alimentos y/o asistencia sanitaria. En España, la organización católica Cáritas denunció en junio del 2003 que 8 millones y medio de personas --el 21% de la población-- malviven por debajo del umbral de la pobreza. Los gobiernos reaccionarios del Partido Popular han traído consigo más de medio millón de nuevos pobres, así como varios miles de hombres y mujeres que se ven obligados a vivir en la calle, mendigando, buscando comida entre la basura y durmiendo entre cartones: desempleados de larga duración sin subsidio, ancianos con pensiones de miseria, jóvenes que no consiguen encontrar trabajo, y por supuesto proletarios inmigrantes. Pero una amplia proporción de las personas que tienen un trabajo tampoco se encuentran en una situación que pueda calificarse como mínimamente digna, sometidas al flagelo implacable de la precariedad y la siniestralidad laboral. Ésta última constituye una verdadera plaga : en España, desde el año 2003 una media de 7 personas han muerto a diario en el puesto de trabajo, registrándose además una cifra realmente estremecedora de accidentes laborales y enfermedades profesionales. La responsabilidad principal por estas muertes debe recaer en la patronal española, que cuenta con el apoyo y connivencia de la oligarquía caciquil monárquica y sus instituciones: el 90% de las empresas incumplen flagrantemente la normativa de seguridad e higiene laboral, y además las condiciones de trabajo se han ido degradando de manera terrible, especialmente para la enorme masa de trabajadores con contratos temporales, cada vez más explotados y con menos derechos. Por otro lado los empresarios españoles se aprovechan de la penosa situación del Estado Español, que no es un auténtico Estado de Derecho sino una corrupta maquinaria burocrática caciquil en la que la justicia y las instituciones públicas sirven a los intereses de la oligarquía terrateniente, empresarial y financiera, amparando y encubriendo todos los desmanes cometidos por aquélla y criminalizando y reprimiendo sin piedad a los trabajadores y proletarios, cuya tragedia cotidiana les resulta por completo indiferente. En otros países capitalistas desarrollados la situación es semejante, aunque no se haya llegado a los niveles de degradación existentes en el Estado Español.

    Reforma y Revolución

    Al contemplar la naturaleza predatoria y ferozmente inhumana del sistema imperialista mundial, es inevitable pensar que difícilmente este estado de cosas podrá solucionarse a nivel planetario, nacional o local por la vía estrictamente "legal" o parlamentaria. La postura marxista-leninista clásica sostiene que el socialismo --en sentido pleno-- sólo podrá emerger mediante una revolución protagonizada por las masas del proletariado, que permita a éstas arrebatar el poder político de manos de las oligarquías dirigentes y proceder a la socialización de los medios de producción, a la redistribución de la riqueza y, en suma, a la edificación de la sociedad socialista. Igualmente, según la anterior postura la revolución proletaria requiere un paciente trabajo de formación y concienciación de masas que debe ser llevado a cabo por un partido que utilice como instrumento indispensable el legado teórico-práctico del marxismo-leninismo. El carácter más o menos violento de las revoluciones proletarias dependerá, como en el pasado, de la oposición violenta de las clases dirigentes a la toma del poder por las masas populares. Y, ciertamente, sabemos muy bien que a las clases gobernantes nunca les ha temblado el pulso a la hora de reprimir de manera sangrienta a cualquier movimiento que pudiera poner lo más mínimo en entredicho sus intereses, como tampoco les tiembla el pulso cada vez que masacran a pueblos enteros y desencadenan sangrientas guerras de conquista con el único objetivo de conseguir un aumento en sus cuotas de beneficios. De todos modos, muchos revolucionarios intentan llevar a la práctica las lúcidas palabras de Enver Hoxha: "Cuanto más preparada esté la gente trabajadora para la lucha revolucionaria, mayor será la posibilidad de una transición pacífica al socialismo".

    Ahora bien, es preciso ser realistas y no dejarse llevar por esperanzas e ilusiones infundadas. Las condiciones --tanto objetivas como subjetivas-- actualmente existentes hacen que no sea demasiado factible una revolución a corto plazo. Dichas condiciones son bastante distintas de las que imperaban en la era de las grandes revoluciones proletarias, y entre ellas podemos señalar las siguientes:

    -En primer lugar, la caída de la URSS y la progresiva introducción de reformas mercantilistas en China han creado en numerosas mentes la idea equivocada de que la economía de mercado es la única posible y de que la economía planificada conduce de manera ineludible a la ruina. Ésta es una idea completamente errónea e irracional, pero se ha convertido en un lugar común y casi en un axioma, aceptado de forma incondicional por amplios sectores de las masas trabajadoras (lo que desde luego no ocurría en tiempos de Lenin, Stalin o Mao).

    -En segundo lugar, lo anterior significa que la cultura anticapitalista y antisistema, que tenía un gran predicamento entre amplios sectores de la clase obrera antes y durante la construcción y el mantenimiento de la URSS, ha sufrido un enorme retroceso salvo en una serie de sectores minoritarios (incluso los países socialistas se han visto considerablemente afectados por esta terrible regresión político-ideológica a escala planetaria). Por lo tanto, se impone la reconstrucción y recuperación de esa cultura como una de las tareas prioritarias, que posiblemente ocupará los próximos 30 ó 40 años, como mínimo. Y esa tarea no la pueden abordar en solitario los marxistas-leninistas.

    -En tercer lugar, en aquellas regiones del mundo donde existen amplios movimientos de carácter anti-imperialista, dichos movimientos se hallan liderados en muchos casos por grupos e ideologías de carácter regresivo y errático: nacionalismos étnicos, tribalismos, fundamentalismos religiosos y otros.

    -En cuarto lugar, el relativismo y el escepticismo postmodernos han hecho presa de amplios sectores de las masas, incluyendo a buena parte del proletariado oprimido de los países sometidos al yugo imperialista. Podemos decir que hoy en día el opio del pueblo es principalmente el escepticismo --suministrado a grandes dosis por las clases dominantes y sus medios de desinformación-- antes que la religión.

    -En quinto lugar, el desarrollo económico y sociológico de las últimas décadas ha hecho que la clase obrera comience a desarticularse. En tiempos de Lenin y Stalin existía un fuerte núcleo de obreros urbanos y fabriles que vivían en condiciones auténticamente paupérrimas. Hoy en día vemos que la clase obrera fabril puede ocupar incluso un lugar relativamente privilegiado, sobre todo en los países pobres azotados por el flagelo de la miseria y el desempleo (que en muchos casos afectan a la mayoría de la población). En los países imperialistas, los obreros también pueden llegar a adquirir un nivel de vida aceptable y un estatus comparativamente privilegiado, gracias sobre todo a la super-plusvalía que las clases dirigentes burguesas extraen de las masas oprimidas del proletariado del llamado “Tercer Mundo”. Tales obreros pueden llegar a convertirse en “aristócratas obreros”, que asumen la ideología y la mentalidad burguesas y entran a formar parte de las organizaciones aristócrata-obreras por excelencia, los sindicatos, que en muchos países (entre ellos España) son de ideología reaccionaria y están mayoritariamente al servicio de los ricos y poderosos.

    ¿Significa esto que los comunistas ya no tienen ningún papel que desempeñar en el mundo de hoy? En absoluto puede deducirse semejante conclusión de lo anteriormente expuesto. Los comunistas tienen una labor muy importante que realizar en lo que respecta a la formación, concienciación y movilización progresiva de las masas, así como en lo referente a la reconstrucción de la cultura proletaria anticapitalista, una labor que seguramente durará varias décadas. Ahora bien, los comunistas no pueden limitar sus esfuerzos a este prolongado proceso de concienciación y preparación de las masas de la gente trabajadora --aunque esta tarea ya resulta ardua de por sí y además sus resultados finales, en forma de profundas transformaciones revolucionarias, sólo podrán apreciarse probablemente a medio o largo plazo--, sino que también se ocupan de los asuntos y problemas cotidianos que afectan a los trabajadores y proletarios

    El marxismo nunca ha rechazado la lucha por las reformas sociales: los marxistas siempre buscaron una unidad dialéctica entre la lucha por las reformas sociales (que puede ser muy dura y conllevar enfrentamientos violentos con la oligarquía y sus mercenarios, tanto o más en ocasiones que la propia actividad revolucionaria) y la acción revolucionaria que busca derrocar al poder burgués y hacerse con el control del Estado. Bien es cierto que, en determinados contextos históricos y sociales, la posibilidad de lograr mejoras significativas del bienestar de la población trabajadora por medios reformistas ha sido insignificante en comparación con la posibilidad de lograr esas mismas mejoras y otras muchas por medio de la actividad revolucionaria. Pero hoy en día el contexto ha cambiado: no sabemos hasta dónde pueden llegar las reformas sociales pero sabemos que son posibles. Ciertamente, no debemos olvidar que la razón principal para que las burguesías occidentales introdujeran reformas sociales en sus respectivos países no fue otra que la existencia del Estado Bolchevique Soviético. La principal oleada de reformas en los países capitalistas tuvo lugar en 1945 (entonces se introdujo o se amplió la seguridad social, las pensiones de jubilación, las vacaciones pagadas, los servicios sociales, la educación universal y gratuita, la reducción de la jornada laboral, el reconocimiento de diversos derechos laborales y sindicales, etc.), cuando tuvo lugar el aplastamiento del nazifascismo por la Unión Soviética y la apoteosis del prestigio mundial de ésta. Pero ya anteriormente se habían podido lograr algunas reformas en los países capitalistas, gracias en parte a la presión en la calle y en la tribuna por parte de las corrientes obreras, tanto comunistas como socialistas. Incluso en la propia Rusia anterior a la Revolución de Octubre se alcanzaron algunas reformas gracias a la presión popular. Ciertamente tales reformas fueron bastante limitadas en comparación con las reformas que los estados capitalistas tuvieron que introducir en pleno apogeo y prestigio de la URSS (no digamos ya en comparación con las transformaciones revolucionarias introducidas en el primer estado socialista), pero en muchos casos no fueron nada despreciables y su consecución se tradujo a menudo en un aumento importante de la afiliación e influencia del movimiento comunista.

    Cuando Joseph Stalin --sin duda uno de los líderes comunistas más lúcidos y sensatos del siglo XX-- predijo en los años 30 que no habría revolución en Europa en los siguientes 90 años, fue acusado por numerosos izquierdistas de traicionar el internacionalismo proletario y el bolchevismo. Pero Stalin acertó, desde luego, como también acertó cuando en 1931 predijo que la URSS tendría 10 años por delante para industrializarse y militarizarse antes de sufrir la invasión de Occidente, o cuando defendió que el bolchevismo debía aliarse con todas las fuerzas y estados antifascistas (incluidas las democracias capitalistas y el liberalismo burgués) ante el peligro de una victoria nazifascista que hubiera supuesto una regresión planetaria al feudalismo y la barbarie. La estrategia de "cuanto peor mejor" era defendida por los izquierdistas más sectarios, pero no figuraba entre las estrategias de Stalin ni del sector mayoritario del movimiento comunista internacional.

    En las actuales democracias burguesas, el problema principal no radica en que tal o cual partido, fuerza política o gobernante se encuentre en el poder: por el contrario, el problema es el sistema mismo. No existe ninguna diferencia relevante entre los partidos con posibilidades de acceder al poder: así, por ejemplo, los dos partidos mayoritarios del Estado Español representan exclusivamente los intereses de la gran oligarquía financiera y terrateniente, siendo su programa político, económico y social prácticamente el mismo. Lo mismo ocurre, en mayor o menor grado, en las restantes democracias burguesas. No deben buscarse más diferencias significativas porque no existen, salvo meras pantomimas y farsas de tipo teatral y circense cuya única finalidad es entretener al gran público y crear la ilusión de que los partidos políticos sostienen realmente posturas distintas. Por ello resulta básicamente indiferente qué fuerza política llegue a gobernar, pues quienes detentan el poder son un puñado de grandes familias; y todo el sistema político, legislativo, judicial, administrativo y policial-militar se encuentra fortísimamente blindado y acorazado con un objetivo básico: proteger los intereses de estas grandes familias, de esta minúscula (de tamaño mas no de poder) oligarquía financiera y terrateniente.

    Ahora bien, pese a este hecho innegable (que además es 'vox populi' aun cuando no sea políticamente correcto hablar de ello, al menos en público), lo cierto es que los representantes políticos de las oligarquías, aunque trabajen para aumentar y preservar los beneficios e intereses de éstas, no pueden dejar en ocasiones de adoptar algunas medidas que redundan en beneficio de la mayoría, aunque sólo sea por el hecho de que son gestores de una serie de recursos y servicios públicos; y ello aun cuando su actuación revista un carácter paternalista en el mejor de los casos, y además se halle envuelta en numerosas actividades y tramas de corrupción a nivel generalizado (lo que resulta inevitable en cualquier régimen burgués). Así pues, cuantos más sectores de la economía, la administración y los servicios públicos permanezcan en manos del Estado, tanto más probable será que los gestores de la cosa pública puedan implementar medidas que supongan un alivio en las condiciones de vida de sectores más o menos amplios de la población. Algunos podrán llamar "migajas" a estas concesiones, pero en muchos casos no serán despreciables.

    ¿Disminuye la conciencia de clase de la población trabajadora cuando se consiguen algunas mejoras sociales y laborales? La respuesta es compleja, pues toda realidad es dialéctica y contradictorial. Si bien es posible que por una parte dicha conciencia pudiera disminuir, en otros aspectos podría aumentar considerablemente: el resultado dependerá de cuál sea el papel y la estrategia seguida por el movimiento comunista y las corrientes de izquierda anti-capitalista en la lucha por la consecución de tales reformas. Los comunistas, al implicarse activamente en la lucha por las reformas sociales --lo que de hecho están haciendo en muchos países-- en alianza con diversos movimientos y organizaciones sociales, evitan perder el pulso de la realidad cotidiana y el contacto con los trabajadores, y encuentran de esta forma mayores oportunidades para difundir su mensaje. La estrategia de los comunistas consiste --o debe consistir-- en luchar mediante la presión en la calle y en la tribuna, mediante la información y la denuncia de los engaños, corrupciones y crímenes de los estados capitalistas y del sistema imperialista mundial, mediante la colaboración estrecha con diversos movimientos y organizaciones sociales, políticos, sindicales, con el fin de forzar a los gestores de los asuntos públicos a aumentar los espacios de acción en los que se comportan como beneficiadores o aliviadores de la mayoría de la población (aun cuando sea con carácter paternalista) y no como enemigos de la misma. Y lo cierto es que, actualmente, dichos gestores se comportan cada vez más como enemigos de la gente de a pie, llevando a cabo de forma casi exclusiva contrarreformas.

    Por último, la lucha por las reformas sociales no resulta incompatible con la actividad, formación y movilización revolucionarias. Los partidos comunistas pretenden concienciar y movilizar a las masas, pero para ello deben reconstruir en primer lugar la cultura anticapitalista, que tras la caída de la URSS ha quedado completamente arrasada (de hecho, un amplio sector de las masas trabajadoras comparte la ideología mercantilista de las oligarquías financieras y terratenientes). Luchar para reconstruir la cultura anticapitalista y rebatir los contenidos irracionales ampliamente aceptados de la ideología burguesa --por ejemplo, la "inevitabilidad" de la economía de mercado y el supuesto "fracaso" de la economía planificada--, para contrarrestar y desmentir toda la falsa información sobre el comunismo y el marxismo creada y difundida durante décadas por los cruzados de la Guerra Fría y los medios de propaganda occidentales, para informar a la población sobre la situación real existente en el extranjero y en el propio país (para lo cual resulta imprescindible crear medios de comunicación alternativos, canales de información comunistas), para arrancar entre tanto diversas mejoras a través de la denuncia y la presión en la calle y en la tribuna, para colaborar con corrientes y organizaciones anti-capitalistas y atraerlas a la órbita del comunismo, etc., todo ello será una tarea bastante ardua de por sí. Pero son este tipo de acciones las que pueden recuperar progresivamente la conciencia de clase de las masas trabajadoras.

    La Comuna Planetaria

    El comunismo es un ideal milenario de hermandad y fraternidad universales que tiene como objetivo la consecución de una sociedad sin ricos ni pobres, sin explotadores ni explotados y sin desigualdades sociales, una sociedad en la que la propiedad se halle igualmente distribuida y sea de carácter colectivo. Una sociedad, en definitiva, sin propiedad privada y sin economía de mercado, que no hacen sino generar todo tipo de desigualdades, injusticias y miseria. Igualmente, nuestro ideal como comunistas es aspirar a la comuna colectiva planetaria, a un mundo en el que no existan estados ni fronteras que erijan barreras injustas a la libre circulación de los seres humanos por todo el orbe, independientemente de su origen geográfico o social. En este punto es preciso señalar que el comunismo no sólo puede ser defendido desde un paradigma marxista-leninista, sino también desde una amplia variedad de posicionamientos filosóficos, científicos, ideológicos y/o religiosos, si bien el marxismo-leninismo se encuentra entre las perspectivas teóricas que aportan la fundamentación más científica y rigurosa al milenario objetivo de una sociedad sin clases y sin explotación del hombre por el hombre.

    El ideal de una comunidad de bienes planetaria sin estados ni fronteras repugna por naturaleza a los burgueses de toda laya, no sólo porque su modelo de convivencia humana es el de la obscena y brutal apropiación por una minoría de privilegiados de la mayor parte de la riqueza del planeta, sino también porque la artificiosa erección de fronteras es utilizada por la burguesía para imponer "legalmente" (de acuerdo con su propia legalidad criminal) su ideología racista a los pueblos del Tercer Mundo, a los seres humanos que se ven obligados a abandonar sus países de origen para escapar a una muerte segura por enfermedad o inanición o a una existencia de dolor y sufrimiento perpetuo. La gran burguesía cierra las fronteras de sus estados a las masas proletarias que no encuentran medios de subsistencia en sus países de origen, después de que estos países hayan sido expoliados y devastados implacablemente por esa misma burguesía, y después de que el Fondo Monetario Internacional haya impuesto políticas con consecuencias genocidas para sus pueblos. Así pues, las masas proletarias de las ex-colonias están en su pleno derecho a emigrar y establecerse en los países occidentales cuyas clases dirigentes son la causa de su desamparo y de la devastación de sus países de origen. Por ello, las políticas puestas en práctica por los partidos (tanto de "izquierdas" como de derechas) al servicio de las oligarquías burguesas imperialistas, políticas consistentes en el cierre de fronteras y en la restricción del derecho de inmigración y libre circulación (por no hablar del trato inhumano prodigado a los inmigrantes que logran atravesar las fronteras burguesas), además de propiciar un engaño hipócrita, demagógico e inmoral de esos mismos partidos hacia su ciudadanía (fomentando y amparando de paso todo tipo de actitudes y conductas racistas) suponen un auténtico crimen contra la humanidad al negar a muchos inmigrantes cualquier mínima posibilidad de supervivencia.

    En definitiva, hoy más que nunca el comunismo es necesario, y el ideal de una comunidad de bienes planetaria no ha perdido ni un ápice de su vigencia. Al contrario, la sociedad comunista --construida con la indispensable ayuda de la guía teórica del marxismo-leninismo-- es la única alternativa posible a la actual barbarie.

    -- Fin del mensaje nº 4 y último - FINAL del texto --



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