VIGENCIA DEL MARXISMO-LENINISMO Y NECESIDAD DE DESARROLLARLO (ACTUALIZÁNDOLO Y ENRIQUECIÉNDOLO) EN LAS CONDICIONES DEL CAPITALISMO GLOBALIZADO
publicado por Sugarra en marzo de 2017
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En la primavera de 1916, cuando gran parte de Europa llevaba casi dos años desangrándose, sufriendo la inmensa carnicería que supuso la Primera Guerra Mundial, Lenin definió así al imperialismo:
“El imperialismo es la fase de desarrollo en que ha tomado cuerpo la dominación de los monopolios y del capital financiero, ha adquirido señalada importancia la exportación de capitales, ha empezado el reparto del mundo por los trust internacionales y ha terminado el reparto de toda la tierra entre los países capitalistas más importantes.” [1].
Esta guerra había estallado como consecuencia de las rivalidades y contradicciones que enfrentaban entre sí a las distintas potencias imperialistas. Pero también tuvo unos efectos imprevistos, y no deseados, para quienes la provocaron. El más importante de los cuales fue, sin duda alguna, el triunfo de la Revolución Socialista en Rusia, en Octubre de 1917, y sus posteriores repercusiones a nivel mundial.
La humanidad todavía tuvo que volver a desangrarse en un nuevo conflicto, la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), hasta que se saciaron los apetitos de las clases dominantes de algunas de las potencias beligerantes y se hubo consumado la tercera reorganización político territorial de Europa [2].
1.- La “globalización” capitalista
Hoy día, dentro de su fase imperialista, el capitalismo se encuentra en un estadio de desarrollo que se caracteriza por la preponderancia absoluta del capital financiero (especialmente de sus sectores más parasitarios y especulativos) sobre el capital industrial; la extensión de la “economía de mercado” hasta el último rincón del planeta; el protagonismo de las empresas transnacionales; el rápido desarrollo de las nuevas tecnologías (microelectrónica, informática, robótica, etc.) y su inmediata incorporación al proceso de producción; así como el desarrollo de distintos procesos de integración económica y/o política en varias regiones del mundo; lo que se conoce como “globalización económica”.
Este término también incluye la creciente desregulación financiera; el progresivo desmantelamiento del llamado “Estado del bienestar” (neokeynesiano); la privatización de las empresas y servicios públicos; los procesos de urbanización acelerada en numerosos países de África, Asia y América Latina; la homogeneización y uniformización nacional-cultural y la asimilación ideológica; el desdibujamiento del papel de la clase obrera como sujeto de transformación social y la aparición de un gran número de nuevos movimientos sociales, como respuesta a las crecientes contradicciones generadas con el desarrollo del capitalismo.
Simultáneamente con todo lo anterior y, en gran medida, como consecuencia de todo ello, también se están produciendo grandes flujos migratorios, entre el campo y la ciudad y entre países pobres y los ricos, a lo que viene a añadirse el número cada vez mayor de poblaciones desplazadas y de enormes masas de refugiados, como consecuencia de los numerosos conflictos armados, producidos por la intervención de las potencias imperialistas (principalmente EEUU y sus aliados) en distintos escenarios geográficos.
La creciente irracionalidad del capitalismo [3], que acentúa de día en día su carácter depredador y criminal, con su búsqueda desesperada del beneficio a cualquier precio, y que está llevando a la propia humanidad y al conjunto del planeta al borde de la extinción, no hace sino confirmar la justeza y la plena vigencia de la teoría revolucionaria, el marxismo-leninismo, en la época actual.
2.- El balance del “ciclo de Octubre”
Han pasado ya casi cien años desde que tuvo lugar la Revolución Socialista de Octubre. Con ella, dio comienzo un ciclo revolucionario que se extendería por distintos países de Europa y Asia, aunque también tuvo notable influencia e importantes repercusiones en otros continentes, como África y América [4]. Hoy día, puede decirse que el “ciclo de Octubre” ha llegado a su fin.
De ahí que, aprovechando la ocasión que nos brinda la conmemoración de este centenario, hemos pensado hacer un balance de lo que realmente supuso el “ciclo de Octubre” para el conjunto de la humanidad, así como analizar los factores que, en una u otra medida, contribuyeron a crear las condiciones que condujeron a su finalización. Porque, de lo que se trata es de trabajar para hacer posible el inicio de un nuevo ciclo revolucionario, pero a un nivel superior que el ya finalizado.
Para ello, debemos superar la autocomplacencia y dejar de fijarnos sólo en los logros y en los avances efectuados, que aunque fueron importantes, no pueden oscurecer u ocultarnos los aspectos negativos y los errores cometidos porque, en definitiva, han sido estos los que han posibilitado el enorme retroceso sufrido por el Movimiento Comunista Internacional y por la Revolución Mundial.
No basta con reconocer, “con la boca pequeña”, que se han podido cometer errores, atribuyéndoselos siempre a las condiciones adversas, a las enormes dificultades que hubo que superar (que, por supuesto, siempre hemos de tener en cuenta) con objeto de minimizarlos o eludir la necesidad de abordarlos en profundidad.
Es imprescindible realizar un análisis histórico-crítico de todo ese periodo, profundizando en las causas ideológicas, políticas, económicas, etc. de los errores cometidos; de los métodos incorrectos, de los vicios de funcionamiento, de las limitaciones teóricas, que se han ido arrastrando, en muchas ocasiones, desde los tiempos de la Segunda Internacional.
3.- El desarrollo de la teoría revolucionaria
La evolución experimentada por el capitalismo y la experiencia revolucionaria acumulada por el proletariado internacional, permiten llevar a cabo una labor de desarrollo (actualización y enriquecimiento) de la teoría marxista, que corresponda a las exigencias que nos impone el inicio de un nuevo ciclo revolucionario, a nivel mundial, al haber concluido ya el que se inició con la Revolución de Octubre de 1917 en Rusia.
El marxismo, como teoría revolucionaria, se ha basado en tres fuentes: a) la filosofía clásica alemana, especialmente la dialéctica idealista de Hegel y el materialismo antropológico de Feuerbach; b) la economía política clásica inglesa, sobre todo las doctrinas de Adam Smith y de David Ricardo; y c) el socialismo utópico francés de comienzos del siglo XIX, especialmente el de Saint Simón y el de Charles Fourier.
De ellas, han derivado los tres componentes principales o por decirlo de otra forma, las tres partes integrantes de la teoría marxista: a) el Materialismo dialéctico y el Materialismo histórico; b) la economía política marxista; y c) la teoría del socialismo científico. Cada una de ellas, por su parte, precisa incorporar los cambios y avances que se han producido en los distintos campos o áreas.
En el de las ciencias, por ejemplo, incluyendo los nuevos descubrimientos y teorías desarrolladas en la concepción de la materia, como la “teoría de cuerdas” (Jöel Scherk, John Henry Schwarz y otros); y la “teoría de la evolución discontinua” o del “equilibrio punteado” o del “desarrollo por equilibrios intermitentes” (Niles Eldredge y Stephen Jay Gould) que viene a constituir una superación del evolucionismo gradualista darwiniano, tantas veces utilizado por los reformistas para negar la necesidad del cambio revolucionario, con la pretendida justificación de que “en la naturaleza no se da un desarrollo por saltos”. Todo lo cual contribuirá a enriquecer y desarrollar el Materialismo dialéctico.
En el campo de la economía, incorporando las experiencias de planificación en los antiguos países socialistas (Charles Bettelheim, Paul M. Sweezy y otros); así como el desarrollo de la crítica de la economía política capitalista, profundizando en el estudio del fenómeno de la “financiarización” (Reinaldo A. Carcanholo, Paulo Nakatani y otros), y el estudio de la acumulación de capital en los procesos de urbanización capitalista (Christian Topalov).
Por último, en el terreno de la teoría política socialista y teniendo en cuenta que las experiencias revolucionarias tuvieron lugar, fundamentalmente, en países económicamente atrasados (con débil desarrollo industrial, bajo nivel educativo, escasa tradición política democrático-burguesa, etc.) y con una masa de población fundamentalmente rural, habría que desarrollar el concepto de construcción del socialismo y de dictadura del proletariado de cara a las condiciones concretas que existen en los países capitalistas desarrollados, en los que todavía no ha tenido lugar ninguna revolución socialista y en los que existe un fuerte desarrollo industrial y tecnológico. Estos países son predominantemente urbanos, poseen un importante nivel de instrucción, una larga tradición democrática parlamentaria, así como un modo de vida, unas costumbres y unas necesidades sociales básicas (materiales y culturales) muy diferentes a las de la mayoría de aquellos países que formaron parte del campo socialista.
Es, por tanto, una tarea ineludible para los revolucionarios actualizar y enriquecer la teoría marxista con el fin de volver dotar al proletariado mundial de esta poderosa arma de cara al nuevo ciclo revolucionario.
NOTAS
1.- V. I. Lenin. “El imperialismo, fase superior del capitalismo”. Edit. Fundamentos. Madrid, 1974. Pág. 99.
2.- Ver: “Europa (1648-1945): Capitalismo, guerra y reorganización territorial”. (SUGARRA 08-05-2014)
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3.- Una actuación irracional que está conduciendo, con rapidez vertiginosa, al agotamiento de los recursos naturales (especialmente del agua y los alimentos básicos), al cambio climático y a la desaparición diaria de especies vegetales, animales e incluso de comunidades humanas; así como al hacinamiento de enormes masas de población en ciudades de dimensiones monstruosas y carentes de los servicios básicos (saneamientos, médicos, vivienda, transporte, educativos, etc.) y donde crecen a pasos acelerados la delincuencia, la drogadicción, la prostitución infantil, etc.
4.- Ver: “1917-2017” (SUGARRA 10-01-2017)
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publicado por Sugarra en marzo de 2017
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En la primavera de 1916, cuando gran parte de Europa llevaba casi dos años desangrándose, sufriendo la inmensa carnicería que supuso la Primera Guerra Mundial, Lenin definió así al imperialismo:
“El imperialismo es la fase de desarrollo en que ha tomado cuerpo la dominación de los monopolios y del capital financiero, ha adquirido señalada importancia la exportación de capitales, ha empezado el reparto del mundo por los trust internacionales y ha terminado el reparto de toda la tierra entre los países capitalistas más importantes.” [1].
Esta guerra había estallado como consecuencia de las rivalidades y contradicciones que enfrentaban entre sí a las distintas potencias imperialistas. Pero también tuvo unos efectos imprevistos, y no deseados, para quienes la provocaron. El más importante de los cuales fue, sin duda alguna, el triunfo de la Revolución Socialista en Rusia, en Octubre de 1917, y sus posteriores repercusiones a nivel mundial.
La humanidad todavía tuvo que volver a desangrarse en un nuevo conflicto, la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), hasta que se saciaron los apetitos de las clases dominantes de algunas de las potencias beligerantes y se hubo consumado la tercera reorganización político territorial de Europa [2].
1.- La “globalización” capitalista
Hoy día, dentro de su fase imperialista, el capitalismo se encuentra en un estadio de desarrollo que se caracteriza por la preponderancia absoluta del capital financiero (especialmente de sus sectores más parasitarios y especulativos) sobre el capital industrial; la extensión de la “economía de mercado” hasta el último rincón del planeta; el protagonismo de las empresas transnacionales; el rápido desarrollo de las nuevas tecnologías (microelectrónica, informática, robótica, etc.) y su inmediata incorporación al proceso de producción; así como el desarrollo de distintos procesos de integración económica y/o política en varias regiones del mundo; lo que se conoce como “globalización económica”.
Este término también incluye la creciente desregulación financiera; el progresivo desmantelamiento del llamado “Estado del bienestar” (neokeynesiano); la privatización de las empresas y servicios públicos; los procesos de urbanización acelerada en numerosos países de África, Asia y América Latina; la homogeneización y uniformización nacional-cultural y la asimilación ideológica; el desdibujamiento del papel de la clase obrera como sujeto de transformación social y la aparición de un gran número de nuevos movimientos sociales, como respuesta a las crecientes contradicciones generadas con el desarrollo del capitalismo.
Simultáneamente con todo lo anterior y, en gran medida, como consecuencia de todo ello, también se están produciendo grandes flujos migratorios, entre el campo y la ciudad y entre países pobres y los ricos, a lo que viene a añadirse el número cada vez mayor de poblaciones desplazadas y de enormes masas de refugiados, como consecuencia de los numerosos conflictos armados, producidos por la intervención de las potencias imperialistas (principalmente EEUU y sus aliados) en distintos escenarios geográficos.
La creciente irracionalidad del capitalismo [3], que acentúa de día en día su carácter depredador y criminal, con su búsqueda desesperada del beneficio a cualquier precio, y que está llevando a la propia humanidad y al conjunto del planeta al borde de la extinción, no hace sino confirmar la justeza y la plena vigencia de la teoría revolucionaria, el marxismo-leninismo, en la época actual.
2.- El balance del “ciclo de Octubre”
Han pasado ya casi cien años desde que tuvo lugar la Revolución Socialista de Octubre. Con ella, dio comienzo un ciclo revolucionario que se extendería por distintos países de Europa y Asia, aunque también tuvo notable influencia e importantes repercusiones en otros continentes, como África y América [4]. Hoy día, puede decirse que el “ciclo de Octubre” ha llegado a su fin.
De ahí que, aprovechando la ocasión que nos brinda la conmemoración de este centenario, hemos pensado hacer un balance de lo que realmente supuso el “ciclo de Octubre” para el conjunto de la humanidad, así como analizar los factores que, en una u otra medida, contribuyeron a crear las condiciones que condujeron a su finalización. Porque, de lo que se trata es de trabajar para hacer posible el inicio de un nuevo ciclo revolucionario, pero a un nivel superior que el ya finalizado.
Para ello, debemos superar la autocomplacencia y dejar de fijarnos sólo en los logros y en los avances efectuados, que aunque fueron importantes, no pueden oscurecer u ocultarnos los aspectos negativos y los errores cometidos porque, en definitiva, han sido estos los que han posibilitado el enorme retroceso sufrido por el Movimiento Comunista Internacional y por la Revolución Mundial.
No basta con reconocer, “con la boca pequeña”, que se han podido cometer errores, atribuyéndoselos siempre a las condiciones adversas, a las enormes dificultades que hubo que superar (que, por supuesto, siempre hemos de tener en cuenta) con objeto de minimizarlos o eludir la necesidad de abordarlos en profundidad.
Es imprescindible realizar un análisis histórico-crítico de todo ese periodo, profundizando en las causas ideológicas, políticas, económicas, etc. de los errores cometidos; de los métodos incorrectos, de los vicios de funcionamiento, de las limitaciones teóricas, que se han ido arrastrando, en muchas ocasiones, desde los tiempos de la Segunda Internacional.
3.- El desarrollo de la teoría revolucionaria
La evolución experimentada por el capitalismo y la experiencia revolucionaria acumulada por el proletariado internacional, permiten llevar a cabo una labor de desarrollo (actualización y enriquecimiento) de la teoría marxista, que corresponda a las exigencias que nos impone el inicio de un nuevo ciclo revolucionario, a nivel mundial, al haber concluido ya el que se inició con la Revolución de Octubre de 1917 en Rusia.
El marxismo, como teoría revolucionaria, se ha basado en tres fuentes: a) la filosofía clásica alemana, especialmente la dialéctica idealista de Hegel y el materialismo antropológico de Feuerbach; b) la economía política clásica inglesa, sobre todo las doctrinas de Adam Smith y de David Ricardo; y c) el socialismo utópico francés de comienzos del siglo XIX, especialmente el de Saint Simón y el de Charles Fourier.
De ellas, han derivado los tres componentes principales o por decirlo de otra forma, las tres partes integrantes de la teoría marxista: a) el Materialismo dialéctico y el Materialismo histórico; b) la economía política marxista; y c) la teoría del socialismo científico. Cada una de ellas, por su parte, precisa incorporar los cambios y avances que se han producido en los distintos campos o áreas.
En el de las ciencias, por ejemplo, incluyendo los nuevos descubrimientos y teorías desarrolladas en la concepción de la materia, como la “teoría de cuerdas” (Jöel Scherk, John Henry Schwarz y otros); y la “teoría de la evolución discontinua” o del “equilibrio punteado” o del “desarrollo por equilibrios intermitentes” (Niles Eldredge y Stephen Jay Gould) que viene a constituir una superación del evolucionismo gradualista darwiniano, tantas veces utilizado por los reformistas para negar la necesidad del cambio revolucionario, con la pretendida justificación de que “en la naturaleza no se da un desarrollo por saltos”. Todo lo cual contribuirá a enriquecer y desarrollar el Materialismo dialéctico.
En el campo de la economía, incorporando las experiencias de planificación en los antiguos países socialistas (Charles Bettelheim, Paul M. Sweezy y otros); así como el desarrollo de la crítica de la economía política capitalista, profundizando en el estudio del fenómeno de la “financiarización” (Reinaldo A. Carcanholo, Paulo Nakatani y otros), y el estudio de la acumulación de capital en los procesos de urbanización capitalista (Christian Topalov).
Por último, en el terreno de la teoría política socialista y teniendo en cuenta que las experiencias revolucionarias tuvieron lugar, fundamentalmente, en países económicamente atrasados (con débil desarrollo industrial, bajo nivel educativo, escasa tradición política democrático-burguesa, etc.) y con una masa de población fundamentalmente rural, habría que desarrollar el concepto de construcción del socialismo y de dictadura del proletariado de cara a las condiciones concretas que existen en los países capitalistas desarrollados, en los que todavía no ha tenido lugar ninguna revolución socialista y en los que existe un fuerte desarrollo industrial y tecnológico. Estos países son predominantemente urbanos, poseen un importante nivel de instrucción, una larga tradición democrática parlamentaria, así como un modo de vida, unas costumbres y unas necesidades sociales básicas (materiales y culturales) muy diferentes a las de la mayoría de aquellos países que formaron parte del campo socialista.
Es, por tanto, una tarea ineludible para los revolucionarios actualizar y enriquecer la teoría marxista con el fin de volver dotar al proletariado mundial de esta poderosa arma de cara al nuevo ciclo revolucionario.
NOTAS
1.- V. I. Lenin. “El imperialismo, fase superior del capitalismo”. Edit. Fundamentos. Madrid, 1974. Pág. 99.
2.- Ver: “Europa (1648-1945): Capitalismo, guerra y reorganización territorial”. (SUGARRA 08-05-2014)
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3.- Una actuación irracional que está conduciendo, con rapidez vertiginosa, al agotamiento de los recursos naturales (especialmente del agua y los alimentos básicos), al cambio climático y a la desaparición diaria de especies vegetales, animales e incluso de comunidades humanas; así como al hacinamiento de enormes masas de población en ciudades de dimensiones monstruosas y carentes de los servicios básicos (saneamientos, médicos, vivienda, transporte, educativos, etc.) y donde crecen a pasos acelerados la delincuencia, la drogadicción, la prostitución infantil, etc.
4.- Ver: “1917-2017” (SUGARRA 10-01-2017)
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